Kitabı oku: «El rostro de los diarios digitales en el Perú», sayfa 2
Capítulo 1
Las premoniciones cumplidas
Sobre las nuevas tecnologías y el internet se han hecho toda clase de presagios. En cuanto al ciberperiodismo, que desarrollan empresas convencionales de la prensa, igualmente, se esperaba que en la segunda década de su desarrollo (2005-2015) debían haber resuelto el problema de su supervivencia, a través de la organización de negocios sostenibles; logrando complementariedad con las versiones impresas, para romper los recelos que existen entre ambas; y desarrollando una propuesta informativa propia, que vaya más allá de reproducir las periódicos de papel (Salaverría, 2007b). ¿Cuántos de estos retos se han cumplido?
1. El entorno
1.1 Primero fue la sociedad de la información
“Vivimos en una sociedad de la información, aunque todavía no sabemos qué es lo que significa”, señala el periodista, académico y activo cibernauta, José Luis Orihuela (2013). Y es que se han calculado en más de setenta las definiciones acuñadas (Yezers’ka, 2008a) sobre este concepto, cuyas raíces se vinculan con las innovaciones tecnológicas producidas en las últimas dos décadas del siglo XX, pero que algunos académicos rastrean desde tiempo atrás.
Manuel Castells y Daniel Bell alertaron sobre la emergencia de una nueva sociedad, y Anthony Giddens, Jurgen Habermas, Herbert I. Schiller y Frank Webster piensan que asistimos a un continuum de cambios entre la sociedad capitalista de antes y la actual, de manera que lo informacional es solo “un rasgo subordinado de otros principios sociales dominantes” (Giner, Lamo y Torre, 2006, p. 787).
Sociedad digital, sociedad informacional, sociedad red, del conocimiento, base de la globalización y de la posmodernidad, son un puñado de las etiquetas asignadas a esta imparable revolución que ha impuesto un nuevo desarrollo y configuración social, con notables implicancias en todas las actividades inherentes a la humanidad, organizadas en redes globales: la economía y los mercados financieros; la producción, gestión y distribución de bienes y servicios; el trabajo, la ciencia, la tecnología y la educación; los medios de comunicación y las redes de internet; el arte, la cultura, los espectáculos y los deportes; las instituciones internacionales que gestionan la economía global y las relaciones intergubernamentales; la religión y la criminalidad; las organizaciones no gubernamentales transnacionales y los movimientos sociales (Castells, 2010).
No pretendemos agotar el tema de las definiciones vertidas al respecto, pero resulta muy ilustrativo aproximarse al debate que han generado y reconocer por qué el periodismo se vio obligado a participar en este proceso como actor indiscutible y preponderante en provecho propio y de su comunidad.
Habría que empezar con Castells, reconocido como uno de los académicos expertos en este tema, quien entre varias etiquetas –como sociedad de la información, tecnologías de la información, autopistas de la información, la informatización, y muchas más acuñadas en Japón en los años sesenta–, prefiere hablar de la “sociedad informacional” actual.
El término sociedad de la información destaca el papel de esta última en la sociedad. Pero yo sostengo que la información, en su sentido más amplio, es decir, como comunicación del conocimiento, ha sido fundamental en todas las sociedades, incluida la Europa medieval, que estaba culturalmente en la productividad y en cierta medida unificada en torno al escolasticismo, esto es, en conjunto, un marco intelectual. En contraste, el término informacional indica el atributo de una forma específica de organización social en la que la generación, el procesamiento y la transmisión de la información se convierten en las fuentes fundamentales de productividad y poder, debido a las nuevas condiciones tecnológicas que surgen en este período histórico. (Castells, 2001, p. 51)
Así como la sociedad industrial no solo tenía industrias, señala Castells, la sociedad informacional no solo es sinónimo de información: “una sociedad red es aquella cuya estructura social está compuesta de redes activadas por tecnologías digitales de la comunicación y la información basadas en la microelectrónica” (Castells, 2010, pp. 50-51)1.
