Kitabı oku: «Doce viajes a Goumbou», sayfa 3

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Día 5

Pronto cantaron los gallos, los burros, el imán… ¡Todos arriba!

Algunos nos acercamos a ver la tortuga, que seguía sujeta al coche, y… ¡Sorpresa! ¡Había movido el coche casi un metro! Debía de tener una fuerza excepcional.

Desayuno rápido y partimos cada uno a su menester. «¡Hasta luego, que tengáis buen día!».

Seguía el CSCOM lleno de gente a rebosar. Parecía que se había corrido la voz y habían venido desde otras aldeas en carros o andando, algunos desde lugares situados a decenas de kilómetros de Goumbou. Aquello no tenía fin… Sería otro día largo y difícil para nuestros compañeros sanitarios.

Los agrónomos siguieron su ruta prevista y nuestro grupo marchó hacia las escuelas locales. La primera escuela que vimos era solo de niños pequeños y había sido construida con adobe, palos y hojas de palmera para el techo, con una abertura en cada lateral y una superficie estimada de unos veinte o veinticinco metros cuadrados. En ella había cinco o seis bancos viejos de madera y una pizarra pequeña en la pared. El maestro nos dio la bienvenida, instando a los alumnos a que hiciesen lo mismo, poniéndose de pie. En ese momento Toni se vino abajo y empezó a llorar. Tenía una hija pequeña y costó consolarlo; incluso nos contagió y no pudimos contener las lágrimas. Se hacía duro ver las caras de los niños, extrañados y con una sonrisa triste a la vez que contentos. Instintivamente hacíamos la comparación con nuestros hijos: no tenían ningún material escolar, salvo unas pequeñas pizarras de mano y pizarrines para escribir, que a algunos nos volvieron a recordar la niñez. Nos despedimos del maestro, que agradeció nuestro interés y nos pidió material escolar para los niños y para que él pudiera impartir las clases con una mayor atención por los pequeños.

Nos dijeron que había dos o tres escuelas con las mismas características, por lo que nos dirigimos hasta la más grande del pueblo. Tenía dos aulas a un lado y tres a otro, hechas con ladrillo y cemento, aunque bastante deterioradas. El techo estaba lleno de agujeros y sufría alguna que otra falta de chapas. Había una habitación independiente, hecha de troncos de madera y caña alrededor y en el tejado, que utilizaban los maestros como estancia privada. También contaba el recinto con unas letrinas. En el patio pudimos ver un mástil con la bandera de Malí desgastada y una gran explanada donde los alumnos jugaban al fútbol descalzos con un balón de trapo en la hora del recreo. La capacidad total, entre niños y niñas, podía rondar los trescientos o 350, ya que en cada pupitre se amontonaban unos junto a otros. Las aulas de niños estaban separadas de las destinadas a las niñas y solo el mayor de cada familia tenía «derecho» a escolarización, siendo el número de niñas unas diez veces menor.

Después de pasar toda la mañana entre las escuelas y el ayuntamiento volvimos al campamento para reunirnos con los nuestros y almorzar. Había varios niños y niñas pequeños en el recinto, entre ellos Ronaldinho en la espalda de su madre, y las otras mujeres que nos habían traído la comida. Yolanda se fijó en una chiquilla de cinco o seis años, tímida y muy flaca, de nombre Maya. Era huérfana de madre. Esa tarde el alcalde nos sugirió visitar alguno de los pueblos o aldeas… Ya se vería.

Un breve descanso y partimos hacia el oeste para realizar las primeras visitas. Aprovechando que los coches estaban dentro del campamento, Yolanda le cogió cariño a la pequeña Maya y la montó en el vehículo. Estaba extrañada y un poco asustada; no hablaba ni miraba a nadie, solo agachaba la cabeza y dejaba entrever unas diminutas lágrimas, por lo que de inmediato acudió Djeneba para intentar calmarla y que se sintiera más cómoda entre nosotros. Ya no se separaría de ella en todo el viaje…

Tras unos diez kilómetros y más de media hora de camino polvoriento llegamos hasta Dembassala, donde a las puertas de un edificio azul celeste, estropeado y descolorido, al parecer oficial, nos esperaban el jefe del pueblo y representantes del mismo, que nos recibieron cordialmente y nos invitaron a unos refrescos en el interior. Había un sofá viejo y hundido, donde al sentarte te caías encima del que tenías al lado; y un ventilador que a medida que iba dando vueltas también se mecía con bastante intensidad y daba miedo que nos pudiera caer en la cabeza. Allí debíamos permanecer sentados, atendiendo a las breves explicaciones sobre las necesidades más urgentes y las dificultades que tenían para cultivar por la escasez de lluvia. Insistieron mucho en decirnos que ellos estuvieron presentes en la recepción a nuestra llegada y que estaban muy agradecidos.

