Kitabı oku: «En vivo y en directo», sayfa 2

Yazı tipi:

Capítulo 1
Ensayos, debut y primeros pasos
La prehistoria

La televisión no tiene partida de nacimiento. Nació aquí y allá, de experimentos aislados en el campo de la telegrafía sin hilos, del cine y la fotografía pero, sobre todo, de la descomposición y transmisión de imágenes convertidas en impulsos eléctricos. Desde fines de la década de 1920, la televisión fue tímida pero progresivamente invadiendo, en Norteamérica y Europa, hogares y horas de ocio. A las primeras experiencias de circuito mezquinamente cerrado, con pocos metros de distancia entre cámara, transmisor y receptor, siguieron las primeras pruebas con público, la instalación de los primeros centros experimentales financiados por empresas públicas (así nació el modelo europeo) o privadas (así nació el modelo norteamericano exportado a América Latina), de los primeros y precarios canales, de los primeros puestos de venta de receptores, las primeras transmisiones citadinas, regionales, nacionales y trasatlánticas. La Gran Guerra de 1939 frenó este desarrollo, que retomó aceleración sostenida desde la paz de 1945.

Por citar solo a un hombre en esta prehistoria sin héroes ni padrinos célebres, recordemos al escocés John Logie Baird (1888-1946). En 1925, Logie Baird perfeccionó en su laboratorio londinense un aparato de 30 líneas de definición con una velocidad de 12,5 imágenes por segundo. De ahí al medio millar de líneas, al esbozo de los primeros géneros catódicos y a la asunción de que la publicidad es el sustento de la televisión, hubo algunos lustros de agitación y experiencia que la televisión peruana, nacida en 1958, rápidamente asimiló. Ames tuvimos tres pruebas pretensiosas con público, artistas y autoridades, que vale la pena reseñar.

El primer asomo de la televisión en el Perú fue bastante temprano, en los últimos días de setiembre de 1939, y estuvo fatalmente predestinado. Lo patrocinó el Instituto de Investigaciones Científicas de los Correos de Alemania, justo cuando la guerra hacía estragos en la diplomacia del III Reich. Los alemanes habían decidido anunciar al mundo las bondades de la televisión incluso antes de inaugurar en Berlín la venta de económicos aparatos —esta se previó para fines de 1939— pero muy seguros de su poder mensajístico universal.

La exposición electrónica montada en el colegio Guadalupe el 21 de setiembre había estado en gira por Río de Janeiro, Buenos Aires y Santiago de Chile. Aquí, en ausencia del presidente Óscar Benavides, la inauguró el ministro de Gobierno y Policía Diómedes Arias Schreiber y el embajador alemán Willy Noebel. J. Hinrichsen y J. Pressler fueron los técnicos proselitistas que explicaron al público y a la prensa el funcionamiento de la cámara y del transmisor ubicados en un salón, y de los receptores ubicados en otro. Un sistema de “visiotelefonía” permitió al público pagante que visitó el colegio durante la semana siguiente hablarse y verse por teléfono. Las recaudaciones de la exposición se destinaron al hospital Hogar de la Madre. En estos albores paleotelevisivos no se insinuaba el futuro publicitario del medio.

El programa del día inaugural fue un mix de cultura culta y vernáculo fino. Luego de la transmisión de una breve película sobre la televisión en Alemania, siguió la presentación en vivo del dúo Luz y Sombra de la Asociación de Artistas Aficionados (AAA), integrado por Pilar Mujica e Isabel Granda, la futura y genial Chabuca. Ellas cantaron La malagueña y Xochimilco, acompañándose por sus guitarras, cediendo luego el escenario al tenor Edmundo Pizarro, al pianista Roberto Carpio y al violinista Virgilio Laghi. Para probar los poderes cinéticos del medio, Olimpia Díaz Schreiber bailó el Fandanguillo de Almería. El Comercio reportó “la nitidez y claridad con que fue visto y oído todo”.1

Recién en 1950 la televisión volvió a asomar, pasajeramente y como una experiencia científica de apoyo médico patrocinada por la RCA, para ver en circuito cerrado procedimientos quirúrgicos en el VII Congreso Interamericano de Cirugía. En 1949, el pionero y fan de las telecomunicaciones Alfonso Pereyra había fundado la Compañía de Producciones Radiales y de Televisión S.A. —con la que manejaría Radio El Sol— y, con el aporte de El Comercio, un canal de televisión en 1959 (véase capítulo V). Antes tuvo que demostrarse a sí mismo, a El Comercio, a la RCA, y a posibles anunciantes, que un broadcaster refinado, más interesado en inventos futuristas que en mensajes comerciales, era capaz de lanzarse a la piscina de vidrio.

