Kitabı oku: «La venida del Consolador», sayfa 3
El Espíritu es una Persona divina
El tratamiento del carácter del Espíritu Santo nos conduce directamente a la consideración de su personalidad. Es muy fácil pensar acerca del Padre y de Jesús como personas. Al parecer, los visualizamos, si es que podemos usar este término. Pero, el Espíritu Santo es considerado como algo misterioso, tan invisible y secreto, y de acciones tan apartadas de nuestros sentidos que su personalidad se pone en duda cuando es contrastada con la conducta de las otras personas de la Deidad.
Por supuesto, él ha aparecido en forma visible para los sentidos humanos, tomando en una ocasión, por ejemplo, la forma de una paloma (Luc. 3:22). Además, se dice mucho sobre su influencia, sus gracias, su poder y sus dones. Por esta razón, a veces nos sentimos inclinados a considerarlo como una influencia, un poder o una energía. Símbolos tales como el viento, el fuego, el aceite, el agua y otros han ayudado a que se piense en este sentido.
Más aún, el mismo hecho de que el nombre Espíritu sea, en el original griego, un sustantivo neutro y que, siguiendo normas gramaticales estrictas, en inglés se haya utilizado, para referirse a él, el pronombre impersonal1 itself en la Authorized Version (Versión Autorizada) en Romanos 8:16 y 26, ha tenido gran influencia sobre la impropia comprensión popular del término “El Espíritu mismo [“itself”] da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”; “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo [“itself”] intercede por nosotros con gemidos indecibles” (Rom. 8:16, 26). Sin embargo, el pronombre impersonal que se usa para cosas ha sido reemplazado, en la Revised Version [Versión Revisada], por el pronombre personal (himself en lugar de itself), para que armonizara con la idea de su personalidad.
Una cuestión de importancia suprema
No es esta una cuestión meramente técnica, académica o poco práctica. Encierra una importancia suprema y del más elevado valor práctico. Si el Espíritu es una persona divina, pero lo consideramos como una influencia impersonal, estamos robando a esta persona divina la deferencia, el honor y el amor que le debemos. Además, si el Espíritu Santo fuera una mera influencia o poder, trataríamos nosotros de obtenerlo y usarlo. Pero, si lo reconocemos como una persona, estudiaremos cómo someternos a él, de modo que él nos emplee según su voluntad. Si pensamos que podemos poseer al Espíritu Santo, nos sentiremos inclinados a engreírnos e inflarnos; pero, el otro concepto –el verdadero– nos conduce a la renuncia personal de nosotros mismos, a la negación y la humillación del yo. No hay nada mejor calculado para abatir la gloria del hombre en el polvo. Acerca de este punto, notemos una vez más la palabra del Espíritu de Profecía.
“No podemos nosotros emplear el Espíritu Santo; el Espíritu es quien nos ha de emplear a nosotros. Por medio del Espíritu, Dios obra en su pueblo ‘así el querer como el hacer, por su buena voluntad’. Pero muchos no quieren someterse a ser guiados. Quieren dirigirse a sí mismos. Esta es la razón por la cual no reciben el don celestial. Únicamente a aquellos que esperan humildemente en Dios, que esperan su dirección y gracia, se da el Espíritu. Esta bendición prometida, pedida con fe, trae consigo todas las demás bendiciones. Se da según las riquezas de la gracia de Cristo, y está lista para abastecer toda alma según su capacidad de recepción” (Obreros evangélicos, p. 302).
No, el Espíritu Santo no es una influencia tenue que emana del Padre. No es un “algo” impersonal que debe reconocerse vagamente, tal como un principio invisible de vida. En la mente de multitud de personas, el Espíritu Santo ha sido separado de su personalidad; ha sido transformado en algo intangible, etéreo, escondido en nieblas y envuelto en irrealidad. No obstante, la mayor realidad invisible en el mundo de hoy es el Espíritu Santo: una personalidad sagrada. Jesús fue la persona más notable e influyente que jamás haya existido en este viejo mundo; y el Espíritu Santo vino a llenar su lugar vacante. Nadie sino una persona divina podía tomar el lugar de su persona maravillosa. Jamás una mera influencia hubiera sido suficiente.
La naturaleza de su personalidad
Se corre el riesgo de limitar la idea de personalidad a meras manifestaciones corporales. Nos resulta difícil comprender el concepto de personalidad divorciado de las formas tangibles y corporales de la humanidad: seres provistos de cuerpos físicos y limitados. Pero, personalidad y realidad corpórea han de distinguirse claramente, aunque a menudo se confundan. La idea de personalidad no está circunscripta a las limitaciones de la humanidad. El Espíritu de Profecía también habla acerca de esto:
“El Espíritu Santo es el representante de Cristo, pero despojado de la personalidad humana e independiente de ella. Estorbado por la humanidad, Cristo no podía estar en todo lugar personalmente. Por lo tanto, convenía a sus discípulos que fuese al Padre y enviase el Espíritu como su sucesor en la tierra. Nadie podría entonces tener ventaja por su situación o su contacto personal con Cristo. Por el Espíritu, el Salvador sería accesible a todos. En este sentido, estaría más cerca de ellos que si no hubiese ascendido a lo alto” (El Deseado de todas las gentes, pp. 622, 623).
Dios el Espíritu no ha de medirse con patrones humanos. No podemos expresar lo infinito en términos perecederos. El Espíritu Santo está más allá de una definición acabada y concisa, y no necesitamos resolver el misterio de su naturaleza. Acerca de esto se nos amonesta específicamente:
“No es esencial para nosotros ser capaces de definir con precisión qué es el Espíritu Santo. Cristo nos dice que el Espíritu es el Consolador, ‘el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre’ (Juan 15:26). Se asevera claramente, tocante al Espíritu Santo, que en su obra de guiar a los hombres a toda verdad, ‘no hablará de sí mismo’ (Juan 16:13).
“La naturaleza del Espíritu Santo es un misterio. Los hombres no pueden explicarla, porque el Señor no se la ha revelado. Los hombres de conceptos fantásticos pueden reunir pasajes de las Escrituras y darles interpretación humana; pero la aceptación de esos conceptos no fortalecerá a la iglesia. En cuanto a estos misterios, demasiado profundos para el entendimiento humano, el silencio es de oro” (Los hechos de los apóstoles, p. 43).
“Todos nuestros maestros deben mantener una relación viva con Dios. Si Dios mandase a su Espíritu Santo a nuestras escuelas para amoldar los corazones, elevar el intelecto y dar sabiduría divina a los estudiantes, habría quienes, en su estado actual, se interpondrían entre Dios y los que necesitan la luz. No comprenderían la obra del Espíritu Santo; nunca la han comprendido; en lo pasado ha sido para ellos un misterio tan grande como lo fueron para los judíos las lecciones de Cristo. Su obra no consiste en crear curiosidad. No toca a los hombres decidir si pondrán las manos sobre las manifestaciones del Espíritu de Dios. Debemos dejar a Dios obrar” (Consejos para los maestros, pp. 358, 359).
La tercera persona de la Deidad
Observemos, también, que la misma instrucción inspirada establece incontrovertiblemente la certeza de su personalidad. Él es “la tercera persona de la Deidad”:
“El mal se había estado acumulando durante siglos, y solo podía ser restringido y resistido por el grandioso poder del Espíritu Santo, la tercera persona de la Deidad, que vendría no con energía modificada, sino con la plenitud del poder divino” (Testimonios para los ministros, p. 392).
Hay “tres personas vivientes” en el Trío celestial: “El Padre es toda la plenitud de la Deidad corporalmente, invisible a los ojos mortales.