Nos sorprendió la poca gente que había en las calles de ese lugar. Las mujeres, niñas y niños pequeños aparecían escondidos detrás de los cercados de caña que tenían algunas casas, como si se hubiesen concentrado para vernos llegar. Bajamos de los coches para saludar y al acercarnos los pequeños corrían asustados. El alcalde nos dijo que muchos de ellos nunca han visto al hombre blanco y podrían sentir miedo. Como de tiempo estábamos muy cortos, quedamos en volver al año siguiente con más tiempo para dedicarlo a planificar todas las necesidades de cada pueblo.

Seguimos unos kilómetros más adelante, hasta una pequeña aldea. Al bajar observamos que en el techo de un coche iba una cabra viva atada, que nos habían regalado por la visita.«Nunca el hombre blanco les había visitado y mucho menos había escuchado sus demandas», nos comentó el alcalde, a quien le sugerimos devolverles la cabra por estar mucho más necesitados. El regidor nos lo dejó claro: «¡Lo considerarían un desprecio!». Aceptamos su explicación.

A pocos kilómetros estaba la aldea de Norbeli, el jefe, y una comitiva nos esperaba en la «casa palabra», donde nos invitaron a pasar, para lo cual debíamos agacharnos, incluso hincar las rodillas, debido a la poca altura del techo. Nos sentamos en las alfombras dispuestas para nosotros en el suelo y nos ofrecieron un cuenco con agua, que aceptamos e hicimos como que bebíamos para no despreciarla. El jefe comenzó su relato de necesidades y añadió las dificultades de las familias cuyos hijos iban a la escuela. Por lo general, eran pocos e iban a Dembassala, a unos dos kilómetros andando; pero otros debían ir a Goumbou y quedarse en casa de algún familiar o amigo cada semana y tenían que trabajar, sin poder ayudar en la suya. Además, debían pagar los gastos de manutención, por lo que se le hacía muy costoso a la familia. Todo el trayecto lo hacían andando y tardaban más de dos horas.

El jefe le dijo algo a su ayudante, que se levantó y al rato volvió con varias bolsas de frutos secos, con los que nos agasajó por nuestra visita. Prometimos volver al año siguiente con más tiempo y estudiar sus necesidades, lo cual nuevamente nos agradecieron.

Aprovechando la poca distancia con otros poblados, nos acercamos hasta el pueblo de Sabougou y la aldea de Tacoutala, ambos de similares características a los anteriores, con las mismas necesidades y problemas para subsistir. En ellos también nos esperaban cada jefe y su comitiva para saludarnos y agradecer el duro viaje que habíamos debido soportar para visitar su pueblo o aldea con el fin de escucharlos y tener en cuenta sus necesidades, lo que agradecían con una humildad sobrecogedora. Nos costaba ser conscientes de lo que para ellos suponía esta atención que les prestábamos. ¡De nuevo otra cabra, aún más grande, y unas gallinas!

Volvimos para Goumbou antes de que se hiciera de noche a fin de evitar posibles problemas en los vehículos debido al pésimo estado del camino. Al poco de echar a andar alguien comentó que nos íbamos a encontrar con una tormenta de arena, lo que en breve comprobamos dada la fuerza del viento, que arrastraba la arena contra los coches. Tuvimos que parar hasta que la tormenta se alejase porque no se veía el camino e incluso podría dañar los cristales de algún coche y nos crearía problemas para la vuelta. Así que cada chófer colocó su vehículo en posición favorable al viento y nos pusimos a esperar a que pasase cuanto antes.

