Kitabı oku: «Los que van a morir te saludan», sayfa 4
Tercera parte
VIII. Para qué ocuparse de una masacre
Para qué ocuparse de una masacre. ¿No hay ya muerte suficiente en la realidad para que los libros deban también empaparse de ella? ¿No corrió bastante sangre en los patios, aulas y pasillos de la Escuela Domingo Santa María y en todas las calles del mundo? ¿Para qué vengarnos a manchar también de rojo los escritos? ¿No sería mejor narrar la historia de la belleza: la historia de la pintura o de la música o de las mujeres? Y todo esto no por un afán malintencionado de ocultar u olvidar, sino por un sano espíritu de compensación: defenderse de la fealdad de las cosas con la belleza de los libros. En definitiva, para qué autoflagelarse con más muerte. Hagamos mejor la historiografía de la vida y del amor. Otros más lanzados irán todavía más allá: no hagamos historiografía en absoluto, hagamos el amor y la vida simplemente, no sublimemos en la mente lo que debemos llevar a cabo en las cosas.
Bueno, lectores, difícil sería no estar grosso modo de acuerdo con todo eso. Pero tampoco se olviden que el 21 de diciembre de 1907 en Iquique se escribió en pequeño, con un pantógrafo defectuoso, lo que aparecería impreso en grandes letras que horrorizarían al mundo, en este largo y angosto lienzo, la mañana del 11 de septiembre de 1973. Más o menos los mismos contendientes, más o menos el mismo resultado, más o menos las mismas muertes, más o menos la misma vergüenza, pero ahora todo a escala gigantesca.
IX. El sentido del concepto ciencia en Chile
Constatar que, en el último siglo, en Chile, tanto como fruto del extendido positivismo como del extendido marxismo, se ha realizado una sinonimia entre «ciencia» y «verdad», parece una cuestión interesante. La oposición a la metafísica y a la superstición, primero, y a la ideología, después, constituyeron a la palabra «ciencia» en una voz nimbada de un elemento sacro, mítico y legitimador. Autodesignarse como parte de la ciencia o de lo científico se hizo idéntico a considerarse como parte de los buenos y de los ilustrados.
Es cierto que en el último decenio, en que el escepticismo ha ido ganando terreno, hablar de ciencia –especialmente en las disciplinas sociales– ha ido teniendo ya diferentes connotaciones: primero se ha dudado, luego se ha mirado como a un ingenuo, por último algunos han considerado como digno de compasión a quien se ha permitido usar esa palabra arcaica, resabio de tiempos quizás más jóvenes y felices, en todo caso menos cuerdos y resignados. Hoy por hoy es palabra muy peliaguda; quien diga «ciencia» puede pasar al mismo tiempo por incauto y por dogmático; una y otra cosa, porque se sigue pensando que cuando alguien usa el término está queriendo decir «verdad indiscutible».
Escépticos ingenuos, incapaces de hacer la crítica radical de los fundamentos del propio escepticismo y de rehacer consecuentemente un proyecto epistemológico viable que se asiente sobre la crítica de la crítica y sobre los fundamentos últimos (sobre lo necesario) más allá de los cuales el pensamiento no puede ir. Platones incapaces de remontar la pendiente de la caverna, encerrados en la ironía y cerrados a la mayéutíca, enceguecidos por la luz y resignados al universo de las siluetas sombrías, satisfechos de su fatua comodidad gnoseológica.
Para emerger de la caverna –que es simultáneamente pantano enterroso– para relanzar la reflexión, quizás la única forma es replantear en otros términos la cuestión de la ciencia y, más en general, la cuestión epistemológica. Salir de la antinomia ciencia-verdadera versus metafísica ideológica, es salir de la aporía. Recibir del escepticismo todo lo que puede dar y exigirle que se trascienda a sí mismo en la negación dialéctica que culmina en el cogito cartesiano (ontológicamente), en el principio de no contradicción (lógicamente), en la sensación de mejor y peor (existencialmente).
Me parece que Popper y Habermas han sido capaces de colocar la discusión en otro plano. Es interesante y puede ser útil considerarlo. Ahora bien, qué significa ubicar el problema epistemológico en otro plano; cuáles son los aportes que en tal sentido habrían realizado Popper y Habermas.
