Kitabı oku: «Los que van a morir te saludan», sayfa 2

Yazı tipi:

B. La crítica de la ingenuidad

Se me ha señalado que esta reserva frente a la teoría escondería una intención no muy sana. Según algunos, todo esto sólo sería epistemológicamente ingenuo pero políticamente muy funcional a determinados intereses. En palabras diferentes, las características que hemos señalado: la acentuación del empirismo, el eclecticismo metodológico, el uso del lenguaje del marxismo mínimo, etc., no serían sino manifestaciones de una posición política conciliadora, de ruptura con el marxismo y, para decirlo en términos fuertes, de traición a la clase obrera, cuestión que se explicaría simplemente como «natal» producto de la procedencia social de dicho conjunto de historiadores y de su misma condición de clase como grupo de intelectuales.

El «ateoricismo» no sería sino una particular forma de teoricismo, pero una forma ingenua y errada. Sería una opción que desea enmascararse como no opción. Sería la manifestación ingenua e implícita de la teoría del «neopositivismo» empirista en la historiografía chilena. Sería la tímida expresión de un quehacer real que practican muchos de estos historiadores, una teoría en sí que no ha llegado (o no ha querido llegar) a teoría para sí. Habría un conjunto de principios que se realizarían en la coherencia del quehacer, aunque dicho quehacer no estuviera aún conscientemente ilustrado por esos principios. En realidad estaría faltando quien sistematizara (y también quien desenmascarara) lo que la práctica ya está produciendo.

Una cuestión específica en que se manifestaría algo de estas opciones no confesadas ni tematizadas, sería el lenguaje que utiliza gente de esta generación. Por ejemplo, hablar de «pueblo» en vez de «clase obrera y sus aliados», hablar de «popular» en vez de «proletario». Hay conceptos, categorías y esquemas que son usados por este grupo y que conllevarían importantes fundamentos que delatarían toda una cultura pequeño-burguesa, aunque quienes los usen puedan considerarlos del todo inocuos.

C. El proyecto historiográfico de la generación

Dirán mañana algunos estudiosos: «Estos jóvenes historiadores creían que bastaba con saber datos, mostrándose incapaces de comprender el hilo de los acontecimientos». No hay tal, pues nunca creímos que bastara con conocer nombres, fechas, ocasiones, cantidades, aunque quizás no hayamos sido capaces, ni lo seamos más adelante, de comprender el sentido de los hechos. Además, ¿quién nos asegura que exista verdaderamente algún sentido en el acontecer? «No se dieron cuenta que el hecho, para sí mismo, de nada sirve». Sí, nos dimos cuenta de ello y también de otra cosa: que sin hechos no hay historiografía que valga.

Porque lo que nos interesaba, en definitiva, era llegar a saber cómo se había producido lo que todos creíamos imposible. El estudio del pasado debía entregarnos alguna clave, alguna respuesta, aunque fuera parcial. Nuestra tarea era entender a Chile desde su historia, tal como otros buscaban pistas en su formación económica o social, otros en su realidad política, otros en su cultura y sus gentes. Otros todavía prefirieron mirar hacia arriba, hacia Dios o el Zodíaco, esperando encontrar allí lo que el aquí no había querido decirles; la opción de estos últimos era todavía epistemológicamente más difícil o más incierta que la nuestra, pero como eran más ingenuos, la emprendieron con mayor confianza y tesón.

Deseábamos explicarnos las razones de ciertos acontecimientos a la vez que comprender lo que era, lo que había sido Chile; ambas cosas no constituían sino dos caras del mismo asunto: detectar las corrientes profundas y ocultas, descifrar las claves internas de ese desenvolvimiento hermético; auscultar las palpitaciones de ese cuerpo anfibio, acuático, visceral; descubrir las leyes de la oscuridad o del tercer día de la creación, para usar palabras de Keyserling; cómo habían sido los hombres del pasado, su vida, sus acciones; entender su existencia, compenetrarnos de sus actitudes, trabajos y creencias; comprender, compartir, hacerse uno, mimetizarse aunque sólo fuera por un momento (ideal y abstractamente); ser lo que se ha sido, querer lo que se ha querido.