Unos treinta minutos y la tormenta ya había pasado. Seguimos la ruta y de nuevo, cuando estábamos llegando, decidimos acercarnos al CSCOM para comprobar si había disminuido el número de gente o si habían terminado… ¡No era posible! Cada vez había más gente; decían que algunos habían venido desde Nara, en carros o andando, y que esperarían todo el tiempo necesario para que les atendieran los médicos blancos. Como ya estaba anocheciendo, les convencimos para que se volvieran al campamento. Mañana sería otro día. Al llegar, los guardias nos abrieron la puerta y conforme entramos nos señalaron con la mano. Detrás de las letrinas había otra cabra. Ya nos enteraríamos por qué.

Llegó la noche y todo fue rutinario:la cena, la ducha, el briefing… ¡Buenas noches!

Día 6

Amaneció y todos listos para partir. Algunos en el briefing de la noche anterior se quedaron dormidos por el cansancio y no se enteraron de que se iba a celebrar el acto simbólico de hermanamiento entre los pueblos de Goumbou y Vegas del Genil con la plantación de un olivo en el recinto del campamento. A primera hora fueron llegando el alcalde, los diferentes jefes de los barrios, los representantes de los distintos comités por los que allí se administran, el prefecto de Nara y la policía, etc., a quienes recibimos haciendo de anfitriones en «nuestro» recinto. Llegado el momento, se leyó un manifiesto en francés y español que posteriormente se traduciría a otras lenguas y se firmaría por ambas partes. Mientras, uno de los guardias ya había preparado el agujero donde plantarlo. Entre el alcalde y Yolanda colocaron el olivo y el guarda lo terminó de plantar y regar. Así concluyó el acto. Debíamos continuar con nuestra visita a otros pueblos y aldeas, cuyas características no diferían prácticamente en nada de las anteriores.

Esa sería la última tarde en Goumbou y había que celebrar el hermanamiento y nuestra visita de algún modo. Habíamos previsto jugar un partido de fútbol en el campo del colegio entre Malí y España (Goumbou contra Vegas del Genil). Había mucha expectación entre los jóvenes y niños en general y empezó a llegar gente para acompañarnos en el trayecto. Mientras nos vestíamos con la indumentaria futbolística que algunos habíamos previsto traer desde España, se montó un gran murmullo a las puertas del campamento que llamó poderosamente la atención de los que aún estábamos dentro terminando de cambiarnos. En esto que salimos y nos encontramos con el grupo de cazadores y mucha gente, incluidos nuestros compañeros, alrededor de uno de ellos y, mira por dónde, ¡una hiena viva, grande, babeante! Y era de verdad… Estaba sujeta por un cazador con una cadena al cuello, que este agarraba con una mano, mientras que en la otra llevaba una porra de madera enorme, con la que suponemos que la mantenía quieta, aunque no mansa. Daba miedo pensar que pudiera escapársele, aunque no fue el caso.

Los que íbamos a jugar el partido nos desplazamos en coches hasta el campo de fútbol, dejando la furgoneta para aquellos que llegarían después de despedir a los cazadores, dados los gestos de amistad mostrados durante todo el tiempo. Aunque, a decir verdad, algún que otro cazador se vino con nosotros porque o bien le gustaba el fútbol o era el entrenador o quería ser el árbitro de tan magno encuentro.

El campo tenía una pronunciada inclinación hacia abajo y para el partido habían colocado unas porterías de caña con su larguero incluido (no estaba nivelado, pero serviría). Como quiera que el campo no estaba vallado, el ganado campaba a sus anchas y hacía sus necesidades donde y cuando quería, lo cual no era excusa para jugar. Solo que debíamos sortear algunos «obstáculos».

Los espectadores (casi todo el pueblo, incluidos hombres, mujeres, niñas y niños de otras aldeas, que acudieron como algo excepcional) llenaban completamente el campo y a su alrededor se limitaba el terreno de juego, cuyas líneas trazadas con yeso o similar solo se veían cuando el balón se acercaba y la gente retrocedía. Los organizadores tuvieron a bien no poner gente detrás de las porterías para que estas se distinguieran entre tanto espectador y así poderlas ver a la hora de chutar a gol.

Al equipo local le entregamos unas camisetas del Barça y nosotros, los foráneos, acompañados de jugadores locales para completar el equipo, utilizamos unas de color naranja. Dentro de su indumentaria no se incluían las botas; algunos llevaban sandalias blancas de plástico, pero la mayoría jugaban descalzos, aunque observé que el defensa izquierdo del equipo local sí llevaba botas. El árbitro, entrenador del equipo local, sorteó el campo y comenzó el partido. Al poco, una jugada por la banda izquierda hizo que me fijase en el jugador que llevaba botas porque cuando corría se le subían por encima de los tobillos. ¡No tenían suela! Solo las llevaba por el orgullo de aparentar. Prometimos traerles botas en el próximo viaje.