X. El desprestigio de la ciencia
La antinomia ciencia-verdadera versus metafísica-ideológica, antinomia que pasó de la filosofía a la política, identificándose los polos con liberación y dominación, está envenenando el quehacer académico de nuestro país; está envenenando al menos las ciencias sociales y las humanidades.
Si ya la oposición en su cuna filosófica era muy discutible, en el tránsito hacia su consideración y manipuleo político se hizo nefasta. Eso sí fue origen de ingenuidad y dogmatismo. Por otra parte, el opuesto escepticismo se ha hecho fuente, no de docta, sino de pedante ignorancia.
Se hace necesario emprender una indagación «arqueológica» capaz de desentrañar los orígenes y la evolución de la idea de ciencia en la intelectualidad chilena y no solamente como plasmada en escritos, muchas veces producto de influencias extranjeras, sino más bien como idea plasmada en una mentalidad colectiva; idea que se hizo proyecto y arma de combate. Ir en dicha investigación descubriendo de qué manera y hasta qué punto se produjo la simbiosis de un proyecto de conocimiento y de un proyecto de transformación social y cómo de este modo la lucha política cotidiana fue forzando y corrompiendo (aunque asimismo vivificando) el proyecto epistemológico.
La palabra «ciencia» se desvirtuó, fue mosqueada por un manoseo demasiado libertino, fue prostituida sin llegar a ser totalmente profanada, fue convertida en una meretriz sagrada. Lo político devoró en los hechos a las ciencias sociales, o tal vez no fue así, no las devoró, porque jamás las dejó ser; no les permitió autonomía ni adultez, manteniéndolas siempre niñas prisioneras, siervas obedientes a sus designios.
XI. El proyecto científico
El primero de los factores que han constituido la transformación del concepto ciencia de su acepción decimonónica a la que posee la filosofía contemporánea, es la ruptura con su carácter metafísico para transformarse simplemente en concepto epistemológico. «Ciencia» deja de identificarse con destino superior de la humanidad.
El segundo es la comprensión del quehacer científico formando parte de un marco existencial más amplio y por tanto su coparticipación con los intereses que mueven al ser humano. Esto en un doble sentido: epistemológicamente, los intereses del conocimiento; sociológicamente, los intereses materiales que orientan el quehacer de los científicos.
El tercero es que no se pretende ya más que la actividad científica sea dadora de sentido, sino que solamente procedimiento de investigación y búsqueda de conocimientos útiles.
El cuarto es la desidentificación entre «ciencia» y «verdad»; la identificación en cambio de lo científico con lo refutable a partir de lo empírico.
El quinto es que ni el concepto ni el quehacer científico se oponen a ilusión o prejuicio o superstición o ideología sino más bien se diferencian de filosofía, humanidades, disciplinas formales, literatura.
Pero estoy únicamente entregando elementos marcantes; ello no quiere decir que todas las ramas científicas hayan logrado, ni puedan lograr, el mismo nivel de constitución. Tampoco quiere decir que no exista un determinado enaltecimiento de la ciencia como el mejor método para adquirir conocimientos y que no se crea, muy a menudo, que las sociedades del futuro basarán sus decisiones sólo en consideraciones de carácter científico y más aún que su organización misma será una suerte de metáfora de lo que es la metodología científica.
Eduardo Devés, 1986.
1 Augusto Salazar Bondy, Qué es y cómo funciona la concientización (Lima: Causachun, 1975), 86.
2 Jean Ladriere, El reto de la racionalidad, (Salamanca: Sígueme), 23.
3 Esto es particularmente relevante para la historiografía política. Muchos rechazan el positivismo pues se abordan temas donde lo empírico ciertamente no es todo, pero, por otra parte, los investigadores dan a sus conclusiones valor de dogmas, pues son frecuentemente coherentes con sus intereses de grupo o partido.
Los que van a morir te saludan
Historia de una masacre.
