Kitabı oku: «Fotografía Macro», sayfa 3
Los objetivos
La calidad de las ópticas de nuestro equipo determinará el resultado final de nuestras fotografías, por lo que es importante adquirir productos de la mayor calidad que nos permita nuestro presupuesto. Además, y teniendo en cuenta que no necesitamos los últimos avances tecnológicos, podemos recurrir al mercado de segunda mano para encontrar excelentes ópticas, abandonadas a su destino para ser sustituidas por modernos objetivos autofocus que para nosotros constituyen más un engorro que una ayuda. Si bien otras facetas de la fotografía se han beneficiado especialmente de la electrónica desde los años 90, hasta el punto de haber un antes y un después en la fotografía de acción, en el campo de la macro no ha existido un progreso tan intenso. Las ópticas de hace 15 años tienen casi la misma calidad óptica que las modernas y a precios muy interesantes en el mercado de segunda mano.
Los objetivos con una luminosidad igual o superior a f/2,8 facilitan enormemente el enfoque, especialmente en condiciones de baja luminosidad.
Siempre será mejor invertir en las mejores ópticas que podamos comprar que en un cuerpo de última tecnología al que apenas le vamos a sacar partido, pues lo utilizaremos casi siempre con sus avanzados mecanismos desactivados, como el autofocus o la exposición totalmente automática. Los objetivos han llegado a un nivel de resolución y contraste que avanza muy lentamente en los últimos años y la tendencia es a lograr velocidades de enfoque más rápidas que en ocasiones hasta disminuyen su rendimiento en lo que a nitidez se refiere.
Si llevamos en nuestra mochila un equipo similar al de la imagen, un 24 mm, un 105 y un 200 mm estaremos en condiciones de asumir prácticamente cualquier toma macro.
Lo que hemos de procurar es que nuestros objetivos sean suficientemente luminosos. Simplifica mucho el enfoque poder contar con un objetivo 1:2,8 y no 1:5,6, ya que llega mucha más luz al espejo. Además la extensión ya se encarga por sí misma de minimizar la luz disponible para nuestras retinas y, por ello, si ya partimos de un objetivo poco luminoso apenas podremos adivinar si estamos enfocando dónde debemos o no.
La sensación de nitidez que tenemos ante una fotografía está dada, fundamentalmente, por la capacidad del objetivo para separar claramente detalles muy próximos y finos (resolución) y por el contraste con que aparece la toma, es decir por el gradiente que tienen los tonos en la misma. Por desgracia para nuestros bolsillos, cuanto mejor resultado ofrecen los objetivos, mayor es su precio.
El término bokeh o boke es una palabra japonesa que intenta definir la calidad del desenfoque. Es un concepto que no define la cantidad de este desenfoque, sino la forma en que se materializa. Debe haber sutiles diferencias de tono entre las zonas fuera de foco y las enfocadas para contar con un buen bokeh, sin zonas agresivas de transición. Un factor que suele ser beneficioso es el número de palas que tiene el diafragma: a mayor número suele obtenerse mejor bokeh, ya que la apertura es más redondeada. La mayoría de las lentes macro utiliza diafragmas de 9 palas y suelen contar con un desenfoque agradable.
¿Qué focal es la mejor?
•24 y 35 mm. Muy útil para fotografiar sujetos inmersos en su hábitat o para fotografiar con ellos en posición invertida. Es conveniente que su distancia de enfoque sea la mínima posible, sobre los 20 o 25 centímetros.
•Objetivo macro de 60, 105, 150 o 200 mm. Probablemente el que más adeptos tiene y más situaciones resuelve sea el de 105 mm.
•Teleobjetivo de 200 a 300 mm, para fotografiar sujetos lejanos. Será de gran ayuda que enfoque a distancias cercanas al metro, o metro y medio. Permiten un control preciso del fondo y producen grandes desenfoques sobre el mismo, lo que hace resaltar más al sujeto.
No todos los objetivos ofrecen el mismo aspecto en las zonas desenfocadas. Será conveniente adquirir un equipo que nos proporcione el mejor aspecto posible dentro de nuestro siempre limitado presupuesto.
Nikon D800 con MicroNikkor 105 mm 1:2.8 a f/5,6 y 1/60.