El resultado fue de 2-1 a favor de España, gracias a un penalti en los últimos minutos que solo vio el árbitro. El abrazo entre jugadores locales y extranjeros quedó patente cuando les entregamos nuestras camisetas y botas. Nos habían aceptado como «hermanos», aunque, eso sí, ¡la revancha para el próximo viaje estaba servida!

De nuevo al campamento. Era la última noche allí.

Día 7

Por la mañana preparamos el equipaje y nos despedimos de todos cuantos nos rodeaban en el campamento: los guardianes, sin los cuales no habríamos podido dormir tan tranquilos; las mujeres, que se habían ocupado de la comida y la limpieza; los jefes de los barrios y aldeas cercanas, que volvieron de nuevo solo para despedirnos; la policía de la prefectura de Nara y un sinfín de vecinos y enfermos agradecidos a los médicos, que, aparte de dedicarles todo su tiempo de viaje (ellos solo vieron el CSCOM y nada más), también dejaron medicamentos y material suficiente para una buena temporada, que deberían administrar el enfermero, su ayudante y las matronas.

Nosotros adquirimos el firme compromiso de volver al año siguiente con más medios y materiales que permitieran mejorar la situación en Goumbou, sus pueblos y sus aldeas.

¡Adiós, amigos! Adieu, mes amis!

Partimos de vuelta a Bamako. La gente salió a despedirnos. ¡Fue increíble! Se nos quedará grabado para siempre.

En breve debíamos parar en Kaloumba para saludar al jefe y ver el pueblo, cuya visita habíamos dejado para el final. Nos estaban esperando en la carretera. Todos habían salido a la calle, incluso el jefe había dejado su jergón para salir a la puerta a recibirnos y darnos la bienvenida. «¡Bissmila, bissimila, bissimila!».

Salimos en comitiva, seguidos de casi todo el pueblo, hacia las escuelas. Su situación era bastante deprimente, manteniéndose en pie de manera milagrosa, porque sus muros de adobe estaban destrozados. No tenían apenas bancos donde sentarse los alumnos, solo había una pizarra en la pared y tampoco había material escolar con el que poder enseñar, nos explicó el maestro, que también nos acompañó y comentó que se trataba de un pueblo muy bien organizado, con un gran jefe, pero sin apenas recursos. Tomamos nota y quedamos emplazados para el siguiente viaje, en el que ya tendríamos el proyecto más definido, siempre que contásemos con ayuda económica. Nos despedimos: «Adieu, jusqu’à proche année!»

Ya no pararíamos hasta Djidièni. Mientras, habría que sufrir todo el trayecto de baches y polvo como mejor se pudiera. Esta vez me tocó un cuatro por cuatro pick-up cargada hasta los topes, que sustituyó a otro vehículo que se quedó en Nara. No tenía aire acondicionado y el asiento trasero estaba suelto y se movía en función de si aceleraba o frenaba. Además, se me clavaba en el muslo una chapa del respaldo, que debía de estar suelta. En fin, aguantaría como pudiera. En medio del trayecto alguien tuvo el detalle de decir que había que volver a repartir los coches debido al pésimo estado en que viajábamos y el sufrimiento que algunos estábamos soportando, lo cual mejoró un poco mi situación, pero «el daño ya estaba hecho». Llegamos a Djidièni y… «DIEU MERCI!». Un letrero pintado en la pared daba ¡gracias a Dios! por haber llegado al asfalto. Bajamos de los coches para estirar las piernas, entumecidas por la poca movilidad en el interior de los coches, y se nos echaron encima «todos» los niños del pueblo para vendernos algo regateando. Cada cual fue sorteando o llegando a un acuerdo y adquirió recuerdos que quizá no vuelva a ver más. Yo compré una pistola hecha con un fleje acerado que es capaz de disparar un garbanzo a más de veinte metros.

La carretera de asfalto mejoró el viaje y consiguió que pudiéramos dormir un poco, lo cual haría más corto el trayecto hasta Bamako.