El viernes 28 de mayo de 1954, Pereyra ofreció a la prensa e invitados una prueba de televisión en el hotel Bolívar. Él mismo manejó la cámara que, con el arbitrario logo de canal 3, estaba montada sobre un trípode rodante en el estrado del grill. A varios metros, en el Salón Dorado había dos receptores que sintonizaron una bandera peruana. A continuación, Carlos Pérez Fontcuberta, jefe de prensa de Radio El Sol, presentó a Pereyra, que habló a través del aparato; Alberto Ferrara, director del grill del Bolívar, y la actriz argentina Linda Guzmán, futura estrella de la consejería mujeril, animaron una velada de dos horas que se sumó a los discursos almibarados, el show de Antón Bardají y sus Chispas, el Trío América cedido gentilmente por Radio América (poco después sus dueños, Antonio Umbert y Nicanor González, empezaron a pensar seriamente en la televisión), los Troveros Criollos, estrellas de El Sol y los Hermanos Castillo, de la misma casa. Pereyra anunció que en los próximos días filmaría escenas callejeras y sacaría la cámara a la puerta del hotel, pero solo concretó a medias la promesa. En junio su pionerismo sí fue efectivo al producir, para los Almacenes Santa Catalina, el primer aviso publicitario en vivo y en circuito cerrado. Un monitor puesto en la vitrina de la tienda mostraba a las actrices Ofelia Van Galen y Consuelo Rey exhibiendo la mercadería lanuda del negocio.

El tercer y último piloto tuvo ilustres testigos. Entre el 11 y el 15 de abril de 1955, Lima fue sede del IV Congreso de la Asociación Interamericana de Radiodifusión (AIR). Dorada oportunidad para que la RCA Victor mostrara a futuros teleastas del Perú y de países vecinos donde no había llegado la novedad sus ofertas y habilidades técnicas. Para ello llegó de Nueva York un team conformado por R. J. Rainey, William J. Reilly y Joseph H. Roberts, y un cargamento de pesada parafernalia televisiva atracó en el Callao. A ambos equipos, técnico y humano, los recibieron Joseph Klein y Ricardo Matallana, responsables de la oficina local de la Radio Corporation of America.

Los primeros eventos de la AIR habían tenido lugar en Buenos Aires, Sao Paulo y San Juan, y a los principales broadcasters del continente les sobraron temas que discutir: el desafío tecnológico de la televisión, la legislación de las telecomunicaciones, los códigos de ética para el gremio, las difíciles relaciones con los gobiernos, la defensa de la libertad de expresión, la integración continental de las comunicaciones y el apoyo a campañas públicas, entre otras tribulaciones político-mediáticas. El magnate de la CMQ cubana y primer presidente de la AIR, Goar Mestre (véase, en este capítulo, el acápite “Los signos del optimismo (1958)”) fue uno de los más entusiastas participantes, ofreciendo conferencias, presentando un pequeño radio transistor y dando aliento a Pereyra y al joven Genaro Delgado Parker, su futuro socio peruano. En ausencia del presidente de la AIR Emilio Azcárraga Vidaurreta, las cabezas del evento fueron los mexicanos José Luis Fernández y Antonio R. Cabrera, el portorriqueño Félix Muguerza y el colombiano Alberto Lleras Camargo, ex presidente de su país y ex secretario general de la OEA. Delegaciones de 16 países comparecieron en Lima y entre los delegados locales estaban futuros teleastas: Genaro Delgado Brandt y sus hijos Genaro Jr. y Héctor; Antonio Umbert y Nicanor González, fundadores del canal 4, que ahí conversaron de televisión con su tercer socio, Avelino Aramburú, consejero de la AIR; Augusto Belmont, fundador del futuro canal 11; José Cavero, del futuro canal 2; y Alfonso Pereyra, que bregaba por fundar el canal 9.