Escuela Santa María, Iquique, 1907
Desde varios años atrás la zona del salitre (pampa y costa) venía siendo fuente de conflictos en la República que se acercaba al centenario. La cuestión social allí seguía una dinámica relevante por su nitidez y su fuerza. La acción de las mancomunales, en particular la de Iquique desde 1901, de los centros de estudio anarquistas, del Partido Demócrata, no eran simplemente en vano. Se desarrollaban estas organizaciones en un feraz caldo de cultivo; su labor hacía hervir este caldo con mayor intensidad. La creación de periódicos, de centros de atención médica, de cooperativas, de escuelas, de grupos culturales; su penetración en las filarmónicas, en las organizaciones mutuales, en las municipalidades; la presencia en los centros de trabajo, su permanente agitación de las masas, la edición de folletos explicativos, son maneras todas de ir creando un espacio y ocupando un lugar, de ir mostrando un camino y haciéndose guías de un movimiento que estaba allí, pero que no sabía claramente hacia dónde rumbear.
Esta perpetua agitación, la toma de conciencia por parte de grandes grupos obreros en la posibilidad de reclamar mejores condiciones de vida y trabajo, la insistente baja del peso respecto a la libra esterlina, cosa que encarecía ciertos productos de consumo –disminuyendo el valor real de los salarios–, la paulatina maduración de una mentalidad proletaria de orfandad y de poder, la exasperación en una existencia odiosa por lo sufrida y lo mentida, todas estas cuestiones, decimos, iban a confabularse a fines de 1907, dando forma a una coyuntura favorable a la unidad y a la protesta de gremios, oficinas y regiones; mítines, reclamos y huelgas.
Tres son, por lo menos, las fuentes de tensión que agitaban la provincia de Tarapacá a fines de 1907. La devaluación progresiva del peso –con los consiguientes desequilibrios– parece ser la más importante causal de un malestar colectivo que todos los grupos trataron de descargar sobre el Gobierno. La agudización de las contradicciones entre operarios y patrones, como producto de la pérdida del poder adquisitivo y la reivindicación de mejoras salariales, es una segunda tensión que se manifestó quizás de modo más claro. La pugna específicamente política entre gobiernistas y opositores, la lucha por el poder y los puestos públicos, es la tercera dimensión de este escenario. Descontento e inseguridad por la debilidad de la moneda, agudización de contradicciones de clase y lucha política son las tres dimensiones que enmasan los sucesos que se iban a vivir y que nos hemos propuesto narrar.
Capítulo primero Comienzos de diciembre
Recuerda uno de los protagonistas
Que a la oficina San Lorenzo entró a trabajar con Ernesto Araya, mecánico de la máquina, y cuya madre era amiga de la suya. Que le pagaban tres pesos sesenta al día y que aparte del trabajo normal frecuentemente ganaba algunos pesos extras en trabajos especiales. Que las comidas por lo general las hacía en la cantina que tenían las señoritas Oyanedel, apodadas «Las Coquimbo». Que estas señoritas eran el alma y los pilares fundamentales de las fiestas de los domingos y de los bailes que organizaba la filarmónica. Que un día un compañero lo invitó a una reunión de la dicha filarmónica. Que se puso su mejor traje, cuello duro y corbata, y allí concurrió. Que en la sesión renunció el presidente y se les ocurrió elegirlo a él para reemplazarlo. Que la filarmónica era un centro social para estimular entre los pampinos el deporte, el baile y las representaciones teatrales. Que todo se desarrollaba en un ambiente tranquilo, ordenado y respetuoso y jamás se vieron peleas, borracheras o cosas parecidas. Que también se incorporó al cuadro artístico que funcionaba en la oficina San Lorenzo y que por esos días estaba preparándose el estreno de la obra cómica nacional Don Lucas Gómez, de Mateo Martínez Quevedo. Que la obra se ensayaba en la casa de la familia Bazán, porque la niña de la casa, Zoila, desempeñaba uno de los papeles principales. Que esta Zoila era una morena atrayente, muy viva, con unos ojos negros que desde el principio le gustaron mucho; que ella se expresaba con facilidad, tocaba el piano, la guitarra, el acordeón y el arpa. Que él hacía el papel de don Lucas en la obra, por lo cual tenía que estar casi siempre junto a la damita en ensayos y reuniones. Que primero se hicieron amigos y luego esta amistad se transformó en romance amoroso, el primero de su vida, y le costó muchos desvelos. Que el ocho de diciembre se representó Don Lucas en el local de la filarmónica y el éxito fue tan grande que se pidió repetición.