Llegada al hotel, ducha, descanso y cena en un restaurante libanés que estaba cerca y alguien nos recomendó. ¡Y tenían cerveza! Todos pedimos Castel, cerveza africana muy buena. De comer había mucha variedad de platos con buena pinta, desde ensaladas (no recomendables) a pizzas y platos de carne o pescado con patatas. Yo me decanté por capitaine pané et frites, algo que con el tiempo se convertiría en nuestra referencia culinaria en Bamako.

Día 8

De nuevo había que madrugar para cumplir la apretada agenda de visitas institucionales, empezando por la cita en el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca que el agrónomo colega de Alexis nos había concertado. Al frente del ministerio estaba una mujer y nos alegró pensar que allí se las tenía en cuenta.

Así estuvimos durante toda la mañana, de ministerio en ministerio, recopilando datos y buscando contactos para el futuro.

Posteriormente, en el hotel se negociaron con el alcalde y otros representantes del pueblo los acuerdos de ayudas para seguir enviando medicamentos al CSCOM, subvenciones para reparar las escuelas de Goumbou y la compra de pupitres metálicos, cuya construcción ya habíamos dejado encargada a un taller de Bamako.

Ya por la tarde preparamos nuestros equipajes y nos desplazamos en los coches hasta la casa del ministro de Cultura, quien nos había invitado a cenar y había preparado una suculenta comida con ensalada fiable, aperitivos, cuscús, cordero y una amplia variedad de platos a modo de bufé libre, pero lo que realmente me llamó la atención fue la cantidad de gente que se autoinvitó a comer… Podríamos estar más de veinte personas, sin que el ministro hiciera la más mínima objeción; todos eran bien recibidos. Pero es que, además, cuando terminaban de comer se tumbaban en el suelo a descansar, como si de una merienda campestre se tratara.

Ya se hacía tarde y debíamos partir hacia el aeropuerto. El ministro nuevamente nos agradeció la visita a su casa y, sobre todo, el interés que nos movía a ayudar al pueblo de Goumbou. Quedamos en vernos el próximo año como si de amigos se tratara, lo cual demuestra la buena acogida que los malienses nos dispensaron. ¡Adiós, señor ministro! Adieu, le monsieur le ministre!

Ya se habían pasado los días y debíamos volver a casa. Nos despedimos los unos de los otros con un abrazo, deseándonos buen viaje y suerte hasta la próxima vez.

¡Adiós, amigos! ¡Au revoir, mes amis!

Ya de vuelta a España y en nuestra tierra, quedamos en reunirnos después de que cada cual analizase la recopilación de datos y apuntes recogidos con el fin de preparar el siguiente viaje. A partir de ahí algunos mantuvimos comunicación constante, casi diaria, hasta que llegó el día en el que exponer las conclusiones del viaje.

Las reuniones eran un tanto informales, dado que aún no estábamos constituidos oficialmente como una ONG, aunque sí en trámite, pero eso no era motivo para dejar de tomarnos muy en serio el compromiso adquirido con el pueblo de Goumbou. La primera se celebró en casa de Yolanda. Además de los viajeros, asistieron otros amigos interesados en el proyecto a fin de conocer nuestra experiencia y tomar contacto con el grupo, dado el interés mostrado por estos en acompañarnos en el próximo viaje y prestar su colaboración dentro de sus posibilidades.

Al no tener un orden del día, el que abrió el turno de palabra fue Gabriel, quien tiene un óptimo conocimiento del francés y fue el que más pudo hablar con los lugareños sin necesidad de intermediarios. Comenzó diciendo que después del viaje había tenido contacto telefónico con el alcalde y otros miembros de la comitiva acompañante y que todos estaban muy contentos y agradecidos por nuestra visita, algo que ya comprobamos in situ. Tenían muy presente el esfuerzo y la voluntad de haber realizado el viaje a pesar de las pésimas condiciones de la carretera; el calor que debimos soportar, con más de cuarenta grados, salvo los días de lluvia; las tormentas de arena y las condiciones de habitabilidad en las que habíamos permanecido durante nuestra estancia, comprometiéndose a mejorarlas para nuestro próximo viaje.