Mientras estos potentados mediáticos discutían un futuro tan auspicioso como brumoso, la RCA distribuyó diez receptores por la ciudad —uno en Palacio de Gobierno para uso del presidente Manuel Odría, otro en el colegio Guadalupe, sede de una exposición técnica como lo había sido en 1939, otros en el Parque Salazar de Miraflores, en los hoteles Bolívar y Crillón, y en redacciones periodísticas de Lima— y un transmisor ubicado en el Bolívar rematado con una antena en el techo. Las primeras imágenes emitidas fueron de filmes cubanos y brasileños sobre el progreso de las telecomunicaciones y, luego, escenas previamente filmadas del evento mismo. A la demostración institucional siguieron horas de show, durante la semana del congreso, por el improvisado canal 6 de Lima. A la inauguración del acto y a las transmisiones no asistió Odría pero sí envió a sus sabuesos, el ministro de Gobierno, Augusto Romero, y el director de Gobierno, Alejandro Esparza Zañartu. Odría fue el primer presidente militar que ignoró y despreció las posibilidades del medio; digno antecesor, en ese sentido, de Juan Velasco y la confiscación de los canales en 1971, sin plan alternativo de por medio. Los civiles que le siguieron, empezando por Manuel Prado, que aprobó el primer marco legal televisivo y asistió a la fundación de canal 4, buscaba (o negociaba) otra relación con el aparato, manifestando hacia él esa tolerancia liberal que buscaba este primer llamado del líder radiodifusor José Cavero en el evento de la AIR:

Tengo por ideal hacer de la radio y la televisión un instrumento de cultura y de información libre, sin cortapisas y sin otras limitaciones que aquéllas que nos impongamos a nosotros mismos por sentido de nuestra propia responsabilidad, a la luz de los principios éticos de nuestra asociación.

Los técnicos visitantes sumaron a sus filas al presentador Pepe Ludmir, al libretista Roberto Cruzalegui y al camarógrafo Alfonso Pereyra Jr. para las agitaciones de transmitir en vivo. Desfiló por la escena del Bolívar la belleza cantarina Bebelú de la Borda, quien había flechado a Lucho Gatica una temporada atrás, y se transmitieron imágenes filmadas durante los oficios de Semana Santa. Siguieron el colombiano Nelson Pinedo, de gira por Lima, y los Romanceros Criollos dieron paso a Alicia Lizárraga. No todo fue música. Se encargó a Juan Ureta Mille escribir un sketch cómico-sentimental y este ofreció un entremés alusivo a la irrupción del nuevo medio llamado Los novios de la tele, protagonizado por su esposa Elvira Travesí. Elías Ponce “Pedrín Chispa”, estrella de Radio El Sol, escribió números para el cómico Carlos Oneto “Pantuflas” y los Hermanos Ponce. El canal 6 y los diez aparatos distribuidos por la ciudad desaparecieron a los pocos días, pero tras el evento de la AIR se aceleró la carrera por la televisión que ganarían, por puesta de mano, el canal 7, estatal, y el canal 4, privado. Esa es la historia que sigue.

Los signos del optimismo (1958)

La televisión nos llegó relativamente tarde, en comparación con algunos países vecinos, pero en el momento oportuno para iniciar un desarrollo sin tropiezos.2 Aunque desde fines de los años cuarenta la televisión rondó como proyecto en la mente de algunos radiodifusores, entonces no hubo las condiciones nacionales que alentaran los extenuantes pionerismos y las campañas desesperadas para vender aparatos y captar anunciantes, que tuvieron que sufrir los que empezaron muy temprano. Difícilmente hubiera aparecido antes de 1956, cuando Odría concluyó sus ocho años de dictadura dejando en el país un clima de resentimientos políticos e incertidumbre sobre los lineamientos económicos del futuro.