Es una costumbre muy arraigada el uso de filtros ultravioleta para proteger los objetivos. Muchos opinamos que no son recomendables ya que reducen la definición de la imagen. Los recubrimientos de las ópticas son muy resistentes y, a no ser que seamos realmente muy brutos y frotemos un paño sobre una lente cubierta de polvo, es muy difícil que se rayen. La forma adecuada de limpiar una óptica es soplar con una perilla de gran tamaño para eliminar el polvo y luego limpiar con un paño de microfibras la lente de forma radial, del centro a los bordes. Si las manchas son muy resistentes podemos usar algún líquido de limpieza o alcohol isopropílico. Echar vaho de nuestra respiración sobre la lente no es una buena idea ya que su pH es bastante bajo y puede afectar a algunos recubrimientos de la lente; además incrementamos la humedad y con ella las posibilidades de que aparezcan hongos.
De todas formas ya he visto muchos filtros UV rotos y lentes muy caras salvadas gracias a su sacrificio. Si nuestra amiga Bea no llevase roscado un filtro UV cuando cayó su cámara el golpe lo habría llevado, en el mejor de los casos, la rosca de filtros y seguramente quedaría inservible. Por eso si estáis trabajando en ambientes donde es posible que pueda ocasionarse un accidente o la atmósfera no esté limpia, como al lado del mar, os recomendaría que asumieseis esta merma de calidad en la toma para preservar la vida de vuestro equipo. Si optamos por su uso es imprescindible comprarlos de la mejor calidad posible para que no comprometan la nitidez. B+W, Hoya y Kenko ofrecen excelentes filtros en sus gamas altas.
Los filtros ultravioleta (UV) son de gran utilidad para proteger el equipo, a cambio de reducir la nitidez que proporciona el objetivo. En este caso, afortunadamente, la óptica se salvó gracias al sacrificio del filtro. Usar o no filtros UV es una decisión muy personal que hemos de meditar seriamente, sopesando ventajas e inconvenientes.
Los parasoles protegen tanto la lente como los filtros, no alteran la calidad, protegen del sol y de la lluvia a un precio incluso más contenido. Su único problema es que reducen la distancia entre la parte frontal del objetivo y nuestros modelos, que si son muy esquivos no verán con buenos ojos esta intrusión en su distancia de seguridad. Es posible que no quepan, siquiera, entre el objetivo y el plano de enfoque cuando trabajamos con muchos aumentos. También complican la posición de la iluminación artificial, sobre todo en ampliaciones grandes, en las que menos distancia tenemos entre el objetivo y el sujeto. Pero si podemos usarlos nos protegerán el equipo más que un filtro. Lo ideal será guardar la cámara sin necesidad de desmontar el parasol del objetivo; tenedlo en cuenta a la hora de elegir bolsa o mochila.
Cada vez existen más objetivos que tienen un grupo especial de lentes dotadas de un dispositivo que oscila en dirección contraria al movimiento de la cámara y que permite estabilizar notablemente la toma, lo que redunda en una apreciable mejoría de la nitidez en situaciones de luz escasa pero su precio es mayor y su peso y tamaño también.
Adquirir una de estas lentes para macro (como el Micro-Nikkor 105 mm 1:2.8 VR) es una decisión muy personal que tiene mucho que ver con el estilo de cada fotógrafo y su forma de trabajar. Personalmente no los uso ya que empleo siempre el trípode y en muy contadas ocasiones trabajo con la cámara en la mano. Pero para las personas que no les resulta cómodo o adecuado el uso de trípode seguro que es una inversión muy acertada.
La humedad es enemiga de nuestro equipo
Uno de los peores enemigos de los objetivos son los hongos. Es algo especialmente temido cuando adquirimos un objetivo de segunda mano, dado lo complicado que puede ser eliminarlos una vez convierten nuestra querida óptica en su hogar. Algunos hongos segregan determinadas sustancias, como ácidos, que pueden destruir los revestimientos de las lentes y, por tanto, sus resultados. Afortunadamente estos hongos no son los más comunes. Otro problema grave es que se encuentren ubicados en las capas de cemento que unen las lentes. En ambos casos, bien sea por lo caro de restaurar los tratamientos o desmontar las lentes y volver a pegarlas, la reparación suele exceder el valor de compra.