El Pueblo Obrero del 12-12-1907 informaba que en San Lorenzo: «El sábado 7 del presente, tuvo lugar en el Club Filarmónico la primera representación del Círculo Dramático de esta oficina compuesto por un grupo de entusiastas jóvenes y señoritas. Representaron el juguete cómico Aló Aló y la chistosa comedia nacional Lucas Gómez y en los intermedios varias coplas cantadas por los señores J. Vera y E. Lafertte, quienes fueron muy aplaudidos».
A los pocos días de estas representaciones, contaría años después el actor y cantor de coplas,
en la noche del 10, sonó por tres veces el pito que despertaba al mecánico y a su ayudante. Que Ernesto Araya se despertó y acudió al llamado. Que él continuó durmiendo y a la mañana siguiente lo recibieron con la noticia de que había estallado la huelga. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Quién había declarado esa huelga? Que todo se había hecho tan silenciosamente que para muchos, y entre ellos él, la noticia constituyó una verdadera sorpresa, ¿A qué se debía la huelga? Que mientras él trabajó en la maestranza del ferrocarril salitrero, había visto que su salario subía y bajaba de acuerdo a las fluctuaciones del cambio. Que el régimen de pagos en la pampa era muy distinto, que allí se trabajaba a trato, por pieza o por salario fijo. Que el cambio había bajado de 18 a 7 peniques y, en consecuencia, muchos artículos y especialmente la ropa y los alimentos subieron de precio, en algunos casos casi el doble. Que había miseria y hambre en la pampa. Que el movimiento reivindicativo había sido subterráneo, porque no había entonces organizaciones sindicales que pudieran asumir la representación de los trabajadores. Que en la oficina San Lorenzo lo dirigían los hermanos Ruiz, los que mayor inquietud revolucionaria sentían, que estos en Tocopilla habían escuchado los discursos de Recabarren y que luchaban por los derechos de los trabajadores4.
Efervescencia a comienzos de diciembre
Una efervescencia mayor que la usual, aunque nada pudiere inducir a los tarapaqueños a presagiar en qué culminaría, fue la que se notó a comienzos de diciembre del año 1907. Iban ocurriendo una serie de acontecimientos que para una mirada novata parecían piezas incoherentes de un puzzle que con el correr del tiempo iría configurándose.
Ya durante el mes de noviembre, distintos grupos de trabajadores habían realizado peticiones tendientes a mejorar sus salarios; los resultados de esas gestiones habían sido diversos. Por otra parte, señalaría años más tarde el periodista iquiqueño Luis Araya Moreno5, en los primeros días de diciembre llamó la atención que recorrieran los centros salitreros «determinados individuos muy conocidos por su carácter subversivo y amigos de provocar siempre entre los obreros situaciones difíciles». Destacó asimismo que el día 3, en el pueblo de San Antonio «se había celebrado una reunión en casa de un joven político de la localidad». A dicha reunión habían concurrido algunos obreros de distintas oficinas, entre las cuales se encontraban Argentina, Cataluña, Esmeralda, San Agustín y San Lorenzo (la primera en declarar la huelga); también habían estado presentes «dos o tres personajes políticos de Iquique». Según el mismo Araya, el resultado de la reunión fue que los personajes en cuestión «se comprometían a prestigiar ante las autoridades un movimiento huelguista que se preparaba, siempre que los obreros se prestaran a hacer una colosal manifestación de protesta contra el Senado y en especial contra el senador señor José Elías Balmaceda». Concluyó que la consecuencia de lo que se acordó en dicha reunión fue el mitin celebrado en Zapiga el día 15, pero que «allí la combinación se frustró», porque los miembros del comité directivo del mitin supieron a tiempo que el periodista don Óscar Sepúlveda era el encargado de encender la mecha. En esta misma línea se encuentran las palabras del propio senador Balmaceda, quien señaló, algún tiempo después, que los sucesos de Iquique habían tenido su origen en un mitin de protesta contra el Senado.
