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Fiesta de san Luis, 21 de junio de 1898. El domingo, al sonar la campanilla al final del retiro, interrumpí mis notas para volver a ellas en este día, día hermosísimo por estar consagrado a san Luis Gonzaga. Decía la otra vez que faltaba con frecuencia a la humildad. En este sentido me es necesario un gran recogimiento, pues estoy tan amasado de soberbia que falto incluso cuando no pienso en ello, incluso cuando me parece que obro bien, que practico la caridad. Afortunadamente no me faltan las ocasiones humillantes.

Hoy, por ejemplo, he actuado por primera vez de turiferario en las vísperas solemnes, y he hecho la figura que merecía, que tan inclinado soy a criticar a los otros. Todos se han reído de mí, y me está bien; así otra vez seré más humilde, y me controlaré más. Y más aún teniendo en cuenta que, por ser prefecto, he dado también escándalo a los otros. En fin, que esta humillación será también para mayor honra y gloria de san Luis. Pero no se volverá a repetir, porque hago propósito de estudiar las ceremonias en estas vacaciones. Por lo demás, aparte este cuidado en las palabras, necesito un mayor recogimiento en todo, y especialmente en la piedad, mucho más frecuentes jaculatorias, etc. San Luis es testigo de mi promesa de observar todas estas cosas; él me ayudará a cumplirla.

Domingo, 10 de julio de 1898. Por fin, después de mucho tiempo de distracción, vuelvo a mí mismo. Qué malos días he pasado, qué poco he demostrado mi amor al Señor. He recibido otra gracia, las dos órdenes menores, el ostiariado y el lectorado, y sin embargo sigo siendo el mismo. En la mitad justa del año he hecho los exámenes finales. Me he dejado llevar del cansancio en las prácticas de piedad, y particularmente en la visita y en los exámenes. Ahora ya no tengo tantos quebraderos de cabeza y quiero entrar de nuevo en el carril, y más aún al estar inminentes las vacaciones. Basta, he ofendido demasiado al buen Jesús. Que él me ayude, estoy con él para siempre.

Martes, 19 de julio de 1898. Señor, sálvanos, que perecemos (Mt 8,25). Llevo tres días de vacaciones y ya estoy cansado de ellas. Al ver tanta miseria, en medio de tantas desconfianzas, oprimido por tantos temores, con frecuencia suspiro, a veces lloro. Cuántas humillaciones. Mi única preocupación es hacer el bien, amar sinceramente incluso a los que me parece que no me quieren demasiado bien, y quizá a sus ojos soy una mala pieza. A veces me parece que incluso los que se interesaban por mí, aquellos a quienes confiaba todo, ahora me miran con ojos de recelo, no tocan ciertos puntos, ciertos temas. Qué pena. Quizá sea una aprensión mía. Así lo espero, quisiera estar seguro de ello; pero entre tanto me toca sufrir; sufro, cuando esperaba gozar.

Oh cómo me deja el mundo, en el instante mismo en que procuro agradarle. Nadie ve mis sufrimientos, sólo Jesús los conoce. Sólo él los conoce, porque sólo a él se los he contado, a él solo he querido encomendar el cuidado de ocuparse de ellos, no para que cesen por lo que a mí respecta, sino para que acaben de una vez todas esas historias que los preceden, y con las cuales no se hace ningún bien. Que el buen Jesús me dé al menos el consuelo de poderlo amar todo lo que deseo, de poderme humillar todo lo que necesito y de saber alegrarme sólo en mis humillaciones. Por mi parte, sólo quiero presumir de la cruz de nuestro Señor Jesucristo (Gál 6,14).

Humildad y amor, estas son las dos virtudes que me esforzaré por adquirir en estas vacaciones. Humildad sobre todo en los pensamientos, porque ciertamente, si por mi parte hubiera habido más humildad o, mejor dicho, menos soberbia, quizá no hubiera sucedido lo que ha sucedido; a medida que avanzo, más me convenzo de que necesito humildad. La humildad será la que aligerará mis sufrimientos que, por muchos que sean, no son tantos como los de Jesucristo, de María y de muchísimos santos. Amor que se muestre, se encienda, especialmente cuando me encuentro en la iglesia y hago mis ejercicios de piedad.

