Kitabı oku: «Conflicto cósmico», sayfa 8

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Lutero recurría solamente a la Biblia

Cuando los enemigos echaban mano de las costumbres de la tradición, Lutero les hacía frente solamente con la Biblia, y sus argumentos no podían ser contestados. De los sermones y los escritos de Lutero irradiaban rayos de luz que despertaban e iluminaban a miles de personas. La Palabra de Dios era como una espada de doble filo que se abría camino a los corazones de la gente. Los ojos del pueblo, por tan largo tiempo dirigidos a los ritos humanos y a los mediadores terrenales, ahora se fijaban con fe en el Cristo crucificado.

Este interés general despertó los temores de las autoridades papales. Lutero recibió la orden de presentarse en Roma. Sus amigos conocían bien el peligro que lo amenazaba en esa corrupta ciudad, ya ebria con la sangre de los mártires de Jesús. Ellos pidieron que fuera examinado en Alemania.

Esto fue lo que se hizo, y el Papa nombró un legado para considerar el caso. Pero en las instrucciones dirigidas a ese funcionario se hacía constar que Lutero ya había sido declarado hereje. Por lo tanto, el legado debía “perseguir y obligar sin demora alguna”. Recibió poder “para condenarlo en cualquier parte de Alemania; para prohibir, maldecir y excomulgar a todos los que lo siguieran”, y para excomulgar a todos los que, cualquiera fuera la dignidad que tuvieran en la Iglesia o el Estado, dejaran de detener a Lutero y a sus adherentes y entregarlos a la venganza de Roma, excepto al emperador.[16]

No había ni siquiera un rastro de principios cristianos o aun de justicia común en tal documento. Lutero no había tenido ninguna oportunidad de explicar o de defender su posición; sin embargo, había sido declarado hereje, y en el mismo día exhortado, acusado, juzgado y condenado.

Cuando Lutero necesitaba tanto el consejo de un verdadero amigo, Dios le mandó a Melanchton a Wittenberg. El juicio sano de Melanchton, combinado con la pureza y la rectitud de su carácter, le ganaron universal admiración. Pronto llegó a ser el amigo de mayor confianza de Lutero: la bondad, el cuidado y la exactitud de Melanchton eran un complemento del valor y la energía de Lutero.

Se estableció la ciudad de Augsburgo como lugar del juicio, y el reformador partió a pie para ese lugar. Se hicieron amenazas de que sería asesinado por el camino, y sus amigos le rogaron que no se aventurara. Pero su lenguaje fue: “Soy como Jeremías, un hombre de lucha y de contención; pero cuanto más aumentan las amenazas de ellos más se multiplica mi gozo... Ellos ya han destruido mi honor y mi reputación... En cuanto a mi alma, no la pueden tomar. El que desea proclamar la Palabra de Cristo al mundo, debe esperar la muerte a cada momento”.[17]

Las noticias de la llegada de Lutero a Augsburgo le produjeron gran satisfacción al legado papal. El fastidioso hereje que atraía la atención del mundo parecía estar ahora en poder de Roma; no debía escapar. El legado intentaría forzar a Lutero a retractarse, o en caso contrario, hacer que lo trasladaran a Roma, para seguir la suerte de Hus y Jerónimo. Por lo tanto, por medio de sus agentes, trató de persuadir a Lutero para que viniera sin un salvoconducto, confiándose únicamente a su merced. Pero él no apareció ante el embajador papal hasta que hubo recibido el documento en que el emperador comprometía su protección.

En principio, los romanistas decidieron ganar a Lutero con una apariencia de bondad. El legado profesó gran amistad, pero exigió que Lutero se sometiera completamente a la iglesia y cediera en todo punto sin argumento ni cuestión. Lutero, en respuesta, expresó su consideración por la iglesia y su deseo de la verdad, su disposición a responder a todas las objeciones a lo que él había enseñado, y de someter sus doctrinas a la decisión de las universidades principales. Pero protestó contra la conducta del cardenal al exigirle que se retractara si haberse probado que él estaba en error.

La única respuesta fue: “¡Retráctate, retráctate!” El reformador mostró que su posición estaba sostenida por las Escrituras. No podía renunciar a la verdad. El legado, incapaz de contestar los argumentos de Lutero, lo agobió con una tormenta de reproches, escarnios, adulaciones, citas de la tradición y dichos de los padres, sin concederle al reformador ninguna oportunidad de hablar. Lutero finalmente obtuvo, a duras penas, permiso para presentar su respuesta por escrito.

