Kitabı oku: «Política, ideología y poder aplicados a organizaciones», sayfa 4
2. El poder de las ideas como recurso
Las relaciones de poder incluyen un amplio espectro de alternativas, desde la imposición (amenazas, sanciones) hasta formas más sociales como la persuasión o la seducción (liderazgo). Según Gilles Deleuze, el poder es una relación de fuerzas, no sobre objetos o recursos sino sobre ideas y decisiones en la organización. “Se puede concebir una lista necesariamente abierta de variables que expresan una relación de fuerzas o de poder que constituyen acciones sobre acciones: incitar, inducir, desviar, facilitar o dificultar, ampliar o limitar, hacer más o menos probable.” Esas son las categorías del poder. Que pueden ser más o menos visibles o disimuladas, pero que están presentes como formas del comportamiento.
Para explicar estas desigualdades y su relación con la búsqueda de superación en las personas, Friedrich Nietzsche menciona el concepto de la “voluntad de poder”. Expresa la subjetividad movilizadora, la expresión de una fuerza interior, y no solamente la intención de aplicar una desigualdad para dominar a otros. Para este autor, “la superación de sí mismo” es una de las razones por las cuales la realidad social es cambiante. Es la actitud humana de enfrentar el tiempo y construir el futuro, no mirar como las cosas ocurren. Según él “la voluntad no puede querer hacia atrás”, es poder “configurador” del ambiente y de las relaciones.
En el mismo sentido, Michel Foucault ha escrito que “el poder está en todas partes, no porque lo englobe todo, sino porque viene de todas partes”. Consiste en una matriz de relaciones; no existe una fuente u origen ubicado en la cúspide de la organización. Decir que no abarca todo significa que el poder no es la única explicación de las relaciones desiguales. En tareas de conjunto no es el factor determinante o excluyente. Lo social incluye múltiples variantes en el plano formal e informal, emocional o racional. No se trata de una flecha unilateral sino de una relación entre personas y grupos, donde juega la resistencia al poder (los límites). Esta resistencia, mucha o poca, pasiva o activa, también está difundida. El poder en la organización se refiere a tramas o redes de influencias mutuas, un diagrama de fuerzas y sus resistencias.
En la organización pueden destacarse múltiples formas de relación y no solo de poder e influencia. Por ejemplo, en la relación de trabajo o producción donde hay razones de tecnología junto con la disposición y saberes personales. Lo mismo ocurre en el campo de la comunicación, donde participan la transmisión, el proceso y el significado de la información relacionados con la voluntad y necesidad del aprendizaje y entendimiento mutuo. También en las relaciones de orden socioafectivo, referidas al proceso de construir y compartir motivos y sentimientos personales, presentes en el liderazgo y en los grupos de trabajo.
La conceptualización del poder busca ampliar las definiciones en el sentido de explicar las diferentes fuentes, las bases de legitimación, las funciones y su aplicación en el dominio de las relaciones humanas en la organización. Cuáles son las posibles resistencias, la disfuncionalidad, los costos ocultos, los efectos buscados y cuestionados en la relación. El poder como estrategia a través del cual los actores intentan avanzar y posicionarse, donde también los receptores están tratando de disminuir las desigualdades. Además de plantear y resolver conflictos, el poder es una fuente de relaciones complejas y se convierte en algo deseable en sí mismo, una forma de mejorar la situación de los actores, en sentido político.
Una relación de fuerzas tiene sus características y sus espacios, y debe diferenciarse de las relaciones que solamente tienen que ver con la producción, las comunicaciones o afinidades emocionales en las relaciones humanas. Según Amitai Etzioni: “La relación de poder implica que las preferencias personales quedan pendientes, mientras que en el liderazgo hay influencia personal, la intención de lograr un cambio voluntario de preferencias”. Si en el poder hay una suspensión de la voluntad propia es porque como fondo de la relación aparece la sanción o una pérdida potencial en caso de no seguir las directivas del emisor o incumplirlas.
