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Los búfalos de agua en México

Eduardo Luis Maitret Collado

Introducción

La primera vez que vi un búfalo de agua con sus grandes cuernos enroscados, su enorme masa corporal, su color negro profundo y su mirada desafiante, sentí desconfianza. No fue amor a primera vista. No sabía entonces que estaba frente a uno de los mamíferos más inteligentes, productivos y domésticos en la Tierra. Una especie de bóvidos que ha convivido con la humanidad por lo menos cuatro milenios, en una simbiosis para beneficio mutuo. Cuando se llega a conocer verdadera e íntimamente a los Bubalus bubalis, nombre científico de la especie, se da uno cuenta de que son animales que combinan un aspecto imponente con una nobleza singular. Una combinación de la territorialidad de un macho semental con la dulzura de una hembra maternal. Su origen geográfico e histórico es asiático, sin embargo, actualmente se les puede encontrar en todos los continentes habitados de nuestro planeta, sobre todo en regiones tropicales y subtropicales húmedas y sombreadas donde tienen hábitats ideales para su desarrollo a pesar de que, vale la pena aclarar, se adaptan muy bien a casi cualquier clima.

Antes de ver a estos animales por primera vez en la isla de Marajó (desembocadura del río Amazonas) mi abuelo, Clemente Maitret Irisson, y mi padre, Eduardo L. Maitret Guichard, ya habían tenido un encuentro con ellos en las localidades brasileñas de Uberaba (estado de Minas Gerais) y Cabo Frío (estado de Río de Janeiro), así como en Bulgaria, a mitad y finales de la década de 1970, respectivamente. Siempre tuvieron interés en traerlos a México, pero entonces no fue posible principalmente por razones zoosanitarias. El proyecto era importar los búfalos, concretamente al sureste mexicano, donde se reúnen las condiciones climáticas y de terrenos para su mejor aprovechamiento en humedales y pantanos que ocupan cientos de miles de hectáreas en Veracruz, Tabasco y Campeche, creando una ganadería alternativa sustentable para la producción de leche, carne y animales para el trabajo, así como otros subproductos propios de la especie.

Importación de búfalos a México

En 1991 nos encontramos por primera vez con el señor Anthony P. Leonards, de Luisiana, EE. UU., quien nos contactó por medio del licenciado Alberto Rosas, de la Ciudad de México. El señor Leonards poseía un hato bufalino integrado originalmente por 47 animales de la subespecie Carabao o búfalo de pantano (Bubalus bubalis limneticus) procedentes de Guam (una de las islas Marianas en el Pacífico occidental), de donde se les trajo a Estados Unidos en 1970. También habría importado a la Unión Americana 250 búfalas de las islas Trinidad y Tobago de la subespecie búfalos de río (Bubalus bubalis fluviatilis) de tipo Buffalypso o Trinitaria, raza sintética caribeña formada por el cruzamiento de las razas Mediterránea de Europa, y de la Murrah, Jafarabadi, Nili-Ravi y Bhadawari de la India y Pakis­tán. En la Universidad de Florida se hicieron cruzamientos mediante inseminación artificial con toros de la Mediterránea de Italia y de la Murrah de origen brasileño.

Por otro lado, el señor Leonards nos informó que también tenía un hato bufalino en Belice, cuyo origen era Trinidad y Tobago. Estaba conformado completamente por la subraza sintética Buffalypso o Trinitaria. Se tomó la decisión de importar a México ambos grupos de estos grandes bovinos. A pesar de tener todo en contra para la importación por parte de autoridades zoosanitarias y de los mismos colegas ganaderos, entre 1992 y 1999 llegaron a México provenientes de Estados Unidos, primero, y de Belice después, más de 3,000 cabezas.

Nos llevó mucho tiempo convencer a las autoridades y a los colegas de que el búfalo asiático procedente de regiones de Norteamérica y el Caribe, libre de enfermedades exóticas para nuestra región, no representaba un riesgo para la salud animal o para el medio ambiente. Muy por el contrario, insistimos en que se trataba de un mamífero rumiante benéfico, ideal para una ganadería sustentable y amigable con los ecosistemas de nuestro país dedicados a esta tarea. Para nosotros no fue novedad encontrarnos con esta objeción oficial y del gremio al introducir un nuevo bóvido, ya que razonamientos similares encontraron mi abuelo y mi padre al introducir el cebú (Bos indicus) a la parte tropical de México, como una opción más viable que el ganado vacuno criollo (Bos taurus) durante la segunda mitad del siglo pasado.