Dijo, escribiéndole a un amigo: “Lo que se ha escrito puede ser sometido al juicio de otros; y en segundo lugar, uno tiene una mejor oportunidad de recurrir al temor, ya que no a la conciencia de un déspota arrogante y balbuciente, que de otra manera se impondría con su lenguaje imperioso”.[18]

En la próxima entrevista, Lutero presentó una exposición clara, concisa y vigorosa de sus puntos de vista, sostenidos por las Escrituras. Después de leer en voz alta este documento, se lo extendió al cardenal, quien lo arrojó orgullosamente a un lado, declarando que era una masa de palabras necias y de citas sin importancia. Lutero ahora hizo frente al orgulloso prelado en su propio terreno –las tradiciones y la enseñanza de la iglesia– y contradijo totalmente sus aseveraciones.

El prelado perdió por completo el dominio propio, y en un arranque de ira gritó: “¡Retráctate, o te enviaré a Roma!”. Y finalmente declaró en tono soberbio y airado: “Retráctate, o no vuelvas más”.[19]

El reformador se retiró rápidamente junto con sus amigos, manifestando claramente de esta manera que no debía esperarse ninguna retractación de su parte. Esto no era lo que el cardenal se había propuesto. Ahora, quedando sólo con sus partidarios, miró a uno y otro, desconsolado por el inesperado fracaso de sus planes.

La gran asamblea reunida tuvo oportunidad de comparar a los dos hombres, y cada uno tuvo ocasión de juzgar por sí mismo el espíritu manifestado por ambos, así como la fuerza y la verdad de sus respectivas posiciones. El reformador, sencillo, humilde, firme, teniendo la verdad de su lado; el representante papal, atribuyéndose importancia, intolerante, irrazonable, sin un solo argumento de las Escrituras, y sin embargo gritando con vehemencia: “¡Retráctate, o serás enviado a Roma!”

Huida de Augsburgo

Los amigos de Lutero lo instaron a que, como era inútil para él permanecer allí, debía regresar a Wittenberg sin demora alguna, y observar el mayor cuidado. De acuerdo con este consejo salió de Augsburgo a caballo antes del alba, acompañado solamente por un guía proporcionado por el magistrado. Secretamente recorrió las calles oscuras de la ciudad. Enemigos vigilantes y crueles estaban planeando su destrucción. Aquellos eran momentos de ansiedad y ferviente oración. Llegó a una pequeña puerta en el muro de la ciudad, que se abrió ante su presencia, y junto con su guía pasó por ella. Antes que el legado se enterara de la partida de Lutero, éste ya estaba fuera del alcance de sus perseguidores.

Al conocer las noticias de la huida de Lutero, el legado se llenó de sorpresa y de enojo, pues había esperado recibir gran honor por su firmeza al tratar con este perturbador de la iglesia. En una carta dirigida a Federico, el elector de Sajonia, denunció amargamente a Lutero, demandando que Federico enviara al reformador a Roma o lo desterrara de Sajonia.

El elector tenía hasta ese momento poco conocimiento de las doctrinas de la Reforma, pero estaba profundamente impresionado por la fuerza y la claridad de las palabras de Lutero. Hasta que no se probara que el reformador estaba en error, Federico resolvió permanecer a su lado como protector. En respuesta al legado escribió: “Puesto que el Dr. Martín ha aparecido ante su presencia en Augsburgo, debe estar satisfecho. Nosotros no esperábamos que se esforzara por hacerlo retractar sin haberlo convencido de sus errores. Ninguno de los sabios de nuestro principado me ha informado que la doctrina de Martín es impía, anticristiana o herética”.[20]El elector vio que era necesaria una obra de reforma, y secretamente se regocijó de que se hiciera sentir en la iglesia una influencia mejor.

Había pasado solamente un año desde que el reformador clavara sus tesis en la iglesia del castillo; sin embargo, sus escritos ya habían encendido por doquiera un nuevo interés en las Sagradas Escrituras. No solamente de todas partes de Alemania, sino también de otros países, llegaban estudiantes a la universidad donde él enseñaba. Los jóvenes que llegaban por primera vez a la ciudad de Wittenberg “elevaban sus manos al cielo, y alababan a Dios por haber hecho que la luz brillara en esa ciudad”.[21]

Lutero por entonces estaba sólo parcialmente convertido de los errores del romanismo, pero escribió: “Estoy leyendo los escritos de los pontífices, y... yo no sé si el Papa es el anticristo mismo, o su apóstol. De tal manera es Cristo mal representado y crucificado en ellos”.[22]