Esta definición contiene dos variables importantes: una organización en redes y el paradigma de la tecnología de la información. La primera ha existido en otros tiempos y espacios; la segunda es lo que establece la diferencia y caracteriza las nuevas pautas de interacción dentro de una sociedad.
Algunas características descritas por Castells sobre la sociedad red revelan por qué no solo debe ser denominada sociedad de la información (2001, pp. 549-557):
– En primer lugar, está constituida por redes, es decir, por un conjunto de nodos interconectados o elementos constitutivos de una red determinada. Ejemplo de nodo son los mercados de valores, dentro de la red de flujos financieros, o los canales de televisión, los estudios de filmación y los periodistas de los informativos, dentro de red global de los nuevos medios de comunicación.
– Las redes son los instrumentos apropiados para una economía capitalista basada en la innovación y la globalización, pero también son fuente de poder. La sociedad red es capitalista, global y se estructura en buena medida en torno a una red de flujos financieros.
Las nuevas tecnologías hacen posible que el capital financiero pueda no solo operar, sino competir con base en criterios de competitividad, productividad e información. Como anota Castells, es la articulación de la producción capitalista y el modo informacional de desarrollo. Asimismo, el capital financiero condiciona el futuro de las industrias de alta tecnología; es más, son cada vez más interdependientes.
– La sociedad red ha determinado nuevas formas de movilidad laboral, sin generar desempleos masivos, y transformado las relaciones sociales entre el capital y el trabajo, que se ha individualizado.
– La sociedad red afecta la cultura y el poder. La primera depende de las redes electrónicas de comunicación, donde se realiza ahora la interacción mediada con los públicos; mientras que la política se ha encerrado en los medios masivos, donde los diferentes actores políticos realmente existen en la medida que allí aparezcan y se difundan sus orientaciones.
En conclusión, anota Castells, sumado al hecho que hasta el espacio y el tiempo se han transformado y son atemporales, la sociedad red representa “un cambio cualitativo en la experiencia humana”, una nueva era (2010, p. 557) que ha traído consigo “un modo de desarrollo y estructuración social basado en la nueva matriz que constituyen las tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC)”, cuya fuente de productividad son la generación del conocimiento, el procesamiento y la comunicación de símbolos (Giner, Lamo y Torres, 2006, pp. 786-787).
Estas actividades, muy vinculadas al quehacer periodístico, son posibles gracias a la convergencia e integración de las TIC a través de procedimientos digitales. Como anotaba hace más de quince años Antonio Lucas Marín, en esta sociedad hay tres nuevas industrias o grupos de tecnologías muy relacionados entre sí, con ámbitos comunes, que trabajan de manera integrada y, por lo mismo, difícil de diferenciar: las de la informática (computadoras), la telemática (telecomunicaciones) y de la comunicación (Lucas-Marín, 2000):
Al igual que Castells, Lucas sostenía que la sociedad informacional constituiría una revolución industrial que afectó y seguiría afectando a todo el mundo:
Pero este cambio hay que estudiarlo en su desarrollo histórico expansivo, en el que se pueden distinguir algunos momentos de cierta aceleración que se han llamado las tres revoluciones industriales. La primera de ellas significa el inicio de la industrialización, es decir, da lugar a la aparición de las sociedades industriales; la segunda supone la aparición de algunos signos de madurez institucional en el nuevo tipo de sociedad, patente ya a principios del siglo XX; la tercera revolución industrial viene a significar el cambio, que se está dando en la actualidad en los países más avanzados, hacia una sociedad postindustrial o post-moderna, denominada recientemente sociedad informacional. (Lucas-Marín, 2000, p. 16)
¿Qué características tiene este paradigma tecnológico? Además de la evidente convergencia con que interactúan todas las tecnologías, destacan las siguientes (Giner, Lamo y Torres, 2006, p. 786):
– La información constituye su materia prima: la información no solo actúa sobre la tecnología, si no que las tecnologías actúan sobre la información.
– Penetra en el conjunto de la sociedad.
