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Capítulo 1
Giovanni Papini.
La encrucijada entre Dios y Satán
(Florencia, 1881-Florencia, 1956)
Introducción
Giovanni Papini, italiano de la Toscana (florentino por más señas), escritor de obra extensa y variada, destacó en casi todo: como ensayista, poeta, crítico de arte, periodista, biógrafo. Todo, a la vez. Y es que Papini era Papini, un personaje original, desmedido y genial. Inquieto y buscador. Nunca se estancó, supo evolucionar, aun cuando siempre mantuvo su peculiar estilo humano y literario.
En su obra encontramos (con la perspectiva que aportan más de 50 años después de su muerte), en primerísimo lugar, a un entusiasta del saber humano. Y, no en el último, a un dialéctico que enseguida se subía al caballo de la polémica. Lo que le hacía parecer permanentemente enfadado.
Después de su conversión, Papini siguió las huellas de Cristo y nunca ocultó la luz de su fe, a pesar de las horas oscuras y de la tragedia personal que, según veremos detalladamente, vivió. Pero siguió siendo un escritor polémico. Sufrió acoso político por sus alianzas con el fascismo, y padeció lo indecible, después de la parálisis progresiva, que, aun manteniendo lúcido su cerebro, le llevó a la tumba.
1. Interés para nuestra época
No creo que él o sus libros deban archivarse, olvidados, en el baúl de los recuerdos. Papini a nadie deja indiferente. Discutido y discutible, algunas de sus obras continúan reeditándose, y no pocas se dieron a conocer después de su muerte (1956)[10].
Por otra parte, determinadas facetas de la personalidad de Papini concuerdan con perfiles del hombre de nuestros días. El lector inteligente deberá hacer la conveniente transposición de lo que va de ayer a hoy. La época que le tocó vivir no es la nuestra. Nada tiene de extraño que choquen con nuestra mentalidad las ideas políticas que él sostuvo. Y quizá moleste a no pocos su fogoso y encendido lenguaje, en ocasiones un tanto apocalíptico; pero de lo que no cabe duda es de su sinceridad y puntería a la hora de señalar los problemas que atenazan a los hombres y mujeres de todos los tiempos.
Fue ateo primero y, después, católico. Nos interesa, sobre todo aquí, destacar su fe en Jesucristo. Crítico con la jerarquía de la Iglesia, sin embargo nunca abandonó a la familia de Jesús. Fogoso, declamatorio, fiel a sí mismo, auténtico siempre. E, insisto, polémico, muy polémico. De expresión cortante, seca, a veces poco matizada. Casi siempre, brillante.
El estilo literario de Papini recuerda bastante al de Nietzsche (1844-1900), quien en su desgarrado modo de decir influyó no poco en él. En este estilo muy suyo, apasionado y vibrante, radica su grandeza y también su debilidad. Escribe con mucha sinceridad[11]. Pero puede resultar enojoso para quien no comparta sus ideas. Precisamente, por su aparente dogmatismo ideológico. Decía de él Jorge Luis Borges que, en la polémica, Papini solía ser «sonoro y enfático”[12].
El inconformismo de Papini, su búsqueda religiosa, su fuerte personalidad, resultan fascinantes y, desde luego, son un referente importante para esta época nuestra de pensamiento único y de pereza religiosa. Papini no habría soportado la superficialidad actualmente reinante. Hay mucho miedo, hoy, a manifestarse en contra de lo considerado como políticamente correcto. A Papini las modas le importaban muy poco. Le interesaba, ante todo, ser fiel a su propia conciencia.
De ahí que se convirtiera en un auténtico demoledor de lugares comunes, de tópicos y mezquindades. Así que estamos ante alguien complejo, a veces contradictorio, pero muchas veces genial. No es fácil mantener una postura desapasionada ante Giovanni Papini. Como pocos, encarnó las luces y las sombras de su tiempo.
2. Momento histórico y cultural en el que vive
Giovanni Papini nació en Florencia, la ciudad del Renacimiento italiano, el 9 de enero de 1881. Por tanto inaugura el siglo XX, cuando tan sólo tenía veintiún años. Aunque hay que decir que para entonces ya había recorrido un importante camino literario. Fue precoz y fecundo. Si se repasa su bibliografía, uno se queda pasmado porque hay años en que escribe hasta cuatro y más libros.
