Kitabı oku: «Los papiros de la madre Teresa de Jesús», sayfa 5

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¿Un paje?

En otra carta habla del paje que para estos niños había propuesto el padre Báñez, aunque la Santa dice: «para lo que han menester los niños, un paje les viene ancho» (Cta 98, 5), y ya quiere que ese paje estudie con sus sobrinos en el colegio de la Compañía; y así ese niño tendrá de quien aprender virtud. Todavía la vemos dando este consejo a Lorenzo: «No hay ahora para que se paseen esos niños sino a pie; déjelos estudiar» (Cta 113, 3).

En Tordillos (Salamanca)

Contando la fundación de Alba de Tormes tiene la Madre unas observaciones muy atinadas sobre el tema de la educación. Se lamenta de que por mantener puntos de honra los padres de Teresa de Láiz vivieran en Tordillos a dos leguas de Alba, y dice: «Es harta lástima que, por estar las cosas del mundo puestas en tanta vanidad, quieren más pasar la soledad, que hay en estos lugares pequeños, de doctrina y otras muchas cosas, que son medios para dar luz a las almas, que caer en un punto de los puntos que, esto que ellos llaman honra, trae consigo» (F 20, 2).

Cerrando

Teresa de Jesús, sabiendo por experiencia propia lo que vale la instrucción y formación de la persona desde la infancia, se prodiga en cuidados y consejos para que sus sobrinos estudien en buenos centros, en el Colegio de la Compañía. Este deseo de que se promueva esa atención a todos los niños era un deseo general en ella. Y no es pequeña muestra de esta su voluntad lo que organizó en Malagón: «Dejamos concertado se traiga una mujer muy teatina, y que la casa la dé de comer (como hemos de hacer limosna, que sea esta), y que muestre a labrar de balde muchachas, y con este achaque que las muestra la doctrina y a servir al Señor, que es cosa de gran provecho» (Cta 8, 6).

Capítulo 8. Doncellitas en los conventos teresianos

En algunos de los conventos fundados por santa Teresa entraron algunas niñas de pocos años: ocho o nueve años. En las Constituciones primitivas de sus monjas no se dice ni una palabra sobre este hecho. En las Constituciones del capítulo de Alcalá de 1581 se manda que no se dé el hábito a ninguna aspirante antes de los 17 años.

Por el epistolario de la Santa vemos que tenía que pedir permiso a los superiores para poder recibir a estas niñas. Escribe al padre Gracián, como visitador provincial: «Antonio Gaytán ha estado aquí: Viene a pedir se le reciba en Alba su niña, que debe de ser como la mi Isabelita de edad. Escríbenme las monjas que es en extremo bonita. Su padre le dará alimentos y después todo lo que tiene fuera del vínculo. Que dicen serán seis o setecientos ducados y aun más; y lo que hace por aquella casa y ha trabajado por la Orden no tiene precio» (Cta 205, 1).

El interés que tiene por alcanzar el permiso le hace decir: «Suplico a vuestra paternidad no me deje de enviar la licencia por caridad, y presto; que yo le digo que nos edifican estos ángeles y dan recreación. Como hubiese una en cada casa y no más, ningún inconveniente veo sino provecho». Así pensaba la Madre, pero en 1583, ya muerta ella, el Capítulo de los descalzos prohibió que se recibiesen niñas en sus conventos.

¿Cuántas fueron?

Las que la Santa había recibido en sus conventos fueron cuatro: Teresita, hija de su hermano Lorenzo de Cepeda, Isabel Gracián, hermana de Jerónimo Gracián, Casilda de Padilla y Mariana Gaytán.

Isabel Gracián

En la visita ya descrita que hizo doña Juana Dantisco a la Madre en Toledo, habla de Isabel Gracián, y dice «que está que no hay más que ver de bonita y gorda. La señora doña Juana no acaba de espantarse de verla [...]. Es toda la recreación que acá tengo» (Cta 124, 4). Y no hace más que elogiarla: «¡Oh, qué hermosita se va haciendo! ¡Cómo engorda y qué bonita es! Dios la haga santa» (Cta 124, 16).

