Kitabı oku: «La visión teológica de Óscar Romero», sayfa 2

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¡Pero ya no más! Porque aquí se nos ofrece, listo ya, el valioso trabajo de Colón-Emeric que dirime la cuestión. Ahora es posible asumir que la elaboración exegética, efectivamente, se movió con soltura en el pensamiento de Romero, especialmente durante la postrema etapa de su vida como Arzobispo de San Salvador.

¿Pero qué corona tiene Colón-Emeric como para saltarse las trancas y avanzar tan fresco a zambullirse en el manantial de reflexión teológica que fluye en la pluma y en el verbo del más augusto personaje de la institución católica latinoamericana del siglo XX?

Para empezar, sépase que no es un canónigo que obedece dictámenes procedentes de las riberas del Tíber. Tampoco es un enclaustrado teólogo en las nubes. Edgardo Colón-Emeric es un intelectual de primerísimo nivel, incorporado a una de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos;18 al mismo tiempo, es pastor metodista de originaria cepa sociocultural latinoamericana. De modo que el autor posee, a todas luces, las credenciales idóneas para explorar a sus anchas, sin aprensiones ni circunloquios, el objeto de estudio que se propuso: reconocer y explicar la elaboración teológica característica del ahora santo salvadoreño.

Si se pudiera, hipotéticamente, abstraer su aforo académico, pienso que las dos últimas filiaciones le asistirían divinamente para bregar en su cometido. De modo que, al aplicar todo su bagaje, Colón-Emeric logró comprender el crisol donde confluyeron dos dinámicas tangentes, que, al mezclarse, hicieron mella en el corazón pensante de Romero. He allí el meollo de lo que ha desentrañado el evangélico investigador.

Colón-Emeric plantea que el ritmo del pensamiento teológico del arzobispo se aviva mediante una insólita conjunción entre la narrativa cívico-eclesiástica fundacional de la nación salvadoreña y la emergencia de una expresión artística singular que coincidió con su período como arzobispo. Esta conjunción fue todo un proceso penoso, hay que resaltar; una verdadera proeza para el prelado que no estaba provisto como para asimilar de golpe el impensado fenómeno que saltó ante sus ojos en sus propios fueros: la canción contestataria integrada al quehacer pastoral y a la solemnidad cultual.

Me viene de perlas, para rematar estas deliberaciones, un certero discernimiento redactado por Pablo Andiñach, Pastor de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, Doctor en Teología con especialidad en Antiguo Testamento, y Profesor de la Universidad Católica y de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino en Argentina. Dicho sea de paso, Andiñach es amigo personal del autor, y es, además, el traductor que ha hecho posible esta edición del libro en idioma español.

Dice así este ilustre varón:

«El autor expone la teología de Romero en base a sus homilías y a su valoración (y crítica) de los cantos litúrgicos, las llamadas “Misas centroamericanas”. El lector de estas líneas quizás no sepa que en la tradición metodista y evangélica de Colón-Emeric, la predicación es el lugar privilegiado para exponer las Escrituras, y los cantos e himnos un espacio particular de exposición de su teología. Al punto que se dice que “los metodistas cantan su teología”. ¿Será que esa particular tradición evangélica allanó el camino para buscar en la predicación y los cantos la teología de Romero?». 19

Con todo lo antedicho, sumamos en este instante un recurso que se aviene, como anillo al dedo, a lo que venimos discurriendo. Se trata de un folio que recientemente ha salido a la luz pública, gracias a una discreta ventana que se ha entreabierto en el acervo documental de Romero luego de concluido el proceso de canonización en Roma. Cabe aclarar que Colón-Emeric nunca tuvo a la vista el documento que se colocará a la vista, ni siquiera en los postreros momentos cuando daba los últimos retoques a su tratado. Por tanto, al presentarse a posteriori, esta verificación documental enaltece de manera contundente el enfoque visionario del teólogo investigador.

Véase a continuación la Ilustración 1 que exhibe el facsímil de una cuartilla de bloc rayada, en la cual se registra el mapa conceptual que, con caligrafía apresurada, Romero redactó para guiarse en la oratoria de su último sermón dominical. El documento nos regala la visión de una de las habilidades eruditas que el arzobispo logró pulir en su época de estudiante de teología en Roma. Ya topamos antes con el testimonio de un fraile que lo conoció y trabajó estrechamente con él durante varias décadas: “Su paso por la Gregoriana lo había marcado para el estudio y los esquemas lógicos”.20


ilustración 1. nótese el primer renglón del folio donde aparece el período litúrgico y la fecha: “5º domingo de cuaresma (23-iii-80).” véase el resto de los renglones donde romero bosquejó, de su puño y letra, el mapa conceptual que le sirvió de guía para la oratoria de su última homilía pública.


ilustración 2. nótese en este enfoque ampliado del literal (c) el avance execético del esquema pergeñado por el arzobispo Romero. Obsérvese que la idea central es la fuerza salvífica de Jesús transfigurado. Romero se propone enarbolar esta noción amalgamada en su pensamiento, justo en la homilía donde “firmó su sentencia de muerte”, dado su dramático llamado a las fuerzas dictatoriales a cesar la represión contra el pueblo indefenso.

