Kitabı oku: «Orígenes y expresiones de la religiosidad en México», sayfa 3
Breves noticias de la escultura del Señor del Calvario en Colhuacan
La tradición oral informa que la aparición del Señor del Calvario sucedió en una cueva, cerca de donde estaban trabajando algunos canteros. Las personas mencionan que hallaron la escultura del Señor del Calvario crucificado gracias a la señal de una “serpiente que resplandecía” en el interior de la Cuevita Santa (Chávez, 1994: 5).
Resulta relevante la figura de la “serpiente resplandeciente” dentro de la tradición indígena porque supone las posibles riquezas del lugar, considerando que la serpiente es su “guardián” o “dueño”. A este respecto, el vicario Joseph Navarro de Vargas narra, hacia 1728, cómo en Churubusco, Colhuacan y Mexicaltzingo “metieron los Yndios sus Ydolos y cosas de reliquias” en los “cerrillos”, “terremotes”, “ojillos de agua”, “peñas de las cruces” y “en los templos”. “Muchas capillas de piedra he visto en el Pueblo, que son y servirían de los mismo”, señala. De hecho, él mismo lo comprobó de la siguiente manera:
Puse a un Yndio de Coyoacan a sacar adoves en el cerro (pirámide), y un Yndio fue a el y le dixo que mirasse lo que hacía, no se muriera o le diera ayre, que se enojaría la Culebra; pues que —le respondió— ¿La Culebra acasso vive, o que Culebra es esa? Respondiole el Yndio: si vive, que muchas personas la han visto calentarse por la Yglesia Vieja, y le relumbra el lomo —en su Ydioma, pepetlac—, y tiene ricas plumas en él (Navarro, 1909: 560-562).
Si bien la señal de la “serpiente emplumada” que relumbra cobra relevancia para ver la continuidad de las creencias indígenas en sus dioses, también es relevante conocer el paradero de las reliquias, de qué tipo eran y si fueron resguardadas de generación en generación en alguno de los sitios. Como testimonio del trato que se da a las reliquias —en este caso, a la imagen del Señor del Calvario—, nos dimos a la tarea de pedir permiso a los mayordomos para asistir al que consideramos el ritual más importante del cambio de vestimenta de la imagen “mayor”.
El 5 de agosto, en vísperas de la festividad de San Salvador, asistimos al “cambio de ropa” del Señor del Calvario, que se llevó a cabo a las cinco de la mañana y fue dirigido por parte de los encargados de la imagen y los mayordomos a fin de que el Señor “estrenara” su nueva ropita y estuviera presentable en su festividad, ya que recibiría la visita de autoridades religiosas importantes, de sus feligreses y las imágenes de los santos de los barrios del pueblo.9
Una vez reunidas las personas más cercanas a la imagen, antes del amanecer los “compadritos” y “comadritas” prendieron los cirios y realizaron la “entrega de la ropa” del Señor del Calvario y de las otras dos imágenes: el Señor de la Canoíta y el Señor de la Cañita. La comitiva partió del interior de “el Calvarito” y todos juntos se dirigieron al lugar donde se localiza el nicho de madera bastante pesado y suntuoso. Antes de “bajarlo”, los mayordomos tomaron la palabra para pedir permiso a “Nuestro Señor” a fin de que “se deje” cambiar. El nicho es bajado del altar por un acceso especial y se deposita nuevamente en el interior de la capilla. Las mujeres no pueden estar presentes durante el cambio de ropa del Señor, así que ellas salen del recinto para esperar “la Transfiguración del señor” con cirios encendidos, rezos y alabanzas.
