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El periodismo como reflejo de la realidad latinoamericana: subdesarrollo, injusticia, opresión y violencia
La realidad latinoamericana aparece diáfanamente reflejada en la producción narrativa de Gabriel García Márquez. Algunos ejemplos, tratados de forma simbólica, son: el robo fantástico del mar por parte de los gringos efectuado en El otoño del patriarca; el desembarco neocolonialista norteamericano, que aparece reflejado bien a las claras en el cuento «Blacamán el Bueno, vendedor de milagros»; o la brutal explotación económica directa, encarnada por la compañía bananera United Fruit Company19, que aparece representada en Cien años de soledad –durante la ocupación– y en La hojarasca –después de la ocupación–. Así, están representadas claramente las tres fases principales de la ocupación neocolonial.
En muchas de sus novelas, Gabriel García Márquez realiza una denuncia del subdesarrollo en Latinoamérica. En el «Pueblo» donde transcurren La mala hora y El coronel no tiene quien le escriba, por ejemplo. La represión oficial y gubernamental, la violencia y la corrupción político-administrativa –subsiguientes la una a la otra– son definitorias de la realidad social latinoamericana, caracterizada por el subdesarrollo, fundamentalmente económico, y por la violencia cotidiana y normalizada.
Los mitos y leyendas, las creencias y supersticiones forman un entramado pararreal tan poderoso o más que la misma realidad objetiva, determinando comportamientos mentales y actuales de la gente. Así, el concepto de realidad se ampliaría y se haría más complejo en su obra, y, con ello, su compromiso de escritor con la misma realidad. (Saldívar, 1997, p. 261)
García Márquez siempre ha manifestado que trata de imitar con humildad a la realidad, que especialmente en el Caribe se muestra asombrosa y cuasi mágica.
No resulta baladí, ni debe escapar a nuestro juicio el hecho –nada casual– de que el ingreso de Gabriel García Márquez en el mundo del periodismo se produjera a raíz de El Bogotazo, del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán. Los años subsiguientes fueron los más cruentos y bárbaros de la violencia en Colombia, con los despóticos gobiernos conservadores de Mariano Ospina Pérez, Laureano Gómez y Roberto Urdaneta Arbeláez. Además, el golpe militar del general Gustavo Rojas Pinilla se produjo unos meses antes del acceso de Gabriel García Márquez a la jefatura de redacción de El Nacional. Como apunta Gilard (1981), la etapa de su formación como periodista se desenvuelve en «un periodo sumamente negro de la historia nacional en el que García Márquez se dedica a escribir textos humorísticos» (p. 39).
Asentado en Barranquilla, y en medio de una creciente censura, García Márquez se veía obligado a practicar en «La Jirafa» el género periodístico del comentario humorístico20, para lo cual se valía de noticias y sucesos intrascendentes o fútiles llegados por cable a la redacción de El Heraldo. No obstante, una lectura atenta de sus «jirafas» revela que ya por aquel entonces García Márquez se esforzaba por inocular de un modo subrepticio sus ideales políticos de izquierda mediante solapadas críticas al régimen conservador:
[…] hasta cierto punto, pudo [Gabriel García Márquez] dejar constancia de sus opiniones de izquierda y denunciar los hechos de la Violencia. La nota inaugural de su carrera de periodista –que ya revelaba también su problemática temporal de escritor– es un anuncio de los excesos sangrientos del sectarismo político que aun distaba mucho de alcanzar su clímax y una clara asimilación entre la ideología del poder colombiano de entonces y de las potencias del Eje. (Gilard, 1981, p. 41)
Durante las semanas posteriores a El Bogotazo, y también a partir del golpe institucional llevado a cabo por el gobierno conservador en noviembre de 1949, se instauró una censura rígida e implacable en Colombia. De ahí la explicación a los comentarios humorísticos del cataquero publicados en El Heraldo21 en medio de una de las etapas más sangrientas del país.
Ideología y actividad política de García Márquez
García Márquez siempre ha mostrado su ideario político, socialista y antiimperialista, cuyo origen se retrotrae a la figura de su abuelo y a las aulas del internado de Zipaquirá. Desde que trabajaba en El Heraldo había pagado cuotas de solidaridad al Partido Comunista Colombiano y, ya en El Espectador, llegaba a organizar colectas entre sus compañeros de redacción.
Si bien su participación en el Partido fue simbólica, lo cierto es que Gilberto Vieira, el secretario general, contactó con el escritor para ofrecerle toda la información que necesitara para su trabajo periodístico. Los dirigentes comunistas colombianos incluso se permitieron la licencia de aconsejarle, tras la publicación en mayo de 1955 de La hojarasca, que el estilo mítico y literario de esta novela daba la espalda a la realidad colombiana. Desde ese momento a García Márquez le entró un cierto complejo de culpa que de algún modo incrementó su compromiso con la realidad.
El inicio de la carrera política: la oposición a Pinochet
Gabriel García Márquez mantuvo, históricamente, una posición muy crítica respecto al dictador chileno Augusto Pinochet. En parte, la militancia política de nuestro escritor, siempre latente en su obra, se manifestó en todo su esplendor tras el golpe militar encabezado por Pinochet el 11 de septiembre de 1973, con el que se puso término al Gobierno constitucionalista de Salvador Allende:
Esta opción mía es bastante antigua, porque de una manera u otra creo haber tenido siempre una posición muy consecuente. Sin embargo, es mucho más visible, mucho más activa, mucho más militante, probablemente por un problema de conciencia, a partir del golpe militar de Chile. Tuve, de pronto, la impresión de que me había distraído: durante la Unidad Popular creí que ese proyecto iba a prosperar, que realmente iba a mantenerse, y no hice nada por contribuir de algún modo a que no lo destruyeran. Me equivoqué en eso. Entonces tuve un problema de conciencia cuando de pronto me encontré el 11 de septiembre a las ocho de la noche en Bogotá y me di cuenta que se había acabado, que se había venido abajo así […] y que habían llegado mucho más lejos de lo que uno esperaba hasta el punto de asesinar al presidente de la República. Entonces, en ese momento, y francamente por primera vez en toda mi vida, empecé a considerar que lo que tenía que hacer yo en política era más importante de lo que podría hacer en literatura. (Rentería, 1979, p. 98)
Unos meses después del golpe de Estado en Chile, moría Pablo Neruda en su refugio de Isla Negra. Su casa fue saqueada, pero los militares no pudieron evitar la silenciosa indignación de las miles de personas que asistieron al sepelio. Como señala Óscar Collazos (1983), tampoco pudieron evitar que el asesinato de Salvador Allende y la muerte natural de Neruda estuvieran relacionadas por un hilo invisible nada casual.
En 1974, poco antes de concluir la escritura de El otoño del patriarca, García Márquez volvía a hacer diáfana su ideología, una opción política que causó no poca controversia en la intelligentsia cultural europea.
Soy un comunista que no encuentra dónde sentarse. Pero a pesar de eso yo sigo creyendo que el socialismo es una posibilidad real, que es la buena solución para América Latina, y que hay que tener una militancia más activa. Yo intenté esa militancia en los comienzos de la Revolución cubana, y trabajé con ella, como recuerdas, unos dos años, hasta que un conflicto transitorio me sacó por la ventana. Eso no alteró en nada mi solidaridad con Cuba, que es constante, comprensiva y no siempre fácil, pero me dejó convertido en un francotirador desperdigado e inofensivo. (Mendoza, 1973)
Periodismo y acción política: la revista Alternativa
Justamente el 2 de marzo de 1974 apareció en Colombia el primer número de Alternativa, un medio de comunicación que se caracterizó por su vehemente oposición al binomio partidista liberal-conservador que desde la independencia había gobernado en el país. Se trata de una revista de aparición quincenal cuyo lema era: «Atreverse a pensar es atreverse a luchar». ». La cúpula directiva de la revista estaba formada por Gabriel García Márquez, el sociólogo Orlando Fals Borda, Bernardo García y José Vicente Kataraín.
García Márquez prestó apoyo económico a la publicación, que mantuvo una línea de denuncia que le granjeó el desprecio de la prensa de derechas colombiana y del propio gobierno de la nación. En noviembre de 1975, la sede de Alternativa sufrió un atentado que dañó seriamente los archivos y la redacción de la revista. El Nobel colombiano publicó entonces un furibundo artículo en el que señala a los poderes fácticos del Estado como los responsables del ataque:
Nuestro único enemigo es la reacción y ésta vive a sus anchas dentro del sistema, y en especial dentro de los altos mandos de las Fuerzas Armadas, cuyo Comandante Supremo, de acuerdo con la Constitución, es el presidente de la República. Esto induce a pensar que el atentado contra Alternativa es obra de dinamiteros profesionales, cuya mentalidad fue revelada por los comandantes de las tres ramas cuando pidieron en documento público y solemne la clausura de la revista, y cuya doctrina fue expuesta por el general Camacho Leyva en el aquelarre gorila de Montevideo.
Sólo semejantes especialistas de la ciencia represiva disponen de la maestría técnica, de la imbecilidad política para honrarnos con una bomba de tan alto poder de consagración. Sabemos, por supuesto, que dentro de las Fuerzas Armadas hay otras tendencias distintas, aunque privadas de representatividad jerárquica y de canales de expresión pública, y que sólo cuando ellas conquisten su derecho de iniciativa y decisión internas se puede esperar un cierto alivio en este clima de barbarie militar. (Collazos, 1983, pp. 190-191)
Desde el primer momento la aceptación popular de Alternativa fue enorme, en parte gracias a decisiones como el dedicar un buen número de páginas al movimiento sindical colombiano. Además, se erigió en un altavoz político para las ideas de García Márquez, revelando los aspectos secretos y vergonzosos de los regímenes militares de Latinoamérica. Así, en cada número aparecían un par de artículos de fondo relativos a los excesos cometidos por los Estados autoritarios del Cono Sur.
La influencia y el rol político de Alternativa alcanzaron a ser tan grandes que el gobierno colombiano llegó a presionar a los anunciantes para que retiraran su publicidad de la revista. Finalmente, Alternativa no pudo sobrevivir mucho tiempo sin la entrada de ingresos publicitarios y terminó cerrando poco después.
Es durante esta época cuando Gabriel García Márquez practica un periodismo político tamizado por una evidente intención literaria. El 29 de abril de 1975 fue publicado en Alternativa el espléndido reportaje «Chile, el golpe y los gringos», en el que cuenta cómo, años antes del golpe contra Salvador Allende, el gobierno norteamericano y el ejército chileno habían llegado a una entente para derrocar al líder socialista en el caso de que este venciera en las elecciones presidenciales:
A fines de 1969, tres generales del Pentágono cenaron con cuatro militares chilenos en una casa de los suburbios de Washington. El anfitrión era el entonces coronel Gerardo López Angulo, agregado aéreo de la misión militar de Chile en los Estados Unidos, y los invitados chilenos eran sus colegas de las otras armas. La cena era en honor del Director de la escuela de Aviación de Chile, General Carlos Toro Mazote, quien había llegado el día anterior para una visita de estudio. Los siete militares comieron ensalada de frutas y asado de ternera con guisantes, bebieron los vinos de corazón tibio de la remota patria del sur donde había pájaros luminosos en las playas mientras Washington naufragaba en la nieve y hablaron en inglés de lo único que parecía interesar a los chilenos en aquellos tiempos: las elecciones presidenciales del próximo septiembre. A los postres, uno de los generales del Pentágono preguntó qué haría el ejército de Chile si el candidato de la izquierda Salvador Allende ganaba las elecciones. El general Toro Mazote contestó:
–Nos tomamos el palacio de la Moneda en media hora, aunque tengamos que incendiarlo. (García Márquez, 1974, pp. 11-12)
Muchos de los artículos y reportajes políticos de Gabriel García Márquez fueron publicados en el libro Periodismo militante (García Márquez, 1978), de Dana Hilliot, quien recopiló allí gran parte de los textos publicados en Alternativa por el escritor cataquero. Como afirma Carmenza Kline (2003), todas estas publicaciones constituyen el reflejo de una época que Gabriel García Márquez dedicó casi por completo a escribir de política, pues esta, según afirma el Nobel colombiano, no puede estar divorciada de la actividad del periodista.
La «Operación Verdad»: la primera toma de contacto con la Cuba de Fidel
El 18 de enero de 1959, mientras ordenaba su escritorio de la redacción de Venezuela Gráfica, entró por la puerta un cubano del Movimiento 26 de Julio que le informó de la llegada de un avión expreso de Cuba para trasladar a los periodistas que quisieran viajar a La Habana para cubrir el proceso denominado «Operación Verdad» por Fidel Castro, un juicio público a los criminales de guerra de la dictadura de Fulgencio Batista. La «Operación Verdad» fue articulada por el Gobierno cubano en parte para defenderse de las acusaciones de la prensa norteamericana de que los juicios, más que a criminales de guerra –como afirmaban los revolucionarios–, se ejecutaban contra los partidarios de Batista. De ahí la invitación a observadores internacionales y a periodistas de distintos países para que asistieran a los juicios sumarios.
Por esos días se juzgaba en el estadio deportivo a Sosa Blanco, uno de los grandes criminales de guerra del régimen derrocado. Estaba acusado de haber dado muerte fríamente a varios campesinos, a quienes consideró cómplices del ejército rebelde, y ahora era juzgado por un tribunal de barbudos uniformados. El estadio estaba a rebosar, y en el cuadrilátero del centro se encontraba el reo frente al tribunal, vestido con su overol azul de prisionero. Plinio Mendoza y García Márquez estaban en primera fila, casi a los pies de Sosa Blanco, sintiendo su terror glacial de muerto inminente. Esposado y anonadado por el griterío, los insultos y la risa del público ansioso de justicia, el condenado congeló la mirada y la depositó en la punta de sus mocasines italianos, hasta que, al amanecer, escuchó la sentencia de muerte. (Saldívar, 1997, p. 379)
Aunque García Márquez, Apuleyo Mendoza y otros periodistas firmaron una petición presentada por la esposa de Sosa Blanco para que el juicio fuera revisado, el militar fue condenado a muerte. Este suceso marcó a nuestro autor de un modo profundo y no solo en lo relativo a la voluntad de escribir una novela sobre un dictador latinoamericano –no olvidemos que la idea original de El otoño del patriarca consistía en un largo monólogo declamado por el tirano mientras es juzgado públicamente en un estadio–. El juicio, convertido en un carnavalesco aquelarre más próximo al circo romano que a un proceso judicial, conmovió el ánimo del cataquero hasta el punto de que no se sintió capaz de escribir siquiera una noticia sobre este.
Periodismo y revolución en Prensa Latina
La colaboración de Gabriel García Márquez con la agencia de noticias Prensa Latina también merece ser encuadrada en este epígrafe sobre su actividad y compromiso políticos. Cuando en 1959 fue contratado como redactor22 por Plinio Apuleyo Mendoza –quien había sido nombrado director–, García Márquez se regocijó por la oportunidad que se le presentaba de trabajar, por vez primera en su carrera periodística, de modo independiente y alejado de los centros del poder económico internacional de orden capitalista. Además, la idiosincrasia de la agencia encajaba perfectamente con sus profundas convicciones ideológicas y políticas. Su principal cometido consistía en difundir noticias sobre Cuba en la tradicional y reaccionaria prensa colombiana –tanto la liberal como la conservadora–:
Con un buen sueldo y unos buenos fondos, los dos pioneros de Prensa Latina montaron sus oficinas en plena carrera 7.ª, entre las calles 17 y 18, frente al café Tampa. Encerrados con un télex, un receptor de radio ininterrumpido y varias máquinas de escribir, su misión consistía en recibir y enviar noticias a La Habana. Un trabajo paralelo era el de Servicios Especiales, a través del cual debían enviar reportajes sobre la historia, la política y la cultura colombianas. García Márquez desempolvó algunos de sus viejos reportajes de la época de El Espectador y los envió a La Habana en forma resumida. Pero su misión más ardua y meritoria estaba fuera de la agencia, pues, mediante la amistad y cierta astucia diplomática, tenían que vencer la resistencia de la prensa colombiana a aceptar los despachos de Prensa Latina, tarea que se les complicaba a medida que la revolución se iba radicalizando. (Saldívar, 1997, pp. 381-382)
La corresponsalía de Prensa Latina en Colombia se convirtió, además, en un centro político de gran dinamismo. Allí el futuro presidente Alfonso López Michelsen dirigía las reuniones de las juventudes del Movimiento Revolucionario Liberal (mrl), y también se llevaron a cabo actividades como el reclutamiento de voluntarios para desembarcar en la República Dominicana y derrocar al dictador Trujillo. Además, Gabriel García Márquez y Plinio Apuleyo Mendoza compartían la dirección de la revista Acción Liberal.
El activismo político de García Márquez: socialismo y Revolución
A pesar de la considerable fortuna que ha conseguido acumular, Gabriel García Márquez se mantiene fiel a sus creencias y a su credo socialista. Ha utilizado su privilegiada posición para interceder en problemas y conflictos de toda índole en América Latina, convirtiéndose en embajador virtual de todo el continente.
Reconoce abiertamente que su conciencia política le sobrevino a partir de su actividad periodística. Esa conciencia política lo condujo al exilio, a ser acusado de colaboración con la guerrilla del M-19 o a figurar en las listas negras del Departamento de Inmigración de los Estados Unidos. Con el paso de los años ha asumido un papel de mediador «político» con el que ha llegado a salvar vidas terciando entre enemigos y ayudando a solventar crisis o a poner presos en la calle.
Desde un sector de la prensa internacional se le ha acusado de hipócrita por seguir propugnando ideas con las cuales su elevada cuenta corriente se hallaría en contradicción. La respuesta de García Márquez a esas acusaciones fue inmediata: «Ojalá fuera muchísimo más rico para hablar muchísimo más de la revolución». En su opinión, no existe contradicción alguna entre ser rico y ser revolucionario.
Mantiene, además, su vieja y controvertida amistad con el líder cubano Fidel Castro, una amistad que va más allá –así lo ha afirmado García Márquez– de afinidades o desavenencias políticas. Por ello sigue apoyando al comandante y a la Revolución cubana23 pese a recibir furibundas críticas de intelectuales y artistas –la mayoría de ellos en su momento fervorosos revolucionarios y entusiastas seguidores de la Revolución y ahora desencantados críticos anticastristas–.
La diplomacia «subterránea» del embajador extraoficial de América Latina
Tras la publicación de El otoño del patriarca se intensifica su labor política. Pasa a formar parte, a partir de 1975, del Tribunal Russell, encargado de informar al mundo sobre los crímenes cometidos por las dictaduras latinoamericanas. Allí conoció de primera mano los testimonios de las víctimas, las filmaciones en las cárceles y los documentos que hicieron evidente la participación de los Estados Unidos en los golpes militares de los países latinoamericanos. El propio García Márquez explica su labor dentro del mencionado tribunal:
El Tribunal Russell me dio la oportunidad de un trabajo concreto, encuadrado dentro de una organización concreta, con el cual me parece que puedo ser más útil. Ahora bien, lo más interesante que yo vi en el Tribunal Russell y que sigo viendo es su alcance como medio de publicidad de los problemas de América Latina. Es como una caja de resonancia […]. Digámoslo de una forma más cruda: es una gran pieza de teatro que hemos montado para que haya noticias sobre la situación en América Latina. (Collazos, 1983, p. 189)
Así, ejerciendo de intermediario diplomático –él bautizará su labor como «diplomacia subterránea»–, García Márquez intervendrá activamente en la resolución de conflictos, sobre todo en América Central. No cejará en su empeño de denunciar de modo sistémico y continuado la represión sufrida históricamente por América Latina y, por último, estrechará sus lazos con la Revolución cubana. Podemos afirmar que desde la década de los setenta García Márquez se ha definido por su enconada posición política antiimperialista y de izquierdas.
Tras un malentendido inicial, Gabriel García Márquez y Omar Torrijos se hacen íntimos y el caribeño pronto se convierte en un vehemente defensor de la política nacionalista del dirigente panameño. Así, en 1978, Graham Greene y García Márquez son invitados por Torrijos a la firma del Tratado Panamá-EEUU, en Washington. Este hecho tiene una singular importancia porque el Nobel colombiano se erige «oficialmente» en embajador del área del Caribe y de América Central:
Se entrevista con sandinistas refugiados en Costa Rica o en La Habana, o desde México despliega actividades militantes que no descartan sus contactos con presidentes poco o nada inclinados a la «gorilización» del continente. Son sus amigos López Michelsen, Carlos Andrés Pérez, Omar Torrijos o López Portillo, liberales o socialdemócratas, nacionalistas como Torrijos, los que componen aquel «eje» decisivo. A estas gestiones se añaden sus contactos con la Internacional Socialista que ya, a raíz del atentado perpetrado contra la revista Alternativa, se ha manifestado, si no oficialmente, sí a través de algunos de sus miembros más destacados.
No se trata, pues, de una gestión unilateral, fijada solamente en sus estrechas relaciones de amistad con Fidel Castro. Su gestión se abre a otras tendencias del espectro democrático. No sorprende que, años más tarde, en 1981, el Gobierno de François Mitterrand le conceda la «Legión de Honor», ni que entre el escritor y el estadista se establezcan relaciones de amistad que van más allá de la simple admiración del uno hacia el otro. «Ese enorme escritor», así había calificado Mitterrand a García Márquez. Dentro del gabinete Mitterrand, el novelista tendrá también otro de sus aliados: el ministro de Cultura Jack Lang, sin olvidar las viejas relaciones mantenidas con Régis Debray, consejero para asuntos de América Latina.
Con este tejido de relaciones, la eficacia de su tarea política, beligerante en muchos casos, práctica y conciliatoria en otros, se aparta de cualquier «ilusión lírica». (Collazos, 1983, pp. 209-210)
Este mismo año es de gran actividad política para García Márquez, pues además de formar parte de la delegación oficial de Omar Torrijos en la firma del acuerdo de Panamá, creó la fundación «Habeas» que, con su apoyo económico, promovía la defensa de los derechos humanos y de los presos políticos de Latinoamérica. Gracias a sus gestiones, Fidel Castro liberó a un buen puñado de presos políticos.
Uno de los problemas políticos que más obsesionaron a García Márquez fue la por aquel entonces inminente invasión de Nicaragua desde el territorio de Honduras. Su fijación por este conflicto nos hace pensar, con Óscar Collazos, que su prolongada e incansable «diplomacia subterránea» le había proporcionado acceso directo a fuentes y testimonios de los que carecía la gente de a pie. Nuestro autor habla del plan de invasión en su nota de prensa titulada «América Central, ¿ahora sí?»24:
Lo más inquietante de las cosas que suceden en América Central es que casi todas son de dominio público y, sin embargo, se manejan como si en realidad fueran infundios puros. Apenas unas horas después de que se publicó y transmitió por todas partes mi denuncia de la invasión inminente, el semanario Newsweek y el diario The New York Times publicaron el plan hasta en sus detalles más íntimos, y aun con fotografías a todo color de los preparativos que se adelantaban en el territorio de Honduras y muy cerca de la frontera con Nicaragua. (García Márquez, 1991, p. 399)
Además de temas propios de América Latina, en sus colaboraciones para el diario El Espectador también aparecen de modo recurrente asuntos que tangencialmente tienen una gran importancia para el destino de Latinoamérica, como la reunión de los Países No Alineados o el triunfo socialista en España –ya en mayo de 1982 había afirmado con rotundidad que Felipe González era el mejor interlocutor que la Internacional Socialista podía tener con América Latina–. En 1986 regresó al primer plano político con motivo del discurso de apertura del Congreso de desarme y paz de los seis (México, Argentina, India, Grecia, Suiza y Tanzania), celebrado en Ixtapa (México).
En 1997, cumplidos sus setenta años, García Márquez publicó un largo elogio de su amigo Fidel Castro a modo de homenaje por el septuagésimo aniversario del líder cubano. Como era de esperar, los sectores más conservadores de la política mundial criticaron el presunto carácter apologético del texto.
Su labor como mediador por la paz ha tenido gran importancia en Colombia, acercando las posiciones del presidente Uribe con las de la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (eln), la segunda más importante del país, con 5.000 combatientes. En este caso, el propio García Márquez participó en las conversaciones que tuvieron lugar en La Habana para abordar la posibilidad del fin de la lucha armada.
Gabriel García Márquez no ha eludido nunca su compromiso, político, ideológico y moral con sus propias ideas y convicciones. Es más, su labor militante se traslada incluso a la práctica literaria. Él mismo se refiere a la función política del escritor:
Sí, pero nosotros no nos evadimos de nuestras convicciones. Por ejemplo, todo el drama de las bananeras está planteado en mi novela [Cien años de soledad] de acuerdo con mis convicciones. El partido que yo tomo es definitivamente a favor de los obreros. Eso se ve claramente. Entonces yo creo que la gran contribución política del escritor es no evadirse ni de sus convicciones ni de la realidad, sino ayudar a que a través de su obra, el lector entienda cuál es la realidad política y social de su país o de su continente, de su sociedad y creo que ésa es una labor política positiva e importante y creo que ésa es la función política del escritor. Ésa y nada más, como escritor; ahora, como hombre, puede tener una militancia política, y no sólo puede tenerla sino que debe tenerla, porque es una persona con audiencia y entonces debe aprovechar esa audiencia para ejercer una función política. (García Márquez y Vargas Llosa, 1968, p. 43)
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