Es increíble que puedan vivir en algo que consideramos inerte, pero para ellos cualquier resto de aceite, ácaros, polvo… es suficiente para sobrevivir. Su desarrollo se ha minimizado al mejorarse el sellado de los objetivos por la industria. Al crecer los hongos vemos como unos finos filamentos van formando una estructura entrelazada de color claro que va colonizando la superficie de las lentes y dificultando la llegada de la luz al sensor.
Para evitar su proliferación hemos de evitar el exceso de humedad al guardar el equipo. Procuraremos airearlo bien al acabar una sesión y no lo guardaremos nunca en la propia bolsa de transporte, ya que es un excelente caldo de cultivo; optaremos por estanterías aireadas. Si hemos trabajado bajo la lluvia secaremos todo cuidadosamente. También es importante mantener el equipo limpio de nuestra grasa corporal y de polvo. Zeiss informa que mantener el equipo con una humedad relativa superior al 70% durante tres días consecutivos puede bastar para que las esporas proliferen. Así que no estará de más utilizar deshumidificadores si vivimos en zonas de alta humedad. Los baños de sol de nuestro equipo serán un buen seguro, siempre que no alcance temperaturas demasiado altas, claro, o será peor el remedio que la enfermedad.
Es importante destacar que los estabilizadores sólo reducen el movimiento de la cámara; si el que se mueve es el modelo no servirán de nada. Si trabajamos sobre trípode hemos de desactivar el mecanismo para evitar que las oscilaciones que produce se transformen en vibraciones indeseadas en la toma.
Velocidad y diafragma
La película o el sensor digital necesitan una cierta cantidad de luz para ser expuestos adecuadamente y captar los colores con naturalidad. Si llega un exceso de luz los colores saldrán desvaídos y si no llega la suficiente serán demasiado oscuros. Además, en el primer caso las sombras estarán demasiado claras y se perderá todo el detalle en las áreas más iluminadas. Si lo que ha pasado es que la toma recibe muy poca luz, las sombras saldrán tan oscuras que veremos únicamente una mancha negra, mientras las zonas claras saldrán demasiado oscuras.
Con esta rueda se cambia el diafragma en mi cámara. En los modelos más avanzados disponemos de otra para elegir la velocidad de obturación. En los más asequibles suele existir un único dial que se conmuta con un botón. La configuración por defecto del fabricante utiliza este dial para variar la velocidad, pero lo he personalizado porque me resulta más cómodo.
Para poder controlar la luz que llega al sensor las cámaras disponen de dos controles que suelen activarse mediante una rueda: el diafragma y la velocidad de obturación.
El diafragma no es otra cosa que la abertura a través de la que llega la luz al sensor. Está formado por una serie de láminas móviles que se cierran o abren permitiendo que llegue mayor o menor cantidad de luz al sensor. Su misión es la misma que la de la pupila en nuestros ojos.
Este mecanismo se sitúa físicamente en el propio objetivo, aunque la tendencia es que el mecanismo de control sobre su apertura se localice en la cámara por motivos ergonómicos y de abaratamiento de costes.
La apertura presenta una serie de números que progresan de la siguiente forma, aunque no todos los objetivos tengan la serie completa:
1,4 - 2 – 2,8 – 4 – 5,6 – 8 – 11 – 16 – 22 – 32 – 45
A medida que aumenta el número f, disminuye el diámetro del diafragma y por tanto la cantidad de luz que llega al sensor disminuye proporcionalmente.
Cuanto mayor sea el número seleccionado menor será la luz que llega al sensor, pero será mayor la zona que aparecerá enfocada en la misma. Cada uno de estos números permite pasar la mitad de luz que el anterior. Un diafragma de f/5,6 deja pasar el doble de luz que uno de f/8, y éste el doble que uno de f/11. De esta forma vemos que a f/5,6 entra cuatro veces más luz que a f/11.
Conviene memorizar que un número pequeño en el diafragma representa una entrada de luz grande, y que un número grande de diafragma equivale a una pequeña entrada de luz.
