Kitabı oku: «¡Viva Cataluña española!», sayfa 2
SIGLAS
AEL | Asociación de Estudiantes Libres de la Universidad de Barcelon |
AET | Agrupación Escolar Tradicionalista |
AJA | Agrupación de Juventudes Antimarxistas |
APC | Acció Popular Catalana |
BEN | Bloc Escolar Nacionalista |
CADCI | Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria |
CEDA | Confederación Española de Derechas Autónomas |
CNT | Confederación Nacional del Trabajo |
CONS | Confederación Obrera Nacional Sindicalista |
ERC | Esquerra Republicana de Catalunya |
FAI | Federación Anarquista Ibérica |
FE | Falange Española |
FE-JONS | Falange Española de las JONS |
FET-JONS | Falange Española Tradicionalista y de las JONS |
FJC | Federació de Joves Cristians |
FNEC | Federació Nacional d’Estudiants de Catalunya |
FOC | Federació Obrera Catalana |
FUE | Federación Universitaria Escolar |
JAE | Juventud de Acción Española |
JAP | Joventuts d’Acció Popular |
JEREC | Joventuts d’Esquerra Republicana-Estat Català |
JONS | Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista |
MES | Movimiento Español Sindicalista-Fascismo Español |
PAE | Partido Agrario Español |
PCE | Partido Comunista de España |
PENS | Partido Español Nacional-Sindicalista |
PLC | Partido Liberal Catalán |
PNE | Partido Nacionalista Español |
POUM | Partido Obrero de Unificación Marxista |
SEU | Sindicato Español Universitario |
UDC | Unió Democràtica de Catalunya |
UGT | Unión General de Trabajadores |
UME | Unión Militar Española |
UMN UMRA | Unión Monárquica Nacional Unión Militar Republicana Antifascista |
USC | Unió Socialista de Catalunya |
USH | Unión Social Hispánica |
El 15 de abril de 1931 Barcelona amanece republicana. Han pasado pocas horas desde que Francesc Macià haya proclamado «la República Catalana com Estat integrant de la Federació ibèrica».
Esa mañana, a las diez, transeúntes que pasan por la calle Fernando ven volar paquetes de periódicos, papeles y cuadros desde una ventana del entresuelo del número 57. Se trata de la redacción del semanario La Protesta, una publicación que era vehículo de expresión de carlistas disidentes ligados a los Sindicatos Libres. El semanario se había destacado por su virulencia españolista y su agresividad hacia la izquierda y los políticos catalanistas. La calle pronto queda cubierta de ejemplares del diario. La mayoría de los asaltantes son jóvenes.
El grupo se dirige después hacia la Rambla de los Estudios. Penetra en el número 8. Se trata de la sede de la Unión Monárquica Nacional, el antiguo Círculo Central de la Unión Patriótica. Los paseantes ven salir por el balcón documentos, retratos del rey depuesto, de Martínez Anido y del dictador Primo de Rivera. En la calle se hace una hoguera con lo lanzado, todo en medio del entusiasmo de los que se han arremolinado en el exterior. Dentro del local se ha destrozado un busto del rey que presidía la sala principal y han sido saqueados los ficheros. Los asaltantes colocan una bandera republicana en su balcón y se dirigen hacia la calle Pelayo. Allí asaltan el local de la Juventud Monárquica, en el número 11, quemando toda la documentación que encuentran en sus archivos.
El grupo avanza por la calle Pelayo dando gritos en favor de la República. También gritan contra los monárquicos, contra los fascistas. Se dirigen a la plaza Universidad. En la cabeza del grupo destaca el capitán José García Miranda, conocido como el Capitán Rojo, conspirador contra la Dictadura y reciente candidato del Bloc Obrer i Camperol. Al llegar al número 1 de la plaza se abren paso hasta el segundo primera. Abaten la puerta y entran en tropel en el piso. No encuentran a nadie. Repiten el ritual. Destrozan el mobiliario y lo arrojan por la ventana a la calle, donde otro grupo le prende fuego. La sede de la Peña Ibérica queda arrasada.