En el interior de la capilla del Calvarito más de diez hombres expertos en el cambio de ropa tienen preparado todo lo necesario para realizar cuidadosamente su labor.10 Empiezan con una oración y un pedimento hecho por el encabezado quien se coloca a la cabeza del santo y funciona como un director de los movimientos de la imagen articulada. Otro participante es el que se encuentra a sus pies y es quien finaliza el cierre del envoltorio santo. La ropa de la imagen se compone de varias “capas” de vestimenta y este año fue de color blanco. La primer capa es la piel curtida que tiene en las articulaciones y semeja la rugosidad de la piel humana de color “moreno claro”; probablemente son pieles del periodo prehispánico (Amador, 2002: 76). A la altura de la cadera seguramente se encuentran las articulaciones de las piernas. Encima de las articulaciones centrales se le pone un faldellín de tela brillante; en la parte del pecho se le pone una camisola y, finalmente, se le coloca el sudario en la cabeza. La imagen nunca se deja al descubierto y siempre es cubierto con un lienzo largo con el que posteriormente quedará amortajado.
Una vez hecho el cambio y después de peinarle la cabellera natural con mucho cuidado y haberle puesto el “sudario” la escultura de religiosidad popular se coloca fuera del nicho y se tiende en una “camilla” de madera en el centro de la capilla. Son las siete de la mañana, con la luz del día se abren las puertas del recinto y las mujeres “pasan a besar” y agradecer un año más de vida. Nuevamente la comitiva se dirige a guardar la imagen y se traslada al altar principal. Después se procede al desayuno entre los compadres, y se espera la afluencia de visitantes y santos de las otras capillas.11
No obstante que no ha sido posible revisar los expedientes de los restauradores, los informes de los mayordomos señalan que se trata de una imagen muy ligera y suave —hecha con pasta de médula de caña del maíz—, pues cuando le cambian la vestimenta, al cargarlo y sostenerlo, han sentido su peso. Sorprende mucho a los mayordomos que pese tan poco y que la textura sea semejante a la “piel humana”. Como ya hemos mencionado, en las coyunturas la imagen tiene movimiento; ahora sabemos que las esculturas articuladas eran utilizadas dentro del teatro evangélico del siglo xvi para representar las escenas de la pasión, muerte y resurrección del Señor durante la Semana Santa.
De la imagen articulada destaca el color “negro” únicamente en las extremidades: manos y pies, y en el rostro. Esto recuerda la manera en que eran pintados con este color algunos dioses mexicas. De hecho, algunos ídolos tenían como atributo distintivo el color negro en el rostro o en la totalidad de su cuerpo. Pero, existe la posibilidad de que la imagen del Santo Entierro estuviera pintada con el color “negro carbón” o negro ceniza (Amador, 2002: 78).12
Por otra parte, en el pueblo de Colhuacan se cree que la imagen articulada tiene relación con el Señor del Sacromonte en Amecameca, con el Señor de la Cuevita en Iztapalapa, con el Señor de Xaltocan en Xochimilco y con el Señor de las Misericordias en San Lorenzo Tezonco. De hecho, mucha gente los llama “los hermanitos”, porque son imágenes que guardan semejanza al representar a Jesús en su advocación del Santo Entierro, y en algunos casos aparecieron en cuevas, lo cual podría remitir al paradigma de los “dioses subterráneos” (López, 2011).
Consideremos que el Calvarito es la capilla más importante de Colhuacan y es donde la imagen del Santo Entierro ha sido venerada desde el siglo xvi por los culhua y por los pueblos vecinos, principalmente Xochimilco, Tlalpan, Churubusco y Coyoacán. Su antigüedad puede ubicarse a mediados del siglo xvi y se corrobora, si tomamos en cuenta que en la cueva donde se encontró el Señor del Calvario existe una columna de piedra construida en el siglo xvi y puesta posiblemente por los franciscanos, que llegaron a la zona antes que los agustinos, para acondicionar el lugar como capilla.13
En un periodo posterior, gracias a las Relaciones geográficas del Arzobispado de México, 1743, tenemos noticia escrita de la existencia del culto al Santo Entierro en el pueblo de Colhuacan y la veneración de la imagen por parte de sus fieles. Según esta fuente existía “Una capilla en una cueva con un Señor que su advocación es el Santo Entierro, en quien los naturales y demás vecinos tienen puesto todo su afecto y devoción” (De Solano, 1988, [i]: 198-200). Resulta interesante que los arqueólogos hayan encontrado materiales “del templo de Tezcatlipoca en la estructura de la capilla del Calvarito, asentada sobre una nivelación o plataforma artificial”. Se localizaron también restos “del palacio de los antiguos reyes” de Colhuacan y en el lugar del hallazgo fueron ubicados tres manantiales con ofrendas. El primero de estos fue llamado La Santísima y sirvió de asiento de la rueda aguadora del molino de papel, el primero construido en el Nuevo Mundo el cual, probablemente, tenga alguna relación con la materia prima para elaborar las imágenes —como es el papel del maguey que se usaba en la fabricación de esculturas ligeras (Amador, 2002: 72)—; el segundo manantial se encontraba a la entrada del convento agustino; y el tercero se localizaba en el sitio donde estaba el estanque-embarcadero en el siglo xvi.