Estos búfalos se concentraron primero en nuestras fincas del municipio de Palenque, Chiapas. Después se distribuyeron, poco a poco, por los estados de Campeche, Chiapas, Oaxaca, Tabasco y Veracruz; también hubo algunas unidades de producción menores en los altiplanos de Puebla y Jalisco. Fueron muchas cabezas las que entraron a México si tomamos en cuenta que esto sucedió en un período relativamente corto, es decir, si consideramos que se trataba de la introducción de una especie completamente nueva y desconocida para la mayoría.

Es importante subrayar que las primas hermanas de las búfalas de agua, las vacas, llegaron a este continente junto con los conquistadores en el siglo XVI y se fueron adaptando y creando nuevas razas criollas mediante la selección genética a través de los siglos. El ganado bufalino, en cambio, lo trajimos en un período de tan solo ¡siete años! Recuerdo que durante una de las importaciones de búfalos nos visitó el doctor veterinario genetista Jorge de Alba Martínez, quien nos dijo: «Con los búfalos van a tener que aprender a hacer una ganadería diferente». Lo que no mencionó es que los búfalos pronto dejarían de ser solo una curiosidad zoológica, y terminarían por reemplazar nuestra ganadería familiar, conformada exclusivamente por bóvidos vacunos, dado su alto índice reproductivo, su magnífica capacidad de conversión del material alimenticio en músculo (material a veces pobre en nutrientes), su adaptabilidad, su nobleza para el trabajo con los humanos y el buen aprovechamiento de tierras de deficiente drenaje en las que los vacunos difícilmente sobreviven.

Crecimiento de los hatos y comercialización bufalina

Conforme el hato bufalino comenzó a multiplicarse y las tierras en Chiapas para su manutención empezaron a ser insuficientes, nos vimos obligados —antes de lo planeado— a migrar animales a nuestras fincas de Veracruz, y a comenzar la búsqueda de otros productores inte­resados en la cría. Al tratarse de una especie desconocida para los mexicanos, dicha búsqueda no fue fácil. La crisis financiera y los altos intereses monetarios de mediados de la década de 1990, así como la ausencia de créditos bancarios para el campo, llevaron a la descapitalización de los ganaderos y dejaron muchos ranchos vacíos.

Esta coyuntura obligó a algunos productores, sobre todo de la región de la cuenca del río Uxpanapa y el Alto Coatzacoalcos, en el extremo sur del estado de Veracruz (limítrofe con Oaxaca), a aceptar en forma de aparcería búfalos de agua que señalamos serían más productivos en áreas inundables y en pastizales naturales, o sea, potreros de pastos no inducidos, cultivados o especializados. Así fuimos colocando entre pequeños productores a nuestros animales de crecimiento para la cría bufalina, y para que tuvieran comida. Se aprovecharon humedales y otras tierras donde el ganado criollo o cebú no hubiese sido productivo. Se abatieron costos y gastos y los ganaderos se dieron cuenta de las bondades de los búfalos de agua. Por su alto promedio de partos, pronto estos hatos dejaron de ser de crecimiento y se convirtieron en criaderos.

Por las razones de alto costo crediticio bancario mencionadas, retomamos un diseño de método financiero para la cría ganadera «en especie», es decir, al no haber créditos para las actividades agropecuarias, ni confianza en los productores para endeudarse, tuvimos que crear una forma de producción de búfalos bajo contrato, tanto para el crecimiento como para la cría. Así logramos que muchos pequeños y medianos productores se interesaran en la nueva especie, sin los altos costos financieros. El crecimiento es en un contrato donde se reparten las ganancias de peso de manera equitativa. En el contrato para la producción de crías, las búfalas van vendidas en especie, es decir, se pagan con los kg de crías bubalinas que esas madres produzcan, más una cuota de recuperación de no más del 8 % anual, pa­ga­dera también en kg, necesaria para los gastos de transporte, gastos sanitarios, de administración, asesoría en la producción, mejoramiento de genética y mercadotecnia de los búfalos y sus productos. Fue así como logramos colocar nuestros búfalos por las regiones vecinas a nuestras fincas, y despertar el interés en los productores ganaderos. Pronto se corrió la voz, y de boca en boca fueron surgiendo interesados en este sistema de financiamiento de búfalos. Durante la primera década de este siglo muchos pequeños productores se dieron cuenta del enorme potencial beneficioso, y de los bajos costos de producción, así los ganaderos se multiplicaron y se solucionó la carencia e imposibilidad de tenencia de tierras para acomodar a estos animales de reciente introducción a la república mexicana.