En las vacaciones no tengo clase de ciencias, de letras, pero en el Sacramento Eucarístico tengo abierta una clase celestial, donde enseña el mejor maestro que se puede imaginar, Jesucristo en persona. Y las dos ciencias principales que aquí se enseñan son estas: humildad y amor. Iré, pues, a la clase de Jesús; allí aprenderé a humillarme siempre y a amar siempre. Que Dios y la Virgen Santísima me ayuden, me hagan digno de escuchar esas divinas lecciones, de sacar provecho de ellas; los antiguos alumnos, mis modelos, son los santos; mis condiscípulos son esas almas justas que no viven sino para procurar el honor de Dios, para ensanchar las fronteras del reino de Jesucristo.

Pero como en mí es mayor la necesidad de la humildad que del amor, en cuanto que la humildad es el camino más seguro del amor, trabajaré especialmente por conseguir esta virtud. Por tanto, como propuse en los santos Ejercicios, todas las noches pondré por escrito todas mis faltas, y especialmente las que se refieren a esta virtud, para poner remedio al día siguiente. Basta: humildad y amor, y de lo demás sea lo que Dios quiera; si Jesús quiere que mis sufrimientos continúen, hágase su voluntad; y por lo que a mí se refiere, que me haga digno de gracia tan grande, es decir, de poder sufrir con él y por él.

Por lo demás, debo ser fuerte en las tribulaciones, porque estas son sólo un ridículo preludio de las que sufriré cuando sea sacerdote, cuando sea un sacerdote todo de Jesucristo. Que la Virgen me ayude, que me sostenga mi ángel de la guarda, que me acompañe mi san Juan Berchmans y conserve en mí aquella paz, aquella calma, aquella exactitud en todo, de la que fue tan raro ejemplo. La recompensa que debo esperar de Jesucristo por mis obras ha de ser siempre la que quería san Camilo de Lelis: Padecer y sufrir por ti. Amén.

Martes noche, 19 de julio de 1898. En general necesito mayor atención en el rezo del oficio de la Virgen y del rosario en casa. Por otra parte, aunque me sienta unido a Jesús Eucaristía, quizá sea un poco deficiente en jaculatorias. Mañana procuraré hacer todo esto con exactitud. Además así no perderé el tiempo con charlas inútiles en la cocina. Por lo que se refiere al amigo, debo confesar que esta semana se ha dejado sentir un poco dentro de mí, cuando volvía de Baccanello después de visitar a aquella excelente persona de la que me parece haber recibido una acogida seca. Se ha hecho sentir, al pensar en las pasadas vicisitudes de Pentecostés y en la parte que dicha persona, según creo, había tenido en ellas. Basta, estas ocasiones me deben servir cada vez más para humillarme, y cuando me vuelvan a ocurrir encuentros semejantes, procuraré frenar inmediatamente el amor propio diciendo: te está bien; lo que te ha sucedido, merecido lo tenías; todas las acogidas que te dispensen, incluso las más mezquinas, deben ser para ti un honor, pues no eres más que podredumbre y gusanos, ignorancia y pecado.

Miércoles noche, 20 de julio de 1898. Todavía necesito una mayor atención en el rezo de mis oraciones, un poco menos de sueño durante la meditación, un mayor número de jaculatorias, porque hoy he faltado contra estas tres cosas. Por lo demás, en cuanto al amigo, hoy ha sido discreto; ha hecho poco ruido. Basta, veremos mañana. Que Dios me ayude. Señor, tú sabes que te quiero.

