Kitabı oku: «El caballo de miura», sayfa 4

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En este tratado se preconiza con más detalle lo que ya fuera esbozado por Pomar y propuesto por Laiglesia: el establecimiento de una red de depósitos estatales de caballos padres y una yeguada modelo, que finalmente vería la luz décadas después con la creación de la Yeguada Militar de Córdoba en la dehesa Moratalla.

Tal y como fue posteriormente, se citan las funciones que habría que cumplir esta yeguada modelo, y entre ellas está la de ensayar cruzamientos, que fue uno de los objetivos de la Yeguada Militar de Moratalla.

Este punto es de suma importancia para comprender cómo se produjo la restauración caballar que llevaría a la aparición del actual caballo de Pura Raza Español, en la que la ganadería Miura tuvo un papel principal.

«...Con lo mismo que el Gobierno invierte en esta compra pudiera establecer una yeguada modelo, donde además de aprender los ganaderos prácticamente el verdadero método científico de cría, se obtuvieran verdaderos caballos padres para abastecer los depósitos que debieran multiplicarse y vender los sobrantes a los particulares. En esta yeguada debieran hacerse los ensayos de cruza para lograr productos adecuados a los diferentes usos que los progresos de la civilización reclaman y que no es posible desempeñen si carecen de la conformación adecuada. Nadie como el Gobierno puede emprender la erección de una yeguada modelo; ninguno puede sostenerla como él, ni nadie se encuentra más interesado, pues así se mejoraría y perfeccionaría la raza española, se fomentaría y aumentaría la riqueza pública y se dispondría de buenos caballos, que ahora cuesta tanto trabajo encontrar».

Sobre los cruzamientos, se alerta de que a pesar de su necesidad no habría que abusar de ellos, y establece cierta discusión acerca de cuáles convendrían más a la regeneración de nuestra raza, entre árabes e ingleses.

Aplicando estas ideas a los caballos árabes e ingleses, que son los dos tipos para cruzar nuestras razas, hay que convenir en que los primeros son de una raza más antigua y más pura, y que los segundos, aún los de pura sangre, dejan más que desear respecto a la pureza y antigüedad de su raza.

«Considerando la conformación de los corredores ingleses, los medios de que se han valido para arraigar esta raza y la manera de criar los productos, y comparándolos con nuestros caballos andaluces bajo las mismas condiciones y circunstancias que aquellos, no podrá menos de conocerse y confesarse que no son adecuados para mejorar las razas, para devolverlas lo que tuvieron, y que para esto debe recurrirse a los caballos árabes, no solo por ser los que más relació.´ñ-´ń tienen con los nuestros, sino por haber sido ellos, los persas, berberiscos y turcos los que se lo comunicaron, formando a fuerza de los siglos la raza característica andaluza».

Prosigue este tratado con algunas afirmaciones que entran en controversia con autores como Pedro Pablo Pomar, quien afirma que el uso de sementales viejos degenera la calidad de los productos, cuando aquí se considera lo contrario:

«...La edad en que deben destinarse a la propagación es en lo que han estado y están discordes los autores e inteligentes, cuando no es dable establecer regla fija, puesto que no todas las razas llegan al mismo tiempo a su completo desarrollo, pudiendo servir hasta la edad más avanzada si conservan su energía. Hay menos inconveniente en emplear un caballo viejo que uno joven. Infinitos ejemplares se tienen de padres viejos que han dado y dan excelentes productos. Aristóteles cita un caballo que a los cuarenta años engendraba potros excelentes: los ingleses han observado que los padres más célebres no han descubierto su superioridad sino en una edad avanzada; así es que el padre del ‘Eclipse’ tenía catorce años: el del ‘Elis’ diez y seis: el de ‘Whalebone’ diez y siete: el de ‘Whisker’ veinte y dos, cuando fueron engendrados estos grandes corredores: el Sr. duque de Veragua, entre otros ganaderos, los mejores potros que posee en su yeguada proceden de padres de veinte y siete y veinte y nueve años».