El poder se manifiesta en distintas instancias o momentos del comportamiento de los integrantes de la organización, sin limitarse a controlar la aplicación de recursos o a presionar en el momento de la acción. Está presente en las formas de pensar instituidas, en las verdades establecidas, en la definición de aquello que debe tomarse como obvio, en las ideologías dominantes, en el discurso o los argumentos utilizados en la organización. Detrás de las ideologías y de los discursos están las relaciones de poder que las sustentan, al igual que en los proyectos de la organización, en las relaciones que se pretendan construir o modificar y que son resistidas por grupos afectados o contrarios a la medida.
Al hablar del aspecto “productivo”, activador o positivo del poder, el concepto no se limita a las prestaciones o servicios finales de la institución, como la enseñanza en la escuela, la salud en el hospital o el producto en la fábrica; también produce efectos deseables e indeseables en términos de la ética, el saber y la cohesión interna. El poder interviene en la construcción del conocimiento disponible en la organización, en las razones y argumentos admitidos como legítimos o aceptables. El poder produce sentidos e interviene en la visión de la verdad que predomina en la organización (en su ideología oficial).
En un contexto competitivo o individualista, se sostiene que si el poder es eficaz también es correcto o justo, y que solo importa aquello que funciona. Desde esa visión esquemática del poder se instala la idea del trabajo como relación precaria o transitoria, sujeta a los vaivenes del mercado. Pero en otros modelos de asociación y producción colaborativos y solidarios (como el cooperativismo) las relaciones de poder se orientan hacia valores, como el salario justo y la estabilidad en el empleo. El compromiso, el conocimiento y las creencias vigentes, no solo el poder, actúan como variables relevantes en una organización sustentable, no solo productiva.
Hemos mencionado que el poder tiene diferentes consecuencias sobre las relaciones humanas. Diferencias que resultan de los criterios aplicados para evaluar los resultados y las formas del poder. Algunas valoraciones del poder llevan a distinguir entre: movilizador-represivo, visible-oculto, estructurado-informal, constructivo-destructivo, con razón-sin razón. Se trata de pares polarizados aplicados a las relaciones, y que ponen en evidencia las tensiones y dualidades que resultan del poder. Las estrategias de poder tienen que ver tanto con las crisis como con la estabilidad del sistema, lo que se manifiesta en la dinámica de las relaciones, con condiciones y también con controversias. Frente a las estrategias encontramos resistencias, cuestionamientos, mecanismos de defensa de los participantes afectados o con propuestas diferentes, con distinta forma de expresión y visibilidad en las relaciones.
En el poder hay intencionalidad y efectividad en las decisiones, aunque también tensiones entre las partes, críticas al orden establecido o poder instituido que se reflejan en la estructura. Las relaciones de poder establecen entonces un estado de ambivalencias y tensiones que es parte de la realidad política y de la agenda de las funciones de gobierno en la organización. Una realidad que si bien es crítica también forma parte de la dinámica de un proceso de cambio, derivado de la diversidad de intereses y compromisos en juego.
El poder político en las organizaciones se refiere a decisiones y relaciones sobre la base de normas y disposiciones de contenido jurídico dentro del marco normativo, del orden instituido en la organización. De allí proviene la autoridad del directivo para aplicar las decisiones sostenidas por estatutos, contratos, resoluciones del directorio, actas constitutivas, etc. De modo que el poder político de quienes dirigen cuenta con un componente de exigibilidad obligatorio. Es el llamado poder coactivo, “la fuerza de la ley”, que supone la aplicación de sanciones. Carlos Vilas, en su obra El poder y la política dice que “todo orden de convivencia, es un orden de poder”. Implica formas coactivas de asegurar los derechos y las obligaciones sobre los cuales se sustenta la acción de conjunto. Advierte que “un orden político debe asentarse en acuerdos propios de un orden de convivencia colectiva”. Se trata del peso de las convicciones y acuerdos de base ideológica; es decir, el sustento del poder persuasivo que remite a las ideas y valores compartidos.