Cada uno de estos saltos se denomina punto. Así, abrimos un punto al pasar de un diafragma al anterior, consiguiendo que entre el doble de luz, y cerramos un punto al pasar al siguiente, con lo que la cantidad de luz que llega será la mitad. Este concepto se denomina EV (Exposition Valure), en adelante cuando nos refiramos a un EV, positivo o negativo, debemos pensar siempre en variaciones de intensidad de la luz de un punto, es decir del doble o de la mitad. En las cámaras actuales podemos seleccionar valores intermedios, separados entre sí medio punto o un tercio de punto, en función de que valor personalizado elijamos en los menús.
En la mayoría de las cámaras digitales se puede elegir en las funciones personalizadas la distancia entre dos diafragmas o velocidades, en fracciones de 1/2 o 1/3 de EV.
Cuanto menor sea el diámetro del diafragma que empleemos mayor será el área que aparezca nítida en la toma. En fotografía todo es un equilibrio entre elementos positivos y negativos. En este caso, los diafragmas abiertos nos permiten que entre mucha luz, pero producen tomas con poca zona enfocada, y diafragmas cerrados dejan entrar poca luz, pero a cambio obtenemos una mayor zona enfocada. A la zona que percibimos como perfectamente enfocada en la toma y en la que la nitidez subjetiva que percibimos la consideramos como idónea, se le llama profundidad de campo.
Un diafragma abierto nos permite centrar la atención del espectador en los ojos de esta mariposa, dejando el resto de la escena desenfocada.
Nikon D300 con MicroNikkor 60 mm 1:2.8 a f/11 y 1/80. Flash a través de difusor a 45º. Otro flash rebotado en difusor por la derecha de relleno.
La velocidad de obturación determina el tiempo durante el cual la luz llega al sensor. Los números que presenta la cámara al accionar el dial correspondiente son los siguientes (aunque no todas las cámaras tienen la serie completa):
1 – 2 – 4 – 8 – 15 – 30 – 60 – 125 – 250 – 500 – 1.000 – 2.000 – 4.000 – 8.000
Todos ellos son fracciones de segundo, es decir que 125 representa la 1/125 parte de un segundo y 1.000 una milésima. Así cuando realmente estemos seleccionando un tiempo de exposición de 1/500 de segundo, diremos que hemos seleccionado un tiempo de 500. Llamar velocidad al tiempo de exposición no es realmente exacto, pues al variar el dial que acciona el obturador lo que establecemos es el tiempo durante el cual pasa la luz por el mismo, siendo la velocidad de apertura del obturador algo accesorio y que deriva de este tiempo. Sin embargo la costumbre general, profundamente arraigada, es hablar de velocidad y no de tiempo, por lo que usaré de forma indistinta ambos nombres.
Como podemos apreciar cada número es el doble que el anterior. Cada uno de estos saltos se denomina, como no podía ser de otro modo, también punto. Abriremos un punto al pasar de una velocidad a la anterior, ya que la luz que entra es el doble al duplicarse el tiempo de exposición. Cerramos un punto al pasar de una velocidad a otra situada a la derecha. Hemos de aclarar que los obturadores de las cámaras actuales son capaces de dar velocidades intermedias entre las señaladas, separadas entre sí en fracciones de medio o un tercio de punto.
(1) Para conseguir que todo el cuerpo de esta abeja estuviese a foco fue necesario recurrir a un diafragma muy cerrado.
Nikon D200 con MicroNikkor 105 mm 1:2.8 a f/16 y 1/60. Flash a través de difusor, muy cercano para evitar sombras densas y brillos muy especulares en la zonas más brillantes.
(2) Una velocidad de disparo muy breve fue imprescindible para lograr la nitidez de esta flor. El fuerte viento hacía imposible realizar la toma a velocidades bajas. Fueron necesarios varios intentos para conseguir que las hojas estuviesen enfocadas.
Nikon D800 con MicroNikkor 60 mm 1:2.8 a f/8 y 1/250. Flash a través de difusor para suavizar toda la escena.
Con la velocidad se abre una nueva relación de equilibrio. Velocidades lentas dejan entrar mucha luz pero si el sujeto no permanece estático saldrá movido y velocidades rápidas nos permiten congelar el movimiento.
Como podemos intuir, entre velocidad y diafragma se establece una estrecha relación. Una vez que determinemos cuál es la exposición correcta para un sujeto en función de la luz que reciba, podemos mantener ésta cerrando un punto la velocidad siempre que abramos el diafragma otro punto. Evidentemente, seguiremos con el mismo valor de exposición si abrimos un punto el diafragma y cerramos un punto el tiempo de exposición.