Con el canal de mercado abierto para las búfalas de cría se presentó entonces, por razones obvias, un problema de liquidez monetaria. Hasta este punto el negocio bufalino se había solventado con las ventas de ganado vacuno, pero este comenzó a escasear y, como se ha dicho antes, los potreros se fueron llenando de búfalos. Para explicarlo de manera figurativa y coloquial: «las búfalas se comieron a las vacas». Los machos de engorde crecen con una eficiencia sorprendente. Su capacidad de convertir eficientemente los pastos y herbáceas en carne y leche es sensiblemente mayor que la del ganado vacuno. También es una especie con características anatómicas para sobrevivir, ya que sus patas tienen la cualidad de ser más flexibles y permiten al animal girar 180o dándole la capacidad de caminar en tierras pantanosas y anegadas, sin riesgo de quedarse pegados mientras pastorean; sus pezuñas tienen gran dureza y no se deforman ni se ven afectadas por hongos y bacterias. También son excelentes nadadores en distancias largas de aguas profundas.

Las primeras comercializaciones de carne de búfalo se hicieron a partir de la matanza local, y vendiendo la carne como res en las carnicerías locales. Las personas la probaron y se dieron cuenta de que las diferencias entre los productos cárnicos del vacuno y el bufalino en realidad son insignificantes; independientemente de que la carne de búfalo de agua tiene menos colesterol, más proteínas y más minerales. Poco a poco se fue introduciendo a nivel local una carne roja de gran valor nutricional, de animales criados y engordados en potrero de manera natural, pues requieren menos medicamentos veterinarios por su resistencia a los parásitos internos y externos; también necesitan menos productos agroquímicos (herbicidas) para su cría, manutención y engorde, ya que son menos selectivos que los vacunos y su dieta incluye una gran variedad de especies vegetales. Además, al tener el rumen más grande almacenan más alimento durante el pastoreo.

Al dedicarnos casi exclusivamente a colocar los hatos de cría y machos de engorde, dejamos a un lado la producción de leche, razón esencial de que las búfalas estén en el mundo. Mi asistencia a diferentes eventos de criadores de búfalos y fincas, a los congresos mundiales en Caserta (Italia), Buenos Aires (Argentina) y Cartagena (Colom­bia), así como la visita a fincas de Italia, Costa Rica, Argentina y Bolivia, nos hicieron tomar más en serio la vocación lechera de esta especie.

A principios del 2015 tuvimos la visita del doctor Jesús Berdugo (originario de Medellín, Colombia y coautor de este libro), quien nos enseñó a llevar a cabo la inseminación artificial en las búfalas, aunque haya una falsa creencia de que esto no es posible o es sumamente difícil. A partir de entonces comenzamos el cruzamiento con la raza Murrah sudamericana y la Mediterránea italiana (Figura 1 A-D). Productores en Veracruz, Guanajuato, Puebla y Tabasco, todos ya involucrados de lleno en la producción bufalina láctea, y que han asistido a diversos cursos y congresos, también comenzaron con su programa de reproducción artificial. Aunque el objetivo inicial de los búfalos era solamente aprovechar las tierras bajas de humedales, actualmente ya están en tierras de mayor calidad y aprovechamiento, lugares donde registran un índice de productividad mayor al de los vacunos (excepto en terrenos don­de falta sombra en el verano, ahí las razas de ganado Cebú son más eficientes).

Figura 1. Búfalas en un programa de inseminación artificial en México


A-D) Búfalas con genética Mediterránea. Fotografías: Eduardo Maitret Cors.