– Así como los procesos técnicos pueden ser reversibles, las organizaciones pueden modificarse y las instituciones reordenar sus componentes.
– Sus tecnologías están interconectadas en un sistema o conjunto de relaciones, característica que da origen a lo que Castells denomina sociedad red o sociedad global.
1.2 Agenda social digital
Hoy, los países se dividen entre aquellos que cuentan con políticas promotoras de la sociedad de la información y aquellos que carecen de ellas.
Se entienden como políticas de sociedad de la información aquellas iniciativas que abordan ese concepto de manera integral, es decir, que se orientan al acceso masivo a las TIC, a la capacitación de recursos humanos y a la generación de contenidos y aplicaciones electrónicas en los diversos sectores de la sociedad. Aunque un país cuente con estrategias de gobierno electrónico, políticas TIC para la educación o iniciativas de desarrollo de software, si ellas se ejecutan de forma aislada y no están concebidas como parte una política integral, se considera que el país no dispone de políticas de la sociedad de la información. Por el contrario, se estima que un país tiene una agenda digital cuando su formulación es explícita y se refleja en un documento específico, o cuando está implícita en un documento de mayor jerarquía y alcance, como un plan nacional de desarrollo. (Rovira, Stumpo y Santoleri, 2013, p. 39)
Hasta el año 2000, la comunidad internacional no había comprendido a cabalidad el potencial de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) para el desarrollo no solo de la comunicación y en provecho del conocimiento, sino de los programas de desarrollo de necesidad mundial. A partir de ese año en adelante, la innovación, difusión y asimilación de las tecnologías móviles y el acceso mejorado a internet expandieron una gama de oportunidades para promover el desarrollo incluyente.
Así lo reconoció en mayo del 2013, a través de una declaración conjunta, el Grupo de las Naciones Unidas sobre la Sociedad de la Información de la Unión Internacional de las Telecomunicaciones de la ONU, fundado en el 2006. Estimó que el 2015, año límite para la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, los beneficios de los servicios móviles tendrían que estar al alcance de todos, y se conseguirá el objetivo, relativo a las TIC, de proporcionar una plataforma para mejorar la integración de los tres pilares del desarrollo sostenible: el crecimiento económico, la inclusión social y la sostenibilidad medioambiental (International Telecommunication Union, 2003).
Estos adelantos contaron con el respaldo de Gobiernos que aplicaron políticas idóneas en provecho del desarrollo de la sociedad de la información de sus propios países, ganando mayor liderazgo en este sector, y en el resto del mundo.
Si “la primera revolución industrial fue británica, la primera revolución de la tecnología fue estadounidense, con una inclinación californiana” (Castells, 2001, p. 94); sin embargo, en ambos casos, científicos e industriales de otros países desempeñaron un rol preponderante en el descubrimiento y difusión de las nuevas tecnologías.
En la última década del siglo XX, Estados Unidos puso en marcha dos proyectos que supusieron el impulso de las llamadas autopistas de la información dentro y más allá de sus fronteras. Primero, en septiembre de 1993, se anunció la creación de una infraestructura nacional que permitiría el transporte de datos y el desarrollo y la interconexión de aplicaciones telemáticas de altas prestaciones. Luego, en marzo de 1994, planteó a los países miembros de la ITU que un requisito esencial para el desarrollo sostenible en el mundo era la creación de la red de redes; superautopistas o redes de inteligencia que “permitan compartir información, conectarnos y comunicarnos como una comunidad global” (Méndez, 1999, p. 21).
Europa, por su parte, lideró desde la década de 1980 una política informacional consistente, entre otros objetivos, en la creación de infraestructuras transeuropeas de acceso amigable y nuevos mercados para que la sociedad de la información obtenga mayores recursos de la producción de bienes inmateriales que los provenientes de bienes tradicionales. Uno de los documentos más importantes fue el Libro Blanco sobre crecimiento, competitividad y empleo. Retos y pistas para entrar en el siglo XXI que planteó que a través del fomento de la sociedad de la información se podrían encontrar soluciones a problemas diversos, como el desempleo. Para ello, debía difundirse las tecnologías de la información y comunicación europeas, modificar el marco reglamentario de las telecomunicaciones en la unión, estimular el desarrollo de sistemas telemáticos de interés general, entre otras medidas (Méndez, 1999).