Lluís Companys, el nuevo gobernador civil, ha ordenado esa misma mañana la clausura de las entidades monárquicas alfonsinas y carlistas. Por orden de la Capitanía General, se han iniciado registros en algunas de ellas. Una de las primeras en recibir la visita policial es el Círculo Católico Tradicionalista de calle Boria. No se encuentra nada reseñable. Se decide dejar un retén de guardia para evitar que el local sea saqueado.
Un piquete de militares de artillería se ha personado a las seis de la mañana en la sede de los Sindicatos Libres, en la calle Unión, pues había rumores de que se habían descargado explosivos y armas. Todavía el día anterior se había celebrado en el local un acto con el sacerdote José Gafo, promotor de los sindicatos católicos que se habían fusionado en su día con el Libre. Nadie les abre. Llaman a un cerrajero y ocupan el local. A las doce llega policía para practicar un registro. Se hallan bombas y un centenar de pistolas Parabellum. La noticia se difunde por el barrio y la gente se congrega indignada a las puertas. Las fuerzas del orden no pueden frenar a la muchedumbre, que penetra en el edificio. La sede queda devastada.
Más grave fue el tiroteo entre miembros del Sindicato Libre y de la CNT, que se saldó con dos muertos del Único y cinco heridos. Ya el día anterior se había disparado en Sarrià contra una manifestación republicana. Unos decían que había sido un legionario de Albiñana, otros que el hijo del barón de Viver. Casi lo linchan.
Son episodios de violencia que se ceban en las entidades que días antes habían sido señaladas por la prensa como promotoras de un supuesto fascio local y en las monárquicas más cercanas a la Dictadura. Pero, en general, el día ha tenido un tono festivo y pacífico, con calles inundadas de gente agitando banderas republicanas y catalanas, cantando La Marsellesa y el Himno de Riego, celebrando la proclamación de la República.
El españolismo derechista, que hasta pocos meses antes se presentaba unido en un sólido bloque, la Unión Patriótica, y detentaba el poder municipal, provincial y estatal, es borrado del mapa político en dos días. Ya no levantarán cabeza hasta 1939. Se convertirán en marginales, ruidosos y vociferantes, pero irrelevantes políticamente. Vamos a estudiar su fracaso, conocer sus acciones, las biografías de algunos de sus militantes, la historia de sus organizaciones, de las provenientes de la Dictadura y de los nuevos proyectos que surgen desde la extrema derecha barcelonesa en el tiempo de la República. Vamos a saber quiénes eran esos ultras, esos reaccionarios y esos fascistas.
I. ORÍGENES
DISIDENCIA Y ECLOSIÓN DE LA UNIÓN PATRIÓTICA1
La República fue la puntilla a un proceso de desintegración del españolismo barcelonés que venía de unos meses atrás. La renuncia de Miguel Primo de Rivera hizo eclosionar a la Unión Patriótica que, al fin y al cabo, era un proyecto personal del dictador. Las diferentes corrientes que lo habían conformado rompieron con el hasta entonces partido único para lanzar sus propios proyectos políticos. Se preveía un cambio de régimen, quizás el retorno al turnismo. El anuncio del general Dámaso Berenguer, sustituto del dimitido Primo de Rivera, de una convocatoria de elecciones generales para marzo de 1931 hizo que las diferentes facciones empezaran a marcar terreno. Las elecciones finalmente se pospusieron tras la dimisión de Berenguer en febrero de 1931 y su sustitución por el almirante Juan Bautista Aznar, pero el fin del upetismo ya no tenía marcha atrás.
El españolismo barcelonés había participado mayoritariamente en la Unión Patriótica. En Barcelona el partido único consiguió agrupar en sus inicios a miembros de la Unión Monárquica Nacional (UMN), La Traza, los Sindicatos Libres, mauristas, mellistas, viejos liberales, regionalistas moderados y grupos menores como la Unión Española de Estudiantes en Cataluña o la Juventud Nacionalista Española –un grupo de estudiantes alfonsinos y carlistas unidos contra el «separatismo» que había funcionado en 1923–, así como funcionarios estatales y municipales y militares destinados en la Ciudad Condal.
