Kitabı oku: «¡Viva Cataluña española!», sayfa 4
El deporte no fue, pues, inmune a la política, justo en unos momentos en los que aparecen propuestas ultranacionalistas catalanistas y españolistas. En Barcelona el fútbol se convirtió en otro campo de batalla entre españolistas y catalanistas –simbólico y real– y, aunque en la ciudad había otros equipos históricos, fueron el FC Barcelona y el RCD Español los que acabaron representando las aspiraciones catalanistas, los azulgranas, y españolistas, los blanquiazules.
En 1909, el presidente del club azulgrana, Joan Gamper, acudió a la Lliga Regionalista para que le dieran apoyo en su pretensión de aumentar la masa social del club. Ese año presidió el primer partido de la temporada Francesc Cambó. Joan Gamper sintonizó con el catalanismo de la Lliga y también trabó relación con el catalanista Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria (CADCI), en cuyo local se hacían las reuniones de junta. En 1916 se eligió presidente a Gaspar Rosés, militante de la Lliga. El Barça, de nuevo presidido por Gamper, se distinguió por apoyar oficialmente la campaña autonomista de 1918; La Veu de Catalunya, portavoz de la Lliga, afirmaba que «d’un club de Catalunya ha passat, el FC Barcelona, a ésser el club de Catalunya». El FC Barcelona adoptó el catalán como idioma oficial e izó la señera en su campo y, en 1919, participó en los actos de la Diada.
Tras el golpe de Estado de Primo de Rivera, el Barça sufre las medidas anticatalanistas del régimen; tiene que arriar la señera y redactar sus actas en castellano. Con los partidos y las entidades catalanistas prohibidas o perseguidas, el Barça se convirtió en un símbolo de ese catalanismo,20 que el 14 de junio de 1925 quedará patente. Ese día se disputaba en el estadio de Les Corts un partido entre el FC Barcelona y el Júpiter en favor del Orfeó Català. Se había invitado a una banda de música de la Royal Navy, de visita en la ciudad, a interpretar los himnos y cuando estaba ejecutando la Marcha Real el público la pitó y abucheó. El acto de rebeldía no pasó desapercibido para las autoridades militares y la Dictadura decretó el cierre del estadio durante seis meses y Gamper se vio obligado a exiliarse. Su identidad como club catalanista quedaba así consagrada.
Mientras, el Español construía otro relato. En 1912 recibía el título de Real y nombraba presidente de honor al rey Alfonso XIII. Ese año rompen relaciones con el Barça a raíz de un enfrentamiento entre jugadores de ambos clubs y en 1919 La Veu de Catalunya acusa a seguidores españolistas de estar detrás de unos panfletos repartidos en Madrid antes de la final de copa que jugaba el Barcelona, unos escritos en los que se tildaba al club culé de «madriguera de separatistas». El RCD Español se convierte en refugio de los españolistas barceloneses, diluidos en medio de la creciente hegemonía catalanista, y su estadio se convertirá en un lugar donde se podían dar vivas a España y ejercer de españolista, también en lo político, sin ser señalado. Forjó así su identidad. El RCD Español se convirtió para los nacionalistas españoles en el equipo «que sostenía la bandera españolista en Barcelona».21
Los enfrentamientos entre RCD Español y FC Barcelona irán más allá de una rivalidad deportiva. Las tanganas y peleas entre aficiones de los dos clubs ya venían de lejos. Los incidentes en los derbis eran frecuentes. Durante la Dictadura se recrudecerán y, a falta de partidos políticos, prohibidos por el Directorio, los dos equipos se convertirán en la representación de los enfrentados catalanistas y españolistas de la ciudad; no obstante, cuando llegue la República, con la legalización de los partidos, esta polarización se rebajará, perderá parte de su significado simbólico. El escritor Max Aub lo pone en boca de su protagonista en Campo cerrado: «Va a desaparecer la dictadura de Primo de Rivera; las contiendas Barcelona-Español no volverán a tener el frenesí de aquellos años» (1978: 49-50).
UNA PLÉYADE DE PATRIOTAS: LA PEÑA IBÉRICA22
Muchas veces los incidentes eran protagonizados por los sectores más ultras de ambas aficiones. Por el lado españolista destacaban los miembros de la Peña Deportiva Ibérica, que reunía a los hinchas más radicales en lo político –ultraderechistas, españolistas y anticatalanistas– y en lo futbolístico del RCD Español.
La Peña Deportiva Ibérica se había fundado en 192523 y algunos de sus primeros miembros ya tenían un pasado de acción, pues procedían de los Grupos Deportivos Iberia. Desde la primera década del siglo XX los círculos carlistas, así como otras opciones políticas, habían ido incorporando secciones deportivas. Los tradicionalistas llegaron a crear clubs de fútbol, como el Sport Club Olotí o el Flor de Lis FC de Manresa. El deporte servía para atraer a jóvenes, disciplinarlos, formarlos y adoctrinarlos, de manera que, muchas veces, la actividad paramilitar de los requetés se camuflaba bajo cobertura deportiva. Este es el caso de los Grupos Deportivos Iberia o Grups Esportius Ibèria, nombre bajo el que se ocultaba la actividad de los grupos de choque de la Juventud Tradicionalista, que habían sido organizados a partir de 1922 partiendo de las juntas de Sport y las secciones de tiro que existían en algunos círculos. Además de organizar actividades deportivas, se dedicaban a entrenar a jóvenes en actividades paramilitares; por ejemplo, en Madrid se crea un Grupo Deportivo Iberia en julio de 1923 con sede en el local de la Juventud Jaimista, y también se organizaron en Cataluña. Uno de los que participó en su estructuración fue Francisco Palau, a quien se le encargó así mismo que los fundase en su pueblo, El Vendrell, y en Terrassa, donde estudiaba. Con el golpe de Estado de 1923 y la inicial simpatía carlista por el dictador, los nuevos delegados gubernativos –militares encargados del control político, de difundir la doctrina primorriverista y de reorganizar el Somatén en el partido judicial bajo su mando– quisieron utilizarlos y movilizarlos en apoyo de la Dictadura.
Pero el carlismo poco a poco se alejó de la Dictadura de Primo de Rivera y estos grupos abandonaron la tutela de los delegados gubernativos, allí donde habían colaborado. En 1925, Joan B. Roca Caball, dirigente de las juventudes jaimistas y miembro del grupo La Protesta, formado por carlistas que conspiraban contra la Dictadura al margen de la dirección, trató de implicar a los Grupos Deportivos Iberia en uno de los complots. Según explica Palau, se le ordenó movilizar a sus grupos y trasladarse a Barcelona, pero «al recibir confidencias de que íbamos conchabados con Macià, Barriobero, la Lliga, Vidal y Barraquer», advirtió a Roca que si sus grupos salían sería para «pasar a degüello a los grupos de Macià». Pocos días después Palau abandonó, por segunda vez, la disciplina del partido carlista.
No fue el único que abandonó los Grupos Deportivos Iberia y el tradicionalismo, pues le siguieron algunos de sus compañeros, con los que fundó la Peña Deportiva Ibérica. Además de las divergencias entre los sectores españolistas y catalanistas del carlismo, otra circunstancia que pesó en la separación fue la acción directa, pues los carlistas disidentes que fundaron la Peña Deportiva Ibérica eran jóvenes de acción, que buscaban enfrentarse directamente a sus enemigos políticos, al catalanismo, el republicanismo y el sindicalismo revolucionario, y criticaban el apalancamiento de los viejos carlistas, refugiados en sus círculos, con una actividad más propia de casino rural que de una fuerza de combate por las ideas tradicionalistas. La Peña Ibérica se convierte, así, en un refugio de españolistas broncos e intransigentes con ganas de acción. El RCD Español se convirtió en el símbolo y el fútbol en un medio de expresión, captación y defensa de su españolismo de forma pública y notoria.
Entre los fundadores de la Peña encontraremos a ultras que ya conocemos, como Poblador, Palau o Batet, y a otros como Ramón López de Jorge, funcionario de prisiones, dirigente y hombre de acción del Sindicato Libre y del Somatén; los hermanos Enrique y José Cátala de Bezzi, este último dirigente de la Juventud de Unión Patriótica y miembro de la junta upetista del Distrito IV; al joven madrileño Antonio Correa Salvá, antiguo alumno del Orfeó Català; los hermanos burgaleses Ramon y Tomás Valderrama Bercedo o el lampista oscense Gaspar de la Peña Asó, miembro de la junta del intervenido CADCI y posteriormente presidente del Sindicato Libre de Productos Químicos y del de Metalúrgicos. A muchos los reencontraremos más adelante; la mayoría son entonces jóvenes veinteañeros.
También figuran, entre los promotores de la peña, antiguos jugadores del club, como el reusense Enrique Ponz Junyent, trabajador de Telefónica y miembro del Libre, que había jugado en el Español siguiendo los pasos de su hermano Ángel, un delantero que figuraba en la plantilla del equipo fundacional, autor del primer gol del club. Otro hermano, José Ponz Junyent, que trabajaba en la agencia Asociación de la Prensa Barcelonesa, era otro destacado ibérico. Otros jugadores miembros de la Peña serán el bilbaíno Patricio Caicedo Liciaga o Carlos Comamala, al que ya conocemos, o el barcelonés Manuel Lemmel Malo de Molina, que tras jugar en el Español había ejercido de árbitro y ayudante del seleccionador español. Precisamente Lemmel había sido agredido en 1921, tras arbitrar un FC Barcelona-Europa, por seguidores culés. Otro ibérico que había sido jugador, del FC Barcelona y del RCD Español, y en 1922 presidente del Colegio de Árbitros, era el navarro Matías Colmenares Errea, licenciado en arquitectura en Barcelona en 1910 y constructor el 1923 del campo del Español. Con estos mimbres se fraguó uno de los colectivos del españolismo bronco más activos de Barcelona durante los siguientes años.
A pesar del carácter político de muchos de los fundadores, en los primeros tiempos, la Peña Deportiva Ibérica mantuvo básicamente un perfil deportivo. Está dirigida por socios de más edad, sin una militancia tan marcada, aunque abundan los vinculados al tradicionalismo o la Unión Patriótica. Participaban en homenajes a jugadores y tenían incluso un equipo de fútbol que competía contra otras peñas; eso sí, en Can Rabia, como se conocía el estadio del Español, la Peña no pasa desapercibida. Se convirtieron en la facción violenta de la afición perica, protagonizaron peleas con aficionados rivales e incluso acosaron a algunos de los propios jugadores cuando creían que no lo habían dado todo en el campo.
El 18 de enero de 1926, día previo a un derbi Español-Barcelona, ve la luz La Lucha Deportiva, que lleva por subtítulo «nobleza, sinceridad», que ya conocemos como parte del lema utilizado por los carlistas radicales. Se trata de la primera incursión periodística de José María Poblador, que dirige la revista, y aunque no lo explicita, es portavoz de la Peña Deportiva Ibérica. Con un tono florido y henchido, tan al gusto del españolismo barcelonés, la publicación denunciaba los favoritismos con el FC Barcelona, amenazaba a periodistas e incluía crónicas de partidos de fútbol, rugby y otras secciones pericas. La publicación se muestra orgullosa de la fama que está adquiriendo la Peña: «donde juega el Español hay garrotazos [...] no falla para evitar coacciones de ciertos públicos fanáticos y chillones».
Pero no solo en el fútbol practican la acción directa. Un comando, del que forman parte Francisco Palau, Domingo Batet, Juan Gual Botines y una decena más de ibéricos, planea el derribo de la estatua de Rafael Casanova, símbolo catalanista por antonomasia. Lo tienen todo previsto para la noche del 2 de mayo de 1926, pero cuando se acercan a la ronda San Pedro, «los jóvenes de referencia no pudieron llevar a cabo sus propósitos, pues conocedora de ello la policía, se personó en aquel lugar, haciendo con su presencia, imposible el acto que se intentaba llevar a cabo».24 Parece que hubo un chivatazo.
En junio de 1926 es presidente de la Peña el agente de seguros Juan Cutillas Guerrero. Aficionado a la zarzuela y al boxeo, escribe poesía y es directivo del Boxing Sport Club. A pesar de ser miembro de los Sindicatos Libres, durará poco en la dirección pues, en mayo de 1927, saliendo al paso de los rumores que especulaban con una posible desaparición, la Peña elige nueva junta. El sector «político» cree llegado el momento de hacerse «con la Peña Deportiva Ibérica, cambiar el nombre en Peña Ibérica y extender a más amplios horizontes su actuación».
Es una renovación total. El nuevo presidente es José María Poblador. En la junta figuran Francisco Palau y Domingo Batet. Esto marca un punto de inflexión. A partir de ahora el ultraespañolismo y el anticatalanismo militante protagonizarán la actuación de la Peña; el tema deportivo irá perdiendo peso y se mezclará más claramente con la política. Los ibéricos tienen así una plataforma política, sin necesidad de crear un nuevo partido, prohibido en tiempos de partido único.
Igual que La Traza, donde algunos habían militado, los ibéricos habían visto con simpatía la implantación de la Dictadura, pero acabaron alejándose de ella cuando la Unión Patriótica fue copada por los «viejos políticos». Mantendrán con el partido único, donde algunos militan, una relación ambigua; ven con simpatía su política españolista y anticatalanista, su esbozo corporativista, pero la encuentran tibia. La Unión Patriótica, en palabras de Poblador, era «un partido falto de doctrina y de expansión de la juventud». Simpatizan con el dictador, pero no con su Gobierno, ni con el rey, al que nunca han tenido en mucha estima por el origen carlista de muchos de ellos. De hecho, abandonan el monarquismo. Saben que son pocos, pero lo defienden como una virtud. Se consideran, de nuevo como los tracistas, una élite.
Es entonces cuando estrechan relaciones con otros carlistas disidentes bragados en la acción callejera, con libreños, la mayoría de los cuales, como los ibéricos, se encuentran fuera del carlismo oficial por su apoyo a la Dictadura y su línea españolista. No solo serán militantes de base los que se acerquen a la Peña Ibérica, también se afiliarán dirigentes del Libre como los periodistas Feliciano Baratech o Fernando Ors Martínez.
La vocación política de la Peña Ibérica se pondrá pronto de manifiesto. Ese mismo 1927 organizan un ciclo de charlas. Lo inaugura Salvador Palau Rabassó, el hermano maurista de Francisco, hablando de «Iberismo y deporte». El mes siguiente es el turno de José Baró, concejal y presidente de la Confederación Nacional de Sindicatos Libres de España, que se explaya sobre «los movimientos sociales ante el nacionalismo», arremetiendo contra los ideales internacionalistas de Marx y alentando «al espíritu patriótico de los jóvenes para que hagan de España una nación moderna y poderosa».25 Apelaciones patrióticas a una juventud nueva y sana que ha de salvar España. Discursos con regusto fascistoide.
En 1928 lanzan una nueva publicación, de nuevo dirigida por Poblador. El 21 de enero, esta vez tras la celebración del derbi, sale La Verdad Deportiva. Según el propio Poblador era un «órgano de la juventud españolista disimulando la deportividad para hacer banderín de lucha españolista». En sus páginas, de nuevo, se denuncia el favoritismo del que disfruta el Barça con «ese nido de cucarachas que se llama Federación». Dejan claro que «el Español Deportivo alberga en su seno a los que por encima de todo ponen su amor a España», un «Club maltratado y zaherido por los ególatras y los judíos, por los tornadizos y los arribistas». Este será el tono de una publicación de la que se conservan pocos números. El último que hemos visto es de 1929. En la revista escriben militantes ibéricos, algunos con seudónimos tan llamativos como Armando K. Morra o T. Fustigo.
Por cierto, que el de 1928 había sido otro derbi movido. La revista deportiva Xut, en tono irónico, escribía que los de la Peña Ibérica habían celebrado un banquete en honor de su secretario –Francisco Palau– «amb motiu d’èsser qui va repartir més garrotades en el partit Barça-Español».26
A finales de ese año de 1928, el grupo decide legalizarse. Será el momento en el que decaiga el adjetivo «Deportiva» del nombre. La Peña, para entonces, «ya no era una agrupación de deportistas sino más bien, una pléyade de patriotas pletórica de energías juveniles, que proclamaban arrogantes las sublimidades de la santa idolatría a la Patria».
En septiembre, Poblador presenta los estatutos de la Peña Ibérica en el Gobierno Civil. En su artículo primero, dejan claro que su objetivo es «la exaltación de los prestigios patrios». Fieles a su visceral anticatalanismo, proclaman que la lengua de la Peña será el castellano y, nostálgicos del Imperio español, afirman que podrán ser miembros de esta los españoles o portugueses o los hijos de padres nacidos en España, Portugal, Cataluña o Vasconia francesa, Córcega, Cerdeña, Andorra, Gibraltar, Tánger, Filipinas, Islas Palaus, Marianas, Carolinas y repúblicas iberoamericanas. La Peña define su actitud como «patriotismo deportivo», no como política, y explica que «antes que deportivos somos españoles y por eso queremos y, si es preciso sabremos imponer, que todo lo que sobresalga en actividades en nuestro querido suelo ha de respirar el ambiente españolista».27 Ninguna mención se hace ya al RCD Español.
Pero esto no quiere decir que dejen de utilizar el fútbol políticamente. En mayo, en el banquete de homenaje que organizan al jugador Julio Kaiser, al que acuden más de doscientas personas, entre los que intervienen, además de dirigentes del club, hay viejos conocidos con un claro perfil político como Salvador Palau o José Baró.28 Lo mismo ocurre el 30 de septiembre de 1928, cuando organizan una velada literario-musical en el Teatro Partenón en honor del RCD Español. Se trata de celebrar el inicio de la temporada y presentar el himno de la Peña. En el acto, además de ibéricos, se dejan ver miembros de la Unión Patriótica. Inicia la velada Fernando Ors Martínez, periodista deportivo, además de destacado dirigente del Libre, que presenta a los autores de la música y letra del himno. Seguidamente actúa la banda de música del Regimiento de Infantería Badajoz, bajo dirección de Luis Palanca, padre de dos futuros falangistas. La última pieza es el citado himno, por lo que Palanca cede la batuta a Luís Badosa, su compositor. Sigue un discurso de Salvador Palau «el cual fue un canto de amor a España y relato de virtudes ibéricas en pos de la fortaleza espiritual y material por medio del deporte». Después subió al estrado el poeta Pedro Luis de Gálvez, un bohemio de ideas ácratas, autor de la letra del himno, que leyó su poema dedicado a la Peña. El acto finaliza con los acordes de la Marcha Real y los consiguientes vivas a España, la Peña Ibérica y el RCD Español.29
En noviembre de 1928 la Peña tiene ya 82 socios, que eligen como nuevo presidente a Domingo Batet, pasando Poblador a la vicepresidencia. También figuran en la nueva junta históricos como Enrique Ponz y Ramón López de Jorge.
En esos años el RCD Español está viviendo un gran momento deportivo. En noviembre de 1928 gana al eterno rival, con lo que se proclama matemáticamente campeón de Cataluña. Este derbi no estuvo exento de nuevo de incidentes, pero esta vez fuera del campo. La bronca entre culés y pericos se produjo en el music-hall Eden Concert de la calle Conde de Asalto. Parece ser que la orquesta, por sugerencia de algún cliente, tocó alguna canción favorable al Barça y ahí empezó el jaleo, pues en local había público de las dos aficiones. El ibérico Antonio Ors Martínez, hermano del dirigente del Libre, sacó su pistola de somatenista y amenazó a la orquesta. Se generó un tumulto. Se oyó algún Mori Espanya! Finalmente tuvieron que intervenir las fuerzas del orden, que se llevaron detenido a Ors y al autor del grito antiespañolista.30
En febrero de 1929 el RCD Español se planta en la final de la Copa del Rey tras eliminar en semifinales al Barça. El rival es el Real Madrid. La final se juega en el estadio de Mestalla de Valencia. Se desplazan unos 4.000 pericos. Unos van en barco, otros en tren, los de la Peña Ibérica se desplazan en dos coches. Antes del partido pasean por la ciudad del Turia. Uno de los automóviles luce un curioso letrero: «La Peña Ibérica del Español saluda a Valencia y a su bellísima Reina de la Belleza Española». Los pericos que no han podido desplazarse se reúnen en bares, que instalan altavoces para la ocasión. En un partido poco lucido, por lo embarrado del campo y la lluvia persistente, el Español se impone por 2 a 1 y se proclama por primera vez en su historia campeón de España. A pesar del frío y la lluvia, grupos de seguidores españolistas pasean por Barcelona celebrando el triunfo. La crónica de la final en ABC parece redactada por un ibérico, dice:
... si se tiene en cuenta que el Real Club Deportivo Español ha sostenido durante muchos años una lucha deportiva, pero envenenada por cuestiones políticas, de manera que no había que contender solamente con los equipos contrarios, sino en muchas ocasiones con una gran parte del público, esto hace que el actual triunfo provocara entre los entusiastas del equipo un verdadero delirio.31
El histórico título es celebrado por la Peña Ibérica con fiestas y bailes. La Verdad Deportiva publica un poema dedicado a tan crucial momento, el cual finaliza así:
Ya estamos satisfechos en España.
Un equipo español venció en la liza.
No valió al renegado su artimaña
y han cobrado paliza tras paliza.32
La Peña se expande y en mayo inaugura sede en Terrassa. Participa en la vida social barcelonesa; asisten al homenaje al marqués de Foronda, director de la Exposición Internacional de Barcelona, y participan en un festival benéfico en favor de los dispensarios Acción Social. No olvidan del todo su faceta deportiva y ese mismo año montan un equipo de fútbol que reta a otras peñas del Español como la Zamora, Trabal y Vantolrá.
Poblador sigue ligado al periodismo, ahora de forma profesional. En 1929 había entrado en la redacción de La Razón, órgano oficial de la Unión Patriótica barcelonesa, que tras la desaparición del partido único fue adquirido por el Sindicato Libre, que le dio un tono más obrerista. También era redactor de La Protesta, semanario nacido en mayo de 1930 impulsado por miembros de los Sindicatos Libres partidarios de la Dictadura y disidentes del carlismo oficial, y, además, colaboraba en esos años en La Hoja Oficial del Lunes, en la que se destacaban todos los actos organizados por la Peña Ibérica. Poblador ingresó ese año en el Sindicato Profesional de Periodistas.
Y será Poblador quien dirija una nueva publicación deportiva aparecida en octubre de 1929, Furia Española. A pesar de su título, tiene un carácter menos político que publicaciones anteriores y trata de mantener un tono equidistante entre todos los equipos catalanes. Se trata de un semanario gratuito, financiado por la publicidad, que se repartía los lunes en peluquerías, hoteles, sociedades recreativas y deportivas. Se confeccionaba los domingos, por lo que no recogía crónicas de partidos, sino entrevistas y artículos sobre fútbol y boxeo, los dos principales deportes de masas en esos momentos. No parece que tuviera mucha vida. El último número que hemos localizado es el tercero, de 20 de octubre de 1929.
En febrero de 1930, bajo presidencia de Francisco Palau y en presencia del delegado gubernativo, se celebra la reunión general ordinaria de la Peña Ibérica. Asisten unos ochenta socios. El secretario, Poblador, da lectura a la memoria del ejercicio anterior. El discurso no tiene desperdicio; es una condensación de los ideales de la Peña expresados en el lenguaje rimbombante habitual. Con fuerza, arrancaba con un «aquí nos tenéis presentes enarbolando con orgullo nuestra Santa bandera y la representación directora de esta entidad, conglomerado de hombres de limpio ideal y de sanas condiciones, para laborar por el bienestar y el progreso de nuestra querida patria». Elitismo y virilidad, un clásico de la Peña. Insiste en ello: «Peña Ibérica no recolecta adictos, no tiene nuestra entidad bases de riqueza que sirvan de espejuelo para cazar hombres alucinados por el resplandor del favor y del otorgamiento de cargos y recompensas» no, ellos son «la cuna del españolismo, donde ingresan los hombres que buscan dar al alma lo que le pertenece, desechando por completo la podredumbre material [...] somos hombres desinteresados y batalladores respondiendo al ideal de Patria, Justicia y Libertad», por eso «siempre tropiezan con el mismo inconveniente, con la falta de medios económicos [...] A nuestros enemigos les sobra esta condición y les falta hombría para llevar acabo los planes; a nosotros nos sobra hombría y nos falta ese medio económico ejecutor». Avanza un tema que será habitual durante el periodo republicano; la falta de financiación será otro talón de Aquiles de la extrema derecha barcelonesa. Excepto los más numerosos carlistas y los pudientes alfonsinos, el resto de grupos y grupúsculos ultras no encontrarán una fuente de financiación continuada.
Además, Poblador hace referencia a la situación política: «estamos en vísperas de grandes acontecimientos y por ello debemos estar unidos» y ser «los cimientos fuertes y robustos de un nacionalismo sano, el día de mañana; que sin dudarlo ha de ser la única y legítima salvación de nuestra querida patria, indivisible y conquistadora [...] siguiendo nuestro camino fija siempre la mirada en esa palabra que es todo un compendio de dicha y felicidad: ESPAÑA».
A continuación intervienen algunos socios. Se lee la carta de uno de ellos, que pide su baja porque, siendo republicano, cree que la Peña se inclina por la monarquía. Se le aclara que la Peña Ibérica labora «por España indivisible y conquistadora, para alcanzar su legítima grandeza y prosperidad, no fijando en modo alguno la forma y dirección del Estado, por ser todo ello secundario a la idea de patria». Por último, se reelige a Francisco Palau como presidente y Poblador como secretario.
Los ibéricos no abandonan su presencia callejera. En febrero de 1930 le buscan las cosquillas a la Federación Universitaria Escolar (FUE). El día 11 el sindicato estudiantil, que se había destacado en su lucha contra la Dictadura, rinde homenaje a su presidente, el estudiante mallorquín Antoni Maria Sbert, represaliado por el Directorio. El acto se celebra en el Teatro Novedades y los ibéricos no dejan pasar la oportunidad de enfrentarse a unos opositores a su estimado dictador. A la salida del acto provocan y amenazan a los estudiantes. Se intercambian algunos golpes. Ha de intervenir la policía para pacificar el ambiente. Hay un detenido, pronto puesto en libertad.
El 29 de marzo miembros de la Peña Ibérica se desplazan a la estación de Francia para participar en la despedida del general Emilio Barrera, que tras siete años de capitán general de Barcelona ha sido depuesto en su cargo. En los andenes se alinean autoridades y admiradores de la labor represiva llevada a cabo por el general. No faltan monárquicos, upetistas, libreños y algunos personajes que conoceremos pronto, como Pedro Vives o el canónigo José Montagut. Tras la salida del tren, un grupo de jóvenes, entre los que destacan los ibéricos, con una bandera española al frente, tratan de organizar una manifestación. La fuerza pública se lo impide y les arrebata la enseña. Hay garrotazos de la secreta y espadazos de los guardias de Seguridad. Tras ser disueltos, una comisión de los manifestantes se desplaza al cercano Gobierno Civil para reclamar la devolución de la bandera. El gobernador se la entrega, pero les recuerda que no tienen autorización para manifestarse. A pesar de ello, a la salida del Gobierno Civil de nuevo tratan de hacerlo y tiene que actuar otra vez la policía.
En mayo de 1930 participan, junto al Grupo Alfonso, la Juventud Monárquica, los socialistas-monárquicos y otras entidades españolistas, en un homenaje a Carmen Laguarda, una joven estudiante de Letras que había resultado herida en un enfrentamiento con catalanistas en la universidad cuando «con su actitud impidió, en las recientes algaradas estudiantiles, que un grupo de fanáticos cometiesen desmanes con una bandera española».
Justo ese mes una delegación de la Peña Ibérica tiene previsto una visita a Madrid y esta vez no es por motivos futbolísticos. Toda esta actividad españolista, anticatalanista y de calle ha atraído la atención de un curioso personaje que está organizando su propio partido en Madrid, el doctor Albiñana.
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El 4 de mayo de 1930, en un local céntrico de la capital, está convocado un ágape organizado por el doctor José María Albiñana Sanz. Se trata de un acto del PNE, la organización política que ha fundado y lidera este extravagante neurólogo, un partido que hace gala de un españolismo esencialista y se presenta como adalid de esa violencia que tanto atrae a la extrema derecha. Militares, antiguos upetistas, carlistas españolistas, monárquicos de base y miembros de los Sindicatos Libres nutren sus filas. Son nostálgicos de la Dictadura, antiliberales –que por tanto no se sienten atraídos por los partidos dinásticos– y que a su vez no pueden ingresar en otros grupos monárquicos por el elitismo de estos.
El 13 de abril de ese mismo año se había hecho público su manifiestoprograma: añejo nacionalismo español, defensa del catolicismo y la monarquía tradicional como factor de unidad de la patria, visión conspirativa de la historia –España como víctima de un complot judeo-masónico–, antiparlamentarismo y antiliberalismo. Es un partido que entiende «el uso de la violencia física como componente normal de la acción política y aún de la propia doctrina, a través de la actuación de milicias encuadradas en las propias filas del partido». Estas milicias de choque las constituyen los Legionarios de España, destinados a atacar a los enemigos de la patria siguiendo el modelo de los Sindicatos Libres o los jóvenes mauristas. Pronto pasan a la acción, con agresiones a republicanos y socialistas, asaltos a revistas y diarios y amenazas a periodistas. Se hicieron populares como una partida de la porra. Su fama eclipsará al partido.