Jueves, 21 de julio de 1898. También hoy he faltado discretamente al recogimiento, en el rosario. Con este proceder ciertamente no agrado a María, ¿entonces? Ahora que han pasado algunos días desde que vine de vacaciones, es preciso que me aplique a un poco de estudio serio; por tanto empezaré mañana. Igualmente, desde mañana en adelante, haré una visita más al Santísimo Sacramento, hacia el mediodía; porque hoy Jesús me ha dado a entender expresamente, en la lectura de la visita de san Alfonso, que él encuentra sus delicias entre los hombres. Ahora mi pobre iglesia está abandonada, nadie va a visitarlo. Él y yo nos vemos dos o tres veces en total; es justo, por tanto, ya que puedo hacerlo, que vaya alguna vez más a visitarlo, al menos a saludarlo. Qué contento se pondrá. Cómo me lo pagará.

Viernes, 22 de julio de 1898. ¿Es posible que no logre guardar el recogimiento en el rosario? Veremos qué pasa mañana. Es preciso que de algún modo me defienda contra el sueño que me asalta cuando estudio. También es necesario que tenga cuidado de no hablar demasiado en las conversaciones, como comenzaba a hacer hoy; porque, aunque por hoy pueda estar seguro, siempre es verdad el proverbio: En el mucho hablar no falta el pecado (Prov 10,19). También con los pensamientos buenos de por sí, que a veces me sorprenden y entusiasman, conviene estar alerta para no caer en otras distracciones; y para conseguir esto: jaculatorias, jaculatorias.

Sábado, 23 de julio de 1898. A pesar de todo, hoy he vuelto a caer en lo mismo: charlas aquí y allá, como si fuera el mayor charlista del mundo. Después me doy cuenta en seguida y me arrepiento, pero es preciso pensarlo antes. No tengo conciencia de haber hablado mal de otros, pero hay que estar siempre alerta. Todo eso es amor propio que sale a relucir, todo afán de aparentar. Conócete a ti mismo, amigo mío, y charlarás menos y en cambio estarás más recogido en las oraciones, las jaculatorias serán más frecuentes. Jesús, ten misericordia de mí.

Domingo, 24 de julio de 1898. En conjunto me queda todavía por hacer una obra un poco perfecta. Por ejemplo, un rezo recogido del santo rosario, etc.; hoy incluso ha sufrido algún menoscabo la visita al Santísimo Sacramento. Qué ocasiones de humillarme. En el punto en que estoy no merezco gracia alguna. Mañana seré un poco escrupuloso en procurar exactitud en todo, especialmente en la piedad: meditación, oficio, rosario y visita. Por lo demás, humildad siempre, pues cuando se es humilde Dios ayuda. Me guardaré, por tanto, de proferir incluso la más pequeña palabra de resentimiento con los míos, por cualquier ofensa que se me haga. Jesús, cuida tú de ello.

Lunes, 25 de julio de 1898. También esta tarde he llorado delante del párroco y delante de Jesús. Oh Jesús, acoged mis penas, mis lágrimas, para lavar mis pecados, y por ellas concededme humildad a mí y a mis parientes. María, ayúdame tú.

Martes, 26 de julio de 1898, retiro mensual. Dirigiendo una mirada al mes pasado he visto que he faltado al recogimiento y a la humildad; recogimiento durante los días que pasé en el seminario, humildad en los días de vacaciones. Y ahora, ya que me encuentro menos enfermo en el recogimiento (aunque no esté curado del todo), prestaré más atención a la humildad, procurando mantenerme firme en todas las ocasiones, y son muchísimas, que se me presentan para ejercitarla. Y para ello me ayudará inmensamente una unión de pensamientos y de afectos con Jesús en el Sacramento, mi amigo, pues así habrá entre ambos verdadero amor, y el amor a Jesús lleva consigo la humildad. Con él, por tanto, me desahogaré siempre, le manifestaré mis miserias, mis afanes, y él me dará la paciencia que necesito en las continuas adversidades en que me encuentro. Él me ayudará a cumplir la misión de paz en medio de mi familia hondamente angustiada. Él me enseñará a amar al prójimo, a perdonarlo, a excusar sus defectos. Así también, si lloro, si me veo ofendido o abandonado, me consolaré pensando que me parezco a Jesús que también, y más que yo, es ofendido y abandonado, y nunca cesa de amar. De esta manera mis lágrimas serán tanto más meritorias, más preciosas, cuanto más amargas sean, y no me desalentaré, sino que me consideraré honrado de padecer algo por Jesús que murió en la cruz por mí; y por mí está continuamente encerrado en el sagrario.

