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FRANCISCO DE LA IGLESIA Y DARRACQ

Francisco de La Iglesia y Darracq (1771-1852), gaditano y liberal, fue una de las personas que con más constancia y ahínco trabajó en esta época para preparar la refundación del caballo español, mediante la búsqueda de la regeneración de las antiguas castas andaluzas, que según él y otros autores anteriores en los que él se apoyaba (Pedro Pablo Pomar, o Josef de Arcos y Moreno), eran las que guardaban la esencia de nuestro caballo. En Laiglesia se daba lo que hoy día se conoce como un perfil curricular «transversal», puesto que en sus inicios se dedicó más a los temas que tenían que ver con la equitación, como la teoría de la técnica a caballo e instrucción de caballos y jinetes. Escribió Ensayos sobre los verdaderos principios de la equitación o Teoría de la escuela de a caballo, adaptada al más exacto raciocinio y a las leyes que dictan la geometría, la anatomía y la mecánica… (Madrid, Imprenta Real 1805). Y en esta etapa «ecuestre» tradujo e interpretó las obras de los clásicos maestros antiguos de la equitación, como La Guérinière o el duque de Newcastle (sobre las que se basa la equitación clásica actual, y sobre esta, las disciplinas deportivas ecuestres), y también fundó una academia militar de caballería. Todos estos hechos, además de las cartas y escritos donde exponía al Gobierno la necesidad de mejorar la instrucción en caballería y la importancia de esta como primer elemento del Ejército, le valieron para que le nombrasen capitán y dieran validez oficial a su academia, nombrándole director de la misma (cargo para el que se ofreció gratis) y difundiendo entre el Arma de Caballería sus obras y traducciones. Pero Laiglesia no se quedó solamente en ser un difusor de la equitación y la instrucción de caballería; además de eso pasó a enfocarse en el caballo per-se, en los temas de cría, en la necesidad de una mejora de la calidad de los caballos que se criaban en el país, alertando acerca de la decadencia de la cabaña por diferentes razones, como los cruzamientos equivocados o la pérdida de las yeguadas estatales. Y, como siempre, con una visión liberal pero «patriótico-estatal» puesto que sus ideas de mejora iban enfocadas a que el país que tuviese mejor caballería tendría el mejor Ejército, y eso era prioridad nacional en una época donde España era percibida por los españoles como en declive desde los siglos pasados de Imperio español donde «no se ponía el sol». Este «españolismo» aparece y se acrecienta justamente en esa época, tras la invasión francesa y la Guerra de la Independencia. Son las corrientes «nacionalistas» y «costumbristas» de prácticamente toda Europa en el XIX. Así pues, Laiglesia, además de un maestro ecuestre fue un hipólogo erudito, con gran influencia, y a su etapa «ecuestre» le sucede y complementa una etapa «hipológica». Además de todo esto, Laiglesia también era poeta, historiador y político, llegando a participar como redactor y ponente en las Cortes de Cádiz, de donde sale la primera constitución española, la famosa «Pepa» de 1812 de carácter liberal y democrático, cuando la Guerra de La Independencia finalizó.

Laiglesia acabó siendo miembro del Consejo de Agricultura, Industria y Comercio, y nombrado en 1832 inspector general de Cría Caballar, cargo que se creó para él por sus méritos. Llegó a coronel de Caballería y el propio rey Fernando VII emitió una real orden para que sus trabajos fuesen publicados por el Estado. Sin duda fue hasta su muerte (en 1852) la máxima autoridad en España sobre caballos y probablemente la persona que más influyó en lo que vino después, aunque algunos de sus proyectos vieron la luz antes de su muerte, como la primera importación de caballos de Oriente, los llamados «árabes isabelinos» en 1850. La clave de su influencia fue la de combinar una extensa experiencia con un conocimiento que llegaba a la erudición en todos los campos del caballo y sus recursos y contactos como escritor, político o militar, lo que hizo que las más altas instancias gubernamentales del país se convenciesen y diesen prioridad e importancia a la cría caballar y a la instrucción de la caballería como «cuestiones de Estado».