Estudios realizados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) reconocen que los países desarrollados hicieron de las TIC herramientas valiosas para una serie de transformaciones económicas que redundaron en “el aumento de la productividad, una transición desde economías industriales-manufactureras hacia otras basadas en servicios con un rol cada vez más relevante del conocimiento y una desverticalización de los procesos de negocios, permitiendo la desagregación de las cadenas de valor y su deslocalización internacional” (Rovira, Stumpo y Santoleri, 2013, p. 17).
En paralelo, la Cepal encontró enormes progresos en América Latina que, de manera global, entre el 2002 y el 2011, mejoró sustancialmente la infraestructura, el acceso y el uso de estas tecnologías, reduciendo la brecha que mantenía con los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Individualmente, sin embargo, las naciones de la región muestran disparidades. Por ejemplo, si bien la distancia con los países desarrollados se ha reducido en lo que corresponde a infraestructura y acceso a las TIC, las estrategias desarrolladas no han sido suficientes para garantizar su uso extendido, que sigue siendo deficitario.
Se observó que, si bien el acceso a telefonía celular y a internet mostraba una situación alentadora, la banda ancha era restrictiva. En el 2011, la tasa promedio de penetración de banda ancha fija y móvil era de 8 y 11 abonados por cada 100 habitantes, respectivamente, mientras que en los países de la OCDE la proporción era de 27 y 55 abonados por cada 100 habitantes, situación que tenía relación con “el costo de acceso a este servicio, que muestra un precio relativo que en muchos casos no es posible afrontar por parte de los ciudadanos latinoamericanos”. (Rovira, Stumpo y Santoleri, 2013, pp. 17-18)
Desde el 2000 se aprobaron varias declaraciones para promover el uso de las tecnologías de la información y de las comunicaciones (TIC) para el desarrollo en América Latina y el Caribe, bajo el padrinazgo de Naciones Unidas, la Cepal y países de la región.
En el 2003 y en el 2005, primero en Ginebra y luego en Túnez, se realizó en dos etapas la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información (CMSI), a la cual siguieron eventos internacionales donde se tomaron acuerdos que los países se comprometieron honrar; por ejemplo, respecto a la gobernanza de internet y el software de código abierto, así como principios y planes de acción para adoptar una visión común respecto a la sociedad de la información.
Un documento suscrito en la CMSI fue la Declaración de Principios y el Plan de Acción que plantea las metas que la región debía alcanzar para el 2015. Se señalan las responsabilidades de gobiernos y partes involucradas, para garantizar la conectividad, infraestructura y el entorno propicio que demandan las TIC, un mayor acceso a la información y al conocimiento, y para la creación de capacidades. Se destaca que las TIC deben ser sinónimo de confianza y seguridad, y generar beneficios en todos los aspectos de la vida, en la promoción de la diversidad e identidad culturales, el intercambio de conocimientos y la cooperación internacional y regional (International Telecommunication Union, 2003).
A partir del 2005, las Naciones Unidas, la Cepal y los países de la región constituyeron grupos de trabajo que dieron origen a tres planes de acción de la sociedad de la información en América Latina y el Caribe, denominados Elac 2007, Elac 2010 y Elac 2015; este último aprobado en Lima y que plantea a las TIC como instrumentos de desarrollo e inclusión social. Allí, tras quince años, desde que se formularon los primeros compromisos, se planteó que en el 2015 se estarían evaluando cuántas metas se han cumplido para: garantizar el acceso a la banda ancha, el gobierno electrónico, el uso de las nuevas tecnologías para la mitigación del cambio climático y los desastres naturales, así como para coadyuvar a la seguridad social y la educación; y qué se ha hecho para promover el cierre de la brecha digital en el caso de las micro, pequeñas y medianas empresas.
En abril del 2015, el Foro Económico Mundial difundió el Global Information Technology Report 2015, que evalúa la capacidad de 143 economías para utilizar las TIC, en el entendido de que tienen el potencial de transformar las sociedades y abordar problemas mundiales acuciantes. Los diez países latinoamericanos más destacados se encuentran en el siguiente orden: Chile, Barbados, Uruguay, Costa Rica, Panamá, Colombia, México, Trinidad y Tobago, El Salvador y Jamaica. Países como Costa Rica, El Salvador, Perú y Bolivia, indica el informe, han mejorado su ubicación desde el 2012. Perú subió del puesto 103 (2013) al 90 (2014), donde, se mantuvo hasta el 2015 (World Economic Forum, 2015), entre otras consideraciones, debido a las limitaciones en el sistema educativo que aún frenan el buen uso de las nuevas tecnologías y, además, la falta de eficacia de estamentos legislativos que retrasan el entorno regulatorio de las TIC en el país (Sociedad Nacional de Industrias, 2015).
1.3 El papel de los medios de comunicación tradicionales y digitales
Como resume Manuel Castells, la industria de la comunicación no ha estado al margen de la sociedad informacional. El desarrollo de las empresas puntocom determinó un nuevo panorama económico en el que, a través de internet, no solo se adopta la red como forma de organización, sino que se transforman socialmente todos los procesos de creación, intercambio y distribución de valores (2001).
Dichas transformaciones se ajustaron a las tendencias socioeconómicas y tecnológicas vigentes, a escenarios competitivos cambiantes y los nuevos desarrollos en la informática y las telecomunicaciones que, al mismo tiempo de influir, se vieron influidos por los medios de comunicación tradicionales y el advenimiento de los periódicos online (Pavlik, 2005; Boczkowski, 2006). Veamos por qué.
La Declaración de Principios y el Plan de Acción, suscrita en la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información, puntualiza lo indispensable de la conectividad y la comunicación, así como del acceso irrestricto a la información para la creación de una sociedad más integrada. Pero, además, reconoce en su principio 55 el rol esencial que tienen los medios de comunicación, en general y en particular, de los llamados tradicionales:
Reafirmamos nuestra adhesión a los principios de libertad de la prensa y libertad de la información, así como la independencia, el pluralismo y la diversidad de los medios de comunicación, que son esenciales para la Sociedad de la Información. También, es importante la libertad de buscar, recibir, difundir y utilizar la información para la creación, recopilación y divulgación del conocimiento. Abogamos por que los medios de comunicación utilicen y traten la información de manera responsable, de acuerdo con los principios éticos y profesionales más rigurosos. Los medios de comunicación tradicionales, en todas sus formas, tienen un importante papel que desempeñar en la Sociedad de la Información, y las TIC deben servir de apoyo a este respecto. Debe fomentarse la diversidad de regímenes de propiedad de los medios de comunicación, de acuerdo con la legislación nacional y habida cuenta de los convenios internacionales pertinentes [cursivas añadidas]. Reafirmamos la necesidad de reducir los desequilibrios internacionales que afectan a los medios de comunicación, en particular, en lo que respecta a la infraestructura, los recursos técnicos y el desarrollo de capacidades humanas. (International Telecommunication Union, 2003)
Desde este punto de vista, los periódicos y sus versiones electrónicas tienen una enorme responsabilidad respecto no solo a la sociedad de la información, sino también respecto a su presencia en la comunidad, que se vería enormemente beneficiada con un mercado editorial en el que prevalezca un compromiso con la verdad, la pluralidad informativa y el libre juego de opiniones.
Para lograr estas metas, el periodismo tiene que reconocer varias cosas, según Juan Luis Cebrián, director de El País de España:
Primero. Que vive una revolución semejante a la invención de la imprenta de Gutenberg.
Segundo. La sociedad se ha vuelto más participativa gracias a las redes sociales, el 50 % de las personas se informan a través de Google News y los jóvenes, incluso, superan este porcentaje, y la profesión periodística ha sido alterada porque, en este contexto, los periodistas ya no son mediadores entre las autoridades y los lectores.
Tercero. El periodismo tiene que adaptarse a la nueva realidad; en el plano de su formación, tener periodistas especializados en manejar todos los soportes; y, en el plano empresarial, definir un modelo de negocio exitoso que nadie ha encontrado aún. Según Cebrián, “los medios son cruciales en el funcionamiento de la democracia y la política, pero si no nos adaptamos, los periodistas tendremos el mismo futuro que el de los monjes copistas” (El País, 2012).
Para los que pensamos que los diarios no van a desaparecer frente a la arremetida digital, es claro que los impresos tienen que adaptarse a la realidad creada por la sociedad de la información y las nuevas tecnologías.
En los últimos 35 años, durante lo que John Pavlik llamaba el ocaso del siglo XX y los inicios del siglo XXI, han predominado “las noticias omnipresentes, el acceso global a la información, la cobertura instantánea, la interactividad, los contenidos multimedia y una extrema personalización del contenido”; así como amenazas sobre algunos preciados valores y estándares del periodismo, como “la autenticidad de los contenidos, la comprobación de las fuentes, la fidelidad y la veracidad” (2005, p. 13).
Frente a este escenario, la función periodística ha debido adaptarse a las cuatro transformaciones derivadas de la incursión de los nuevos medios: a. en los cambios en los contenidos de las noticias, b. en el trabajo de los periodistas, c. en la estructura de la redacción y de la industria informativa en general y, finalmente, d. en las relaciones entre las empresas informativas, los periodistas y sus destinatarios (audiencias, fuentes, competidores, publicitarios y Gobiernos). Del mismo modo, enfrentar problemas –algunos nuevos y otros antiguos– de la era digital, tales como las amenazas a la intimidad, la concentración de la propiedad, intensa competencia por quién entrega la información de manera más veloz y desigualdades en el acceso a la informática (Pavlik, 2005, p.16).
Es importante detenerse en estas transformaciones no solo porque definen la relación más importante en la vida de un medio de comunicación, en materia de rentabilidad (lectoría y circulación) y presencia (posicionarse como una empresa de servicios), sino porque se trata de una antigua relación en crisis y deficitaria, producto de la pérdida de credibilidad de la organización informativa lo que, sin duda, no es reciente ni nació con los medios digitales (aunque ello no implica que en algunas ocasiones estos podrían haber contribuido a agravarla).
En este campo, las organizaciones tienen mucho camino por recorrer para adaptarse al nuevo contexto mediático. No parece haber calado aún en las empresas de comunicación saber que los nuevos medios no solo pueden contribuir a un mejor periodismo, sino a la consolidación de ciudadanos mejor informados. Ponerse en la cabeza del lector, pensar en las personas a quienes se debe un medio de comunicación, sigue siendo una tarea inacabada, pese a que hoy más que nunca existen por lo menos tres condiciones propicias para hacerlo; características de los nuevos medios que han redefinido el quehacer informativo y que según Pavlik aparecieron a inicios del nuevo milenio y que hoy siguen en auge: el crecimiento del periodismo cívico, el aumento del acceso público electrónico a información relevante y la creciente vocación de los ciudadanos de acceder a fuentes políticas y gubernamentales entablándose un diálogo e intercambio sin el filtro de la prensa y sus gatekeepers (Pavlik, 2005).
“¿Qué aspecto debería tener un periódico si ya nunca más será un periódico?”, se pregunta el escritor, bloguero y profesor de periodismo estadounidense, Jeff Jarvis. Para él, los periódicos deben convertirse en plataformas para grandes redes de noticias. “Para las organizaciones de noticias no es tan sencillo hacer la transición a lo digital como simplemente llevar páginas web. Esta transformación les requiere reinventarse a sí mismas –cómo piensan sobre sí mismas, cómo deben operar, cómo deben relacionarse con el público, cómo pueden hacer dinero– y deben hacerlo rápido” (2010, p. 169).