3. Abordajes en los estudios de poder
En el plano de lo descriptivo, los abordajes del poder llevan a la definición de sus tipologías o formas básicas; no en el sentido de hacer un orden de méritos o establecer lo correcto e incorrecto. Un enfoque sería, por ejemplo, el análisis de la estructura desde el poder político, económico o sociocultural, con la intención de distinguir la relación en cuanto a recursos y propósitos implicados. El análisis en particular se refiere a la situación, la puesta en un marco concreto, considerando la relación de fuerzas y demandas que están operando (conflicto laboral, lucha interna de posiciones, selección de proyectos). Dada la realidad compleja de la organización, con diversidad de factores que actúan en un entorno cambiante, el poder es visible como apoyo y también como imposición o límite. En su aplicación práctica, el formato del poder se explica también por las demandas de la situación, las presiones.
El abordaje del poder implica recurrir a varias ideas rectoras; por ejemplo, la racionalidad dominante o ciertas premisas de valor que orientan las relaciones. Cada idea rectora está vinculada con una disciplina o rama del conocimiento. Veamos algunos ejemplos al solo efecto ilustrativo: la física estudia el poder como energía y fuerza, mientras que la lógica lo relaciona con las causas eficientes de las acciones. Para la psicología el poder se refiere a un vínculo y al sentimiento de “estar por encima”, y la filosofía lo asocia con la voluntad humana. La economía lo estudia en el marco de la relación entre medios (recursos) y fines, y la política con el armado y conducción de un proyecto superador. La sociología, por su parte, lo estudia como relación desigual o liderazgo en grupos.
En la organización es posible distinguir tres niveles de análisis en la relación de poder, como se explica a continuación. Un primer nivel trata sobre las relaciones entre individuos o referentes de grupos formales o informales. Analiza la capacidad del sujeto emisor para hacer prevalecer su voluntad sobre los destinatarios y las capacidades humanas que están operando en la conducción de equipos, fija líneas de acción y define proyectos de conjunto. Es una de las lecturas posibles de los procesos de conducción. Incluye a la contraparte, el destinatario de una relación desigual, considerando las necesidades que lo lleven a aceptar órdenes o mandatos, así como las resistencias al poder en el marco de las relaciones de trabajo en la organización.
En cuanto al enfoque de las relaciones personales, James Hillman afirma que “el poder no siempre se muestra como tal, sino que se presenta en forma cambiante como autoridad, control, liderazgo, prestigio, influencia, ambición, carisma, etc. Para captar íntegramente su naturaleza y entender la manera especial en que se aparece diariamente en nuestros pensamientos y acciones, es preciso analizar sus múltiples estilos y formas de expresión (los lenguaje del poder)”. El poder se expresa bajo ciertas formas y contenidos, pero se ejercita en el marco de las comunicaciones y las relaciones humanas, realidades que imponen sus condiciones. No se trata de una fuerza que se aplique de manera unilateral, ni se reduce al control de las ideas y movimientos, también los promueve en un sentido constructivo.
Un segundo nivel se refiere a los roles y espacios de poder para tomar decisiones de política que afectan a toda la organización; es una lectura del poder asociado a las posiciones directivas y de gobierno. Esta perspectiva se focaliza en la estructura, los centros de poder, la centralización de las decisiones. Estudia lo establecido por el marco normativo (metas, reglas, funciones, procesos) con respecto al ejercicio del poder, y los dispositivos de control que limitan sus conductas. Analiza el diseño de las comunicaciones desde el gobierno para establecer imágenes e ideologías oficiales, planificadas. Incluye el estudio de la cultura del poder según los estilos dominantes, reconocidos y enseñados en la organización, y las señales de aprobación o crítica de los modelos de poder consultivos frente a los autoritarios.