Y aquí hace otra observación inteligente, la siempre actual discusión sobre si el deporte, los resultados en carreras o en concursos, bastan para seleccionar a un buen semental, o en cambio estos deben ser juzgados por cómo dan como padres:

«...Un caballo que da buenos potros es preferible al que parezca deberlos dar. Las carreras, cual se verifican en el día en España, son totalmente inútiles, no solo para la prueba de los caballos, sino para el fomento y mejora de la cría caballar»7.

Un apartado especial merece la síntesis hecha en esta obra sobre las yeguadas «oficiales» de nuestro país, centrán-dose en Aranjuez y citando al final la primera importación de Oriente trascendente para nuestro caballo, la de 1850 encargada al aventurero griego Nicolás Gliocho, que murió en la expedición.

LA HISTORIA DESDE LA «CASTA DE ARANJUEZ» Y SU DECADENCIA HASTA LA PRIMERA IMPORTACIÓN ORIENTAL DE GLIOCHO

Repasando la Historia de la cría caballar española, cita este libro la existencia en el siglo XVI en Córdoba de una Yeguada Real (de Felipe II) compuesta en su mayoría por yeguas andaluzas8, y algunas de «casta frisona de Nápoles» y otras de Dinamarca, de cuya descendencia en época de Felipe IV se renovó la Yeguada de Aranjuez9, que había vendido todas sus yeguas en 1604, con Felipe III en el trono.

«Hasta el año 1560, en el reinado de Felipe II, no se vuelve a hacer mención de caballos, en cuyo tiempo había una yeguada compuesta de noventa y cinco yeguas de vientre andaluzas, de las ganaderías del obispo de Córdoba, del marqués de Gibraleón, del de Mondéjar, de D. Rodrigo Mejía y otros ganaderos, con diez y seis potrancas de dos años, y veinte y una de un año; diez y siete yeguas de casta frisona de Nápoles, nueve potrancas de hasta dos años, y veinte, y una yegua de Dinamarca con un potro; las razas españolas para caballos de silla, y las extranjeras para los de tiro. En 1567 había doscientas cuarenta y cuatro cabezas de todas clases y edades, de las que llevaron a las Caballerizas Reales de Córdoba10 cierto número».

Prosigue que en el siglo XVIII, desde Felipe V hasta Carlos III, la Yeguada de Aranjuez fue engrandeciendo su número de cabezas (en 1802 se censaron dos mil quinientas ochenta y una cabezas) y también la fama de sus caballos, que se dividían en dos secciones: una de silla con caballos de raza andaluza predominante y otra para coche con predominio de tipo frisón. Pero con la invasión francesa a principios del XIX, la casta de Aranjuez quedó disgregada, repartiendo yeguas y potros por varios criadores del reino de Córdoba, y otros a Mallorca, con el director de la yeguada embarcado con ellos. En 1814, este volvería con los mejores potros: «Corregidor», «Tenacero», «Pajón» y «Soguito», más alrededor de cincuenta yeguas. En 1817 hubo un cambio de director, que introdujo un caballo francés «de procedencia desconocida, muy alto, mal conformado y de peor carácter llamado ‘Glorioso’, el cual dio por resultado el aborto del mayor número de las yeguas que cubrió, siendo tan defectuosas como él las crías que llegaron a colmo, motivo que obligó a castrarlo y destinarlo al tiro de un carro».

«...En 1824 se deshizo la yeguada de remonta que existía en la Loma de Úbeda, producto del cruzamiento de caballos normandos, en aquel tiempo muy bastos, cuyas yeguas con sus crías tuvieron entrada en Aranjuez, y desde entonces se bastardeó toda la yeguada. El terreno, sin embargo, iba recobrando sus derechos y afinándose por esta causa el ganado, cuando en 1833 se dio la dirección de la yeguada al picador de toros Juan de Rueda, fluyen con más capricho que inteligencia, desechó muchas yeguas muy buenas, lo cual contribuyó a su deterioro, unido a ta mala elección de los sementales».

