Kitabı oku: «La oposición al franquismo en el Puerto de Sagunto (1958-1977)», sayfa 4

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La existencia de una masa obrera compacta y numerosa en estas empresas facilitaba la organización de movimientos de protesta, puesto que se podían presentar con respaldo colectivo al empresario las exigencias de aumento de sueldo y se era menos susceptible de ser atacado por la policía.

Con su pluralidad cultural y su sociedad dividida entre dos «clases», Puerto de Sagunto era un microcosmos y a la vez una imagen en miniatura de una España industrial en proceso de modernización. La relativamente homogénea sociedad de Puerto de Sagunto (la inmensa mayoría de la población pertenecía a la clase obrera) ofrecía el terreno abonado para ideologías de izquierdas. Sobre todo los anarquistas, con su rechazo de estructuras organizativas de nivel superior y la difusión de sindicatos independientes según la actividad económica, sabrían estar en sintonía con las inquietudes del proletariado saguntino. Igualmente, la inmediatez espacial entre la fábrica y las zonas donde se vivía y se desarrollaba la vida cotidiana, y las interacciones sociales resultantes, producía una presión que no se ha de subestimar sobre la actitud de la población, como, por ejemplo, en el caso de huelgas de varias semanas de duración. En una comunidad de estas características, los esquiroles eran fácilmente identificables y debían cargar con el resultante estigma social.

En nuestro caso de estudio, sus características de company town hacen que sea muy difícil trazar una línea de separación entre conflictos puramente laborales, que se podían reducir solamente a la fábrica, y aquéllos políticosociales, que afectaban a la población como tal. La absoluta dependencia de la población respecto de la fábrica determinaba también la cultura opositora: todos los conflictos laborales, todas las huelgas tenían que experimentar una repercusión en las calles.

Las grandes huelgas de 1930 y 1933

Hora es ya, camaradas, que fijemos nuestra atención a la realidad y nos despojemos de la borrachera que desde el cambio del régimen nos embarga […]. Los mismos que nos vejaron y atrepellaron durante el régimen anterior, lo seguirán haciendo en éste […]. Observad atentamente a los esbirros de la Siderúrgica y veréis a algunos de ellos entre los nuevos gobernantes […]. ¡Que la luz vuelva a vosotros y nos agrupemos de nuevo en la organización para ir hacia el comunismo libertario […]!

Convocatoria de asamblea del Sindicato Único de Puerto de Sagunto, 193130

La CNT «llegó al periodo republicano», como lo describe Kelsey, «después de atravesar un océano de crisis, tanto aquéllas impuestas por las autoridades políticas, policiales, paramilitares y militares del país, como las generadas dentro de la propia organización por las visiones y concepciones distintas de su carácter y el camino a seguir».31 En 1931, en el III Congreso Nacional de la CNT, que tuvo lugar en Madrid poco después de la proclamación de la República, el número de los afiliados era ligeramente superior al medio millón. A finales de ese mismo año la afiliación nacional ya había superado los 800.000. En enero de 1932 la confederación regional de Levante podía contar con más de cien mil afiliados.32 En Puerto de Sagunto, el 22 de abril de 1931, apenas unos días después del cambio de régimen, se reunieron unas 1.000 personas en una Asamblea General en el circo Americano para hacer un llamamiento a los trabajadores a «volver de nuevo a la vida de lucha de nuestro Sindicato».33 En una segunda asamblea con motivo del 1° de Mayo acudieron ya más de 2.000 personas y la reunión concluyó con la demanda de la jornada de seis horas, la readmisión de los despedidos, la expulsión de los esquiroles y la disolución de la Guardia Civil. Paralelamente a la reorganización del grupo sindicalista se reiniciaron las actividades culturales y educativas en el ateneo cultural de Puerto de Sagunto, que funcionaba como centro de difusión de la ideología libertaria.34 Tan pronto como en 1931 podemos observar la creciente radicalización de los anarquistas porteños, que defendían su «táctica de la acción directa sin reconocer autoridades» y que con regularidad organizaban manifestaciones bajo lemas como «¡Abajo el clero!» y «¡Muera la Guardia Civil!».35

La crisis económica mundial tuvo graves repercusiones para la joven Compañía Siderúrgica del Mediterráneo y el núcleo social alrededor de la omnipotente fábrica, demasiado dependiente de la frágil demanda del mercado nacional. La participación porteña en las luchas sociales de los primeros años treinta tenía una dimensión que iba más allá de las huelgas ugetistas y cenetistas o de los intentos «revolucionarios» de la FAI: para el Puerto de Sagunto y sus habitantes se trataba de una lucha por la supervivencia de un pueblo. Debido a la sobrevaloración del mercado europeo y a la falta de encargos oficiales por parte del gobierno (garantizados en el favorable periodo de la dictadura de Primo), los directores vascos se vieron obligados en la primavera de 1930 a apagar el primer horno alto y despedir a 450 trabajadores.36 Ya en febrero del mismo año, los obreros siderúrgicos, como reacción al despido de unos compañeros, habían iniciado una espectacular huelga de quince días para presionar por un aumento salarial y la mejora de las condiciones generales de trabajo. Aunque los despidos probablemente tuvieron su verdadero origen en una política de racionalización, fueron recibidos por los trabajadores como una medida represiva y castigadora. La CNT, que progresivamente iba ganando fuerzas, los utilizaba como argumento principal en sus asambleas, con el objetivo de reforzar la adhesión de los trabajadores.37 El conflicto no tardó en extenderse a toda la población: madres y esposas movilizaron a la opinión pública, mientras el periódico blasquista El Pueblo lanzaba una iniciativa para enviar a Valencia a los niños de las familias más afectadas por la huelga.38

Ya en el verano de 1931, la CNT había llamado a sus afiliados para movilizarse en la calle contra la República, cuyas reformas no iban para la mayoría de los anarquistas y amplios sectores de izquierdas suficientemente lejos. La desconfianza ante la nueva forma de Estado fue creciendo con los enfrentamientos sangrientos contra fuerzas de orden público y las duras medidas represivas.39 En octubre de 1931 leemos en el ABC de Madrid, bajo el título «Las huelgas y otros conflictos sociales planteados actualmente en España»: «La crisis obrera en el puerto de Sagunto. Despido de obreros en siderúrgica […] La compañía […] continúa con el despido de obreros, a los cuales […] se les sufraga el viaje a sus pueblos de residencia».40 Pocos días después, el periódico informa sobre una reunión del gobernador civil y el alcalde de Sagunto, para discutir el despido de 600 trabajadores que se iba a realizar en sólo quince días, así como las medidas preventivas como el reforzamiento de las fuerzas de policía para evitar una nueva ola de huelgas violentas.41

En enero 1932 las protestas obreras inspiradas por los conflictos en Catalunya se habían radicalizado de tal manera que las autoridades se veían incapaces de contener los disturbios revolucionarios. El 18 de enero grupos de rebeldes anarquistas recorrieron las calles y bloquearon el acceso a la fábrica, impidiendo el desarrollo normal de las actividades habituales de trabajo. Algunos militantes cortaron las líneas telegráficas y telefónicas, dejando al pueblo completamente aislado durante varias horas, desarmaron a dos carabineros e izaron la bandera roja en el local de la CNT.42 El despliegue masivo de refuerzos de la Guardia Civil fue respondido por los insurgentes con un atentado con bomba a las oficinas de la CSM.43

En los años siguientes Puerto de Sagunto conservó su reputación de hervidero de la lucha social y del anarquismo radical. Debido a los numerosos enfrentamientos violentos durante los cinco años de la Segunda República en paz, gran parte de la organización anarcosindicalista quedó fuera de la ley, operando clandestinamente, con muchos de sus seguidores en las cárceles. Durante la insurrección de los mineros asturianos en el año 1934 (reprimida sangrientamente por las fuerzas militares coordinadas por el general Francisco Franco) y con el temor a un posible levantamiento armado, se efectuaron numerosas redadas y detenciones y el contingente de la Guardia Civil y la policía secreta fue aumentado a un número cercano a los 500 efectivos.44