Hacia 1958, el año fundador de la televisión peruana, el nuevo gobierno civil de Manuel Prado Ugarteche (había gobernado durante el período 1939-1945 y retomado el mando en 1956) infundió la seguridad necesaria para arrancar. Dos temporadas antes, el 22 de octubre de 1956, Prado había invitado a la Federación Peruana de Radiodifusión, presidida por José Eduardo Cavero, y a la Asociación Nacional de Radiodifusión, cuyo delegado fue Genaro Delgado Parker, a formar parte de la comisión técnica para elaborar el Reglamento General de Telecomunicaciones, cuyas bases habían sido discutidas y enriquecidas con la legislación comparativa, durante el evento de la AIR en 1955.3

El llamado a la concordia permitió a Prado convivir políticamente con el Apra y con la derecha empresarial que él mismo representaba, diluyó censuras y sectarismos, y afirmó una democracia civil y parlamentaria poco practicada hasta entonces. Superada la crisis económica con que se despidió Odría, se impulsó un tímido pero bien encaminado proceso de modernización industrial que obligó a Prado a hacer obra pública y a establecer el control cambiario. Las críticas de los exportadores, encabezados por Pedro Beltrán, barón del agro, dueño del diario La Prensa y furibundo demoliberal, tuvieron entonces motivo para radicalizarse; pero el presidente dio un giro pragmático e incluyó al propio Beltrán en la convivencia ofreciéndole el Ministerio de Hacienda. Exportadores agrícolas e industriales estuvieron satisfechos en sus demandas, la juventud crítica y la nueva izquierda estaban aún en proceso de formación política, y se inició el mayor período de estabilidad del último medio siglo.

Los partidarios de la teoría económica del acordeón, que establece que a los ciclos de expansión y distensión sobrevienen bruscas contracciones, empiezan su cuenta con la gestión de Beltrán. Fue precisamente en esa primera “apertura del acordeón” que nació la televisión. El Perú encaraba los dilemas de la modernidad con cierto optimismo. La hipertrofia del crecimiento urbano, los cuellos de botella de la industrialización sustitutiva, el analfabetismo y la escasa integración cultural que frenaban el progreso de las comunicaciones, no parecían baches imposibles de saltar. Tampoco había vacíos legales, pues por decreto supremo del 12 de enero de 1957, Prado había expedido el citado Reglamento General de Telecomunicaciones que incluía una normativa bastante actualizada en materia de televisión y se complementaba con un decreto del 5 de abril de 1957, que declaraba que la televisión estaba amparada por la Ley de Promoción a la Industria (Ley 9140) y, por lo tanto, la beneficiaba con exoneraciones arancelarias.4

De hecho, era un indicador de optimismo que más de cinco mil familias limeñas5 compraran antes del 15 de diciembre de 1958, fecha inaugural del canal 4, un aparato que no servía para nada, o para muy poco, pues desde el 17 de enero de ese mismo año sólo era posible sintonizar, con varias interrupciones técnicas y sin que la prensa divulgara su programación, la señal educativa del canal 7 del Ministerio de Educación.

También 1958 fue un año significativo para la televisión en el mundo. La NBC, una de las tres grandes cadenas norteamericanas, y su casa matriz, la RCA, decidieron emprender una política de inversión indirecta en televisoras extranjeras. Según Achille Pisanti esta práctica se inició formalmente en 1958 en cuatro países: Portugal, Suecia, Yugoslavia y Perú.6 Se trataba de canales equipados con transmisores RCA que requerían de urgente asesoramiento técnico. La NBC, además de dar facilidades crediticias para el pago de los equipos, ofrecía extender esta asesoría al campo comercial y productivo y, por supuesto, en el paquete de ofertas estaban incluidas sus propias producciones. En el Perú, el consorcio tuvo destacada participación en el bautizo del canal 4, cuyo transmisor y tres cámaras llevaban su marca. Pero la asesoría integral, que incluía la presencia de un ejecutivo de la NBC trabajando en planta y la inclusión del canal local en una red nominal de emisoras afiliadas, no se concretó con el canal 4 porque el pacto ya se había establecido con el canal 9, próximo a inaugurarse en agosto de 1959. No sospechaba la NBC que ese canal se estrangularía en menos de un año.