A esta Isabel de Jesús (Dantisco) le cuelga como un collar de elogios, de alabanzas diciendo: «está muy bonita»; «la mi Isabel está buena y bien agradable», y «es toda nuestra recreación»; «la nuestra Isabel está hecha un ángel. Es para alabar a Dios la condición de esta criatura y el contento»; «mi Isabel está cada día mejor»; «mi Isabelita está muy buena»; «mi Isabel de Jesús me escribe ya, y todas no acaban de estar contentas con ella, y con razón»; «hallé a mi Isabel muy gordita, con unos colores que es para alabar a Dios»; «de la mi Isabel de Jesús me escriben cosas que es para alabar a Dios».

Ya se ve el afecto de la Madre para esta criatura, a la que llama unas veces «la mí» y otras «la nuestra» Isabel. Era su recreación, su juguete, si se nos permite.

En 1577 escribe todavía la Madre acerca de Isabel Dantisco, su «mi Bela»:

Es extraña la habilidad de esta criatura, que con unos pastorcillos malaventurados y unas monjillas y una imagen de nuestra Señora que tiene, no viene fiesta que no hace una invención de ello en su ermita o en la recreación, con alguna copla, a que ella da buen tono, y la hace, que nos tiene espantadas (Cta 175, 6).

En diciembre de 1576 escribe la fundadora a Gracián y le habla de su hermanilla:

Mi Isabel está cada día mejor. En entrando yo en la recreación, como no es muchas veces, deja su labor y comienza a cantar: “La Madre fundadora / viene a la recreación / bailemos y cantemos / y hagamos el son”. Esto es un momento: Y cuando no es hora de recreación, en su ermita tan embebida en su Niño Jesús y sus pastores y su labor, que es para alabar al Señor, y en lo que dice que piensa (Cta 169, 1).

Mariana Gaytán

Fue admitida en Alba de Tormes en 1577. Se cuenta que cuando entró de niña en Alba era tan pequeña que la metieron por el torno. «Cuando se ponía triste o hacía alguna travesura, la Santa la solía amenazar diciéndole cariñosamente que la iban a despachar las monjas. Y como ya iba creciendo bastante, ella replicaba con sus más o menos de gracia y de burla: “Sea muy enhorabuena, si me sacan por donde me metieron”».

Allí estaba cuando llegó la Santa en su último viaje a Alba; Mariana, la víspera de la muerte de la Santa, andaba «revolviendo entre sí, que si la Santa se moría, no le darían la profesión. La enferma, penetrando en su interior y acariciándole el rostro con la mano, le dijo: “No tenga pena, hija, que aquí ha de profesar”». Y de hecho profesó el 13 de diciembre de 1585. Murió en Tarazona, donde había ido a fundar. En 1612 fue nombrada priora de esa casa, muriendo allí el 13 de diciembre de 1615. Declara en el proceso de canonización de santa Teresa el 1 de abril de 1592.

Casilda de Padilla

De ella habla santa Teresa en el libro de Las Fundaciones, capítulos X y XI. Ingresó en Valladolid en 1573, todavía niña. Profesó en 1577. Por injerencias de su madre salió en 1581, retirándose, finalmente, a las concepcionistas de Madrid. Declaró en el proceso de la Santa de 1610. En su respuesta a la pregunta 51 declara que tuvo tan estrecho trato con la Santa, «que siendo de pequeña edad la abrigaba la Santa y dejaba adormecer en su regazo» (BMC 20, 416).

Teresa de Cepeda: Teresita

Hemos hablado de Isabel Dantisco, Mariana Gaytán y Casilda de Padilla, que tenían encantada a la Madre Teresa con la inocencia de su vida y la gracia cuasi infantil con que alegraban los conventos de Toledo, Alba de Tormes y Valladolid. No fueron las únicas, aunque a la Santa le hubiera gustado que hubiera una en cada convento. Nos queda por ver a una sobrina carnal de santa Teresa.

