Kitabı oku: «Doce viajes a Goumbou», sayfa 4
Solicitamos del alcalde de Vegas del Genil y vuestra organización la posibilidad de ayudar a nuestra comunidad ante la preocupante situación que estamos padeciendo. Debemos darnos prisa para adquirir el cereal al precio actual, dado que la falta de este hará que suba muy considerablemente. Tampoco disponemos de semillas para nuestros campos, al tenerlas que consumir dadas las circunstancias.
Solicitamos ayuda urgentemente.
De inmediato llevamos a cabo una reunión urgente para proponer y buscar soluciones. Al inicio comenté que unos meses atrás escuché en las noticias que a las islas Canarias había llegado una plaga de langosta procedente del Sahel, con bastante repercusión en algunas partes del archipiélago a tenor de la pérdida de cultivos arrasados, lo cual relacionamos de inmediato con la carta del alcalde. Una vez expuesto el problema, por unanimidad se aprobó la compra de 20.000 kilos de arroz al precio de 0,25 euros aproximadamente (el doble del precio en Granada), cuyo importe se transfirió a la cuenta del alcalde, monsieur Aboubacar Keita, pidiéndole celeridad en la compra y que, a ser posible, coincidiera su transporte a Goumbou con el momento en que nosotros ya estuviésemos allí. Esto era muy importante de cara a su distribución, ya que se repartiría a nuestro criterio y así se ampliaría el número de personas beneficiarias y se aliviaría temporalmente el hambre de «nuestro pueblo».
Aprovechando que estábamos reunidos se comunicó a los asistentes la concesión de dos importantes subvenciones. La primera, para reparar el pozo automatizado, se concedió por parte de la Comunidad de Regantes de la Acequia de Tarramonta, por 21.867 euros; y la otra, del Ayuntamiento de Vegas del Genil, ascendía a 8.714 euros y su destino sería arreglar el pozo de bomba manual, ampliando su profundidad. Aunque el dinero no estaría en nuestro poder hasta el siguiente viaje, en agosto, al menos podríamos negociar y confirmar dichas obras con el contratista elegido.
Entre actividades y reuniones, antes del viaje hubo gente que abandonó el proyecto. Cada uno tenía sus motivos y razones, que no cuestionamos, porque mientras estuvieron dentro lo dieron todo y debíamos respetar su decisión. ¡Pero esto seguía!
Se nombró una nueva directiva y se incorporó gente con mucha ilusión y ganas de que llegase el día de la partida.
A la vuelta del primer viaje, Gabriel me comentó que podríamos organizar un torneo de fútbol en el que a lo largo del año compitieran entre los pueblos y aldeas, cuyo nombre podría ser el Tournoi de l’Amitié (Torneo de la Amistad), y que la final coincidiera con nuestro viaje cada año para darle un mayor aliciente entre los jugadores y vecinos en general, dada la mucha aceptación que el fútbol tiene en Malí. Y allí no sería menos.
Dicho y hecho. Busqué en mi empresa, la Caja Rural de Granada, conseguir la subvención que financiase el trofeo y a la primera me lo aceptaron; solo faltaba elegir qué tipo de trofeo sería para que solo con mirarlo incentivase tanto a los jugadores como a los habitantes del pueblo o aldea que consiguiera ganarlo y así crear un vínculo que los identificase de inmediato con la amistad de los pueblos mediante el deporte, en especial el fútbol por su mayor impacto social. Comparé en distintas tiendas de deportes varios modelos y formatos hasta que por fin encontré el que consideré más atractivo. Era una réplica del trofeo de la Copa de Europa, pero más grande. ¡Se volverían locos cuando lo vieran!
Mientras tanto, Antonio Martín, nuevo voluntario, amigo, compañero y aparejador, se involucró en el proyecto y se encargó de diseñar y redactar el boceto para la construcción de un futuro hospital para Goumbou.
Días antes de la partida, Gabriel nos advirtió de que para este viaje todos deberíamos hacer un hueco en la maleta y llevar ropa y zapatos acordes con las recepciones en diversos ministerios y organismos oficiales para cubrir un mínimo del protocolo que se exigía. Los hombres debíamos llevar traje y corbata o chaqueta y pantalón. Aceptamos su propuesta, pero sin mucho convencimiento por considerarlo un poco a broma, dadas las temperaturas que allí se estilan en esa época del año.
La próxima expedición confirmada la compondrían, por parte de la fundación:
–Leticia Sánchez, presidenta (la hija).