Luigi, su padre –un ex-garibaldino que había combatido en Aspromonte y en el Volturno–, pequeño comerciante de muebles, ateo beligerante, quiso que su hijo se educara al margen de toda religión. Sin embargo, su madre, Erminia Cardini, bautizó medio en secreto a su hijo. Había que ocultárselo a su marido.
Siendo niño, se mostró retraído y huidizo. De 1885 a 1889 frecuentó los Institutos privados Baldassini, Scatena y La Speranza. En 1890 asistió a la escuela elemental, pública, de Vía dei Magazzini, la escuela técnica de S. Carlo, la Escuela Normal de la Vía Sangallo (siempre en Florencia). De este último centro salió con el diploma de maestro. Tenía dieciocho años.
De joven, pálido y pensativo, parecía agotado y enfermo. Asiduo de bibliotecas, polifacético, autodidacto e instintivamente contrario al mundo que representaba su padre. Siempre, dispuesto a la polémica.
En 1896 apareció una de sus primeras publicaciones: el relato, titulado Il leone e il bimbo (El león y el niño). Fue en una revistilla para muchachos: L’amico dello scolaro.
Dos años después, en 1898, fue teniendo sus primeros contactos literarios con personajes de la época: Giuseppe Prezzolini, Ercole Luigi Morselli y Alfredo Mori. Con ellos hizo un equipo cultural de amigos.
En 1900 enseñaba ya lengua italiana en el Instituto inglés de Florencia, y frecuentaba como oyente los cursos del Instituto de Estudios Superiores. En 1902, cuando había sido nombrado bibliotecario del Museo de Antropología de Florencia, murió su padre en Turín, adonde se había desplazado por razones laborales. Una de sus primeras publicaciones apareció precisamente este mismo año, y se tituló La teoría psicológica de la precisión. Se trataba de un escrito que respondía al positivismo, introducido en Italia por Cattaneo, Ferrari y Morselli.
De su amistad con Prezzolini y de su liberalismo radical surgió la revista Il Leonardo (1903-1907). Fue una publicación que pronto adquirió prestigio. El propósito estaba claro: pretendían combatir el academicismo e inmovilismo de la cultura oficial. A la vez colaboraba en la revista Il Regno, dirigida por Enrico Corradini. Pero debemos citar, como dato que lo retrata bien, una revista fundada por él (no llegó a editarse) y que llevaba el significativo título de Iconoclasta.
En 1904, lo encontramos participando en el Congreso Internacional de Filosofía, junto a Vailati y Calderoni.
En 1906 publicó con Giuseppe Prezzolini La cultura italiana. Papini fue siempre un adelantado de la cultura, un hombre de fuerte temperamento intelectual, que se entusiasmó, siendo muy joven, con la lectura, escritura y crítica literaria. Este mismo año viajó a París, donde se unió a su amigo, el pintor Ardengo Soffici. Nos los imaginamos a ambos, un tanto bohemios, en Montmartre.
En septiembre de 1907 se casó (tenía 26 años) con Giacinta Grovagnoli, una campesina de Bulciano (Toscana). Se casó por la iglesia, a pesar de su ateísmo. Allí, en Bulciano (en la alta Valtiberina), rodeado de montañas y prados verdes, pasaba sus vacaciones. Y allí se retiraba, cuando los fracasos, la persecución política o la miseria económica lo asediaban: «¡Cómo amo esta tierra! Amo el claro rostro de septiembre y sus frutos oscuros, pámpanos de vino, olivas de aceite y las castañas que se defienden solas (...), como las mujeres honradas, como los pueblos libres»[13].
Después de haber residido algún tiempo en Milán con su mujer y con su amigo, Ardengo Soffici, volvió, en 1908, a la Toscana, a Bulciano, donde le nacería su primera hija, Viola. Gioconda, su segunda hija, nació dos años más tarde, en 1910.