La obra de Laiglesia que tal vez tuvo más influencia sobre la refundación del caballo de Pura Raza Español, o sea la restauración sobre el tipo andaluz, fue la titulada Memoria sobre la cría caballar en España. Causas del aniquilamiento de nuestros caballos2.

Entresacando textos de Laiglesia (aunque recomiendo a los lectores que, si tienen interés, descarguen y lean sus obras completas), destaco lo siguiente, por lo que ilustra el «caldo de cultivo» sobre el que se refundó el caballo que hoy conocemos como de «pura raza española» y en el que Miura tuvo tanto que ver. En Memoria sobre la cría caballar en España… se cita al conde de Buffon, puesto que su obra Historia Natural (44 volúmenes desde 1749 hasta 1788) fue inspiradora y fuente de influencia ilustrada para casi todos los autores hipológicos del XIX que a partir de sus teorías sobre la «degeneración» y «regeneración mediante cruzas» construyeron sus planes de mejora aplicables.

«Se sabe por experiencia que las razas cruzadas de caballos son las mejores y más hermosas, y que en consecuencia haríamos bien en no limitar las hembras a un macho de su país, que ya el mismo se parece mucho a su madre, y que por consiguiente, en lugar de relevar a la especie, no puede menos de continuar en degenerarla»3.

Al principio de la obra, dirigida al rey Fernando VII, comienza ya alertando sobre el motivo que se repite y demuestra una y otra vez a lo largo de ella, a modo de mantra casi, persiguiendo que el Estado se involucre:

«…he llegado a tocar y penetrar muy a fondo en el estado lastimoso en que se ve reducida entre nosotros la cría caballar…».

Laiglesia fija el objetivo en la recuperación de las castas «andaluzas» como tipo original –y fundamental– del caballo español, y apoyándose en la historia hipológica de sus antecesores (Salomon de la Broue, el duque de Newcastle, el barón de Eisenberg, Garsault, el conde de Buffon, La Guérinière o Pedro Pablo Pomar) y en su propio conocimiento por analogía de tipo, recurre para ello a indicar los cruces orientales, con árabes o berberiscos como tipo preferente, criticando vehementemente el uso de caballos normandos o con cruces del norte con sangre pesada en depósitos de sementales del sur, como el de la Loma de Úbeda, para estos menesteres:

«…Deteriorada y envilecida la pureza del linaje de los célebres caballos andaluces».

«…El caballo andaluz está dotado de singular mansedumbre, abunda en gracia, tiene un compás natural y goza de tan grande facilidad para derribarse sobre sus ancas, que deleita al jinete con la dulzura de sus movimientos…».

«…Resucitar nuestras razas andaluzas con los árabes y los berberiscos».

Dentro de estos tipos orientales enumera algunas castas principales, como la árabe, berberisca, persa o turca, considerando a las demás especies mixtas o degeneradas de estos tipos «verdaderos». Aquí coincide con Buffon y otros autores anteriores, coetáneos y posteriores.

Otras curiosidades de la filosofía hipológica de Laiglesia fueron la de abogar por el uso de caballos enteros para el servicio del Arma de Caballería. Tiene una pequeña obra, publicada en 1845, dedicada a ello, Perjuicios que al Estado, al Ejército y a la cría caballar les produciría la castración de los caballos españoles, en la que otra vez vuelve a establecer una analogía (una vez más) entre el caballo árabe y el andaluz, y en consecuencia, con las caballerías española, árabe y turca como las mejores que hubo, entre otras cosas, por mantener sus caballos enteros.

«...Debe pues sostenerse que la castración por un principio general en los caballos españoles ha de influir en menoscabo del Arma de Caballería, apagando en sus caballos los mejores dotes, el vigor y la energía; privando a la acción de la prerrogativa que los reinos extranjeros nos envidian y con la que de tiempo inmemorial ha alcanzado el primer renombre y dado a la España muchos días de gloria. ¿No es la cualidad de ser enteros una de las que han constituido, esencialmente en las guerras, la supremacía del caballo árabe y el andaluz?».

Laiglesia era partidario de regionalizar la cría caballar para usar el norte de España para la cría de tipos más pesados y grandes, para tiro o tiro ligero, usando caballos franceses, donde sí incluye a los normandos, a caballos daneses o Holstein, o al recién incorporado a las razas equinas de esa época, el Pura Sangre Inglés. En cambio, el sur de España sería donde el caballo andaluz, reconstruido por la sangre oriental de berberiscos y árabes, ayudaría al resurgimiento del caballo español. Otro punto de interés: las modas donde el dinero arrastra los criterios hipológicos hacia el negocio lucrativo (vemos pues que no son exclusivas de estos tiempos de ahora), y Laiglesia en sus capítulos finales alerta de la cara y la cruz de la selección en los pura sangre de hipódromo, selección en base a un solo carácter (la velocidad) para ganar carreras (o sea dinero), y sus riesgos en detrimento del tipo y las cualidades hipológicas fundamentales en la selección (conformación, aplomos, armonía, etc). Este punto denunciado por Laiglesia en el siglo XIX está dos siglos después muy vigente en la presentación a concurso de determinados caballos hoy día, pruebas de caballos jóvenes donde se prima la espectacularidad de aires, rayando en lo extravagante, en lugar de la corrección, la fuerza y la capacidad real de equilibrio y reunión armónica, teniendo en cuenta un desarrollo natural acorde con la edad del caballo. Esta precocidad abre mercado, los campeones son percibidos como «los mejores reproductores» y, como ya escribió Laiglesia, el afán de negocio pervierte la verdadera selección por criterios hipológicos. Esta crítica puede hoy día ser también extrapolable al SICAB y al modelo de mercado nacido sobre la cultura del «PRE de concurso morfológico» (o si lo prefieren «morfofuncional», que viene a ser, visto lo visto hoy día, lo mismo).

«…El furor de las apuestas y el de enriquecerse con las carreras de caballos en Inglaterra (…) van convirtiendo todos los medios que se empleaban antes para mejorar y engrandecer la reproducción de razas en un mero juego de envite y de especulación. Ya ni en la simetría ni en la regularidad de las formas y de las marchas, ni la sanidad, ni la flexibilidad y la belleza son cualidades por las que se afana ningún criador inglés. La mayor celeridad posible es lo único que se ambiciona, y a esta exclusiva cualidad se sacrifican todas las demás».

Prosigue la obra de Laiglesia en medios para regular y mejorar la raza, con alguna disquisición sobre el concepto de la «pureza», que hoy día algunos entienden como una suerte de endogamia cerrada (como lo quisieron instituir los puristas de los años 70, que acuñaron el término «cerrado en bocado» para fundamentalizar los caballos de origen Zapata («cartujanos»).

«…En España no necesitamos la denominación pura sangre ni pura raza; es obvia como en los árabes…».

Y para el resurgir del caballo español, propone la creación de estímulos e incentivos a la cría caballar mediante:

• Premios (dotados económicamente) y concursos, estableciendo secciones en ellos y un calendario nacional, y proponiendo una «final» en octubre en Madrid a la que acudirían todos los caballos campeones para ser recibidos y desfilar, siendo galardonados por el rey.

• Fomento de las carreras.

• Construcción y fomento de escuelas de instrucción ecuestre.

• Recuperar las antiguas órdenes de caballería y las «maestranzas».

• Implicar al Gobierno en la mejora de la cría caballar (yeguadas y depósitos estatales).

• Profesionalizar a los subdelegados de Cría Caballar, para evitar corruptelas y asegurar la calidad en la selección oficial de reproductores.

• Crítica a los «hidalgos españoles» que montan «caballos franceses», aplicar un cierto «proteccionismo» etnológico para preservar el tipo de nuestro caballo.

Como resumen de los propósitos de la obra principal de Laiglesia, citamos un extracto de su epílogo:

«…He indicado que la Andalucía debería producir, a lo menos en muchas partes de ella, caballos verdaderamente puros y sin mezcla, alejando de la propagación los que no fueran perfectos, y derivándolo en su analogía con los árabes, que con este sistema han perpetuado durante el transcurso de los siglos su especie como la mejor del mundo. He apoyado esta doctrina con los primeros y más célebres naturalistas; pero en fuerza del aniquilamiento total de las razas y la carencia absoluta de caballos padres en estos momentos, he señalado los árabes como los primeros y los berberiscos como segundos a que se debiera recurrir en las apuradas circunstancias en que nos vemos para cruzar y resucitar nuestros excelentes caballos andaluces, por ser aquellos los únicos que le disputan la primacía».

OTRAS OBRAS DEL PANORAMA HIPOLÓGICO DEL SIGLO XIX EN ESPAÑA

Además de Pedro Pablo Pomar y Francisco de la Iglesia, ya entrado el siglo XIX hay editadas una serie de obras y opúsculos de temática hipológica donde se continúa (algunas de forma reiterativa y copiando otras anteriores) lo que era la tendencia general de este siglo, que confirma la decadencia del antiguo caballo español y prepara la conveniencia de restaurarlo con importaciones de sangre oriental que todos atribuyen como original a las castas de caballo andaluz (que es el elemento «puro» del que siempre sale el español), hasta, llegado el final del siglo XIX, conseguir la creación de la Yeguada Militar de Córdoba (en la finca Moratalla del T.M. de Hornachuelos) y la creación del «Studbook» (primera edición en 1913) del Pura Raza Español. Entre otras tenemos:

1818. «Informe sobre la mejora y aumento de la cría de caballos» dado al Supremo Consejo de la Guerra, de los tenientes generales Antonio Amar, Manuel Freyre, marqués de Casa Cagigal y Diego Ballesteros

Dirigido al infante Don Carlos (hermano del rey Fernando VII), recoge casi íntegra la visión de Pedro Pablo Pomar sobre la decadencia de la cría caballar y establece cuatro puntos para su restablecimiento:

• Excesivo número de ganado mular, que perjudica la cría de caballos.

• Mejorar los pastos y las condiciones de vida de las yeguas madres, considerando la trilla como demasiado dura y que influye negativamente sobre la producción.

• Necesidad de introducir yeguas y caballos padres y repartirlos por provincias (aquí aboga citando a Buffon por sus teorías de cruzamientos de razas de países diferentes como vigorizantes, teoría abrazada por P.P. Pomar. En cambio se muestra partidario de usar caballos castrados –capones– para el Ejército, medida que fue contestada contrariamente años después por Laiglesia, que argumentaba en favor de tenerlos enteros). Entre las medidas que propone por provincias está la de que «S.M. Puede también hacer venir algunos caballos berberiscos y árabes de la mayor altura, para que las reales caballerizas de Córdoba tengan, en caballos de una asta proporcionada, el mismo vigor, aquel tesón jamás cansado para el trabajo que no ha mucho se admiraba de las jacas de Sicilia; ventaja que logrará, si a las yeguas que producían estas jacas acompañan a los caballos que acaban de citarse; y vea aquí, Señor, uno de los mayores bienes que puede hacer el rey a la nación con solo dar el ejemplo de admitirme el útil proyecto de cruzar las castas».

• Dotar medios para fomentar la cría caballar y destruir prudentemente el número y la calidad del ganado mular.

1826. «Instrucción sobre el régimen y gobierno de la cría de caballos en España» de José Martres y Chavarry

En esta obra se explica técnicamente la organización y regulación a nivel estatal de la cría caballar por medio de la Junta Suprema de Caballería. Estas regulaciones establecían medidas de fomento y estímulos para los criadores y recogía gran parte de las recomendaciones de Pedro Pablo Pomar (que ocupó cargo destacado en dicha junta).

«...La cría de caballos es uno de los ramos que más ha ocupado en todos tiempos la atención de nuestros augustos soberanos, no solo por lo que interesa a la defensa y conservación del Estado, sino también por las grandes ventajas que proporciona a la agricultura, industria y comercio. Penetrado de estos mismos sentimientos, el señor D. Carlos IV, no contento con haber creado por Real Decreto de 13 de septiembre de 1796 una Junta Suprema de Caballería que se ocupase exclusivamente en el gobierno y dirección de esta granjería, por otra Real Resolución de 3 de abril de 1797, consiguiente a consulta que le hizo la Junta, se dignó extender con generalidad a todas las provincias del reino las exenciones y privilegios concedidos a los criadores».

1843. «Tratado de la cría del caballo, mula y asno, y principios generales de equitación» de Nicolás Casas, catedrático de Veterinaria, editado por Calleja4

En esta obra, mixta en cuanto a contenido, hipológico y ecuestre, la parte hipológica está en línea e influida por lo publicado antes por Laiglesia, que a su vez lo está por Buffon. Así, leemos en el primer párrafo, que dedica a las razas de caballos, lo siguiente:

«...Si se considera la multitud de razas de caballos conforme a la descripción que hacen de ellas todos los escritores antiguos y modernos, se pueden reducir a dos grandes clases: caballos del sur y caballos del norte, que se distinguen por caracteres muy visibles, producidos por la influencia del clima. Los de la primera clase tienen por caracteres distintivos la elegancia de sus formas, finura y hermosa proporción en sus miembros; suavidad, regularidad y velocidad de sus movimientos; intrepidez y fogosidad de su índole, y docilidad de su boca, por la que obedeciendo siempre a la mano que les guía, se precipitan, moderan o detienen y no obran sino para dar gusto, fatigándose o aún muriendo por obedecer mejor; por cuyas cualidades son reputados con justicia desde la más remota antigüedad por los mejores caballos de montar, aunque carecen de fuerza y resistencia en el trabajo. Los de la segunda clase se hacen notables por la poca elegancia y proporción de sus formas, por el mayor grosor y tosquedad de sus miembros, por la dureza y poca velocidad de sus movimientos, por su índole menos intrépida y fogosa, pero mas áspera, y por la dureza de su boca, menos obediente a la brida; por todo lo cual nunca se han tenido por buenos para montar y sí como los mejores para el tiro. Pues pudiera decirse de la especie caballar lo que se ha dicho de las demás especies de animales, inclusa la del hombre, que lo que pierde en el norte de vivacidad y apacibilidad de carácter lo gana en robustez y fuerza. Es tan notable el influjo del clima en los caballos, que conforme se van acercando las dos clases de razas de que se trata, en la dirección del sur al norte, se distinguen por graduaciones intermedias, las cuales en esto como en todo lo demás son infinitas y por consiguiente indescriptibles. Nuestros caballos castellanos ya se diferencian de los andaluces en ser más bastos, más duros para el trabajo y menos dóciles y manejables».

Un aspecto interesante de la obra de Nicolás Casas es la relativa a los caballos árabes, puesto que ya diferencia las castas que según su origen había en ellos y habla sobre los europeos pioneros en importaciones, como el conde polaco Rzewuski (Sic.). Casas nunca estuvo allí, pero escribe casi al pie de la letra, por lo que se nota que había leído el manuscrito de dicho conde, que se llamaba Waclaw Rzewuski y que escribe en 1821 un manuscrito en francés, Sur les chevaux orientaux, et provenants des races orientales, donde relata su viaje aventurero de dos años a Oriente a por caballos.

Es premonitorio, puesto que las expediciones «oficiales» desde España parten después de estas publicaciones (en 1850 la de Isabel II, comandada a Gliocho; o las de 1904 y 1905 y posteriores por los oficiales de Caballería y Cría Caballar del Ejército español). Nicolás Casas, que tuvo acceso a la información de Rzewuski, pudo desde su puesto de catedrático aportar su granito de arena para que fueran puestas en marcha. La corriente restauradora con oriental iba creciendo en todos los estamentos hipológicos al mismo tiempo.

1848. «Método de equitación basado en principios nuevos» de Baucher

La famosa obra de Baucher, que va ya por su sexta edición en París, se traduce al castellano y se publica en Cádiz. Sus traductores (E.L.F y J.M.P.) incluyen un anexo donde se habla de los países que producen caballos, y que dice lo siguiente:

«Los caballos españoles están marcados en el anca con el hierro de la casa de donde han salido y comúnmente no tienen mucha alzada; la regular es de siete cuartas y algunas pulgadas. Los andaluces son los más estimados. Tienen muchísima gracia como ningún caballo, fiereza y más flexibilidad que los bárbaros: ventajas por las cuales se prefieren a todos los del mundo para la guerra, la ostentación y el picadero»5.

1851. «Manual de Veterinaria» de los profesores de Veterinaria del Arma de Caballería, Pedro Briones y Juan Abdón Nieto

Sigue con la escuela de Buffon (al igual que Laiglesia o que su colega de profesión Nicolás Casas años después). Es reseñable la simple división en dos clases que hace de las razas de caballos, división vigente hoy día.

«Todas las razas de caballos se pueden reducir a dos grandes clases, que se distinguen por caracteres muy visibles producidos por la influencia del clima. En la primera clase pueden colocarse todas las razas de caballos que habitan en países cálidos y secos, como la Arabia, Persia, Berbería y España. Se distinguen por la elegancia de sus formas; la finura y hermosa proporción de sus miembros; la celeridad, regularidad y velocidad de sus movimientos; la intrepidez y fogosidad de su índole, y la docilidad y suavidad de su boca, por cuyas cualidades son reputados desde la más remota antigüedad como los mejores caballos de silla». (Esta clase también se denominaba «caballos del mediodía»).

«...La segunda clase comprende los caballos criados en los países fríos y húmedos, como Francia, Inglaterra, Alemania, etc., denominados estos caballos del norte, que se distinguen de los otros en la mayor fuerza y resistencia para el trabajo; en poca elegancia y proporción de formas; por la mayor tosquedad de sus miembros; por la dureza y poca velocidad de sus movimientos; por su menor intrepidez y fogosidad, y por su indocilidad y dureza de su boca, por todo lo cual nunca han sido buenos para montar, pero sí mejores para el tiro».

En cuanto al caballo español:

«Réstanos hablar aquí de este precioso animal, considerado por todos, después del árabe, como el mejor del mundo. Además de ser hermoso, es dispuesto, ágil, vigoroso, y tan dócil y dotado de inteligencia que es susceptible de aprender cuanto se le quiera enseñar; sufre los trabajos y penalidades, se hace partícipe del hombre, de quien puede considerarse un amigo. Sus pelos más comunes son negros y castaños; sin embargo los hay de todos los pelos.

En España, según es público y notorio, no hay más razas de caballos que las andaluzas, extremeñas y la raza de Aranjuez. Las de Andalucía y Extremadura no tienen hoy el nombre que merecen por el poco cuidado que hay en conservarlas y mejorarlas; sin embargo, en Sevilla, Jerez de la Frontera, Écija, Córdoba, Jaén y Granada se encuentran muy buenas razas de caballos; así como en Extremadura, en Don Benito, Llerena, Badajoz y otros puntos, cuyos caballos tienen mucha analogía con los andaluces, de cuyas cualidades participan; pero en unas y otras provincias resistiéndose cada vez más del alucinamiento de nuestros criadores en la cruza del contrario»6.

La «raza de Aranjuez» es descrita como que se produce desde el reinado de Carlos IV, y con respecto a los andaluces dice de ellos que «son más corpulentos que los anteriores, de gran alzada, buenas formas, briosos, enérgicos y de mucha vida, conservando en un todo el tipo de los mejores andaluces. En sus capas o pelos suele haber más variedades».

1851. «Memoria sobre la cría caballar» de Agustín Álvarez Sotomayor

Incluye alguna reflexión interesante y crítica, ya desde su preámbulo:

«...Muchas son las memorias sobre cría de caballos escritas en España; unas se debieron al celo y patriotismo de sujetos movidos espontáneamente por el deseo de ver mejorado este ramo de la agricultura; otras redactadas por individuos o comisiones del Gobierno, que hace ya muchos años comprende la necesidad de mantener en su pureza primitiva la raza de caballos españoles, hoy más bien que bastardeada, insuficiente a las necesidades del Ejército, de la agricultura y del comercio».

Este autor vuelve a reiterar (casi plagiar) la clasificación buffoniana sobre las castas de caballos según países, donde el español es equiparado al árabe y berberisco, y la teoría de cruzamientos para evitar la degeneración, combinada con el terreno como factor «aclimatador» y modificador de un cruce extranjero en una casta que se hace autóctona:

«...así pues, se necesita hallar los medios de que nuestros criadores lleven la raza española a su mayor estado de pureza. Los terrenos más a propósito para conseguirlo son las Andalucías, donde no me atreveré a decir si serán mejor las vegas de Carmona, los campos de Jerez, los llanos de Écija, las dehesas de Córdoba o las sierras de Úbeda. Si los caballos han de vivir en el estruendo de las armas y peligros de la guerra y han de tener buena talla sería mejor buscarlos en una raza nueva, compuesta de padres limosinos o normandos y yeguas españolas, o padres árabes y yeguas frisonas o normandas».

Sobre los orígenes de nuestro caballo, deja claro, al igual que los demás, su creencia en la analogía con los orientales:

«...Todo esto me hace creer que nuestra raza caballar o es la árabe, o al menos una mezcla, por las grandes entradas de caballería que en las épocas de dominación africana tuvimos, y el mucho celo que aquellos entendidos agrónomos debieron emplear para ver aclimatados sus caballos que tanto aman».

Y para la cría y reconstrucción y conservación de la raza «indígena», recomienda (como Laiglesia) la cooperación de criadores, establecer depósitos de caballos padres y elegir dehesas para tres yeguadas públicas en Andalucía (propone Carmona, Jerez y la sierra de Úbeda), con la siguiente composición:

«...se establecerá la cría de caballos indígenas, en la que podrá comprenderse una cuarta parte de yeguas normandas, limosinas y frisonas, que se comprarán jóvenes, y las españolas de buena talla; los padres lo serán árabes, o si españoles, de grande alzada».

1852. El «Diccionario de Agricultura Práctica y Economía Rural»

Dirigido por Collantes y Alfaro, y escrito por diversos e insignes colaboradores, entre los que se encuentra el catedrático de Agricultura y Zootecnología, D. José Echegaray, dedica muchas páginas y temas al caballo y la cría caballar, y, continuando bajo la influencia de la obra de Buffon en los autores españoles, se decanta por los caballos orientales y las dehesas andaluzas como elementos de regeneración. Como elemento diferente de esta obra, veremos que es muy interesante y está muy bien resumida la historia del caballo español criado en las yeguadas «oficiales» (real, militar o nacional) de España, desde el siglo XVI en la Córdoba de Felipe II hasta la de Aranjuez, cuya creación, apogeo y degeneración hasta llegar al siglo XIX es expuesta:

«...Una cuna doble parece reclamar a la vez al caballo: el Asia y el África».

«Las razas del mediodía se debilitan, envilecen, degradan, estropean y degeneran uniéndolas con las del norte, mientras que estas se mejoran por su unión con aquellas».

«...Viendo muchos criadores las exigencias de los conocedores, procuraron dar a los productos mayor corpulencia, los embastecieron; y el caballo verdadero de silla, el de buenas, preciosas y elegantes formas, quedó descuidado, perdiendo terreno en cuanto le pertenecía, y cediéndoselo en parte a su competidor».

«...No hay duda en que es más ventajoso emplear el caballo árabe en las provincias del mediodía de España, y el inglés en algunas del norte, en ciertas y determinadas circunstancias. El caballo árabe tiene cualidades preciosas; da mestizos dóciles, fuertes, robustos y manejables, y puede utilizarse en las yeguadas y aún puntas que se conservan en las Andalucías».

«...Teniendo, como afortunadamente tenemos en el día, tipos de pura y conocida sangre árabe que la munificencia y desprendimiento de S.M. han hecho que se propaguen por las provincias del mediodía, habiendo también en su yeguada uno para el servicio público; poseyendo ahora últimamente otro tipo excelente, egipcio, cuya sangre va además a propagarse entre sí para conservarla intacta, podemos devolver a nuestros caballos lo que casi habían perdido ya completamente y que los hizo tan nombrados en la antigüedad; el caso es saberlo hacer. Por otra parte, habiendo servido de tipo el caballo oriental para que los ingleses formen sus tan afamadas razas de caballos, ¿no sería loable conseguirlas en España del modo que ellos lo han hecho? Para devolver a los caballos españoles su sangre, para lograr pura sangre española, es decir, la raza noble».