Al enfocar con lupa uno de los literales que integran el mapa conceptual, puede ubicarse ipso facto un componente que resulta más que interesante, no tanto porque haya permanecido resguardado durante cuarenta años, si no, sobre todo, porque aporta información relevante que coadyuva a lo que aquí estamos avanzando:

La Ilustración 2 presenta subrayado el sintagma: «La Transfiguración». Es este un arbitrio de quien esto escribe a modo de abrirle la puerta a la glosa que en seguida se hará sobre el documento que se visualizó antes.

Para comenzar, póngase atención al período del calendario litúrgico en aquel momento: Cuaresma. Tal período, de hecho, no prescribe el central o explícito manejo de la expresión subrayada. Aun así, la alusión se inserta, como puede verse, en el mero corazón de la exégesis que Romero pretende exponer ese domingo. Debió existir una precisa razón que indujo al predicador a ubicar la referencia de modo tan destacado en el esquema guía de su peroración.

Ahora sabemos que Romero, entre las notas que alistó antes de subir al púlpito –como el mapa conceptual, por ejemplo– se hallaba entrometida la hoja con la lírica del “Himno al Divino Salvador” que había recibido dos días antes. El arzobispo la incluyó porque había decidido declamarla en algún momento de su predicación. Esta decisión no nace, en absoluto, de personales gustos poéticos o musicales (no había escuchado y no llegó a escuchar nunca la melodía del himno entonada con la letra). El asunto es que el susodicho himno le proporcionó el pretexto perfecto para relanzar su cara imagen exegética de «La Transfiguración»; una idea-fuerza que, al final, se ubica en el corazón de una refinada “teología” que emerge de Romero mismo, desde su mente, su memento y su momento. He ahí la clave que explica la campanada que lanzó el arzobispo aquel domingo frente a la multitud expectante:

«Una nota simpática también de nuestra vida diocesana: Que un compositor y poeta21 nos ha hecho un bonito himno para nuestro «Divino Salvador». Próximamente, lo iremos dando a conocer: «Vibran los cantos explosivos de alegría / Voy a reunirme con mi pueblo en Catedral / Miles de voces nos unimos este día / para cantar en nuestra fiesta patronal.» Y así siguen estrofas muy sentidas por el pueblo. ¡La última es muy bonita! «Pero los dioses del poder y del dinero / se oponen a que haya transfiguración / Por eso, ahora vos sos, Señor, el primero / en levantar el brazo contra la opresión»,22 Homilía del 23 de marzo de 1980. Óscar Romero. Homilías: Tomo VI. San Salvador: UCA Editores, 2009, p. 445.

Colocado Romero en el paso de una mortífera borrasca desatada contra sus agentes (laicos, monjas, curas); tolerando intimidaciones y amenazas contra su vida; hostigado por sus homólogos obispos y desde Roma; arreando a colaboradores que se “salían del huacal” … En medio de toda esa barahúnda, el pastor encontró la forma de proseguir, elevando, con nuevos bríos, el principio central de su “teología”.

«La Transfiguración» representó, en efecto, un concepto estratégico que comandó el pensamiento substancial de Romero, como sacerdote y como jerarca episcopal. La llevó siempre consigo, en su época de párroco en San Miguel, y en su última etapa como arzobispo. No en balde la enarboló en sus postremos días; la mantuvo hasta el último suspiro de su vida.

Repasemos las dos últimas alocuciones que profirió in extremis antes de su asesinato, para corroborar que eso fue así.

En la del domingo 23 de marzo de 1980 –su última homilía pública– una canción le abrió la puerta para darle lustre, por enésima vez, a su carísima imagen teologal, transida siempre de historia fundacional y de raigambre sociocultural salvadoreñas.