Giovanni Papini vivió las dos guerras mundiales, el tiempo que las precede y el que las sigue. Este no es un detalle menos importante para conocer su trayectoria espiritual. Después de las guerras siempre se inaugura un tiempo nuevo en el que hay lugar para desengaños, en unos casos, e ilusiones en otros.
En 1908 fundó La Voce; en 1911, con Giovanni Amendola, L’Anima, y en 1913, dejó La Voce e inauguró, con su amigo periodista, Sofici, Lacerba (1913-1915), una nueva revista, que llegó a ser el órgano del futurismo italiano. «Papini animaba a los futuristas, se metía con los futuristas, se declaraba futurista y proclamaba la muerte del futurismo»[14]. Por entonces sacó a la luz, también, Cento pagine di poesia (1915), un libro de prosa lírica, y Stroncature (1916), páginas de crítica literaria. Todavía con Sofici, en 1919, dio a luz La Vraie Italie.
Sus dos primeros libros, un tanto panfletarios, los calificó de «narraciones metafísicas» y los tituló Il tragico quotidiano (1906) e Il pilota cieco (1907). Para el crítico español Juan Bonilla, antes citado, estas narraciones son el exponente de que, en la Europa de la época, muy pocos podían comparársele en categoría y personalidad. «No es de extrañar que el Papini cuentista arrobara al joven Borges...»[15].
En 1912 apareció Un uomo finito (Un hombre acabado), íntima confesión intelectual con propósito de la enmienda, a la que, por su importancia, me referiré más abajo. Y de este mismo período abundante datan los relatos recogidos con los títulos Parole e sangue (1912) y la L’altra metà (1912).
Durante la I Guerra mundial (de la que se libró por problemas de miopía) se reveló, al estilo de D´Anunzzio, como un defensor del espíritu guerrero italiano. Así lo dejó reflejado en sus artículos publicados en Il popolo d’ ltalia.
En 1918 escribe L´uomo Carducci: una semblanza sobre Giosuè Carducci (1835-1907), que había recibido el Nobel de Literatura doce años antes (en 1906) y que, como ya hiciera antes en Francia Charles Baudelaire (1821-1867) en Las flores del mal, había compuesto un canto al diablo (Himno a Satanás). A Papini también le obsesionaría la figura del diablo y, andando el tiempo, escribiría un libro sobre el Padre del Mal, que le acarreó alguna que otra preocupación. Pero a Papini lo que más le gustaba de Carducci era su amor por la naturaleza, su culto a la razón y sobre todo su entusiasmo por Italia.
En estos años (1918-1919) Papini dio un giro espiritual, cambió de postura religiosa, se volvió hacia el catolicismo, y, después de su clamorosa conversión, escribió la Storia di Cristo (1921), un libro en el que se revuelve contra el materialismo de su época. Fue un éxito de lectura en el mundo entero[16].
A su Historia de Cristo siguieron el Dizionario dell’ uomo selvatico (1923), en colaboración con Domenico Giuliotti, y los versos de Pane e vino (1926), la biografía del también converso S. Agustín (Sant´Agostino, 1929), el curioso relato de Gog (1931) y Dante vivo (1933).
Dante vivo tiene una curiosa historia: obtuvo el premio Florencia, gracias a la benevolencia de Mussolini. Fue el Duce quien le cedió el puesto y el reconocimiento a Papini, puesto que el premio se lo había llevado el propio Mussolini con una Vita di Arnaldo.
A partir de 1935 Papini se escoró hacia la derecha fascista. Son aquellos los años en que toma posesión de la cátedra de literatura italiana en la Universidad de Bolonia: cátedra que habían ocupado anteriormente Carducci y Pascoli. Así es como nuestro personaje llegó a ser académico de Italia (1937). De su compromiso con la cultura surgirá el Instituto de estudios sobre el Renacimiento.
Cuando los comunistas asesinaron a Giovanni Gentile (1944), Papini escribió en su Diario:
«La noticia me ha afectado profundamente. Le había conocido mejor y pude apreciar su espíritu de trabajo, bondad de alma y pasión sincera por las cosas del espíritu y de Italia. Estaba contento de que fuera Gentile presidente de la Academia (...) En política había tomado partido de forma decisiva y clara por el fascismo»[17].
Durante la II Guerra mundial se mostró partidario de la intervención italiana y de mantener siempre su esfuerzo junto a Alemania. Escribió en 1943: «Soy el único escritor italiano que más de una vez se ha pronunciado claramente a favor de la guerra».
Recibió, en 1942, la visita del subsecretario de Educación Nacional. Coincidió con él en su visión política. Las derrotas militares italianas no le permitían concentrarse en su tarea literaria. Se enfadaba contra Mussolini, porque no era capaz de defender Roma ante el avance aliado.
Tras la derrota militar, Papini fue castigado: «Verdaderamente me considero reo. Se reanudan los ataques contra mí. Reo de no haber hecho como tantos el «doble juego «, reo de no creer en los «magníficos destinos» y progresistas promesas de la democracia y del comunismo» (Diario).
Papini fue expulsado del Sindicato de periodistas. Un diario comunista proponía que sólo se le dejara vivir si no volvía a escribir más. Su casa fue hipotecada, para responder, así, de sus «responsabilidades políticas». Su respuesta a la persecución sería el desprecio por el mundo materialista que –según él– se avecinaba y su reafirmación ideológica.
Aquejado de una extraña parálisis progresiva, continuó su labor literaria. Fue su nieta, Anna Paszkowski, la que heredó y publicó, después de la muerte del abuelo, algunas de las mejores páginas de toda la vastísima producción de Papini. Ciego e impedido, dictaba a su nieta, Anna, artículos y escritos múltiples. Sus schegge (fragmentos literarios) fueron apareciendo en el Corriere della Sera, y, después, se recogieron en La spia del mondo (1955) y en La felicità dell’ infelice (1956). Más tarde otros fragmentos de sus schegge se publicarían, como escritos póstumos, en el volumen Le schegge (1971).
Il giudizio universale apareció en 1957 y La seconda nascita, importante obra para adentrarnos en su evolución cristiana, vio la luz en 1958. Aún aparecería más tarde, en 1962, su Diario. Y, finalmente, su Rapporto sugli uomini saldría en 1977[18].
3. Antes de su conversión
Dijimos ya que en su juventud se entusiasmó con Nietzsche y se alineó con los nacionalistas más exaltados. Papini era un entusiasta de la gran patria y cultura italianas. Pertenecía a la generación del prefascismo. No le convencían los «valores modernos», a los que criticaba sin piedad. Ironizaba contra la pintura abstracta o la cubista. No le gustaba Picasso.
En 1912, con poco más de treinta años, escribió un libro autobiográfico muy sincero, Un uomo finito (Un hombre acabado), en el que expresaba bien su pensamiento. Un libro que en cuarenta años tuvo más de veinte ediciones (fue una especie de Biblia para muchos jóvenes). Se trataba de un libro clave para entender el cambio intelectual y, en general, la transformación que se efectuó en toda su persona, sobre todo a partir de esta obra. Para no pocos, su obra maestra[19].
El propio Papini decía de sí mismo en Un hombre acabado: «Nací con la enfermedad de la grandeza». Mi vida ha sido «una breve historia de tentativas pueriles». Este ha sido «el secreto de mi vida». Y en otro pasaje comentaba: «No acepto la realidad. No hay palabras que expresen mi disgusto con el mundo físico, humano, racional que me suprime y que no me deja espacio ni aire suficientes para mis alas inquietas».
¿Qué ocurrió realmente en la vida de Papini por entonces?
Son, hoy, muchos los que están de acuerdo en considerar Un uomo finito como un momento fuerte en el devenir de aquel insatisfecho y apasionado buscador. Había llegado la hora de revisar posturas, creencias y hasta el propio tren de su existencia. Hay un antes y un después de esta especie de revisión de vida que es Un uomo finito. Dice Papini: «Aquí dentro hay un hombre dispuesto a vender cara su piel y que quiere terminar lo más tarde que sea posible».