Así conoceré cada vez mejor la dignidad del sacerdocio, ministerio de caridad; y en esto ¿cómo no humillarme? ¿Cómo no callar en todo? Dios mío, Dios mío, haz que te ame y seré humilde, haz que te ame mucho y seré muy humilde.

Es preciso que no me deje sorprender por el sueño antes de mediodía, como ha sucedido esta semana. Igualmente mañana, en obsequio a la Virgen, procuraré rezar el rosario menos atolondradamente que hoy. ¿Por qué no lo he de conseguir? Para ejercitarme en lo último me esforzaré por poner especialísimamente en práctica aquel propósito que hice en los santos Ejercicios: que mis palabras lleguen antes a la lima que a la lengua, guardándome de entrar en ciertas cuestiones, o de poner de manifiesto mi parecer sobre ciertas cuestiones totalmente inútiles como, por ejemplo, empezaba a suceder hoy. Por lo demás, unión con Jesús y jaculatorias. Dios mío, mira cuántos pecados, pero ten misericordia de mí: te amo.

Miércoles, 27 de julio de 1898. Y dale que dale, no acabo de entender que debo callar con ese bendito cura, cuando se entra en ciertas cuestiones que no me convienen; no faltaré quizá, pero entre tanto se muestra mi natural de querer decidir dándomelas de sabio. Lo cierto es que, cuando he acabado, incluso después de poner todas las máximas cautelas, me doy cuenta siempre de que he hablado demasiado. Y esto es soberbia. Además, me entretengo demasiado en la cocina charlando inútilmente; es preciso que mortifique un poco también la curiosidad de querer saber cosas que no me importan. Me guardaré también de dormitar en la meditación, como esta mañana. Por lo demás, jaculatorias poquitas, y en cuanto al rosario debo repetir lo que dije anoche, porque el rezarlo debo hacerlo simplemente como cristiano. Oh Dios, cuántos pecados. Humíllate una vez; mira qué eres capaz de hacer con tu habilidad. Jesús mío, misericordia.

Jueves, 28 de julio de 1898. Necesito más recogimiento en el rezo de mis oraciones, especialmente en el oficio de la Virgen. Además, no debo volver, ni por inadvertencia, como hoy, a salir del pueblo e ir a Carvico sin sombrero. En general me falta verdaderamente esa íntima unión con Jesús que santifica toda la jornada, por tanto recurriré con más frecuencia a las jaculatorias.

Viernes, 29 de julio de 1898. Pobre de mí, me voy enfriando poco a poco en el amor al Señor. Así hago la visita apenas media hora antes del rosario, y a lo largo del día rara vez pienso en Jesús. En cuanto al oficio, estoy en las mismas. Qué vergüenza para mí, retroceder en lugar de avanzar. Oh buen Jesús, enciende en mi corazón un poco de tu ardientísimo amor.

Sábado, 30 de julio de 1898. Es preciso a toda costa que me humille conociendo mi poquedad. Si al menos supiera hacer esto. Me creo un serafín, y no soy más que un lucifer soberbio y demás. Hoy, por ejemplo, he hecho mal la visita, distraído; y cuando se hace mal la visita, la barca no va bien. El rosario lo rezo también un poco con la cabeza vagando por los aires; del oficio no hablemos. Y entre tanto Jesús me llama desde su sagrario, y huyo, huyo como todos los demás cristianos del mundo. Oh qué corazón, qué corazón. Si consiguiera al menos estar unido a Jesús con más frecuentes jaculatorias. Lo he prometido mil veces y nunca lo he hecho. Por tanto es preciso hacerlo, y con la ayuda de Dios lo haré. Señor, si quieres, puedes limpiarme (Lc 5,12).

Domingo, 31 de julio de 1898. Estoy de nuevo en los mismos pasos de antes; es más, por añadidura hoy no he hecho más que una sombra de examen particular, he omitido del todo el rezo de los tres padrenuestros y del Angelus a mediodía. Acabemos, pues, mientras el Señor me sigue concediendo misericordia. Hoy acaba el mes de julio y empieza otro. También lo acabo pidiendo a Jesús perdón por mis infidelidades y comenzando mañana una vida nueva. Precisamente mañana se abre el jubileo de Asís; por tanto, me limpio y purifico enteramente, y pediré al buen Jesús que, después, me dé la pureza, el amor, la humildad profunda del seráfico Francisco. Jesús, no me abandones.

Lunes, 1 de agosto de 1898. Recogimiento, jaculatorias y atención especialmente en el rosario. Guerra a ciertos pensamientos entusiastas que, aunque óptimos en sí mismos, en ciertos tiempos son nocivos porque distraen demasiado la mente. Oh Dios.

Martes, 2 de agosto de 1898. Hoy, en conjunto, no he agradado a Jesús. He estado lejos de él; además, la visita la he hecho, o mejor, no la he hecho. Oh Dios, humilladme cada vez más, hacedme conocer mi verdadera nada, estrechad esa unión íntima de mente y de corazón con vos, de lo contrario, si continúo como en estos últimos días, me veo reducido a malos pasos. Que esto no suceda nunca, Señor; protesto desde ahora que quiero amarte siempre. Jesús, caridad y perdón.

Miércoles, 3 de agosto de 1898. Bueno va esto. Es hora ya de acabar de estar jugando con el Señor. Jesús me llama durante el día, me llama todas las noches, me suplica, me conjura, y lo dejo solo. Hasta ahora hemos ido tirando por las buenas, pero ahora pasamos a las malas. Pregunto yo. Todas las noches: Jesús mío, misericordia, y por el día, en cambio, pecados y demás. ¿Es este un proceder de seminarista? Hoy además, aparte todas las restantes faltas, distracciones, disipaciones en que había caído los días pasados, he omitido la lectura espiritual. No he ido allí a hacer nada, es verdad, pero las cosas de piedad deben siempre ser preferidas a las otras. Por tanto, las cosas claras. Comencemos por eliminar las faltas más frecuentes y más llamativas; luego, paso a paso, vendremos a las otras. Son testigos en este momento de esta resolución mía, mi buen ángel de la guarda y mi san Juan Berchmans. O mañana hago la visita y rezo el santo rosario como se debe, y entonces todo va bien; o continúo portándome como en estos últimos días, y entonces el viernes no comeré nada hasta mediodía y haré dos horas de meditación. Hagamos las cuentas; quiero ganar de las dos maneras. Jesús, guárdame también tú un poquito.

Jueves, 4 de agosto de 1898. He ganado un poquito, aunque con todo no he hecho aún todo lo que debía; la visita, por ejemplo, no ha sido de las más fervorosas que he hecho; en el rosario todavía alguna distraccioncilla; pero vamos, por hoy contentémonos; el resto para mañana. Mientras tanto la pena en caso de transgresión sigue en pie; es más, al rosario y a la visita añadiré el rezo del oficio de la Virgen María. Deberé guardarme más de discutir, a veces innecesariamente, con el cura defendiendo a ciertas personas o acciones, que por otra parte son reprobables; aunque a mí me parezca que no lo sean; porque, si bien todos pueden darse cuenta de que hablo así por broma, o presento la cuestión en broma aunque la tome en serio, no obstante el excederse es siempre demasiado, y hasta la cosa más pequeña puede ser cimiento de un gran castillo. Basta, nos entendemos, seamos humildes y así nadie saldrá perjudicado. Oh Jesús.

Viernes, 5 de agosto de 1898. Hoy he faltado en primer lugar a mi principal deber: hacer rezar las oraciones a mis hermanitos. Prometo, como obsequio a María en esta novena que empieza, que no volverá a suceder; seré puntual también en esto. He adquirido también el vicio de dormir algo más de la cuenta después de mediodía; por tanto pondré el reloj para que me despierte no después de tres cuartos de hora, que pueden bastar. Mañana comienza la novena de la Asunción; por tanto, nuevo fervor en todo y unión con Jesús y María por medio de jaculatorias, que tanto necesito. Jesús y María, sed siempre mi único amor.

Lunes, 8 de agosto de 1898. En las dos noches pasadas no he podido escribir nada debido al fuerte dolor de muelas. Este incidente, si por una parte me ha dado ocasión de padecer algo por Jesús, por otra me ha distraído. Si estuviera un poco sereno, mañana debería aplicarme los castigos que me he propuesto, ya que no he hecho demasiado bien los dos principales ejercicios de piedad: visita y rosario. Y además, hablando claro, parece que no estoy en la novena, tan poco es el bien que hago. Por tanto, más fervor; no cosas grandes y extraordinarias, sino gran perfección en las de costumbre y sobre todo unión con Jesús, con el pensamiento en María, como sugería esta mañana en carta a Carminati. Oh María.

Martes, 9 de agosto de 1898. Antes de comenzar mis prácticas de piedad debo recordar aquellas palabras: Antes de la oración prepara tu alma. Debo procurar llegar al estado que alcanzaron los santos: poder pasar, con la máxima facilidad y no con distracciones como hago, del estudio u otras ocupaciones, a la oración. Por lo demás debo repetir lo que escribía anoche. Me siento casi desalentado, me encuentro siempre en los mismos pasos. Jesús y María, dadme un poco más de fervor, de lo contrario me domina la sequedad.

Viernes, 12 de agosto de 1898. La otra noche no tenía vela; anoche no tenía tinta; por eso he pasado dos noches sin escribir nada. Echando una ojeada general, debo decir que, si no tengo que lamentar grandes faltas, tampoco encuentro virtudes. Sigo en el mismo punto, sin dar un paso adelante. Y creo que todo depende de pensar poco, de no comparar un día con otro y ver la diferencia, como requiere el examen particular, que, entre paréntesis, debería hacer mucho mejor. En una palabra, hay ciertas cositas que nunca salen perfectas o, mejor dicho, nunca las hago bien; por ejemplo, el rosario, un poquito también la visita, y mucho más la práctica de las jaculatorias. Ciertamente la buena voluntad no me falta, y por ella no puedo por menos de dar gracias al Señor, pues es totalmente gracia suya. Pero debo pensar que el infierno está lleno de buenas voluntades. Oh si supiera cuánto necesito ser bueno y santo. Pues bien, rompamos con esta rutina. Mañana me confieso y comienzo una vida de mayor atención y fervor en honor de la Virgen Santísima, que tanto merece mi amor; y comenzaré por no hablar nunca con nadie, ni siquiera en confianza, de los pequeños defectos que quizá sólo yo veo y que encuentro en otras personas. Oh María.

Sábado, 13 de agosto de 1898. En general hoy me he portado mejor que los otros días. Pero me falta aún toda esa unión con Jesús y María mediante jaculatorias, como se debe hacer, y además también el rosario y el oficio han sido un poquito descuidados. Debo también cuidar con ciertas personas de no tocar ciertas cosas que las irritan, porque de este modo se viene a ser causa de impaciencias sobre cosas que no tienen nada de virtud. María, madre mía, si no me ayudas ahora que tanto lo necesito, ¿qué seminarista, qué sacerdote seré?

Lunes, 15 de agosto de 1898. Hoy todo por los suelos: meditación, lectura espiritual, examen particular, visita, etc., todo, todo. Pero era casi imposible proceder de otro modo. María me lo perdonará, ya que por otra parte no he hecho más que colaborar de algún modo a la querida fiesta de la Asunción que aquí, en mi pobre pueblo, se solemniza anualmente con pompa.

Martes noche, 16 de agosto de 1898. Hoy, por mi culpa, he caído, o al menos he estado en grave peligro de caer, en aquella falta que estuvo a punto de ganarme una reprimenda en la última Pentecostés: querer discutir de cosas que no importan a seminaristas. No obstante, es verdad que por mi parte me parece que he procedido con la máxima cautela, que sólo he hablado de la sencillez, obediencia, cariño a los superiores, deseo del verdadero bien que se exigen en un sacerdote; es verdad que sólo he hablado de ello con el cura y únicamente cuando él inició la discusión, a pesar de que antes había propuesto callar; pero no soy el juez de mí mismo; estas cosas van contra el deseo de los superiores y basta, por tanto debo procurar mantenerme al margen de estas cuestiones todo lo más que pueda, y rezar sólo para que las acciones de los sacerdotes sirvan todas a la gloria de Dios.

Ciertamente, es siempre la comida en casa del señor cura, la reunión de sacerdotes en la Asunción lo que despierta en mí este fuego; pero más que todo es la soberbia; por tanto, fuera. Y más aún teniendo en cuenta que estas cosas crean un desconcierto en las prácticas de piedad, como me ha sucedido hoy: parte las he omitido (lectura espiritual) y parte (meditación, visita, rosario) las he hecho de cualquier modo. Jesús, ¿cuándo comenzaré a contentarte de veras?

Miércoles, 17 de agosto de 1898. Menos mal. Por fin hoy me parece que he pasado una jornada discretamente tranquila. Gracias a Dios. El dolor de muelas que me sobrevino antes de mediodía la hizo todavía más hermosa. Sin embargo, no me veo sin faltas: por ejemplo, he hecho la meditación con sueño; he rezado vísperas un poco de prisa y atropelladamente, por no decir nada de las jaculatorias que han sido todavía pocas. Esta tarde, al conocer la muerte de ese comparroquiano mío, me vino una inspiración. En aquel momento, ¿me encontraré contento o descontento de mi vida? Si me encontrase como ahora, poco tendría de qué consolarme. Oh sí. Tenga yo la muerte de los justos (Núm 23,10); pero, para esto, antes tenga la vida de los justos.

Jueves, 18 de agosto de 1898. Debo recordar que no sólo tengo el deber de evitar el mal, sino también de hacer el bien. Aunque, por otra parte, hoy no puedo decir que he estado totalmente exento de mal, pues la visita y el rosario los he hecho todavía un poco distraído; y, además, siempre dejo la visita para el último momento. Con Jesús no se hace así: dejarlo siempre para lo último. Jesús mío, ¿cuándo tendré un poco más de fervor?

Viernes, 19 de agosto de 1898. Menos charlas inútiles durante el día, como he hecho esta mañana en la cocina, y mayor atención a las prácticas de piedad y al estudio, especialmente al rezo del oficio de la Virgen y del rosario, porque, pobre Madre, todavía estoy por contentarla una vez. Este será mi obsequio de mañana, sábado consagrado a ella. Dios mío, qué vergüenza pensar que con las gracias que el Señor me ha dado debería ser un santo, y soy por el contrario un gran pecador.

Sábado, 20 de agosto de 1898. También hoy jornada floja. Antes de mediodía casi siempre con el señor cura, después con el médico, y en resumidas cuentas he hecho poco o nada bueno. Noto sólo dos cosas: 1. Necesito mayor fervor y poner más atención en prepararme para los Santos Sacramentos, en especial la eucaristía; 2. Permanecer en la penumbra, todo lo más que pueda, y no nombrar ni siquiera por accidente ciertas cuestiones que no me atañen, como he dicho otras veces; ni tampoco presumir de sabio con fulano o mengano, exponiendo el camino que parece debiera seguirse en tales circunstancias. Hagamos este pequeño sacrificio que tanto desea mi buen Jesús. Jesús, sácame de esta tibieza.

Domingo, 21 de agosto de 1898. Señor, Señor, ten misericordia de mí, el más grande pecador. ¿Qué más puedo decir? No cumplo en nada los propósitos. Dios mío, cuántos pecados y cuánto amor de Jesús. Cuántas faltas a las promesas. Oh san Alejandro, a quien mañana quiero visitar en peregrinación, dame un poco de fortaleza para no faltar a mis deberes de buen seminarista.

Martes, 23 de agosto de 1898. Viendo en mí tantas negligencias en el servicio de Dios, lleno de confusión ante él, sólo sé decir estas dos palabras: Jesús mío, misericordia.

Miércoles, 24 de agosto de 1898. Menos mal que ayer, pero también mal, especialmente en el rezo de mis oraciones. Me dejo disipar demasiado por el pensamiento de las fiestas de san Alejandro, necesito frenar mi entusiasmo que esta vez quizá peque de indiscreto.

Miércoles, 31 de agosto de 1898, retiro. Los preparativos, la novena, las solemnidades extraordinarias de san Alejandro no me han permitido hacer todas mis prácticas de piedad o, mejor dicho, me han trastornado completamente la cabeza. Ahora, tras volver de las fiestas, recobro la calma y hago el retiro. No pierdo el tiempo en decir lo mal que he pasado este mes, las pocas notas que he escrito hasta aquí hablan bien claro. Lo que más me aterra es mi inconstancia en el servicio de Dios. Mil veces digo con san Agustín que quiero levantarme, pero al contrario que san Agustín, siempre vuelvo a caer. Lo curioso es que últimamente, un poco por negligencia mía, un poco por otras causas, he estado muchos días sin confesarme. Y pensar que san Carlos se confesaba dos veces al día. Pero basta, por mucho que diga no puedo describir plenamente todo lo miserable que soy, pues la soberbia me vela el entendimiento. Puesto que el Señor me acoge de nuevo y me admite en su seno, levantémonos de nuevo. Fruto especial, aparte todo lo demás de este retiro, será: 1. Hacer siempre la visita antes de ir a casa del párroco, es decir, hacia las tres; 2. No entrar nunca, nunca en cuestiones de periódicos, de obispos, de hechos, tomando la defensa de lo que es atacado demasiado injustamente y que me parece conveniente defender, y cuando me hagan entrar, recurriré a todo para salir hábilmente y mostrar siempre en todo caridad; 3. Jaculatorias, muy especialmente a María, cuya novena comencé ayer.

Jaculatorias más bien pocas: la visita, el rosario necesitan mayor fervor. Hoy casi he rozado, aunque no he caído en ella, la falta contra la que hice el segundo propósito especial en el retiro. Ojo, por tanto, y prudencia, pues el demonio es más astuto que yo. Mi buen Jesús.

Jueves, 1 de septiembre de 1898. No ha estado muy mal, pero tampoco ha estado bien del todo; estoy más bien un poco indiferente, y además la visita y el rosario exigen más fervor, especialmente por encontrarme en la novena de la Virgen. Pobre Madre mía, qué poco la amo; a cada momento la olvido del todo. Pues bien, para mañana renuevo por centésima vez la promesa a María de ser puntual y muy fervoroso en la visita y en el rosario. Quizá cumpliendo esto venga también lo demás. Madre mía, esperémoslo y confiemos.

Viernes, 2 de septiembre de 1898. Se adelanta un poco; pero necesito aún mayor cuidado y atención en el rezo del oficio de la Santísima Virgen, y en general siempre que me encuentre en la iglesia. Por lo demás, jaculatorias muy a menudo, pues pueden hacer mucho bien. Viva Jesús.

Sábado, 3 de septiembre de 1898. Calma, incluso quizá demasiada; no quisiera hacerme demasiadas ilusiones. El rosario y las vísperas dejan todavía que desear. Cuánto se necesita para una cosa tan pequeña. Y todo efecto de mi santidad. Amigo, más humildad. María, en medio de los honores que te rinde estos días Turín, en el Congreso Mariano, no olvides mi pobre corazón que se une, el último, a los de tantos devotos tuyos e implora tus gracias para la Iglesia y los pecadores.

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9788428564007
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