Supongamos que un sujeto está correctamente expuesto a 1/125 con un diafragma de f/8. Podríamos mantener esta exposición idónea aumentando la velocidad hasta 1/250 y abriendo el diafragma hasta f/5,6. También podríamos aumentar la velocidad en tres puntos, hasta 1/1.000, si abriéramos el diafragma hasta f/2,8. Igualmente podríamos disminuir la velocidad en dos puntos, hasta 1/30 y cerrar el diafragma otros tantos hasta f/16. O subir la velocidad en un tercio de punto, si compensamos el diafragma abriéndolo en otro tercio de punto.
Para entender un poco mejor la relación que existe entre la velocidad y el diafragma vamos a comparar el sistema luminoso con uno hidráulico.
De esta forma el diafragma lo podemos equiparar al diámetro de la tubería que necesitamos para llenar un determinado envase. Si el tubo es pequeño, es decir usamos un diafragma cerrado (número f alto) el flujo de líquido es muy limitado y es necesario un tiempo prolongado para llegar a colmar el vaso (3).
Si abrimos algo el diafragma, número f bajo, pasa más luz y el tiempo para llenar el recipiente disminuye proporcionalmente (4).
Los diafragmas más cerrados equivalen a llenar un envase gota a gota, lo que supone tiempos de exposición mayores.
Nikon D300 con MicroNikkor 105 mm 1:2.8 a f/11 y 1/125. Flash rebotado en difusor.
Si todavía usamos una cañería más gruesa, número f muy bajo, podemos acabar la tarea mucho antes (5).
Los diafragmas más cerrados nos permiten obtener una gran profundidad de campo.
Nikon D200 con MicroNikkor 105 mm 1:2.8 a f/14 y 1/15. Flash rebotado en difusor muy lateralmente del lado izquierdo y otro difusor por la derecha para aclarar las sombras. Luz ambiente subexpuesta en dos puntos.
El recipiente que hemos de llenar con agua no es otro que el sensor de nuestra cámara. Hemos de conseguir que le llegue la cantidad adecuada de luz regulando el diafragma y la velocidad de obturación. Al aumentar uno de estos parámetros tenemos que disminuir el otro en la misma proporción, pues de lo contrario la foto nos quedará quemada o muy oscura.
La Sensibilidad
Los sensores de nuestras cámaras están formados por una gran cantidad de dispositivos, los fotocaptores, que transforman la luz en electricidad. Cuanta mayor cantidad de luz reciban más electricidad generan. Un conversor analógico digital transforma esta tensión en un código binario y de esta forma definimos si en una parte del sensor tenemos blanco, gris o negro.
Los valores de sensibilidad se llaman valores ISO, una herencia de la película química, y son:
50 - 100 – 200 – 400 – 800 – 1.600 – 3.200 – 6.400 – 12.800 – 25.600 – 51.200 – 102.400 y siguen subiendo día a día
El rendimiento de cada sensor es único, y por tanto su sensibilidad. Pero con ayuda de amplificadores de señal podemos incrementar la señal eléctrica del sensor. Estos amplificadores mejoran la señal útil, pero también amplifican el ruido. Por esa razón al aumentar la sensibilidad aportamos más ruido a la toma. El problema es que los fabricantes sólo integran amplificadores para valores múltiplos de la sensibilidad nominal. Por eso, y a pesar de que las cámaras permiten seleccionar valores intermedios de la secuencia anterior, no lo recomiendo. En realidad al hacer una toma a ISO 125 la cámara la realiza a ISO 100 y desplaza el histograma a la derecha.
En el valor nominal de nuestra cámara conseguiremos trabajar con el nivel más bajo de ruido posible. Además el rango dinámico máximo del sensor se alcanza a esa misma sensibilidad. A medida que aumentamos el valor ISO estamos acrecentando la cantidad de ruido y disminuyendo el número de tonos que podemos captar. En conclusión: sólo elevaremos la sensibilidad de la cámara cuando sea realmente imprescindible y el resultado compense la pérdida de calidad.