Se encuentra santa Teresa en Sevilla y el 12 de agosto de 1575 le llega la noticia del arribo de su hermano Lorenzo a Sanlúcar de Barrameda. Viene de Ecuador con tres hijos: Francisco, Lorenzo y Teresita. Enseguida les escribe y envía algunas cosillas. A los pocos días llegaron a Sevilla. Dando noticias a María Bautista, su sobrina, de la llegada de los suyos de las Américas, dos semanas después, ya se refiere nominalmente a Teresita, que tiene ocho o nueve años «harto bonita y hermosa» (Cta 88, 2).

Y ya comienza a pensar en meterla en el convento de Sevilla, y cuando escribe al padre Gracián el 27 de septiembre ya se encuentra la chiquilla en el convento. Antes ha consultado la Madre al doctor Enríquez, jesuita, y a un dominico llamado fray Baltasar. El jesuita le comunica que entre otras cosas que le enviaron del Concilio bien declaradas por una junta de cardenales estaba la siguiente: «Que no se puede dar hábito de menos de doce años, mas criarse en el monasterio sí» (Cta 89, 3). De igual parecer era el dominico consultado.

Aunque no se le pueda dar el hábito oficialmente ya como novicia, se lo dieron informalmente:

Ya ella está acá con su hábito, que parece duende de la casa, y su padre que no cabe de placer, y todas gustan mucho de ella; y tiene una condicioncita como un ángel, y sabe entretener bien en las recreaciones contando de los indios y de la mar mejor que yo lo contara. Holgádome he que no les dará pesadumbre. Ya deseo que vuestra paternidad la vea (Cta 89, 3).

Ha sido Gracián, en calidad de visitador de la Orden, quien ha dado el permiso para que la recibieran a sus nueve años. Y sigue diciendo: «Creo que se ha de servir (al Señor) de que esta alma no se críe en las cosas del mundo. Ya veo la caridad que vuestra paternidad me ha hecho, que, dejado de ser grande, el ser de manera que no quede con escrúpulo ha sido muy mayor» (ib).

En el viaje que emprende la Madre desde Sevilla a Malagón y Toledo lleva consigo a la sobrina ecuatoriana de la que dice: «Teresa ha venido dando recreación por el camino y sin ninguna pesadumbre» (Cta 108, 8). Y escribiendo a María de San José a Sevilla vuelve a hablar de la muchacha: «Teresa ha venido, especial el primer día, bien tristecilla; decía que de dejar a las hermanas» (Cta 109, 3). Ahora «no la escribe porque está ocupada; dice ella que es priora, y se le encomienda mucho». Ya podemos pulsar el cariño de la Madre, que se fija en todo lo que dice, lo que hace y lo que siente la sobrina.

Y Jerónimo Gracián en sus Escolias a la vida de santa Teresa, del P. Ribera, ofrece esta deliciosa estampa de Teresita:

Esta niña entretenía a la Madre y le daba recreación, porque le contaba de la mar del Sur y de las tormentas que habían pasado y hablaba la lengua india, con que la Madre estaba la boca abierta gustando mucho de oírla. Parécese mucho en el rostro a la Madre y mucho más en las obras, porque siendo de esta edad comenzó a dar muestras de tanta perfección y desasimiento de todas las cosas criadas, que habiéndola un día dado su padre unas sortijas de vidrio o azabache, diciendo yo que ¡buena cosa es tener curiosidades una monja descalza!, dióle un gran llanto, y tomó las sortijas e hízolas pedazos entre una piedra.

En otra carta dirá la Santa a María de San José que se queda por ahora en Toledo, «que antier se fue mi hermano e hícele llevar a Teresa, porque no sé si me mandarán que vaya con algún rodeo y no quiero ir cargada de muchacha» (Cta 114, 1).

