Kitabı oku: «Escorado Infinito», sayfa 5

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Capitulo 3

Ist inspeccionaba el curioso artilugio. No es que fuera demasiado grande, todo lo contario, incluso parecía bastante frágil. Constaba de unas cuantas piezas unidas entre sí por un haz de energía. Sólo una de ellas no permanecía conectada por el rayito naranja ¿Cómo funcionaba? Coi iba a responderle, pero Nave interrumpió su explicación anunciando contacto a 30 pársec. Se encontraba al habla el General Dart ¿Dart? Precisamente ahora no podía atenderle porque iba a explicarle a su querido amigo Ist como dejarlo a él con un palmo de narices.

-No sé como pudiste conseguirlo, sabes que yo nunca cedo en mis empeños.

Coi resolvió sin contemplaciones y cortó la comunicación como había prometido. Ya podía proseguir donde le habían interrumpido. Sí, un mecanismo aparentemente muy simple, y de dimensiones tan reducidas que era difícil de creer que con aquello pudiera conseguirse algo, y es que se podía llevar tranquilamente en un bolsillo.

-NAVE. Nave Uno a 25 pársec. Aceleración máxima. Múltiplo de tres.

Por tres. En fin, ya contaba con eso de recurrir a los motores de reserva.

-Cuando se activa origina un cono que se expande y todo lo que enfoca es procesado.

Con la misma pidió calma por la galopada final de la Uno. Una pausa y continuó: el suelo era detectado y ahí se quedaba. Tenía un alcance normalmente de unos 10 tits, pero ahora estaba configurada para sólo uno. Diseño pequeño, proporcional alcance. Cuanto mayor era la magnitud de potencia lumínica, más espacio abarcaba.

-NAVE. Nave Uno a 20 pársec.

-Tendréis que ir uno a uno, pues, por su tamaño, sus efectos están calibrados para un sólo cuerpo a la vez.

¿Tendréis? ¿Él no les acompañaba? No. Alguien tenía que hacer algo desde allí, y le había tocado la bolita. Que confiase en él y ya estaba. Una vez más había que recapitular el sentido común, claudicar la prudencia y mandar a freír puñetas la acostumbrada normalidad del mundo que no hacía mucho disfrutaba. A este magnífico plan quizá le faltaba más de un hervor, pero...

Coi abrió la urnita, pero no tocó su contenido.

-NAVE. Nave Uno a 15 pársec. Detectado emisión masa-energía. Cálculo impacto 13 estados.

-Papá...

-Confía tú también en mí, Sarie.

Coi besó a sus hijos con todo el amor de un padre, y dedicó a Ist un reconfortado apretón de manos. A continuación, sin más dilación, se situó al margen del foco del cono, y señaló:

-Este plasma es inoperante sin el trazador: ese papelito. En el momento que lo toquéis se cerrará el circuito y os llevará a vuestro destino. Sarie que sea la segunda, para que no se encuentre sola en ese especial momento. Gie, abre camino, como siempre. Cuida de tu hermana como siempre lo has hecho.

-Más que a mi vida.

-NAVE. Nave Uno a 10 pársec.

9... Gie se volvió, hurgó en la cajita y desapareció... 7... Sarie, mirando a su padre con una sonrisa de “volveremos pronto”, extendió hacia atrás el brazo para tocar el papel... 5... Ist. Coi apagó la máquina como quien se va a dormir.

-Nave, incinera esto.

Coi dejó caer el papelito al suelo y Nave obedeció. Ese era el motivo; no podría al mismo tiempo hacer el paseo y llevárselo consigo mismo hacia la otra dimensión temporal. Alguien y humano -él bien lo sabía- tenía que quedarse allí y deshacerse del trazador. Un verdoso rayo de energía fue despedido como única ceniza.

NAVE. Valoración: escudo insuficiente. Impacto en 2… 1...