Formación y ruptura del vínculo madre-cría

Patricia Roldán-Santiago,

Herlinda Bonilla-Jaime,

Héctor Óscar Orozco-Gregorio,

Juan Manuel Vargas-Romero y

Luis Alberto de la Cruz-Cruz

Introducción

La interacción inmediata entre la madre y la cría después del parto y durante el período posparto influye en la supervi­vencia del recién nacido y, consecuentemente, en el rendimiento productivo y reproductivo en la unidad de producción animal[1]. Con esta interacción se forma un vínculo natural en el que la cría estará bajo el efecto de diversos mecanismos neurobiológicos, genéticos y conductuales de la madre[2]. Esta conexión se caracteriza por una interacción de larga duración y resistencia a las separaciones temporales[3]. El inicio de esta relación forma parte de una respuesta de comportamiento innata en las madres, mientras que en el neonato se establece a través de su capacidad de aprendizaje[4]. La madre será la encargada de proporcionar alimento, calor, refugio y protección en contra de los depredadores[2b], [5], mientras que el neonato se habituará paulatinamente a su nuevo ambiente extrauterino bajo los cuidados de su madre y mediante su capacidad para ingerir calostro de forma inmediata[6].

El vínculo permanecerá hasta que ocurra el destete natural, momento en el que la cría logra la independencia de la madre desde un punto de vista social y nutricional[7], [8]. No obstante, en los sistemas de producción bubalina la separación entre las crías y sus madres se hace artificialmente, es decir, que será el humano quien decida el momento en función del fin zootécnico en la unidad de producción. En el caso de las unidades de producción que se dedican a la lechería, el destete sucede en fechas muy cercanas al parto (cero a tres días), mientas que en los sistemas de producción de carne se realiza a una edad cercana al destete natural (seis a nueve meses). En cualquier caso, el destete se realiza de forma abrupta: los animales dejan de amamantarse de manera natural y se limita el contacto con sus madres, además de ser expuestos a una serie de estímulos novedosos[8b], [9]. Por estas razones, el destete puede considerarse uno de los períodos más estresantes tanto para los bucerros como para sus madres, lo que ocasionaría alteraciones en su comportamiento y en su bienestar[2c].

En este contexto, el objetivo del presente capítulo es describir los principales factores asociados al comportamiento maternal de la búfala y su bucerro, además de los efectos de la separación madre-cría, resaltando algunas estrategias para atenuar los efectos negativos del destete en sistemas de producción de leche y en sistemas de producción de carne.

Comportamiento preparto y parto en las búfalas

En búfalas el período de gestación dura alrededor de 310 días en comparación con el del ganado vacuno, que es de alrededor de 280 días[2d], [5b]. No obstante, la duración de la gestación en búfalas varía de acuerdo con la genética, por ejemplo, en búfalas de Sri Lanka se ha señalado que este período es más largo en comparación con las búfalas Murrah (316.3±6.5 versus 309.9±6.5 días). Por otro lado, en búfalas de India y Pakistán se encontró un promedio de 305-308 días, siendo de 7-10 días más corto que el de las búfalas egipcias (315-317 días)[10].

El parto es iniciado por el feto e involucra diferentes señales endócrinas y neurales que promueven la dilatación del cérvix, las contracciones miometriales y termina con la expulsión del feto y de las membranas placentarias (Figura 1 A-F), este proceso puede durar desde 302 hasta 509 minutos[11] (Cuadro 1) y se desarrolla principalmente en la noche o en las primeras horas del día. Las búfalas generalmente paren un bucerro y son pocas las oca­siones en las que ocurren partos gemelares[2e], [5c].

Figura 1. El parto en la búfala. Previo al evento se muestran inquietas, dismi­nuyen sus conductas de mantenimiento y aumentan las de nerviosismo o incomodidad


A)-D) Después de la fase de dilatación ocurre el proceso de expulsión del feto. Generalmente el feto mantienen una presentación longitudinal anterior, posición dorso sacra con la cabeza descansando sobre los miembros anteriores extendidos. E) y F) Cuidado y atención materna. Inmediatamente después de la segunda fase la madre lame, olfatea al bucerro e ingiere parte de las membranas fetales (conducta importante para la formación del vínculo materno). Fotografías: Álvaro Salas.

Cuadro 1. Fases del parto en búfalas


Fases del partoDescripciónDuración
Dilatación del cérvixAumento de las contracciones uterinas entre 12-24 horas antes del parto. Se aprecian cambios conductuales relacionados con el nerviosismo e inquietud.Inicia con la dilatación del cérvix y termina con la observación y rotura de la membrana corioalantoidea.De 35 hasta 128 minutos.El tiempo es mayor en búfalas primíparas que en multíparas.
Expulsión del fetoEl feto se observa a través de la vulva. Las contracciones uterinas y movimientos del feto rompen la membrana amniótica favoreciendo la expulsión del feto. El cordón umbilical se rompe espontáneamente antes de que el bucerro alcance el piso.Inmediatamente después de la expulsión del feto ocurre la interacción entre la madre y su cría.De 9 hasta 44 minutos.Puede extenderse a seis horas en búfalas primíparas.
Expulsión de membranas fetalesExpulsión de membranas fetales y descarga de loquios (contienen moco, sangre, restos de membranas fetales y tejido caruncular). La secreción de loquios continúa 6 días posparto en promedio (rango de 0-34 días).De 271 hasta 544 minutos después de la expulsión del feto.

Fuente: Das, et al.[11b]

Los signos del parto y el comportamiento de aproximación al parto en búfalas son similares a los observados en las vacas. Estos incluyen cambios en los ligamentos pélvicos, aumento de tamaño de la vulva, edema vulvar, aumento de tamaño de la ubre y distención de los pezones[11c]. En cuanto a los cambios conductuales se observa una disminución en la frecuencia y volumen de alimentación, rumia y consumo de agua. Además, las búfalas incrementan la locomoción y los cambios de postura, los cuales incluyen caminar, levantarse, echarse, acicalarse y patear el suelo[12]; durante este período las hembras se observan y lamen constantemente los flancos. Cuando comienza el trabajo de parto y las contracciones uterinas, las hembras suelen levantar la cola, arquear el dorso y flexionar suavemente los corvejones[11d], estas conductas pueden deberse al dolor que producen las contracciones[11e] (Figura 1 A y B).

Momentos antes del parto, la búfala comienza a mostrarse inquieta, incluso se aparta del grupo aun cuando el espacio es suficiente, entonces comenzará el proceso de parto[2f], [5d]; con este distanciamiento del grupo se evitan perturbaciones causadas por otras hembras o por depredadores, además de facilitar las interacciones tempranas para el reconocimiento madre-cría que favorecerán el desarrollo y establecimiento del vínculo[13].

Formación del vínculo madre-cría

El comportamiento materno representa un proceso que depende de una interacción compleja entre factores genéticos, neuronales, humorales, sensoriales y de experiencia[14]. Apenas termina el parto las búfalas experimentan un período crítico en donde el vínculo madre-cría se establece a través del aprendizaje rápido, mediante habilidades cognitivas específicas[15]; por su parte, las crías identifican de forma innata los sonidos de su madre, ruidos que indican amenaza, vocalizaciones y expresiones del resto de sus congéneres. Este aprendizaje se conoce como impronta (imprinting), aquí ocurre una rápida formación de apego estrecho y permanente entre un animal (bucerro) y un objeto ambiental destacado (madre)[1b]. Las búfalas y sus bucerros establecen un vínculo duradero y mutuo poco después del parto[16], y si el contacto no se produce, la motivación maternal en la hembra tiende a desaparecer y no se expresa hasta que vuelve a parir. Por el contrario, si la cría y la madre están juntas, esta conducta se mantiene hasta el destete[17].

Los mecanismos responsables de la formación del vínculo madre-cría dependen de múltiples cambios internos que incluyen modificaciones en los niveles hormonales (estrógenos, prolactina y progesterona) (Cuadro 2) y cambios mecánicos (estimulación vagino-cervical). Para los efectos hormonales es importante señalar que el área preóptica medial (APOm) y el área tegmental ventral (ATV) están asociadas con las conductas de cuidado y de protección maternal. Por lo tanto, son si­tios clave donde las hormonas interactúan con los receptores hormonales para estimular el inicio del cuidado materno[13b]. En el caso de estímulos externos como los olores percibidos, estos tie­nen su efecto en el núcleo accumbens, región del cerebro asociada con la recompensa y la memoria interna.

