Kitabı oku: «Semiótica del discurso», sayfa 5
3. LA ESTRUCTURA TERNARIA
3.1 Los tres niveles de aprehensión de los fenómenos
La semiótica peirceana reposa enteramente sobre una concepción ternaria de la estructura elemental. Pero no se trata en este caso de la estructura de los términos de una categoría sino de niveles de aprehen sión de esa categoría o, en otros términos, de tres modos diferentes de la aprehensión de la significación que son, según Peirce, tres maneras di ferentes y jerarquizadas por las cuales podemos conocer el mundo del sen tido. Porque esta semiótica es ante todo una teoría del conocimiento.
En un primer nivel, llamado simplemente Primero (o primeridad — first ness en inglés—), se aprehenden solamente las cualidades sensibles o emotivas del mundo; este nivel es primero por rango de orden, pero tam bién porque comporta un solo elemento: la cualidad misma. Por ejem plo: la sensación de “mojado” es primera. El signo típico de este nivel es el icono.
En un segundo nivel, llamado Segundo (o segundidad— secondness en inglés—), se pone en relación la cualidad con otra cosa; este nivel es segundo por rango de orden, pero también porque comporta dos elementos. Por ejemplo, cuando la sensación de “mojado” es puesta en relación con la lluvia que cae, esa relación es llamada segunda. El signo tí pico de este nivel es el índice.
En un tercer nivel, llamado Tercero (o terceridad —thirdness en inglés—), se ponen los dos primeros niveles en la perspectiva o bajo el con trol de un tercero; este nivel es tercero porque comporta, de hecho, tres elementos. Lo más corriente es que este tercer elemento se presente co mo una ley o una convención: se podría, a partir del ejemplo en curso, tener por resultado “Llueve siempre que está mojado”, confrontando la relación de segundidad con el tiempo, que estaría en función de tercero, y llegaríamos así a desprender una regla. El signo típico de este ni vel es el símbolo.
3.2 Propiedades de los tres niveles
En los innumerables escritos de Peirce, los tres niveles de aprehensión de los fenómenos conciernen a casi todas las propiedades imaginables: cada exégeta se precia de encontrar las que le convienen para tal o cual uso.
Preguntarse qué son concretamente la primeridad, la segundidad y la terceridad no tiene, de hecho, mucho sentido, puesto que se trata de tres momentos fundamentales de toda construcción del sentido, de toda ex periencia, y, en general, de la relación entre el hombre y su entorno. En la teoría peirciana misma, la estructura ternaria sirve particularmente:
• para construir el signo mismo, puesto que el objeto es primero, el representamen segundo y el interpretante tercero;
• para distinguir los tipos de signos, puesto que el icono, el índice y el símbolo participan respectivamente del primero (semejanza cua lita ti va), del segundo (relación causal o explicativa) y del tercero (convención);
• para distinguir muchos tipos de objetos, de representámenes, de in terpretantes, luego de iconos, de índices y de símbolos, cada vez bajo el mismo principio, por una nueva división en tres niveles.
En cambio, si se adopta la perspectiva de la elaboración de un lenguaje y del funcionamiento del discurso que lo pone en marcha, uno se per cata de que la triplicación peirciana interesa fundamentalmente en lo que respecta a las modalidades de elaboración de la significación. En efec to, entre las muchas propiedades de esta triplicación que son objeto de consenso entre los diversos lectores de Peirce (Deledalle, Eco, Savan, entre otros), las propiedades modales son las más frecuentemente in vocadas.
Esas propiedades modales caracterizan los niveles de articulación de la significación. En la perspectiva de una semiótica del discurso, las definiremos como modos de existencia de la significación en discurso.
3.3 Los modos de existencia
Todas las teorías del lenguaje deben dotarse de niveles epistemológicos, que son definidos como modos de existencia de las magnitudes se mióticas.
