Kitabı oku: «Compañero Presidente», sayfa 2

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Como Presidente de la República, como el «compañero Presidente», se dirigió en múltiples ocasiones con profundo respeto y afecto a los obreros, los campesinos, los jóvenes, las mujeres, los estudiantes, a las gentes sencillas del pueblo. Les expuso siempre con claridad y franqueza su visión de la situación del país y del proceso revolucionario e insistió hasta el infinito en la necesidad de ganar la «batalla de la producción» y fortalecer el compromiso con la construcción del socialismo. Sus palabras también estuvieron llenas de afecto. Por ejemplo, después de las horas de incertidumbre y preocupación del 29 de junio de 1973, aquella fría noche invernal se despidió así desde los balcones de La Moneda:

Compañeros, todavía algunos grupos fascistas están por allí, tengan cuidado, no caigan en provocaciones. Tienen que tener confianza en el Gobierno, que ha demostrado su fuerza esta mañana y seguiremos demostrándola. Compañeros, quédense en sus casas, únanse a sus mujeres y a sus hijos en nombre de Chile. Lleven mi cariño, mi respeto, mi admiración y mi fe a cada uno de los hogares de ustedes.

Todos estos sentimientos se fundieron en sus palabras del 11 de septiembre de 1973:

Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra de que respetaría la Constitución y la ley y así lo hizo. (...) Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa, lo seguirán oyendo, siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la lealtad de los trabajadores.

El nombre de Salvador Allende tiene proyección universal y lo divisamos inscrito en calles y avenidas, centros educativos y culturales en ciudades de numerosos países; incluso en algunos, como España, aparece en los espacios públicos más que en Chile. La conmemoración del centenario de su nacimiento, el 26 de junio de 2008, será, por tanto, un acontecimiento internacional que debiera motivar la reflexión no sólo sobre su trayectoria política y la evolución de Chile en el siglo XX, sino también sobre los desafíos del socialismo del siglo XXI.

En 2008 Salvador Allende regresa. Regresa el joven que fue capaz de asumir un compromiso temprano con los valores de la democracia y del socialismo y que consagró toda su vida a hacerlos realidad. Regresa el diputado y el senador que impulsó numerosas iniciativas para mejorar las condiciones de vida de las clases populares. Regresa el militante socialista que dedicó sus energías a unir a la izquierda en torno a un programa político para transformar la realidad chilena. Regresa el dirigente que nunca abandonó la crítica al capitalismo y no claudicó en el anhelo de construir el socialismo. Regresa el Presidente de la República que nacionalizó el cobre y erradicó el latifundio, que promovió la participación de los trabajadores en la dirección de la economía nacional, que convirtió en ciudadanos a los campesinos, que impulsó el reparto de medio litro de leche diario a todos los niños, que defendió ante las Naciones Unidas un nuevo orden económico mundial y ante la nación más poderosa del planeta la determinación de su pueblo a construir el socialismo.

Salvador Allende y la izquierda perdieron la primera batalla, sólo pudieron ser derrotados por la violencia brutal de unas Fuerzas Armadas que quebrantaron sus obligaciones constitucionales. Sin embargo, hoy renace la esperanza en América Latina y las grandes alamedas del socialismo vuelven a surgir en el horizonte: se trata de la lucha por una profunda y radical democratización de la sociedad, en todas las esferas, incluida la económica. En este camino nos acompañará «el metal tranquilo» de su voz, el ejemplo inolvidable del Compañero Presidente.

[1] Gladys Marín fue una de las principales dirigentes juveniles de la Unidad Popular en su condición de secretaria general de las Juventudes Comunistas y diputada. Falleció en marzo de 2005 cuando era la presidenta del Partido Comunista de Chile.

[2] Deseamos dejar constancia de nuestro agradecimiento a Óscar Soto Guzmán y Laura González-Vera por sus valiosas recomendaciones en el proceso de elaboración de este libro y a Jaime Valencia y Consuelo Campos por su ayuda para acceder a los datos del Servicio Electoral de la República de Chile sobre los comicios en los que Salvador Allende participó como candidato.