Veamos ahora el trasfondo histórico y geográfico del señorío de Colhuacan, donde se localiza la escultura.
La importancia del señorío de Colhuacan
El cerro de Colhuacan —de Iztapalapa o Cerro de la Estrella— pertenece a la provincia fisiográfica Eje Neovolcánico y forma parte de la subprovincia Lagos y Volcanes del Anáhuac. En la región predominaba el paisaje lacustre y las extendidas chinampas con numerosos animales terrestres y acuáticos. El nicho paradisiaco proporcionó gran abasto en recursos de flora y fauna, lo que explica la larga historia de ocupación humana del territorio, ya que, según los registros escritos, los primeros asentamientos —encabezados por el pueblo culhua— se remontan al año 600 de nuestra era.
Los arqueólogos han subrayado que, paralelo a la máxima expansión poblacional de Cuicuilco, en Teotihuacan se estaba gestando el nacimiento del periodo Clásico (150 a 600 d.C.). Y a la par del auge de esa gran metrópoli, en la fase Coyotlatelco (700 a 900 d.C.) Colhuacan tuvo una expansión social y territorial hasta la parte poniente del Cerro de la Estrella gracias a los grupos chichimecas, que a lo largo de aproximadamente 700 años influirían en el desarrollo cultural de la cuenca de México. Está bien documentado que el periodo Clásico concluye con la caída de Teotihuacan; y entre las ciudades del valle de México con mayor poderío destacaron Xochicalco, Cholula y Tula. Esta última ciudad sobresalió como capital rectora y, entre 950 y 1150 d.C., vivió su apogeo e influyó en otros señoríos; aunque su decadencia se registra en el siglo xi.
Los culhuas se convirtieron en depositarios de las dos vertientes culturales más elevadas del valle de México: la teotihuacana y la tolteca. Su papel como heredera del mundo clásico y creadora de modelos culturales posteriores explica la importancia de la ascendencia culhua; es tan prestigiosa que constituirá el más alto título de nobleza de los futuros dueños del imperio (Navarrete Linares, 2000: 23).
El señorío de Colhuacan y la relación con los mexicas
Para Paul Kirchhoff (cit. en Caamaño, 1988: 183) Colhuacan fue “uno de los pueblos más importantes de la historia antigua de México, pero desgraciada-mente el menos conocido”. Esto se debe en gran medida a la cantidad de datos dispersos que no se han recopilado sistemáticamente y, por tanto, no hay una continuidad de los mismos, lo que da como resultado lagunas de información que dificultan entender los procesos históricos y culturales de la zona.
En los Anales de Cuauhtitlan se menciona que en la fecha 9- calli (721 d.C.), poco después de la caída de Tula, los culhuas se establecieron en la parte sur de la laguna de México bajo el mando de Nauhyotzin. La fuente informa que en el año 1- tecpatl “siguieron su propio camino los culhua y en su delantera su rey llamado Nauhyotzin”. Tanto Nauhyotl como Cuauhtlix “eran los más principales de la casa y linaje del gran Topiltzin, y después Nauhyotl y sus descendientes fueron reyes de los culhuas que así se llamaron los toltecas por ser su cabecera Colhuacan” (en Caamaño, 1988: 180-181).