Y todo esto para no creerse naciendo puramente el día que como individuos vinimos al mundo, para convencerse que somos herederos forzosos de muchas cosas de las que no nos liberaremos así no más; cosas con las que hay que aprender a convivir o, mejor dicho, a vivir y en lo posible a ser felices con ellas a cuestas. Cosas que no se pueden arrojar, porque no son cargas que se llevan sobre los hombros. Son nuestras mismas espaldas. Espaldas pesadas, hombros agotados pero sobre los cuales llevamos la cabeza y podemos así mirar más lejos.

Chile ha sido un país de masacres, como casi todos los otros, por lo demás. Se trata de entender eso y hacerse cargo. Para, en un sentido, no extrañarse, aunque paradójicamente no podamos ni debamos dejar de escandalizarnos. Si lo pensamos bien, si somos honestos, no podemos jamás dejar de escandalizarnos de nosotros mismos.

Podrá decirse mañana que, en cierta forma, a lo que aspirábamos era a una historiografía crítica, historiografía que fuera capaz de ir más allá de la escuela apologética o edificante, porque no era nuestro afán exaltar héroes ni acusar bandidos, no queríamos condenar el pasado a rajatabla ni sacralizarlo, diremos que más bien queríamos entenderlo: cómo, por qué. Y eso no porque pensáramos que, por el hecho de estar en el pasado, todos los seres humanos habían sido igualmente dignos. Claramente no. A Silva Renard podíamos considerarlo un asesino, pero lo importante no era ponerse a repetir «asesino, asesino, Silva Renard fue un asesino», sino más bien darnos cuenta cómo y por qué pudo serlo, cómo pudo materializarse tan funesta masacre, quiénes intervinieron y de qué modo, cómo fue que este militar gris pudo salir de su opacidad mediante un hecho de sangre de tal magnitud. Es decir, lo que deseábamos era develar nuestro ser, en la dimensión del haber sido, y mirarlo cara a cara, sin velos apologéticos ni pantallas panfletarias, sin rosas ni negros innecesarios. «Historiografía crítica» quería significar alzamiento de velos, desgarramiento de máscaras. Quería decir también conciencia de los propios límites.

Por cierto queríamos una historiografía que pudiera ser útil para nuestro presente; algo debíamos sacar de día, no era puro hobby, de alguna manera deseábamos una magistra vitae, pero no como Heródoto o Maquiavelo (la realidad es algo tan cambiante), sino de otro modo. Tal vez nos ayudaría a pensar, a cuestionar, a relativizar, a comprender, a construir el presente o el futuro. Ahora bien, el problema epistemológico de las mediaciones continuaba en pie: cómo transitar desde el saber al hacer o desde la historiografía a la historia.

Mitificar a Silva Renard o a Recabarren es a la postre igualmente pernicioso, pues lo nefasto no es exaltar a tal o cual sino el hecho simple de mistificar. Como afirma Paulo Freire: «no se libera con las armas de la domesticación».

III. ¿Qué ocurrió?

Hay una serie de precisiones a la pregunta básica: ¿Cómo ocurrieron los sucesos que culminaron en la masacre del 21 de diciembre de 1907?

1. La interrogación por los orígenes del movimiento es siempre fundamental: cómo se generó la huelga. Cómo fue posible que en tan corto tiempo se desatara y estructurara un movimiento de esas dimensiones; cuál era el contexto que se vivía y qué acontecimientos específicos se produjeron para gestar un proceso huelguístico tan decisivo. O planteadas las cosas desde otra perspectiva, cómo se ligaron esos dos tipos de elementos de que tantos hablan, los «objetivos» y los «subjetivos»; cómo fue posible que la desvalorización del peso y la consiguiente alza del costo de la vida se llegaran a transformar en catalizadores de una serie de otras reivindicaciones; cómo se desarrolló la campaña de agitación que llegó a cohesionar todo el malestar y a proponer la huelga como solución de aquello; qué factores específicos influyeron en los primeros acontecimientos; cuáles fueron los detonantes concretos del conflicto; qué personas o grupos estaban interesados en mover las cosas de ese modo y precisamente en ese momento; cómo se desarrolló la campaña llevada a cabo por la mancomunal; en qué consistía en ese entonces una campaña de agitación; qué medios de comunicación y qué instituciones participaban; qué fuerzas se ponían en movimiento.