Así, pues, no se trataba de un momento bajo, en el que Papini se considerara «brucciato» (quemado), sino que pensaba que había sonado la hora de emprender una vida nueva. La fe en el Dios de Jesucristo le iba a servir de guía. Lo que no quería decir que, en adelante, quedara vacunado o inmunizado contra errores ideológicos, alianzas políticas o cualquier tipo de exceso. Sólo quería decir que Un uomo finito surgía de una honda insatisfacción, de un dolor por sus pecados literarios e ideológicos, y probablemente también de un propósito de la enmienda. Este momento de su vida todavía no señalaba la hora de su conversión católica; pero podemos decir que era una preparación remota.
Un uomo finito se divide en seis partes. Cada una de ellas, como en una composición musical, parece corresponder a un estado de ánimo distinto, según las épocas que el autor nos narra: andante, appassionato, tempestoso, solenne, lentissimo, allegretto. Ya dije más arriba que por entonces Papini andaba aquejado por una enfermedad de altura: la enfermedad de la grandeza.
Señalaba, a este propósito, nuestro autor que creía ser el único espíritu sin prejuicios y sin anteojos, sin falsedad ni necedades en la cabeza; el único capaz de deshacer engaños y de arrojar lejos a los usurpadores, de desnudar toda cosa, toda idea de los velos de la rutina y del convencionalismo, de liberar la humanidad de todas las oprobiosas servidumbres mentales que la empastan.
Para Papini, «liberar» era tanto como ayudar a recuperar la libertad a aquellos que él mismo despreciaba por su situación opresiva y opresora. Así que, llegado a este punto de su vida, nuestro autor hizo como un balance de su existencia, que él calificaba de «errante del saber».
Dicen algunos comentaristas que la segunda parte de su libro probablemente recoge lo mejor de su reflexión: la parte más auténtica de su indagación interior. Papini había sufrido grandes y torturantes ambiciones, precipitadas renuncias, y no estaba dispuesto a seguir por este camino. Decía, citando a Miguel Ángel, que no surgía en él pensamiento alguno que no le trajera esculpida la muerte. No había tenido tiempo para el amor. O había sufrido desengaños, porque en aquel momento hablaba con desprecio de la donna. Mujeres se habían cruzado en su vida, pero no había surgido ninguna Beatriz. Pensaba que no tenía por qué lamentarse. Sus energías las había encauzado por otros caminos. Pero se sentía solo y desanimado.
Hoy este libro (Un uomo finito) puede ser leído como un importante testimonio de la cultura italiana en los años que coincidieron con la llegada del fascismo. Puede dar idea «de un cierto tipo de intelectual de la época, enfermo del espíritu de D´Anunzzio, turbado por la filosofía irracionalista del primer Novecento y animado por un ansia de rebelión a la que cuesta encontrar los canales adecuados para expresarse»[20].
Sin duda, en su etapa de juventud, el Papini ateo quería ser como Dios: un dios con pies de barro. Ya Nietzsche (en una de sus melopeas antiteístas) había dicho aquello de «si Dios existe, ¿por qué no puedo yo ser un dios?».
Estamos, pues, ante un romántico exaltado, con afanes de grandeza. Soñó con igualar a Miguel Ángel, del que escribiría, en 1949, una biografía (Vida de Miguel Ángel en la vida de su tiempo). Se trataba de una visión muy personal del genio italiano. Cuando escribió su Juicio final (1957), obra póstuma e inconclusa, pienso que estaba intentando medirse con el genio del Renacimiento. Lo que Miguel Ángel había hecho con los pinceles (recuérdense los frescos de la Sixtina), Papini intentaba hacerlo con la pluma en su libro Juicio final. No es que fuera fatuo o soberbio, no. Es que él se sentía obligado a rendir pleitesía a los grandes de su patria y a medirse o codearse con ellos. Era para él un problema de fidelidad y de conciencia.
Lo mismo había hecho, en 1933, con otro grande de la literatura italiana, del cual también hizo biografía: Dante Alighieri, gran creyente y grande entre los grandes por su Divina Comedia. De este libro decía Papini que quería ser «el libro de un hombre vivo sobre un hombre que, después de la muerte, no ha cesado jamás de vivir»[21].
Sin duda, Papini ayudó y seguirá ayudando a muchos a descubrir facetas personalísimas de los grandes escritores italianos y no italianos, muchos de ellos, ya clásicos[22].