«...D. Gregorio Eneas, su sucesor, siguió la mima marcha desde 1834, hasta que en 1837 le reemplazó Gorgonio Domínguez, el cual cedió la parte científica al veterinario D. Julián Soto, sin descender de su puesto por considerarse incompetente, haciendo la elección de los padres y madres, y logrando así que desaparecieran la infinidad de defectos que tenía la raza, y que ocupara el lugar que direcciones caprichosas le habían hecho perder. S. M. la reina madre, doña María Cristina, fue la primera en ensayar razas mejor entendidas, que tan poderosamente han cooperado a poner la raza en el camino de la perfección: los caballos ingleses de pura sangre, ‘Piloto’ y ‘Aladín’, comprados por disposición de S. M. en 1832, produjeron descendientes que unen a la hermosura y elegancia del caballo español, la ligereza y robustez del inglés enraizado con árabe. Se adquirieron los de media sangre, ‘César’, ‘Maller’, ‘Robroig’ y ‘Sisire’, comprados en Londres en 1831, los cuales han producido nietos excelentes para el tiro, y que hoy sirven en las carrozas de SS. MM. y Princesa, sin que se haya descuidado la raza pura española, empleando para este objeto los caballos de las castas más acreditadas, como el ‘Beato’, ‘Extremeño’, ‘Amable’, ‘Tenacero’ y otros de la de D. Carlos, el Ayudante, Bargueño y otros varios de la de Aranjuez, y algunos procedentes de las mejores de Andalucía. En 1846 se encargó de la dirección de la yeguada el duque de San Carlos, conservando de subdirector a D. Gorgonio Domínguez, desde cuya época proceden los cobertizos para guarecer al ganado de la intemperie, proponiendo recompensar a los yegüeros que le presentaran los potros más mansos. Se encargó comprar en Arabia caballos padres, y comisionó para verificarlo en Inglaterra de pura sangre, trayendo al ‘Newsmonger’ y ‘Liste John’, ingresando al propio tiempo (1847) tres normandos enraizados con inglés, el ‘Hércules’, ‘Glocester’ y ‘Ai’. En 1848 lo verificaron también de ocho yeguas inglesas, cuatro de pura sangre y las otras cuatro de media, más tres potros comprados en Inglaterra. Entonces, por disposición del marqués de Miraflores, se dividió la yeguada en cuatro secciones: 1.a, de pura sangre española; 2.a, inglesa, para los caballos y yeguas de pura sangre, media sangre y cruza con yeguas españolas: 3.a, de mezclas para los caballos normandos y dos de Meklemburgo, ‘Nerón’ y ‘Rubens’, con yeguas españolas, y caballo español con yeguas alemanas; y la 4.a, de mulas. Se principió a tratar a los padres y potros a la inglesa, haciendo jaulas para los primeros y dando cebada a los segundos desde que cumplían un año y amarrándolos al año y dos años, logrando de este modo un desarrollo y crecimiento sorprendentes.

En 1849 se reunió la dirección de la yeguada al director de las Reales Caballerizas, encargándose de ella D. Jose María Marchesi, estableciendo un orden metódico en cuanto a la yeguada se refiere, y llevando un libro genealógico para sentar las descendencias. La conservación pura de las razas española, inglesa y árabe, y las cruzas respectivas, se hacen con todo cuidado e inteligencia. El día 17 de febrero de 1850 ingresaron en la yeguada veinte y cuatro caballos árabes y uno persa, dos potros y doce yeguas árabes, de las mejores razas conocidas, y que compró en el centro del desierto, de orden de S.M., D.N. Gliocho, los cuales van a propagarse entre sí para conservar la raza y hacer cruzas con la sangre española».