2. Si la cuestión de los orígenes es importante, la del desarrollo del movimiento no lo es menos. Cómo se expandió o de qué manera se coordinó un movimiento que no apareció de modo cohesionado y simultáneo en toda la provincia de Tarapacá. Quiénes se encargaron de expandirlo, qué partidos, grupos ideológicos, organizaciones de trabajadores. Más en concreto, de qué modo los partidos burgueses, los anarquistas, la mancomunal y el Partido Demócrata coincidieron por sus acciones en la producción de una explosión y de una reacción en cadena de hechos que se transformaron en una paralización de prácticamente toda la provincia; cómo se realizó la unidad entre los operarios del puerto y los de la pampa; cómo se hizo aquélla entre los diversos gremios; cómo se movieron las comisiones de trabajadores que partieron en busca de solidaridad.

Por otra parte, cómo fue que los grupos políticos burgueses y organizaciones obreras pudieron coincidir en la gestación y desarrollo de este movimiento; cómo fue posible que diversas prácticas orientadas en sentidos muy opuestos produjeran un resultado único. Qué provecho político creían los liberales o radicales que podían sacarle a un movimiento de trabajadores y de qué modo este movimiento, en cuyo origen y primer desarrollo algunos sectores burgueses tuvieron cierta importancia, llegó muy pronto a independizarse y a adquirir un contenido clasista tan manifiesto. En qué momento el conflicto se decidió a bajar a Iquique; qué sentido y qué alcance se le atribuyó a ese hecho. El abandono de la faena y el abandono de la pampa fue tal vez simbólico: ir hasta lo último, pero qué quería decir, en ese caso, «ir hasta lo último».

3. Otra cuestión que parece fundamental es la pregunta acerca de la organización de los trabajadores, tanto en la institucionalidad que crearon como en las acciones que desempeñaron para llevar su cometido a buen fin.

Cómo fue organizada la existencia en el puerto de tantos miles y miles de huelguistas. Y en esa misma línea, cómo se coordinó el comité de huelga, la Intendencia, la Municipalidad y otras instituciones para permitir esa existencia; qué comisiones y grupos de trabajo se crearon y con qué objetivos específicos; cómo se llevó a cabo la repartición de la comida, cómo se alojaba, qué ocurría con la higiene.

Asimismo, es interesante saber cuál fue el petitorio de los obreros, cuál fue el conjunto de sus reivindicaciones, qué carácter poseían, cómo se priorizaban. Cuál fue el camino imaginado por los obreros para presentar dichas peticiones y lograr su realización. Qué rol cumplió el diálogo con patrones y autoridades; cuál fue la dinámica que quisieron darle a esas conversaciones.

Cuál fue la concepción que los trabajadores tuvieron de la huelga en que se embarcaron: de qué modo se llegó a concebirla como solución última antes de romper definitivamente con el «pacto laboral» y abandonar no sólo las faenas sino incluso la región salitrera en busca de mejores horizontes; de qué manera esta huelga se ligó a la lucha reivindicativa para no transformarse en ningún momento en huelga revolucionaria, habiendo miles y miles de obreros en Iquique y teniendo claramente la ciudad (y la provincia) en sus manos. Abundando sobre lo mismo, ¿concebían la huelga de la misma forma los demócratas y los ácratas? ¿Tenían unos un planteamiento reformista por oposición a uno de corte revolucionario de los otros? Siendo fundamentalmente los ácratas quienes dirigían el movimiento, cómo fue que no lograron imprimirle el sello de sus tradicionales proclamas; y, por último, ¿puede realmente decirse que los ácratas tarapaqueños tuvieran siquiera intención de orientar la huelga en un sentido diferente, más radical, al de los mancomunales o demócratas?

Enfrentando el asunto desde otro punto de vista: cuál fue la actitud o la línea seguida por los diversos grupos político-ideológicos en que se dividía y expresaba el movimiento popular; cómo se comprenden las acciones obreras en relación a la cultura del trabajador nortino de esa época y, más específicamente, en relación a la cultura de las organizaciones de trabajadores de comienzos de siglo; cómo puede caracterizarse una «cultura obrera ilustrada», cómo opera esta en el trasfondo de un conjunto de decisiones que los dirigentes del movimiento fueron tomando.