SIGLAS

API: Acción Popular Independiente

CEPAL: Comisión Económica para América y el Caribe de la ONU

CERA: Centros de Reforma Agraria

CIA: Central Intelligence Agency

CODE: Confederación Democrática

CODELCO: Corporación del Cobre

CORA: Corporación de Reforma Agraria

CORFO: Corporación de Fomento de la Producción

CPS: Cristianos por el Socialismo

CTCh: Confederación de Trabajadores de Chile

CUT: Central Única de Trabajadores

ENU: Escuela Nacional Unificada

FACh: Fuerza Aérea de Chile

FEC: Federación de Estudiantes de la Universidad de Concepción

FECh: Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile

FRAP: Frente de Acción Popular

IC: Izquierda Cristiana

INDAP: Instituto de Desarrollo Agropecuario

JAP: Juntas de Abastecimiento y Precios

JDC: Juventud Demócrata Cristiana

MAPU: Movimiento de Acción Popular Unitaria

MIR: Movimiento de Izquierda Revolucionaria

OEA: Organización de Estados Americanos

OLAS: Organización Latinoamericana de Solidaridad

PCCh: Partido Comunista de Chile

PDC: Partido Demócrata Cristiano

PIR: Partido de Izquierda Radical

PN: Partido Nacional

PR: Partido Radical

PSA: Partido Socialista Auténtico

PSCh: Partido Socialista de Chile

PSP: Partido Socialista Popular

SNA: Sociedad Nacional de Agricultura

UP: Unidad Popular

USOPO: Unión Socialista Popular

VOP: Vanguardia Organizada del Pueblo

MAPA DE CHILE


PRIMERA PARTE

I. EN LAS TRINCHERAS DEL SIGLO XX

Sus enemigos le llamaron el pije Allende. Por el origen socioeconómico de su familia, por su aprecio por la buena mesa y el vestuario elegante, por su condición de médico, Salvador Allende pudo haber sido un profesional acomodado, probable votante o incluso parlamentario del Partido Radical, representante de las clases medias urbanas apegadas a la tradición del racionalismo laico. Sin embargo, en su adolescencia un modesto zapatero anarquista del puerto de Valparaíso le transmitió los ideales de la emancipación humana y durante su etapa universitaria en Santiago se familiarizó con la cosmovisión marxista y participó de las luchas estudiantiles contra la dictadura del coronel Ibáñez. El rubicón que marcó su destino fue su contribución a la fundación del Partido Socialista de Chile, en 1933, un hecho del que se enorgulleció durante toda su vida, una vida consagrada a la lucha por la democracia y el socialismo.

Nació en Valparaíso el 26 de junio de 1908 en el seno de una familia de extracción social burguesa, pero con un marcado perfil progresista que hundía sus raíces en los convulsos años de la guerra de la independencia. Sus antepasados, de origen vasco, llegaron a este rincón de América en el siglo XVII. Su bisabuelo, Ramón Allende Garcés, combatió junto a Bolívar en Boyacá y Carabobo después de formar parte del regimiento de los Húsares de la Muerte, dirigido por el legendario guerrillero Manuel Rodríguez en la guerra por la independencia de Chile. Su hermano Gregorio fue jefe de la primera guardia de honor de Bernardo O’Higgins, prócer de la emancipación nacional.

Su abuelo paterno, Ramón Allende Padín, fue Serenísimo Gran Maestre de la Orden Masónica y cofundador en 1871 de la primera escuela laica del país, la Blas Cuevas, en el puerto. Médico, librepensador, anticlerical y masón en un país conservador y beato, se alistó como voluntario en la Guerra del Pacífico y fue jefe de los Servicios Médicos del ejército, tras haber sido diputado durante ocho años y senador durante cuatro por el Partido Radical. Autodefinido como «el Rojo Allende», falleció en 1884, a los 40 años, y su funeral se convirtió en un acontecimiento de resonancia nacional, puesto que portaron su féretro personalidades como José Manuel Balmaceda o Ramón Barros Luco, posteriormente presidentes de la República (Nolff, 1993: 23-24).[1]

Su padre, Salvador Allende Castro, y sus tíos adhirieron también al radicalismo, una fuerza política fundada en 1858 que capitalizó el apoyo de las clases medias de tradición laica hasta el ascenso del Partido Demócrata Cristiano a mediados del siglo XX. Por tanto, Allende pudo explicarle a Régis Debray (1971: 61):

Conforme a una definición ortodoxa, mi origen es burgués, pero agrego que mi familia no estuvo ligada al sector económicamente poderoso de la burguesía, ya que mis padres ejercieron profesiones denominadas liberales y los antepasados de mi madre hicieron otro tanto.

Si en las cuatro décadas centrales del siglo XX, el periodo de estabilidad institucional que se extendió desde 1932 hasta 1973 y en el que Salvador Allende desarrolló su trayectoria política, Chile presentaba rasgos de excepcionalidad en el contexto latinoamericano, lo mismo sucedió entre 1833 y 1891. En una América Latina envuelta en recurrentes guerras civiles y golpes de estado protagonizados por los distintos grupos que se disputaban el poder, la oligarquía chilena impuso su proyecto a partir de 1833, cuando los sectores conservadores del valle central aplastaron cualquier contestación y asentaron su hegemonía con la promulgación de una Constitución que consagró un régimen presidencialista con periodos de cinco años y la posibilidad de la reelección (hasta su prohibición en 1871), un severo sufragio censitario masculino (hasta 1888, cuando se estableció como únicos requisitos, además de ser varón, saber leer y escribir y tener 21 años) y sin libertad religiosa hasta una reforma de 1865.

El arquitecto del régimen oligárquico fue el comerciante de Valparaíso Diego Portales, quien ostentó los ministerios de Gobierno y Relaciones y de Guerra y Marina y fue el hombre más influyente de la política nacional hasta su asesinato en 1837.[2]Armando De Ramón definió el régimen portaliano como el resultado de «dos acciones operativas»: en primer lugar, la imposición de una fuerte autoridad; en segundo lugar, y sobre todo, la conformación de un grupo de hombres «muy capaces» que actuaron en la política nacional hasta mucho después de la muerte de Portales y que completaron su obra, entre ellos el venezolano Andrés Bello, al argentino Domingo Faustino Sarmiento y Manuel Renjifo, Mariano Egaña, Manuel Montt y Antonio Varas, entre otros. Este grupo impulsó la Constitución de 1833, la reforma tributaria y aduanera, la reforma del sistema judicial y la promulgación de los códigos Civil, Penal y de Comercio, la Universidad de Chile, la reforma educativa y la implantación de la educación primaria (2004: 73-74).

Si el proyecto oligárquico impuesto por Portales caracterizó el siglo XIX chileno, la evolución económica del país conoció un viraje importante a partir de 1870, con el inicio del auge del salitre, un mineral con gran demanda como fertilizante desde Europa. Hacia 1872, el 25 % de la producción de la provincia peruana de Tarapacá estaba controlada por capitales chilenos y, al sur, en la costa boliviana aún tenía más peso, a través de la corporación chileno-británica Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta, de la que eran accionistas relevantes políticos chilenos. Precisamente, con el puerto de Valparaíso en su época dorada (antes de la construcción del Canal de Panamá), la presencia del capital británico en el país era notoria y ejercía una notable influencia en la política nacional (Collier y Sater, 1999: 87).

En los años posteriores el Estado chileno aumentó por la vía militar sus límites territoriales hasta casi sus fronteras actuales con la guerra contra Perú y Bolivia y el genocidio del pueblo mapuche conocido como «la Pacificación de la Araucanía». Entre 1879 y 1883 estuvo en guerra por segunda vez en cuatro décadas contra Perú y Bolivia y aquella contienda fue decisiva porque se apropió de la rica provincia salitrera peruana de Tarapacá y del territorio marítimo de Bolivia, cuya principal ciudad era Antofagasta. La guerra tuvo su origen en una larga disputa diplomática sobre los límites territoriales, pero en su trasfondo latía la pugna por el control de la inmensa riqueza que suponía la explotación del salitre.

Aquella contienda, que otorgó al naciente capitalismo chileno el control de este mineral, contempló la brutal ocupación de Lima en 1881 por el ejército chileno y prolongó un conflicto diplomático que tampoco se cerró en 1929, cuando la ciudad de Tacna fue devuelta a Perú. La conquista de un espacio que se prolongó finalmente hasta Arica, la incorporación efectiva del estrecho de Magallanes (lograda en 1842) y el control de la Araucanía completaron el territorio de la República y sobre todo proporcionaron al capital chileno y británico el monopolio mundial de la explotación del salitre.

De manera paradójica, una vez que el régimen oligárquico culminó con éxito la sustancial prolongación, manu militari, de las fronteras nacionales, quedó en evidencia la decadencia del «Estado portaliano», porque, en palabras del historiador conservador Francisco Antonio Encina, del edificio levantado por Diego Portales y sus hombres, en 1890 sólo quedaban los cimientos removidos y los muros desplomados. La guerra civil de 1891 clausuró la primera gran etapa del Chile republicano (De Ramón, 2004: 78).

El 18 de septiembre de 1886 el liberal José Manuel Balmaceda asumió la Presidencia de la República con el objetivo de emplear la riqueza del salitre al servicio del desarrollo del país, con la inversión a gran escala en obras públicas, mejoras educativas y la modernización militar y naval.[3]A comienzos de 1889 emprendió un viaje por las provincias septentrionales y de manera muy significativa el 7 de marzo en Iquique pronunció un extenso discurso sobre el futuro de la industria salitrera en el que se refirió a los peligros de un monopolio extranjero y señaló su deseo de que algún día el Estado fuera propietario de todos los ferrocarriles.

Mientras tanto, la crisis política se agudizaba y el Presidente perdía apoyos. A finales de 1890, el Congreso se negó a aprobar el presupuesto para el año siguiente y Balmaceda anunció que prorrogaría el del anterior. Pocos días después estalló la guerra civil más cruenta conocida en el país, en la que perdieron la vida cerca de diez mil personas y en la que la Marina y los intereses británicos apoyaron al Congreso y el ejército permaneció leal al jefe del Estado. En el plano militar el conflicto terminó el 31 de agosto con la ocupación de Santiago por las tropas del Congreso y el suicidio del presidente el 19 de septiembre en la legación argentina (Collier y Sater, 1999: 144-146).

En su trabajo clásico, el destacado historiador comunista Ramírez Necochea sostiene que aquella «contrarrevolución» fue promovida por los sectores«empeñados en impedir el progreso de la verdadera revolución pacífica que era impulsada por Balmaceda. Se ha probado de una manera categórica en otras páginas que los intereses económico-sociales de la oligarquía eran incompatibles, en mayor o menor grado, con transformaciones de tanta trascendencia y magnitud. Por eso levantaron su brazo armado contra un gobierno que actuaba en sentido genuinamente revolucionario y contra un presidente –Balmaceda– que era el alma de ese gobierno».

Así interpretó la izquierda en el siglo XX aquel dramático enfrentamiento y por ello invocó, particularmente Salvador Allende, en reiteradas ocasiones el ejemplo de Balmaceda[4](De Ramón, 2004: 79).

En cualquier caso, aquella guerra marcó una cesura en la evolución política del país y abrió paso al denominado periodo parlamentario, que se prolongó hasta la promulgación de la Constitución de 1925, restauradora del presidencialismo. En este contexto histórico nació Salvador Allende, en un tiempo en el que el movimiento obrero emergió de manera definitiva como un actor social relevante.

Allende fue el quinto hijo del matrimonio formado por el abogado Salvador Allende Castro y Laura Gossens Uribe, pero sus dos hermanos mayores murieron en la infancia. Antes que él también llegaron Alfredo e Inés y en 1910 nació su hermana Laura, a la que tuvo especial cariño y con quien compartiría trinchera en las filas del socialismo. Era muy pequeño cuando su familia, por el trabajo como funcionario del progenitor, se trasladó a vivir a Tacna, donde permanecieron hasta 1916 e inició sus estudios en la Sección Preparatoria del liceo local. Pasaron también algún tiempo en Iquique y en la meridional Valdivia, para regresar, en 1920, al puerto. En Valparaíso cursó los estudios secundarios en el liceo Eduardo de la Barra y fue en aquellos años cuando un sencillo zapatero libertario, quien vivía frente a su casa, le transmitió la semilla del pensamiento revolucionario (Debray, 1971: 61-62):[5]

Cuando era muchacho, en la época en que andaba entre los 14 y 15 años, me acercaba al taller de un artesano zapatero anarquista llamado Juan Demarchi, para oírle su conversación y para cambiar impresiones con él. Eso ocurría en Valparaíso en el periodo en que era estudiante del liceo. Cuando terminaba mis clases iba a conversar con ese anarquista que influyó mucho en mi vida de muchacho. Él tenía 60, o tal vez 63 años, y aceptaba conversar conmigo. Me enseñó a jugar ajedrez, me hablaba de cosas de la vida y me prestaba libros (...) esencialmente teóricos, como de Bakunin por ejemplo, y sobre todo, los comentarios de él eran importantes porque yo no tenía una vocación de lecturas profundas y él me simplificaba con esa sencillez y esa claridad que tienen los obreros que han asimilado las cosas.

El 23 de enero de 1971, durante sus primeros meses como Presidente de la República, Allende evocó su vida en Valparaíso en la ceremonia en la que la Municipalidad le otorgó la Medalla Diego de Almagro (Allende, 1971b: 154):

Para mí este acto tiene un contenido personal que puedo destacar: empecé a corretear, hace muchos años, para así decirlo, por las calles de Valparaíso, como estudiante del Liceo Eduardo de la Barra. Aquí vivieron los míos, y aquí seres queridos pagaron el tributo que todos pagamos a la vida. Por eso, al recibir de la Municipalidad esta distinción se reactualizan un cúmulo de recuerdos que se agolpan. Habiendo además cometido, no el delito, sino el hecho significativo de amarrarme más al puerto, ya que mi compañera es porteña. Entonces, para mí, todo lo envuelven el mar y los cerros, el recuerdo de mi infancia y de la juventud, la iniciación de mis trabajos como médico y la cárcel, donde estuviera recluido por mis ideas. Todo ello implica el haber estado siempre amarrado y anclado a esta ciudad.

Ayer, por ejemplo, para acentuar una vez más el golpe de recuerdos, llegué hasta el cerro Cordillera y en un trozo de ese sector, identificado por el tiempo, existe un edificio tosco, casi en ruinas, a pesar del esfuerzo que se ha hecho para adosar sus dos pabellones. Es una vieja y nueva escuela, es la Escuela Blas Cuevas, que cumple el 25 de octubre de este año 100 años de existencia. Esa escuela la fundaron Blas Cuevas y el doctor Allende Padín.

En diciembre de 1924, concluyó los estudios secundarios con mención honorífica, fue campeón juvenil de natación y decatlón y presidente del Centro de Alumnos. Al año siguiente solicitó la admisión como voluntario para cumplir el servicio militar en el regimiento Coraceros de Viña del Mar y cuando su familia tuvo que regresar a Tacna pidió el traslado al regimiento Lanceros de esta ciudad. Al concluirlo, en 1926, decidió cursar los estudios de Medicina en la Universidad de Chile, en Santiago, donde su hermano Alfredo estaba a punto de licenciarse en Derecho (Jorquera, 1990: 39-49).

Por primera vez se estableció largo tiempo en la capital, en un momento político convulso que desembocó en la dictadura del coronel Carlos Ibáñez del Campo, que reprimió al movimiento obrero y a la izquierda y se prolongó desde 1927 hasta 1931. Durante su etapa universitaria fue presidente del Centro de Alumnos de Medicina en 1927, con apenas 19 años, y vicepresidente de la combativa Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile en 1930 desde las filas del grupo Avance, mientras que al año siguiente fue delegado de la Escuela de Medicina en el Consejo Universitario. Los alumnos de ésta eran los de ideas más avanzadas, ya que la mayor parte procedía de provincias y vivían en un barrio muy modesto, mezclados entre las clases populares. Por las noches Allende se reunía con los otros muchachos que vivían en la misma pensión para leer en voz alta a Marx, Lenin y Trotsky.