En carta de septiembre a Sevilla vuelve a decir: «A Teresa le va muy bien. Es para alabar a Dios la perfección que llevó por el camino, que ha espantado. No quiso dormir noche fuera del monasterio. Yo le digo que si lo trabajaron con ella, que las honra bien. Nunca acabo de agradecerlas la buena crianza que la hicieron, ni su padre tampoco. Rompí una carta que me escribió que me ha hecho reír [...]. Escríbenme que todavía tiene de Sevilla soledad y las loa mucho» (Cta 122, 11).

En su correspondencia la Santa sigue dando noticias menudas de la sobrina y opiniones sobre su modo de ser, como se puede ver por estas simples frases: «Pues Teresica, ¡las cosas que dice y hace!»; y otra vez: «¡Oh, pues Teresa, lo que ha hecho y dicho!»; disfruta con las cartitas que le escribe: «La carta de Teresica me ha caído mucho en gracia».

La Santa, cuando partió para la fundación de Burgos, llevó consigo a Teresica, «que me dijeron que la querían poner en libertad sus parientes y no la osé dejar» (Cta 432, 4).

¿Quién es la princesa?

Volviendo ahora al caso de Isabel Dantisco, ya referido, sucedía que, como era natural, las monjas de los conventos que conocían un poco a las dos muchachas se inclinaban por una o por otra. Y la Santa que también andaba en la discusión, aunque trataba de disimular, como parte interesada, por aquello del parentesco con Teresita, pinta la cosa con una gracia extraordinaria. Contestando a una carta de María de San José le dice: «Donosa está en no querer que sea otra como Teresa». Y tratando de derribar esa pretensión, replica:

Pues, sepa, cierto, que si esta mi Bela tuviera la gracia natural que la otra y lo sobrenatural (que verdaderamente veíamos obraba Dios algunas cosas en ella), que el entendimiento y habilidad y blandura, de que se puede hacer de ella lo que quisieren, que lo tiene mejor. [...] Solo tengo un trabajo: que no sé cómo le poner la boca, porque la tiene frigidísima y se ríe muy fríamente, y siempre se anda riendo. Una vez la hago que la abra, otra que la cierre, otra que no se ría. Ella dice que no tiene la culpa, sino la boca, y dice verdad. Quien ha visto la gracia de Teresa en cuerpo y en todo, echarlo ha más de ver, que así lo hacen acá, aunque yo no lo confieso, y a ella se lo digo en secreto. No lo diga nadie, que gustaría si viese la vida que traigo en ponerle la boca. Creo, como sea mayor, no será tan fría; al menos no lo es en los dichos (Cta 175, 6).

Y después de esta presentación tan deliciosa y aguda, dice a la destinataria de Sevilla: «Hela aquí pintadas sus muchachas, para que no piense que le miento en que hace ventaja a la otra. Por que se ría se lo he dicho».

Teresita fue novicia en San José de Ávila, donde profesó, ya muerta la Santa, en noviembre de 1582. Murió en Ávila el 10 de septiembre de 1610, a la edad de 43 años. Declaró en el proceso informativo de Ávila de santa Teresa en 1596 (BMC 18, 189-198). Son preciosas sus declaraciones, de las que recordamos algunas acerca de su santa tía:

Tenía una afabilidad extraña; en toda ella mostraba un ser más que humano y una sencillez y nobleza, que decía algo con aquella primera inocencia.

En la fe la hizo Dios tanta merced, que no solo la tuvo grande, sino que jamás tuvo tentaciones contra ella. Tenía la tan arraigada en su alma, que la parecía que contra todos los herejes se pudiera a hacerles entender iban errados. Decía que las cosas de la fe, mientras menos las entendía, más las creía y mayor devoción le hacían. Y aunque siempre estaba con letrados, nunca preguntaba, ni aún lo deseaba saber, cómo hizo Dios esto, o cómo pudo ser; porque para ella no había menester más de: hízolo Dios todo, y con esto no tenía que espantarse sino que le alabar.

Procuraba todo lo que podía encubrir sus ejercicios, sin dar muestras exteriores de santidad ni composturas fingidas; antes tenía un exterior tan desenfadado y cortesano, que nadie por eso la juzgaba por santa; pero tenía en toda ella un no sé qué tan de sustancia, que hacía fuerza que creyesen y viesen los que la trataban, que lo era mucho sin diligencia suya. Nunca estaba ociosa, ni le faltaba en qué ejercitarse aun hasta las doce y la una de la noche.

Era lenguaje suyo muy ordinario: «o morir o padecer».

Capítulo 9. La andariega de Dios y sus viajes

Fémina inquieta y...

Un nuncio de malas pulgas, llamado Felipe Sega, calificó a santa Teresa de «fémina inquieta y andariega». Inquieta, sí, decimos nosotros, por hacer el bien y ayudar a los demás. Andariega sobre todo cuando, después de la fundación de su primer convento de San José en Ávila, se lanzó por la geografía española a levantar nuevos monasterios. Comenzó por Medina del Campo para acabar en Burgos, después de haber andado por Castilla-La Mancha, Andalucía, y varias ciudades castellanas: Valladolid, Salamanca, Palencia, Soria, Segovia, y por villas como Alba de Tormes, donde terminaron sus caminos y donde reposan sus restos.

Kilometraje

Con un cálculo bastante preciso creemos que la Santa desde 1567 a 1582 llegó a recorrer algo más de 7.000 km. Los kilómetros de entonces tenían los mismos metros que los de ahora, pero el recorrido era mucho más largo y penoso por la conformación de los caminos y los medios de trasporte.

¿Qué dice ella?

Ella misma como protagonista cuenta no pocas de las aventuras que le sucedieron durante aquellas travesías. Y lo cuenta casi siempre con su acostumbrada chispa y gracejo. «No pongo –dice– en estas fundaciones los grandes trabajos de los caminos, con fríos, con soles, con nieves, que venía vez no cesarnos en todo el día de nevar, otras perder el camino, otras con hartos males y calenturas» (F 18, 4).

Y los demás, ¿qué cuentan?

Otros de sus acompañantes se han ocupado de darnos más detalles relativos a esos desplazamientos fundacionales. El primer biógrafo Francisco Ribera, bien informado por testigos presenciales, trasmite: «Llevaba consigo agua bendita y algunas veces un Niño Jesús en los brazos. Con esto no le causaba el camino distracción, ni la hacía más el andar que el estar, ni los negocios que la quietud, ni los trabajos que el descanso [...]. Iba por el camino tan en oración y en la presencia de Dios que casi nunca la perdía y esto no como otras personas devotas, sino de un modo muy alto, que allá en lo más interior de su alma traía las Tres Personas Divinas»[15].

Y Jerónimo Gracián en las Escolias a la vida de santa Teresa del P. Ribera apunta:

Por los caminos en los carros llevaban su campanilla y tañían a su tiempo silencio y oración y a decir sus Horas como si estuvieran en convento. Era cosa de ver el cuidado de la Madre con todas las cosas necesarias para los que iban con ellas como si no pensasen en otra cosa y toda su vida hubiera sido arriero. Algunas veces llamaba a los que iban a pie y los consolaba y hablaba con tanta gracia que no se sentía el cansancio. Otras íbamos hablando de cosas de Dios, especialmente cuando caminaba en mula.

El mismo Gracián informa acerca de la Madre Teresa como amazona, si queremos hablar así: «Cuando caminaba en mula, se sabía tan bien tener en ella que iba tan segura como si fuera en el coche. Acaeció una vez disparar a correr la mula en que iba, alborotándose, y ella sin dar voces ni hacer extremos de mujer, la refrenó. Finalmente, parece que para todo le daba Dios gracia, y en especial para estos caminos que hacía tan enderezados a su honra y gloria»[16].