Puede irse aun más allá y preguntar por el nivel de identidad como clase-para-sí que alcanzaron los trabajadores en su lucha, la organización que se dieron y el movimiento global que emprendieron, ¿fue con finalidades estrictamente reivindicativas o apuntó hacia la transformación global de la sociedad?

4. Así como nos hemos preguntado por las acciones, actitudes o concepciones de los trabajadores, es necesario preguntarse también por las que asumieron los patrones: en el marco de qué proyecto y de qué concepciones fue que consideraron la huelga? ¿Actuaron y pensaron en este sentido todos del mismo modo? ¿Hubo un planteamiento general de su parte como grupo o como clase? ¿Qué rol le cupo a la Combinación Salitrera? ¿Cuál fue la manera como coordinaron un plan de actividades que contemplaba tanto una política frente a los operarios, una frente a la opinión pública y una frente al Estado (autoridades civiles y militares)? El hecho de que el Estado terminara por identificarse con las ideas y políticas de la parte patronal, ¿fue o no obra de esta última?

5. Un tercer actor decisivo en este conflicto fue la autoridad o el Estado. Qué papel quiso jugar y cuál jugó de hecho la autoridad; cómo actuaron intendentes, gobernadores, subdelegados, jefes de tropa, etc. Cómo fue posible que se trabajara inicialmente con la idea de un Estado árbitro contemporizador para pasar luego a la de un Estado represivo, brazo armado de la clase patronal; qué acontecimientos ocurrieron entretanto para que se diera ese paso; hasta qué punto la firmeza de las actitudes obreras fue lo que generó o aceleró esa evolución. Qué institucionalidad forjó la autoridad con el objetivo de cumplir su rol arbitral y asistencial. Qué ligazón existió entre lo civil y lo militar.

6. Entretanto, qué ocurrió con la ciudad de Iquique, qué ocurrió con ese complejo urbanístico-cultural que era la capital de la provincia de Tarapacá, cómo enfrentaron el conflicto sus habitantes. ¿La cotidianidad fue o no alterada? El comercio, los servicios, los espectáculos y las costumbres hasta qué punto se vieron trastornados y cómo incidió esto en el desenvolvimiento y desenlace de la huelga; ¿el hecho mismo de los trastornos se constituyó o no en buen terreno para fomentar la animadversión frente a los huelguistas y para desatar el pánico? En otros términos, ¿significó la huelga general para la población un hecho político que la decidiera en vistas a alguna acción, o fue más bien percibida como fatal catástrofe natural ante la cual era necesario adaptarse? O incluso: no siendo la población un todo homogéneo, ¿hasta qué punto fue solidaria o enemiga del movimiento? ¿Hubo pánico, apoyo, expectativa o indiferencia? ¿Constituyéronse o no grupos de vecinos con algún sentido, como comerciantes, bomberos, guardias blancas, personalidades o clero? Por otra parte, ¿llegó el trastorno de la cotidianidad a transformarse en alteración del orden público? ¿En qué medida las actividades propias de un movimiento de masas (grupos, mitines, aglomeraciones, marchas) llegaron a ser algo que produjera cambios o acciones en la población?

7. Cómo sucedió la masacre, es la última pregunta. De qué manera se fueron precipitando los postreros acontecimientos, cómo se fueron endureciendo las posiciones, quiénes fueron los protagonistas de las últimas acciones y qué papel, papeles o papelones, les tocó desempeñar. Cómo se armó una campaña de desprestigio de los huelguistas y de atemorización colectiva, en qué forma se generó ese pánico que en último momento iba a justificar la masacre, qué conjunto de factores se confabularon para que pudiera decidirse disparar sobre una masa pacífica; cómo se ligaron tres elementos que parecen esenciales: el perjuicio para los intereses de los capitalistas y del erario, el temor frente al obrero como bárbaro peligroso, y el empecinamiento de los trabajadores por permanecer en la escuela desobedeciendo la orden de la autoridad. Por otra parte, cómo enfrentaron los trabajadores los hechos que se les venían encima: las ordenanzas y las represiones previas con que la autoridad pretendió solucionar a última hora un movimiento que se le escapaba de las manos; cómo enfrentaron la presencia violenta de un ejército puesto frente a ellos. Asimismo, de qué forma actuaron los jefes militares y demás personas que en la tarde del 21 parlamentaron con los huelguistas. Para qué se decidió dispararles y cómo se les masacró.