La Unión Patriótica, impulsada en abril de 1924 por el propio Miguel Primo de Rivera y organizada desde el poder, «pretendía formar un partido oficial que controlara la movilización de masas y canalizara el respaldo de los ciudadanos a la Dictadura», además de convertirse en el medio para «adoctrinar al conjunto de la población en valores nacionalistas por medio de ceremonias patrióticas». Siguiendo el modelo fascista, el partido fue concebido para «conectar el discurso del dictador con el pueblo e integrar a las masas en un proceso de movilización política antidemocrática». El partido único incorporaba algunos de los nuevos planteamientos de la derecha autoritaria europea, como un fuerte nacionalismo, un discurso regeneracionista y el corporativismo como solución a los problemas sociales, pero pronto se demostró que la organización política estaba dirigida desde la Capitanía Militar y tenía un perfil conservador clásico. La presencia de los católicos y los alfonsinos de la antigua UMN en la dirección así lo confirmó. La Unión Patriótica adoptó el reaccionario lema de «Patria, religión y monarquía», un remedo del clásico carlista de «Dios, patria y rey».
Más que un partido, la Unión Patriótica era una organización de adictos al régimen que exigía una débil militancia y que sirvió de trampolín político y social a algunos de los que se acercaron a ella para medrar. La dirección aristocrática y la ascensión a la dirección de viejas caras del denostado pasado turnista alejaron de la Unión Patriótica a algunos de aquellos españolistas más exacerbados que habían apoyado el golpe de 1923 por su programa nacionalista y regeneracionista. No todos los partidarios iniciales se mantuvieron en sus filas. Algunos de estos ultraespañolistas pronto se alejaron. Ese fue el caso de La Traza.
ESPAÑOLISMO PROTOFASCISTA: LA TRAZA2
A las 9:23 horas del 8 de enero de 1924, con algo de retraso, hace su entrada en el apeadero del paseo de Gracia el expreso de Madrid. La expectación en el andén es máxima. A cola del convoy figura el break de obras públicas, el vagón de lujo en el que acostumbra a desplazarse el rey. En este caso lo ocupa el general Miguel Primo de Rivera, jefe del Directorio. El general, vestido de paisano, desciende del vagón. Le están esperando las autoridades de la ciudad. Allí están el capitán general de la región, el gobernador civil, el gobernador militar, el obispo de la diócesis, el rector de la universidad, diputados, concejales, generales y oficiales. Una vez cumplimentados los saludos, el general se dirige al exterior. Al pie de la escalera que conduce a la calle le espera un grupo de jóvenes uniformados con camisa y corbata azul. Profieren vivas a España, a Primo de Rivera, al Directorio, al Ejército. El general los saluda con condescendencia. Los recuerda del mes anterior, cuando lo habían recibido tras su visita a la Italia de Mussolini al grito de «¡Por España!, ¡Viva La Traza!».
La Traza había nacido en otoño de 1922 impulsada por un grupo de capitanes junteros que se reunían en la Graja Royal. Su líder era el capitán de Caballería Alberto de Ardanaz Salazar, juez instructor de Capitanía y sobrino del general Julio Ardanaz Crespo, gobernador civil de Barcelona. El grupo sumó algunos civiles a su proyecto, sobre todo estudiantes, y lanzó un manifiesto en marzo de 1923 en el que afirmaba que venía a recoger «del suelo la bandera española» y «terminar con el barullo y el escándalo político existente» porque, decían, «aspiramos, en nuestra ilusión de hombres jóvenes a que nuestra generación deje un rastro glorioso a su paso por la Historia». Se definían como «una unión sagrada de españoles que se agrupan dejando a un lado las pequeñas diferencias que los separan, sacrificando lo secundario por lo principal en aras de la Patria». Su lema es «España no morirá».
