Kitabı oku: «El rostro de los diarios digitales en el Perú», sayfa 3

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2. El futuro del periodismo
2.1 La fricción y la información

Desde la perspectiva de Bill Gates, el costo de la circulación de la información a través de las nuevas tecnologías podría explicarse mediante la fricción, concepto de la física que explica que un fluido cuando viaja a través de un medio dado no puede eludir el rozamiento con otros cuerpos; rozamiento que provoca fricción y, en consecuencia, la pérdida de energía (Manrique, 1997).

Internet permitiría situarnos en un mundo de baja fricción, “en el capitalismo de costos generales reducidos, en el que la información del mercado será plena y los costos de las transacciones bajos. Será el paraíso de los compradores” (Gates, 1997, p. 172). Dieciocho años más tarde, Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, recurre al mismo concepto para explicar que la red social es un”compartir sin fricción”. ¿Qué significa esto?

Como anota el crítico Nicholas Carr es “la supresión del esfuerzo consciente de la socialización” (2015, p. 209). Para Jarvis, en cambio, se trata de un fenómeno de ‘publificación’, el acto o el hecho de compartir información, pensamientos o acciones; reunir o congregar un público, un proceso que puede ser colaborativo, cuya ética es la transparencia, y que ha significado que cualquier persona tenga su propia imprenta de Gutenberg (2011, pp. 14, 107).

Desde la perspectiva del emisor periodístico, sin embargo, es probable que mantener hoy una plataforma web implique más de una dificultad financiera. Y no por lo que cuesta invertir en internet, sino porque más allá de la disminución en la circulación de los impresos, que es una de las fuentes que permite subvencionar cualquier proyecto digital, las empresas periodísticas no han hallado un modelo de negocio que reduzca su dependencia de la publicidad. “Nadie ha logrado rentabilizar ni migrar exitosamente a las operaciones en la red” (Cebrián, 2012).

Lo cierto es que el desarrollo de los diarios digitales es un proceso que se viene cumpliendo a diferentes ritmos y bajo diferentes parámetros. Para algunos, la meta era que las grandes, rentables y clásicas cabeceras analógicas se convirtieran en digitales paulatinamente, al desembarazarse, para una porción de la audiencia, de la impresión física y la distribución analógica. Otra posibilidad era que nuevos empresarios y seguidores de los nuevos conceptos establecieran servicios y negocios informativos digitales (De Pablos, 2001) independientes, sin contar con el paraguas de una empresa tradicional consolidada.

En la práctica, ambas opciones se han aplicado con diferente grado de éxito, aun cuando los costos de una plataforma digital son más bajos:

Internet rompe de dos maneras el modelo comercial del viejo periódico. Mueve información con un costo variable cero, lo que significa que esta no tiene barreras que superar, al contrario que el periódico, que tiene que pagar por el papel, la tinta y el transporte en proporción directa al número de ejemplares producidos. (Meyer, 2009, p. 35)

A inicios del nuevo siglo, la World Association of Newspapers (WAN) advirtió en su congreso del 2002 que internet no era un competidor ni amenaza, sino un asistente que podría ayudar a la difusión de los impresos. No obstante, también reconocía entonces que pese al incremento del tráfico de internet, muchos periódicos online no producían aún beneficios. Solo el 29 % de los diarios digitales europeos había logrado ser rentable, lo mismo que el 42 % de los latinoamericanos y el 65 % de los estadounidenses (Benavides y Quintero, 2005).

El consultor Carlos Soria, fundador de Innovation Media Consulting y exdecano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra, disertó en Lima acerca de las vicisitudes de los principales grupos mediáticos de su país frente a la crisis económica internacional y sus efectos en el negocio de los medios de comunicación en general. Explicaba que en la precaria coyuntura que vive España y Europa, el principal sustento de las webs electrónicas –la publicidad– se había reducido a niveles sumamente bajos, lo cual había llevado a algunos empresarios de la comunicación a arrepentirse de los cuantiosos presupuestos destinados a la puesta en marcha de la llamada convergencia de plataformas (Soria, 2011).