El canal 13, de la familia Delgado (hoy canal 5), quedó fuera del influjo de la RCA, pero fue equipado gracias a un contrato bastante generoso de la Philips, sin ataduras, por lo demás, a ninguna cadena televisiva. La relación del 13 con la CBS, que lo proveyó de sus primeros enlatados, tuvo un importante intermediario, el magnate de la televisión cubana Goar Mestre (Santiago de Cuba, 1912 - Buenos Aires, 1994).7 No son los del 13 ni del 4, ni siquiera del 9, que tuvo una gran cuota de original programación en vivo, casos de una televisión inducida a dar sus primeros pasos, pero sí de canales que nacieron en un momento oportuno para acogerse a ventajosas ofertas de equipamiento y programación.

Sin duda, el modelo totalizante de nuestra naciente televisión fue el norteamericano, que era también el de Cuba. Los criterios de programación horizontal y vertical, y sobre todo la práctica comercial, ha sido directamente adaptada del modelo con algunas variantes creativas (véase, en este capítulo, el acápite “Al mediodía todo vale”), pero en materia de producción preferimos verlo más como un muestrario de géneros y posibilidades que como simple objeto de copia. La presencia de varios creativos latinos con experiencia en otras televisoras de la región y la improvisación de muchos peruanos que no sabían nada de televisión cuando se lanzaron al ruedo nos obliga a pensar así. Finalmente, cuando en los primeros años el modelo era específicamente plagiado (véase, en el capítulo II, el acápite “Esta es tu vida”) mediaban entre el auspiciador extranjero y el canal, los creativos peruanos de las agencias de publicidad encargadas de diseñar el programa y la contundencia de la transmisión en vivo, donde todo podía pasar. Otro modelo, fundamental en la producción de telenovelas, fue el de las varias televisoras latinas. En estos casos se picó de aquí y de allá, y en Panamericana Televisión se llegó algunas veces a una producción modélica para otros. En el caso del humor, si algo se aprendió de algún modelo, fue que se podía ser localista.

Los pioneros

El optimismo era visible en los broadcasters, que con una inversión bastante mayor a la requerida por el negocio radial y sin anunciantes previamente comprometidos, se lanzaron a la aventura. En 1956, Genaro Delgado Parker (Lima, 9 de noviembre de 1929), entonces de 26 años, propuso a su padre Genaro Delgado Brandt y a su hermano Héctor que lo eximieran de obligaciones ejecutivas en las empresas radiales de la familia, las siete estaciones que constipan la Unión de Radiodifusoras del Perú, y lo mantuvieran a sueldo trabajando exclusivamente en la planificación de un canal de televisión.8 Consiguió un crédito de la Philips, a través del gerente Tesselin, para comprar el transmisor y un ventajoso contrato donde esta empresa le garantizaba 50 dólares por cada receptor vendido durante los cuatro años que duraría la deuda. Una visita a los estudios de la CMQ en La Habana, guiado por Goar Mestre, quien estuvo en Lima en 1955 en su calidad de directivo de la AIR, le confirmó cuál era el modelo que había que seguir y quién era el hombre capaz de introducirlo en sus laberintos.

Para empezar, Mestre puso al entusiasta Genaro en contacto con la CBS y le traspasó su know-how con una serie de técnicos cubanos que llegaron a Lima a formar cuadros para la naciente televisión peruana.9 El interés de una gran firma extranjera por abrir mercados a sus productos de punta, como la Philips, y la simpatía del primer magnate de la televisión latina apoyaron así el financiamiento de la más trascendente intentona televisiva; para su puesta en marcha inmediata una sociedad de Genaro papá, Genaro hijo, el hermano Héctor y Radio Tele (empresa de Genaro Delgado Brandt), con Isaac R. Lindley Stophanie y su hijo Isaac “Johnny” Lindley Taboada, empresarios de origen judío y dueños de la gaseosa nacional Inca Kola, aportó la liquidez.