Asimismo, neurohormonas como la oxitocina tienen su sitio de acción en el APOm y en el ATV, activando receptores en la estría terminal y amígdala[13c]. Entre los cambios hormonales se sabe que la concentración plasmática del 17 β estradiol aumenta marcadamente al final de la gestación en la mayoría de los mamíferos, lo que confirma que los estrógenos tienen una participación importante en el comportamiento materno[16b]. Adicionalmente, existen otras hormonas que se liberan a nivel sanguíneo y son fundamentales en la formación del vínculo madre-cría, como la prolactina, vasopresina y diversos opioides endógenos[3b].

Cuadro 2. Cambios hormonales en búfalas durante la gestación y el preparto


HormonasGestaciónPreparto
ProgesteronaPlasma: 1-5 ng/mlLeche: 8.5 ng/ml↓ 12 y 20 días preparto↓ Abrupta en el momento del parto.
17 β estradiol14.8± 2.1 ng/ml durante los primeros 4 meses de gestación.↓ En los meses restantes (< 12 pg/ml).↑ En leche en el tercer trimestre de gestación (108.2±9.1 ng/ml).↑ En los días 241-243 de la gestación.Alcanzan los niveles más altos al momento del parto.
Corticosteroides plasmáticosConstantes durante la gestación (1.7+0.3 pg/ml).↑ En el día 12 preparto (5.3+1.8 ng/ml)↑ En el momento pre parto (16.8+3.2 ng/ml).
Gonadotropinas plasmáticasLH se mantiene con pocos cambios en la gestación (1-5 ng/ml). ↓ Lentamente del día 261 al 263 de la gestación.↓ FSH a los 8 meses en comparación con los 2 meses de gestación (15.66±1.09 versus 13,62±0,17 ng/ml, respectivamente).Niveles de LH bajos al momento del parto.
Prostaglandinas plasmáticasPGF se mantiene constante en la gestación y aumenta alrededor de 10 días antes del parto.­↑ En el día 9, 54 h, 6 h y antes del parto (2.2±0.2, 4.9±0.4 y 9.6±1.2 ng/ml) antes del parto, respectivamente.
Prolactina↑ En los últimos 7 días de gestación.Se observa un pico un día antes del parto.

Fuente: Purohit[10b].

En relación con los estímulos mecánicos, estos tendrán un efecto en la liberación hormonal y sus consecuentes resultados, por ejemplo, la estimulación vagino-cervical que realiza el feto al pasar por el canal uterino, siendo uno de los principales estímulos mecánicos involucrados en el proceso de formación del vínculo madre-cría. Como resultado de esta estimulación, las neuronas del hipotálamo (proyecciones de la hipófisis posterior) liberan oxitocina en diversas regiones cerebrales[4b]. Asimismo, la estimulación vagino-cervical estimula la liberación de oxitocina y noradrenalina a nivel cerebral, y más concretamente, participan en la sensibilización del bulbo olfatorio. Por lo tanto, están implicadas en la memoria olfativa que permite a la madre recordar el olor de su cría[17b].

Durante la formación del vínculo madre-cría también existen factores externos que se expresan en comportamientos afiliativos tanto de la búfala como del bucerro (conducta de apego), estos se refuerzan de forma positiva a través del uso de los sentidos (olfato, gusto, vista y emisión de sonidos)[5e]. Se hablará de ellos más adelante.

Comportamiento epimelético de la búfala

El comportamiento epimelético se refiere al conjunto de actividades que se establecen entre la hembra y sus crías para lograr su cuidado y protección, este comportamiento comienza antes del parto, es más significativo y diverso durante la lactancia y termina con el destete. Esta conducta materna se puede dividir en dos etapas: la que manifiesta la hembra antes del parto y la que dirigirá después a las crías[18]. Justo después del parto, una de las actividades primordiales para las hembras mamíferas es proporcionar el calostro para satisfacer las necesidades inmunológicas, nutricionales y térmicas del recién nacido[19]. Un factor interesante a considerar es la diferencia entre las hembras adultas experimentadas y sensibilizadas hormonalmente, que actúan de manera distinta a las hembras que paren por primera vez (primíparas)[20].