A la traducción que Elena hizo a la llegada a Goumbou («el dinero,¿dónde está el dinero?»), Gabriel nos aclaró que, según el alcalde, la gente estaba harta de que muchas ONG llegasen allí para estudiar alguno de los muchos proyectos que son necesarios para mejorar las condiciones de vida en los pueblos, se presentasen en grandes y nuevos cuatro por cuatro, acompañados por malienses a modo de ayudantes, y se instalasen durante unos pocos días para tomar notas y obtener información para que, al cabo de un tiempo relativamente largo, volviera algún ayudante a entregar al ayuntamiento un dossier con toda la documentación necesaria para llevarlos a cabo; pero esos proyectos nunca se acaben materializando por falta de fondos, ya que, por lo general, el municipio debe hacer una aportación que no tiene. Pudimos comprobar en el ayuntamiento, al hacer la visita, que había muchas carpetas y libros. Probablemente tuvieran algo que ver con esos proyectos.

Los médicos se sentían un tanto «excluidos» del viaje, ya que para ellos solo hubo trabajo y más trabajo, sin poder ver o hacer alguna visita al lugar, a ningún pueblo o aldea. Solo vieron el CSCOM, donde trabajaron de sol a sol, todas las horas de cada día que estuvieron. Su dedicación fue plena con los enfermos, aunque siempre fue voluntaria su actitud. Pero sí que habían aprendido sobre algunas enfermedades que hasta entonces les eran desconocidas. Miguel Guzmán comentaba que, entre otras enfermedades, había gran cantidad de gente con problemas en los ojos debidos a la arena y la poca higiene que allí se practicaba por falta de medios y de costumbre. Carlos Aguado destacó que había visto niños con enfermedades provocadas por bacterias que penetraban a través de la piel cuando estos se bañaban en aguas contaminadas, dolencias que llegaban incluso a provocar la muerte.

Ambos coincidían en la cantidad de embarazadas sin control de ningún tipo, niños enfermos de poliomielitis que se arrastraban por el suelo y otros con el vientre hinchado, con abultamientos como pelotas por hernias umbilicales y desnutrición, además de tuberculosis. También subrayaron la falta de vacunas para prevenir enfermedades. Aunque había un cierto control por el Ministerio de Sanidad, el enfermero contó que allí no llegaban o eran muy escasas, aunque eso también tenía mucho que ver con la falta de inscripciones de nacimientos de niños. El Gobierno tenía un censo que no era real y, por tanto, la dotación de vacunas siempre era escasa. Y la malaria que no discrimina entre niños y mayores. ¡Es triste, pero es así!

Alexis explicó la pésima situación para cultivar debido a la falta de agua, ya que solo podían hacerlo aprovechando la época de más lluvia (según las estadísticas, 0,45 litros al año entre agosto y septiembre —otoño-invierno—), lo que limitaba mucho la elección del cultivo. Lo normal era el mijo de ciclo corto y, por tanto, una producción escasa. Para el próximo viaje intentaría conseguir semillas nuevas de hortalizas para que las mujeres las plantasen en sus huertos, comprobar el resultado final y ver si hubiera otras alternativas al mijo.

Propuso hacer un estudio de la tierra en el próximo viaje y comprobar la viabilidad de la plantación de olivos, así como pedir presupuestos tanto a empresas locales como a extranjeras que trabajaban por la zona para el sondeo de un pozo que abasteciese de agua los huertos.

Comentó que las mujeres de Goumbou, según su interlocutor el agrónomo, habían quedado muy contentas al proporcionarles los cepillos con dientes de acero para restablecer la tradición de tejer la lana, algo que hacía mucho tiempo que dejaron de hacer por el desgaste de estos utensilios y la falta de dinero para reponerlos. Al final se consiguió encontrarlos en el mercado de Bamako y entregárselos posteriormente.

Retomó la palabra Gabriel para explicar una petición que le había hecho el alcalde. Se trataba de instalar una emisora de radio, como tenían otros pueblos de otros municipios, con la que podrían comunicarse entre los pueblos y aldeas sobre los acontecimientos de interés que fuesen ocurriendo, tales como la búsqueda de ganado, incluso de algún vecino o niño extraviado, o el aviso de elecciones municipales, que pronto se habrían de celebrar y a las que el alcalde, monsieur Sádia Kouma, ya había comunicado que no se presentaría, etc.

El tema escolar quedaba pendiente para el próximo viaje debido a la complejidad del proyecto y al elevado coste que suponía la construcción de un colegio de segundo grado para Goumbou, que pudiera albergar un mínimo de quinientos alumnos, y escuelas de primaria en distintos pueblos que facilitasen la asistencia de niños, evitando que tuvieran que hacer desplazamientos de tanta distancia. No obstante, el compromiso de reparación del colegio se estaba llevando a cabo, al igual que la compra de pupitres para el próximo curso.

Respecto a los pozos, comenté la situación en que se encontraban algunos de ellos, sobre todo el que en su día estaba automatizado, del que se podría utilizar parte del material que aún quedaba en el recinto. Me comprometí a intentar conseguir fondos para rehabilitarlo cuando nos enviasen los presupuestos de reparación y, si se podía, reparar alguno con bomba manual de los muchos que tenían averiados.

Otra parte importante respecto a la economía de los pueblos era la opción de conceder microcréditos a las mujeres, de las que era más fácil conseguir su devolución, según recomendación del alcalde.

Se terminó la reunión con los ánimos muy altos por parte de todo el grupo y de los nuevos, que captaron perfectamente la esencia del proyecto y esperaban viajar la próxima vez.

Fueron pasando los días y recibimos información por parte del alcalde, quien nos comunicó el resultado de las elecciones. El cargo recayó en monsieur Aboubacar Keita, persona culta y bien relacionada en las esferas políticas de Bamako.

Mientras tanto, todos íbamos desarrollando acciones individuales o colectivas en pro de la captación de recursos y ayudas de las distintas empresas y particulares que cada uno conocía. Montamos diversas exposiciones de fotografías de nuestro viaje a fin de concienciar a la gente para el apadrinamiento de niños y captar socios para nuestra causa. Acciones con diversos clubes de fútbol nacionales dieron como resultado la obtención de material deportivo, que también aportaron distintas tiendas de deporte con las que algunos teníamos contactos. Al final se consiguió reunir varias indumentarias completas de equipos de fútbol y baloncesto como el Real Madrid, el Barcelona, la Real Sociedad o el Unicaja, así como balones y botas de fútbol y diverso material por parte de las tiendas que colaboraron. En definitiva, todo un éxito.

Nos enviaron varios presupuestos para la reparación de los pozos. Los estudiamos y analizamos todos y aceptamos el que demostraba mayor profesionalidad y mejores condiciones. La puesta en marcha del pozo automatizado ascendía a 14.323.000 francos CFA (21.867 euros) y el de bomba manual, a 5.707.500 francos CFA (8.714 euros). Había que conseguir el dinero suficiente para llevarlos a cabo.

Se contrató un médico nativo de Malí para que, junto con el enfermero y las matronas, pudieran dar la máxima cobertura sanitaria a la población. También estábamos estudiando la posibilidad de enviar medicamentos de forma urgente a través de UPS hasta el aeropuerto de Bamako, donde los recogerían personas de confianza o incluso el nuevo alcalde.

Por otro lado, un cliente de mi oficina que tenía una empresa de informática se enteró por la prensa de nuestra actividad solidaria y se ofreció para mejorarnos la web y darnos más capacidad de cobertura a través de sus servidores, con lo que ganaríamos en velocidad. Además, nos ofrecía asesoramiento y actualización gratuita, lo cual aceptamos muy agradecidos.

¡Todo estaba marchando a pedir de boca!

En febrero de 2005, un mes antes del siguiente viaje, se recibió una carta del alcalde, Aboubacar Keita:

La situación es muy preocupante este año para nuestra comunidad con una terrible plaga de langosta, la llegada de aves rapaces y la precoz caída de lluvias. La población está en una situación de desesperación total. No se podrá recoger cosecha este año después de tantas calamidades. La situación se caracteriza por el éxodo masivo de los hombres (jóvenes y adultos) hacia Bamako y la costa en busca de trabajo y ayuda de parientes que les den cereales para subsistir con la familia.

El Gobierno dará a la población de esta comunidad 7,50 kilogramos de mijo por persona, que les durarán para alimentarse entre quince y veinte días. Según los técnicos locales, la producción de cereal no será suficiente para alimentarlos, disponiendo de reservas para un máximo de tres meses. Calculamos que nuestras necesidades son de 2.000 toneladas para este año, siendo 2005 muy negro para nuestro pueblo.