Para la siguiente jornada –la última de su existencia en esta tierra– cumpliendo con su agenda, se dispuso a oficiar una misa de aniversario en sufragio de una “querida difunta”. Pero para esa ceremonia, Romero decidió, en una chispa de espontaneidad, modificar algo para nada insustancial. Aquella tarde –con el sol consumiéndose en lontananza– el arzobispo decidió dar un giro a su predicación.


ilustración 3. Aviso que fue publicado en los rotativos más importantes. Allí se anuncia que el arzobispo oficiará la misa. Ante tal imprevisión (¿o premeditación?), colaboradores cercanos sugirieron a Romero que no se presentara, pues el anuncio lo había dejado claramente expuesto. ¡Y tuvieron razón! Esa misa se transformó en la ocasión perfecta para ejecutar la venganza de “los dioses del poder y del dinero” con quien “hablaba mucho”, al decir de ellos. Y en verdad, el día anterior, domingo 23 de marzo de 1980, había hablado demasiado.

Ahora se sabe que “Él cambió las lecturas; tocaban las lecturas de la mujer adúltera y de la casta Susana…”.23 Pero no sólo eso trocó. Además, se permitió introducir “esa página” (según sus propias palabras) “que he escogido para ella [la difunta] del Concilio Vaticano”.24 Así lo justificó ante los pocos orantes “en una misa de tono familiar”.

Su más aventajado biógrafo asevera que “la homilía en memoria de doña Sarita, como la llamaba Romero, no tuvo un contenido extraordinario”.25 ¡Pero quizá no fue así! Su último momento de predicación fue, por ventura, mucho más que una recordación afectuosa en la que “Romero alabó a la difunta” en la medida en que “habría recuperado ‘purificado’, ‘iluminado’ y ‘transfigurado’ todo el bien que había hecho en la tierra”.

¿Qué hace pensar de este modo? El hecho de que el concepto de marras (nuevamente subrayado por arbitrio de quien esto escribe) emana convenientemente de la lectura que el mismo predicador eligió por la libre. Allí el arzobispo estaba dedicándose a sí mismo el contenido de su elección, muy probablemente para darle fuerzas a su propia intimidad sobrecogida.

El texto en cuestión es extraído de un documento del Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, en el numeral 39 que lleva por título: “Tierra nueva y cielo nuevo”:

«… los bienes de la dignidad humana… todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo –después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato– volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y transfigurados, cuando Cristo entregue al Padre el Reino eterno y universal… El Reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección». Parte de la alocución que pronunció Romero en la misa de aniversario en sufragio de doña Sara Meardi de Pinto. En Pinto, Jorge (1985): El grito del más pequeño. México, Editorial Cometa, Pág. 278.

Parece una salutación bastante escatológica como para conmemorar a una dulce matrona acomodada. Pero Romero se encontraba ya en visión de otro mundo, su espíritu rezumaba trascendencia, y en su cabeza volvió a revolotear la noción de «La Transfiguración» en el sentido de una terrenal condición salvífica transida de glorificación celestial, lo que era su gran divisa como recurso hermenéutico de la realidad salvadoreña; la misma que había enarbolado el día anterior en su épico sermón.

Ese último suspiro exegético representa el sello de fuego para su más caro epítome teologal sostenido a lo largo de su vida dedicada al Reino de los Cielos. Así selló de manera terminante el ahora San Romero su apuesta por la fuerza reflexiva que entrañaba para él la imagen de «La Transfiguración»: frente al altar del sacrificio, minutos antes de que su magnánimo corazón fuese destrozado por la peregrina bala que lo envió al infinito reino del amor divino.

En conclusión, el libro de Colón-Emeric nos ayuda a comprender que:

1) El magisterio de Romero como arzobispo puede auscultarse como objeto de estudio que da de sí para establecer la existencia de un pensamiento teológico acabado y original.

2) Los cimientos de la edificación teológica romeriana son absolutamente clásicos (Escrituras sagradas; Doctos Padres de la Iglesia; Magisterio Vaticano; Cartas y Textos Episcopales latinoamericanos). Y estas basas son las que le conferirían al erudito pensamiento del mártir cuscatleco, un alcance universal, al menos para la porción cristiana occidental del orbe.26

3) El tema de «La Transfiguración», como idea-fuerza teológica, le sale al paso al término “liberación”. Romero, francamente, nunca desautorizó a la teología de liberación. También es verdad que nunca se apegó de manera adusta a ella. Lo que él hizo fue ser fiel, en su reflexión y exposición pública, a la historia y a la cultura salvadoreña. Esta constatación es uno de hermosos puntales de la concienzuda investigación de Colón-Emeric.

Para terminar, quiero afirmar que el concluyente estudio de Edgardo Colón-Emeric nos ha hecho un gran servicio: Finiquitar una tarea que permaneció pendiente durante demasiado tiempo; no por omisión o reticencia del ateneo académico, necesariamente; esta tarea le había quedado pendiente al propio sacerdote, luego obispo y ahora San Óscar Romero. El arzobispo fue violentamente apartado de este mundo, justo en el momento en que, desde su cátedra por excelencia, continuaba discurriendo, con mayor profundidad y urgencia nacional, una “visión teológica” muy desde su mente, su memento y su momento, como ya escribimos antes.

Esta es la auténtica plusvalía que entraña el estudio del teólogo metodista, Edgardo Colón-Emeric. Ha sido él quien ha conquistado la cúspide de esta tarea pendiente con la obra que ahora lanza al mundo hispano, para que sigamos recreando y admirando el legado siempre vigente de “San Romero de América”.

Por consiguiente, como salvadoreño y como romeriano por vivencia propia que soy, rindo mi eterna gratitud al teólogo, al profesor, al cristiano, al latinoamericano, al buen amigo, al hermano, Edgardo Colón-Emeric, por haber develado esta profundidad de nuestro santo Romero que había tardado casi medio siglo en exponerse como Dios manda.

Y ojalá que esta publicación sirva para darle fuego (aunque ese no es el propósito del autor, estoy seguro) a un explosivo petitorio que fuera cañoneado hace exactamente cuatro décadas, y que aparentemente nunca llegó a impactar su destino.

Reza así la exhortación de quien fue un cercano y fiel colaborador suyo, sacerdote y exalumno de “la Gregoriana” como San Romero:

«Licenciado en Teología. No tuvo tiempo de hacer la tesis doctoral que quedó siempre pendiente. (No estaría mal que los Doctores de la Gregoriana tomaran sus “Obras Completas”, Homilías y Cartas Pastorales, y le dieran su visto bueno para darle el Doctorado en Teología)». 27

En el cuadragésimo aniversario de su martirio:

¡Viva San Romero! ¡Mártir Doctor de América!

Guillermo Cuéllar-Barandiarán,

cantautor salvadoreño romeriano,

Filósofo y Antropólogo.

Capítulo 1
Introducción a un escándalo

Durante su estadía en Roma, mientras llevaba a cabo sus estudios de teología, Óscar Romero frecuentaba las calles de los alrededores de la Basílica de San Pedro; allí solía encontrar personas pobres. Luego de una de esas caminatas, en la víspera de la navidad de 1941, Romero escribió en su diario: “Los pobres son la encarnación de Cristo. A través de sus trapos… el alma caritativa descubre y adora a Cristo.”28 Pero no todos pueden ver esta imagen. Privilegios, ideologías y prejuicios se han convertido en algo así como una segunda naturaleza: un velo grueso que impide que veamos la luz de Cristo que ilumina la vida de los marginados. San Pablo tiene razón al decir “...los incrédulos, a quienes el dios de este mundo les cegó el entendimiento…” (2 Cor 4, 4) pero habría que agregar a sus palabras, y también a los creyentes. La humanidad necesita aprender de nuevo a ver, y por esta razón, cree Romero, el mundo necesita de la iglesia.

Es en el monte que es la iglesia donde es eliminado el velo de la vergüenza que envuelve a los pueblos en la oscuridad.29 Pero una iglesia ciega no sirve para un mundo ciego. La iglesia también necesita aprender a ver de nuevo. Necesita aprender a ver la gloria de Cristo en las “rostros de campesinos sin tierra, ultrajados y asesinados por la fuerza y el poder; rostros de obreros despedidos sin causa, sin paga suficiente para sostener sus hogares; rostros de ancianos; rostros de marginados; rostros de habitantes de los tugurios; rostros de niños pobres que, ya desde su infancia, comienzan a sentir la mordida cruel de la injusticia social” (Homilías, 6:346, 2/3/1980).30 Para Monseñor Romero, un lugar privilegiado de encuentro con la gloria de Cristo es en el monte que en la tradición se conoce como Tabor, el monte de la transfiguración. La luz de Cristo transfigurado tiene el poder de transformar la carne de los pobres en un ícono de gloria y de abrir los ojos de los ciegos para contemplar esta gloria y ser cambiados.

Ver la gloria de Dios en el rostro de los pobres de Jesucristo puede ser costoso. En su última homilía dominical el 23 de marzo de 1980, Romero ofreció a su congregación una narración de los eventos más notables en la vida de la arquidiócesis. No había nada inusual en esto. Era su costumbre entretejer los anuncios de la iglesia con la proclamación del Evangelio. Ese domingo en particular, les dio un anticipo de un himno recientemente compuesto por Guillermo Cuéllar en honor al Divino Salvador del Mundo, el patrono de El Salvador (Homilías 6:445, 23/3/1980). El himno sería luego el Gloria de la Misa Salvadoreña.