Roma llegó a exasperarse más y más por los ataques de Lutero. Opositores fanáticos, aun doctores de las universidades católicas, declararon que el que matara al monje estaría sin pecado. Pero Dios era su defensa. Sus doctrinas se escucharon por doquiera, “en casa y conventos... en los castillos de los nobles, en las universidades y en los palacios de los reyes”.[23]

Por ese tiempo Lutero halló que la gran verdad de la justificación por la fe había sido proclamada por el reformador bohemio Hus. “¡Todos nosotros –dijo Lutero–, Pablo, Agustín y yo mismo hemos sido husitas sin saberlo!... ¡Dios le pedirá cuentas al mundo, porque la verdad fue predicada... hace un siglo, y la quemaron!”[24]

Lutero escribió lo siguiente acerca de las universidades: “Mucho me temo que las universidades resulten ser los grandes portales del infierno, a menos que ellas trabajen en forma diligente para explicar las Santas Escrituras, y para grabarlas en el corazón de los jóvenes... Toda institución en la cual los hombres no estén incesantemente ocupados con la Palabra de Dios, llega a corromperse”.[25]

Este llamamiento circuló por toda Alemania. La nación entera fue conmovida. Los oponentes de Lutero urgieron al pueblo a tomar medidas decisivas contra él. Se decretó que sus doctrinas debían ser inmediatamente consideradas. El reformador y sus seguidores, si no se retractaban, debían ser todos excomulgados.

Una terrible crisis

Esa resultó ser una terrible crisis para la Reforma. Lutero no dejaba de ver la tempestad que estaba por estallar, pero confió en que Cristo sería su sostén y su escudo. “Lo que está por acontecer no lo sé, ni me importa saberlo... ni siquiera una hoja cae sin la voluntad de nuestro Padre. ¡Cuánto más él cuidará de nosotros! Es poca cosa morir por la Palabra, puesto que la Palabra o el Verbo se hizo carne y murió él mismo por nosotros”.[26] Cuando la bula papal le llegó a Lutero, dijo: “La desprecio y la ataco como algo impío y falso... Es Cristo mismo el que resulta aquí condenado. Yo siento mayor libertad en mi corazón; porque al fin sé que el Papa es el anticristo, y que su trono es el de Satanás mismo”.[27]

Sin embargo, el mandato de Roma no dejó de tener efecto. Los débiles y supersticiosos temblaron ante el decreto del Papa, y muchos sintieron que la vida era demasiado cara para ser arriesgada. ¿Estaba por terminar la obra del reformador?

Lutero continuaba manteniéndose intrépido. Con terrible poder aplicó a Roma misma la sentencia de condenación. En la presencia de una multitud de ciudadanos pertenecientes a todos los rangos, Lutero quemó la bula del Papa, diciendo: “Una lucha seria acaba de empezar. Hasta ahora sólo he estado jugando con el Papa. Comencé esta obra en el nombre de Dios; ella terminará sin mí, y con su poder... ¿Quién sabe si no es Dios el que me ha llamado y me ha escogido, y si cuando ellos me desprecian, no debieran temer estar despreciando a Dios mismo?...

“Dios nunca eligió como profeta al sumo pontífice o algún otro gran personaje; pero, por lo general, eligió a hombres humildes y despreciados, y en una ocasión escogió aun a Amós, un pastor. En todas las edades, los santos han tenido que reprender a los grandes, a los reyes, a los príncipes, a los sacerdotes y a los hombres sabios, con peligro de su propia vida... Yo no digo que soy un profeta; pero digo que ellos deberían temer precisamente porque yo estoy solo y porque ellos son muchos. De lo que estoy seguro, es de que la Palabra de Dios está conmigo, y de que no está con ellos”.[28]

Sin embargo no fue sino después de una lucha terrible consigo mismo que Lutero decidió separarse finalmente de la iglesia. “¡Oh! ¡Cuánto dolor me ha causado, aunque tengo las Escrituras de mi lado, justificarme en el hecho de que debo tomar una decisión sólo en contra del Papa y considerarlo a él como el anticristo! ¡Cuántas veces me he hecho con angustia esa pregunta que con tanta frecuencia está en los labios de los partidarios del Papa: ‘¿Tú solo eres sabio? ¿Pueden todos los demás estar equivocados? ¿Qué pasará si al fin eres tú el que está engañado, y el que está induciendo a error a tantas almas, que serán eternamente condenadas?!’ Esta fue la lucha que tuve conmigo mismo y con Satanás, hasta que Cristo, por su propia Palabra infalible, fortaleció mi corazón contra estas dudas”.[29]

Apareció entonces una nueva bula, que declaraba la separación final del reformador de la Iglesia Romana, denunciándolo como un hombre maldito por el cielo, e incluyendo en la misma condenación a todos los que recibieran su doctrina.