Sin embargo, esta encadenación de los hechos parece rara y, a la luz de otros acontecimientos, parece incluso contradictoria. ¿Cómo puede ser posible que los organizadores de un evento no conozcan los fines con que este ha sido planificado? Tendríamos que pensar que se trataba de simples monigotes que actuaban por cuenta de terceros; pero de haber sido así no habrían querido ni podido frustrar los designios de sus mentores. Seguramente resulta más razonable pensar que el mitin no se planificó realmente con los objetivos supuestos por el periodista Araya, sino que simplemente se quiso utilizarlo para ellos. Esta última interpretación puede reforzarse aun con la constatación del mismo diario La Patria, del cual en ese momento Araya Moreno era redactor, y que no podía estar en connivencia con los enemigos de don Elías por ser periódico defensor de los ideales democráticos y liberales como declaraba –en otras palabras, por ser un periódico balmacedista– y traía en sus páginas el siguiente comunicado de invitación:
«Mitin en Zapiga. La protesta del pueblo. En la pampa circula la siguiente invitación: El comité organizado en Zapiga entre vecinos comerciantes y trabajadores, ha acordado convocar a una gran reunión o comicio público para el día domingo 15 de diciembre a las dos de la tarde en la plaza de Zapiga a todo el pueblo y trabajadores de las oficinas, a fin de pedir al Supremo Gobierno, arbitre medidas tendientes a mejorar la situación actual del cambio, situación que hace insostenible la vida y reclama pronto remedio del Gobierno nacional. Así pues viéndose los sitos fines del mitin, el comité organizador no duda de que el pueblo en masa ha de concurrir al gran comicio público en ese día. El Comité Organizador».
Habríanse unificado obreros y políticos; a unos y otros interesaba manifestar, a los unos contra la carestía de la vida, a los otros contra quienes detentaban puestos o poderes. El impuesto al ganado argentino puede haber sido un buen punto en el que confluían ambos intereses; protesta contra el impuesto vehiculizaba ambos afanes; era un enemigo suficientemente determinado y claro contra el cual luchar, a la vez que permitía proyectarse más allá de él; a los unos contra la burguesía especuladora, a los otros contra el balmacedismo: el municipio y la senaturía; a otros todavía contra un gobierno de autoproclamados regeneradores y de reales ineptos. Ahora bien, ¿quiénes eran más específicamente los gestores de todo este movimiento?
Los «subversivos» a que se aludió pueden haber sido algunos ácratas; el agitador Luis Olea6 en particular, se encontraba por esa fecha promoviendo la organización de una cooperativa periodística que serviría como base para la publicación de un diario obrero7. Sin embargo, es posible también que se tratara de unos mancomunales que hubieran subido con fines de agitación u otros, cuyo viaje por la coincidencia pudiera ser visto como causal de los posteriores acontecimientos. Por otro lado, José Santos Morales, uno de los organizadores del mitin de Zapiga, era vendedor viajero y puede haberse encontrado en la zona de San Antonio por esos días. También se trasladaron a la pampa, aunque al parecer no a la zona en cuestión, representantes del periódico demócrata El Pueblo Obrero, con el objetivo de cobrar suscripciones y lograr otras nuevas. Es decir, no se sabe exactamente de quiénes habla Araya. Sin embargo, es altamente probable que por esas fechas anduvieran en el cantón de San Antonio distintas personas que podían ser gestoras de un movimiento huelguístico.
Los políticos tendrían que ser, de acuerdo a lo visto, gentes cercanas al gobierno, a la Alianza Liberal, capaces de prestigiar un movimiento de esas características ante las autoridades de la provincia e interesadas a su vez en desprestigiar al senador Balmaceda. No es menos cierto, si miramos las cosas a cabalidad, que estos sucesos también podían transformarse en un peligro para los gobiernistas, en tal sentido eran arma de doble filo, ubicable también por los políticos de oposición. El Trabajo decía, aun el día 18 en plena huelga, que los únicos deseosos de fomentar el conflicto eran los balmacedistas: a ellos lo que importa son las asambleas políticas tendientes a alabar a don Elías o a los diputados por la provincia, y no los intereses de los obreros, pues su objetivo es entorpecer la labor del ejecutivo, atacándolo constantemente.
En Iquique, paralelamente, de manera independiente o concertada, no lo sabemos aún, venían sucediéndose acontecimientos relevantes. El día 4, en el local de la Sociedad Combinación Mancomunal de Obreros, se dictó una conferencia acerca de un tema de máxima contingencia: la situación actual y la crisis económica. Es de señalar a este respecto que la prensa iquiqueña estaba insistiendo muy seguido en la fuerte devaluación que iba sufriendo el peso y la consiguiente alza de los bienes de consumo; en particular se destacaba:
«El caso de la carne, el hielo, de los calamorros y el pan, cuyo tamaño y peso iba disminuyendo día a día, tanto así que ayer hemos visto un pan del precio de 10 centavos, que apenas sería un poco más grande que el que se vendía antes a 2 centavos y medio; así, parece que todas las panaderías caminaran a un mismo fin, a un resultado bastante práctico para ellas; el reducir este artículo y suministrarlo a los clientes en forma de obleas; bueno es el negocio... pero no en tanta escala».
El tema de la carne, y en particular el de su carestía, recordarán los lectores, era cuestión de vital importancia; era lo que había suscitado los levantamientos populares de la «semana roja», de octubre de 1905, en que las clases laboriosas prácticamente se apoderaron de la ciudad de Santiago: reclamaron, apedrearon, saquearon y más tarde pagaron su osadía con muertos y heridos. En esa época el pueblo comía bastante más carne que ahora: la libra costaba aproximadamente 1 peso y el salario al día de un operario era alrededor de 5 pesos, poco más o menos según las regiones y las ocupaciones. Por esa fecha estaba además en discusión en el Senado el proyecto de abolición del impuesto al ganado argentino, cuestión en la que el señor Balmaceda algo tenía que decir, pues además de ser representante de la provincia de Tarapacá ante la cámara alta, era importante ganadero.
Retomamos el hilo de nuestra narración: lo que ocurría en Iquique en los primeros días de diciembre. El día 4 se declararon en huelga, «a causa del incumplimiento de un compromiso de alza de salarios»8, más de 300 trabajadores del ferrocarril salitrero a los que se había prometido un reajuste a razón de 16 peniques. Sin embargo, decía otra fuente, avisado de lo ocurrido el señor Nichols, gerente de esa empresa, se vino a Iquique en un tren especial e hizo saber, a la comisión nombrada por los operarios, que hoy a las dos de la tarde se les contestaría y que todos salieran a trabajar. Se acordó, por parte de la empresa, pagar a todo el personal al cambio de 16 peniques y, en consecuencia, el día 5 se reanudaron las faenas como de ordinario9. Sabemos también, por la prensa de esos días, que el mismo jueves los trabajadores del ferrocarril urbano y cocheros declararon por su parte la huelga10. Pero no fue este último un movimiento unánime de quienes operaban en dichos servicios, pues Guillermo Rodríguez fue conducido preso por ser el instigador de la huelga, oponiéndose a que algunos cocheros siguieran trabajando; pues a Juan Cayo, quien era cochero de la misma empresa, lo pasaron al juzgado por cometer desórdenes e incitar a los demás empleados a que no continuaran en sus ocupaciones; pues a Adelina Cuba cosa semejante le ocurrió por arrojarle una piedra a Pedro N. Marcoleta, yendo esta a pegarle a un agente de pesquizal11. A estos trabajadores se les contestó, a diferencia de aquellos del ferrocarril salitrero, que «la empresa no estaba en condiciones de aumentar un solo centavo y que, en todo caso, prefería parar el tráfico»12. La Patria comentaba a continuación que la policía, inspirándose en el bien del público, desempeñó su cometido, pues protegió a los cocheros que deseaban trabajar en vez de tomar parte en el movimiento, y concluyó que debido a esta oportuna medida el tráfico se restableció muy luego y el público ni siquiera se dio cuenta de ese movimiento.