El tercer nivel de análisis de los espacios de poder indaga sobre la presión de las instituciones del contexto. Se focaliza en los modelos de organización (fábricas, escuelas, hospitales, bancos) que prevalecen en el dominio de lo público. También el marco jurídico, los códigos sociales, las pautas culturales dominantes y las regulaciones estatales. Este contenido de contexto se identifica como el orden instituido, orden que representa las fuerzas del poder público que operan desde el Estado y la sociedad civil sobre las actividades y las personas de las organizaciones. No solo se trata de la capacidad racional-legal del aparato burocrático y de sus funcionarios, sino también de las fuerzas que permiten el reconocimiento y legitimación de las políticas públicas.
Al respecto, René Lourau en su estudio sobre el análisis institucional, sostiene que el citado atravesamiento es una demostración de la primacía (resistida) de lo institucional por sobre los acuerdos contractuales internos y los intereses particulares de la organización. Se genera una interiorización de los códigos, imágenes y símbolos comunicados desde el contexto. No consiste en un proceso unilateral, sino en una dinámica con tensiones que se explica por el hecho de que “las instituciones implican ciertos aspectos represivos pero también requieren de algún consenso” por parte de la organización. Se produce entonces la relación dialéctica entre “lo instituido y lo instituyente”, entre la política del sistema y las posiciones e ideas que se defienden y promueven localmente.
El análisis institucional es un enfoque que pone de manifiesto la presión del aparato burocrático en cuanto a la imposición de cierto orden que asegure la continuidad de las formas de gobierno mediante la autoridad y un sistema de reglas que determinan las decisiones de los actores sociales y de los grupos de interés organizados e influyen en ellos. En esta comunicación pública continua también están presentes procesos de socialización mediante saberes, códigos, mitos, leyendas y otros contenidos simbólicos para su “interiorización” en las organizaciones y sus integrantes. En su estudio sobre el comportamiento en las organizaciones, William Whyte señala que un impacto de las fuerzas del orden instituido es la “formación del hombre organización, caracterizado por su fuerte adaptación y conformidad a la estructura y las reglas de juego establecidas”. El análisis institucional, desde el poder, considera la dinámica de las relaciones y no solo la primacía de la estructura. Ofrece una visión amplia y diversa de la organización como una totalidad basada en planes, aunque también cuestionada, siempre en movimiento.
En su importante estudio de la organización burocrática, Michel Crozier afirma que no se puede comprender el funcionamiento de una organización sin tener en cuenta los problemas de gobierno. Y muestra cómo la realidad compleja incluye fuerzas que cuestionan las formas burocráticas, generando malestar y desviaciones en las estructuras formales. Destaca el cuestionamiento proveniente del poder informal o paralelo, presente en los conflictos de intereses, el enfrentamiento entre grupos y el desplazamiento de los fines oficiales. “En un sistema de organización burocrática, donde la jerarquía es clara y las tareas precisas, los poderes paralelos alcanzarán su mayor importancia”, sostiene Crozier.
Otros estudios de carácter normativo se basan en comparar los resultados del poder como proceso destinado a cumplir órdenes (eficacia del poder) con los obtenidos mediante decisiones que además incluyan un marco de valores sociales (poder correcto). Se marca la diferencia entre lo descriptivo y lo valorativo, una distinción entre praxis e ideología. Además del criterio de la pertinencia de los mandatos, instala el debate sobre la legitimidad. La diferencia entre el poder como modo de lograr resultados en lo manifiesto, y el poder como una relación que requiere aceptación y respeto en un sistema de valores, ciertos códigos o acuerdos previos.
Siguiendo con este abordaje de lo normativo (requerido, deseable), las formas de poder son analizadas con ciertos esquemas de valor, no de metas, como modelos que muestran el camino correcto, que legitiman o justifican las decisiones en el ejercicio del poder directivo. El citado James Hillman dice que “dichos esquemas separan la influencia (buena) de la coacción (mala), la persuasión (buena) de la violencia (mala), lo legitimado (bueno) de lo usurpado (malo), lo impuesto por símbolos (bueno) de lo impuesto por las armas (malo), lo compartido (bueno) de lo despótico (malo). En el nivel de individuos, grupos o sociedades”.