Mientras tanto, la caída libre de la Compañía Siderúrgica del Mediterráneo era imparable: en marzo 1932 cesaron todas las actividades de las minas en Sierra Menera y en abril se apagaron los hornos de coque y el segundo horno alto. A finales de aquel mismo año apenas quedaba empleada la mitad de los 3.000 trabajadores originales, los cuales, como resultado de las negociaciones con la dirección, solamente trabajaban una de cada dos semanas.45 Las repetidas reducciones salariales fueron contestadas por los trabajadores restantes con oleadas de huelgas e interminables intentos de negociación con la dirección. En julio de 1933, la empresa, incapaz de responder a las demandas de los huelguistas, tuvo que declarar el cese total de la producción y el despido de 1.100 trabajadores. En pocos semanas cerca de 3.000 personas, emigradas desde las zonas rurales pobres con la esperanza de poder encontrar en Puerto de Sagunto salarios estables y mejores condiciones de vida, se vieron obligadas a regresar a sus pueblos de origen.46 En una situación tan desesperada el joven núcleo urbano, que no podía contar con un mínimo de infraestructuras más allá de las facilitadas por la fábrica, estaba a punto de experimentar un éxodo masivo.

Con el apoyo de la prensa, el movimiento obrero logró movilizar a la opinión pública y los partidos políticos, cuyo eco llegó hasta Madrid, y pudo, además, contar con los ayuntamientos de Sagunto y Valencia. Una comisión de trabajadores, concejales saguntinos y políticos valencianos hizo un viaje a la capital española para ejercer presión sobre el Consejo de Ministros, que, en una sesión extraordinaria celebrada el 13 de Octubre de 1933, se posicionó a favor de la Siderurgia: fue concedido un crédito estatal de 10 millones de pesetas para la adquisición de material ferroviario de la CSM.47

Gracias a las medidas de rescate la supervivencia de la siderurgia saguntina parecía asegurada y el número de habitantes, descendido drásticamente durante la grave crisis de despidos, se recuperó rápidamente. Sin embargo, los años hasta el estallido de la Guerra Civil estuvieron caracterizados por una miseria económica generalizada y la escasa demanda de acero en el mercado nacional, una crisis que reiteradamente desembocaba en huelgas que adicionalmente paralizaban la ya de por sí menguada producción. La desmoralización, la depresión económica y la creciente radicalización sindical desencadenaron la descomposición del movimiento obrero anarquista en Puerto de Sagunto y un descenso en el número de los miembros del Sindicato Único.48

En abril de 1935 se constituyó el Partido Sindicalista «pestañista», fundado por José Sánchez Requena, una figura clave que, durante la grave crisis de 1933, había participado y presidido la comisión de empleados y obreros de la CSM que negociaba con las autoridades en Madrid.49 Las discrepancias entre la mayoría de los obreros siderúrgicos que mantuvieron una posición radical-faísta y los moderados del Centro Sindicalista no dejaron de provocar conflictos: ya en 1932, la mayoría de los cenetistas boicotearon una conferencia que iba a dar Ángel Pestaña con ocasión de su estancia en el Puerto.50 Hasta el Congreso Nacional de Zaragoza en 1936, el dividido movimiento anarcosindicalista, ante la amenaza de una posible sublevación militar, no empezó a recuperarse otra vez en el marco de una misma organización. Sin embargo, los anarquistas porteños representaban una de las corrientes más duras de la organización sindical, lo cual dificultaba el proceso de integración en la Alianza Obrera así como cualquier otro intento de unificación de las fuerzas sindicales.51

Las esperanzas de los trabajadores con el comienzo de la República de poder alcanzar una sociedad más justa no se vieron cumplidas. Para los partidos a la izquierda del espectro político y para los anarquistas las reformas republicanas propugnadas resultaban insuficientes, mientras que las derechas anhelaban una restauración del orden social anterior a abril de 1931.

Con el estallido de la guerra civil comenzó en Puerto de Sagunto, hasta los últimos días de la guerra en zona gubernamental, un breve periodo de poco más de dos años de duración de extremo cambio social, pero que, como veremos en el siguiente capítulo, no acabaría siendo más que un corto intermezzo.

¿Años de revolución social? La Guerra Civil

Nosotros, que hasta ahora hemos estado combatiendo la política a la que hemos tenido por base de todos los chanchullos, no hemos tenido otro remedio que aceptar esa misma arma que hemos estado combatiendo continuamente, a fin de que todos juntos, comunistas, anarquistas y republicanos, de común acuerdo podamos darle fin al zarpazo brutal que el fascismo está dando a España.

Marcos Villar Mendoza (CNT), sesión de la Comisión Gestora Municipal. Sagunto, 30 de noviembre 193652

A principios de 1936 era para muchos ya sólo cuestión de tiempo que la joven y frágil República sucumbiera a sus conflictos internos. Para gran parte de los sectores conservadores y de derechas las reformas asociadas a la República española iban demasiado lejos, si bien el miedo ante una posible propagación del bolchevismo era un fenómeno que alcanzaba a toda Europa. Era el caso especialmente de las áreas rurales, en las que las esperanzas suscitadas por las reformas agrarias cuestionaban la tradicional autoridad de los grandes terratenientes. De la misma manera se veían afectados también amplios sectores de la Iglesia que consideraban cercenada su posición predominante en la política cultural y educativa y se negaban a aceptar la secularización del Estado, la emancipación de la mujer, el matrimonio civil y el derecho al divorcio. Muchos militares conservadores de tendencias monárquicas detestaban la política de descentralización de la República y anhelaban una revisión del rumbo. Entre ellos se encontraba el general Francisco Franco, quien durante la República tuvo que abandonar su puesto como director de la Academia Militar de Zaragoza y acabó siendo trasladado por el gobierno del Frente Popular a las Canarias.

Pero también en las clases medias urbanas encontró el revisionismo un amplio apoyo social: ya en 1933 el miedo a la revolución social había llevado a una parte importante de las mismas a contribuir al triunfo electoral de la recién creada Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), la coalición de partidos conservadores y católicos. A la radicalización de los partidos a la derecha del espectro político contribuyó poco después la fundación del partido fascista, Falange Española, liderada por José Antonio Primo de Rivera (hijo del anterior dictador), quien con la ayuda de sus escuadrones puso en cuestión la estabilidad del orden público para crear así un clima propicio a la instalación de un sistema autoritario. El 17/18 de julio estalló en España una rebelión militar con fuertes raíces en la sociedad española que dividió el territorio español en dos mitades: por un lado, los rebeldes o nacionales (como se autodenominaban) liderados por Franco, la Iglesia y las derechas conservadoras; por el otro, los republicanos, defensores del gobierno democráticamente elegido, un amplio espectro de las izquierdas políticas, los sindicatos, una parte del centro republicano y los nacionalistas vascos y catalanes. La dura resistencia de las tropas republicanas y el fracaso del golpe de Estado empujaron al país a una sangrienta guerra civil de casi tres años, al final de la cual los sublevados, asistidos material y políticamente por la Italia fascista y la Alemania nazi, se alzaron con la victoria.

El País Valenciano, con las ciudades de Alicante y Valencia al frente (que cayeron ante el ejército nacional únicamente en los últimos días de la guerra), tenía fama de ser una región especialmente «roja», área de revolucionarios y republicanos, y ciertamente una mayoría de la población tenía convicciones políticas republicanas e izquierdistas. Al estallar la guerra, la región sufrió los mismos cambios revolucionarios que otros lugares de la España republicana (la continuación del Frente Popular, los comités revolucionarios compuestos por representantes de CNT y UGT y los programas de colectivización) que iban a derivar en la dura represión de los considerados como enemigos de la causa republicanauna represión que, no por no ser sistemática y estar fuera de control, fue menos terrible.53 En julio de 1936, como en muchos lugares de la zona leal, las iglesias y ermitas de Sagunto fueron asaltadas y saqueadas y muchas obras de arte del archivo parroquial de Santa María destruidas.54

Para la siderurgia de Puerto de Sagunto los acontecimientos del verano de 1936 significaron una reactivación de su producción y la convirtieron en una de las principales productoras de armamento para la causa republicana. La sublevación militar de julio de 1936 puso fin a la época de división y alteraría radicalmente las prácticas sindicales y la organización de la CNT. Para los anarcosindicalistas la Guerra Civil aparentaba ser la oportunidad de rea-lizar sus sueños de «revolución social». El vacío de poder resultado del fracasado golpe requería la instalación de estructuras organizativas en conjunción con las otras fuerzas del Frente Popular.55

En el Comité Ejecutivo Popular de Sagunto, que se había hecho con el poder local, los anarquistas mantenían una hegemonía sobre el resto de fuerzas políticas.56 Igualmente, el ayuntamiento de Sagunto fue ocupado por miembros del Frente Popular y algunos puestos de los consejos municipales fueron asumidos por los trabajadores de la compañía siderúrgica. De los 21 representantes en la comisión gestora municipal, restablecida en noviembre de 1936, nueve eran anarquistas (cinco cenetistas, dos faístas y dos del Partido Sindicalista), con lo que conformaban la fracción más fuerte dentro de la administración municipal de Sagunto. Aunque, en teoría, todas las fuerzas políticas y sindicalistas estaban representadas proporcionadamente, las demás agrupaciones se vieron pronto incapaces de «controlar el caire radical que prenia l'Ajuntament».57 Después de acalorados debates sobre la continuación de la «revolución social» (rechazada por la UGT hasta que no se hubiera ganado la guerra) el alcalde ugetista presentó su dimisión y fue sustituido por el cenetista Antonio Blesa Martínez.

Después del golpe militar se convocó una gran asamblea en la gerencia para evitar problemas en la vida pública y organizar la gestión del trabajo y la defensa de la siderurgia y asistieron militantes de los diferentes partidos y sindicatos. Se constituyeron varios comités, compuestos por delegados de la CNT y la UGT, en apoyo del Frente Popular. El comité de Control fue encargado de garantizar el funcionamiento de la empresa siderúrgica, incautada por los obreros como fábrica de armamento. Como medida de precaución, aquellas personas de convicciones derechistas y algunos de los altos cargos en la dirección fueron detenidos. Fidel Moncada, un ingeniero siderúrgico que mantenía excelentes relaciones con los sindicatos locales y miembro del PSOE y la UGT, recibió el puesto de director de la CSM.58 Para los antiguos miembros de la dirección y los ingenieros, que vivían en una zona de chalets ajardinada y vallada, la «revolución social» en el pueblo y la toma del poder por parte de los comités representaba una amenaza, dado que temían agresiones de los anarquistas radicales. Como relataba el hijo de un directivo:

Tenía miedo por mi padre. Entonces simplemente por ser jefe […]. Los de aquí fueron los que, reunidos en un comité de aquellos que habían y tal, señalaban con el dedo y detuvieron a muchos, les tenían en el convento […], a algunos luego los soltaron y a otros se los llevaron al cementerio y los asesinaron.59

Las razzias y fusilamientos perpetrados en las zonas bajo control republicano, si bien eran rechazados por gran parte de la población, contribuyeron a confirmar el concepto del «rojo» como enemigo. Aunque las acciones de terror no alcanzaron de largo la proporciónpor no hablar del carácter sistemáticode las represalias franquistas, las arbitrarias ejecuciones de clérigos y representantes de la burguesía y el asalto y destrucción de iglesias y monasterios supusieron un terreno abonado para la propaganda franquista. Ante este trasfondo, Franco pudo justificar la cruel represión de los republicanos en territorio nacional como una acción necesaria contra las «hordas bolcheviques», una visión manipulada de la guerra civil, que se mantuvo hasta el final de la dictadura y más allá.

Con el avance de la guerra, tanto a nivel español como en Sagunto, la CNT iba perdiendo influencia en las luchas políticas, especialmente ante los comunistas. Ya en el verano de 1937, el alcalde Antonio Blesa renunció a su puesto, alegando que tenía que reincorporarse a la producción siderúrgica. La situación de los anarquistas dentro del Frente Popular no fue fácil, acusados como eran por el resto de los partidos de ser los causantes de la inestabilidad social. Ante la desfavorable situación económica, la política de colectivización y de reformas revolucionarias estaba condenada a zozobrar y perjudicaba gravemente la organización de la gestión local. En palabras de Aurora Bosch, los militantes cenetistas estaban «preparados para los enfrentamientos callejeros con las fuerzas de seguridad […], el sabotaje y la insurrección […], quizás estaban preparados para proclamar la revolución, pero no para dirigirla económica, política y militarmente».60

A causa de la gran demanda de mano de obra para la producción bélica, la plantilla aumentó hasta los 3.000 empleados. Puesto que la mayoría de los trabajadores se habían incorporado a las tropas republicanas, muchas mujeres jóvenes fueron invitadas por el ministerio de Defensa a entrar a trabajar en fábrica.61 Con los centros siderúrgicos vascos ocupados por las tropas nacionalistas, Sagunto se convirtió, a pesar de las limitaciones de abastecimiento, en pilar importante de la producción bélica republicana: a consecuencia de ello, a partir del año 1937 las instalaciones industriales fueron bombardeadas por escuadrones aéreos alemanes e italianos.

Los fuertes bombardeos aéreos han dejado una profunda huella en la memoria colectiva de la población y muchos de los testimonios entrevistados de mayor edad tienen todavía recuerdos de cuando eran niños pequeños y aparecía la «pava», como se conocían popularmente a los bombarderos. Los intensos bombardeos obligaron a que numerosas mujeres y niños tuvieran que refugiarse en las zonas rurales, mientras que los trabajadores de la CSM, imprescindibles para la economía de guerra republicana, se quedaron y dormían en los refugios antiaéreos. Las calles de la localidad quedaron despobladas a causa de la permanente amenaza que venía del aire, como nos han relatado supervivientes de la época:

En el Puerto de Sagunto sólo quedaban trabajando unos cuantos en las acerías. Los talleres se van a Cieza y la gente que estaba en los puestos de la empresa de mayor envergadura […], ésos se quedan aquí con mucho miedo, pero se quedan trabajando aquí. Todos los días la mitad de la gente huía del Puerto de Sagunto. Se marchaban, porque «la Pava» no decía que no iba a bombardear sino que dejaba bombas igual en el pueblo que en la fábrica, que donde fuera.62

Sin embargo, durante los años de guerra la producción nunca llegó a detenerse, si bien en la primavera de 1938 ante el avance de las tropas del bando nacional, algunas partes de la fábrica tuvieron que ser desmanteladas y trasladadas a Cieza (Murcia). El 28 de marzo de 1939 las tropas franquistas entraron en Puerto de Sagunto y ocuparon la fábrica, que había seguido funcionando hasta el derrumbe de la zona republicana. Miguel Lluch, un testigo de la época relata: «La entrada de los nacionales fue aquí como en todas las partes. Empezaron enseguida a detener gente. Pasaban con la bandera los requetés y te obligaban a levantar los brazos; si no, a tortazo limpio o a culatazo te hacían».63

La derrota en la guerra civil significó para los trabajadores de Sagunto el final de cualquier esperanza de alcanzar una sociedad mejor, por la que habían luchado en el frente y en los altos hornos. La revolución social encontró su final con la entrada de las tropas franquistas, antes incluso de que hubiera podido ponerse en marcha de verdad. Las primeras detenciones y fusilamientos marcaron el comienzo de una larga y oscura época de represión y falta de libertad. Con el final de la guerra civil y la instauración del Nuevo Estado dieron comienzo los «años de silencio».

«LOS AñOS DE SILENCIO». LA POSGUERRA (1939-1958)

«La vida sigue…». De la CSM a los Altos Hornos de Vizcaya (AHV)

La imagen que encontraron las tropas nacionales al entrar en la ciudad fabril debió de ser desoladora: destruida por las bombas y despoblada, poco hacía pensar que la ciudad pudiera recuperarse de la guerra. Puerto de Sagunto estaba destruido porque en un par de años que no lo habíamos habitado, había cada 4 o 6 casas una derrumbada, por las calles hierbas levantadas y todo eso.64

El final de la guerra civil significó también para los propietarios de la CSM, la familia vasca De la Sota, el fin de toda esperanza. Ramón de la Sotainiciador principal de la siderurgia levantinahabía muerto ya a principios de la guerra y no tuvo que vivir la expropiación de todos sus bienes por parte de la «Nueva España». Las aspiraciones «separatistas» y la participación de la familia de la Sota en la fundación del PNV, en calidad de mayor protector económico, no eran precisamente buenos argumentos a ojos de los nuevos gobernantes franquistas. La sentencia del Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas condenó en 1940 a sus herederos a una multa de cien millones de pesetas por nacionalismo vasco y desprecio a la bandera española. La Compañía Siderúrgica del Mediterráneo fue disuelta forzosamente y todas las acciones de la sociedad fueron sobrescritas a Altos Hornos de Vizcaya (AHV), sus tradicionales competidores.65 A partir de ese momento, la fábrica de Sagunto pasó a ser considerada una mera filial de la nueva empresa-madre y ello tuvo la correspondiente repercusión en el lugar ocupado en la lista de prioridades de los nuevos propietarios: las modernas instalaciones fueron desmontadas, transportadas a Sestao y Barakaldo para su instalación, mientras que, a cambio, Sagunto recibía las viejas máquinas de la central vasca.66

Tras la adquisición de CSM por AHV en 1940, la nueva dirección trató de encauzar la producción de acero por la senda de lanuevanormalidad. A pesar de los problemas de abastecimiento, resultado de la autarquía económica dictaminada por el nuevo estado franquista, tuvieron un éxito considerable al respecto, puesto que los altos hornos acaparaban la mayor parte del mineral de hierro procedente de Ojos Negros y no dependían directamente de los socios comerciales ahora perdidos. Para garantizar el desarrollo adecuado de la producción, la dirección renunció, así lo relatan los testimonios, a llevar a cabo una purga política profunda de los trabajadores y volvió a contratar a una gran parte de éstos tras la guerra o cuando hubieron cumplido las respectivas penas de cárcel.

En el Puerto no había mucha depuración. El que estuvo trabajando en AH y no se fue de ahí, el que era de la CNT o era comunista o lo que fuera, en el momento que esto cayó, siguió en su trabajo y hubo muy poca depuración. Sólo algunos, pero fueron contados.67

Otras fuentes nos aportan una idea más detallada sobre la dimensión de los despidos y su motivación política. En noviembre de 1941, el comandante de la Guardia Civil de Sagunto informó al Gobernador Civil de las primeras sanciones contra los trabajadores «rojos» de la fábrica: consideraba la presencia de éstos en la ciudad industrial como altamente peligrosa para la comunidad porteña y advertía que tenía que ser evitada a toda costa. Según el informe, se habían llevado a cabo cerca de 70 despidos y desalojos; un número que resultó relativamente bajo teniendo en cuenta que el mismo comandante estimaba en un noventa por ciento el porcentaje de los marxistas en Puerto de Sagunto.68

Sin embargo, a la vista de la precaria situación económica y de la necesidad de mano de obra, parece que la dirección no creyó oportuno adoptar una política de mano dura, si bien ello conllevó ciertos conflictos con la Falange o el sindicato único. Al respecto, un trabajador narra así el despido de su padre en 1943 y los choques de competencias entre la dirección de la fábrica y las autoridades locales:

Entonces cuando salieron de la cárcel en el 43 el director de fábrica les dejaba entrar, pero el sindicato este, el sindicato vertical dirigido por los fascistas, era el que dirigía el trabajo al director. Y entonces el director tenía que quitar a los que había metido y tenía que meter otro que era del régimen.69

Tras el cambio de propietarios, la producción de acero se reanudó inmediatamente y ya en 1941 volvía a estar en funcionamiento un primer horno alto. Poco a poco el resto de las instalaciones se fue reincorporando al proceso productivo, si bien hasta 1954, en el marco de una ligera recuperación coyuntural, no pudieron llevarse a cabo nuevas inversiones. En los años de la primera posguerra la plantilla volvió a crecer de forma muy acelerada: si en 1941 la AHV contaba con 3.127 trabajadores, en 1947 eran ya 3.817;70 a finales de 1957, la cifra había alcanzado los 6.200.71 No obstante, durante todo este tiempo la empresa no fue capaz de recuperar las cotas históricas de producción de 1929. El problema principal no era la destrucción de las instalaciones durante la guerra, sino la ausencia de un suministro regular de materias primas (como carbón o coque), así como la mala calidad de las que se conseguían, lo cual acababa encareciendo la producción. Además, en el marco de la Segunda Guerra Mundial y condicionadas por el posicionamiento de la España de Franco al lado de las potencias del Eje, las industrias pesadas locales perdieron sus importantes socios en Francia y Gran Bretaña. El posterior aislamiento respecto del mercado europeo comportó graves repercusiones también para AHV. Hasta principios de la década de 1950 no se reanudaron las relaciones comerciales y se pudo volver a dar salida al acero saguntino a nivel internacional. Hasta que a mediados de dicha década la ciudad fabril pudiera experimentar un nuevo periodo de crecimiento y recibiera una segunda gran oleada migratoria, la población tuvo primero que atravesar los oscuros años de la posguerra, una época marcada por el terror y la represión.

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