–Gabriel Sánchez, secretario general (el padre).
–Pepa Ruiz, tesorera (la madre).
Por parte de la ONG Vegas del Genil en Acción viajarían las siguientes personas:
–Rosa Vera, presidenta (mi esposa).
–Lourdes Fiestas, vicepresidenta (esposa de Antonio Martín).
–Yolanda Ibáñez, diputada provincial y relaciones institucionales.
–Antonio Martín, aparejador.
–Ángel Cobos, enfermero.
–Juan Lahoz, Colegio de Médicos de Málaga.
–María Entrena, médico del mismo colegio y esposa del anterior.
–Y yo, tesorero.
SEGUNDO VIAJE
Día 1
Marzo de 2005. Viajamos con Air France; de nuevo nos permitieron un exceso de equipaje extra mucho mayor por pasajero para llevar todo el material previsto. Además, tuvieron que colocar en la cabina de azafatas unas veinticinco macetas de olivos, que plantaríamos como experimento para comprobar la adaptación al terreno; y el trofeo de fútbol, que por su tamaño y características no convenía que fuera en la bodega del avión.
A la llegada, sobre las 23:00, hora española, nos esperaban el nuevo alcalde, Aboubacar Keita, y numerosas personas conocidas del viaje anterior, incluidos los traductores Samou Konté y Djeneba Ndiaye. El trámite de aduana fue lento, pero parecía que habían hecho obras y se notaba que la recepción era más amplia. Al menos ahora cabíamos todos los pasajeros y la salida de equipajes hasta tenía cinta transportadora, que no paraba de dar vueltas. ¡Cómo había cambiado esto! El alcalde debía de tener buenas relaciones con la policía del aeropuerto, porque le permitieron entrar a recibirnos y allí mismo hicimos las presentaciones del grupo, a falta de salir donde nos esperaba el resto de amigos malienses.
Seríamos los últimos por el volumen de equipaje y material que llevábamos. Todo estaba clasificado y numerado para evitar extravíos. Una vez fuera, nos saludamos afectuosamente, como amigos de toda la vida. Cada vez había más gente para ayudar a cargar; eran personas de Goumbou que vivían en Bamako y querían echar una mano. Ellos se encargaron de ponerlo todo en los coches. Al menos habría seis o siete coches y diez o quince personas, lo cual fue todo un detalle y se lo agradecimos. Es curioso, todos se fijaron en el trofeo, que yo llevaba en mano y descubierto un poco adrede para llamar la atención, acerca del cual surgieron preguntas y comentarios entre nuestros amigos malienses.
Nos fuimos hasta el Hotel Djene, el mismo del año anterior. En el trayecto coincidí en el coche con Djeneba y le pregunté cómo iba su aprendizaje de español, a lo que respondió de manera bastante entendible, lo cual me alegró bastante. Así nos podríamos enterar algo más en las conversaciones.
Llegamos y se descargaron los coches, dejando todo el equipaje en nuestras habitaciones y las cajas en una habitación del hotel hasta la partida hacia Goumbou.
Día 2
Para la segunda jornada teníamos previstas visitas en algún ministerio, pero además el alcalde nos dijo que el presidente de Malí, monsieur ATT, quería conocernos esa misma tarde en el Palacio de Koulouba. Y todo ello gracias al trofeo. Al parecer, había despertado un inusitado interés entre varios miembros de su gabinete que viajaban en el mismo vuelo que nosotros. Así aprovecharíamos para presentarle el proyecto del hospital y solicitar algún tipo de ayudas permitidas, incluso exenciones de impuestos, siempre que fuese beneficioso para Goumbou. ¡Ya se vería!
Después del desayuno decidimos hacer una visita al antiguo gran mercado (hoy no está en el mismo lugar ni es tan grande), al cual nos dirigimos en los coches. Fuimos acompañados al interior por algunos conductores, pues es fácil extraviarse. El lugar llama poderosamente la atención del olfato. Nada más acercarte a la entrada hay un olor nauseabundo que no te abandonará durante todo el recorrido, pero te atreves a entrar porque la curiosidad te lleva. Lo primero que ves son animales salvajes muertos tirados en el suelo: serpientes, monos, caimanes y otras especies menos conocidas. Conforme sigues avanzando por las calles laberínticas encuentras los talleres de artesanos que trabajan el latón, la madera, el hierro, la piedra, el cuero, etc., y luego están los vendedores, que te envuelven en su parafernalia verbal para que entres en su tienda. Durante todo el recorrido intentarás esquivarlos una y otra vez o, si te interesa, acabarás comprando.
La mañana se pasó volando entre la visita al mercado y al taller donde fabricaban los pupitres para la escuela. Al fin y al cabo, todos estábamos pensando en la visita al presidente del país.
Llegó la hora de asistir a tan magno acontecimiento. Las mujeres iban elegantemente vestidas y arregladas; los hombres, con traje y corbata a pesar de los más de cuarenta grados que había en la calle, pero el protocolo mandaba y así había que presentarse ante el máximo mandatario del país, sobre todo porque nos interesaba la atención dispensada hacia nosotros, que no éramos «nada» si nos comparábamos con las grandes ONG de todo el mundo que allí estaban establecidas y que quizá nunca habían tenido esa oportunidad.
Salimos del hotel bastante relajados como si de algo cotidiano se tratara. Eso sí, el trofeo iba entre mis manos. ¡Era el santo y seña para entrar en el palacio! Quizá sin él no estaríamos allí. A la llegada se fueron abriendo los distintos controles de paso hasta el palacio y una vez bajamos de los coches se anunció nuestra visita. El secretario del presidente salió a recibirnos y darnos la bienvenida, acompañándonos hasta el interior, donde nos acomodó a un lado y a otro del sillón presidencial.
Unos minutos de espera y… Des dames et des messieurs, monsieur le Président! ¡Señoras y señores, el presidente de la República de Malí! (conocido como ATT). Nos saludó uno a uno y agradeció nuestra visita y lo que estábamos haciendo en el pueblo de Goumbou, lugar de nacimiento de algunas personas de su entorno en el Gobierno, cuyas familias aún seguían viviendo allí. Mientras tanto, unos camareros, muy sigilosamente, nos fueron preguntando lo que queríamos tomar.
Gabriel comenzó con una explicación del motivo de nuestro primer viaje y los proyectos que teníamos para ese pueblo. En un momento de la exposición el presidente miró a Gabriel y señalando el trofeo, que estaba a mi lado, me indicó que lo acercase. «Señor presidente, le presentamos el trofeo del Torneo de la Amistad, que instauraremos en Goumbou y el municipio de Ouagadou». Lo observó con detenimiento y muy pensativo, exclamando a continuación: «¿Cómo puede ser que Goumbou tenga un trofeo más grande que la Copa de Malí y que la Copa del Mundo?», lo cual, dicho por el presidente, podía ser una buena baza a nuestro favor a la hora de hacer propuestas y peticiones de ayuda. Había que aprovechar.
A continuación Gabriel llamó a Antonio Martín para que presentase el proyecto del hospital. En ese momento se acercó el secretario y le habló al oído. De inmediato el presidente se levantó y se excusó: «Hay una delegación sudamericana a la que debo atender porque tenían la visita concertada, pero en veinte minutos estaré de vuelta». Como si de una prueba cronometrada se tratara, veinte minutos y allí estaba de nuevo el presidente, mostrándose muy receptivo a las explicaciones sobre el proyecto del hospital y prometiendo su asistencia a la inauguración para cuando llegase ese día.
Terminó la visita y el presidente nos acompañó hasta la misma puerta del palacio para hacerse unas fotos con nosotros, mostrándose muy agradecido. ¡Había sido todo un éxito! Jamás hubiésemos imaginado que esto sucedería. Ya solo faltaba que nuestras expectativas se fueran cumpliendo.
Volvimos hasta el hotel para cambiarnos de atuendo e ir a cenar al restaurante libanés, pues esto había que celebrarlo. Allí seguimos comentando todo lo acontecido durante la tarde con un grado de euforia muy alto tanto por nuestra parte como por la del alcalde, ya que ambos habíamos salido muy beneficiados y esto nos podría suponer muchas ventajas de cara al futuro.
Se hizo tarde y nos despedimos para dormir. Saldríamos temprano y había que cargarlo todo de nuevo, incluyendo el agua. Era mucho equipaje y mucho material… Bonne nuit, à demain!
Día 3
A primera hora todos preparados y los coches en la puerta del hotel. Comenzamos la carga; ahora había menos gente y debimos implicarnos nosotros. Había que tener mucho cuidado con el equipaje personal y procurar que fuese dentro de los vehículos para evitar que el polvo inundase la ropa y los enseres personales. Lo demás podría ir dentro o en el techo de cada coche. ¡Un metro de altura por lo menos!
Partimos hasta las gasolineras donde repostar. Este año no hubo colecta y debimos pagar nosotros. Cogimos la salida de Bamako en dirección a Koulouba y pasamos cerca de la residencia del presidente, donde el día anterior habíamos sido muy amablemente recibidos. Antes de partir un militar se acercó hasta el alcalde para entregarle una carta-salvoconducto firmada por el coronel S. Cámara, antiguo magistrado, ministro y jefe de la Seguridad Nacional, entre otros, a fin de evitarnos problemas en el camino.
Llegada a Djidièni. Bajamos a estirar las piernas y tomarnos un refresco, no sin antes sufrir el «acoso» de los niños vendedores de cachivaches, y prepararnos para la travesía que nos esperaba por las pistas, en unas condiciones pésimas después de las últimas lluvias.
Todo se iba repitiendo para los que ya estuvimos el año anterior: las aldeas a uno y otro lado del camino, las diferentes plantaciones y cultivos que se aprecian conforme vas avanzando desde la capital, cómo el paisaje va tornándose cada vez más seco, con sus baobabs característicos del África subsahariana…Todo era nuevo para los que venían por primera vez, que hacían cábalas de cómo sería Goumbou aunque tenían algunas referencias de nuestra parte. Cada uno iba imaginando la llegada.
Después de tantas horas de camino, parecía que no íbamos a llegar nunca, pero ya habíamos pasado Mourdiah y entramos en el «círculo de Nara» (provincia de Nara). Estábamos cerca de Kaloumba y presentimos que nos esperarían a la llegada. A lo lejos fuimos tomando las referencias del paisaje y a la derecha se veían los eucaliptos del vivero. ¡Ya estábamos allí!
Efectivamente, nos estaban esperando. El jefe, en el interior de su casa, nos recibió recostado sobre el mismo jergón y vestido con túnica blanca. Tenía a su lado un pequeño transistor, que yo no sabía si funcionaba, pero también lo tenía el año anterior. Nos invitó a sentarnos y las mujeres comenzaron a traer comida. «Merci, merci, debemos continuar». Tuvimos que esperar y aceptar su hospitalidad. «¡Bissimila, bissimila, bissimila!». Nos ofrecieron agua y comida; era pastel de baobab (tampoco los nuevos del grupo se atrevieron) y frutos secos, lo que nos salvó de quedar mal y nos permitió no hacerles un desprecio. El pastel de baobab es un manjar para ellos; solo lo preparan y comen cuando se trata de celebrar algún acontecimiento y lo consideran lo mejor para las bienvenidas.
Continuamos el viaje con muchas ganas. Los cuerpos iban ya bastante cansados y las ansias por llegar nos podían. Unos pocos kilómetros más y al subir la pequeña loma… ¡allí está! La gente a caballo salió a recibirnos y otros nos esperaban con un alboroto ensordecedor: los cazadores de nuevo disparando al cielo, los niños con pancartas y correteando de un lado para otro para sortear el paso de los coches, las mujeres gritando «¡bissimila, bissimila, bissimila!» y los tambores sonando como si no hubiera un mañana. ¡Era impresionante! Los nuevos compañeros estaban extasiados. ¿Cómo iban a imaginar esto por mucho que se lo hubiésemos contado antes?
El recinto estaba preparado como el año anterior: el megáfono, los asientos, los niños con sus pancartas y banderolas de Malí, España y Andalucía… Había mucha gente en fila esperando para saludarnos. Entre ellos reconocí a las mujeres que nos trajeron la comida la primera vez: Kudie, con Ronaldinho a su lado, que también extendió su mano para saludar; y Bintou Soumare. También estaban los maestros, el mecánico de los pozos, etc. «¿Cómo es posible que me acuerde de tanta gente? Es como si fuésemos importantes, al menos para ellos», pensé.
Nada más sentarnos se acercaron Maya, la «pequeña niña» de Yolanda, y otra un poco menor, que se agarró de mi mano y se apoyó en mi rodilla. Le pregunté su nombre y contestó: «Fanta». En ese momento sentí algo que nunca he podido explicar, solo quedará en mi memoria. ¡Fue algo grande!
Los ojos de los que llegaban por primera vez se humedecieron. Intentaron aguantar, pero no… Lloraron sin poder parar y a los que ya lo vivimos la primera vez también nos brotaron las lágrimas.
De nuevo el pitido ensordecedor del megáfono nos puso en situación. Debíamos escuchar al alcalde, que fue quien inició el acto de presentación de todos los viajeros. A continuación se iría traduciendo por cada representante, según el dialecto de cada pueblo o aldea. Posteriormente fueron Gabriel, Samou y Djeneba quienes nos tradujeron a nosotros sus comentarios.
Esta vez llegamos con luz diurna al campamento. Parecía que habían reparado la puerta de entrada y abría un poco mejor. Los coches accedieron al interior, donde descargamos los equipajes, el agua y todo el material que habíamos llevado. Por grupos nos fuimos adjudicando las habitaciones y, esta vez junto con mi esposa, coincidí en la misma del año pasado, donde nos ubicamos tres parejas y la hija de Gabriel. Colocamos nuestras pertenencias y parte del material, sobre todo el más delicado.
Durante el trayecto hasta el campamento comprobamos los efectos de la plaga de langosta. Todo estaba arrasado. ¡Era increíble! Me fijé en el olivo que plantamos el año anterior; solo quedaban algunas ramas. No sabía si se recuperaría o plantaríamos otro.
Ahora pienso que a lo largo del camino no había tenido esa sensación de verlo todo arrasado, quizá porque apenas se pueda distinguir en esa época del año, ya que las dos veces que habíamos ido siempre había estado todo muy seco.
Se hizo de noche y cada cual colocó su equipaje. El resto de material más pesado se ubicó junto a la pared, en el recinto circular; y el más pequeño, en la última habitación. Hacía un rato que habíamos visto llegar las mujeres con la cena y de nuevo las saludamos. Eran Kudie, Bintou y una de las esposas de Mussa Tinou, el jefe de los guardas del campamento. La comida tenía buena pinta y la mayoría nos atrevimos con ella, aunque otros sacaron sus barritas. Cada uno puede comer lo que quiera.
Después de cenar nos fuimos organizando en las letrinas para la ducha, en las que de nuevo estaban preparados los bidones con agua, los cubos y los jarrillos de colores. Aunque algunos ya estábamos advertidos de lo que allí se «cocía», a los nuevos todavía les costaba acostumbrarse…, pero era lo que había. Al final se lo tomaron un poco a coña para intentar sobrellevar eso de estar acompañados de grillos, cucarachas, arañas y otros bichos del lugar, amén de los efluvios característicos.
Cuando por fin todos estuvimos aseados se organizó el briefing para preparar el trabajo del día siguiente. Nos subimos a la plataforma con el suelo de piedra levantada que parecía un escenario, en la cual cabíamos todos sentados en los mismos sillones con cuerdas de plástico del año anterior, pero un poco más deteriorados, con lo que la comodidad se resentía bastante. Menos mal que habían traído unas sillas tipo terraza, en las que nos sentimos algo más a gusto.
Se inició el turno de palabra para organizar los grupos de trabajo que deberían mantenerse cada día:
Ángel, Juan y María irían con Djeneba al CSCOM para tomar contacto con el médico, el enfermero y las matronas e intentar organizarlo de un modo más racional sin afectar a sus costumbres. En conversaciones telefónicas con el alcalde supimos que había bastantes quejas sobre el médico: que era poco trabajador, bastante despreocupado y que se pasaba el día fumando en pipa y de un lado para otro y apenas prestaba atención a los enfermos, lo que, al parecer, había sido corroborado por los dirigentes del comité que controlaba el CSCOM.
Rosa, Lourdes, Yolanda, Pepa y Leticia, junto con Gabriel, acompañarían al alcalde y otros miembros del ayuntamiento para ver los colegios y cooperativas de mujeres. Antonio y yo, por nuestra parte, debíamos realizar una inspección de los edificios del CSCOM para ver si podíamos hacer una reparación de las paredes, desinfectarlo y pintarlo, contando con que hubiera materiales de construcción y las herramientas necesarias. Después debíamos realizar el censo de los pozos, tanto de los que funcionaban como de los averiados, todo ello acompañados en un coche por el mecánico local y algún miembro del ayuntamiento.
Ya que había quedado clara la misión de cada uno, alguien sacó las pipas y alguna bebida espirituosa. Era hora de disfrutar de una bóveda celestial envidiable y majestuosa cargada de estrellas y de todas las constelaciones que desde allí avistábamos. Después de un buen rato de charla, durante el cual algunos se fueron quedando dormidos, tocó preparar las tiendas. Esperábamos mejorar el descanso, pues este año nos habían traído colchones de espuma, lo cual agradecimos a la mañana siguiente, nada más llegar el alcalde.