Kitabı oku: «La guerra cristera», sayfa 2
Introducción
El delirio en que estábamos no nos permitía ver la atrocidad del hecho... Pero las luchas civiles, las guerras políticas ofrecen estos desastres, que no pueden apreciarse aisladamente. El pueblo se engrandece o se degrada a los ojos de la Historia según las circunstancias. Antes de empezar, nunca sabe si va a ser pueblo o populacho. De un solo material, la colectividad, movida de una pasión o de una idea, salen heroicidades cuando menos se piensa, o las más viles acciones. Las consecuencias y los tiempos bautizan los hechos haciéndolos infames o sublimes. Rara vez se invoca el cristianismo ni el sentimiento humano... Pues fue un acto de esos que se llaman insensatos cuando salen mal, y heroicos cuando salen bien...
Benito Pérez Galdós1
Durante los primeros tiempos de la era cristiana, los siglos iv y v,
junto a aquellos que dieron su vida por la fe, comenzaron a ser venerados los restos mortales de los ermitaños que, con sus actos de renuncia por amor a Cristo, de algún modo también habían muerto al mundo. Muy pronto este culto se hizo extensivo a todos los cadáveres de los obispos destacados por su caridad, por su sabiduría y por su labor en la difusión del cristianismo. Los cuerpos de los mártires, de los eremitas y de los obispos se convirtieron en reliquias y las tumbas que los contenían se volvieron santuarios de peregrinación, lugares donde se tocaban el cielo y la tierra. Un largo trayecto se había recorrido desde el cristianismo primitivo, que consideraba santo a todo creyente bautizado, hasta esta religión institucionalizada y jerarquizada que comenzaba a rendir culto a una élite de seres excepcionales que vivían en un ciego palaciego, como cortesanos alrededor de la figura imperial de Cristo.2
En su libro La santidad controvertida, Antonio Rubial muestra cómo la mayoría de las religiones ha rendido culto a quienes se distinguen por su virtuosidad y estrecha relación con lo divino; pero en el caso del catolicismo, además, los santos cumplen funciones muy importantes como preservadores de la memoria colectiva, ejemplo de las virtudes que se busca fomentar y, sobre todo, como intermediarios entre Dios y los hombres. De manera que, si ya de por sí las iglesias median esa relación que como parte de la condición humana el hombre establece con la divinidad, en el catolicismo los santos establecen una doble intermediación.
La situación de los primeros siglos del cristianismo parece repetirse al inicio del tercer milenio cuando, en este nuestro país tan necesitado de santos, son llevados a los altares 25 mártires de la guerra cristera, 14 de los cuales pertenecen al estado de Jalisco.
La cultura religiosa en Jalisco, durante las últimas décadas del siglo xx, tuvo como característica fundamental el quiebre de la influencia hegemónica del catolicismo en el nivel de las creencias, mediante la asimilación de tradiciones religiosas no católicas y en muchos casos, no cristianas. En una sociedad que se había caracterizado por ser católica, tradicional y conservadora, la aceptación de nuevas creencias y el crecimiento acelerado de otras iglesias puso en vela a la jerarquía y a sus clérigos, quienes lanzaron, aprovechando su estructura institucional, fuertes campañas de deslegitimación y las atacaron como “extranjerizantes” y hasta diabólicas.
Junto a ello, la incertidumbre del fin de milenio provocó ,en amplios sectores de creyentes y practicantes católicos convencidos, una incesante búsqueda de formas más cercanas de relación con lo divino; búsqueda que tuvo como resultado un gran número de apariciones y revelaciones milagrosas durante la década de los años noventa. Alrededor de una cincuentena de imágenes marianas y de cristos aparecieron en muros, piedras, árboles o cualquier objeto casero, como muestras fehacientes de la manifestación divina al exterior de los espacios eclesiales, y apropiadas por los videntes y sus seguidores; fueron revelados muchos mensajes a mansos y humildes de corazón, a gente sencilla, pobre, y casi en todos los casos, sin educación, en los que se anunciaba la venida definitiva de Cristo, el descontento y la tristeza de María y su Hijo por los pecados que se cometían, y se llamaba a la oración y al arrepentimiento.
Algunas de estas imágenes fueron efímeras, pero otras se han conservado como testimonio de una época y como centros de peregrinación. A través de ellas recordaremos también los recursos que una sociedad emplea cuando, en situaciones de crisis, percibe amenazadas sus creencias.
Este es el contexto en el cual fueron canonizados los que la jerarquía católica consideró como mártires de la guerra cristera. El gran número de jaliscienses señala la relevancia que este acontecimiento tiene en especial para el estado. Con 14 nombres incorporados al santoral, Jalisco tiene ahora más santos que toda América Latina junta. Este es, también, el contexto en el cual se ubica este libro, como resultado de una investigación que duró varios años, en la que se plantearon preguntas e intentaron encontrar respuestas satisfactorias a una etapa todavía oscura de nuestra historia nacional. Lo que está escrito en estas páginas, de ninguna manera pretende ser una explicación definitiva a un episodio que apenas empieza a investigarse; más bien intenta aportar elementos que nos permitan analizar, desde nuevas perspectivas, los hechos y las visiones que en torno a la guerra cristera subyacen en la memoria colectiva y en nuestra conciencia histórica. Con ello se pretende ampliar el círculo de la comprensión, en un esfuerzo que necesariamente debe ser colectivo e interdisciplinario.
Entre los objetivos particulares que pretende cubrir este libro, he tenido presentes los siguientes: primero, recuperar las voces de los testigos y protagonistas de la guerra cristera, acalladas en las versiones de la historia oficial, para mostrarlas como integrantes de la conciencia histórica de la Cristiada, la cual forma parte de nuestra tradición, y por ello de nuestra recepción del pasado en el presente.
El segundo objetivo tiene que ver con la cuestión metodológica: la clasificación de los textos y la selección de herramientas adecuadas. Como “lo que llena nuestra conciencia histórica es siempre una multitud de voces en las que resuena el eco del pasado”, señala Gadamer, hubo necesidad de manejar textos y fuentes orales y escritas, de géneros diversos cuyo análisis requirió de metodologías variadas. El caso de los testimonios y de la historia oral es más complejo y apenas recientemente planteado en la teoría literaria; en lo particular, me incorporé a la discusión de sus problemáticas con colegas testimonialistas de otros países, así como con los miembros de la Asociación Internacional de Historia Oral, para dilucidar las características de este género, las cuales no están todavía muy precisas. En varios capítulos de este libro se aborda la discusión de los diferentes géneros, y se retoman las propuestas de autores recientes, que resultan esclarecedoras.
El tercer objetivo de este libro consiste en avanzar en la comprensión de la conciencia histórica de la Cristiada, con la incorporación de nuevos sentidos donde se expresa abiertamente la subjetividad y se asume como parte fundamental de la comprensión. En un proceso que nos lleva hacia una hermenéutica de la conciencia histórica.3 Quiero subrayar el hacia, ya que este trabajo debe considerarse como parte de un esfuerzo colectivo por comprender cómo quedó asimilado en nuestra conciencia histórica el episodio de la guerra cristera, con nuevos elementos que nos permitan ampliar el círculo de la interpretación. Esto quiere decir que la nuestra no es la hermenéutica de la conciencia histórica, sino una perspectiva particular que aporta nuevos elementos al esfuerzo colectivo de comprensión e interpretación.
Se asume que no es posible una única interpretación objetiva de los textos literarios o históricos. En todo caso, de acuerdo con Gilberto Giménez,4 la cientificidad consiste en hacer al objeto esencialmente discutible. El problema de la interpretación (hermenéutica) ha sido discutido por muchos autores, quienes desde sus diferentes campos de investigación señalan aspectos relevantes. Para unos, como Jensen, la validez de la interpretación “normalmente no puede ser objeto de (des)acuerdo en una comunidad científica o en un foro público. Más bien, la validez de tal interpretación se hace depender de la confianza en la experiencia y sensibilidad del intérprete, en su legitimidad y autoridad, o también de la percepción de que la interpretación es original y estimulante”;5 otros, como Umberto Eco y Gilberto Giménez, aluden a la elección y el uso de un método adecuado para el análisis del texto, como parte fundamental de la validez de la interpretación. A partir de estas disyuntivas, planteadas en el capítulo i de este libro, se pretenden incorporar las reflexiones de este trabajo al marco más general de la perspectiva hermenéutica, al considerar que la lectura e interpretación de los hechos históricos se hace desde contextos temporales y culturales diferentes. En este sentido, las aportaciones de Hans Georg Gadamer, en su obra Verdad y método, fueron fundamentales:
El comprender debe pensarse menos como una acción de la subjetividad que como un desplazarse uno mismo hacia un acontecer de la tradición, en el que el pasado y el presente se hallan en continua mediación. Esto es lo que tiene que hacerse oír en la teoría hermenéutica, demasiado dominada hasta ahora por la idea de un procedimiento, de un método [...] Esto significa entonces que la expectativa cambia y que el texto se recoge en la unidad de una referencia bajo una expectativa de sentido distinta.6
Es, por tanto, la recepción del pasado en el presente colectivo, a través de mi propia comprensión, lo que está planteado en estas páginas. La visión de la conciencia histórica a partir de mi propio horizonte.
En la búsqueda de una teoría unificadora a partir de la cual pudieran ordenarse los diferentes textos y temas tratados en este libro, recurrí a la propuesta de la triple mímesis de Paul Ricoeur en Tiempo y narración. Desde esta perspectiva epistemológica, que pone como centro de su atención —y no como explicación última— al hombre, y donde, además, se integran las aportaciones de diferentes disciplinas y metodologías para aspirar a una interpretación creadora, intenté analizar la conciencia histórica de la Cristiada. Como podrá observarse, estas tres preocupaciones centrales de la hermenéutica se corresponden con los tres niveles de análisis propuestos por este autor:
Mímesis i, corresponde al primer objetivo planteado. En este nivel se describe (y no se deduce) la pre-comprensión del mundo de la acción, sus estructuras inteligibles, sus recursos simbólicos y su carácter temporal; se aborda la descripción fenomenológica del objeto, con el rescate de la subjetividad inmanente y la comprensión del sujeto-objeto en relación de inclusión y pertenencia. A este nivel corresponden la elaboración de entrevistas, la recuperación de los testimonios (su transcripción y selección), la elección de las obras narrativas y los textos que se integraron finalmente al corpus, así como todas las observaciones y elementos de la pre-comprensión que fui elaborando durante los años que duró esta investigación. Es aquí donde la fenomenología, la historia de las mentalidades y la historia y sociología de la cultura, me fueron sumamente esclarecedoras para definir y encontrar las representaciones simbólicas presentes en nuestras visiones del mundo y que son parte de la conciencia histórica.
En el nivel de la Mímesis ii, que se refiere propiamente al análisis de los textos, fue preciso utilizar diferentes metodologías de acuerdo con las características particulares de los textos. El apoyo de la estilística, la semántica o la lingüística referencial fueron fundamentales para el análisis de los textos a partir de sus leyes internas. En este nivel es donde deben ubicarse las observaciones de Umberto Eco y Gilberto Giménez en torno a la cientificidad y la interpretación objetiva de los textos literarios e históricos, que se abordan en el capítulo 1.
Por otra parte, Mímesis iii es el momento culminante de la tarea hermenéutica, el de la interpretación creadora; de la elaboración de una filosofía del sentido del sentido: “no es una interpretación alegorizante que pretenda culminar en una filosofía enmascarada bajo el disfraz imaginativo del mito, sino una filosofía a partir de los símbolos que busca promover; [...] instaurar el sentido por medio de una interpretación creadora: una deducción trascendental del símbolo”.7 Se trata de un esfuerzo de síntesis hacia el cual apunta el presente trabajo.
En los testimonios de los protagonistas de la guerra cristera encontramos aspectos que marcan fuertemente su perspectiva del pasado; entre ellos cabe hacer notar las dificultades de su integración a la vida social, una vez terminado el episodio armado: los que antes fueron héroes llegaron a sus pueblos derrotados y considerados ladrones y asesinos. Este sentimiento de rechazo está presente, además, en la narrativa, y queda expresado con toda su carga subjetiva en el testimonio de José Verduzco Bejarano, incluido en el capítulo 5, así como en la novela La sangre llegó hasta el río, de Luis Sandoval Godoy, la cual se analiza en el capítulo 3. El silencio impuesto, la vergüenza, el sentimiento de derrota, aunados a la fidelidad a la institución eclesial, son rasgos que destacan en la conciencia histórica de la Cristiada, y que se analizan en estas páginas.
Dos ejes vectores articulan los capítulos propuestos: el primero se refiere a los diferentes géneros literarios a través de los que se abordan las experiencias humanas (de la prosa no narrativa tenemos ensayos; y de la narrativa, novelas, cuentos, autobiografías, memorias y testimonios), y el segundo corresponde al análisis propiamente dicho de los documentos seleccionados, de acuerdo a la temática de cada capítulo.
A lo largo de estos años de investigación, la estructura de este libro se fue modificando conforme se avanzaba en la selección y el análisis de los documentos. De tal manera que, si al principio se pretendía abordar exclusivamente el campo de los testimonios, con el tiempo creí indispensable incluir algunos apartados más que nos permitieran ampliar y confrontar las visiones del mundo de los testigos y protagonistas (recogidas en los testimonios), con la visión de la narrativa (cuentos y novelas) y los documentos emitidos por la institución eclesial católica.
De esta manera, se estructuró finalmente en cuatro partes: i. La guerra cristera a través de sus discursos; ii. La narrativa cristera en el occidente de México; iii. Protagonistas y testigos de la guerra cristera, y iv. Memoria cristera de la Iglesia católica.
Ya que tanto la narrativa de temática cristera como los testimonios buscan convencer de una interpretación particular de los hechos, se utiliza el análisis de la metáfora, entendida como discurso persuasivo. Ricoeur señala que para hablar de los elementos voluntarios, el lenguaje directo es suficiente; pero cuando nos referimos a la culpa o queremos descubrir los elementos involuntarios de un discurso, utilizamos un lenguaje simbólico, expresiones no accesibles a primera vista, pero perceptibles a través de los diferentes estratos lingüísticos en que se manifiestan, como las metáforas y las paradojas.
En el caso de los documentos analizados en la tercera parte, puesto que se trata de textos que pretenden convencer de algo mediante la utilización de argumentos cuasi lógicos, el análisis se propone descubrir la estrategia discursiva a través de la cual se quiere imponer una visión particular de los hechos de la Cristiada.
Hay otras voces que se suman, desde diferentes épocas y lugares, a las de los protagonistas y testigos de la guerra cristera: los epígrafes que abren cada capítulo nos permiten enmarcar los hechos de la guerra cristera en una perspectiva geográfica y temporal más amplia: de Benito Pérez Galdós —a quien se puede considerar un historiador de las mentalidades, según Sergio Pitol— quise rescatar su interés por tratar como personajes principales a los fulanos y menganos olvidados por la historia; ellos son quienes se hacen presentes también en los cuentos y los testimonios que forman el corpus de este trabajo. Augusto Roa Bastos nos ejemplifica la universalidad de los fenómenos de religiosidad popular, al crear sus propios símbolos y la transmisión de la tradición en la voz del viejo. Albert Vigoleis Thelen nos habla de los fanatismos religiosos en Europa que, bajo el nombre de Cristo Rey, cometieron todo tipo de abusos; y Eugen Drewermann nos transporta a la época de la Santa Inquisición con el caso de Giordano Bruno. Los epígrafes tomados de los testimonios buscan demostrar, a partir de sus propias voces, las temáticas abordadas en cada capítulo.
Finalmente, una acotación que no puedo pasar por alto, y que se refiere a la utilización de algunos conceptos que permean este libro: nombro “revolución cristera” a un acontecimiento que, en estricto sentido, no modificó las condiciones económicas, políticas o sociales de nuestro país; pero el término “revolución” puede utilizarse entendido como “la acción o efecto de revolver o revolverse”, y éste, a su vez, como “inquietar, enredar, causar disturbios”. Hablo de revolución cristera en el sentido de “revuelta”, y pienso que es el término más referido en el lenguaje popular, inserto en nuestra conciencia histórica. Tal vez esto tenga su explicación en que, en muchos sentidos, la guerra cristera fue para la generación que vivió la época, una continuación de la revolución de 1910-1917.
Asimismo, el término “Cristiada” se ha generalizado con la difusión de la obra de Meyer, aunque vale la pena reflexionar acerca de su origen, ya que aparece en varios testimonios de personas que vivieron la guerra, y que con toda seguridad no conocieron la obra de este investigador francés. Este término también ha sido cuestionado recientemente por algunos académicos. Moisés González Navarro y Francisco Barbosa hablan adecuadamente de “rebelión cristera”, en tanto que para Alicia Puente se trata de un movimiento popular; pero esto es parte de otro debate entre académicos, que por el momento dejo pendiente.
Notas
1 Benito Pérez Galdós, Ángel Guerra, pról. de Emilia Pardo Bazán, México, Porrúa, “Sepan Cuántos”, 1985, pp. 12-15.
2 Antonio Rubial García, La santidad controvertida, México, unam/fce, 1999, p. 21.
3 Éste es el nombre a uno de los capítulos finales de la obra monumental de Paul Ricoeur, Tiempo y narración, 3 vols., México, Siglo xxi, 1995, 1996.
4 Gilberto Giménez (comp.), “Introducción”, en La teoría y el análisis de la cultura, Guadalajara, sep/Comecso/Universidad de Guadalajara, 1988.
5 Klaus B. Jensen, Humanistic Scholarship as Qualitative Science: Contributions to Mass Communication Research, Nueva York, Routledge, 1991.
6 Hans Georg Gadamer, Verdad y método, vol. i, Salamanca, Sígueme, 5a ed., 1993, pp. 360-361.
7 Paul Ricoeur, “Mímesis iii”, en Paul Ricoeur, Tiempo y narración, vol. i, Configuración del tiempo en el relato histórico, op. cit., cap. iii.
I. La guerra cristera a través de sus discursos
CAPÍTULO 1.
El lenguaje como medio de la experiencia hermenéutica
Lo que llena nuestra conciencia histórica es siempre una multitud de voces en las que resuena el eco del pasado. Sólo en la multitud de tales voces el pasado es presente: esto constituye la esencia de la tradición de la que formamos ya parte y en la que queremos tomar parte. En la propia historia moderna, la investigación no es sólo búsqueda, sino también transmisión de tradición.
Hans Georg Gadamer1