Ese mismo día, los trabajadores de playa y bahía pidieron alza de sueldos en igual proporción a la que se les daba supuestamente a los del ferrocarril salitrero, es decir, a una equivalencia de 16 peniques. En carta al gerente de la casa Gibbs del 06-12-07, los trabajadores representados por R. Villalobos decían que
«por estimar el pago de salarios al tipo de 16 peniques con que ya han remunerado a los operarios de muchas instituciones del Estado y particulares, pedimos de una vez por todas pedimos (sic) que desde el lunes 9 del presente nuestros servicios sean abonados al tipo de 16 peniques ateniéndose a la misma forma como convino el día de ayer para sus operarios el ferrocarril salitrero de esta provincia para saber si el día indicado podemos trabajar a los señores embarcadores al pago que solicitamos».
Al no ser aceptadas las peticiones hechas por trabajadores de playa y bahía, estos entraron en la huelga el día 9, ingreso que fue sumamente celebrado por el periódico de los demócratas de Iquique, al que causó gran entusiasmo, como puede percibirse por sus palabras: que en dicha ciudad el pueblo dejaba ya sus feminiles clamores y asumía la varonil actitud que le correspondía en presencia del cataclismo financiero que se estaba atravesando.
En los días que mediaron entre el 5 y el 10 de diciembre, otra serie de hechos de tenor semejante se fue produciendo y para muestra reproducimos una elocuente columna de El Pueblo Obrero: «El miércoles 11, El Tarapacá bajo el título “La huelga”, explicaba que hasta ese día proseguía en calma el movimiento iniciado a fines de la semana anterior». A continuación, acotaba que lentamente había ido cundiendo, tomando cuerpo y pasando de uno a otro establecimiento y fábrica, encontrando en casi todas partes acogida favorable, concediéndose a los obreros lo que había estado de acuerdo con los recursos de los patrones. Informaba asimismo, que era cosa sabida que algunos operarios de panaderías habían solicitado de sus empleadores que les fueran aumentados los salarios en un 20%; en ciertos establecimientos la petición había sido aceptada, motivo por el cual no se había hecho sentir hasta el momento la falta de ese producto.
El día 12, el mismo periódico informaba que la huelga de los trabajadores de ribera permanecía estacionaria, en la medida que nada se había avanzado en el sentido de llegar a un arreglo entre patrones y operarios. Simultáneamente con el congelamiento de dicha huelga, ponía al cabo a sus lectores de que «para el martes de la próxima semana se espera el estreno en la plaza Montt, en una espaciosa carpa, de una compañía de circo organizada por el conocido campeón Zobarán, quien para el objeto ha reunido a algunas familias de otras compañías que se han quedado en este puerto y ha contratado varios artistas en el sur. Contará dicho circo con dos monos, 7 perros y otros animales sabios», que muy presumiblemente no serían elefantes ni camellos ni menos aún tigres de Bengala.
La Escuela Santa María se hallaba a un costado de la misma plaza.
Parece, por lo que hemos ido viendo, que a estas alturas las huelgas en Iquique se alargaban, languideciendo, o progresivamente se desinflaban. Es verdadero, sin embargo, que al movimiento se habían plegado numerosos operarios y de diversos gremios y, aunque no era un movimiento muy organizado, tenía sí por incentivo las mejoras recibidas por algunos compañeros. Estos mismos logros, por otra parte, eran los originarios de la debilidad: no todos luchaban acordes y compactos. Los trabajadores de la ciudad de Iquique no pertenecían a un tipo de empresa en cierto modo unificada (o centralizada) como era la explotación del nitrato, muchas de cuyas direcciones dependían de la Asociación Salitrera de Propaganda, curioso nombre para designar una suerte de sindicato patronal que claramente ejercía las funciones de tal.
Se hace imprescindible ir entonces con nuesto relato a la pampa, pues, mientras en Iquique el movimiento huelguístico iniciaba su aletargamiento debido a la falta de unidad, de convicción o a concesiones hechas por los empresarios, en el interior, el día 10, se declaraba la huelga en la oficina San Lorenzo. Este es claramente un hito que va a marcar el desenvolvimiento de los sucesos de diciembre de 1907: la pampa iba a tomar las reivindicaciones que en Iquique no pudieron ir más lejos.
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