La sensibilidad se puede elegir a través de los menús de las cámaras o a través de un botón o dial dedicado a ello. Evidentemente, este último método es mucho más rápido y eficaz.
Al observar la secuencia se hace evidente que los valores del sensor siguen el mismo sistema de puntos que la velocidad y el diafragma. De esta forma si queremos aumentar la velocidad en dos puntos y mantener un determinado diafragma, tenemos la posibilidad de utilizar un valor ISO que compense estos dos puntos.
Contar con un sensor de calidad que mantenga controlado el nivel de ruido hasta valores como 1.600 – 3.200 ISO supone una gran ventaja en macro, ya que podemos disponer de gran profundidad de campo y tiempos de exposición muy cortos con cantidades de luz disponible relativamente bajas.
La ventaja de trabajar en puntos es que posibilita resolver fácilmente el eterno conflicto que se crea entre la exigencia de mantener una elevada zona de nitidez, para lo que necesitamos diafragmas muy cerrados, y una alta velocidad de disparo que impida que las fotos salgan movidas, para lo que precisamos diafragmas muy abiertos. Con este sistema podemos intentar encontrar fácilmente un equilibrio entre una profundidad de campo suficiente y una velocidad que garantice que el sujeto no salga movido. Basta con aumentar en el diafragma los mismos puntos que disminuimos en la velocidad o viceversa. A esta relación entre diafragma y velocidad se la conoce con el nombre de Ley de Reciprocidad.
Si disponemos de un sensor capaz de mantener la calidad de captura empleando sensibilidades altas nos permitirá congelar el movimiento que causa el viento.
Nikon D800 con MicroNikkor 105 mm 1:2.8 a f/6,7 y 1/180 e ISO 800.
Siguiendo con nuestra metáfora con el agua y la luz, hemos de decir que variar la sensibilidad del sensor equivale a hacer trampa y rellenar el recipiente con piedras. De esta forma es necesario aportar menos agua, lo que nos permite utilizar una manguera más estrecha o un tiempo de exposición más corto para alcanzar el nivel que necesitamos, ya que nos ahorramos aportar todo el líquido que desplazan las piedras.
Para el sensor subir la sensibilidad significa perder calidad en la toma. Pero si la opción es la de perder la fotografía, siempre será mejor un archivo con algo de ruido que no tener nada o sólo una foto movida en la que no se aprecia el detalle que nos interesa conservar.
A medida que elevamos la sensibilidad de nuestra cámara necesitamos una menor cantidad de luz para conseguir la exposición adecuada.
Pongamos un ejemplo para aclarar este tema aparentemente tan complicado en términos teóricos:
Imaginemos una mariposa que está ligeramente oblicua a la cámara en la que hemos seleccionado una sensibilidad de 100 ISO. Presionando el botón de previsualización de profundidad de campo llegamos a la conclusión de que necesitamos un diafragma de f/16 para conseguir que salga a foco la zona que más nos interesa. Para ese diafragma y sensibilidad el fotómetro nos recomienda un tiempo de exposición 1/15 s. Sabemos que la ligera brisa impedirá que salga nítida a no ser que disparemos al menos a una velocidad de 1/125 s. Entre 1/15 y 1/125 s tenemos los tiempos intermedios de 1/30, 1/60 y 1/125 s, es decir que entre ambas existen tres puntos de diferencia. Únicamente podemos hacer dos cosas, utilizar un diafragma de f/5,6, que es tres puntos más abierto que f/16 (11 - 8 - 5,6), o cambiar la sensibilidad de la cámara hasta 800 ISO (200 – 400 - 800) y compensar esos tres puntos que perdemos al incrementar la velocidad hasta 1/125 s. En las cámaras digitales podemos determinar la sensibilidad para cada toma concreta. Los nostálgicos de la película recordarán que era necesario cambiar todo el rollo, o llevar otro cuerpo cargado con película de alta sensibilidad. Este es uno de los grandes avances de la fotografía digital. Para no inducir al lector a errores de comprensión, hemos de precisar que existiría otra opción viable: aportar más luz con un flash.
Es importante exponer correctamente para evitar que las partes más claras de tomas como esta resulten quemadas y sin información.
Nikon D800 con MicroNikkor 105 mm 1:2.8 a f/4 y 1/500 con ISO 400. Flash rebotado en reflector.