Manuel y Raquel, hermanos menores de Genaro, no participaban aún en la aventura sino a través de la empresa familiar Radio Tele (Manuel fue el fundador de Radioprogramas en 1963 y Raquel reemplazó a su padre en la dirección de la semiestatizada radio Panamericana en 1970). Como Héctor sí era cómplice empeñoso de su hermano mayor, convenció a su amigo y coetáneo Johnny Lindley de ir a pedir a don Isaac que invirtiera en la empresa pionera. Pero fue la vehemencia de Genaro al encarar la ilusión de la televisión la que convenció al industrial de arriesgar en efectivo; y fue esa misma vehemencia, ya curtida en las lides de la política y en los ásperos géneros populares, la que tres décadas más tarde disuadió a los Lindley de seguir respaldando a Genaro y los decidió a vender sus acciones al bloque de Héctor y Manuel Delgado Parker. Genaro Delgado Parker, futuro “Papá Upa”, así bautizado por sus rivales que quisieron parodiar sus afanes de mando, era suficientemente liberal y desprejuiciado como para empaparse de las claves y dramaturgias de la televisión populista que levantaba las cejas de su entorno. Se vio en relación a ella como un pionero de sus avances tecnológicos y, a la vez, como el dueño de un gran circo de varias pistas, con tradiciones arraigadas en el país remoto. De empresario de escritorio se hizo vigilante productor creativo de programas, experto en casting al ojo y eventual director desde el switcher. Descubrió a menos gente que Augusto Ferrando, pero protegió a sus engreídos y les dio luz verde para proyectos arriesgados, cuando no les compró derechos de copia o les sugirió ejecutar sus propias ideas de prematuro viejo teleasta. La política le fascinó porque descubrió en ella un género televisivo más que le permitía complementar su pequeño imperio con fama y poder aunque el prestigio del “noble pionero de las telecomunicaciones” pudiera salir algo maltrecho. Como implacable empresario del espectáculo más grande de todos se comió sus gustos y prejuicios, aunque bien se puede argumentar que estos se fueron convirtiendo en afecto por sus creaturas. También se supo mover dentro de los márgenes “culturosos” —este término se popularizó luego de que lo empleara al responder a un periodista del diario Expreso a inicios de 1990— del negocio, hablando de “ofensivas culturales” y “autorregulaciones”, jalando gente como Mario Vargas Llosa y los cineastas de la década de 1980, dando rienda suelta a las provocaciones de César Hildebrandt y de Jaime Bayly, al mismo tiempo que apañando a desfasados Ferrando o Gisela Valcárcel. Era y es un negociador astuto y un periodista político accidental antes que un mero explotador o un sumiso empresario nacional golpeado por gobiernos y recesiones.

Pero ni Genaro Delgado Parker ni sus socios fundaron la televisión comercial. Tampoco la fundó Alfonso Pereyra, pionero de la radio en el Perú, quien ya en su juventud, en los primeros años de la década de 1920, se dedicaba a pescar mensajes de onda corta con su equipo de radioaficionado. Hombre muy atento a la avanzada científica, al constituir la empresa que manejaría radio El Sol en 1949, había escogido una razón social anticipatoria: Compañía de Producciones Radiales y de Televisión S.A.10

Fueron Antonio Umbert Féllez y Nicanor González Vásquez, dueños de radio América y líderes de la Anrap (Asociación Nacional de Radiodifusores del Perú), quienes abrieron el primer canal privado. Enrolaron en la empresa a Avelino Aramburú y en menor cuantía accionaria a Iván Blume (también enrolado en el 9), Guillermo Ureta, José Bolívar, Jorge Carcovich y Jesús Antonio Umbert, pactando un contrato con la RCA Victor que los proveyó de infraestructura. El apuro deparó a los pioneros del canal 4 algunos meses de zozobra, con anunciantes renuentes y temores de cierre, pero poco después la intensa competencia de Panamericana Televisión, canal 13 y los errores del primer canal 9, les enseñaron a mantenerse en el aire.

₺200,25

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
1145 s. 92 illüstrasyon
ISBN:
9789972454240
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre