Kitabı oku: «Psicología y psicoterapia transpersonal», sayfa 9

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Las alucinaciones están en el campo del sueño y de la vigilia. Hablando sobre la cibernética, el hindú le pregunta: «¿descubrió la cibernética el lugar que ocupa, en el centro de la síntesis, el operador de esas operaciones?».

El sabio hindú se burla del apego a la individualidad del occidental que no puede asegurar su pérdida, afirmando que la experiencia liberadora para el «psicólogo hindú» se produce cuando la Consciencia desciende desde lo alto, bajo las apariencias de amor y sabiduría. El último velo descubre el Nirvikalpa Samadhi.

Thérèse Brosse. Pionera como mujer, como científica, como buscadora, se adentra en Oriente, en la línea de Godel, con sus aparatos clínicos occidentales, para demostrar que otra forma de realidad es indiscutiblemente cierta. Su vida tras el rastro de la consciencia-energía, como cardióloga, como trabajadora de la Unesco, traspasa el papel aséptico del científico para experimentar otros modos de conocimiento. A ello se entrega y nos deja su legado, un incansable y fructífero camino. Solitaria, como todo pionero, elimina tabúes, lucha contra el entorno hostil que no puede asimilar sus conclusiones, para demostrar el olvidado sustrato biológico de la energía consciente, para colocar al cuerpo en el lugar que le corresponde. Por ello, como Godel, también cardiólogo, parten a escuchar el corazón que late como órgano y como centro en cada ser. El científico, el filósofo y el hombre se unen, y directamente se inundan con la tradición milenaria de la India.

En su itinerario de búsqueda, partiendo de la enfermedad cardíaca como efecto de traumas emocionales, desarrolla una investigación en pos de una actividad que ejerza un dominio sobre esa emotividad. Ello le llevará a un tercer nivel superior: la consciencia-energía. También al estudio del yoga, Patañjali, Krishnamurti, Aurobindo, Ramana Maharshi, etc. para contrastar sus opiniones con la ciencia avanzada de Occidente, la microfísica, la filosofía, Einstein, Laborit, Bergson, Huxley, y un sinfín, etc. Por una parte, la supresión de la fluctuación mental, ilusoria, para llegar a lo real, por otra la teoría cuántica y la también ilusoria materialidad. Con todo ello se encuentra la doctora. Esa consciencia-energía, con su presencia, borrará toda agitación psíquica, anidando en la salud y la iluminación hacia las bases científicas del conocimiento de sí mismo, de la higiene mental y de la moral biológica para aplacar la tiranía de los egos.

La doctora Brosse sigue en sus opiniones los textos milenarios, comprobándolos en su estudio. El hombre es un animal mientras está sometido a su ego, es decir, mientras no haya tomado consciencia de su verdadero yo. El hombre animal está sometido a la dualidad orgánica y al ego. En el plano fisiológico no nos resulta molesto por su complementariedad en diferentes niveles, aspecto que sin embargo no se da en lo psíquico, persiguiéndose una unidad mediante la discriminación que ejerce la dualidad, dualidad que es parte de nuestra constitución. El ego se forja así, identificando el cuerpo con el sí mismo, en la fantasía de un individuo aislado.

En sus investigaciones, la doctora Brosse se propone realizar una labor de síntesis, lo que la coloca en una imperiosa actualidad. Síntesis Este-Oeste, y entre la tradición milenaria y los últimos descubrimientos, para encaminarse hacia una filosofía del todo. Por ello repasa las bases occidentales en una línea de opinión acorde con la de este libro, estando al tanto de los comienzos de la psicología transpersonal, a la que considera en sus objetivos como superadora de los límites del ego, en relación con la parte superior del psiquismo, (Buddhi) –el carácter universal. Está al tanto de los experimentos de los estados alterados de consciencia, meditación, y de la función ondulatoria, es decir vibracio-nal de nuestra naturaleza, para relacionar la microfísica y el Shakta Vedanta, hacia la disolución de la dualidad sujeto-objeto y hacia la potencialidad del ser.

La consciencia es el eje vectorial de la vida entera. Para ello es importante, coincidiendo con Godel, descubrir las leyes biológicas que el hombre lleva inscritas, puesto que la ley de la evolución biológica es la ley de unidad por integración que procede por ajustes de síntesis consecutivas, explicando para ello la subordinación de las leyes neurológicas, desde la complejificación del córtex, hasta la afectividad de las ondas alfa, etc. Todo ello la hace converger en el evolucionismo de Aurobindo y Madre, hacia la necesidad de la experiencia de esa Consciencia, como se produjo un día en su oficina de la Unesco: entrando en un estado de identificación total con todo lo que la rodeaba.

Toda su trayectoria le fuerza a penetrar en profundidad en la India viviente, en su filósofos, contrastando todo ello con las teorías actuales occidentales, como la microfísica y la neurología, la electroencefalografía del yoga, los campos eléctricos, el estudio vectográfico de las posturas y los asanas. Por ejemplo, en halasana se reducía a la mitad el campo eléctrico cardíaco, en sir-sasana se dan reajustes energéticos por el aspecto estrechado del vectograma, en cobra tenía una ampliación considerable y una bella regularidad. En el yoga-mudra, en postura de pez, tenían lugar progresivas modificaciones del vectograma. En yoni-mudra, que persigue sustraer la consciencia de las percepciones sensoriales a través de la obturación de todos los orificios corporales, sus registros se centraron en las modificaciones del campo eléctrico de base, en su forma de desarrollo de períodos lentos que atestiguaban la cualidad del estado de consciencia. Las fluctuaciones de este campo eléctrico de base son diez veces mayores en el orden cuantitativo que las del campo eléctrico cardíaco; constituyen, sobre un desarrollo continuo de la cinta registradora, la prueba maestra para la exploración mental. Así estudia también el pranayama, el Kundalini yoga, laya-yoga, Samyama, todo ello contemplado desde su comprensión de los fenómenos que se dirigen hacia la detención del flujo del pensamiento y hacia el desplazamiento escalonado de la consciencia a lo largo de los niveles jerarquizados. También registró sobre otros yoguis la inducción psíquica, además de aspectos paranormales.

Investigó las expresiones rítmicas de la consciencia-energía, estableciendo la energía ondulatoria como la base de todas las cosas y en todo el cosmos, para adentrarse en el ritmo de la materia, el ritmo de la respiración, los ritmos vitales y psíquicos y las ondas periódicas lentas. El ritmo es concebido como expresión de un orden a través del cual se expresan las cualidades humanas: las ondas delta en las funciones vegetativas, las Theta en el nivel sensorial del niño o del adulto cuando hay inmadurez o agresión, las alfa en los sentimientos, no en la emoción bruta, el ritmo beta en la actividad intelectual. Hay un tipo único de actividad generalizado a todo el área cortical: el alfa rápido del éxtasis yóguico y las ondas lentas del sueño. El patrón de onda está determinado por el nivel de consciencia y no por el proceso de paso de un estado bioeléctrico a otro. Todo ello dentro de una jerarquía funcional entre los sistemas múltiples de regulación de la actividad cortical.

En lo evolutivo la ontogénesis recapitula la filogénesis. Brosse entra a estudiar los principios para una pedagogía, a fin de poder llegar a un estado de síntesis, más allá del ego. También en la sociología, para tratar de llegar a la función noética generalizada en el todo del acontecer humano, hacia un conocimiento de lo real, una ciencia del hombre fundamentada en la consciencia-energía.

Todas las investigaciones de T. Brosse acaban en el delta de la consciencia-energía, base en la materia, en el vegetal, en el mundo atómico y galáctico, y desde la eternidad. Con un anhelo precioso, pero poco correspondido por el científico de hoy, para que profundice en los mecanismos de la vida, en vez de agotar en vano sus recursos intelectuales en sagaces explicaciones, y así su consciencia pueda entrar en comunión con la Consciencia.

Esa Consciencia está en la sabiduría del cuerpo; por ello en la línea transpersonal de este trabajo, ese cuerpo como consciencia ocupa un sitio primordial, y en el capítulo consciencia-energía volveremos a tomarnos de la mano de Thérèse Brosse.

G.I. Gurdjieff - A. Watts - K. Graf Dürckheim

Gurdjieff. «Kipling dijo una vez que esos gemelos –se refería a Oriente y Occidente– nunca podrían entenderse. Pero en la vida de Gurdjieff, en su obra y su palabra, hay una filosofía salida de las profundidades de la sabiduría del Asia: hay algo que el hombre de Occidente puede comprender. Y en la obra de este hombre y en su pensamiento –en lo que hizo y en la manera en cómo lo hizo– el Occidente encuentra verdaderamente el Oriente.»

Esta voz vino de América, la del arquitecto Frank Lloyd Wright, pocos días después del 29 de octubre de 1949, día en que moría Gurdjieff.

Por eso en este libro se destaca a este maestro como un emisario adaptador de conocimientos orientales, que influyó decisivamente en la psicología no oficial, fundando posiblemente las primeras dinámicas de grupo de la historia moderna en Occidente, transpersonalizando al hombre al considerarlo como un “universo en miniatura” sobre el que operan todas las fuerzas. En fin, digno de ser tenido en cuenta, Gurdjieff considera al hombre como un resultado de la interacción de las emanaciones planetarias y de la atmósfera terrestre con materias de la Tierra.

Nació sobre 1870, en el Cáucaso. Su biografía, aunque es misteriosa, se ha conocido algo por sus discípulos y lo que se puede interpretar de sus obras, sobre todo en Encuentro con hombres notables, sobre sus andanzas en busca del conocimiento por Asia, Tíbet, etc., investigando las prácticas sufíes, budistas, etc. También la obra cosmogónica de Relatos de Belcebú a su nieto, aunque un tanto misteriosa, más que alegórica, recoge la concepción del mundo de Gurd-jieff, de un Belcebú allende el sistema solar, para adentrarse en los vericuetos de la vida terrestre. Gurdjieff es un enigma, ha quedado de él un halo que bascula en las opiniones entre sabio, bribón, mago, etc. Funda el primer instituto para el desarrollo armónico del hombre e instaura una nueva vía hacia el conocimiento: el Cuarto Camino, el haida yoga, de gran influencia en psicólogos y aventureros de la verdad. En sus eseñanzas se pretende llegar al estado culminante de consciencia objetiva a través de la consciencia de sí, y para ello se ha de ir más allá de la personalidad, pues hay una distinción fundamental entre la personalidad como lo adquirido, y la esencia que es innata, lo verdadero. Entre sus concepciones destaca que estamos formados de multitud de yoes que nos impiden tener una consciencia directa de las cosas, y ese velo ha de ser desgarrado para llegar a la unidad. La identificación con esos yoes, movidos ahora por el entusiasmo, después por los celos etc. se convierten en el principal obstáculo para el recuerdo de sí, generan las fantasías que distorsionan las impresiones: alimento inprescindible junto al aire y al alimento orgánico. El «yo soy quien está percibiendo esto», fija una técnica para mantener la presencia de la consciencia frente al objeto; si se hace correctamente, el mundo exterior desarrolla una intensidad de luz y color desconocidos, hasta llegar al conocimiento completo. La penetración y comprensión de sí mismo es indispensable para conocer a los demás y para acabar con el temor a los semejantes. Gurdjieff propone, para una vida más armónica, el reconciliar y unir las tres funciones humanas: pensamiento, sentimiento y acción. Con ello se alineará la gestalt, para llegar a un yo real, en el que la acción no es ya reacción. Para llegar a ese yo real se ha de despertar a esas diminutas identificaciones y falsos yoes que nos esclavizan, morir a ellos y nacer de nuevo. Es entonces cuando el mantenimiento de un estado de tranquila vigilancia en compañía de los semejantes se convierte en la enseñanza del Cuarto Camino, según lo expresa Kenneth Walker. Un Cuarto Camino que supone tomar consciencia de ser el pasajero del carruaje, el amo de sí mismo, para hacerse un alma, pues con su conocida osadía Gurdieff enseña que pocos seres humanos la tienen; hay que hacerse una, ahí estaría el propósito de la vida, a fin de no ser desintegrado por la muerte y liberarse de acabar como «alimento para la Luna».

El sueño es el primer estado de consciencia, el estado ordinario de vigilia es el segundo, y está marcado por la identificación, la consideración (no confundir con empatía), la mentira, la charla mecánica, la imaginación ilusoria (no la creadora), la conversación innecesaria, las emociones negativas. La autoconsciencia es el tercer estado de consciencia, de atención clara e imparcial. El estado culminante es la consciencia objetiva. Ya aquí, prescindiendo del maestro, el discípulo se adentra en el amor, la oración y el servicio.

«Parar la máquina» supone un número amplio de tareas duras con las que el maestro crea conflictos, se divierte con las fricciones que provoca entre los pupilos, también supone practicar la gimnasia sagrada que proviene de la hermandad sufí de los sarmouni, de los derviches y de los sacerdotes bailarines del Hindu Kush. Se trabaja el cuerpo con posturas incómodas para romper el hábito, respiraciones, danzas y ejercicios complicados, ritmos, economización de energías, arabesco de pasos empujando a la concentración de la atención hasta sus límites, integrando movimiento, sentimiento y pensamiento hasta el sobreesfuerzo, que es paradójicamente cuando son posibles ciertas experiencias. Todo ello, como podemos observar, entra en consonancia con el segundo aliento, conexión con el gran acumulador y las leyes de la bioenergética. Aparte también se trabaja el control sexual, la respiración, la concentración de la voluntad y la conexión con el guía interno. En fin, todo un entrenamiento que se dirige a ser el amo de sí mismo, ser el pasajero que domina al cochero (intelecto) del pescante, que controla a los caballos (emociones), en un buen carro (el cuerpo). El cuerpo goza de una especial atención, alineada a su condición oriental de consciencia: «las experiencias espirituales sin consciencia del cuerpo son alucinaciones. Quien es consciente del propio cuerpo no enloquece».

Es importante mencionar ciertas leyes con las que opera Gurdieff, la ley de tres, tres fuerzas: pasiva-activa-neutralizadora. La ley de siete, que no es lineal, por ejemplo la escala musical en la que los semitonos rompen la tónica, y es donde se produce el cambio. De la ley de tres más la de siete surgiría el eneagrama. Las influencias físico-químicas se deben a las emanaciones de la atmósfera del cuerpo, del sentimiento, pensamiento, y en algunas personas también del éter. Para liberarse de ellas hay que estar pasivo, pues aquí opera la ley de que lo semejante atrae a lo semejante; si hay calma, la agitación y las emanaciones ajenas rebotan contra la permanencia de las propias emanaciones. En la segunda acepción –ley de repulsión– se necesita una lucha artificial que ha de saber aplicar repulsión o atracción según los casos. Las otras leyes planetarias de Gurdieff parten del 1 del absoluto, para explicar la progresiva condensación que obstaculiza la libertad de acción. La Tierra ocuparía un lugar poco afortunado dentro del universo sometido a 48 leyes, la Luna a 96, el Sol a 12, etc.

Toda su enseñanza le proporcionó una fama diversa, dependiendo de si en sus centros se encontrara o no la calma buscada. Sus estancias se desperdigaron a lo largo de la peregrinación por una Rusia en revolución, Georgia, Constantinopla, Berlín, Londres, hasta que por fin Gurdjieff se establece en París. Las acusaciones están repartidas entre las que afirman que es un destructor del pensamiento occidental, hipnotizador colectivo, etc., que suenan a resistencias conocidas, y entre las que lo colocan como maestro indiscutible.

Su perspectiva lleva a considerar una visión que comprende unos presupuestos galácticos que incluyen viaje estelar enigmático, explicaciones sobre un órgano especial: el kundabúffer, que debe ser algo parecido al ego, la formación en la Tierrra de los seres tricerebrales: el cuerpo (la sensación y lo motor), la emoción y el intelecto. Estos seres tricerebrales como hemos señalado se nutren del aire, de alimentos orgánicos y de las impresiones, Además poseen todas las condiciones que permiten a los cuerpos astrales superiores revestirse de ellos para aterrizar planteando una salida a las miserias humanas.

Este Cuarto Camino, propuesto por Gurdjieff, consiste también en superar el primer camino, constituido por el fakir, desarrollo obsesivo de una voluntad de control corporal. Superar el segundo, el del monje emocional, devoto, religioso, que produce una voluntad emocional extraordinaria y un “santo estúpido”. El tercer camino es el del yogui, desarrollo del intelecto y capacidad de penetración en lo humano y en la modificación de su consciencia, perdiéndose en los logros. El cuarto camino combinará estos tres, desarrollándolos armoniosamente hasta llegar a ser el amo del carruaje, el dueño de sí mismo.

En fin, Gurdjieff considera que el hombre máquina vive en una realidad autohipnótica consensual muy difícil de romper. Este hombre máquina se mueve poseído por un trance consensual la mayor parte de su vida, lo que le impide ver la auténtica realidad. Por ello el trabajo del Cuarto Camino es un duro procedimiento para romper esa hipnosis, una deshipnotización y un descondicionamiento cultural a fin de abrirse a una realidad transpersonal. Esta crítica del hombre sometido a la cadena de montaje, al adiestramiento de la educación y de las leyes, sitúa como ninguna otra crítica la perspectiva esclavizada del hombre industrial, del hombre informático. Por ello Gurdjieff avisa y amenaza que es casi imposible salir. Todo su proceso pedagógico, sus ejercicios desconcertantes, sus famosos stops repentinos y posturas imposibles, tienden a esa deshipnotización, al descondicionamiento cultural de hábitos y patrones de conducta adquiridos, etc., a fin de llegar al despertar, previa desprogramación contundente del hombre robot. A partir de ahí se entraría en una nueva realidad. Eso es Gurdjieff, cuyo nombre suena a leyenda, al país de los cuentos.

Alan Watts. Como todo el mundo sabe, fue un estandarte de la contracultura americana, supongo que hasta por su esteticismo en cuanto a las formas orientales, esteticismo que por supuesto trascendió. De sus escritos se deduce hasta qué punto vivió el camino de la experiencia liberadora, destapando el truco y realizando un simple y lógico sopesar del alud de información que se cernía durante las últimas décadas en la California contestataria, una forma de vida que no enarbolaba banderas ni himnos ni ademanes; más bien, en los que sabían adónde iban, suponía iniciar una búsqueda fuera de lo considerado por el establishment. En este eje, Watts encarna en su vida muchos aspectos de la “filosofía” oriental, a la que conoció en teoría y en la práctica. En mi imaginación, desde los primeros setenta, Alan Watts aparece sentado bajo un poncho, con mirada zen frente a un espectáculo degradado en la orilla de un mar postindustrial.

Sus obras dan fe de su amplia exploración por los confines de lo espiritual, unido a una alta erudición poco frecuente, según he podido constatar. Watts puede citar en sus explicaciones a Korzybski, Bachelard, Wittgenstein, Unamuno, etc., aparte de los rigurosos Freud, Ramana Maharshi, William James, etc. En la síntesis Oriente-Occidente, Alan Watts es clave, sus títulos como Psicoterapia del Este-psicoterapia del Oeste, El Futuro del éxtasis, El gurú tramposo, etc., dan fe de ello. Y es clave porque contrapone los dos mundos, observa diferencias y afinidades. Y aunque desde que escribiera ciertos artículos ya han pasado cosas, muchas de ellas, seguro, son producto de su siembra. Un ejemplo es que hoy se esté hallando un ordenamiento del modelo psicoterapéutico que abre las puertas a una incorporación de los métodos orientales que, por otra parte, sabemos que algunos terapeutas están poniendo en práctica en sus consultas particulares desde las últimas décadas. El camino esta aún en vías de integración de diversas perspectivas.

Alan Watts encuentra en su exploración del taoísmo, yoga, vedanta, algo que se aproxima más a una psicoterapia que a una filosofía o religión. Se asombra de su simplicidad. Por el contrario, apunta que al psicoterapeuta le resulta cada vez más evidente que la “normalidad” occidental es un caldo de cultivo de la enfermedad mental con la que mantiene unas relaciones indisolubles. Para Watts el modelo psicológico corresponde al biológico, al sociológico, etc., entre los que se daría una cohesión articulada de modelos inseparablemente interconectados, y viene a decir, de alguna manera, que somos víctimas del mecanismo newtoniano que engendra la ficción de una separación y desconexión en realidad imposible, donde el ego ilusorio monta su trágica feria de muerte. El budismo, el vedanta, el yoga, representan una crítica sobre la propia cultura oriental, y ahí se emparentan con la psicoterapia, al procurar ambos una viabilidad de reconciliación entre el sentimiento individual y las normas sociales, viabilidad que no pasa por el sacrificio de la integridad individual. No se refiere a las psicoterapias oficiales, herramientas de ejércitos, iglesias, corporaciones varias, sino a las que ofrecen una liberación no necesariamente de «política revolucionaria». La palabra psique se queda corta, pues el campo que se toca es mucho más extenso, avisa Watts. Se pretende descubrir y denunciar esas ideas sobre uno mismo y el mundo como productos de convenciones sociales e institucionales que no deben confundirse con la realidad. Eso supondrá percibir el maya, ver que esas normas no son idénticas a las que rigen el universo, liberación que supone ser universal y único al desidentificarse la persona del estereotipo del rol fabricado de componendas. Además la psicoterapia lleva otra aspiración: la transformación de la consciencia, la transformación del sentimiento interior de la propia existencia. Ello supone distensión, alivio, función que ha perdido el sacerdote cristiano por su falta de formación y economía, según Watts. El conocimiento, pues, de los métodos, objetivos y principios de los elementos de las culturas orientales enriquecerán al psicoterapeuta, estableciendo esas dos aspiraciones: liberando al neurótico del samsara de sus pautas de conducta, y a la cultura de sus propios modelos estructurales.

Watts conoce perfectamente los presupuestos de la psicología occidental, de las tácticas y contra-tácticas orientales para anegar la mente en sus propias preguntas; de las triquiñuelas del maestro zen, a las que, a mi juicio, les da un exceso de importancia, pues detrás de un koan, más que una triquiñuela ineludible, hay una vivencia.

Watts plantea el cambio en la relación hombre-universo en esa aspiración de consciencia, algo que se relaciona con la autorregulación organísmica de Rogers, sin plantear la vivencia como supervivencia y en la que Satán ejerce más bien de fiscal acusador. La insania deriva de un olvidarse de sí mismo, entregándose al hobby: televisión, negocios, acciones bélicas o la retirada esquizofrénica, siendo reprimido el amor profundo entre el medio ambiente y el organismo. Todo ello ha de ser transformado por la «psicoterapia» y por el «camino de liberación», que aún va más allá. La transformación implica la unidad de las diferencias, que no puede ser expresada adecuadamente por el lenguaje. Ciertos principios generales sobre ello se darían ya en la física.

Los individuos perturbados son como puntos del campo social (respuestas sistémicas) en que se concentran las contradicciones del conjunto, desencadenando una ruptura. Todo ello expresa la idea ya establecida de la totalidad y complejidad, interrelación que nos lleva al contexto social y por supuesto al transpersonal: al cósmico, para percibir el carácter imaginario de lo espaciotemporal; maya que reside, no en el mundo físico, sino en los conceptos o formas mentales por los cuales se les describe. Todo esto, como se ve, nos lleva a Korzybski.

Watts plantea la iluminación como el summum oriental, la del bodhisattva. La del que se acerca con mucho tacto, alejándose de las mitologías aceptadas sin ser devorado por la ansiedad de los otros ni por las instituciones, cargadas de fortísimas emociones. Lo que propone el maestro oriental son nuevas formas de acción, una comprensión sensorial de mundo físico: el budismo subrayando la irrealidad del ego y la banalidad de la especulación metafísica y el vedanta enfatizando la unidad de campo.

El ego es muy tenido en cuenta por Watts, pieza clave de la diferencia: mi borde exterior, que no sólo es de mi piel sino de cada órgano y célula de mi cuerpo, es también el borde interior del mundo, ese ego separado es una institución social, una ficción social; en fin, pura hipnosis. Ese ego –hombre en-capsulado en su piel–, la gran mentira social, que proviene de que cuando yo me estoy conociendo o controlando –es decir a mi corteza cerebral– debería hacerme cargo de que, en realidad, quien me controla es un conjunto de gestos y palabras de otras personas. Un cambio en este orden supondría y llevaría a la unión con el mundo exterior: el satori. Es una identificación amplia de fondo-figura, donde forma es vacío, no ausencia de forma; todo ello muy alejado de las experiencias científicas de los laboratorios occidentales, ejecutadas en campos artificialmente cerrados donde no se da la implicación y donde el universo se considera como un mecanismo de configuraciones fortuitas de ciega energía, y a la naturaleza, como enemiga. La ciencia, según Watts, necesita de un yoga, de una intuición por encima del entendimiento verbal. La identificación con el ego niega la relación interpersonal y niega la relación con «el campo». El ego se disuelve en la identificación de sujeto-objeto, principio de la perspectiva oriental, aspecto que ni Freud ni al parecer Jung entendieron. Lo cual nos lleva a tener un concepto imperfecto de liberación en Occidente por tres razones: 1) la concepción cristiana del hombre, 2) las teoría antropológicas del siglo XIX y 3) el «psicologismo». El ego aparece en Oriente también pero con otra perspectiva de deberes y funciones.

En Watts no todo es bendición hacia el tema; plantea la ineficacia y confusión teórica del budismo y la psicoterapia, con la esperanza de provocar una mutua clarificación, y compara el nivel caricaturesco de la reecarnación del ego en Oriente con la obsesión por la historia en Occidente, la inconsciencia con avidya (ignorancia). La cuestión del ego es vital en la comparación de las dos «psicoterapias». Las ansias de superación llegan cuando ese ego antagonista de la sociedad no puede soportar sus culpas o ansiedades. Hay psicoterapias en Occidente que tienden a fortalecer ese ego, mientras que, por el contrario, en Oriente se tiende a demostrar su carácter ilusorio, como en el madhyamika de Nagarjuna, de tal manera que, según Watts, se puede resumir en un sentido lógico el que toda opinión filosófica se puede encuadrar en: a) ser, b) no-ser, c) ambos ser y no ser y d) ni ser ni no ser.

La práctica oriental no tiene por qué degenerar en un trance hipnótico profundo causante de que el yoga se convierta tantas veces en una vía muerta; por ello el zen desalienta todo intento de bloquear completamente la actividad mental, aunque se detenga su vagabundeo para vivir el instante del presente, enseñando al terapeuta una actitud taoísta, la que se da también en el judo, utilizando la fuerza del contrario para «que caiga» por su propio empuje. Así el paciente deja de ofrecer sus síntomas y de intentar controlar al terapeuta, duplicidad conceptual que procede de su ego anulador de la espontaneidad; el resultado le llevará a la liberación. Lo onírico, así como las asociaciones libres, fantasías, son como los upaya orientales: triquiñuelas, según Watts, y además afirma que, cuando la atención de los terapeutas recae exclusivamente sobre, digamos, el simbolismo onírico, se pierde de vista no sólo la técnica esencial de la terapia, sino también el contexto social de la psicopatología, sin llegar a afirmar que sean pura cháchara los sitemas teóricos freudianos y junguianos.

La crítica que me sugiere lo que Watts afirma es simplemente que apenas he oído decir nada sobre la importancia del cuerpo en la psicoterapia, cteniendo en cuenta la creciente atención que se le dispensa en Occidente y su valor incuestionable en posturas, ejercicios y respiración en todo Oriente. Me uno totalmente a la crítica a la perspectiva exclusivamente psicologizante de la terapia occidental, que así pierde el ancho camino de la liberación, perspectiva psicologizante en la que el terapeuta detenta, no sólo la autoridad de la sociedad, sino la de la naturaleza, autoridad que deviene de la ley de la vida cuyo olvido se demuestra en la auto-contradicción de la autoridad social, cuya perpetuación llevaría a la destrucción y a la locura.

En ralación a todo ello el budismo, más que un nirvana externo, es, según el maestro zen Hakuin: «esta misma tierra es el país del loto, de la pureza. Y este mismo cuerpo, el cuerpo del Buda».

Watts plantea un proceso que va más allá de la paradoja, más allá del dualismo insuperado por Freud y por gran parte de la psicoterapia occidental, más allá de la falta de espontaneidad que campea en toda reunión de psicoterapeutas como uno de los espectáculos más penosos de este mundo, en que aparecen encogidos y tensos, controlando. Pues todo viso de comportamiento «inconsciente» es ser títere de instintos bajo los auspicios de un cuerpo polimórficamente perverso, lo cual no dará salida al masoquismo civilizado, lleno de admoniciones, advertencias y predicaciones. Frente a ello, Watts propone el camino de Eros, que da vida a la razón y al sentido del deber, un camino que no se restringe a la genitalidad, que sana el alma disociada de su cuerpo mortal y que supera el miedo psicoanalista, avanzando hacia una espontaneidad taoísta y compasiva. Todo ello para superar la creación más bien diabólica de este mundo en que vivimos, aunque se proclame desde la comunidad bohemia y hippie de Sausalito, y desde la paz de los pensamientos.

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