En el caso del Perú, la situación no ha sido diferente. A la fecha, las empresas periodísticas no se sienten satisfechas con las ganancias que deja la web por publicidad, aun cuando los formatos disponibles para anunciar en banners, auspicios, comunicados y publirreportajes se han incrementado (Ecomedia, 2015). El gran ganador sigue siendo Google (Reischl, 2009), que se lleva aproximadamente el 70 % de la torta publicitaria, principalmente, por el servicio que brinda a terceros para posicionarlos en su popular navegador2. Según explicó Alejandro Miró Quesada Cisneros, exdirector de El Comercio, de los 4000 millones de dólares que genera la web en publicidad, el 70 % lo tiene Google; el 15 %, las redes sociales como Facebook y Twitter, y el otro 15 % se lo disputan los diarios electrónicos del mundo “que debemos pelearnos por las migajas” (Miró Quesada C., 2013).

Un tema asociado a la rentabilidad de los sitios web es si deberían mantenerse a través de su publicidad, ser fuente publicitaria apoyada en su prestigio y difusión o si debían cobrar por su visualización, lo que se conoce como muro de pago. Cobrar, como anota José Manuel de Pablos, ha sido como solicitar un pago a los oyentes de una radio por escucharla. Así, mientras The Chicago Tribune ha financiado su presencia en las redes con publicidad, El País de España ha ofrecido servicios adicionales de pago y en otras ocasiones no cobró por ver la información del día; lo mismo sucedió con The New York Times. Poco después, llegaron al convencimiento de que el cobro por ingresar a su sitio web no era una buena salida y abrieron todas sus páginas a todos los lectores sin restricción alguna (2001).

En el 2000, Antonio Lucas-Marín, profesor de la Universidad de Stanford, refirió que casi todos los grandes periódicos del mundo eran asequibles por la red, la mayoría de forma gratuita mientras que otros exigían un pago de suscripción (The Wall Street Journal y los mencionados El País o The New York Times). Hablar de periódicos gratuitos online era referirse a los que nos cobraban nada, basados en los beneficios que podían recibir por la publicidad que realizaban. Para entonces, las empresas periodísticas hacían una edición especial para la conexión online y se halló que estudiar los hábitos personales del público era tan importante como asegurar su concurrencia a las páginas web. Y, del mismo modo, que el peso de la marca podría ser decisivo para llamar su atención.

La portada de The New York Times online conserva todo el sabor de la primera página del propio periódico, con sus características letras góticas y alguna atractiva fotografía en color. Desde esta portada ya es posible dirigirse con un simple clic a los artículos completos anunciados en la primera página; a las 17 secciones que contienen toda la información del día en un esquema de periodismo clásico […] y otra docena de secciones que permiten llegar a informaciones de gran interés […], y todo ello salpicado con pequeños anuncios (bastante discretos, por cierto) […]. Con frecuencia, desde la portada puedes encontrar videos que completan la información señalada: declaración del presidente, algún acontecimiento o simplemente un tráiler de la película que se va a comentar […]. Cada una de las secciones, a la que se entra por su simple clic desde la portada o desde el final de cada página, vuelve a repetir este abanico de posibilidades de la página de entrada: desde titulares que llevan a noticias largas, a información de interés en ese campo […]. Todas las secciones del periódico tienen su propia personalidad o sus características, me atrevería a decir que más que en un periódico ordinario, que las hacen especialmente útiles al lector habitual y creando un cierto grado de sintonía o dependencia. (Lucas-Marín, 2000, p. 96)

El tema de la rentabilidad ha sido recurrente desde el inicio. The New York Times fue el adalid de mantener la web a través de la publicidad, mientras que The Wall Street Journal apostó por la opción de la suscripción de pago.

El modelo del NYT fue replicado por varios medios en el mundo que encontraban riesgoso cobrar por contenidos –cuando podían obtenerse offline o en internet de manera gratuita–; no obstante, pronto la financiación a través de anunciantes se puso en cuestión a raíz de la burbuja tecnológica en la bolsa y el desfondamiento del mercado publicitario en internet entre los años 2000 y 2002 (Benavides y Quintero, 2005, p. 291).

Desde entonces, los medios han buscado nuevas fuentes de financiamiento. Por ejemplo, si bien las noticias recientes y los servicios de acceso a correos electrónicos son gratuitos, no lo son los archivos con más de una semana de antigüedad ni las ediciones facsimilares del impreso. Los artículos de opinión y las columnas son también considerados de un valor añadido en algunos medios digitales (Benavides y Quintero, 2005).

2.2 Más conceptos de la física: fusión, implosión y disrupción

Un augurio del cofundador de Microsoft fue que el negocio de la prensa no desaparecería de la noche a la mañana ni perdería el rol protagónico que cumplía en el suministro de información y publicidad, pero, en cambio, sí debía cambiar de modo fundamental cuando el consumidor tuviera acceso a la red. Como todas las empresas que desempeñan un papel de intermediarios o corredores, los periódicos tenían que estar alertas y aprovechar, sobre todo, sus ventajas competitivas para triunfar en el mundo electrónico (Gates, 1997).

El resultado es que, pese a las dificultades financieras que afrontan, las publicaciones en internet han alcanzado progresivamente no solo un estatus periodístico equivalente al resto de medios convencionales, sino que estas empresas entienden que son “un factor estratégico para su futuro” (Palacios y Díaz-Noci, 2007, p. 15).

Llegar a este convencimiento ha sido producto de un largo proceso. Pablo J. Boczkowski describe cómo los periódicos de Estados Unidos pusieron en práctica una cultura de la innovación, pero centrados en proteger la marca del impreso de manera prioritaria y en conseguir ganancias más seguras que abultadas. En el aprovechamiento de las capacidades de la web tres factores fueron medulares: las relaciones de la redacción impresa y la de la edición online, la representación del usuario al que se dirigían y las prácticas esenciales de la redacción digital (Boczkowski, 2006).

Los medios emergentes digitales que lograron consolidarse fueron el resultado “de la fusión de infraestructuras sociales y materiales existentes con capacidades técnicas novedosas”. Es decir, de un proceso innovativo, continuo y progresivo en el que aprovecharon, de un lado, la experiencia ganada en la tradición impresa de narrativa lineal, con sus rutinas, valores, infraestructuras y sistemas, y del otro, las capacidades interactivas y multimedia de la informática (Boczkowski, 2006, p. 21).

Desde este punto de vista, el desarrollo online ha sido producto de la fusión y no de la implosión, un punto de vista que va contracorriente del largo debate que ha generado y sigue generando ‘la esperanza de vida’ de los impresos; es decir, si el papel morirá algún día engullido por la red. La discusión es antigua y se dio cuando apareció la radio y luego la televisión. Como señaló hace más de cincuenta años Hubert Beauve-Mery, director de Le Monde, frente a una nutrida concurrencia de directores de los periódicos más importantes del mundo, preocupados entonces por la desaparición de los diarios: “la radio anuncia, la televisión muestra y el periodismo explica” (Miró Quesada Garland, 1996, p. 130).

Esta clásica definición, sin duda, entró en revisión con el surgimiento de internet que además de cumplir con todas las funciones, promueve la interactividad (Mendoza, 2013): vino a ofrecer un enfoque distinto y renovado que desestabilizó al periodismo escrito (rompió el lazo entre la escritura y la imprenta que se estableció en tiempo de Gutenberg; el texto ya no es el referente y generalizó la lectura en pantalla) y al audiovisual (difunde igual, pero con menor costo de tiempo). Estableció el fin de la frontera entre periodistas y público, de la escucha colectiva, de las noticias en directo, mientras las audiencias comprobaban que ahora podían producir, agrupar y mover información. Se convirtió en el primus inter pares de los medios de comunicación (Fogel y Patiño, 2007, pp. 16-20).

Jean-Francois Fogel y Bruno Patiño recuerdan además que, en el terreno de la prensa, internet ha seguido el modelo histórico del libro impreso, más que el de la radio o televisión, que surgió cuando las bibliotecas estaban llenas de manuscritos copiados a mano. También, cuando apareció la prensa digital, el único requisito para convertirse en editor online era disponer de un contenido (texto, imagen, sonido y video) para incluir en internet. En otras palabras, el ciberperiodismo nació no por falta de periódicos y sí fue capitaneada por los mismos profesionales de la prensa convencional; pero, además, como consecuencia de esto, en sus inicios “se da una situación de competencia particular: este medio nació del movimiento interno de las empresas de prensa, que se mostraban más atentas a los efectos que internet causaba en su rentabilidad, y no a los cambios de fondo que intervenían” (Fogel y Patiño, 2007, p. 22).

El debate continúa hasta la fecha y siempre será interesante comprobar que esta discusión se ha sustentado –y probablemente seguirá sustentándose– en la indiscutible relación que hay entre el periodismo offline y el online. Hagamos historia. A mediados de la década de 1990, cuando en el Perú unos pocos medios de prensa habían empezado a incursionar tímidamente en la web, Nicholas Negroponte (1995) escribió en Being digital que había un futuro claro para las palabras y las noticias, pero no para el papel. Y añadía: “La digitalización cambiará el modelo económico de la selección de noticias, hará que el interés del público tenga un papel más importante y, de hecho, usará piezas de la sala de edición que no hubiesen sido incluidas en primer lugar, pero que el público no haya dejado de demandar (Negroponte, 1995, p. 158).

Dos años después, en El ocaso del periodismo, José Martínez Albertos sostuvo que los diarios desaparecerían en el 2020 porque

la etapa electrónica supondrá el predominio completo y excluyente de una sensibilidad determinada en la que no tendrán cabida los restos arqueológicos vinculados a la etapa alfabética. En el menos pesimista de los supuestos, estos vestigios literarios y librescos podrán sobrevivir algún tiempo con un cierto valor testimonial. (1997, p. 37)

Juan Luis Cebrián fue uno de los primeros en precisar la orientación de los usuarios hacia construirse diarios electrónicos ‘a la medida’, y sobre todo de cómo las nuevas formas de acceso a la información eran una amenaza para los sistemas de impresión y distribución clásicos. “Pasarán, probablemente, décadas antes de que estos desaparezcan, si es que llegan a hacerlo, pero, desde ya, se ven obligados a competir con las versiones digitales de los mismos diarios, en principio, más baratas de producir y, por lo tanto, merecedoras de un precio final mucho más asequible para el consumidor” (Cebrián, 1998, p. 66).

Antes de terminar el siglo, el editor del USA Today, Thomas Curley, dijo que “la imprenta no ha muerto y el online es aún un recién nacido, pero, si los cambios tecnológicos siguen a esta gran velocidad, pronto no habrá diarios, sino solo información” (El País, 2000). Dick Brass, director de tecnología y desarrollo de Microsoft, aseguró que “la última edición en papel de The New York Times desaparecerá en el 2018” (El País, 2001).

En marzo del 2006, un grupo de altos ejecutivos de medios de comunicación británicos y estadounidenses fueron convocados por el Cambrigde-MIT Institute para analizar las consecuencias de la pérdida de lectores y concluyeron que “los periódicos están muertos pero todavía llevará un rato que se enfríe el cuerpo” (Alonso, 2006, p. 142).

Steve Ballmer, entonces presidente de Microsoft, explicó, en su momento, que los periódicos desaparecerían en veinte años y toda la lectura se hará en formatos electrónicos (El País, 2006); y la revista The Economist sostuvo, en su histórica y polémica portada titulada “Who killed the newspaper?” (2006), que los medios impresos estaban en extinción. En ese contexto, la prensa tradicional de Europa, en general, y de España, en particular, veían el negocio amenazado por dos enemigos: las versiones electrónicas y los diarios gratuitos3.

En este debate se han planteado varios escenarios. Como argumentaron algunos académicos al inicio del nuevo siglo, si bien la tecnología ha mermado al papel, este es un producto histórico con el que la cultura universal tiene una deuda impagable y, por lo tanto, no va a desaparecer, como tampoco lo hicieron el papiro ni el pergamino. “El papel es el paradigma de lo analógico. Siempre fue el soporte casi absoluto de la información periódica impresa y de los textos de ficción, historia, ensayo… del libro” (De Pablo, 2001, p. 64).

Otros señalaron que ninguna tecnología útil desaparecería, que, en todo caso, las tecnologías evolucionarían para sobrevivir y, casi siempre, coexistirían o se complementarían acorde un proceso de formación mutua (Álvarez Marcos, 2006). Como argumentaba Roger Fidler, en su teoría de la mediamorfosis o metamorfosis de internet como nuevo medio, los periódicos no desaparecerán, sino que cambiarán, evolucionarán y se adaptarán al nuevo panorama en varias etapas.

Tras la irrupción de los digitales y su desarrollo a la par de los medios ya existentes, se produciría la metamorfosis, es decir, el crecimiento del nuevo medio que adoptaría los códigos de antiguo. En un segundo momento, el nuevo medio se propagaría, ganaría receptores y seguiría las características de sus antecesores hasta generar su propio lenguaje. Tercer acto: el nuevo medio se convierte en una amenaza y obliga a los demás a adaptarse. Cuarto acto: el nuevo medio se vuelve imprescindible, aunque su consolidación dentro del público puede demorar el paso de una generación, esto es, aproximadamente, unos treinta años (Alves, 2011).

Para Rosental Calmon Alves, en cambio, el carácter multisensorial de la red podría conducir más bien a un ‘mediacidio’ o la muerte de algunos de sus competidores. En su opinión, la actualización de la red sería similar a la producida en la radio y su contenido al de la televisión.

La metamorfosis de internet como nuevo medio, la mediamorfosis, no se ajusta al modelo de un solo medio […] Los medios cambian, evolucionan y, por tanto, la forma en la que antes eran conocidos, muere. El periódico ya no es solo una hoja escrita, ahora se vuelve multiplataforma. Es un cambio de dimensiones revolucionarias. (Alves, 2011, p. 238)

En efecto, las empresas mediáticas se han adaptado a las nuevas tecnologías y con ello a las nuevas experiencias que generan en el público. Si bien los primeros productos digitales trataron de imitar a los tradicionales, ahora estos buscan asemejarse a los tecnológicos, en los contenidos y hasta en el diseño, mediante estrategias de mimetismo que no han sido necesariamente exitosas en el caso de los impresos (Carr, 2011).

Sin embargo, más allá de si internet ocasionará la desaparición de los periódicos o no y en qué plazo, queda claro que la red ha significado una innovación disruptiva, es decir, que ha venido a reemplazar a los productos o servicios ya existentes, en diversos campos, como la economía, la política, la cultura, la educación (Curtis, 2011) o el periodismo. “Ahora está más claro que [internet] es tan disruptivo para los periódicos de hoy como la invención de los tipos móviles de Gutenberg lo fue para los pregoneros, esos periodistas del siglo XV” (Meyer, 2009, p. 34).

Clayton M. Christensen, el profesor de Harvard a quien se atribuye el concepto de tecnologías abruptas, de punta o disruptivas, sostiene que una de las claves para entender por qué fracasan las empresas radica en el dilema que afrontan los ejecutivos para garantizar la buena salud de los negocios en el corto plazo y, además, destinar los recursos adecuados a las tecnologías de punta que, si no son atendidas, podrían ocasionar la declinación del liderazgo de la empresa4. Se parte del convencimiento de que estas tecnologías han aportado al mercado una nueva proposición de valor.

Por lo general, los productos obtenidos a partir de tecnologías de punta no funcionan tan bien como los que en ese momento ya se encuentran debidamente establecidos en los mercados dominantes. Pero poseen, en cambio, otras características que algunos clientes marginales (y generalmente nuevos) de esos mercados aprecian. Los productos basados en tecnologías de punta son más baratos, más simples, más pequeños y, en general, más convenientes. (Christensen, 1999, p. 24)

La imprenta y el libro son considerados como las innovaciones disruptivas más importantes de la historia de la humanidad, pero también el motor de vapor, la aeronáutica, el telégrafo, el teléfono e internet cambiaron la forma en que las personas se comunican (Curtis, 2011).

En el campo periodístico habría que evaluar si los periódicos digitales locales reúnen algunas de las exigencias solicitadas a una tecnología disruptiva. En principio, la entrega de información en tiempo real, la hipertextualidad, la multimedialidad y la interactividad son características que han redefinido la función de dar noticias; mientras que el acceso a la información a través de diferentes plataformas, formatos y aplicaciones ha resultado no solo conveniente para muchas personas, sino una revolución en varios aspectos: en la interacción con el poder, los medios y el resto de individuos; en el ámbito de la competencia, el mercado y el comercio de la información; en el surgimiento de nuevas narrativas y recursos periodísticos derivados del análisis, la estadística, la investigación, la crítica y la opinión. Y se avisan otras tendencias disruptivas, como el periodismo inmersivo, “cuya base está en el manejo de la realidad virtual, que si bien para muchos es solo un sueño, podría representar otro paso enorme en la consolidación del nuevo periodismo” (Sosa, 2014).

Un ejemplo del impacto disruptivo de los medios tradicionales es que los medios nativos digitales están conquistando a las audiencias con propuestas como la que describió Christensen: “aplican fórmulas de costos bajos y poca rentabilidad; ofrecen un diferencial para escalar en la cadena de valor y se llevan una parte considerable del mercado” (Piccato, 2015, p. 34).

Para algunos periodistas hay espacio para todos. Jim Moroney, editor y CEO de The Dallas Morning News, sostuvo durante la segunda edición de la Digital Media Latinoamericana Conference, organizada por la World Association of Newspapers and News Publishers (WAN-IFRA), realizada en Lima, en septiembre del 2014, que los contenidos informativos son commodities, que se encuentran en diferentes formatos, por lo que la clave se halla en la diferenciación. Un periódico, por ejemplo, se diferenciará de otros medios convencionales y digitales por su análisis, la interpretación que haga de la noticia y la investigación. Esos son sus valores añadidos y deberían considerarse antes de pensar en dejar de publicar o en “apagar la prensa”, lo cual sería un error (2014).

La caída en la venta de periódicos tampoco significa que el periodismo impreso haya muerto, según Moroney, aunque es preocupante que muchos empresarios hayan concentrado sus ingresos en los periódicos, cuando son esos ingresos los que están cayendo junto con las menores ventas de diarios. Sin embargo, el reto principal de la industria de medios es preservar la marca, que es el activo más importante de un periódico:

Cuando nos dicen: “una forma de ahorrar valor es dejar de imprimir tus versiones impresas algunos días” […] respondo: “¿cómo tu propuesta incrementará el valor de la marca del periódico?”. Un periódico que deja de publicar su versión impresa se enfrenta a una caída del valor de su marca, empiezan a ser olvidado, por lo que la no publicación por unos cuantos días se convierte en una no publicación permanente. (Moroney, 2014)

Todo indica que la innovación y la creatividad, el carácter pionero de cualquier iniciativa, serán fundamentales en el desarrollo de un periodismo disruptivo. Como anotó Steve Jobs, “hay que seguir esforzándose por innovar […] contribuir con algo para devolverle el favor a nuestra especie y para añadir algo nuevo al flujo de la humanidad” (Isaacson, 2011, p. 706).

En el Perú, algunos empresarios de la prensa dicen ver el panorama con realismo. Afirman que algunos diarios van a quebrar en un futuro no precisado, pero otros se van a fusionar, unos terceros se especializarán –por lo que serán más caros y elitistas– y solo permanecerán los de una altísima calidad (Miró Quesada, 2013).

Un punto de encuentro en este debate tal vez ha sido el convencimiento de que los medios tradicionales deben adecuarse al proceso. De lo contrario, el riesgo es morir, más aún ante la oferta y el desarrollo de empresas virtuales, que si bien no tienen el respaldo de una marca, no requieren de una infraestructura física, es decir, no tienen que afrontar las cargas de un medio impreso para cumplir con el mismo cometido (Flores y Arruti, 2001, p. 111).

En segundo lugar, se trata de entender la disrupción del periodismo y sus efectos en la producción de noticias, diseñarla en las organizaciones mediáticas, para determinar cuál será el papel que quieren cumplir en lo que se denomina el nuevo ecosistema de las noticias: “¿Qué pueden hacer mejor los nuevos participantes en el ecosistema de las noticias que los periodistas en el viejo modelo? ¿Qué papeles pueden hacer mejor los propios periodistas?” (Anderson, Bell, y Shirky, 2013). Otras preguntas son: “¿Cómo salvamos al buen periodismo, si todavía consideramos que el buen periodismo importa para la sociedad y la democracia? ¿Cómo pagamos los sueldos de los periodistas que producen buen periodismo? ¿Cómo gastamos dinero?” (Piccato, 2015).

Cinco son las ‘grietas’ que la digitalización habría causado en el negocio tradicional de los medios: a. la ruptura de las fronteras (en la red no hay aduanas), b. ruptura de las barreras (sobre todo, económicas, que antes frenaban la puesta en marcha de proyectos periodísticos), c. ruptura del ciclo editorial (en cualquier tiempo y en cualquier plataforma), d. ruptura del monopolio de la palabra (el diálogo con las audiencias es horizontal, multidireccional y simultáneo), e. ruptura del modelo de negocio (merma en la venta de contenidos) (Salaverría, 2012).

Por ello, la prensa tiene que refundar sus modelos si quiere sobrevivir a la transición digital. “Reconvertir el portafolio de productos y, principalmente, la propuesta de valor social, junto a una transformación de la cultura y los perfiles profesionales, son imperativos de la época”, anotan Gastón Roitberg y Franco Piccato en su libro Periodismo disruptivo (2015, pp. 15-16).

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