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II. RECONSTRUCCIÓN

LA HIBERNACIÓN DE LA EXTREMA DERECHA1

La proclamación de la República dejó en estado de shock a la extrema derecha españolista. Los partidos españolistas reaccionarios quedaron descolocados. La proclama de Francesc Macià de «la República Catalana com Estat integrant de la Federació ibèrica» acababa de un plumazo con tres de los pilares principales de estos grupos. Suprime la monarquía, inicia un proceso de autonomía que acaba con la España unitaria y se apunta una política de laicización que ataca los privilegios de la Iglesia católica.

Algunos ultras trataron de reaccionar. Parece que el día 14 se concentraron en la sede de los Sindicatos Libres algunos dirigentes y militantes que, al enterarse de la proclamación de la República, se ofrecieron al gobernador civil para actuar. El rápido desmoronamiento del aparato monárquico los dejó sin referentes.

Los de la Peña Ibérica, en esos primeros días de República, se pusieron en contacto con los radicales. Domingo Batet se entrevistó con Jerónimo Pascual Martínez, un ibérico que había sido secretario político del exalcalde radical Manuel Morales Pareja, aunque luego se había pasado a la Unión Patriótica. Se ofrecieron para asaltar la Generalitat si les acompañaban una cincuentena de radicales. El complot no fraguó.

Fueron los últimos coletazos. Los grupos ultras españolistas se invisibilizaron. Desaparecieron de la calle. Dejaron de convocar actos. Muchos de sus centros fueron clausurados por las nuevas autoridades, otros desaparecieron por decisión propia.

El día 15, tras el hallazgo de armas en su local, se clausura la sede de la Confederación Nacional de Sindicatos Libres y es disuelta la organización. En los días siguientes los sindicatos adheridos al Libre irían anunciando su desvinculación de dicha Confederación. Las nuevas autoridades republicanas los consideran una entidad subversiva. Algunos de sus dirigentes, como Ramon Sales, huyen al extranjero, otros son detenidos, algunos asesinados.

El día 17 fueron clausurados los locales del Grupo Alfonso en la calle Aldana y San Andrés. Los inmuebles fueron ocupados por centros republicanos. El mismo día los centros monárquicos alfonsinos contactaron con el gobernador civil para anunciar su disolución. En cambio, la Junta Regional Tradicionalista de Cataluña hizo público un comunicado el 16 de abril llamando a «una actitud expectante y desapasionada, rehusando la participación en cualquier movimiento que se apartara de aquella norma única» y recordando que «hoy por hoy, el supremo interés patriótico exige un respeto a la decisión del pueblo y una perfecta atención al desarrollo de los hechos que señalan una nueva etapa en la historia del país».

Para cuando a finales de mes el Gobierno Civil levantó la clausura a las sedes monárquicas, las que se reunieron, lo hicieron para confirmar su disolución. Así lo hizo, por ejemplo, la UMN de Gracia o el Círculo Católico Tradicionalista de la calle Boria.

El Comité de Acción Española desapareció, los grupúsculos que habían nacido de la eclosión de la Unión Patriótica lo mismo, la UMN, el Grupo Alfonso, la Juventud Monárquica, Acción Nacional, el PNE y el Centro Maurista se disolvieron, al igual que los mellistas. Los carlistas se replegaron a sus casales. La Peña Ibérica pasó a la clandestinidad y aconsejó a los suyos hacerse «socios de alguna entidad, ya sea política, cultural o de recreo, al objeto de extender nuestro radio de acción». Así lo hicieron, encontraremos ibéricos en casi todos los grupos ultras que se creen.

La extrema derecha está en una situación tal de debilidad que no es capaz ni de instrumentalizar la campaña que se había iniciado en defensa del castellano en la escuela, un tema en principio propicio para hacer proselitismo desde el españolismo ultra. Fue la Juventud Socialista de Barcelona la que impulsó la Comisión Escolar Pro Enseñanza en Castellano, que realizó una activa campaña entre octubre de 1931 y febrero de 1932, con actos públicos ruidosos donde eran frecuentes los incidentes con grupos catalanistas.

También fueron los socialistas los que impulsaron la Casa de España en octubre de 1931, para «estrechar vínculos que unan a todas las regiones españolas, en el mutuo apoyo, conocimiento y estimación». Se trataba de una plataforma contra la autonomía catalana que trataba de movilizar a los barceloneses nacidos fuera de Cataluña. Además de socialistas, había radicales y algún ultra. Dieron apoyo a la campaña pro enseñanza en castellano y llegaron a crear una Agrupación Escolar y una Sección Femenina. En enero de 1932 eran cuatrocientos socios. Pronto decayó. Un informe policial de octubre de 1932 afirma que «principalmente se dedicaron a desarrollar una activa campaña contra el Estatuto; una vez aprobado éste, la Casa de España entró en período de descomposición, desapareciendo de sus cargos los dirigentes primitivos». La entidad quedó en manos de españolistas de derechas, pero duró poco, ya que en diciembre de 1932 desapareció.

El último presidente de la Casa de España fue José Osés Larumbe, un maestro nacional destinado en Barcelona desde 1901. José Osés, aragonés de nacimiento, pero criado en el País Vasco, siempre había destacado por su oposición al bilingüismo en la enseñanza, como él escribía, contra la absurda «convivencia del idioma español en las escuelas con los idiomas y dialectos regionales». En los años veinte fue conferenciante habitual en centros republicanos y socialistas y era un laicista militante. Fue representante de los maestros en la Comisión Escolar Pro Enseñanza en Castellano y activo publicista de sus fines. Conoceremos más cosas de él y de su hijo. Al secretario de la última junta, Vicente Sainz-Calderón Arizmendi, lo reencontraremos como jonsista.

Solo alguna protesta aislada demostró que el españolismo ultra seguía existiendo. El primero de octubre un grupo de estudiantes dio gritos a favor de una Cataluña española cuando Macià salía de la Universidad tras inaugurar el curso académico. El grupo acabó siendo perseguido por otros estudiantes y se vieron obligados a refugiarse en dependencias policiales. También hubo manifestaciones estudiantiles a raíz de la ley de órdenes religiosas, convocadas por Federación Catalana de Estudiantes Católicos, que organizaron en noviembre un mitin con José María Gil Robles y José Antonio Aguirre como estrellas invitadas. Poco más se dejaron ver en 1931. Fueron los carlistas los que pronto reaparecerían con su habitual perfil bronco.

El 16 de octubre se celebra en la Catedral de Barcelona, organizado por la Junta Regional Tradicionalista, el funeral en recuerdo del recientemente fallecido Jaime de Borbón, el pretendiente carlista. Hay rumores de que grupos contrarios pretenden perturbar el acto. La jefatura tradicionalista organiza un servicio de orden. Grupos de requetés, distinguidos con boinas azules, se distribuyen por dentro y fuera del templo. Andan muy excitados ante una posible agresión.

Ya durante el acto, los requetés habían obligado a salir del templo, de malas maneras, a quien consideraban que no mostraba el suficiente respeto. Cuando estaba por acabar el funeral, se originó una trifulca en el exterior. Algunos requetés se lían a golpes con unos jóvenes que hacían chanza del acto. En medio de la reyerta, suena un disparo. Cae mortalmente herido al suelo Antoni Borrell Amich, un empleado de seguros de 26 años. Acuden policías que disuelven el grupo y practican una detención, la del requeté Luis Bellés Colom, conocido entre los suyos como El Tit, de 30 años. Han hallado a sus pies una pistola automática con señales de haber sido disparada. La prensa habló de represalias políticas. En realidad, el grupo de jóvenes que se burlaba del acto, aunque eran de ideas catalanistas, no estaba organizado políticamente. El muerto no militaba en ninguna organización. Como decía La Vanguardia «El ambiente, por lo que puede verse, estaba cargado de pasión». Seguramente esto es lo que llevó al fatal desenlace.2

Serían también los carlistas los primeros en regresar a la calle y lo harían con motivo de la fiesta de la Inmaculada.

CELEBRANDO LA INMACULADA Y PASEANDO LA ROJIGUALDA3

Es 8 de diciembre de 1931 y el mundo católico conmemora la Concepción Inmaculada de María. Tradicionalmente era un día no laborable, pero la República, en su política de laicización, lo había eliminado del calendario de festivos. A pesar de ello, hubo balcones que aparecieron adornados, algunas tiendas y talleres cerraron y se celebraron actos religiosos en la Catedral y la parroquia de la Concepción. Los sectores católicos, enardecidos por las protestas contra las nuevas leyes laicas, lo plantearon como un reto.

Los carlistas convocaron una «fiesta magna españolista» en la iglesia de San Agustín a las 12:30 h. Se trataba de una misa que venía a sustituir la que antes de la República celebraban los militares de Infantería, cuerpo del que esta virgen era patrona. A la celebración eucarística asisten algunos militares retirados, aristócratas alfonsinos y, sobre todo, tradicionalistas. Las banderas del Requeté, la Juventud Tradicionalista y la AET son sostenidas por militantes carlistas en el altar mayor. En el atrio de la iglesia aparece una bandera rojigualda. Tras el oficio religioso, numerosos jóvenes se congregan en la plaza cubiertos con sus boinas rojas. Y es que la Purísima era además la patrona de la Juventud Tradicionalista.

Cuando más gente estaba congregada en la plaza se levantan dos pancartas. En una se lee «Contra l’ateisme de l’Estat», en la otra «Els escolars tradicionalistes amb la Inmaculada [sic]», rematada con una flor de lis a cada lado. Se decide marchar en manifestación desde San Agustín hacia las Ramblas y subir hasta Puertaferrisa, donde se ubicaba el Círculo Tradicionalista de Barcelona. Además de las pancartas, los jóvenes carlistas ondean la bandera monárquica que han lucido en el templo. A los lados del cortejo, algunos requetés armados vigilan. Son dirigentes de las juventudes y la AET, entre ellos Lauro Clariana, al que conoceremos más adelante como jonsista, o Carlos Trías Bertrán, que veremos como falangista. La AET se había reorganizado hacía un mes. En febrero de 1932 se constituirán como entidad independiente del Círculo Tradicionalista. En ese mes son treinta socios, en marzo de 1932 han doblado; según la policía son ya sesenta.

Los incidentes con transeúntes republicanos no se hacen esperar. Imprecaciones, amenazas, alguna bofetada. Del lado carlista gritos de Mori la República, Viva Cristo Rey, Visca el Papa; del lado republicano Visca la República. A la altura de la calle del Carmen se ha formado una contramanifestación republicana. El choque es inevitable. Más golpes. Aparecen guardias de Seguridad que, sable en mano, cargan violentamente y disuelven el tumulto. A pesar de todo, el cortejo carlista consigue llegar a su local de Puertaferrisa. Pronto se congrega delante del local una multitud que los increpa. Mientras, desde el balcón de la sede tradicionalista, algunos jóvenes tararean la Marcha Real y enarbolan de nuevo la bandera rojigualda. Los guardias de Seguridad han de intervenir para evitar que se asalte el centro. Siguen llegando republicanos a protestar. Aparece entonces una sección de guardias de Asalto que penetra en el Círculo. Se realiza un registro y se cachea a los carlistas. No se encuentran armas, pero se confisca la bandera monárquica. Además, se carga en Puertaferrisa para disolver a los republicanos. Hacia las tres se consigue calmar la calle. Es entonces cuando salen detenidos del local carlista el jefe regional, el abogado, exsenador y exteniente de alcalde Miquel Junyent Rovira, y el presidente del Círculo Tradicionalista, Pere Roma Campí, acusados de organizar una manifestación monárquica. El Círculo Tradicionalista queda clausurado por orden gubernativa.

La manifestación, además de una demostración de fuerza del carlismo, era una protesta contra la Constitución republicana, que sería aprobada por las Cortes al día siguiente. Sobre todo, contra el laicismo que recogía el texto; de ahí la exaltación religiosa de la manifestación. La defensa del catolicismo es, en esos momentos, el banderín de enganche del carlismo y de la derecha en general. Ello unido, en Barcelona, al españolismo.

Esta protesta animó algo al decaído españolismo barcelonés. De hecho, «los núcleos patriotas dispersos de Barcelona» hicieron piña con los carlistas después de esta manifestación. El carlismo se convirtió en un centro de atracción para los contrarrevolucionarios barceloneses. Los carlistas vieron acudir a sus filas a nuevos militantes.

NUEVOS CARLISTAS Y VIEJOS MODOS4

El 19 de junio de 1932 se inaugura la nueva sede central del carlismo barcelonés. La apertura estaba prevista para el 28 de mayo, pero la orden general de suspensión de toda clase de actos políticos decretada por el Gobierno Civil en esas fechas lo había impedido. El carlismo está creciendo en militancia y necesita una nueva sede. Ha abandonado el histórico y vetusto local de la calle Puertaferrisa, para abrir otro, más grande y suntuoso, en el paseo de Gracia, en su número 17, la misma elegante avenida donde han abierto local los alfonsinos y donde también tiene su sede la Lliga Regionalista.

El acto se inicia a las nueve de la mañana con una misa en la iglesia de las Madres Escolapias. A las once, los congregados se trasladan al local, donde se procede a su bendición. La inauguración continúa por la tarde. A las seis se ofrece un lunch. Llegan los discursos. Se han instalado altavoces en el jardín. Entre otros dirigentes tomaron la palabra el conde de Valdellano y Miquel Junyent, jefe provincial, quien dijo «que la sal sagrada que se había puesto en la puerta de entrada era para preservar de que pudiera penetrar en el local el liberalismo, ya que la casa era la de la tradición». También se felicitó «del aumento de afiliados que han experimentado en estos últimos tiempos los tradicionalistas». Todo es optimismo, todavía tienen reciente la exitosa Gran Semana Tradicionalista, celebrada entre el 2 y el 8 de mayo, durante la cual se han organizado multitud de actos propagandísticos en un centenar de pueblos de Cataluña.

Los jóvenes carlistas, enardecidos por los discursos, dan vivas al rey. Algunos transeúntes los oyen y se indignan. Se forman corrillos. Protestan contra los cavernícolas, que es como la izquierda denomina a los carlistas y reaccionarios en general. Desde el jardín y los balcones del Círculo, jóvenes carlistas responden subiendo el tono y entonando canciones monárquicas. Lanzan gritos contra los jabalís, como la derecha denomina a los republicanos más extremistas. De repente llega un grupo de manifestantes enarbolando banderas tricolores y dando vivas a la República. Pronto se pasa de las palabras a los hechos. Resuenan algunos disparos. Se produce una desbandada. No hay heridos, parece que los tiros se han hecho con pistolas de fogueo. Aparecen guardias de Asalto que tranquilizan la situación.

El Gobierno Civil decreta la inmediata clausura de la recién estrenada sede. A las 23 h se presenta la policía, procede al cierre y se llevan detenido al conserje. Además, van a buscar a su casa a Mauricio de Sivatte de Bobadilla, secretario del Círculo. Enterados los directivos carlistas, que estaban agasajando a los invitados foráneos en el restaurante Font del Lleó, se desplazan a la comisaría para pedir explicaciones. Son todos detenidos. Entre ellos está el conde de Valdellano, presidente de la entidad. Al día siguiente el gobernador informa «que los detenidos lo estaban por haberse negado a facilitar, alegando ignorar dónde se hallaba, el libro-registro de socios, lo cual significa resistencia a cumplir un requisito legal».5 Son liberados al poco tiempo. El nuevo centro carlista hacía su presentación al viejo estilo, con bronca, tiros y detenciones.

Hemos visto como el carlismo recibió la proclamación de la República con un manifiesto firmado por Jaime de Borbón en el que se pedía calma a sus seguidores y respeto al nuevo régimen. Ello a pesar del cierre de círculos y locales carlistas que se produjo con el advenimiento de la República, pero pronto el tono pacificador dejó paso a la belicosidad habitual de los tradicionalistas. Visto que la República se afianzaba como forma de gobierno, un mes después el pretendiente llamaba a organizarse en la lucha antirrepublicana. Ello no los aleja de la vida política y, en las elecciones constituyentes de junio de 1931, bajo la premisa de agrupar a todos los católicos, participan en Barcelona en una candidatura conjunta con la Lliga Regionalista.

El pacto de los tradicionalistas con la Lliga no fue bien recibido por su sector más españolista. Tampoco el apoyo a regañadientes de los carlistas al Estatut. Pero a pesar de ello el carlismo crecía. Tras la muerte de Jaime de Borbón en octubre de 1931, sustituido por su tío Alfonso Carlos, con un perfil más reaccionario, integristas y mellistas retornaron a las filas tradicionalistas. Esto dio un sesgo más ultra a la organización, que fue alejándose de la República por sus medidas laicistas y reformistas, que ellos consideraban anticlericales y revolucionarias. También llegaron «nuevos carlistas», gente bien que busca refugio en el tradicionalismo, aristócratas catalanes que recuperan su pasado carlista. Se abrieron nuevos círculos en la ciudad, llegando a tener trece repartidos por los distritos, y, como hemos visto, cambiaron la sede central.

Este crecimiento fue visto con cierta preocupación por los sectores más puristas y ortodoxos, que temían que se desdibujase el perfil del tradicionalismo. Uno de los denunciantes de este peligro y defensora de las esencias del carlismo era una nueva publicación que había visto la luz en julio de 1931, el semanario Reacción.

***

Ese 25 de julio de 1931 miembros del Requeté vocean por las Ramblas una nueva publicación: ¡Ha salido Reacción, semanario de lucha política! Los jóvenes miran a un lado y a otro; temen una agresión. De hecho, sobre la pila de ejemplares han colocado una boina roja para que se conozca la orientación del semanario, y debajo un cargador del nueve largo, para evitar que la pila se vuele y como elemento disuasorio. Si el título de la publicación ya era una declaración de principios, todavía lo era más su lema: «ningún enemigo a la derecha». En el editorial de su primer número dejaban claro el porqué de su nombre:

Reacción. Acción, afirmativa, vigorosa, fecunda, que resiste a la acción negativa estéril y destructora. A la acción demagógica, disolvente y corrosiva de todo aquello que construyó en largos siglos la vigorosa Tradición de nuestro pueblo, opondremos nuestra reacción.

A la acción del liberalismo exótico y postizo que intenta desvirtuar las verdaderas características de nuestra raza resistiremos con nuestra reacción.

A la acción demoledora del ateísmo que pretende aniquilar con saña feroz el cristiano contenido de nuestra conciencia, la combatiremos con nuestra reacción.

A la acción pertinaz y agotadora que conduce a borrar de nuestros hijos todo sano concepto de Patria y Familia, enfrentaremos nuestra reacción.6

La publicación nacía impulsada por los dirigentes tradicionalistas Juan Soler Janer, Miquel Junyent y Mauricio de Sivatte, pero el auténtico responsable de la revista era un hombre miope, que gastaba gafas de culo de vaso, que cojeaba y que llevaba una sempiterna pipa en su boca: el periodista Estanislao Rico Ariza, al que conocemos de su breve paso por el Partido Laborista Nacional y el más largo por los Sindicatos Libres. Ahora ha regresado a las filas del carlismo, donde nunca será muy apreciado por los capitostes tradicionalistas, que lo consideran un resentido social, pero al que reconocen su valía y dinamismo a la hora de poner en marcha una publicación. Además, era redactor de El Correo Catalán. En mayo de 1931 había sido detenido y destituido como funcionario municipal por «haber actuado de instrumento de opresión al servicio de la dictadura». Rico buscará a un viejo colaborador suyo de La Protesta para situarlo como director de la publicación, alguien que también conocemos: José María Poblador.

Tras la proclamación de la República los periódicos en los que colaboraba Poblador habían desaparecido. Además, tras la desarticulación virtual de la Peña Ibérica, parece que Poblador se desvinculó de ella. Volvió a vincularse al carlismo, en el que se había formado en sus orígenes. No parece que lo hiciera orgánicamente, más bien buscó una nueva ubicación profesional, aunque el dinero familiar le permitía vivir desahogadamente, y un espacio de influencia política. Hacía tiempo que al Poblador del Dios, Patria y Rey solo le quedaba la Patria.

El semanario, recogiendo el tono polémico, beligerante y virulento que habían tenido otras publicaciones en las que había trabajado Poblador, ataca con saña a la nueva República, el Estatut, el separatismo, el liberalismo, la Lliga, la masonería..., todos los demonios del carlismo más cerril, mientras hace una fanática defensa de los principios tradicionalistas, del Ejército, la Guardia Civil. Se podían leer proclamas tan encendidas como esta:

Los demás a la derecha y a la siniestra se han definido. ¡Enemigos! Desde el católico liberal al comunista son nuestros enemigos. Tengámoslo bien en cuenta por sensible que sea, hemos de considerar enemigos peores a los de la derecha que a los de la izquierda, éstos son enemigos declarados, los otros, hipócritas y pretenden herirnos resguardándose detrás de la Cruz. Ya ha pasado el tiempo de la defensiva. No perdamos el tiempo. A la ofensiva. Organicémonos para la defensiva. Ni treguas ni prudencias suicidas. ¡Al ataque, por Dios, por la Patria y por el Régimen Tradicional!7

Su papel era el de la provocación y el sensacionalismo. Con ello se contentaba a un sector del tradicionalismo, el más españolista, integrista y ultra, y a los jóvenes, que encontraban tibio El Correo Catalán, portavoz oficial. Lo único moderno que se podía encontrar en la publicación era su diseño y compaginación.