“Vibran los cantos explosivos de alegría,

Voy a reunirme con mi pueblo en catedral.

Miles de voces nos unimos este día

Para cantar en nuestra fiesta patrona”.

La letra describe al pueblo de Dios que se reúne en San Salvador para celebrar el 6 de agosto la Fiesta de la Transfiguración. Romero dice que le gusta especialmente la estrofa final:

“Pero los dioses del poder y del dinero

Se oponen a que haya transfiguración.

Por eso ahora vos, Señor, sos el primero

En levantar tu brazo contra la opresión”.

La tarde siguiente, los sirvientes de los dioses nombrados por Cuéllar asesinaron al arzobispo. ¿Por qué? Al predicar la muerte de otros mártires, el propio Romero ofreció una explicación: “¿Por qué se mata? Se mata porque estorba” (Homilías 5:354, 23/9/1979). Lo matan porque se interpuso en el camino de aquellos que veían a El Salvador como su propiedad y actuaban de manera de mantener a sus ciudadanos como sus peones. Dicho de otra manera, el mensaje de Romero fue un escándalo. La palabra griega skandalon refiere a un obstáculo, algo que se interpone en el camino. Uno puede estar escandalizado al ver caer a alguien o al tropezar uno mismo. La reacción a la caída puede ser infantil, farisaica o justa.31 El término escándalo puede usarse para nombrar, no solo el acto de ser ofendido sino también el acto de ofender, la causa del tropiezo. El escándalo puede provenir de una persona que pone trampas para impedir el progreso de otra persona. La pobreza es un escándalo en este sentido. La pobreza es el obstáculo en el camino de la vida para la mayoría de las personas en El Salvador. Desde la conquista en el siglo XVI hasta los genocidios del siglo XX, la pobreza ha sido una de las marcas distintivas de El Salvador. Años bajo el mando de oligarquías poderosas que se veían a sí mismas como las dueñas del país llevaron a una distribución tremendamente desigual e injusta de tierras y bienes.

En la época de Romero el 60 por ciento de la población rural no poseía tierra y el 90 por ciento carecía de los medios para el sustento diario. El “hambre de tierra” y el hambre de alimento fueron la realidad del pueblo salvadoreño.32 El escándalo de la pobreza dio lugar al escándalo de la violencia cuando la oligarquía se unió al gobierno para bloquear todos los intentos de reforma agraria. En la infame matanza de 1932, el gobierno ordenó a los militares reprimir un movimiento insurreccional que exigía una reforma agraria en la parte occidental del país. El resultado fue la matanza de aproximadamente el 2 por ciento de la población. Dado que la mayoría de los muertos eran de ascendencia indígena la matanza fue un acto de genocidio. Es debido a esta matanza que El Salvador carece de una población indígena significativa en la actualidad. Siempre parecen estar apareciendo nuevos obstáculos para el progreso del pueblo de salvadoreño. Al igual que la mítica Hidra de Lerna, el enemigo que puso estos obstáculos tiene muchas cabezas (la oligarquía, el ejército estadounidense, las multinacionales, los poderes y los principados, etc.) pero ha causado un solo escandaloso resultado: la muerte de los salvadoreños.

El escándalo puede también provenir de Dios, cuyas marcas en el camino a la salvación pueden hacer tropezar a los que siguen el camino que lleva a la perdición. Pero los medios que Dios emplea para convertir a la humanidad de la muerte a la vida pueden ser en ocasiones ofensivos; como Pablo, Romero sabe que la cruz ha de provocar una crisis (Homilías, 3:215, 20/8/1978). La transfiguración es un escándalo en este sentido y el monte Tabor sorprende la sensibilidad del caminante. Allí se presenta una visión de la gloria que solo se puede lograr a través de la pasión. A medida que avanza hacia la cruz, la visión de Jesús transfigurado emite un imperativo para todos los seres humanos: No se conformen con este mundo. No se conformen con las mediocridades. Sean transformados.

La transfiguración es un escándalo para los pusilánimes que subestiman sus promesas y también es un escándalo para el fariseo. El monte Tabor amenaza con alterar un orden en el que muchos tienen intereses creados ya que el escándalo de la transfiguración tiene también dimensiones políticas.33 Arroja luz sobre un mundo diferente, donde la gloria proviene de la humildad y no del poder y el privilegio. Desde las alturas del monte Tabor, la gloria de Dios brilla más en la carne cubierta de llagas de Lázaro que del suntuoso estilo de vida del hombre rico. En resumen, el escándalo de la transfiguración se expresa en el apostolado de Romero, Gloria Dei, vivens pauper, la gloria de Dios es el pobre que vive.