Capitulo 4

¡¡¡Oooppppsss!!, Gie se tambaleó como un equilibrista cómico del planeta Mits, no porque el suelo se moviera, ni porque nadie le empujara, sino porque se vio de repente inmerso en un escenario total y absolutamente opuesto al de donde provenía y la impresión era pero que muy fuerte. Uno... dos... Naturalmente Gie se olvidó de la paterna advertencia de “hay que moverse, hay que moverse del sitio pronto o si no problemas”, y ¡oooooopppsss-dos!, la confiada Sarie lo desplazó de un contundente culazo a varios tis de distancia; y menos mal que el dimorfismo propio de la especie humana y el particular entre una menudita y un gigantón, amortiguó algo el encontronazo. Su primer impulso, aparte del provocado por el arietazo de posaderas -de las que no estaba mal dotada, no señor- fue tratar de socorrerlo, pero cuando lo vio espatarrado y en actitud de “vete al ñec”, no pudo contener una risa estruendosa. Podía más la escena que el nuevo escenario. Sarie, tampoco obedeció el sano principio de “vete antes de que te den”, y naturalmente 3... 4... recibió su propia medicina en forma de un gran “¡oooopppppss-tres!”.

Ist placó a Sarie como un jugador de Irw y al mismo tiempo se giraba para aterrizar de espaldas de la mejor forma posible. Sarie quedó tendida sobre su musculado cuerpo, y mirando la narizota de su compañero de viaje. Nariz contra nariz, embarazosamente. Ist se disculpó. Sarie, en un típico e instintivo acto reflejo de femenina autoprotección, se había envuelto en el cuerpo de Ist como si de una manta se tratase, con el aliciente extra de un muy placentero colchón. Gracias a él se había salvado del duro aterrizaje contra el suelo, buenos reflejos. En Nave había un buen gimnasio y Ri era un buen esparring. Ella titubeó con cierta resignación, pues aquella extraña sensación entre sensual y desconcertante, no resultaba en el fondo tan incómoda. La verdad, nada incómoda ¡Nada de nada! Pero, finalmente aflojó su empalagoso abrazo con la sorpresa bien vencida, mas con la curiosidad no satisfecha de saber qué ocurriría si aquel recíproco agarre se hubiese mantenido tan sólo unos pocos estados más. Aflojar no es soltar. “Lo siento, pero es que no te has movido”, fue la justificación de Ist para el tropezón. Y era cierto también. Simple pura cortesía. Todavía no tenían demasiada confianza como para lanzarle un imposible grito de protesta, o una más creíble felicitación por estar tan bien construida y qué suerte había tenido, porque, además estaba eso de que realmente le había encantado notarla toda ella en todo sí mismo. Sarie por su parte reconocía su culpa. Él disculpaba la disculpa. Todo bien, no pasaba nada ¿Qué no? Algo sí. Concretamente, un “pequeño” detalle. Estaba encima de él. Y al parecer, como que muy reconfortados el uno con y del otro. Gie, en cambio, contemplaba la escena con el desagrado propio de un marido celoso, pero se limitó a esperar que la situación se recompusiera por sí sola. Tal vez aquel “¿estás bien?” de su hermana, amenizaba ligeramente el parsimonioso, inacabable -e insufrible- instante, y de paso le daba un muy suave, demasiado suave, cachetazo a las hormonas. Eso esperaba. Muy bien, ya estaba dicho, y él respondía que “fantástico”. Mal. No ayudaba, porque a ojos del receloso de la vista nublada nada se recomponía. Es que parecían estar como que muy a gusto, buf... Eso, eso era lo que precisamente le incomodaba sobremanera al testigo del escándalo. Que pasaran los segundos, y ambos como en la gloria. Así pues –qué remedio, pero no muy a su pesar- se vio obligado a interrumpir “aquello”. Con todo el disimulo que podía. Pero Sarie...

-¡Podéis aprovechar para hacer un hijo, la postura ya la tenéis, jajajá!