Naturalmente no eran los primeros españolistas que se enfrentaban, a veces de forma violenta, al creciente catalanismo. Ya antes lo habían hecho, y en algunos casos lo continuarán haciendo, los lerrouxistas y sus Jóvenes Bárbaros, y por la derecha sectores carlistas, mauristas y la breve, pero ruidosa, Liga Patriótica Española, que nacida en diciembre de 1918 actuará hasta febrero de 1919, cuando será «domesticada» por el Gobierno Civil. Miembros de la Liga se enfrentarán violentamente con catalanistas en las Ramblas y en el Teatro Goya, donde unos y otros se concentran para abuchear u ovacionar a la cupletista Mary Focela, convertida involuntariamente en un símbolo españolista por entonar una canción que acababa con la estrofa «Lucho como una leona al grito de viva España!».3 La Traza recogerá el espíritu de ese españolismo combativo y bronco.
En septiembre de 1923 La Traza saluda entusiásticamente el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera. El programa con el que se presenta la Dictadura les seduce. En octubre se entrevistan con el dictador. Deciden transformar La Traza en la Federación Cívico-Somatenista. Tratan de convertirse en el partido del régimen o, al menos, en sus cuadros políticos. En noviembre de 1923 publican un manifiesto en el que explicitan sus coincidencias con el nuevo régimen:
Propugnábamos en nuestro programa, luchar contra el separatismo, y lo vemos seriamente combatido; contra el terrorismo, que ya no actúa; contra el caciquismo, que está siendo perseguido; contra el despilfarro, a que se pone remedio; contra la holganza, que se ha cambiado en diligencia y contra la inmoralidad, que nos consta, que sin difamación, ruido ni pasiones va cayendo sucesivamente bajo la acción de una justicia que se ha procurado hacer independiente y rápida [...] ante un gobierno así, no creemos que a los tracistas nos corresponda otro papel que el de apoyarlo... –y afirman– ... hemos dejado de ser tracistas para ser somatenistas [...] Aspiramos a formar un núcleo de ciudadanos cuyos dotes de inteligencia, moralidad y cultura nos sean conocidas y puedan ser avaladas por nosotros para constituir un plantel de aptos directores de la vida nacional futura.
Este entusiasmo se irá enfriando. De los mensajes regeneracionistas originales y la idea de unos nuevos políticos para esa nueva España, se está pasando al control de los puestos clave por los católicos y los monárquicos de siempre. El dictador no cuenta con ellos para dirigir el nuevo partido que está fraguando. Se lo deja claro en la entrevista que sostiene con ellos en enero de 1924, durante su visita a Barcelona que tanto habían celebrado los tracistas. La Traza no tenía arraigo fuera de Barcelona y el dictador busca una base más amplia para su partido. Cuando en abril de 1924 se oficialice la Unión Patriótica, serán los católicos sociales de Ángel Herrera Oria, con más proyección y «probada capacidad propagandística», los que se conviertan en el sostén del nuevo partido. Los tracistas han fracasado al intentar ser el partido de la Dictadura. Se repliegan a su vieja organización: La Traza.
Organizan unas juventudes, la Juventud Avanzada Tracista, y un ciclo de charlas. En ellas van depurando su ideario, cada vez más fascistizado. El 9 de agosto de ese año veía la luz su publicación, La Traza, que se editó hasta finales de 1925. En sus páginas plasman su desencanto con la Dictadura. En la revista se presentan como una «aristocracia moral» que formará los cuadros que salvarán a España. Afirman que «se unen como hermanos de espíritu y de sangre, aspirando a formar un grupo de fuerza e inteligencia que logre dominar y trazar el camino a seguir». Se preguntan «¿No habrá una minoría valiente, viril y sensata que sacuda a la masa española aborregada?» y tienen la respuesta: «La Traza será esa minoría».
Se reafirman en su antipoliticismo, abominando de la «carcomida política española», declaran que no son de izquierdas, ni de derechas, tratan a su máximo dirigente, Ardanaz, de jefe, apelan a la juventud, hablan de panhispanismo e imperialismo, de una «España grande». A pesar de estos mensajes afirman que «no somos un remedo del fascismo, ni una partida de alboroto» porque su «gesto es español, castizamente español», no imitan, «proponen crear un nuevo tipo de español».
La prensa republicana los tacha de grupo fascista, lo que no eran. Había cierta pose –saludan a la romana, forman militarmente y visten camisa azul–y cierto discurso elitista, nacionalista, antipolítico y regeneracionista, frecuente en la derecha radical, un discurso claramente fascistizado pero que no va más allá de un ultranacionalismo español ligado al militarismo. Se trataba de modernizar el conservadurismo tradicional para hacerlo más atractivo con «la adopción de estructuras organizativas disciplinadas, jerarquizadas y con vocación totalizante; unas formas de liderazgo “fuerte” legitimado por el carisma o el desarrollo de ideologías catastrofistas, excluyentes y rupturistas [...] adopción de estrategias de carácter marcadamente agresivo», haciendo frente al desafío fascista con las mismas armas de este: la movilización armada (González Calleja, 2000: 115). Su retórica, parafernalia, lenguaje, culto al jefe, militarización o nacionalismo extremo forman parte de esta fascistización. Lo veremos en muchos grupos en la etapa republicana.
Como había pasado con la Liga Patriótica Española y también pasará en los años de la República con otros pequeños grupos ultras, su fama vendrá más de su repercusión mediática y de sus acciones callejeras, amplificadas por la prensa catalanista y de izquierdas, que de su fuerza real.
En octubre de 1924, desde de la Unión Patriótica se afirmó que se habían adherido al partido único los 3.500 afiliados a La Traza. Evidentemente, ni de lejos, La Traza tuvo nunca tal cantidad de militantes y, además, los tracistas, cada vez más disminuidos, reducidos a una peña en torno a Ardanaz, siguieron manteniendo una actuación autónoma hasta su desaparición ya en época republicana, unos años en los que Ardanaz forma parte de la junta del Centro Cultural del Ejército y Armada. Por sus filas pasaron unos jóvenes a los que reencontraremos en nuestro relato: José María Poblador Álvarez y Juan Segura Nieto.
IDENTIFICADOS CON EL DIRECTORIO: ESPAÑA NUEVA
Los tracistas no fueron los únicos a los que pronto defraudó el rumbo que tomaba la Dictadura. Lo mismo les ocurrió a los jóvenes que se agrupaban en torno de España Nueva, un diario nacido el 12 de noviembre de 1924. En el subtítulo dejaban clara su actitud: «diario de la tarde identificado con el espíritu de justicia y patriotismo que inspira el Directorio Militar». No se trata pues de un órgano oficial, pero la mayoría de los que escriben son militantes de la Juventud de Unión Patriótica. En su primer número se presentan: «Nuestro programa: Viva España», y su propósito: «combatiremos sin descanso al separatismo como al más peligroso enemigo de la prosperidad de Cataluña, puesto que él es vocero funesto de odios fratricidas y males sin fin».
El director y alma del periódico era el periodista Camilo Boix Melgosa, que del sector más bronco e insurreccional de las Juventudes Radicales pasará al upetismo, con parada previa en las Juventudes Socialistas de Barcelona. Con el seudónimo León Roch había escrito en publicaciones del sector revolucionario de los radicales como El Insurgente o La Revuelta. En 1914 dirigirá el aliadófilo Los Aliados, para pasar cuatro años después a dirigir El Maximalista, financiado por los alemanes. En cuatro años de aliadófilo a germanófilo y de republicano revolucionario a partidario de la Dictadura. En esos momentos era vicepresidente de la juventud upetista de Barcelona.
En enero de 1925 publican el manifiesto Lo que es y lo que debe ser la Unión Patriótica, donde ya dejan claro su descontento: «lo decimos sinceramente: la Unión Patriótica tal como ha echado cimientos en Cataluña o en Barcelona, que no es lo mismo, no nos satisface, ni creemos que pueda satisfacer a nadie». Piden eliminar «los restos de la vieja política» y creen que ahora «todo se pierde en la penumbra y hoy mismo todavía no saben exactamente los ciudadanos donde deben dirigir sus pasos para encontrar el organismo vivo, que recoge aquel magnífico espíritu del golpe de Estado Militar».4
En las páginas del diario se leerán mensajes regeneracionistas, contra la corrupción, el caciquismo y los «viejos políticos», se habla de la necesidad de «hombres nuevos» y apelan a la juventud. La publicación hace gala de un exacerbado españolismo, «sentimos el orgullo de la Madre Patria Española: como si en el mundo no hubiera otra más grande: que no la hay», y se muestran virulentamente anticatalanistas. También defienden al Real Club Deportivo Español, al que la Federación Catalana de Fútbol, «una madriguera del separatismo catalán», margina «por Real y Español». Nada que no hayamos leído en otros grupos. La publicación cesará en abril de 1925. El grupo se dispersará.