A decir de Charles Gibson (2012) en el 1000 d.C. ocurrió una inmigración masiva de los pueblos tolteca, chichimeca, otomí y azteca hacia la cuenca de México. Y por “una serie de cambios de poderes las comunidades de Xaltocan, Colhuacan y Azcapotzalco, ascendieron y cayeron como centros de autoridad”. Nigel Davies sugiere que para esta misma fecha, Colhuacan se encontraba en su mayor época de esplendor de su historia, llegando a influenciar a la ciudad de Tula, el valle de México, Toluca y Morelos (cit. en Cline, 1986: 4).
Pero de 1371 a 1426, momento de auge y expansión del imperio mexica y estando en la sede del gobierno el Huehue Tezozómoc, “los reinos antes dominados por Colhuacan fueron sometidos […]. La alianza mexica-tepaneca provocó, la rápida decadencia de Colhuacan”. Esto generó que, posteriormente, durante el mandato de Moctezuma II, el templo del Fuego Nuevo fuera reconstruido con un afán de legitimación ideológica y hegemónica por parte del estado mexica (Ávila, 2006: 120).
Este momento fue clave para el dominio ideológico de los culhua-mexicas, ya que durante 1455 la ceremonia del Fuego Nuevo se sincronizó en varias ciudades alejadas de Tenochtitlan para escenificar “un único ritual del Fuego Nuevo, como festejo de la regeneración del tiempo, al bajar el fuego del cielo y repartirlo en un despliegue de poder” (Pérez, 2002: 110).
Recapitulando, tanto para los teotihuacanos como para los toltecas y los mexicas Colhuacan era un asentamiento hegemónico-cerro-sagrado, símbolo del poder, de cultura y símbolo de la soberanía. Las mismas crónicas destacan que el señorío fue considerado representante de la autoridad y uno de los centros de poder más antiguos y prestigiados del altiplano; además de aparecer como detentor de la lengua y la cultura nahuas.
Colhuacan: nombre, linaje y lugar de nobles ancestros
Las fuentes refieren la importancia de los culhuas al “ser los mejores de la tierra”, dado que “fueron ellos quienes primero poseyeron el lugar que se nombró Colhuacan” y de cuyo linaje descienden los reyes de México Tenochtitlan. El dominico fray Diego Durán (1967) es más enfático al respecto: “Tienen empero esta excelencia los de Colhuacan [por] ser los mejores de la tierra […] de cuya cepa tienen origen y principio los reyes de México […] Además de que fueron los primeros que ha esta tierra llegaron y poseyeron aquel lugar de Colhuacan […] Y así se hizo cabecera y señorío por sí, y sujetó mucha parte de las provincias a su servicio” (Durán, 1967 [i]: 115).
El cerro de Colhuacan, o Cerro de la Estrella, ha recibido distintas denominaciones a lo largo de la historia. En el posclásico temprano se le conoció como Mixcoatepetl (Cerro de Mixcóatl o Cerro de la Serpiente de Nubes), ya que Quetzalcóatl enterró en ese preciso lugar los restos de su padre, Mixcóatl. Wigberto Jiménez refiere que al inicio de la época tolteca se le llamó Cerro de Colhuacan; señala que los toltecas, durante su migración del Bajío al Altiplano, eran guiados por Mixcóatl quien llegó a Colhuacan para aprovechar su gran valor estratégico, y sugiere que en sus faldas debió estar la sede del imperio Tolteca, la cual se trasladó a Tula sólo bajo el gobierno de Quetzalcóatl (cit. en Caamaño, 1988: 183).
Ahora bien, cuando los culhuas fueron conquistados por los mexicas, éstos se referían al lugar como Huizachtécatl, Huixachtlan y Huixachtla. Eduard Seler visitó el lugar y lo define como “la patria de los ancestros, el lugar donde los primogenitores de las tribus que viven ahora en esta tierra aparecieron primero”. Interpreta el jeroglífico y dice que “representa la montaña torcida, hecha a semejanza del mítico oeste, con el agua que rellena sus cuevas” (en Séjourné, 2009: 11). Cecilio Robelo dice que el topónimo original debió ser Teocolhuacan, “Colhuacan el viejo”, señala que el topónimo deriva de colli, “abuelo, antepasado” + hua, “posesivo” y can, “locativo”, por tanto, se traduciría, como “lugar de los que tienen antepasados”, “donde tienen abuelos” o “donde tiene ancestros nobles”.