La venta callejera del semanario dio lugar a altercados, de ahí la protección por requetés, que no rehuían la pelea. Como veremos, esto será algo usual durante la República. De la venta de la prensa ultra se cuidaban los propios grupos, organizando un servicio de protección de los vendedores, ya que los quiosqueros, por convicción política o por miedo a represalias, se negaban a vender prensa ultraderechista.

Su vocación provocadora supuso diversos procesos a su director, José María Poblador. Sus incendiarios artículos lo pusieron en el punto de mira de las autoridades republicanas. Durante 1932, Poblador tuvo que hacer frente a tres juicios. El fiscal denunció algunos de sus artículos por injuriosos y calumniadores para con las autoridades, e incluso llegó a pasar encarcelado unos días.

En 1932 se dieron otros intentos de prensa ultra. En enero de 1932 apareció el semanario España Católica. Su título indica por dónde iban los tiros, religión y patria. Era plural dentro de lo reaccionario, con colaboradores que se conocían de la época upetista, ya que casi todos habían pasado por el partido único. Hay carlistas como René Llanas de Niubó, publicistas como Juan Porta Sarret, un profesor de los dominicos que colaboraba con entidades católicas como Acció Social Popular o la Academia de Jesús Obrero, está Julio Muntaner Roca, un teniente de complemento de infantería que pronto encontraremos en las filas albiñanistas, el ibérico Juan Sabadell o el maurista Manuel Casals Torres. Defendía una unión de las derechas monárquicas en torno a la defensa de la religión frente a los ataques laicistas de la República. Duró dos meses.

En julio apareció Hispanidad, «semanario defensor de la unidad de la patria». Su objetivo es atacar el Estatut que se debatía en las Cortes. Ahora se trataba de articular a las derechas barcelonesas en torno al españolismo, a la defensa de la unidad nacional frente al separatismo, contra la prensa «vendida al dinero catalanista y judío». Lo dirige Pablo Sáenz de Barés y colabora el sempiterno René Llanas de Niubó, además de albiñanistas y alfonsinos. Dura tres números. Son experiencias breves pero que van allanando el camino a la idea de un pacto entre carlistas y alfonsinos.

Para las elecciones al Parlament de 1932 los carlistas pidieron la creación de un frente antiesquerra. La Lliga se negó. Su programa clásico: defensa de la Iglesia católica, de la familia, el orden y la propiedad, unido a los resquemores de los sectores españolistas, los acercó a los alfonsinos. Los monárquicos de la otra rama borbónica hacía unos meses que habían empezado a reorganizarse.

GENTE BIEN Y LOS QUE ASPIRAN A SERLO: LA PEÑA BLANCA8

Son las once de la mañana del 26 de mayo de 1932. Ante el número 86 del paseo de Gracia no paran de llegar taxis y coches particulares. Bajan de los vehículos atildados jóvenes, señoritas con sus mejores vestidos, elegantes padres de familia. Acuden a la inauguración del local social que la Peña Blanca abre en la parte noble de la ciudad. La misma señorial vía a la que hacía poco habían mudado su sede central los carlistas barceloneses. La misma donde está instalada la Lliga.

Las personas que acceden al piso tercero del inmueble son monárquicos, pero en este caso de la rama alfonsina. En el acto se da cita «lo más selecto de la sociedad barcelonesa», los apellidos que frecuentan los ecos de sociedad de la prensa: los Girona, Vidal-Quadras, Vilavecchia, Camín, Larramendi, Olano, Ros. Son recibidos por los miembros de la junta directiva de la Peña y por las damas que han formado su Sección Femenina. Algunos de los asistentes lucen corbatas verdes. El color verde se utilizaba por los alfonsinos como acróstico de Viva El Rey De España.