A final del párrafo deja constancia del carácter experimental zootécnico de las yeguadas de la época, que buscan sobre todo el ensayo para conseguir otra vez el «caballo ideal» que permita el resurgir de la caballería española mediante la calidad de nuestros caballos, percibida por ellos «en decadencia de un pasado glorioso».

Según una adición manuscrita (titulada «La Yeguada de Aranjuez11»), «la sección primera de ‘pura sangre española’ fue modificada con tres familias, una de pura raza española, otra de la cruza de caballo inglés con yegua española y otra de la cruza de caballos árabes con yeguas españolas, sin que estas familias se crucen unas con otras».

«Cuenta en el día la yeguada cuatrocientas cincuenta y siete yeguas, y un total de cabezas de mil ciento treinta y dos. Puede en realidad considerarse como un modelo donde los ganaderos encontrarán todo género de ensayos».

Además de la historia de las yeguadas «oficiales» como Aranjuez, este tratado describe algunas de las principales ganaderías privadas, como las del duque de Riánsares (segundo esposo de María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, la reina regente, viuda de Fernando VII y madre de Isabel II), la de el marqués de Alcañices, o del XIV duque de Veragua, Cristóbal Colón de la Cerda (antes de que su sucesor se decantase a principios del siglo XX por la cría del árabe, siendo esta una ganadería caballar presente en los orígenes de Miura, por la amistad que el ganadero tuvo con el primer Antonio Miura, con el que también intercambió vacuno bravo).

«Ganadería del duque de Riánsares. Consta de cien yeguas de vientre procedentes unas de Mecklemburgo, otras de Hannover, varias de la Yeguada de Aranjuez, y el resto andaluzas, de las que poseyó don José Salamanca. Los caballos padres son: dos árabes, para sacar caballos de silla; otro de media sangre inglés, y el otro de pura sangre. Los productos van siendo mejores todos los años. Reside en Castillejo».

«Ganadería de los marqueses de Alcañices. Cuenta sesenta y cinco yeguas de vientre, aumentándose con las potras que lo merecen: se formó en 1831 con yeguas de Aranjuez y andaluzas. El caballo padre primitivo fue de la antigua casta de Benavente, hijo de yegua española y padre alemán. Daba buenos productos; pero, para aumentar su corpulencia, se cruzó la casta con sangre alemana e inglesa de media sangre, haciendo igualmente cruzas con caballo español y yeguas inglesas. La ganadería, que reside en Argete (sic.), está dividida en dos secciones: caballos para coche; caballos para silla: ambos son de desarrollo tardío. Desde el destete se estabulan y comen grano, con lo cual adquieren la alzada de siete cuartas y trece, catorce y diez y seis dedos. Hay en esta yeguada crías de los padres extranjeros más nombrados de Aranjuez y otras ganaderías que han existido a sus inmediaciones».


«Cloroformo», ejemplar del marqués de Alcañices premiado a principios del siglo XX.

«Ganadería del duque de Tamames. Consta de veinte yeguas de vientre: se formó hace cosa de dos años, por vía de ensayo, en el esquileo de Alfaro, con yeguas de Aranjuez, castellanas, alemanas e inglesas; los cruzamientos hasta ahora han sido con caballo español de la casta de Mera. Las crías parecen buenas; se las mantiene a pasto y pienso, y estas y las madres se estabulan en el mal tiempo».

«Ganadería del marqués de Perales. Consta de treinta y seis yeguas destinadas al natural, elegidas una por una en 1836, siendo las más alemanas, leonesas y extremeñas. Los padres son españoles: uno de la casta del ex-infante D. Carlos; dos de la de S. M.; uno de la cría, y otro de Zapata. Produce caballos de tiro, que es para lo que se fundó. Son dóciles, por estabularlos desde el destete y estar acostumbrados al hombre. Tiene algunos defectos que irán desapareciendo. Existe en Perales del Río y en Herencia».