La oposición es la suerte de todos los que Dios emplea para presentar verdades especialmente aplicadas a su tiempo. Hubo una verdad presente en los días de Lutero; hay una verdad presente para la iglesia hoy. Pero la mayoría de la gente en nuestros días no desea conocer la verdad más que lo que la deseaban los papistas que se oponían a Lutero. Los que presentan la verdad para este tiempo no deben esperar ser recibidos con mayor favor que el que tuvieron los primeros reformadores. El gran conflicto entre la verdad y el error, entre Cristo y Satanás, ha de intensificarse hasta el fin de la historia de este mundo (ver S. Juan 15:19, 20; S. Lucas 6:26).

[1]D’Aubigné, lib. 2, cap. 2.

[2]Ibíd.

[3]Ibíd., lib. 2, cap. 3.

[4]Ibíd., lib. 2, cap. 4.

[5]Ibíd., lib. 2, cap. 6.

[6]Ibíd.

[7]Ibíd., lib. 5, cap. 2.

[8]Ver John C. L. Gieseler, A Compendium of Ecclesiastical History [Un complemento de historia eclesiástica], período 4, sec. 1, párr. 5.

[9]D’Aubigné, lib. 3, cap. 1.

[10]Ibíd.

[11]Ver K. R. Hagenbach, History of the Reformation [Historia de la Reforma], t. 1, p. 96.

[12]D’Aubigné, lib. 3, cap. 4.

[13]Ibíd., lib. 3, cap. 6.

[14]Ibíd.

[15]Ibíd., lib. 3, cap. 7.

[16]Ibíd., lib. 4, cap. 2.

[17]Ibíd., lib. 4, cap. 4.

[18]Martyn, The Life and Times of Luther [La vida y los tiempos de Lutero], pp. 271, 272.

[19]D’Aubigné, Londres, lib. 4, cap. 8.

[20]Ibíd., lib. 4, cap. 10.

[21]Ibíd.

[22]Ibíd., lib. 5, cap. 1.

[23]Ibíd., lib. 6, cap. 2.

[24]Wylie, lib. 6, cap. 1.

[25]D’Aubigné, lib. 6, cap. 3.

[26]D’Aubigné, Walther, 3ª ed., 1840, lib. 6, cap. 9.

[27]Ibíd.

[28]Ibíd., lib. 6, cap. 10.

[29]Martyn, pp. 372, 373.

Capítulo 8

Un campeón de la verdad

Un nuevo emperador, Carlos V, ascendió al trono de Alemania. El elector de Sajonia, con el cual Carlos tenía una gran deuda por su obtención de la corona, le rogó a éste que no tomara medidas contra Lutero antes de haberle dado la oportunidad de escucharlo. El emperador se hallaba así en una posición de gran perplejidad y embarazo. Los papistas no estarían satisfechos con nada menos que la muerte de Lutero. El elector había declarado “que el Dr. Lutero debe ser provisto de un salvoconducto, para que pueda aparecer ante un tribunal de jueces imparciales, sabios y piadosos”.[1]

La asamblea se reunió en Worms. Por primera vez los príncipes de Alemania habían de encontrarse con su joven monarca en una asamblea. Dignatarios de la Iglesia y del Estado, y embajadores de países extranjeros, todos se reunieron en Worms. Sin embargo el tema que despertaba más profundo interés era el reformador. Carlos V había encargado al elector que trajera consigo a Lutero, asegurando protección y prometiendo una discusión libre de las cuestiones que estaban en disputa. Lutero escribió al elector: “Si el emperador me llama, no tendré ninguna duda de que es el llamado de Dios mismo. Si ellos desean usar violencia contra mí... yo coloco el asunto en manos del Señor... Si él no me salva, la vida es de poca importancia... Podéis esperar de mí cualquier cosa... pero no la huida o la retractación. Huir no puedo, y menos retractarme”.[2]

Cuando circularon las noticias de que Lutero debía aparecer ante la Dieta, se produjo una excitación general. Aleandro, el legado papal, estaba alarmado e iracundo. El analizar un caso en el cual el Papa ya había pronunciado la sentencia de condenación, podría arrojar dudas sobre la autoridad del pontífice. Además, los argumentos poderosos de ese hombre desviarían a muchos príncipes de su lealtad al Papa. Por eso insistió mucho ante Carlos V en contra de la aparición de Lutero en Worms, e indujo al emperador a ceder.