Pero entender las formas de poder en la realidad organizacional compleja, requiere considerar ambos polos de los pares conceptuales, con sus dualidades y tensiones. Según la situación y contexto, las mismas formas de poder llevan a efectos diversos. Las relaciones de fuerzas, fines e intereses en la organización también tienen requerimientos duales. Por ejemplo, delegar-centralizar, diversificar-unificar, distribuir-concentrar, consensuar-priorizar, pensar en valores o en resultados, competir-colaborar, consultar-ordenar, etcétera.
Lo correcto es que desde el poder las decisiones cumplan la condición esencial de ser definidas en forma responsable y ponderando sus consecuencias. Teniendo en cuenta tanto la diferenciación (autonomía en grupos) como la integración (cohesividad) y la inclusión social. No se trata de optimizar una modalidad de poder sino de configurar y articular formas que sean compatibles con las capacidades y los proyectos compartidos. La configuración es un tema de criterio político, de compatibilizar, no de la eficacia de los resultados para alguna de las partes.
En este sentido, George Lapassade, en su obra sobre la dinámica de las organizaciones, destaca que los procesos de cambio implican decisiones de distinto orden. “La organización solo se puede comprender como un sitio donde los cambios y conflictos suponen un cruce de las cuestiones de orden económico, político e ideológico.” Se cruzan voluntades con distintas lógicas, intereses y recursos, y en cierta medida todas son necesarias. Lo esencial es no ignorar las condiciones mínimas (derechos humanos, dignidad del trabajo, equidad en las relaciones).
Desde el punto de vista racional, la dirección decide considerando un orden de preferencias conocido, con sus prioridades y postergaciones. La dirección debe traducirse en un abordaje superador de diferencias. Visto desde el poder, consiste en aplicar una racionalidad dominante, con límites pero no excluyente. Aunque la tensión permanezca, no inhibe el proceso de cambio. En síntesis, el análisis del poder implica distintos enfoques de acuerdo con los propósitos del estudio, la problemática que se busca dilucidar. Este enfoque se orienta a:
a) Los individuos, con motivos, razones y capacidades expresadas en acciones intencionales. Acciones que permiten imponer la voluntad del actor en situaciones concretas. Las capacidades del llamado sujeto de poder, tanto para imponer y controlar como para movilizar y construir.
b) La red o trama de relaciones que incluye (en singular y plural) al emisor, al receptor directo y a terceros afectados. Un enfoque que lleve a indagar sobre el diseño de estructuras que legitimen la autoridad de los directivos, tanto con respecto a su aceptación como a su resistencia. Y también la construcción del poder informal (paralelo) y el liderazgo en grupos sociales.
c) Los espacios, centros o lugares de referencia donde el poder está operando, ya sea desde grupos, en la organización como sistema y desde su contexto más cercano. Se trata de indagar la praxis del poder a partir de sus políticas, estrategias y formas de gobierno. El poder concentrado en las posiciones directivas y la oposición que genera. También el estudio de las fuerzas que actúan para lograr representación, inclusión y participación en las funciones de gobierno.
Es posible darles nombres a los abordajes aquí mencionados relacionándolos con obras importantes que sostienen diferentes enfoques. Una propuesta consiste en asociar la visión de la desigualdad en las relaciones humanas con La voluntad del poder (Friedrich Nietzsche). La visión de las relaciones de fuerza con la idea de La anatomía del poder (John K. Galbraith,). La visión de distintos espacios desde donde opera el poder puede ilustrarse con las ideas del libro El actor y el sistema. Las restricciones de la acción colectiva (Michel Crozier y Erhard Friedberg). Las descripciones no son literales, tomadas de situaciones concretas, sino marcos de referencia, imágenes o metáforas que resaltan los rasgos del poder en la realidad compleja.