Para Séjourné, los aztecas y los demás grupos nómadas se refieren a Colhuacan-Chicomóztoc para designar “ya no sus diversos orígenes territoriales, sino su integración a un conjunto religioso y político del que esa ciudad era el centro”. Incluso, “el linaje culhua constituirá el más alto título de nobleza de los futuros dueños del imperio”, por lo que los gobernantes mexicas serán señalados como culhua teuctli o “señor culhua” (Séjourné, 2009: 13 y 19).
Siguiendo a Chimalpain, en el año de 1369 o 1- calli, cuando los mexicas tenían 45 años de estar en Tenochtitlan, eligieron por señor a un tal:
Acamapichtli, que fue traído con grandes regocijos, pertenece al linaje real de Colhuacan y de él provinieron los gobernantes de los mexicas [...] Y fue este el primer señor que tuvieron, tronco de su nobleza, nervio de la nobleza que se hizo aquí en Tenochtitlan; el cual, ya se refirió que comenzó a gobernar desde el año de 1-casa, 1369, habiéndose iniciado con el linaje real de gobernantes en México Tenochtitlan (cit. en Séjourné, 2009: 12-13).
Atendiendo al significado religioso e ideológico del lugar, fray Diego Durán cuenta una anécdota que refiere este carácter hierático de Colhuacan para los tenochcas. Refiere que Moctezuma, estando en la sede del poder, quiso averiguar acerca de la grandeza de su imperio y al cuestionar al anciano Cuauhcoatl, el mayor sabio del momento, éste respondió que Colhuacan era singular tanto por su fisonomía, al tener la punta del cerro “algo retuerta”, así como por las cuevas, “bocas” o concavidades donde, según el sabio, “habitaron nuestros padres y abuelos” (cit. en Séjourné, 2009: 25).
La figura que nos proyecta el sabio Cuauhcoatl parece remitir al mítico “Colhuacan-Chicomóztoc (que) debió de representar para los aztecas el sitio de donde nacieron a la civilización” (Séjourné, 2009: 20). Recordemos que en tiempos de Moctezuma I se llevó a cabo la visita ritual a un Colhuacan que funcionaba a manera de Chicomóztoc, “de allí que a la llegada de los españoles no se vacilara en decidir que las efigies más importantes del panteón azteca se trasladaran a las grutas de Colhuacan” (García, 2009: 116).
Dioses mexicas de Tenochtitlan ocultos en cuevas de Colhuacan
No son pocas las evidencias del culto que seguían manteniendo los indios hacia sus dioses durante el periodo novohispano temprano. En lo que respecta a Colhuacan encontramos dos expedientes contemporáneos sobre el ocultamiento de ídolos y envoltorios en cuevas. Por una parte, estas referencias dan a entender la importancia del señorío para los mexicas; por otra, nos ayuda a comprender la relevancia de Colhuacan como el lugar donde habitan los ancestros y, por tanto, observar la posible relación con las “apariciones” crísticas en las cuevas de la zona.
El primer expediente inquisitorial se refiere al ocultamiento del bulto de Huitzilopochtli y se encuentra en el Archivo General de la Nación, ramo de Inquisición, tomo xxxvii, exp. 3 bis, fechado en julio, que se titula “Proceso del Santo Oficio en contra Miguel [Pochtecatlailótlac], indio, vecino de México, por idolatría”. El expediente tiene adjunta una ilustración catalogada bajo el rubro de 4848, 979/2652, con el título de “Manuscrito tradicional indígena, ídolos del templo de Huitzilopochtli” o “Descripción de cómo ocultaron sus ídolos” (León, 1997: 111-128). Este primer manuscrito, localizado en el libro Procesos de indios idólatras y hechiceros publicado por el Archivo General de la Nación, informa de un caso de idolatría llevado a cabo el 20 de junio de 1539. Mateo, indio pintor de Colhuacan, denunció a Miguel Pochtecatlailótlac por estar involucrado en el ocultamiento de algún tlaquimilolli. Tres meses después de este evento, en septiembre, el obispo fray Juan de Zumárraga sabía que los ídolos habían sido llevados en secreto a Ocuituco. Fue en la audiencia del Santo Oficio donde el mismo inquisidor y obispo informó que “cuando los españoles derrotaron a los mexicas fueron sacados del templo de Huitzilopochtli muchos ídolos y trasladados a casa de Miguel Pochtecatlailótlac” (León, 1997: 118-119).
En otra declaración de los hechos el involucrado, Diego Panitzin, declaró que el bulto de Huitzilopochtli había sido escondido en el Tepuchcalco o en Temazcaltitlan y “que el dicho Huitzilopochtli tenía cuatro mantas de muy ricos chalchihuites transparentes, las cuales dichas mantas tenían e guardaban Coayaotl y Tomiyaotl” (León, 1997: 122). Esta información vuelve a destacar la importancia que seguían teniendo las tilmas o vestiduras divinas; y es probable que las mantas, como objetos de culto, manifestaran la presencia o el poder de Huitzilopochtli, lo que nos habla de la importancia de las prendas divinas.
En un segundo documento, paralelo y contemporáneo al anterior, fechado en 1539 y localizado en el Archivo General de la Nación, ramo de Inquisición, tomo 68, expediente 1 bis, “Información en contra de don Baltazar [Toquez-cuauhyotzin], indio de Coloacan, por ocultar ídolos”, aparece la declaración de don Andrés, indio del mismo pueblo quien, por lengua de Juan González, señaló: “Que le dijo el dicho su primo Pablo Zua que, cuando los cristianos vinieron, mandó Moctezuma llevar a Colhuacan las figuras de Huitzilopochtli y de Tezcatlipoca y de Topiltzi. Y que allí los escondieron en cierta cueva que se llama Tencuyoc; y que nunca se ha buscado ni llegado a ella; y que los llevó Axayácatl, hijo de Moctezuma” (cit. en González, 1912: 181-82).14 Don Baltazar, cacique de Colhuacan, el principal acusado dentro del proceso inquisitorial llevado a cabo por las autoridades del Santo Oficio, no dice que haya sido Axayácatl quien llevó los bultos sagrados, sino un personaje llamado Tehuachichilayo:
Puede haber diez y siete años [1522], poco más o menos, que llevaron de esta ciudad al dicho pueblo de Colhuacan el Ochilobos e otros muchos ídolos. Y que los llevó Tehuachichilayo, indio que es muerto. Los pusieron en una cueva que se dice Telacin y allí estuvieron seis días [...] Los llevaron a Xilotepec, [por] que desde ahí los habían mandado a traer al Peñol [...] Y que ha oído decir que están allí en una cueva (cit. en González, 1912: 178).
Finalmente, “se llega a la conclusión de que los ídolos del Templo Mayor fueron depositados en una cueva del cerro de Colhuacan” (León, 1997: 127). Pero, al parecer, esto fue sólo por algunos días, ya que: “Dice don Baltasar que cuando don Pedro de Alvarado quedó en México que [...] los indios llevaron dos envoltorios a Colhuacan, grandes y pesados, el uno era negro y el otro era azul; y que allí estuvieron cuatro o cinco días, y que los guardaban mexicanos [...] y que los dichos envoltorios eran del gran ídolo de México: Huitzilopochtli” (cit. en León, 1997: 181).
Todo lo anterior hace suponer que los naturales procuraron distintas estrategias para seguir siendo favorecidos con la providencia de sus dioses, incluso para continuar utilizando ciertas cuevas para guardar los preciosos depósitos. Como veremos en seguida, es probable que las reliquias de sus dioses, que fueron destruidas, hayan sido reutilizadas en las nuevas imágenes de piedad católica.