Una vez que la cría ha atravesado el canal de parto y está fuera de la madre, esta comenzará a olfatearla y lamerla, con el objetivo de eliminar las membranas fetales y el líquido amniótico de su cuerpo. En un estudio realizado en Brasil se encontró que alrededor del 79 % de las búfalas lamen a sus bucerros inmediatamente después del parto, el 17 % dentro de los dos minutos posparto y solo el 5 % de las búfalas no lo hicieron[19b]. Regularmente el lamido de la madre hacia la cría tiene una secuencia que ocurre en el mismo orden, se inicia por la cabeza, tronco y finalmente se centra en la zona perineal orientando a la cría hacia la ubre[17c].

En un estudio reciente en India se observó que las búfalas dedican más tiempo a olfatear y lamer el cuerpo del bucerro (12.35 minutos), en especial el área anogenital (3.62 minutos) durante los primeros 30 minutos posparto, y a medida que se incrementa el tiempo estas conductas fueron disminuyendo hasta las 24 horas (3.78 y 1.34 minutos, respectivamente). Por el contrario, a mayor tiempo posparto aumentaron las actividades de mantenimiento (comer, rumiar, descansar, etc.). Además, se observó una correlación positiva entre el temperamento de la madre y el número de intentos de amamantamiento (0.43; P<0.05), así como en el intervalo entre el hallazgo del pezón y el amamantamiento (0.47: P<0.05), lo que indica que aquellas madres con mayor atención y protección a los bucerros dedican más tiempo a ayudarlos a levantarse y mamar lo más rápido posible[1c].

El lamido contribuye a que la cría se seque rápidamente, disminuyendo el riesgo de hipotermia (principalmente en climas fríos), además estimula el funcionamiento del sistema respiratorio, circulatorio, la eliminación de meconio y orina. Durante este período las búfalas permanecen de pie durante más tiempo para tener contacto cercano con sus crías, con el fin de reconocerlas y amamantarlas adecuadamente[21], [22]. Otra de las conductas observadas en las madres es la placentofagia, que consiste en consumir los restos placentarios momentos después del parto; la función de este comportamiento no se conoce con certeza, pero existen varias hipótesis al respecto.

Una de ellas establece que la placentofagia es una conducta de prevención contra los depredadores, puesto que permitiría eliminar una fuente de olores importante que podría atraerlos al lugar del parto; otra plantea que la placenta es una fuente de nutrientes y que aporta hormonas que facilitan la síntesis de leche; una tercera indica que puede disminuir el estrés y el dolor del parto sufrido por la hembra, debido a que podría potencializar el efecto de los opioides, ya que se ha demostrado que la placenta contiene un conjunto de moléculas que se conocen como «Factor placentario potenciador de los opioides» (POEF, por sus siglas en inglés), que actúa aumentando el efecto analgésico. De ahí que sea posible que esta sustancia esté relacionada con la disminución del dolor posparto[17d].

La ausencia de la placentofagia ha sido asociada con el rechazo de los bucerros por parte de la madre, además de la interrupción del lamido y olfateo de la cría. Por ejemplo, algunas situaciones estresantes en el momento del parto (presencia de perros, aves rapaces o personas que asustan a los animales) pueden obligar a la búfala a alejarse, provocando el rechazo posterior de los bucerros o disminuyendo el tiempo de atención a los neonatos. Asimismo, cuando el proceso de parto se lleva a cabo en corrales con mucho lodo (época de lluvia) o mucho estiércol debido a deficiencias en la limpieza, se puede ocasionar que los bucerros se ensucien y la madre confunda su olor evitando el lamido y olfateo de la cría, por lo que será necesario que el personal limpie al bucerro y que, posteriormente, lo coloque con su madre en un corral seco[23].

Por otro lado, se ha documentado que las hembras de condición corporal baja (delgadas) tienen mayor probabilidad de abandonar a sus crías[21b]. La adopción de otros bucerros por parte de las madres, antes del parto, también podría influir en el rechazo de la cría[21c]. Finalmente, las distocias y la baja vitalidad de los bucerros podrían causar el rechazo de sus madres[19c]. La inducción controlada del parto podría ser una herramienta muy útil para facilitar su observación, así como la detección y corrección de distocias, lo que reduciría las muertes perinatales de los bucerros. Previamente se ha informado que la aplicación de dexametasona combinada con cloprostenol a los 330 días de gestación en búfalas, provocó la inducción del parto entre las 12 y las 47 horas, disminuyendo la retención placentaria y la presencia de distocia. En el caso de los bucerros se observó mayor viabilidad en comparación con el grupo control[24].

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