“El Hijo [de Dios] es toda la plenitud de la Deidad manifestada. La Palabra de Dios declara que él es ‘la imagen misma de su sustancia [“personal”]’ (Heb. 1:3). ‘Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna’. Aquí se muestra la personalidad del Padre.
“El Consolador que Cristo prometió enviar después de ascender al cielo es el Espíritu en toda la plenitud de la Deidad, manifestando el poder de la gracia divina a todos los que reciben a Cristo y creen en él como un Salvador personal. Hay tres personas vivientes en el trío celestial; en el nombre de estos tres seres grandiosos: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, se bautizan los que reciben a Cristo por medio de una fe viva, y estos poderes cooperarán con los obedientes siervos del cielo en sus esfuerzos por vivir la nueva vida en Cristo” (Testimonies, serie B, Nº 7, pp. 62, 63, año 1905; El evangelismo, p. 446).
Cuatro atributos de personalidad
Dios no es un hombre magnificado o sublimado. Solo él posee personalidad perfecta. La ha tenido desde los días de la eternidad, infinitamente antes de que existiera cualquier ser humano con sus limitaciones. Se puede mencionar cuatro atributos de la personalidad: 1) voluntad, 2) inteligencia, 3) poder, 4) capacidad para amar. La personalidad comprende, por lo tanto, un ser consciente de sí mismo, que se conoce a sí mismo, con voluntad propia y con poder de autodecisión.
Una persona es un ser con quien nos podemos comunicar, en quien se puede confiar o del que es posible dudar, a quien se puede amar u odiar, adorar o insultar. En el hombre, estos atributos esenciales de personalidad se encuentran en forma limitada o imperfecta, pero Dios los posee perfecta e ilimitadamente. De modo que la personalidad del Espíritu Santo no admite comparaciones.
Sería de gran ayuda que escucháramos la forma en que Jesús se refiere a este punto, en los capítulos 14 y 16 del Evangelio de Juan. No expresa él siquiera una palabra que pudiera aducirse en apoyo de la idea de que el Espíritu Santo sea simplemente una influencia. Jesús se dirige a él, y lo trata como una persona. Lo llama el Paracleto, un título que solo puede ostentar un ser personal.
La idea de personalidad domina la construcción gramatical de sus oraciones. En los capítulos 14, 15 y 16 de Juan, se usan no menos de 24 veces diversos pronombres personales aplicables al Espíritu (nótense, por ejemplo, Juan 15:26 y 16:13). No es que las personas de la Deidad sean masculinas en contraste con lo femenino, sino que son seres personales en contraste con lo impersonal.
En ciertos textos, la personalidad del Espíritu se presenta subordinada con el propósito de dar énfasis a otra característica. Cristo presenta al Espíritu como alguien que enseña, habla, testifica, guía, escucha y declara. Estas son señales de inteligencia y de discriminación, por lo tanto, lo son de personalidad.
Se le atribuyen cualidades personales
Hagamos ahora un rápido examen del testimonio bíblico acerca de la personalidad del Espíritu Santo. Se le atribuyen cualidades personales, acciones personales y relaciones personales. No es la posesión de pies y manos lo que caracteriza a una personalidad, sino el conocimiento, los sentimientos, la voluntad y el amor.
1. CONOCIMIENTO: “Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Cor. 2:11). El Espíritu Santo es una persona calificada para tratar con seres personales en forma consciente e inteligente, haciéndoles saber lo que hay para ellos en el corazón de Dios, así como lo que existe en sus propios corazones. Es un absurdo referirse a una influencia, energía o poder como algo que posea esa clase de comprensión.
2. VOLUNTAD: “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere” (1 Cor. 12:11). Aquí tenemos la más contundente prueba de personalidad. La voluntad es el elemento más distintivo de cualquier persona.
3. MENTE: “Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos” (Rom. 8:27). En el idioma griego, esto implica tanto pensamiento como propósito. En Hechos 15:28, se encuentra un ejemplo de esto mismo: “Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias”. Conforme a esto, leemos:
“Por medio del poder del Espíritu Santo, toda obra que Dios ha señalado debe elevarse y ennoblecerse, y debe dar testimonio en favor del Señor. El hombre debe colocarse bajo el control de la mente eterna, cuyos dictados debe obedecer en todo sentido” (Consejos sobre la salud, p. 525).
4. AMOR: “Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu” (Rom. 15:30). El Espíritu Santo no es un poder ciego sino una persona que ama con los afectos más tiernos.
5. COMUNIÓN: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros. Amén” (2 Cor. 13:14). En esta forma, el Espíritu está unido con la personalidad suprema del Padre y el Hijo en la bendición apostólica. Y la comunión con el Espíritu Santo solo puede lograrse sobre la base de su personalidad. Esta comunión implica sociedad y reciprocidad.
6. SE LO PUEDE CONTRISTAR: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efe. 4:30). ¡Cómo moldeará enteramente la vida la comprensión de este pensamiento, referente a la santa persona del Espíritu!
7. SE LO PUEDE INSULTAR Y TENTAR. SE LE PUEDE MENTIR: Notemos los siguientes pasajes bíblicos: “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (Heb. 10:29). “Y Pedro le dijo: ¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido, y te sacarán a ti” (Hech. 5:9). “Y le dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?[...]. No has mentido a los hombres sino a Dios” (Hech. 5:3, 4). Estas son evidencias de que el Espíritu es susceptible de maltrato.
Atributos y obras divinos
La más solemne amonestación proferida por Jesús en los cuatro Evangelios declara que si sus palabras o su persona fueran rechazadas por los hombres podrían ser perdonados, pero ninguno que pecara contra el Espíritu Santo y finalmente rehusara sus enseñanzas podría ser perdonado. Es inconcebible que un ser humano pudiera pecar en esa forma contra una influencia, un poder o una energía, corriendo el riesgo de cometer, así, un pecado imperdonable.
Revisemos, a continuación, algunos de los hechos adjudicados al Espíritu, realizables solo por personas. Pensemos en su acción de inspirar las Sagradas Escrituras, sus órdenes y prohibiciones, su nombramiento de ministros, sus deprecaciones y oraciones, sus enseñanzas y testimonios, sus luchas y esfuerzos por convencer. Hay unas veinte acciones diferentes, contadas entre los actos más elevados que una personalidad inteligente puede efectuar y que no podrían ser realizados por una influencia.
Pero, el Espíritu Santo es más que una mera personalidad. Es una persona divina. Se lo llama Dios (Hech. 5:3, 4), la tercera persona de la Deidad. Posee atributos divinos: omnisapiencia (Luc. 1:35); omnipresencia (Sal. 139:7-10); y vida eterna (Heb. 9:14). Estos pertenecen solamente a Dios y, sin embargo, también se atribuyen al Espíritu. Él es mayor que los ángeles porque, como representante de Cristo, dirige en la tierra a los ángeles que batallan contra las legiones de las tinieblas.
“Todos los seres celestiales están en este ejército. Y hay más que ángeles en las filas. El Espíritu Santo, el representante del Capitán de la hueste del Señor, baja a dirigir la batalla” (El Deseado de todas las gentes, pp. 318, 319).
Además, se adjudica al Espíritu Santo la realización de obras divinas: creación (Job 33:4); regeneración (Juan 3:5-8); resurrección (1 Ped. 3:18); y el ser fuente de profecía (2 Ped. 1:21). Estas obras podrían ser realizadas únicamente por Dios mismo. Así que el Espíritu Santo no es solo una persona sino también una persona divina. En el plan de Dios, su ministerio incluye creación, inspiración, convicción, regeneración, santificación y capacitación para un servicio más efectivo.
Su relación con la Deidad
Esto nos lleva a un breve examen de la relación del Espíritu Santo con las otras personas de la Deidad. Nuestra concepción de la Trinidad a veces nos inclina a imaginar tres dioses en lugar de uno. Nuestro Dios es uno solo (Deut. 6:4); pero hay tres personas en esta Deidad singular. La dificultad surge al tratar de concebir los seres espirituales en términos físicos. Probablemente, una ilustración cruda podría ser apropiada: un triángulo es una figura, pero posee tres lados. Así, también la Deidad, siendo una, se manifiesta como el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El mismo Jesús aseveró: “Yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30). La siguiente declaración es de gran ayuda:
“‘Si me conocieseis –dijo Cristo–, también a mi Padre conocierais: y desde ahora le conocéis, y le habéis visto’. Pero los discípulos no lo comprendieron todavía. ‘Señor, muéstranos al Padre –exclamó Felipe, y nos basta’.
“Asombrado por esta dureza de entendimiento, Cristo preguntó, con dolorosa sorpresa: ‘¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe?’ ¿Es posible que no veáis al Padre en las obras que hace por medio de mí? ¿No creéis que he venido para testificar acerca del Padre? ‘¿Cómo, pues, dices tú: Muéstranos al Padre?’ ‘El que me ha visto, ha visto al Padre’. Cristo no había dejado de ser Dios cuando se hizo hombre. Aunque se había humillado hasta asumir la humanidad, seguía siendo divino” (ibíd., pp. 618, 619).
Con referencia a la venida del Espíritu Santo, Cristo afirmó, nuevamente:
“Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros [...] y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él” (Juan 14:16-18, 23).
De modo que la presencia del Espíritu Santo implica también la presencia de Jesús y del Padre. En otras palabras, en esta dispensación del Espíritu Santo, la plenitud de la Deidad se halla presente y operante en el mundo. Entonces, el Espíritu Santo es, por así decirlo, el otro yo de Jesús, y mediante él Jesús hace real su presencia universal en todo su pueblo.
“Los que ven a Cristo en su verdadero carácter, y le reciben en el corazón, tienen vida eterna. Por el Espíritu es como Cristo mora en nosotros; y el Espíritu de Dios, recibido en el corazón por la fe, es el principio de la vida eterna” (ibíd., p. 352).
Tres dispensaciones consecutivas
Antes de que Cristo se humanara, el Padre era la persona más conspicua en el horizonte de la Deidad; cuando Cristo vino al mundo, la segunda persona llenó este horizonte; y en esta dispensación del Espíritu, la tercera persona ocupa el lugar de preeminencia, constituyendo la culminación de las provisiones progresivas de Dios.
En la dispensación del Padre, la norma de la ley era sobresaliente; en la dispensación del Hijo, se agregó la reconciliación; y en la dispensación del Espíritu Santo se añade el poder santificador y habilitador. Por lo tanto, estos tres conceptos son acumulativos. Cada uno refuerza y suple al anterior.
En cada dispensación, la espiritualidad de la iglesia ha estado condicionada a su adhesión a la verdad principal del período en que vivía. Se estableció la norma de la justificación, se proveyó el medio de reconciliación y expiación, y por último, ahora el agente que había de aplicar estos beneficios al hombre ocupa el campo en forma predominante.
Las tres grandes pruebas históricas de fe referentes a la santificación son: primero, en el período anterior a la encarnación, la prueba de “un Dios” versus el politeísmo, y el derecho divino de gobernar, con la ley como norma y el sábado como señal; segundo, la prueba de comprobar si, en ocasión del primer advenimiento de Cristo, quienes habían cumplido la primera prueba aceptarían a Jesús como el Hijo y el Redentor divino; luego la tercera, después de haber aceptado las primeras dos, ver si nos someteremos enteramente al poder del Espíritu Santo, con el fin de que él haga eficaz, en nosotros, todo lo que se nos había preparado.
Estos amplios principios fundamentales contienen todo lo que es vital en el plan divino de salvación.