Son los mismos que habían impulsado en junio de 1931 la creación de una entidad que agrupase a los jóvenes alfonsinos, a los antiguos miembros de la Juventud Monárquica, el Grupo Alfonso y la UMN. Para legalizar la entidad no se habían presentado como una organización monárquica, sino como una entidad con «finalidad cultural y recreativa», como una peña, lo que en realidad también eran, pues no eran muchos, todos se conocían entre sí y frecuentaban los mismos espacios de sociabilidad. La fundación oficial de la Peña Blanca se produjo en octubre y hasta entonces se habían reunido en el Restaurante Mirza, en el número 32 del mismo paseo de Gracia. Lo de Blanca respondía a su ideología contrarrevolucionaria, como la de los rusos blancos. A decir de Enrique García-Ramal, uno de sus fundadores, se veían «como un futuro ejército de los zares, fuerte como una roca y blanca como sus uniformes» (Thomàs, 1992: 30). En esos momentos solo eran dieciséis socios. Ahora llegan a los dos centenares.

Entre los socios fundacionales encontramos a su primer presidente, Antonio de Otto Torras, a Ramón Ciscar Rius y su amigo el estudiante de ingeniería Enrique García-Ramal o a Manuel Valdés Larrañaga, un joven bilbaíno que estudia arquitectura en Barcelona y que poco después presidirá la Peña. En 1934 se trasladará a Madrid, donde pasará a militar en la Falange de su amigo José Antonio, siendo uno de los fundadores del Sindicato Español Universitario (SEU).

Los asistentes han podido pasear por las diferentes estancias del local: el salón-biblioteca «decorado con el mayor gusto», un salón de actos «amplio y severo», un salón de tertulia y otro de reunión para damas y señoritas, amén de la secretaría y las oficinas. La Peña Blanca ocupa un espléndido local que en el pasado había servido de estudio al pintor Ramon Casas.

El acto tendría que haber sido más sonado. En un principio se anunció la presencia del diputado Antonio Goicoechea, en esos momentos en Acción Nacional. Finalmente, problemas de agenda del político impidieron su presencia, aunque no tardaría en visitar la Ciudad Condal. El 3 de junio pronunciaría un mitin, invitado por la Peña Blanca.

Sin Goicoechea, el estrado presidencial lo ocupan Miguel de Gomis, presidente honorario de la entidad, María Flaquer, de la Sección Femenina, José Bertrán Güell, encargado de los cursos que organiza la entidad, y el conde de Valdellano, en representación del vecino Círculo Tradicionalista. En los parlamentos no entran mucho en política, saben que les pueden cerrar el local. Según recogía La Vanguardia, su objetivo era «la preparación de una juventud católica que pueda servir de base a una campaña cultural intensa que lleve a la conciencia ciudadana hacia derroteros de sana moralidad, haciéndola apta para que pueda cumplir los fines a que aspiran los partidos de derechas, defensores de la moral católica y de los principios cristianos que nos legara la religión de nuestros mayores».

Uno de los primeros actos organizados por la entidad monárquica contará con un viejo conocido, René Llanas de Niubó. Con la proclamación de la República, Llanas se ha aproximado al carlismo. Estudia medicina y milita en la AET. Sin dejar su militancia tradicionalista, ahora se acerca a los alfonsinos. Desde junio es presidente de la Sección de Estudios Histórico-Religiosos de la Peña Blanca. Ese mismo mes diserta en el local alfonsino sobre «Valores históricos del problema catalán». Se ha convertido en un propagandista de la causa españolista. Desde que se proclamó la República pronuncia conferencias allá donde le llaman, la Casa de los Castellanos, el Centro Social Católico de Terrassa, el Centro de Defensa Social –donde comparte escenario con Poblador– o Acción Católica. Además de su particular visión de la historia de España y Cataluña, en estas charlas se explaya sobre algunos de los demonios de la extrema derecha: judaísmo, masonería, comunismo o escuela laica.

A las elecciones catalanas del 20 de noviembre de 1932 los alfonsinos se presentaron con los carlistas en la candidatura Derecha de Cataluña o Dreta de Catalunya, pues también utilizan su denominación en catalán. Los dos grupos monárquicos han realizado un acercamiento. Sus programas reaccionarios se parecen. Los resultados fueron desastrosos. En Barcelona no llegaron al 4 % de los votos. Si nunca habían tenido mucho aprecio por un sistema basado en elecciones, ahora menos. Desde sectores carlistas, como Reacción, se habla de la violencia como respuesta para salvar al pueblo. Las divisiones internas entre los tradicionalistas se enconan. Los alfonsinos optan por seguir conspirando contra la República. A pesar del fracaso, la colaboración entre carlistas y alfonsinos continuó a nivel estatal, pero no en Barcelona, donde, como veremos, en las elecciones de 1933 no repetirán alianza.

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