Es lo que dijo; lo que pensó de forma febril pasaba por la combustión del carbono tras rociar a alguien muy concreto con cualquier sustancia altamente inflamable, más el pertinente empalamiento y lapidación de postre. El cerebro no sabe disimular de puertas a dentro. Cuando había dicho que la protegería, estaba hablando en sentido literal. Hasta le rechinaban los dientes de la falsa sonrisa. Sarie, al fin, advirtió el semblante desencajado del puritano. “Esto... Sí, la verdad es que deberíamos...”. Coño, ya sabía que se estaba bien, pero que era su benditísima hermana, y, bueno, ¡”un poco de pudor”, ¿no?! Hasta ese momento Ist había permanecido hipnotizado por la bella Sarie, pero todo llega, y al fin, despertó ¿Le habían gritado al oído? Pero claro, claro, qué tontería, a ver, que le ayudaba a levantarse; era todo un caballero. Tres, dos, uno, y bienvenidos ambos a una posición más vertical y civilizada. Casi como si un resorte interno se les hubiera disparado al unísono, comprendieron que aquella situación había resultado de lo más –benditamente- ridícula. Pero, cambiando rápidamente de tercio, ahora, incluso, comenzaban a ser conscientes de su entorno. Alarde fino de post trauma erometafísico por parte de los abrumados, que conseguía, por fin, devolver a las neuronas a la puñetera realidad.

Pues eso, que por suerte allí no hacía frío; de hecho se estaba bastante bien. Demasiada oscuridad para apreciar cómo era el nuevo mundo que tenían ante sí. Algunas extrañas ráfagas aéreas de luz amarillenta dispersas en un púlsar rectilíneo que se perdía al fondo les permitía distinguir la soledad en la que se encontraban. Aquella atmósfera los envolvía como una tenue materia vaporosa que les impedía disfrutar de una vista más completa del conjunto. En la disparidad de tales pensamientos fluía constantemente un sonido profundamente escondido que los acompañaba invisible fundiéndose con lo lejano. El suelo era muy distinto al que estaban acostumbrados. Tanto tiempo pisando aquellos austeros corredores de masa-plasma que revestían por igual cualquier nave que ocuparan, producía en sus cerebros un agravio comparativo de indescriptibles sensaciones. Aquel paisaje irregular alteraba su percepción de la lógica y de lo real. En Ría la uniformidad -de todo- era lo único destacable. Qué armonía, qué igualdad tan maravillosa. Nada desentonaba. Todo igual, si: todo igual ¿Qué abigarrado cuadro era ese?, y sobre todo, ¿qué era aquel revuelto verdinegro que sobresalía por todas partes, entre una superficie irregular, blanda, dura, hinchada y hueca ¿Y aquella especie de plataformas aisladas plantadas en mitad de la nada? Gie, culo cansado, prefería aparcar sus sensaciones. Luego de asentar las posaderas, ya se vería. El sitio parecía casi hecho a la medida. Y tanto; como que había sido construido para ese cometido. Sarie e Ist lo acompañaron de buen gusto. De no mediar el confortable tejido de sus protectores trajes de gom entre la piel y aquella suave pero dura superficie granulada, habrían podido notar de inmediato el frescor de la piedra humedecida por el vaho que destilaba el vaporoso ambiente; y sentir, también, la dureza natural del pétreo asiento.

Los tres se encontraban inmersos en su tarea de entender aquel entorno tan diferente a lo que podían haber concebido, cuando de repente Ist escuchó un, “hola Comandante...”. Aquella voz surgida de su espalda lo removió del asiento y le obligó a girarse bruscamente ¿Qué le llamaba la atención a Ist? Algo que no podía creer.

-Hola Comandante.