En todo caso, la pregunta central es la siguiente: ¿de qué manera se fueron produciendo los hechos y en qué forma se fueron encadenando unos con otros? Por ello, la respuesta es narrativa y obviamente se estructura temporalmente.

Algunas de las interrogantes que hemos planteado quedarán seguramente sin solución en el relato. Peor habría sido, sin embargo, ni siquiera habérselas formulado.

Segunda parte
IV. La ciencia y la concientización
A. Las demarcaciones

Interesa demarcar, fijar un criterio de demarcación entre lo científico y lo concientizante. Esto es importante al interior del quehacer historiográfico y del quehacer intelectual en general. La dimensión científica y la concientizante son diferentes, pero no pueden, sin embargo, concebirse cabalmente separadas, aunque en cada una de ellas impere un tipo de «lógica» distinto, aunque sean quehaceres intelectuales de distinto (no opuesto) signo, aunque el «interés» que las anime no sea el mismo. La ciencia apunta a conocer; la concientización, en cambio, a bien vivir.

Pero concientización debe también ser demarcada de técnica. La técnica apunta al actuar operativo; la concientización, al vivir «ilustrado» y feliz. La relación de la ciencia –y del saber en general– con la técnica es de otro carácter que aquella que existe entre la concientización y la existencia. Saber «operativo» para la transformación, saber «prudencial» para una existencia libre, consciente y grata. La dimensión concientizante no apunta a manipular la realidad, no es fáustica, no es similar a la técnica. Es, en todo caso, más bien la plasmación o constitución de un marco en el cual la inteligencia pueda pensar la cuestión de la acción; marco que puede entregar criterio, prudencia o puntos de referencia a la acción, pero que no puede, como desea en buena medida el quehacer científico (aunque no todo saber científico en igual medida ni de igual manera), convertirse en materia prima o en fundamento de la técnica.

Hay que distinguir también lo que es la dimensión concientizante al interior del quehacer intelectual de lo que es la concientización como proceso existencial.

B. La concientización como proceso existencial

Por cierto, cuando hablamos de «concientización» estamos utilizando un concepto multívoco, estamos usando una palabra que tiene un historial corto pero contundente y cuyas resonancias van a pesar. Estamos echando mano a un término que ha dado mucho y todavía puede dar mucho de sí mismo; ha sido este término, a la vez, una invención y un descubrimiento.

Se ha identificado «concientización» con «bien». Ser concientizado o concientizarse es algo bue no, es mejor que no serlo o no hacerlo. Esto no puede ser puesto en cuestión, se trata de una virtud, no de un defecto. Sin embargo, hay que tener cuidado de identificar este proceso existencial (digo existencial en tanto que no es del intelecto puro) con la forma vulgar de la politización o del compromiso revolucionario. Concientizarse no es comprometerse en una línea de acción x, fundada en una teoría política z. Concientizarse es ser capaz de criticar y criticarse, preguntarse por el sentido de las cosas y de la propia existencia, tomar decisiones, informarse, buscar, no dejarse llevar sin consultar alternativas y sin decidir, no tragarse opiniones ni comulgar con ruedas de carreta, buscar la verdad y el error, tener afán de conocer y de actuar eficiente y correctamente. En otras palabras, hacerse sujeto.

Concientizarse es tratar de constituirse en sujeto, en consciente de la propia existencia y de la historia. Concientizarse es estar en condiciones de ejercer una opción de manera informada y consciente, no es optar por tal o cual alternativa. Por ello, no depende de la concientización el optar por la alternativa mejor técnica o moralmente. Sólo podría decirse ello de una concientización absoluta: de un ser humano omnisciente y bueno.

₺403,82

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
313 s. 39 illüstrasyon
ISBN:
9789560013101
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre