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Triduo a san Francisco Javier, 30 de noviembre: 1. Imitarlo en su profundísima humildad, en el esfuerzo por llegar al conocimiento de nosotros mismos, de nuestras miserias en cuanto al alma y en cuanto al cuerpo; buscando en nuestros estudios y obras buenas no la estima, el honor, la reputación de los hombres, sino solamente a Dios, su gloria, y nuestro bien y el de las almas; 2. Imitarlo en su mortificación, contrariando cuanto sea posible nuestra voluntad, nuestros caprichos y también mortificándonos un poco externamente, evitando al sentarse o arrodillarse la postura más cómoda y contentándonos con la escogida en un principio, frenando el desenfrenado afán de mirar, saber, hablar, etc.; 3. A imitación de su celo, por la gloria de Dios y la salvación de las almas, asistir con particular y extraordinaria penetración interna y fe a la santa misa, ofreciéndola por la salud, prosperidad e incolumidad del Sumo Pontífice, por el triunfo de la Iglesia, por la conversión de los infieles y para obtener también nosotros el espíritu de ardor, de piedad, de humildad, de sacrificio, de desprecio de todo lo que es mundo, del que nuestros padres nos dieron tan grandes y luminosos ejemplos.
Cuatriduo en honor de san Francisco de Sales, 25 de enero. Honremos a este santo: 1. Imitándolo en su dulzura, tratando a todos con jovialidad, amabilidad, buen humor, pero todo esto unido siempre a la gravedad y modestia, especialmente a los que nos han dado algún disgusto, a los que nos resultan antipáticos, a los atribulados y tentados, angustiados, etc., procurando, si el caso lo exige, llevarlos a Dios; 2. Imitándolo en la severidad que usó siempre consigo mismo, pisoteando, quebrantando, negando en la mayor medida posible nuestra voluntad y nuestro juicio; 3. En su amor a Dios imitémoslo ofreciéndonos con frecuencia a Dios mediante actos de ofrecimiento de nosotros mismos, y confesándonos prontos y dispuestos a hacer todo cuanto en estos santos Ejercicios se digne hacernos ver qué quiere de nosotros, orando mientras devotamente para que aprovechemos de veras nosotros y los demás; 4. Finalmente imitémoslo en su caridad con el prójimo, pidiendo por los pecadores, por el éxito de las misiones católicas, por el Sumo Pontífice y por el triunfo de la Iglesia.
Oración. Concédeme, benignísimo Jesús, tu gracia, para que esté conmigo y obre conmigo, y persevere hasta el fin. Dame que desee y quiera siempre lo que es más acepto y agradable a ti. Tu voluntad sea la mía y mi voluntad siga siempre la tuya, y se conforme perfectamente con ella. Tenga un querer y no querer contigo, y no pueda querer ni no querer sino lo que tú quieres y no quieres. Dame que muera a todo lo que hay en el mundo, y que por ti desee ser despreciado y olvidado en este siglo. Dame que, sobre todo lo deseado, descanse en ti y aquiete mi corazón en ti. Tú eres la verdadera paz del corazón; tú el único descanso; fuera de ti, todas las cosas son molestas e inquietas. En esta paz, esto es, en ti, Sumo y Eterno Bien, dormiré y descansaré.
1896
Propósitos hechos en los EE. EE. de 1896 y confirmados en 1897 y 1898
Para mayor gloria de Dios: 1. Propongo y prometo no acercarme nunca a los santos sacramentos por rutina o con frialdad y no emplear nunca menos de un cuarto de hora en prepararme.
2. Propongo también perseverar en hacer todos los días, y especialmente en vacaciones, la meditación, el examen particular y general, rezar el rosario, hacer la lectura espiritual y la visita y las demás oraciones que suelen rezarse en el seminario, y con devoción y según mi horario, al que prometo atenerme con el mayor rigor posible, en el seminario y en vacaciones.
3. Cuando me sea posible rezaré también en honor de María Santísima el Salterio y los Salmos, y además, todos los días, tres avemarías por la santa pureza.
4. Vigilaré con todo cuidado sobre mí mismo, procurando no caer en distracciones en las oraciones, y especialmente en la meditación, en los ocho padrenuestros después de la comida, en vísperas y en el rosario. Y para esto, tanto al rezar como en cualquier otra ocasión, pensaré en la presencia de Jesús, imaginándome que me hallo ante alguna escena de su vida, en el Cenáculo, en el Calvario, etc.
5. Sobre todo estaré en guardia sobre mí mismo para que no brote en mí la planta de la soberbia; estaré en guardia considerándome inferior y más mezquino que todos, tanto en la piedad como en el estudio.
6. En cuanto al estudio, me aplicaré a él con todo amor y ardor y con todas mis fuerzas, estudiando sobre todo las materias sin distinción ninguna, sin que me retraiga de ello la excusa de que no me gustan. Mi único fin en el estudio será la mayor gloria de Dios, el honor de la Iglesia, la salvación de las almas, y no mi honor ni el afán de sobresalir entre todos los demás, y recordaré con frecuencia que el Señor me pedirá cuentas también del talento que he malgastado no en otra cosa que en procurarme gloria a mí mismo.
7. Pondré especial empeño en mortificarme a mí mismo, en castigar por encima de todo y siempre el amor propio, mi vicio dominante, evitando todas las ocasiones en que este pueda aumentar. No presumiré de sabio en las conversaciones, no disculparé nunca alguna acción mía, considerando siempre el comportamiento de los demás mejor que el mío. No emplearé gestos o palabras que me den aire de sabihondo. Esquivaré todo género de alabanza y me guardaré muchísimo de querer sacar a relucir siempre mis actos, buscando que los admire el que escucha, así como de darme la menor importancia.
8. No me concederé nunca paz mientras no haya conseguido un amor y una devoción grande al Santísimo Sacramento, que constituirá siempre el objeto más querido de mis afectos, de mis pensamientos, en una palabra, de toda mi vida de seminarista y, si él me quiere, de sacerdote.
9. Prometo y juro a María Santísima, que será siempre mi madre amadísima, guardarme en cuanto me sea posible escrupulosísimamente de todo pensamiento consentido o acto que pueda simplemente empañar la virtud celeste de la santa pureza; y con este fin invoco ahora y siempre a esta Reina de las vírgenes, para que me ayude a tener alejadas de mí todas las tentaciones que el demonio trae contra mí con este propósito.
10. Procuraré inspirar a los otros, especialmente a los niños, hablando con gusto de ella, la devoción al Santísimo Sacramento y al Sagrado Corazón de Jesús, de la que ante todo he de ser modelo yo mismo; lo mismo haré por lo que se refiere a la devoción a la Virgen Santísima.
11. Nunca me olvidaré de san José, elevándole todos los días una oración, por mí, por los moribundos, por la Iglesia.
12. En las novenas, en los meses de marzo, mayo, junio y octubre, y siempre, practicaré una especial mortificación de mis sentimientos, negando a mis apetitos lo que ellos querrían, y en vacaciones, especialmente donde puede haber gente, me comportaré con una modestia especial, no tanto para servir de ejemplo a los otros, cuanto para evitarme ocasiones que quizá pudieran resultarme dañosas.
13. Pediré en mi oración, y haré que otros pidan, al Santísimo Sacramento, a la Virgen y a los santos por la conversión del Oriente y, antes que nada, por la unión de las Iglesias disidentes. Jamás me olvidaré de rezar por el Sumo Pontífice, por el triunfo de la Iglesia, por mi amadísimo obispo, por mis parientes y bienhechores, en especial por aquellos con los que tengo mayor obligación.
14. Resumiendo, haré que todas mis obras confirmen la tan repetida expresión de san Ignacio de Loyola: Para mayor gloria de Dios.
1897
De la santa pureza
Convencido, por la gracia de Dios y de mi madre María Santísima, del inestimable tesoro de la santa pureza y de la necesidad grandísima que de ella tengo por haber sido llamado al angélico ministerio del sacerdocio, para conservar siempre terso este espejo resplandeciente, en estos santos Ejercicios he hecho, con la aprobación de mi padre espiritual, y he propuesto cumplir escrupulosamente estos propósitos, que consagro a la Virgen de las vírgenes por mediación de los tres angelicales jóvenes, Luis Gonzaga, Estanislao de Kostka, Juan Berchmans, mis especiales protectores, para que ella, en atención a los méritos de estos tres amados lirios suyos, quiera bendecírmelos y concederme la gracia de ponerlos en práctica.
1. En primer lugar, íntimamente persuadido de que la santa pureza es gracia de Dios, sin la cual y sólo con mis fuerzas sería capaz de violarla, pondré también aquí la gran base de la humildad, desconfiando de mí mismo y poniendo toda mi confianza en Dios y en María Santísima. Por lo cual todos los días pediré al Señor la virtud de la santa pureza y especialmente me encomendaré a él en la santa comunión. Con la Reina de las vírgenes, además, seré tiernísimo; aplicaré siempre la hora de prima del oficio parvo, la primera avemaría del Angelus, el primer misterio del rosario por la consecución y conservación de la santa pureza. Aseguraré también la ayuda de san José, esposo castísimo de María, rezándole dos veces al día la oración O virginum custos, y seré devoto de los tres santos jóvenes citados, cuya pureza me esforzaré por copiar.
2. Cuidaré de mortificar severamente mis sentimientos manteniéndolos dentro de los límites de la modestia cristiana; y haré ayunar especialmente a los ojos, llamados por san Ambrosio redes insidiosas y por san Antonio de Padua ladrones del alma, rehuyendo cuanto pueda las aglomeraciones de gente en fiestas, etc.; y cuando me vea obligado a intervenir, comportándome de modo que nada que pueda simplemente evocar el vicio contrario a la santa pureza hiera mis ojos, los cuales para esto, en tales ocasiones, estarán siempre fijos en el suelo.
3. Con suma modestia me comportaré también cuando deba pasar por ciudades u otros lugares populosos, no mirando nunca a anuncios, grabados, comercios donde pueda haber algo indecente, según el dicho de Sirácida: No pasees tus ojos por las calles de la ciudad, ni andes dando vueltas por sus calles desiertas (9,7). Incluso en las iglesias, aparte una modestia edificante en las funciones sagradas, no fijaré los ojos en bellezas de ninguna clase, como cuadros, tallas, imágenes u otros objetos de arte en que sea, aunque poco, violada la ley del decoro, de modo especial en el caso de pinturas.
4. Con mujeres de cualquier condición, aunque sean parientes o santas, tendré un cuidado especial, huyendo de su familiaridad, compañía o conversación, particularmente si se trata de jóvenes; jamás fijaré mis ojos en su rostro. Jamás les daré la mínima confianza, y cuando por necesidad deba hablar con ellas procuraré ser breve y prudente.
5. Jamás tendré en mis manos o miraré con los ojos, libros de frivolidades o figuras que ofendan el pudor, y todos los objetos peligrosos de esta clase que encuentre los romperé o arrojaré al fuego, aunque se hallen en las manos de mis compañeros, a no ser que por hacer esto resulten más graves inconvenientes.
6. Además de dar ejemplo de suma modestia al hablar, en familia procuraré apartar de las conversaciones temas poco convenientes a la santa pureza, no permitiendo nunca que, sobre todo en mi presencia, se hable de amoríos, se empleen palabras poco honestas y decentes o se canten canciones amorosas. Corregiré siempre con caridad cualquier inmodestia que otros cometan, y si persisten me alejaré mostrando el más vivo desagrado. A este respecto, en el seminario seré escrupuloso y todo ojos para alejar genialidades, simpatías entre los compañeros y todos los actos o palabras que, si en el mundo pueden pasar, son indecentes en los eclesiásticos.
7. En la mesa, al hablar y al comer, no me mostraré glotón o intemperante; haré siempre alguna pequeña mortificación; y en cuanto a beber vino seré más que moderado, porque en el vino hay el mismo peligro que en las mujeres: El vino y las mujeres hacen perder la cabeza a los sensatos (Si 19,2).
8. Observaré también conmigo mismo, por lo que se refiere a mi cuerpo, una suma modestia, en cualquier ocasión y para cualquier acto, de los ojos, de las manos, de la mente, etc., tanto en público como en privado. Y para esto quitaré la ocasión de tales actos, aunque inculpables; por la noche, antes de dormirme, después de ponerme al cuello el rosario, colocaré los brazos sobre el pecho en forma de cruz, procurando despertar por la mañana en esta postura.
9. En todo recordaré siempre que debo ser puro como un ángel, y me comportaré de modo que de todo mi ser, de mis ojos, de mis palabras, de mis gestos emane ese santo rubor tan propio de los santos Luis, Estanislao y Juan, rubor que tanto agrada, causa reverencia y es la expresión de un corazón, de un alma casta, amada de Dios.
10. Jamás olvidaré que nunca estoy solo, incluso cuando lo estoy: que me ve Dios, María y mi ángel de la guarda; que siempre soy seminarista. Y cuando me vea en ocasiones de ofender a la santa pureza, entonces más que nunca me volveré a Dios, al ángel de la guarda, a María, repitiendo con frecuencia la jaculatoria: María Inmaculada, ayúdame. Pensaré entonces en la flagelación de Jesucristo y en los novísimos, recordando lo que dice el Espíritu Santo: En todas tus obras acuérdate del final, y no pecarás jamás (Si 7,36).
1898
Notas espirituales
27 de febrero de 1898. Para ser esta la primera semana desde que salí de los santos Ejercicios, la he pasado muy mal por la continua distracción en que he caído en las oraciones. Aunque me parece que por mi parte he sido diligente en esto, no puedo negar que a veces he podido ser causa de las distracciones, por conservar poco el recogimiento en las demás cosas. De todos modos he pasado una semana floja. Lo peor es que yo, en lugar de hacer un acto de humildad cuando me daba cuenta de estar distraído, me entristecía, me inquietaba. Basta. Dios me perdone. Se ve que él ha querido desengañarme, me ha sometido a prueba, me ha hecho ver qué miserable soy. Bendito sea. Ahora me esforzaré por ser más recogido, con la ayuda de la Virgen Santísima, de mi ángel de la guarda, de mi san Juan Berchmans. Dios sabe que, incluso en medio de todas mis miserias, lo amo de verdad y deseo que todos lo amen. Que él me bendiga y no quiera rechazarme, por muy pecador que sea. Señor, tú sabes que te quiero.
Domingo, 6 de marzo de 1898. He estado menos distraído en las oraciones, pero no del todo y siempre recogido. En estos últimos días he hecho poco uso de jaculatorias, y por eso no he vivido tan unido a Jesús como anteriormente. A medida que avanzo más me doy cuenta de lo que me falta. En adelante observaré un recogimiento especial por la mañana y por la noche, en el dormitorio; pronunciaré infinitas jaculatorias durante la jornada, especialmente en el recreo y en el estudio. Seré menos charlatán en el recreo, y no me dejaré llevar por una desmesurada alegría. Me portaré de modo que Jesús pueda decirme también a mí las palabras que dijo a santa Teresa: Yo me llamo Jesús de Teresa. Pero antes es necesario que sea un Ángel de Jesús. Así sea. Que san José me ayude y me dé su recogimiento. Jesús mío, misericordia.
Domingo, 13 de marzo de 1898. Cuántas faltas también esta semana. En clase he dejado escapar alguna palabra inútil y tonta, el examen de conciencia lo he hecho muy de prisa, y no he conservado el debido recogimiento por la mañana al levantarme, con perjuicio del fruto de la meditación. Tampoco las jaculatorias han sido infinitas como había prometido que serían. Sobre estos tres puntos tendré que vigilar especialmente en esta semana. No me dejaré caer en la melancolía, pensando en el estado presente de mi familia; cuando me venga semejante pensamiento, pediré al buen Jesús que se digne socorrerla, que le conceda resignación, y perdone a los que le hacen mal, para que nada suceda que sea ofensa de Dios. Encomendaré el asunto a María y a José, para que sean conocidas la verdad y la inocencia. Para mí esto es una prueba grandísima. De todos modos, suceda, lo que suceda, Dios sea bendito, hágase su santísima voluntad.
Domingo, 20 de marzo de 1898, retiro. Hace ya un mes que salí de los santos Ejercicios. ¿En qué punto me hallo en el camino de la virtud? Pobre de mí. Al hacer un examen general sobre mis acciones en estos días pasados he encontrado de qué avergonzarme y humillarme. He encontrado que en todas mis acciones falta siempre algo para la perfección: no he hecho demasiado bien la meditación, no he oído bien la santa misa, porque me he dejado distraer apenas levantado de la cama, durante el aseo; no he hecho con todo el fervor que antes sentía la visita al Santísimo Sacramento; he hecho con poco o ningún fruto el examen general, he caído en distracciones, especialmente en el rezo de vísperas; me he dejado llevar de la desgana que trae consigo el calor; he encontrado, en una palabra, que estoy todavía en los comienzos del viaje que he emprendido. Qué confusión. Me había creído que a estas horas sería un santo, y veo que sigo siendo un miserable como antes.
Viendo esto debo humillarme profundamente y pensar que no soy capaz de nada. Humildad, humildad, humildad. Pero en medio de todas estas miserias debo dar gracias al Señor porque no me ha abandonado, como merecía. Conservo todavía, gracias a Dios, el deseo de ser bueno, y con esto debo seguir adelante. Pero, ¿qué ir adelante? Es preciso comenzar de nuevo. Pues bien, comenzaré de nuevo. ¿Qué hace falta? En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, bajo la protección de la Virgen María y de san José, iniciemos la marcha. Los puntos sobre los que debo permanecer vigilante son los contrarios a las faltas que acabo de señalar. Basta. En el próximo retiro veremos en qué punto estamos. Mientras tanto, que Dios me bendiga.
Lunes, 28 de marzo de 1898. ¿En qué vienen a parar todas mis promesas? Pobre de mí, ya lo había olvidado. Pero si sigo a este paso, las cosas van a acabar mal. Continúo en las mismas. Y si busco la causa, la encuentro en no haber conservado siempre el recogimiento. De ahí que mis prácticas de piedad dejen siempre algo que desear; en una palabra, a esa meditación, a esas visitas, a esas vísperas, a esas benditas vísperas, a esos exámenes, a todo, le falta siempre algo. Lo curioso es que me afano por recomendar el recogimiento a los otros. Qué vergüenza para mí, yo que debía dar ejemplo, dejarme preceder por los otros en hacer el bien. Antes debo poner en práctica el recogimiento, en todo. Esta mañana he hecho la meditación sobre los medios que el Señor me ha dado para salvarme, y he encontrado mucho de qué avergonzarme. Acabemos de una vez. Hasta ahora he jugado siempre con Dios, pero con Dios no se juega. En adelante haré las cosas bien de verdad. Observaré un especial recogimiento en toda mi jornada, no me dejaré distraer por el pensamiento de los exámenes semestrales, sobre todo me guardaré de quebrantar las reglas comunes, y señaladamente la del silencio. Estaré unido con Jesús en el Sacramento, mi amigo y aliento, y todo resultará bien. Jesús mío, misericordia.
Lunes, 4 de abril de 1898. En esta semana me parece que las cosas han ido un poco mejor, pero no del todo; en alguna cosa me he dejado arrastrar por el ambiente general del tiempo de exámenes. Me queda todavía mucho, mucho por hacer, especialmente por lo que se refiere al recogimiento en las oraciones. Debo sacrificarme y despreciarme. Este sacrificio, en esta semana santa, me lo pide Jesús que sufre. ¿Puedo negárselo? No, Jesús, jamás.
Viernes, 22 de abril de 1898. Ha pasado la Semana Santa, han pasado también las vacaciones, y en vez de mejorar he seguido retrocediendo. ¿Es posible, después de tantas promesas? El hecho es que me encuentro en este estado, ni más ni menos. Y lo curioso es que no he escrito nada, como había venido haciendo cada ocho días después de los santos Ejercicios, y he dejado pasar así dieciocho días. Jesús mío, misericordia.
No sé cómo explicarlo. Me parece que siento en mí un poco de amor a Jesús, tengo deseos de portarme bien, y sin embargo hago bastante mal las prácticas de piedad, nunca tengo la cabeza en lo que hago, raras veces pronuncio una jaculatoria. Por otra parte no sé si el Señor estará contento de estas vacaciones; no estoy del todo descontento, pero esperaba más, una mayor puntualidad en la asistencia a las prácticas de piedad, mayor exactitud en todo. Hay una cosa en la que he faltado más, porque estaba más en la línea de mi carácter: el querer presumir de sabio, juzgar, cortar alocadamente por lo sano. Pobre de mí, soberbia, soberbia, soberbia; es el viejo amor propio que ha salido a relucir. Esto bastará para tenerme sobre aviso en las próximas vacaciones. Pero, en fin de cuentas, todo ha pasado; no creo haber perdido la cabeza en estas vacaciones, y doy por ello las gracias a Jesucristo. Mañana comienzo otro semestre. Qué alegría. El Señor se dispone también a concederme un sinfín de gracias en el mes de mayo y de junio. Los disgustos de la familia me atormentan; pero en fin, hay que animarse. Todo en Jesús y por Jesús, y luego que venga lo que quiera.
Domingo, 1 de mayo de 1898. Oh, qué hermoso día, qué día de paraíso tras una semana de escaso fervor, más bien de disipación y casi de tibieza. El buen Jesús me ha concedido también este año la gracia de hacer el mes de mayo; me ha presentado una nueva ocasión preciosísima para poderlo amar más procurando honrar a la Virgen Santísima. Espero mucho, en este mes, de mi madre María; si ella me ayuda, estoy seguro de dar algunos pasos adelante. Dos son las virtudes que en este mes pediré principalmente a la Virgen para mí: 1) una gran humildad, es decir, conocimiento y desconfianza de mí mismo; 2) un gran amor a Jesús en el Sacramento; y esta segunda gracia será la que más veces pediré también para mis compañeros. Además pediré siempre a Jesús una gran devoción a María, madre suya y madre mía. Así los objetos de mi corazón, mis anhelos, mis oraciones llegan a Jesús por María y a María por Jesús. San Juan Berchmans me ayudará en este mes e intercederá por mí, estoy seguro de ello, él que era tan devoto de la Virgen. Me esforzaré sobre todo por conservar el máximo recogimiento, para poder así vigilarme y dominar poco a poco mis pasiones, especialmente el amor propio. Seré escrupuloso en el cumplimiento puntual del reglamento, luchando contra mi propia voluntad. De manera especial guardaré el silencio en clase, no dejando que se escape de mi boca la mínima palabra. Las jaculatorias no tendrán número, y procuraré inculcar en las conciencias esta verdad: para ir derechos a Jesús es preciso pasar por María. En una palabra, me haré todo de María, para ser todo de Jesús. En todas las cosas me atendré a las prácticas para el mes de mayo que tengo consignadas por escrito. En este mes seré verdaderamente como decidí ser en los santos Ejercicios. Mi ángel de la guarda me servirá de despertador cuando me olvide. Mientras tanto, que Jesús y María me bendigan, me ayuden, me den cuanto necesito, incluso los buenos deseos, y seré santo.
Domingo, 15 de mayo de 1898, retiro. A poco que me he examinado he podido comprobar en este mes que estoy lleno de mí mismo, y mucho más me lo ha dado a conocer mi director espiritual cuando me he presentado a él. Quién sabe lo que saldrá de aquí. Jesús ve que no deseo otra cosa que servirle, y me esfuerzo por sofocar los movimientos de mi amor propio. Pero caigo tantas veces. Quizá María esperaba de mí algo más, y me doy cuenta de ello, porque hasta ahora sólo he hecho consistir la devoción en superficialidades, y las faltas cometidas han sido todavía muchas, y muchas veces he estado distraído en las oraciones. Si llegase a conseguir al menos un verdadero recogimiento.
Debo esperarlo, quedan todavía quince días y espero conseguir algo. Mientras tanto no haré otra cosa que pedir a Jesús y María que me hagan humilde, y mi más preciosa jaculatoria será esta: Humildísima María, hazme semejante a ti. Humildad pediré a Jesús en el Sacramento, humildad ejercitaré sobre todo en las cosas adversas, humildad con los otros, humildad en los pensamientos: aquí es donde caigo de manera especial, y aquí cayeron los ángeles. Jesús y María, ya sabéis que os amo. Jesús mío, misericordia.
Jueves, 26 de mayo de 1898. Con gran confusión mía debo confesar que he hecho poco bien esta novena de Pentecostés. Si continúo así, destruiré lo poco bueno que me parece haber hecho antes. No puedo hacer otra cosa que humillarme y confiar. Faltan todavía tres días para las fiestas solemnes de Pentecostés; haré, por tanto, un triduo de reparación, esforzándome de modo especial, por ser perfecto en las prácticas de piedad, y vivir siempre muy recogido en Dios, en María, con muy frecuentes jaculatorias. Rezaré de modo especial por los ordenandos y por la conversión de los pecadores y por la unión de las Iglesias disidentes. Este será también el modo más hermoso de cerrar el mes de mayo, y será la aurora de ese otro mes, muy querido también para mí, el mes del Sagrado Corazón de Jesús. Como confirmación de todo esto observaré la máxima atención, el máximo silencio en clase. María, mi única confianza, aceptad mis propósitos, enviadme el Espíritu Santo que me haga conocer mi miseria y me haga amar a Jesús.
Domingo de la Santísima Trinidad, 3 de junio de 1898. Para mayor gloria de Dios. Alabado sea Jesucristo. En el mes de mayo y en la novena del Espíritu Santo he pedido a Jesús y a María la virtud de la humildad, y parece que he tenido buenas ocasiones de ejercitarla. Parece que han contado a los superiores cosas, a mi parecer, exageradas sobre mí, sobre mi soberbia demostrada en las vacaciones, y he recibido la debida reprimenda. He debido de humillarme sin quererlo, pero en el fondo no deja de haber un poco de razón. En este caso, si los superiores vinieran a mirarme con malos ojos, ¿qué debo hacer?
Dejaré hacer, que las cosas sigan su curso; espero que se llegue a saber qué hay de verdadero y qué de falso en lo que se me ha imputado. De todos modos ha sido un buen golpe que me ha hecho pensar y llorar; y quizá he ido demasiado lejos con el pensamiento. Y todo esto porque, aunque no llegase, gracias a Dios, a los excesos que se me han imputado, la soberbia existe, y esta soberbia ha dado ocasión a semejantes acusaciones. Ahora, por fin, comienzo a abrir los ojos y a aprender algo. Basta, he recibido la lección. Pero ahora supongamos que todo es verdad y pongamos una losa encima, no pensemos en el que ha informado, sino que recemos por él que fue quizá instrumento en las manos de Dios para hacerme entrar en el camino recto.
Humildad, por tanto, de nuevo humildad, y sobre todo ojo a esos puntos especialmente en los que se dice —y en parte debo estar de acuerdo— que he faltado. Para esto repasaré a menudo mis propósitos que parecen hechos aposta. En ello me ayudará un poco más de unión con Jesús, porque, a decir verdad, en estos días he estado flojo; mayor cuidado en los exámenes y en la visita.
Es el mes del Sagrado Corazón, mi mes, y por tanto debo dar algún paso en la humildad, y al mismo tiempo en el amor, así me prepararé mejor para esas malditas vacaciones, y no daré más ocasiones de las que se puedan formar nuevos castillos sobre mí.
Por ahora doy gracias a Jesucristo que me concede al menos la disposición a hacerme humilde. Por lo demás Jesús ve mi corazón; sabe cuánto deseo amarlo. Por ahora, pues, fervor, ya que estamos en el mes del amor.
Domingo, 12 de junio de 1898. Esta semana me parece no haberla pasado demasiado mal. Pero tengo aún que reprocharme de haber prestado poca atención en clase en ciertas horas especiales, es decir, en las de letras, y de haber querido a veces hacer el gracioso, dejando escapar alguna palabra inútil o tonta; a veces en el rosario un poco distraído, mucho en el examen general, y un poco también en la meditación. Ay de mí, así, bonitamente, vengo a estar lo mismo que antes. De nuevo, pues, hace falta aliento, hace falta atención, hace falta humildad. Un pecado que llevo encima es el no ser nunca ordenado, ni siquiera en las cosas espirituales; y lo curioso es que estoy recomendando siempre el orden, incluso a los otros.
Lo que debo hacer es esto: no decir nunca a otros algo que luego no me esfuerce por poner en práctica, pues hasta ahora ha sucedido lo contrario. Por ejemplo: aquellos a quienes hablo del amor a Jesús Sacramentado podrán, quizá, formarse un buen concepto de mí a este respecto, porque me parece que hablo con el mayor calor que puedo. Puedo decir, en cambio, que estoy aún muy atrás, sin duda más que todos mis compañeros. Es preciso, por tanto, que atienda a mí mismo con orden. Para ello, en mis exámenes, me fijaré siempre en un defecto mío particular y a él dedicaré una especial atención. Ahora, en esta semana, seré un poquito escrupuloso en la clase de letras, observaré un recogimiento especial en la meditación, rosario y examen general; y por lo demás, humildad siempre en todo, especialmente con los otros, no hablando nunca de mí mismo en los corrillos, procurando no poner o dar ocasión de que se pongan en público los defectos de los demás, en lugar de cubrirlos.
Domingo, 19 de junio de 1898, retiro mensual. Si en la pasada semana he estado un poco más unido con Jesús, si por su gracia he tenido buenas inspiraciones, buenos sentimientos, en una palabra, si he gozado en el Corazón de Jesús, especialmente en la comunión de la solemnidad del viernes, a pesar de ello no puedo decir que he agradado al Corazón de Jesús, pues he caído de nuevo en casi todas las faltas de que me acusaba la otra vez. Por ejemplo, decir alguna palabra inútil durante la clase, estar poco recogido como es verdaderamente mi deber al rezar el rosario, sacar poco provecho de la meditación y ninguno del examen general. Pobre de mí, cuántas espinas para el Corazón de Jesús. ¿Qué quiere decir todo esto? Quiere decir que no lo amo como digo, lo amo sólo con palabras, no con hechos. Sobre todo tengo que reprocharme una inconstancia en mis continuos propósitos, especialmente en lo que se refiere al no hablar nunca de mí mismo, ni siquiera en mal sentido; no hablar de los otros sino para alabarlos.