CARLISTAS DISIDENTES Y OBRERISTAS ESPAÑOLISTAS: LOS SINDICATOS LIBRES
También los carlistas –en ese momento conocidos como jaimistas porque el pretendiente era Jaime de Borbón– habían colaborado en un primer momento con la Dictadura. Pronto se distanciaron. La lealtad del dictador a Alfonso XIII y el menosprecio con el que trató a los tradicionalistas hizo que en abril de 1924 don Jaime anunciara la ruptura con Primo de Rivera. El carlismo pasó a oponerse a la dictadura e incluso a participar en conjuras para derribarla. También sufrió la represión del régimen con la destitución de concejales y diputados provinciales, cierres de locales, multas a sus diarios y detenciones de dirigentes.
Pero hubo sectores procedentes del carlismo que se mantuvieron fieles al dictador. Unos pertenecían a un sector minoritario que ya se había desgajado antes del jaimismo. Su líder era Vázquez de Mella y eran conocidos como los mellistas. Los conoceremos más adelante. Otros habían nacido en octubre de 1919 en una reunión convocada en el Ateneo Obrero Legitimista. Sus fundadores procedían del carlismo. Eran los Sindicatos Libres y también se convertirán en entusiastas de la Dictadura.5
Los Sindicatos Libres nacieron pues ligados al carlismo. La mayoría de sus dirigentes procedían de esa tradición política, como su líder indiscutible, Ramón Sales Amenós, aunque pronto fueron más allá de ese mundo. Crecieron poco a poco. Durante los primeros tiempos practicaron claramente un sindicalismo amarillo. A partir de 1921 y durante un año estuvieron vinculados al gobernador civil Martínez Anido, que los utilizó en su lucha contra la CNT; es la época de mayor auge del pistolerismo. En esos años abandonaron su amarillismo, ejerciendo un sindicalismo que se decía apolítico y profesionalista.
Con el golpe de Estado de Primo de Rivera y la prohibición de la CNT llegó su momento. Los Sindicatos Libres se convertirán en la opción sindical mayoritaria en Cataluña e incluso darán el salto al resto de España, creando en 1924 la Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España. Durante la Dictadura solo la UGT los superará en número de militantes a nivel nacional. Su apoyo al Directorio les llevó a romper con el carlismo oficial. Su apoyo a la política anticatalanista les fue decantando hacia el españolismo. Su acercamiento al sistema corporativo, diseñado por el ministro Eduardo Aunós Pérez, y su participación en los comités paritarios, que los del Libre monopolizaron en Cataluña, los convirtieron en defensores de un corporativismo estatista.
Se aproximaron así a los planteamientos de la derecha radical. Su retórica obrerista, el uso de la violencia, su nacionalismo, la mezcla de ideas conservadoras y revolucionarias, además de la simpatía que algunos de sus miembros habían mostrado por el fascismo italiano, habían llevado a la izquierda a calificarlos como fascistas. La dirección de los Sindicatos Libres lo negó. Las cosas cambiaron a partir de 1927. Hubo entonces contacto con sindicatos fascistas italianos y en 1930 algunos libreños no tuvieron inconveniente en proclamarse fascistas. Había más de provocación que de realidad, pues los del Sindicato Libre no pasaban de ser otra derecha radical fascistizada.
A partir de 1930, con la reaparición de la CNT, su estrella declinó; los obreros volvieron a las filas de la central anarcosindicalista. La proclamación de la República les dio la puntilla. Como hemos visto, el 15 de abril ya se había producido un tiroteo entre miembros de los Sindicatos Libres y de la CNT, con muertos y heridos. En los días siguientes serían asesinados hasta diecisiete libreños en Barcelona. El odio generado pasa factura.
Durante nuestro relato encontraremos a muchos de los dirigentes de los Sindicatos Libres embarcados en diferentes proyectos ultras, a periodistas ligados a este mundo encabezando proyectos editoriales de la extrema derecha y toparemos con muchos de sus pistoleros en las conspiraciones y los complots organizados para derribar la República.
LA DISGREGACIÓN DE LA UNIÓN PATRIÓTICA
De esos grupos no integrados en la Unión Patriótica, de los que ya hemos hablado, y de la miríada de grupos y grupúsculos que nacieron de su eclosión en 1930, que ahora conoceremos, se nutrirá de ideas y, en buena parte, de militantes la ultraderecha barcelonesa durante la República.
En Barcelona, la Unión Patriótica, bajo la dirección provincial de Andrés Gassó y Vidal, exdirigente del Centro Monárquico Conservador y exsecretario general de la Cámara Oficial de la Propiedad Urbana, se había organizado por distritos, e incluso en los más poblados se había dividido en subcomités, además de abrir centros culturales y formar secciones femeninas, juveniles y obreras, todo con el objetivo de acercar el partido a todos los barrios y sectores sociales. A pesar de esta moderna estructura y el gran esfuerzo propagandístico realizado, en el que colaborarán algunos personajes que conoceremos a fondo, la Unión Patriótica de la provincia de Barcelona decía tener 60.000 militantes, lo que no llegaba al 4 % de la población, cuando había provincias, como Huelva o Cáceres, que superaban el 20 %. En momentos puntuales, como durante la visita de Primo de Rivera a Barcelona en enero de 1926, el partido consiguió movilizar hasta 20.000 upetistas y llenar el Teatro Olympia para escuchar al dictador, con 7.000 asistentes. Pero a la altura de abril de 1929 la Unión Patriótica de Barcelona hacía aguas. En una carta de Andrés Gassó al dictador, el dirigente provincial le comentaba a Primo de Rivera que un 90 % de los militantes upetistas «se mostraban “indiferentes” o “desencantados” con el régimen», un 5 % iban a los círculos de la Unión Patriótica a leer la prensa o jugar a cartas y solo otro 5 % deseaban «actuar de buena fe, pero debido a la falta de asistencia de sus jefes, su entusiasmo no puede materializarse [...] Bien pudiera decirse que No hacer es el lema de la Unión Patriótica de Barcelona» (citado por Quiroga, 2009: 261). El upetismo barcelonés agonizaba; la dimisión del dictador le dio la puntilla.
En 1930 la Unión Patriótica desaparece como partido político. La mayoría de sus militantes, o al menos de sus dirigentes, ante su disgregación como partido, optaron por sumarse a uno de los grupos que habían resurgido de sus cenizas, la UMN, tal y como había recomendado la última Asamblea de Líderes Provinciales de la Unión Patriótica. Era el partido impulsado desde Madrid por el exministro Rafael Benjumea, conde de Guadalhorce, por José Calvo Sotelo y por el hijo del exdictador José Antonio Primo de Rivera.
La UMN estaba reagrupando a la derecha reaccionaria alfonsina. Recuperaba el nombre de la agrupación monárquica fundada por Alfonso Sala en Barcelona en 1919, el partido que aglutinó las diferentes opciones dinásticas no catalanistas en un momento de conflicto social y ofensiva autonomista. La originaria UMN acabó ingresando en la Unión Patriótica en 1925. Estaba formada por miembros de la aristocracia y la alta burguesía. En buena parte, son los mismos que relanzan la nueva UMN en Barcelona. Se convierten en los más acérrimos defensores de la labor desarrollada por la Dictadura y en críticos con el proceso de transición que impulsan Berenguer y Aznar. Piden regresar al sistema parlamentario consagrado en la constitución de 1876 pero realizando una reforma de esta en sentido autoritario.