La tonadillera

Trataba siempre de hacer lo más alegre posible los viajes a cuantos iban con ella. María de San José contando las jornadas desde Beas a Sevilla escribe: «Todo se pasaba riendo y componiendo romances y coplas de todos los sucesos que nos acontecían, de que nuestra Santa gustaba extrañamente, y nos daba mil gracias porque con tanto gusto y contento pasábamos tantos trabajos»[17].

Con ella

Un recorrido con ella por algunos de sus caminos, atajos, vericuetos, será aleccionador, viendo cómo encaja situaciones de todas clases y cómo sabe contarlas más tarde, regalándonos ese su libro de Las Fundaciones.

A Medina del Campo

En la primera salida fundacional llega con su caravana el 13 de agosto de 1567 a Medina del Campo y anota: «Llegamos a las doce de la noche y a pie nos fuimos a la casa. Fue harta misericordia del Señor, que a aquella hora encerraban toros para correr otro día, no nos topar alguno; el Señor nos libró» (F 3, 7). No hizo falta ni siquiera echarles un capote ni invocar a san Fermín; los toros habían ido por otra calle.

En Puebla de la Mancha

Saliendo de Malagón (Ciudad Real) llegó Teresa con sus acompañantes a Puebla de la Mancha. Entraron en la iglesia del pueblo y los curas no les querían dar la comunión teniéndolas por gente de mala ley que andaba por los caminos haciendo fechorías; «y como la vieron recibir el Santísimo Sacramento, llegáronse a ella muy escandalizados que cómo y cómo había comulgado, que primero que de allí saliese harían probanza de quién era». Ella tan alegre al ver la opinión en que la tenían y no les respondió nada. Se armó un barullo tal que las echaron de la iglesia, «enviando personas con ella hasta cerca de Toledo, para ver qué gente era» (BMC 2, 298-299). Como quien dice, escoltadas por la policía local, y algún alguacilillo en compañía de gente honrada.

En El Tiemblo (Ávila)

Otra aventura de lo más simpática la que corrió en El Tiemblo al ir en 1569 camino de Toledo. Lo cuenta una abulense célebre, Isabel de Santo Domingo, nacida en Cardeñosa, que acompañaba a la Santa. Me gustaría transcribir la narración por entero; pero me contentaré con resumirla. Salió la Santa de Ávila con la mencionada Isabel, otra monja y el sacerdote abulense don Gonzalo de Aranda a últimos de marzo de 1569. La primera noche la fueron a pasar a El Tiemblo. Tuvieron que aposentarse en un mesón. Junto al aposento de las monjas estaba hospedado un caballero, que se encontraba fuera en el momento. La Santa preguntó si no podrían meter allí al cura Aranda. Accedió el mesonero y sacó las pertenencias del otro y las metió en otro cuarto. Acomodado don Gonzalo de Aranda en el nido ajeno, «el buen viejo se puso a rezar sus maitines». En medio del gran silencio de la noche llegó el caballero. Al enterarse «que le habían mudado el aposento, fue tanto su enojo que riñó mucho con el mesonero y le quería dar de cuchilladas». No había manera de apaciguarle y juraba «que había de matar al clérigo». Al fin le redujeron entre el mesonero y los mozos de mulas que iban en la comitiva. Al ruido, las tres monjas se asomaron a ver qué pasaba. Y dice la cronista: «Gonzalo de Aranda salía con una vela en la mano y el Breviario en la otra, que con sus canas parecía un san Pablo, y con mucha paz comenzó a decir: “¡Jesús Señor!, ¿qué es esto y qué agravio le hemos hecho a vuestra merced?”. El otro a quien tenían bien sujeto y asido el mesonero y los mozos forzudos le dijo tantas y tan malas palabras que él se santiguaba muy aprisa y optó por retirarse a dormir. Lo mismo hicieron las monjas echando algunas jaculatorias distintas de las que echaba el agraviado caballero. Al fin desapareció el hombre enfurecido, pero haciendo juramento que había de salir al camino a matar al clérigo. El resto de la noche se pasó en paz, aunque con algún sobresalto. Al día siguiente continuaron su camino y fueron comentando, entretenidas, la braveza del pobre hombre»[18].

La venta de Andino

Siempre el tener que acogerse a ventas y mesones, a veces en condiciones desastrosas, traía consigo situaciones embarazosas entre cómicas y penosas. Basta recordar su estancia en la venta de Andino yendo a la fundación de Sevilla. La víspera de Pentecostés, 21 de mayo de 1575, le dio «una muy recia calentura...; fue de tal suerte que parece tenía modorra, según iba enajenada. Ellas a echarme agua en el rostro, tan caliente del sol, que daba poco refrigerio».

La presencia de la calentura en este caso hace ver que no era literatura lo que le hemos oído al comienzo de estas páginas: tener que viajar con hartos males y calentura. Así las cosas, sigue contando: «no os dejaré de decir la mala posada que hubo para esta necesidad: fue darnos una camarilla a teja vana; ella no tenía ventana, y si se abría la puerta, toda se henchía de sol». Y después de meterse con el sol de Andalucía, continúa: «Hiciéronme echar en una cama, que yo tuviera por mejor echarme en el suelo; porque era de unas partes tan alta y de otras tan baja, que no sabía cómo poder estar, porque parecía de piedras agudas. En fin, tuve por mejor levantarme, y que nos fuésemos» (F 24, 8).

Con esta descripción ha quedado inmortalizada la famosa venta de Andino, unas cuatro leguas antes de Córdoba. María de San José, compañera de camino, habla también de la camarilla donde metieron a la Madre febricitante y dice: «Era un aposentillo, que creo habían estado en él puercos; tan bajo el techo, que apenas podíamos andar derechas y que por mil partes entraba el sol, que con mantos y velos reparábamos; la cama era cual nuestra Madre la significa en el libro de Las Fundaciones (24, 8), y solo esto echaba de ver y no la multitud de telarañas y sabandijas que había, y esto que estuvo en nuestra mano remediar se hizo»[19]. De esta venta y de otras parecidas, Julián de Ávila dice con su buen humor: «Lo bueno que tenían estas posadas era que no veíamos la hora de vernos fuera de ellas»[20].

Desorientadas en el camino

Lo de errar el camino también pasó más de una vez, por ejemplo, cuando en junio de 1568 se acercó a Duruelo con una compañera y Julián de Ávila. Querían ver qué posibilidades ofrecía una casa que un caballero ponía a su disposición para hacer allí el primer convento de frailes. Cuenta ella:

Aunque partimos de mañana, como no sabíamos el camino, errámosle. Y como el lugar era poco nombrado, no se hallaba mucha relación de él. Así anduvimos aquel día con harto trabajo, porque hacía muy recio sol. Cuando pensábamos estábamos cerca, había otro tanto que andar. Siempre se me acuerda del cansancio y desvarío que traíamos aquel camino. Así llegamos poco antes de la noche. Como entramos en la casa, estaba de tal suerte, que no nos atrevimos a quedar allí aquella noche, por causa de la demasiada poca limpieza que tenía, y mucha gente del agosto» (F 13, 3).

Hay quien piensa que «la gente del agosto» serían los piojos, esos bichitos hemípteros y anopluros, a los que ella en una de sus famosas poesías procesionales llama «la mala gente».

El viaje más peligroso

Seguramente que el viaje más peligroso fue el que la llevó a la fundación de Burgos, muy particularmente desde Palencia a Burgos. Ella menciona en el capítulo 31 de Las Fundaciones «un paso que hay cerca de Burgos, que llaman unos pontones, y el agua había sido tanta, y lo era muchos ratos, que sobrepujaba sobre esos pontones tanto, que ni se parecían ni se veían por dónde ir, sino todo agua, y de una parte y de otra está muy hondo. En fin, es gran temeridad pasar por allí, en especial con carros; que, a trastornar un poco, va todo perdido; y así el uno de ellos se vio en peligro» (F 31, 16).

Todos perdidos

Otro de esos viajes llenos de extravíos y pérdidas fue camino de Salamanca. El cronista es Julián de Ávila:

Era en tiempo de grandísimo calor, y así salimos tarde y hubimos de andar dos o tres leguas con mucha oscuridad, y llevábamos un jumento en que iban quinientos ducados para pagar la casa que se había mercado allí. Y el jumento se apartó del camino, de suerte que ninguno de los que allí íbamos le echamos de ver; y fue jumento que en toda la noche pareció. Y teniéndole ya por perdido, a la mañana volvió un hombre a buscarle y le halló, un poco apartado del camino, que nunca de allí se había meneado (BMC 18, 200).

Otro día fue peor porque no era el jumento el que se había perdido sino la Madre fundadora. Merece la pena leer el relato del mismo Julián de Ávila, aunque sea un poco largo. Cuenta:

Otra noche, por ser tiempo de tanto calor, nos fue forzado andar con noche muy oscura, y como íbamos gente de a pie y de a mula, y por malos caminos, apartáronse unos de otros, y yo, procurando recogerlos a todos porque fuésemos juntos, dije a la santa Madre que se detuviese ella y una monja que se llamaba doña Quiteria, de la Encarnación [...]. De manera que yo dije: «Quédense aquí, que era a la puerta de una casa de un labrador, y volveré a hacer andar a los que quedan atrás, porque nos juntemos y no vaya cada uno de por sí». Yo volví, y topando la gente íbamos juntos, y volviendo que volvía a buscar a la santa Madre, como hacía tan oscuro, nunca pude atinar a donde la había dejado, aunque era un lugar de pocos vecinos. Y como di muchas vueltas al lugar y no la hallé, dije a los demás: «Sin duda que se debió de ir el camino adelante con su compañera. Caminemos y alcancémosla». Anduvimos hasta alcanzar a otros de los nuestros con quien yo pensé se había ido, y como yo preguntase si iba allí la Madre, y me dijeron que no, Dios sabe lo que mi alma sintió de pena y parte de afrenta, pareciéndome que por mi mal recado la habíamos perdido. Vuelvo a gran priesa. Y tanta priesa me daba a vocear como a andar, para ver si me respondía. Andando lo que había andado muy buen rato, tópela, que venían ella y doña Quiteria con un labrador que, pagándoselo, las venía mostrando el camino. Ya con esto nos consolamos todos con llevar delante a nuestra fundadora. Y esto antes se pasaba en risa y entretenimiento que con pesadumbre ni disgusto, porque la daba Dios tanto ánimo para todo lo que se ofrecía, que era espanto (BMC 18, 200-201: declaración en el proceso de Ávila).

Julián de Ávila que lo cuenta, como ni el propio Cervantes, dice bonitamente: «De modo que nos hallamos todos con oscuridades, la de la noche y la de hallarnos sin nuestra Madre, que era muy mayor». Haberla perdido y no encontrarla era la mayor de las oscuridades.

De Soria a Segovia

Tremendo el viaje de Soria a Segovia en agosto de 1581: «Aunque quien iba con nosotros sabía el camino hasta Segovia, no el camino de carro. Y así nos llevaba este mozo por partes que veníamos a apearnos muchas veces, y llevaban el carro casi en peso por unos despeñaderos grandes. Si tomábamos guías, llevábannos hasta donde sabían había buen camino, y, un poco antes que viniese el malo, dejábannos, que decían tenían que hacer. Primero que llegásemos a una posada, como no había certidumbre, habíamos pasado mucho sol y aventura de trastornarse el carro muchas veces» (F 30, 13).

Medios de trasporte

Tema viajero de gran interés en la Vida de santa Teresa es el de los medios de trasporte de que se sirvió. Se enumeran los carros cubiertos, el coche de caballos o de mulas, la carroza, la litera. También tuvo que hacer un viaje de Medina a Ávila a lomos de un «jumento de aguador»; no fue esta la única vez que se sirvió de animal tan bíblico.