Por ejemplo, Saussure distingue la lengua, que es virtual, y el habla, que es realizada. Guillaume distingue la lengua (virtual), la efectuación (ac tual) y el discurso (realizado). Hjelmslev distingue siempre lo realizable (el sistema) y lo realizado (el proceso). Por último, Greimas distingue las virtualidades del sistema, la actualidad del despliegue semionarrativo y la realización por el discurso. Estas diversas aproximaciones po drían ser superpuestas muy fácilmente, pero lo que debe interesarnos aquí es solamente el principio: toda teoría del lenguaje tiene necesidad de una teoría de los modos de existencia para poder precisar el es tatuto de los objetos que manipula.
Además, las enunciaciones concretas explotan también estos modos de existencia, ponen en juego de cierta forma esos diferentes “niveles de realidad”. La cuestión epistemológica del estatuto de las magnitudes lingüísticas y semióticas se convierte, entonces, en los discursos concre tos, en una cuestión metodológica, la de las modulaciones de la pre sencia de esas magnitudes en el discurso. Así, la litote (No te odio en ab so luto) juega con dos modos de presencia: un contenido en el que la pre sencia es real —el enunciado negativo—, y un contenido en el que la presencia es potencial —el enunciado positivo subyacente, Te amo—.
Globalmente, Peirce, con su estructura ternaria, no procede de manera diferente a Saussure, Guillaume o Hjelmslev: aunque la teoría que él deduce sea diferente, presenta también las diferentes etapas de una elaboración modal de la significación, distinguiendo: (1) el modo virtual (primero) es aquel que comprende todos los posibles de un lenguaje y particularmente todos los posibles sensibles y perceptivos; (2) el modo actual o real (segundo) es aquél que comprende los hechos realizados y que permite particularmente anclar la acción y la transformación de los estados de cosas en la percepción y en lo sensible; (3) el modo potencial (tercero) es aquel que comprende todas las le yes, reglas, usos que programan la existencia y sus transformaciones.
Los tres niveles de la semiótica peirciana nos animan también, de hecho, a definir los modos de existencia del discurso y a definirlos gracias a los contenidos de las modalidades: Habremos reconocido de paso (1) las modalidades aléticas (lo posible) en el pri mer nivel, (2) las modalidades factuales (querer, saber, poder hacer) en el segundo nivel, y (3) las modalidades deónticas (el deber, la ley, la regla, etc.), en el tercer nivel.
Elaborar la significación de un discurso consiste, pues, en atravesar esas diferentes fases modales, desde la apertura máxima de los posibles que procuran la impresión y la intuición, hasta la esquematización apremiadora que procura el análisis.
La cuestión pendiente es la siguiente: ¿cómo hacer operatorias esas no ciones tan generales que son los modos de existencia? Lo más frecuente (en Saussure y en Chomsky, por ejemplo), es que ellas suministren el trasfondo epistemológico de la teoría; además, cada teoría sólo re tiene como pertinente uno de los modos de existencia (los dos autores aludidos se confinan voluntariamente en lo virtual, lengua o competencia). Peirce, con Guillaume y Greimas, es uno de los pocos teóricos que han dado a esas modalidades un rol en el método mismo, en el aná lisis de los objetos de significación; pero hemos visto que la solución que ha retenido desemboca en una multiplicación exponencial de ti pos y de subtipos de signos, que llega pronto a ser extravagante.
Para evitar tal deriva, proponemos afectar la distinción de los mo dos de existencia a una y sólo una categoría: la de la presencia. De es ta forma, los modos de existencia de la significación (cuestión gene ral de epistemología) se convierten en modos de existencia en el discur so, en modalidades de la presencia en discurso (cuestión de método y de análisis). Así, en la antonomasia Este es un Maquiavelo, el personaje de Maquiavelo está actualizado pero no realizado, porque la referencia enfocada por la predicación concierne a otro actor; mientras que ese otro actor enfocado por la predicación, por ejemplo tal hombre político, está realizado; además, el conjunto de actores que pueden responder a esa definición quedan virtuales, mientras que el esquema de comportamiento que implica y que caracteriza a la categoría, será considera do co mo potencial. Los modos de existencia serían, pues, cuatro: vir tua lizado, actualizado, realizado, potencializado. Volveremos sobre es to.
4. LA ESTRUCTURA TENSIVA
4.1 Problemas en suspenso
El cuadrado semiótico reúne los diferentes tipos de oposiciones para ha cer un esquema coherente. Pero presenta la categoría como un todo aca bado, que no está bajo el control de una enunciación viviente; además, transforma la categoría en un esquema formal, que no tiene ninguna relación con la percepción y la aproximación sensible a los fenómenos.
Los discursos concretos oponen sin cesar sus formas mixtas y figuras en tremezcladas: formas complejas y enredadas que se deben desenredar para llegar a los mecanismos elementales. Ahora bien, el método reposa sobre el establecimiento de estructuras elementales y parte, a la inversa, de las formas más simples para llegar a las más complejas. Debemos, entonces, para completar esta aproximación, darnos los medios para aprehender las cosas tal como ellas se presentan en el discurso, es de cir, ante todo, como formas complejas.
La estructura ternaria de Peirce, y más generalmente la distinción entre los modos de existencia, nos suministra una representación esquemática del camino que conduce de lo sensible a lo inteligible, representación que falta en el cuadrado semiótico. Pero, en cambio, esta otra apro ximación no nos dice nada de la manera en que se forman los sistemas de valores, sobre los cuales el cuadrado semiótico es perfectamente explícito.
4.2 Las nuevas exigencias
Si se quiere, hoy por hoy, proponer un esquema de las estructuras elementales, nos parece necesario plegarse a las siguientes exigencias:
• los vínculos entre lo sensible y lo inteligible, las etapas del paso del uno al otro deben ser definidas, quedando entendido que las pro pie dades semióticas propiamente dichas estarán del lado de lo “inte li gible”;
• el modelo propuesto debe, globalmente, desembocar en la formación de un sistema de valores;
• este modelo debe también tener en cuenta la variedad de “estilos de cate gori za ción”;
• la gestión debe respetar las cosas “tal como se presentan” en el discurso, es decir, partir de formas complejas para arribar a la formación de posiciones simples.
Proponemos una gestión en cuatro etapas, que seguiremos en compañía de los elementos naturales, a título de ilustración.
4.3 Las dimensiones de lo sensible
Antes de cualquier categorización, una magnitud cualquiera es, para el sujeto del discurso, una presencia sensible. Esta presencia se expresa, hemos dicho, a la vez en términos de intensidad y en términos de ex tensión y de cantidad (capítulo I, 2.3.1. La formación de los sistemas de valo res). ¿Cuál podría ser, por ejemplo, la cualidad de presencia de los ele men tos naturales? Antes de identificar tal o cual materia, tal o cual ele men to, habremos reconocido sus propiedades táctiles o visuales, el ca lor y el frío, lo liso y lo rugoso, lo visible y lo invisible, lo móvil y lo in mó vil, lo sólido y lo fluido.
Estas son cualidades sensibles que pueden ser apreciadas según las dos grandes direcciones que proponemos: lo móvil y lo inmóvil, por ejem plo, pueden ser apreciados según la intensidad: diferentes niveles de energía parecen adheridos a los diferentes estados sensibles de la ma teria, o según la extensión: el movimiento es relativo a las posiciones su cesivas de una presencia material e implica una apreciación del espacio recorrido y del tiempo transcurrido.
O también, la solidez, promesa de permanencia, será apreciada como la capacidad de permanecer en una sola posición y una sola forma (ex tensión), al precio de una fuerte cohesión interna (intensidad) mientras que la fluidez se deja aprehender como un debilitamiento de la cohesión interna (intensidad) con la promesa de una gran labilidad, de una inconstancia de las formas y de las posiciones en el espacio y en el tiempo (extensión).
Cada efecto de la presencia sensible asocia, pues, para ser justamente calificado de “presencia”, un cierto grado de intensidad y una cier ta po sición o cantidad en la extensión. La presencia conjuga, en su ma, de una parte, fuerzas, y, de otra parte, posiciones y cantidades. No te mos aquí que el efecto de intensidad aparece como interno, y el efecto de ex tensión, como externo. No se trata de la interioridad y de la exteriori dad de un eventual sujeto psicológico, sino de un dominio interno y de un dominio externo, diseñados en el mundo sensible como tal. Como ya lo hemos sugerido en el capítulo precedente, el cuerpo propio del sujeto se constituye en la forma misma de la relación semiótica, y el fe nómeno así esquematizado por el acto semiótico está dotado de un do minio interior (la energía) y de un dominio exterior (la extensión).
4.4 La correlación entre las dos dimensiones
Si, en la primera fase, se exploran todas las posibilidades de aprehensión sensible de los fenómenos, en cambio, en la segunda fase, hay que seleccionar dos dimensiones, una surgida de la intensidad y otra de la extensión, para ponerlas en relación.
Esta puesta en relación será llamada, en adelante, correlación. La correlación será establecida a partir de una cierta cualidad y de una cierta cantidad de la presencia sensible, antes incluso del reconocimiento de una figura. Por ejemplo, en nombre de la “solidez”, se podrá atribuir al elemento tierra una importante fuerza de cohesión y una débil propensión a la dispersión espacio-temporal. Inversamente, en nombre de es ta misma cualidad de presencia, se podrá atribuir al aire una débil fuer za de cohesión y una gran labilidad en la extensión. Cuando adoptamos el punto de vista del discurso, somos conducidos, antes de preguntar si los términos de una categoría tienen un valor universal cualquiera, a investigar, ante todo, las cualidades sensibles que determinan y orientan la puesta en escena de la categoría.
Si partimos de las dos dimensiones invocadas, intensidad y extensión, consideradas como dimensiones graduales, su correlación puede ser representada como el conjunto de puntos de un espacio sometido a dos ejes de control.
En conformidad con la definición de los dos planos del lenguaje:
• la intensidad caracteriza el dominio interno, interoceptivo, que se convertirá en plano del contenido;
• la extensión caracteriza el dominio externo,exteroceptivo, que se convertirá en plano de la expresión;
• la correlación entre los dos dominios resulta de la toma de posición de un cuerpo propio, sede del efecto de presencia sensible; es, pues, propioceptivo.
4.5 Los dos tipos de correlación
En la tercera fase, se deben extraer las consecuencias de la toma de po sición de un cuerpo propio, de un “cuerpo sintiente”; éste no impone so lamente la partición entre dos dominios, un dominio interno e intensivo y un dominio externo y extensivo; impone también una orientación, la de la mira (a partir del dominio interno; por consiguiente, en intensidad) y la de la captación (a partir del dominio externo; por consiguiente, en extensión).
La mira y la captación, las dos operaciones que hemos considerado co mo necesarias para una representación de la significación en acto (capítulo I, 2.3.1 La formación de los sistemas de valores), convierten, pues, las di mensiones graduales en ejes de profundidad, orientados a partir de una posición de observación. Los grados de intensidad y de extensión, ba jo el control de las operaciones de la mira y de la captación, se convierten entonces en grados de profundidad perceptiva.
Si se consideran los puntos del espacio interno, uno a uno, todas las com binaciones entre los grados de uno de los dos ejes con los grados del otro son posibles. En consecuencia, todos los puntos del espacio interno están disponibles, indiferentemente, para definir posiciones del sis tema. Pero no buscamos definir posiciones aisladas; investigamos valores, es decir, posiciones relativas, diferencias de posiciones. Y, desde el momento en que se considera la relación entre dos puntos del espacio interno, estamos obligados a tomar en cuenta la orientación relativa de los dos ejes de control.
Cuando se comparan dos posiciones diferentes en el espacio interno, son posibles dos evoluciones relativas, que definen dos tipos de correlaciones entre los ejes de control. En efecto, o bien, entre las dos posiciones, evolucionan las dos dimensiones en el mismo sentido: si más in tensa es la mira, más extensa es la captación; o bien, entre las dos posiciones, las dos dimensiones evolucionan en sentido contrario: si más in tensa es la mira, menos extensa es la captación, y recíprocamente.
Se distinguirán, entonces, dos tipos de correlaciones entre la mira y la captación: una correlación directa, conversa, y una correlación contraria, inversa.
El esquema de esas dos correlaciones podría ser representado así: el con junto de puntos de la correlación directa está situado en torno de la bi sectriz del ángulo formado por los dos ejes; el conjunto de puntos de la correlación inversa sigue un arco tangencial a los dos ejes. Las dos co rrelaciones pueden ser aproximadamente representadas por las dos zo nas grises de la figura adjunta.
4.6 De las valencias a los valores
Los dos ejes del espacio externo definen las valencias de la categoría exa minada. Todos los puntos del espacio interno son susceptibles de co rresponder a valores de la misma categoría. Pero de esa nube de puntos se desprenden algunos principios organizadores: de un lado, la diferencia entre las dos correlaciones determina dos grandes zonas (las zo nas grises); del otro, la conjugación de los grados más fuertes y más dé biles sobre los dos ejes determina zonas extremas. Todos los puntos del espacio interno son pertinentes, pero las zonas extremas de cada co rre lación son las zonas más típicas de la categoría examinada. La combi na ción entre esos dos principios permite desprender cuatro grandes zo nas típicas de la categoría, que corresponden, además, a los “estilos de ca tegorización” presentados en el capítulo precedente (capítulo I, 2.3.4 Los estilos de categorización):
• una zona de intensidad fuerte y de extensión débil (estilo categorial: el parangón);
• una zona de intensidad y de extensión igualmente fuertes (estilo categorial: la serie);
• una zona de intensidad débil y de extensión fuerte: (estilo categorial: la familia);
• una zona de intensidad y de extensión igualmente débiles (estilo categorial: el conglomerado).
Para volver a un caso más concreto, examinemos lo que pasa cuando, en tal discurso particular, los elementos naturales son mirados y cap tados según la energía que ponen en marcha y el despliegue espacio-tempora l de que son capaces. En ese caso, las valencias son la energía y el despliegue espacio-temporal. Las cuatro zonas típicas del espacio interno son, entonces, ocupadas por uno de los elementos naturales ca da una, cuya posición en el espacio de correlación define su valor. En re sumen, los elementos así definidos no son más que valores comanda dos y definidos por las valencias perceptivas y sensibles del espacio ex ter no. Hay que precisar aquí que el valor de una posición depende, a la vez, de los grados que lo definen sobre los ejes de control y del tipo de correlación (directa o inversa) al cual pertenece. La distribución ob te nida es específica de una cultura o de un discurso, puesto que de pen de de las valencias que han sido seleccionadas en un discurso particular; la elección no es inmensa, pero de todos modos es, en principio, es pecífica de tal o cual discurso.
El modelo propuesto está, entonces, concebido en principio para ren dir cuenta de la categorización discursiva tal como aparece bajo el con trol de praxis enunciativas concretas. Frecuentemente, se ha reprochado al cuadrado semiótico el proponer solamente estructuras universales antes que describir discursos concretos: tomamos nota de esa justificada crítica, colocando la aparición de los valores bajo el control de las valencias.
La distribución de los elementos naturales en una estructura tensiva debe ser específica del discurso o de la cultura analizadas; las valencias mismas serán específicas, pues si la intensidad y la extensión tienen un valor general, las isotopías que las realizan en cada discurso son específicas; los valores serán también específicos, en la medida en que los tipos figurativos retenidos dependen estrictamente de las valencias y de sus correlaciones. La distribución que proponemos líneas arriba ha sido elaborada a partir de un análisis de la semiótica del mundo natural en los filósofos presocráticos: el fuego ocupa allí la posición de la energía más alta y de la extensión más limitada; el agua, la de la energía más alta y de la extensión más amplia, etc.
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