No contento con esta victoria, Aleandro trabajó para obtener la condenación de Lutero, acusando al reformador de “sedición, rebelión, impiedad y blasfemia”. Pero su vehemencia reveló el espíritu que lo dominaba. “Está movido por el odio y la venganza”, era la observación general.[3]

Con redoblado celo Aleandro urgió al emperador a ejecutar los edictos papales. Vencido por la importunidad del legado, Carlos V le concedió a éste la oportunidad de presentar el caso ante la Dieta. Con recelos, los que habían favorecido al reformador anticipaban el discurso de Aleandro. El elector de Sajonia no estaba presente, pero algunos de sus cancilleres tomaron nota del discurso del nuncio.

Lutero acusado de herejía

Con instrucción y elocuencia, Aleandro se propuso acusar a Lutero como un enemigo de la Iglesia y el Estado. “En los errores de Lutero –declaró él– hay suficiente motivo para condenar a la hoguera a cien mil herejes”.

“¿Qué son todos estos luteranos? Un puñado de insolentes pedagogos, sacerdotes corruptos, monjes disolutos, abogados ignorantes y nobles degradados... ¡Cuán superior a ellos es el partido católico en número, en capacidad y en poder! Un decreto unánime de esta ilustre asamblea iluminará al hombre sencillo, amonestará al imprudente, decidirá a los dudosos y dará fuerza a los débiles”.[4]

Los mismos argumentos todavía se siguen esgrimiendo contra todos los que se atreven a presentar las sencillas enseñanzas de la Palabra de Dios. “¿Quiénes son todos estos predicadores de nueva doctrina? Son ignorantes, pocos en número y pertenecen a la clase más pobre. Sin embargo, pretenden tener la verdad y ser considerados como el pueblo de Dios. Son ignorantes y están engañados. ¡Cuánto más grande en número e influencia es nuestra iglesia!” Estos argumentos no son más concluyentes hoy que lo que fueron en los días del reformador.

Lutero no estaba presente, con las claras y convincentes verdades de la Palabra de Dios, para vencer al campeón papal. Se manifestó una disposición general no sólo de condenarlo a él y sus doctrinas, sino, si fuera posible, de desarraigar la herejía. Todo lo que Roma podía decir en su propia defensa había sido dicho. Por lo tanto, el contraste entre la verdad y el error se vería más claramente, porque la lucha quedaba empeñada en una guerra abierta.

En esa oportunidad el Señor movió a un miembro de la Dieta para hacer una verdadera presentación de los efectos de la tiranía papal. El duque Jorge de Sajonia se puso de pie en esa asamblea principesca y especificó con terrible exactitud los engaños y las abominaciones del papado:

“Los abusos... claman contra Roma. Se ha abandonado toda vergüenza, y su único objeto es... dinero, dinero, dinero... de manera que los predicadores que deben enseñar la verdad no expresan sino falsedades, y no solamente son tolerados, sino recompensados, porque cuanto mayores son sus mentiras, mayor es su ganancia. Es de esta fuente corrompida de donde manan las aguas emponzoñadas. El desarreglo conduce a la avaricia... ¡Ah!, es el escándalo causado por el clero lo que precipita a tantas almas a la condenación eterna. Debe efectuarse una reforma general”.[5] El hecho de que el orador era un enemigo declarado de la Reforma dio mayor influencia a sus palabras.

Angeles de Dios arrojaron rayos de luz sobre las tinieblas del error y abrieron los corazones a la verdad. El poder del Dios de la verdad dominó aun a los adversarios de la Reforma y preparó el camino para la gran obra que estaba por realizarse. La voz de Uno mayor que Lutero había sido oída en esa asamblea.

Se nombró una comisión para que preparara una lista de las opresiones papales que recaían pesadamente sobre el pueblo de Alemania. Se presentó esta lista al emperador, con un pedido de que él tomara medidas para la corrección de esos abusos. Decían los peticionantes: “Tenemos el deber de prevenir la ruina y la deshonra de nuestro pueblo. Por esta razón, muy humildemente, pero con la mayor urgencia, le rogamos que ordene una reforma general, y que se aboque a su realización”.[6]

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