Sarie y Gie se volvieron también, pero con cierta cautela, casi desenterrando el aire que abarcaba sus miradas. Hay cosas que no se pueden entender ¿Una visión? ¿Estaban locos? ¿Los tres? ¡Sorpresa! Vaya, mira quién ha venido de visita. Ninguno daba crédito ¡Eva! ¿Eva? No, que no era la tal Eva ¿Quién rayos era entonces? Tenía la misma apariencia y hasta el mismo tono de voz que la sanguinaria. Pues entonces si no era Eva, ¿qué hacía una Eva allí?, precisamente allí, y –qué casualidad- en el mismo justo momento en el que habían desembarcado en el pasado. Ist ya no estaba muy seguro que nadie más se hubiera colado en el punto de llegada. No entendía nada ¿Qué intenciones tendría? ¿Vendría de la Nave Uno o de la otra dos? ¿De qué parte del tiempo enloquecido? ¿De dónde vendría, por amor de Dios? Precaución, no saber es lo mismo que estar expuesto a que te ocurra algo poco agradable, pero, a ver, ¿qué oportunidad tendrían con un morphoide de aquellas conocidas características? Se suponía, por casi obligada deducción, que era un morphoide; e igualmente ineludible resultaba las consecuencias que el silogismo de tal condición presentía. Ninguno de los tres haría ningún esfuerzo en desmentir tales sensaciones. Ist en concreto comenzaba a temerse que Eva pareciera dispuesta a perseguirlo hasta la eternidad. Lo mejor era ir tanteándola ¿Le conocía? No, pero sabía leer los galones rianos y estaba claro que él era Comandante. Y no tenían nada que temer de ella, venía de parte de Teip. Ella se llamaba Eti, y era una amiga. Así se anunció. Como una buena nueva. Caray qué maravilla, eso era otra cosa; hora podían deshacer conjeturas y plantear otras. La primera era, obviamente, ¿qué tipo de relación existía entre esa Eva y Teip? Aunque, la verdad, cabían más, y ciertamente no menos importantes, como esta: ¿le podían hacer caso al bicho? O quella, tan interesante, de, ¿y si lo cabreaban? Por lo demás, qué fácil había sido encontrarla; o ser encontrados. Teip era el objetivo, y ya no necesitaban de las indicaciones que les había suministrado Coi ¿Demasiado fácil? Pero a Gie lo que le sorprendía era otra cuestión ¿Teip, eh? ¿Por qué no había venido él? Porque había venido ella. La lógica era aplastante.

-Lo que no os podíais imaginar es que Teip ha estado en este exacto lugar no hace ni diez minutos. Bueno, eso es otra historia ¿Vamos?

¿”Minutos”? ¿Qué era eso? Y “vamos…” ¿A dónde? ¿Y si no querían ir? Gie replicaba con muy pocos miramientos, o tal vez con muchos, muchos miramientos. A ver si aquello les movilizaba el ánimo: a los remisos les arrancaba las vértebras y se las embutía por el culo. Muy convincente. Sí, definitivamente se trataba de un morphoide con recursos. Como un coro de pardillos en despistada alerta, se intercambiaron un sube y baja de miradas. Les había dejado sin argumentos. La combinación de aquella inocente carita sonriente difuminada en siniestro por las sombras intermitentes que proyectaban los focos que iluminaban aquellos desfigurados contornos, difícil de cuadrar con la resoluta fiereza de sus palabras, provocaba en los tres una verdadera sensación de agobio. Sobre todo el que sentía Gie al escuchar que sería el primero, para convencer a los demás. “¡Claro que vamos; venga, andando!” -pensó el agraciado-. No lo dijo, pero sus ojos le delataron la forzada cooperativa intención. Todo era coña, ¿no? Sus estrepitosas risas servían claramente como un seguro de vida. Gie se notó incómodamente ridículo. Estaba claro que al putoide le gustaba gastar bromas. Al menos les invitaba, cordialmente, a acompañarle. Teip les estaba esperando. Alivio. La salerosa sabía pronunciar incluso un amable “por favor”. Qué bien, qué bien. Mejor así. El circuito de marras de este modelito adoptaba variantes insospechables ¿Cómo hacerle un feo a un bichito tan educado? Convencidos.

-Gracias por el voto de confianza de sus silencios, procuraré no romperles demasiado la cabeza. Ahhh... es una forma de hablar de por aquí, ¡jajajá!

“Tiene un gran sentido del humor” -proclamó Ist rotundamente- como queriendo clavar una bandera de paz en un nuevo mundo.

-Suban por favor.

¿Qué era eso? ¿Iban a ir en esa... cosa? Anda, pues que se llamaba “coche” a la cosa, y “eso”, además los trasladaría a su nuevo destino. Según su “cordial” apreciación habían tenido suerte, a aquellas horas de la madrugada y por esos lares, sólo el “faro” les hacía compañía ¿Habían visto qué bonito era? No, si al final les iba a recitar alguna poesía. Pero, ¿qué era un “faro”?

-Miren que luz más hermosa.

Ah, que sí, que sí, muy bonito, sí señor. Pues en Ría había quince soles, y la noche se provocaba artificialmente. La verdad, no era nada fácil valorar el adornado discurso de Eti en aquellas circunstancias ¿Eti era realmente Eti? Era calcadito a Eva. Pero Eva les tuteba. Recordarlo ayudaba algo. Por ahora buen síntoma.

Subieron, pero nadie ocupó el asiento delantero. El trasero era amplio y mejor juntos, por si acaso. Eti no pareció darle mayor importancia. El vehículo se puso en movimiento y comenzó su trayecto. Según este iba discurriendo se iba también disipando la neblina. En determinado momento esta se disolvía casi por completo vencida por una galería de infinidad de fuentes luminosas que mostraban un nuevo e inclasificable panorama plagado de curiosas construcciones de todo tipo de formas y colores.

-De donde veníamos normalmente se respira tranquilidad a cualquier hora, pero hacia donde vamos ya habrá más movimiento. Por aquí mismo suele transitar mucha gente joven que se dirige hacia la “zona de copas”. Vamos, que a disfrutar de la noche.

Efectivamente, varios dispersos grupos de chicos, en general “aparentemente” gente de sus edades, aunque también algunos más jóvenes como otros más entrados en años, todos desplazándose a pie, parecían disfrutar, unos, del día más feliz de su vida entonando cánticos tribales los más audaces, y otros -en actitud más relajada- se deducía simplemente cordialmente compenetrados en pos de algún más que seguramente grato destino. Ahora se cruzaban con otro “coche”, pero curiosamente era distinto, más grande, y de otro color. En aquel mundo todo era distinto. En Ria todo era igual ¿Por qué motivo no iba a serlo?

-Es un “autobús”. En realidad debe tratarse de un servicio especial, porque a estas horas -y son las dos de la madrugada- no es un servicio habitual.

El “autobús” iba repleto de gente, gente dormida y como aquellos con los que se habían cruzado, muy muy parecida a ellos ¿Demasiado parecida? ¿Qué se habían imaginado? En Ría, la verdad, pasarían desapercibidos, excepto, naturalmente, por los atuendos que vestían. En su planeta todo el mundo vestía un conjunto multiplásmico, muy cómodo y sobre todo: multifuncional. Podía trocar de aspecto y color ¿Sería igual allí? -se preguntaba Sarie-. Qué poco tiempo para que papi les explicara tanto y cuánto su engaño de tanto que no sabían. Ni siquiera de aquellas correrías de los viajes en el tiempo. Cuando Gie visitaba la ahora identificada Luna en busca del decodificador, pobre, creía estar haciendo otra cosa ¿Por qué papi les había comentado lo de la máquina sólo cuando obligaba más el comienzo de las hostilidades con el maldito Dart, que la buena atención paterna con sus hijos para saber de algo tan importante? Cuánto misterio.

Dejaban a mano izquierda el mar oscuro trenzado en refulgentes reflejos lumínicos y se adentraban en una zona más densamente iluminada. En Ría también tenían mares, canalizados -eso si- en anillos, que circundaban el planeta en todo su perímetro; y las luces de detección de intrusión producían un efecto parecido, aunque sus aguas eran pura calma y los diseños coloristas eran totalmente estáticos.

El blanquecino vapor se iba diluyendo casi por completo entre el silencio roto por momentos por algunos transeúntes bien animados. Comenzaron a avistar de cerca lo que aparentaba ser los habitáculos del descanso de aquellos que, sin duda por el panorama que se descifraba, una buena parte de ellos ya lo estaban practicando. En Ría, el plasma masa-energía-masa daba forma a sus fachadas, tan iguales, tan exactamente iguales… Qué incómodo les parecía ese extraño medio de transporte.

-Este es un vehículo de alta gama, lo más cómodo que hay en el mercado.

Gie se abstraía en sus pensamientos: “Claro, que sí –monstruo-, claro que sí –monstruo-”. Por fuera, sonrisa de circunstancias.

-Ese que se nos ha cruzado ahora es un “taxi”, se trata de un vehículo que está destinado al servicio de transporte de personas previo pago.

“Dígame” –la pregunta iba destinada a Ist- “¿Qué se siente cuando uno cruza el umbral del tiempo? ¿Un cosquilleo, se marean, duele?” En realidad –se sinceró- ella venía también del futuro como ellos, pero no recordaba nada de todo lo anterior a su nueva vida porque ese pasado le había sido borrado de la memoria. Tanto daba, esto le gustaba y no se hacía preguntas que no le iban ni le venían. Todo lo que le interesaba…

-Está aquí. Tampoco… se… vayan... a creer que llevo mucho tiempo con Teip. Un año y tres meses, pero este mundo como os digo, me encanta. Sí, ya sé que me remonto mucho antes de la fecha que provee el trazador que os ha traido hasta aquí. No me pidáis explicaciones que ni Teip os pueda resolver.

Pues menuda sorpresa. Es era la única forma –le recordaba estupefacta Sarie.

-Cierto. La verdad, lo único que puedo deciros es que ya no existe. Es lo que él me contó.

Doble cambio de rasante. Uno: aparcar el extraño asunto como si nada. Dos: mutar del “usted” al “tú”, así, sin más. Hacerlo tan inesperadamente, era una señal que no pasaba fácilmente desapercibida ni siquiera para Gie ¿Había metido tal vez la pata miss simpatía?

-Y Teip... Teip es un cielo, sólo por él ya vale la pena.

Esa tampoco. Quizás el Teip ese le inducía a manejar más hogareñamente sus palabras. Qué más daba. A Sarie lo que le intrigaba era que si había transcurrido ese tiempo de su presencia en aquel mundo, sería razonable deducir que no había de tener relación con los recientes sucesos acaecidos en el futuro. Si era cierto. Y fuera así, o no, ¿podían tener alguna certeza de nada en aquellos momentos? Ist todavía buceaba entre la verdad aparente y la embustera de aquella aventura sufrida, y aún no se había decantado por mostrarse más abierto a su cicerone. Aún. Pero lógicamente, ya que no había forma de huir de aquella emboscada, se veía obligado a aceptar que fingir normalidad era lo más prudente. En principio, por si acaso, mejor hablar lo justito. Algo cordial: que se alegraba por ella, y que veía que se llevaba muy bien con el amigo. Al final, despachose con un “nada, la verdad es que no se siente nada” y asunto zanjado. Como lo miró con cierta extrañeza, decidió completar la informativa: todo se oscurecía alrededor de repente y uno pasaba de un lugar a otro. Simplemente; sin más. No, no había notado nada. Bueno, ahora sí aparentaba quedar redonda con la propina.

-Me imagino que todo esto que os ocurre os resultará muy extraño.

Menuda tontería, qué va. No. “Todo está transcurriendo francamente tan... tan…, normalmente” -pensó Ist-. Pero algo había que responder a la “encantadora” preguntona. Aún así, lo único que se le ocurría era comentarle que no estaba muy seguro de nada. Escueto, sincero y para qué gastar más saliva.

-¿Y tú, Sarie?

Ella igualmente, claro ¿Le había informado de sus nombres Teip? La pregunta no parecía haberla incomodado, pero tampoco iba a reportarle grandes rendimientos, pues obsequiola con un largo “ya he dicho que hay cosas que serán explicadas en su debido momento”. No era mucho, y tampoco correspondía a su propia curiosidad.

-¿Qué opinas del fenómeno, Gie?

-No sé.

-Y tú, ¿cómo te llamas?

“¿Sabes sus nombres y el mío no? ¿Por qué?”, preguntó Ist con cierta desconfianza... riana. Como sembró, recogió: ya llegaría la oportunidad de saber más cosas y que tuviera –por favor- paciencia. Sarie comenzó a reaccionar de una forma más ambiciosa. Algo le rondaba en la cabeza y sin recato formal alguno, quiso saber, atajando circunloquios.

-Ya no sé que pensar, usted...

-Llámame de tú, cariño, te lo ruego. Y eso lo extiendo para vosotros dos, naturalmente. Ya os estoy tuteando, ¿no?

“Te lo está rogando, “cariño”” -indicó Gie con una casi palpable malicia-. En cambio Eti, realmente indulgente, le dedicó una sorprendente mueca entre tierna y cómplice. Era como si buscase ser la perfecta anfitriona. Linda naturalidad sin aparente esfuerzo para obsequiar, o mejor, para colmar al personal con su... -para qué engañarse- confusa y “particular” cordialidad. Pero Gie no estaba muy seguro de si tan glamuroso interface que mostraba la debía encuadrar en bicho posiblemente encantador del planeta-mierda, o una amenaza, simplemente. Monstruo. Sarie era más conciliadora, tal vez más precavida; seguramente más calculadora.

-Eti, perdona a mi hermano, tiene la vena histriónica de la familia. Mi madre, según me han dicho, era la alegría personificada, y muy dicharachera. Y bromista. Seguro que sus genes están personificados en él ¿Verdad Gie?

Claro, claro, eso le gustaba al monstruo. Al parecer fructificaba tanto la relación en tan poco tiempo que la criaturita ya daba por hecho que se iba a llevar de perlas con su “interesante” hermanito –o por lo menos, así lo definía-. Y si ella había heredado la belleza de su madre, entonces ella era también, además seguro una persona muy agradable, sin duda también una mujer hermosísima. Luego le daría un mejor repaso visual, pero seguro que sí. Qué gusto daba ver lo bien que la habían enseñado. El manual del protocolo de los buenos modales y el mejor saber estar, al completo. Por ahora se conformaba con mirarla a través del retrovisor para…

-Vaya, sí, sí que eres guapa. Guapísima. No sé... Te contemplo... Y... Me haces recordar... Recordar... Qué tontería. Pero, ¿qué me ibas a preguntar antes, cariño?

“No tenía importancia”. Sarie ahora sí que fingía y con mucha intencionalidad se ocupaba de la parte estética. Probablemene lo último que había escuchado le había dejado bastante pensativa. Por lo tanto, mejor antes crear un clima de complicidad que le granjeara su confianza, y luego ya se vería. Por lo demás, que no se preocupase nada de nada. No, insistía: podía preguntar lo que quisiera. “De verdad que era una tontería, pero…”. En realidad ya estaba abriendo de nuevo la puerta que había dejado entreabierta.

-Mi hermanita quiere saber, seguro, qué modelo eres. A ella le encanta saber de estas cosas ¿A que acierto Sarie? ¿Verdad que sí Sarie? Ah, y por cierto: a mí también me pica la curiosidad.

¿Era eso? Anda… Pues por supuesto que no tenía nada que ocultar. Por su parte ningún inconveniente. Y se rió, con ganas. Era un EER-2... Gie podía ahora respirar aliviado ¡¡¡Otro puto EER-2!!! Una monada, que en cualquier momento iba a enloquecer y querer “protocolarizarlos”. Palideció como un trozo de vasre disecado bajo los dos soles de Iññi. Y encima lo había soltado casi con regocijo ¡Calma! Cómo no iba a percatarse del susto que les había endosado “sin querer…”. Sabía bien el motivo. Calma pues, porque en realidad, era un EER-2…, b3. Un modelo muy distinto el de los EER-2 b3. Sólo guardaba el parecido estético, ¿de acuerdo? ¿Le gustaba ahora algo más al desconfiado riano? ¿Por qué se centraba en él –se preguntaba Gie-, si les gustaba, a todos? En cualquier caso, ahora sí que respiraban con alivio. Pero no faltó el tremendo bufido del aludido. Captado. Con su alegre mirada de colores le correspondía la “a secas”. Y con un estremecedor “lástima la mala fama que tenemos esta versión por aquel caso en que una de nosotras durante una travesía se dedicó a devorar a los tripulantes ¿Cómo se puede hacer algo así a cositas como tú, guapetón?”. De mal en peor. Rayos, rayos cósmicos elevados a la enésima potencia del colmo de los rayos ¿Cómo se salía de allí? ¿Sería el “coche” un sistema de autoservicio alimenticio de los putomorphoides?

Qué monada: no le soltaba ahora que se trataba de una... ¿Broma?

-Una broma, caramba, sólo eso ¿Y ese sentido del humor?

Graciosilla. En fin, visto el nada sospechoso silencio unánime que había provocado, se entregó inmediatamente a la urgencia de paliar el comentario, haciéndoles observación que se trataba de una leyenda que jamás había podido ser demostrada. Al parecer, además de graciosa, indocumentada. La incertidumbre se apoderó de todos en sus apuestas mentales. Gie cerró los ojos y empezó a imaginarse que dulcemente le reventaba el cráneo a patadas.

-Ya llegamos. Qué cerca, ¿verdad? Apenas a unos minutos.

¿”Minutos”? ¿Qué medida era esa? Eti percibió en sus caras el desconocimiento de aquella magnitud. Para resolver esas carencias estaba ella. Un minuto equivalía a unos 60 estados, y allí un estado era prácticamente un segundo. “Pues a mi me ha parecido una eternidad de segundos” -concluía Gie-. Otra sonrisa dulcísima de Eti le hizo cerrar la boca. Para Gie -lo juraría sobre la Base de Registros de Nave si hiciese falta- que había mostrado los incisivos de forma especialmente aterradora.

Eti giró a la derecha el volante y el vehículo descendió por una rampa. Tras avanzar unos metros, finalmente aparcó frente a una pared. Eti los invitó a abandonar el vehículo. Aceptaron encantados. Ist, por fin, se animó a interpelar, hasta con cierta naturalidad, a la “sonrisas”. Con la idea de marcar una nueva equis en su lista de dudas nacientes hacía su consulta ¿Qué material era aquel omnipresente que parecía recubrirlo todo? La respuesta no se hizo esperar: un conglomerado mineral, vulgarmente llamado piedra; ese concretamente estaba mezclado con… Bueno, tenía como nombre “hormigón” y era de gran consistencia. Ist ya podía marcar su equis. “¿Y esto qué es, Eti?” -remarcó Gie con gran curiosidad- Era sobre algo que le llamamaba poderosamente la atención. Un “minuto” más, y ya la trataría de coleguita ¿Qué estaba mirando fijamente Gie? Un clásico. Alguien había dibujado sobre la pared la representación gráfica más universal del amor: un corazón cruzado por una flecha. “Seguramente cosa de adolescentes. Sí cosa de críos” –aclaraba Eti-. Imposible de pasar desapercibido. El maestro de aquella obra le daba gusto a la publicidad de su amor. Además algo había escrito. “Toma, Gie…” -ofreció la “sonrisas”- ¿Deseaba entender lo que decía? Funcionaba de maravilla, le iba a gustar.

-Os lo tenía preparado para más tarde. Es un traductor mental inmediato, regalo del vuestro tiempo, para vosotros. En un par de... “segundos”, podrás entender los dos idiomas que aquí se hablan.

Eti entregó al riano un micro audífono, tan diminuto que había que tener mucho cuidado al recogerlo, pues difícilmente lo encontraría en aquel negro y polvoriento suelo si se le cayese. Comentario: que no se preocupara si notaba un leve pinchazo.

-¡¡Ayyy, coño!! ¡Duele!

Los tres novatos seguían hablando su jerga extranjera, pero Eti estaba configurada para entenderlos. Lógicamente -y por lo visto, justo a partir de ese mismo instante- la primera necesidad era la de poder comunicarse con todo el mundo.

-Jajajá, bueno a veces duele, sobre todo si no se coloca de la forma adecuada. Siento no habértelo comentado antes. En realidad el aparatito extiende muy superficialmente unos sensores de inervación que se infiltran bajo la piel y sondean las ondas cerebrales de las zonas de comprensión del pensamiento hablado y escrito, y lo traducen. Toma Ist, uno para ti y otro para tu chica.

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9788418337086
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