«Ganadería de D. Manuel de la Torre y Rauri. Procede de yeguas andaluzas y de la misma cría, y los padres son de Aranjuez. Pastan en la ribera del Jarama y en Aranjuez. Son más propios para silla que para el tiro; a pesar de que si se hiciera alguna cruza, saldrían excelentes para este trabajo».

«Ganadería del duque de Veragua12. Existe en los montes de Alamín, formada en su mayor parte con las madres de la yeguada de Benavente y otras, cubiertas por buenos padres. Es tal vez el ganadero que con más inteligencia y tino dirige su yeguada, habiendo logrado, a fuerza de mil tentativas y no pocos sacrificios, aumentar la anchura de las rodillas y corvejones, los ensanches generales del cuerpo y conservar unas formas bonitas y de nada comunes proporciones; así es que de esta yeguada se sacan preciosos caballos de tiro, sin que deje de proporcionarlos para la silla. No son de grande estatura, pero son fuertes, fornidos y duros para el trabajo. Dos caballos de la casta merecieron, por sus buenas formas y excelentes cualidades, ser elegidos y admitidos para los depósitos del Estado. Continuando del mismo modo, conseguirá desaparezca alguno que otro defecto insignificante, llegando a formar de esta nueva casta una de las mejores razas de caballos españoles. Se cruzaron algunas yeguas con un hermoso padre alemán; pero no se han logrado con él los resultados que se buscaban y esperaban, lo que obligó a abandonar esta mezcla».

La idea principal es que la descripción de las ganaderías del siglo XIX corroboran la búsqueda de la raza por el tipo (a diferencia de por la «genética cerrada», como se entendió a medida que avanzó el siglo XX por los puristas «cerrado en bocado») existiendo muchos cruzamientos con caballos de toda índole y procedencia, para experimentando volver a recobrar un tipo deseado. Esta es la tónica general en las décadas que precedieron a la creación de la Yeguada Militar de Moratalla, Córdoba (1893), al libro actual del Pura Raza Español (1912), y en la que Miura aparece como ganadero de toros y caballos que fueron usados como «molde» para forjar la raza, como vamos a ver en este libro.

Al final de esta obra hay una parte de legislación donde se repasa toda la que hubo en España históricamente hasta la época, donde en 1848 se adoptan las medidas para fomentar la cría, la obligación de inscribir a los caballos e identificarlos con el hierro propio del criador, como es costumbre en España y Portugal hoy día, la institución de Depósitos Estatales para Sementales que abaraten o dejen gratis las cubriciones, y finalmente poner el 1852 todos estos depósitos bajo la dirección de un inspector general, que pasó a llamarse visitador general, tal y como había propuesto Laiglesia (que fue quien ocupó dicho puesto) años antes.

1858. «El caballo español considerado como caballo de guerra» de José de Mesa y Pastor

Comprende una memoria del general francés M. Daumas, varias importantísimas cartas del Emir Abd-El-Kader y otra «Memoria sobre el caballo español, mejoramiento de su raza y actuales condiciones».

La primera parte de este libro es una recopilación de cartas, testimonios y escritos de oficiales de caballería con gran experiencia en campaña y batalla, donde todos alaban la superioridad de los caballos de tipo oriental, sean árabes, bárbaros (acepción de berberisco) o españoles (andaluz) frente a los de tipos ingleses. La ventaja se basa en su sobriedad, inteligencia y adaptación al medio.

En esta obra también se nombra a los árabes de la zona del Nedj como los mejores, así como los criados por la tribu de los Anazzas (o Anazés) y del circuito que iba de Alepo a Bagdad y el desierto donde actuaban estas tribus y de donde fueron exportados en el siglo XIX la mayoría de árabes que pasaron a Europa. Cincuenta años después, estas tribus fueron el objetivo de la expedición comandada por Agustín de Quintos y narrada por el capitán Azpeitia de Moros. (En busca del caballo árabe), trayendo a España en 1905 los caballos y yeguas que constituirían la mejora más importante para nuestras razas equinas, tanto árabe como española.

«...¿Por qué el caballo árabe y aquellos que proceden de él, como el caballo español de la montaña, el caballo polaco y el antiguo caballo limosín, son los mejores caballos de guerra? Es que su conformación y carácter se resienten de la ruda educación a la que han sido sometidos. Estos caballos son sobrios, inteligentes, infatigables y sobre todo de una gran docilidad».

A continuación se establece una comparación con los caballos ingleses.

«Los caballos ingleses y las razas que de él derivan son todo lo contrario: no tienen más ventaja que la de su gran velocidad, de poder salvar grandes obstáculos y poder efectuar largas carreras, con la condición de ser excesivamente mantenidos y cuidados con extraordinario esmero. Semejantes cualidades no constituyen de manera alguna el caballo de utilidad, el caballo de guerra».

Estas líneas dejan claro que una de las ventajas de los tipos orientales, entre los que el andaluz se puede contar, son la resistencia y rusticidad. Me parece que esto es válido hoy día y concuerda con lo escrito por muchos otros autores, criadores o jinetes. Como la siguiente cita, escrita setenta y cinco años después por Antonio Miura Hontoria en una carta dirigida a la Dirección de Cría Caballar en 1928 y que guarda gran similitud de ideas con la de 1854 del libro de Mesa y Pastor:

«...aunque por las diferentes aplicaciones que hoy se hace del caballo, muy restringidas por el empleo de medios mecánicos que lo sustituyen, si una forma de utilizarlo es como caballo de sport, carreras, saltos, polo, etc... en que creo que el cruzado es el más a propósito; en cambio como caballo dócil y que resista bien la mala vida, me parece el español inmejorable, no solo para que lo monte el soldado, sino también para el uso de labradores y ganaderos por ser quizás el que mejor se presta en las diferentes faenas de sus respectivas explotaciones, siendo mucho mayor de lo que a primera vista parece la cantidad de animales dedicados a todos estos usos».

En la primera parte del libro se reproducen cartas del marqués de Lawoestine al general Daumas, donde hay alusiones a los caballos orientales (árabes, bárbaros, o sea berberiscos y también andaluces) de la campaña de Rusia de Napoleón, que fueron los que mejor resistieron frente a los demás las adversidades del clima y la fatiga.

«...He hecho toda la campaña de Rusia con un caballo bárbaro (=berberisco); solo él, entre todos mis otros caballos alemanes y polacos, ha resistido, no comiendo otra cosa que la paja de los techos».

Y aquí se refiere a caballos procedentes de Granada como árabes, conservando todas estas virtudes. El general Horace Sebastiani de la Porta, corso como Napoleón, ocupó cargos en Turquía y Egipto hasta que fue uno de los generales destinados a España, donde participó en las ocupaciones de Jaén, Málaga y Granada.

«...El general Sebastiani, con una numerosa y magnífica caballería de caballos de toda clase, en los que se encontraban seis procedentes de las montañas de Granada, que es raza árabe en toda su pureza, perdió a todos a excepción de los granadinos. Podría citar a Vd. mil hechos análogos. ¡Permita el cielo que toda nuestra caballería ligera y de línea sea remontada en caballos africanos! Con ellos se podría ir al fin del mundo».

El autor, siguiendo estas tesis, escribe sobre la mejora necesaria de nuestro caballo, excluyendo al inglés y cimentándose sobre los orientales, como son el árabe, el africano (berberisco, bárbaro) y el andaluz mismo:

«...El único que admitimos de compañero del árabe es el africano, de igual procedencia y temperamento, y del mismo modo apto para la fatiga... Esta raza se conoce y aprecia en España, no de ahora, sino de remotos tiempos, confundiéndose y mezclándose con la nuestra y con la árabe, como que todas tres son de la misma procedencia».