Óscar Waiss, uno de sus compañeros en Avance y posteriormente en el Partido Socialista, recuerda una de las primeras intervenciones de Allende en las agitadas asambleas universitarias de aquellos años (1986: 21-22):

El debut de Allende fue muy curioso. Cuando éramos una minoría insignificante, nos resultaba muy difícil intervenir en las Asambleas, porque nuestros adversarios armaban un chivateo insoportable. Entonces decidimos lanzar a Salvador a la tribuna, porque tenía un aspecto de pije, no lo conocían y su origen social era claramente burgués. Subió el Chicho[6] –ya lo llamábamos así– al sitio señalado y comenzó su intervención diciendo con voz sonora: «Señores». Los radicales, que eran el núcleo principal de la derecha, se callaron pensando que se trataba de uno de ellos; nosotros permanecimos en silencio muy desconcertados, pues en esos tiempos decir «señores» en vez de «compañeros» significaba una herejía repudiable. Pero Salvador tenía una notable inteligencia y agilidad mental extraordinaria; se lanzó pues a hablar de la libertad, tema en que nadie se atrevía a mani festar discrepancias o reservas, y, en nombre de esa libertad reconquistada, pidió respeto para exponer sus ideas. Logró el milagro y, desde ese día, se convirtió en un líder universitario.

Por el realismo político del que ya entonces hacía gala, Allende fue expulsado de Avance en 1931, tal y como él mismo explicó el 2 de diciembre de 1972 a los estudiantes de la Universidad de Guadalajara, México, para exhortarles a que huyeran del extremismo estéril (Witker, 1980: 4-5):

Entonces, uno se encuentra a veces con jóvenes que como han leído el Manifiesto Comunista, o lo han llevado largo rato debajo del brazo, creen que lo han asimilado y dictan cátedra y exigen actitudes y critican a hombres que, por lo menos, tienen consecuencia en su vida. Y ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica, pero ir avanzando en los caminos de la vida y mantenerse como revolucionario, en una sociedad burguesa, es difícil.

Un ejemplo personal: yo era un orador universitario de un grupo que se llamaba Avance... el grupo más vigoroso de la izquierda. Un día se propuso que se firmara, por el grupo Avance un manifiesto –estoy hablando del año de 1931– para crear en Chile los sóviets de obreros, campesinos, soldados y estudiantes. Y yo dije que era una locura, que no había ninguna posibilidad, que era una torpeza infinita y que no quería, como estudiante, firmar algo que mañana, como profesional, no iba a aceptar.

Éramos 400 los muchachos de la universidad que estábamos en el grupo Avance, 395 votaron mi expulsión; de los 400 que éramos, sólo dos quedamos en la lucha social. Los demás tienen depósitos bancarios, algunos en el extranjero; tuvieron latifundios –se los expropiamos– y a los de los monopolios les pasó lo mismo. Pero en el hecho, dos hemos quedado y a mí me echaron por reaccionario; pero los trabajadores de mi patria me llaman el Compañero Presidente.

En 1932, por primera vez en América Latina, se proclamó una República Socialista que, aunque de existencia efímera, sentó las bases para la fundación del Partido Socialista de Chile. La noche del 4 de junio Marmaduque Grove, coronel de la Fuerza Aérea, entró en La Moneda acompañado por un centenar de personas, partidarios del ex presidente Arturo Alessandri y del coronel Ibáñez y también personas de ideas socialistas, declaró depuesto al presidente Juan Esteban Montero y proclamó la República Socialista.

Durante los doce días en que una junta de gobierno presidida por tres personas (Eugenio Matte –dirigente de una agrupación socialista–, el periodista Carlos Dávila y el general retirado Arturo Puga) rigió los destinos del país, la mayor parte de los ministerios estuvieron a cargo de dirigentes socialistas como Óscar Schnacke, Eugenio González o Carlos Alberto Martínez. A pesar de su breve existencia y de las discrepancias que despertó en el conjunto de la izquierda puesto que el Partido Comunista se opuso públicamente a ella, sus dirigentes expresaron «una clara voluntad de cambio» y propusieron al país un discurso que sugería que «algo nuevo y serio» se avecinaba (Arrate y Rojas, 2003: 151).

El 16 de junio un grupo de militares, que acusó a Matte y Grove de pretender conducir el país al comunismo, puso fin a aquella singular experiencia y desterró a Matte, Grove y otros destacados socialistas a la Isla de Pascua, donde tuvieron la oportunidad de reflexionar sobre aquella experiencia y concluyeron la necesidad de formar un partido que agrupara a todas las pequeñas formaciones que compartían su ideario y que habían actuado o surgido al calor de los acontecimientos de aquel año.

Si su decidida oposición a la dictadura de Ibáñez le supuso la expulsión temporal de la Universidad, Salvador Allende también fue encarcelado tras la caída de la República Socialista, a la que había apoyado (Debray, 1971: 59):

Tuve cinco procesos, fui sometido a cortes marciales. Cuando vino la caída de la República Socialista de Marmaduke Grove estaba haciendo mi internado de medicina en Valparaíso. Entonces pronuncié un discurso como dirigente universitario en la Escuela de Derecho, como consecuencia del cual se me detuvo. Además, fueron detenidos otros familiares míos (...) Ahí nos juzgó una corte marcial que nos puso en libertad. Nuevamente nos tomaron presos y nos sometieron a una segunda corte marcial, vino toda la etapa del proceso propiamente tal.

En aquellos días su padre estaba gravemente enfermo, le habían amputado una pierna y tenía síntomas de gangrena en la otra:

De ahí que estando detenidos se nos permitió a mi hermano y a mí ir a ver a nuestro padre. Allí como médico me di cuenta del estado de gravedad suma en que se encontraba. Pude conversar unos minutos con él y alcanzó a decirnos que sólo nos legaba una formación limpia y honesta y ningún bien material. Al día siguiente falleció; en sus funerales hablé para decir que me consagraría a la lucha social, promesa que creo haber cumplido.

Tomás Moulian subraya el significado de estas palabras (1998: 35):

Esta autoimagen es interesante, Allende vincula su vocación de luchador social a la fuerza de afectos, a esa simbólica promesa realizada ante la tumba paterna. No la liga al conocimiento ideológico, a la iluminación del marxismo. En esa confesión ante Debray, él realiza sin pretenderlo un retrato sociológico de la generación política socialista de los años treinta. Provenientes la mayor parte de la tradición del humanismo laico, de familias de capas medias profesionales provincianas, realizan su tránsito hacia posiciones revolucionarias de manera distinta a la generación de los sesenta. Se sensibilizan, no a través del vehículo de la teoría marxista, sino a través de un conocimiento empírico de la miseria, que Allende realiza durante su práctica en el Hospicio de Santiago, o a través de su inmersión en las luchas sociales de esos años agitados.

En las elecciones del 30 de octubre de 1932 Arturo Alessandri fue elegido presidente con el 54,6 % de los votos y Grove, sin tener detrás una organización política, ni realizar campaña, quedó en segundo lugar, con el 17,7 %. La crisis del Partido Comunista, atravesado por la polémica entre Stalin y Trotsky, se tradujo en el exiguo apoyo alcanzado por su candidato presidencial, Elías Lafferte (el 1,2 %) (Cruz-Coke, 1984: 99). El notable respaldo a la candidatura de Grove aceleró el proceso de creación del Partido Socialista, en el que participó Salvador Allende, como le explicó a Debray: «Yo no adherí al Partido Socialista, Régis: yo soy fundador del Partido Socialista, uno de los fundadores». Sobre por qué no ingresó en el Partido Comunista, que ya tenía entonces dos décadas de vida, apuntó (1971: 57-58):

Efectivamente, cuando fundamos el Partido Socialista existía el Partido Comunista, pero nosotros analizamos la realidad chilena y creímos que había cabida para un Partido que, teniendo un pensamiento filosófico doctrinario similar, un método como el marxismo para interpretar la historia, era un Partido que no tenía vinculaciones de tipo internacional, lo cual no significaba que nosotros desconociéramos el internacionalismo proletario. (...) El Partido Comunista aparecía como un partido más hermético, más cerrado, nosotros creíamos que era conveniente un partido que sobre la base, reitero, del mismo pensamiento, tuviera una concepción más amplia, de una independencia absoluta, con otra táctica que enfocara esencialmente los problemas, digamos, chilenos con un criterio ¿no? al margen de una posición vinculada internacionalmente.

En la fundación del Partido Socialista convergieron numerosos varios grupos de matriz marxista, militantes trotskistas expulsados del Partido Comunista y la Acción Revolucionaria Socialista de Óscar Schnake y Eugenio González, de inspiración anarcosindicalista. Su primera Declaración de Principios proclamó: