Kitabı oku: «Madurez escolar», sayfa 7

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2.6Desarrollo neuropsicológico

Enseñar sin saber cómo funciona el cerebro, es como querer diseñar un guante, sin nunca haber visto una mano.

(LESLIE HART).

La investigación sobre las relaciones entre cerebro, conducta y procesos cognitivos ha avanzado significativamente los últimos años, gracias a la irrupción de las técnicas de neuroimagen que permiten explorar el metabolismo cerebral con gran precisión. Las investigaciones en neuropsicología han permitido determinar las localizaciones de los procesos cognitivos, ya sea que se encuentren localizados o lateralizados o que dependan de la actividad integrada de varias áreas cerebrales.

Hasta más o menos el siglo XVII, solo se podía estudiar el cerebro en autopsias. En el siglo XIX, gracias a los trabajos de W. Rontgen, se pudo disponer de radiografías; a principios del XX, H. Berger, crea la electroencefalografía. De ahí en más, el progreso de la imagenografía es vertiginoso: 1972, Tomografía Axial Computarizada; 1974, Tomografía computarizada de emisión de fotones/protones (PET/SPEC Scans); 1984, Escáner 3D, en vivo, que permite ver el cerebro trabajando, en tiempo real y en tres dimensiones. Esto ha permitido investigar incluso el cerebro que aprende, en el momento en que aprende y también, el cerebro que enseña, en el acto mismo de enseñar, lo que abre un horizonte insospechado de conocimientos. Se requiere ahora, contar con herramientas de mayor potencia de procesamiento informático, para trabajar con 100 mil millones de neuronas, cada una conectada a miles de otras, es decir, aproximadamente 150 trillones de conexiones en un cerebro normal (Strauss, 2005).

Eric Kandel, Premio Nobel de Fisiología el año 2000, afirma que los procesos mentales reflejan operaciones cerebrales y que el aprendizaje produce cambios persistentes en la conducta, cambiando la expresión de los genes, alterando la fuerza de las conexiones sinápticas y el patrón anatómico de la corteza cerebral. La importancia de la estimulación ambiental y de la oportunidad de los aprendizajes, se basa en la comprobación empírica de cómo la experiencia cambia la estructura física del cerebro diariamente (Kandel, 2008).

Las últimas investigaciones en neuroeducación, transdisciplina que promueve la integración de las ciencias de la educación con el desarrollo neurocognitivo, plantea que no existen dos cerebros iguales y aunque tienen una estructura básica común, son tan únicos como los rostros o las huellas digitales. Y si no hay dos cerebros iguales, tampoco hay dos niños que aprendan igual. La forma en que se aprende depende del cerebro, lo que explica estilos de aprendizaje diferentes. Ese es el desafío para la educación: crear situaciones de aprendizaje compatibles con diferentes estilos de aprendizaje (Zull, 2004, 2011). Y un segundo desafío: considerar que el niño solo aprenderá aquello que sus bases neuronales le permitan, es decir, aprenderá solo aquello para lo cual está preparado. Un hecho interesante en esta línea lo constituye la comprobación empírica apoyada en imágenes, de las teorías epigenéticas y constructivistas de Piaget, quien no investigó experimentalmente, sino que observando el desarrollo cognitivo del niño en su ambiente natural. Hoy se demuestra que los distintos estadios del pensamiento, descritos por Piaget, corresponden a cambios que ocurren en el cerebro (Strauss, 2005).

La neuropsicología infantil estudia la organización cerebral de la actividad cognitivo-conductual, aplicando los principios generales de la neuropsicología al contexto dinámico que representa un cerebro en desarrollo. Como en cualquier tema relativo al desarrollo, se debe considerar la importante variabilidad evolutiva debida al factor edad, vale decir, los cambios atribuibles a la edad en un cerebro en proceso de maduración y los factores ambientales que impactan en el desarrollo cognitivo.

La psiquiatría, la psicología infantil y la psicología del escolar comparten espacios de investigación y estudio, en la medida que abordan, por ejemplo, las dificultades del aprendizaje y del rendimiento escolar, los procesos maduracionales que subyacen al desarrollo intelectual y conductual del niño y la forma en que desarrollan funciones cognitivas tales como atención, memoria y lenguaje, factores claves en el aprendizaje.

2.6.1Desarrollo del sistema nervioso central (SNC)

El desarrollo del sistema nervioso es el sustrato que permite niveles de coordinación de conductas cada vez más complejas. Se trata de un proceso evolutivo, integral y multidimensional, resultado de la interacción entre lo biológico y lo ambiental, entre la herencia –código genético único para cada individuo– y sus experiencias o aprendizajes. Mientras los genes programan ciertas conexiones neuronales, la experiencia programa y reprograma permanentemente estas conexiones (Förster, 2012).

El concepto de desarrollo incluye procesos psicosociales, cognitivos y biológicos en permanente interacción. El nivel de desarrollo alcanzado por el niño determina todos los aspectos de su comportamiento, tanto normal como anormal, involucrando procesos cognitivos que incluyen percepción, formación de imágenes, razonamiento, resolución de problemas, lenguaje y pensamiento. También involucra procesos emocionales, de desarrollo de personalidad, interacciones sociales, expectativas, motivaciones y, finalmente, cambios corporales.

El desarrollo humano es el resultado de complejos intercambios entre lo biológico y lo ambiental (nature versus nurture), entre un código genético único heredado, propio de cada individuo, y las oportunidades o limitaciones que le brinda el medio para desplegarlo en todo su potencial. Constituye un proceso por medio del cual un organismo crece y cambia de manera ordenada a través del tiempo, diferenciando órganos y funciones. Como dinámica de diferenciación y especialización creciente, implica crecimiento, aunque no todo proceso de crecimiento puede considerarse desarrollo. Mientras el crecimiento es un cambio cuantitativo (por ejemplo, crecimiento en estatura y talla), el desarrollo es un cambio simultáneamente cualitativo y cuantitativo. El desarrollo siempre implica cambio, pero no cualquier cambio, sino un movimiento ordenado hacia un nivel más avanzado, más complejo y más adaptativo (Bascuñán, 2008).

El desarrollo normal del niño progresa de acuerdo a una secuencia conocida de cambios que se dirigen hacia la especialización y complejización de funciones, lo que obliga a todos quienes trabajan con niños a conocerlos no solo en su individualidad, sino en relación a lo esperado para su momento de desarrollo. Una misma conducta que a una determinada edad puede ser normal, por ejemplo, un lenguaje defectuoso a los dos o tres años, no lo es si persiste a los cinco.

El proceso de desarrollo temprano del cerebro sigue un programa determinado que tiene que ver con la supervivencia: primero las áreas básicas, relacionadas con percepción visual y control motor de movimientos, a continuación las áreas de lenguaje y orientación espacial y, finalmente, las áreas situadas en la zona frontal, en especial las funciones ejecutivas. De ahí que en los niños preescolares y aún en los escolares las funciones ejecutivas relacionadas con la inhibición del impulso, la toma de decisiones, la planificación y la flexibilidad cognitiva, están todavía en proceso de maduración.

La disarmonía evolutiva o desarrollo disarmónico es un concepto que no reúne suficiente consenso en cuanto a su definición y límites conceptuales. No todos los niños presentan los mismos patrones temporales en su desarrollo y por tanto, lo que en un momento puede impresionar como un perfil disarmónico de rasgos del desarrollo, al siguiente puede evolucionar y perfilarse dentro de los parámetros esperados para la edad. Vale decir, será la propia evolución, el tiempo, lo que confirma o descarta una disarmonía.

Una mirada correcta deberá considerar y comparar todos los aspectos madurativos y del desarrollo: neurológicos, psicomotores, sociales, adaptativos, emocionales, cognitivos. Si se observan desfases en el desarrollo, deben preocupar solo en la medida que se conviertan en un problema para el niño, ya que en la mayoría de los casos solo representan variaciones normales en los ritmos del desarrollo. Ana Freud (1992) denomina desequilibrio entre las líneas del desarrollo a estos desajustes y afirma que por razones de maduración (afectiva o de otra índole) se produce el desfase de una entidad parcial, ya sea motricidad, lenguaje, organización cognoscitiva o autonomía, que se adelanta o retrasa con respecto a las demás y que en función de su repercusión en los demás sistemas y en su forma de aprehender la realidad, puede ocasionar una perturbación en el funcionamiento global del niño. Por ejemplo, un desfase entre un desarrollo precoz de las funciones perceptivo-motoras, en paralelo con insuficiencias del lenguaje, puede retrasar aún más el desarrollo de lenguaje por falta de motivación para valerse de la función comparativamente deficitaria, privilegiando aquella en la que ha alcanzado un mayor desarrollo.

Cualquiera sea el perfil de la disarmonía evolutiva que presenta el niño, uno de los aspectos más preocupantes es el nivel de desarrollo de lenguaje, sin olvidar que el diagnóstico definitivo depende de factores evolutivos, esencialmente dinámicos y cambiantes en el tiempo.

2.6.2Periodos críticos para el desarrollo cognitivo

Las distintas regiones del cerebro no se desarrollan al mismo ritmo, ni en forma simultánea. Para que esos cambios se produzcan se necesitan determinadas experiencias que faciliten el desarrollo de cada región en el momento en que esa región está preparada para recibir tal o cual estimulación ambiental (Couperus y Nelson, 2006). Estos lapsos pueden ser breves y bien definidos en el tiempo, o transitar durante períodos más prolongados.

El período crítico se define como el espacio de tiempo en que la adquisición normal de una determinada conducta es especialmente sensible a la influencia del medio. Una vez que finaliza el período, el aprendizaje de que se trate ya no ocurre, o se dificulta significativamente. Por lo tanto, la ausencia del estímulo apropiado en el momento preciso, puede ser difícil de remediar y, en algunos casos, imposible. Se denomina a estos períodos, ventanas de oportunidad, y se requieren estímulos y experiencias específicas para facilitar el crecimiento sináptico. Son dependientes del uso, y se relacionan con la plasticidad neuronal.

Cuadro N° 2. Períodos que representan ventanas de oportunidad:


Periodos sensibles en el desarrollo Ventana de oportunidad
0 a 2 años Desarrollo de control emocional
0 a 2 años Vínculos afectivos
0 a 4 años Matemáticas y lógica
0 a 3 años Desarrollo motor
0 a 4 años Vocabulario básico
0 a 7-10 años Aprendizaje de segunda lengua
3 a 4 años Destrezas sociales con pares
3 a 10 años Ejecución de instrumentos musicales

El cuadro muestra la importancia del período preescolar en el desarrollo de diferentes áreas. Salvo las áreas afectivas de muy temprana emergencia, tales como control emocional y creación de vínculos, el resto de los períodos críticos tienen su máxima sensibilidad y reactividad a los estímulos del ambiente hasta los cuatro años (Förster, 2012). Este punto debiera ser considerado al definir objetivos y seleccionar contenidos de los programas preescolares.

2.6.3Desarrollo cerebral temprano. Neuroplasticidad

Es posible determinar dos momentos en el desarrollo cerebral. El primero, la neurogénesis, que cumple hitos genéticamente programados de cada una de las partes del SNC (20 primeras semanas) y en segundo lugar, un proceso de maduración progresiva a partir de la semana 20, que corresponde a una etapa de crecimiento neuronal de estructuras corticales que culmina hacia el final de la adolescencia. Para referirse a estos dos momentos, se habla de un período pre y post natal, en el bien entendido de que se trata de un proceso continuo. En este proceso, el cerebro inmaduro recibe influencias del ambiente intra y extrauterino y se desarrolla en términos de sucesivas complejizaciones y diferenciaciones.

La neurogénesis corresponde a la formación de las diferentes regiones cerebrales en períodos de tiempo predeterminados, comenzando por las áreas cerebrales más profundas, para concluir en regiones de mayor complejidad y evolución, como es la corteza cerebral. Los procesos de maduración se ordenan en torno a un eje vertical que se inicia en estructuras subcorticales y, una vez en la corteza, continúa en dirección horizontal, desde las áreas primarias hacia las áreas de asociación. Este proceso se manifiesta en cambios progresivos dentro del mismo hemisferio (maduración intrahemisférica) marcando diferencias estructurales y funcionales entre ambos hemisferios (Rosselli et al., 2010). A medida que avanza la maduración, cada hemisferio se va asociando a funciones cada vez más especializadas. Por ejemplo, el hemisferio izquierdo se asocia al conocimiento de los fonemas, mientras en el derecho se produce la representación emocional de los sonidos (prosodia).

Durante el primer año la plasticidad cerebral es máxima, de manera que el cerebro se modifica y moldea fácilmente en respuesta a las condiciones y estimulación ambiental. A medida que los sistemas nerviosos van estabilizando su desarrollo y alcanzan su nivel de funcionamiento programado, la plasticidad neuronal disminuye, pero nunca totalmente. De hecho continúa a lo largo de la vida, lo que se evidencia en la recuperación, al menos parcial, de lesiones o daños, lo que muestra que persiste la capacidad para el cambio y la adaptación.

Paradojalmente, la neuroplasticidad, tan importante para la recuperación de daños, lesiones o patologías cerebrales en la infancia, implica una mayor vulnerabilidad cerebral: el cerebro es tanto más susceptible de daño, cuanto más inmaduro, de modo, por ejemplo, que un TEC es tanto más grave cuanto más inmaduro es el cerebro. Ocurre entonces, que el efecto de un trauma o daño, sería más focal a los nueve años (momento de mayor desarrollo cerebral) y más extenso y difuso a los dos años, en un cerebro menos desarrollado y todavía en formación. Por otra parte, la neuroplasticidad cerebral no es un constructo unidimensional, sino que involucra distintas áreas y niveles con sus respectivos gradientes de cambio y desarrollo, lo que puede llevar a desregulaciones y disarmonías en el desarrollo (Rosselli et al., 2010).

El peso del cerebro de un recién nacido de 40 semanas de gestación, es de aproximadamente 10% del peso de nacimiento. Es decir, si el niño pesó 3.500 g., su cerebro pesará 350 g. A los 12 meses, el cerebro habrá triplicado su peso. En ningún otro período del desarrollo ocurren cambios y crecimientos tan acelerados. Se trata de cambios citoarquitectónicos, vale decir, a nivel neuronal, las que llegan a su máximo nivel de densidad entre los seis y los 12 meses de vida, para luego dar paso a una reducción del número de conexiones, desapareciendo muchas por desuso. Esta verdadera poda neuronal, permite despejar y perfeccionar aquellas conexiones neuronales más utilizadas. La experiencia temprana, la estimulación, constituye un factor básico para la formación y mantenimiento de redes neuronales.

Un aspecto crítico del desarrollo neurológico se relaciona con el rol del ambiente en la maduración de estructuras especializadas del cerebro en formación. De ahí, la importancia de la educación preescolar. El cerebro humano es un órgano plástico, que no presenta características particulares predeterminadas al momento de nacer, pero trae la capacidad de auto organizarse y de ir aumentando sus conexiones nerviosas para responder a las demandas del medio interno y externo. Otro aspecto crítico –y que mucho antes había sido intuido por Piaget, entre otros– es la manera en que las estructuras cerebrales se relacionan con la emergencia de funciones motoras, perceptuales, emocionales y cognitivas en el niño. Además de los desarrollos prenatales, la experiencia y la interacción con otros resulta indispensable para producir cambios en el desarrollo neuronal a través de mecanismos que dependen de la actividad que el niño realiza. Así se modelan circuitos neuronales, se incrementa el repertorio conductual y emergen nuevas habilidades cognitivas (Förster, 2012).

El desarrollo neurológico desde el nacimiento y durante el período preescolar, constituye la base para desarrollos y aprendizajes posteriores. Las experiencias tempranas mapean el cerebro y la capacidad para aprender, para relacionarse con los otros y para responder a las demandas y los desafíos del medio.

Como se dijo, la maduración cerebral contribuye y condiciona los cambios cognitivos, en un inter-juego entre código genético e influencia del ambiente. Los cambios producen nuevos avances y potencian los siguientes. Desde las neurociencias el aprendizaje es un proceso mediante el cual las experiencias modifican el sistema nervioso, alteran los circuitos neuronales, el funcionamiento y la estructura del sistema nervioso y, por ende, la conducta (Carlson, 2001). Las redes neuronales así conformadas son el sustrato para nuevos aprendizajes y conexiones neuronales. El aprendizaje construye sobre esas bases neuronales y las modifica, conectando lo nuevo con lo preexistente (Zull, 2004).

Al nacer, todos los niños presentan estructuras cerebrales muy similares, no obstante, al inicio del último trimestre, ya han desarrollado millones de conexiones neuronales siguiendo una secuencia determinada de cambios. El interés y la curiosidad del niño son los motivadores para adquirir nuevas habilidades, sobre la base de nuevas conexiones, en un permanente proceso circular, en la medida que las nuevas habilidades adquiridas lo capacitan para nuevos cambios y aprendizajes (McCain, Mustard y Shanker, 2007).

El desarrollo neuropsicológico del niño es un factor central en relación a su capacidad para adaptarse y para aprender en general, y en particular, es un factor de madurez para el aprendizaje escolar. Para ingresar al sistema escolar, el niño deberá haber alcanzado la capacidad de regular su comportamiento en función de las actividades y exigencias propias del aula, manteniendo un nivel motivacional y atencional adecuado. Por otra parte, deberá ser capaz de inhibir respuestas ante estímulos distractores del logro de las metas. Finalmente, deberá haber adquirido una serie de competencias sociales que le permitan interaccionar con sus pares, ajustando su comportamiento al conjunto de reglas del sistema escolar (por ejemplo, espera de turnos, control emocional, motivación, postergación del impulso de salir a jugar y quedarse en su asiento).

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