Kitabı oku: «Compañero Presidente», sayfa 4

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Nosotros tuvimos conciencia de que el Frente Popular indiscutiblemente representó un gran avance, porque fue la incorporación de la pequeña burguesía al ejercicio del poder, porque organizó a la clase obrera en una Confederación de Trabajadores, pero al mismo tiempo comprendimos perfectamente bien que la dependencia económica implicaba el sometimiento político. Y, si bien es cierto que el Frente Popular era un paso hacia delante, no implicaba ni podía implicar la liberación política y la plena soberanía que estaba supeditada a la dependencia económica.

Nosotros conscientemente actuábamos en el Frente Popular como una etapa, pero indiscutiblemente cada vez veíamos que los problemas de fondo no podían solucionarse. Y ¿por qué no podían solucionarse? Porque nuestras riquezas esenciales estaban en manos del capital extranjero. De ahí entonces que esa experiencia vivida fortificó nuestra convicción de que la lucha esencial en los países capitalistas dependientes o «en vías de desarrollo» es la lucha antiimperialista. Éste es el fondo, la base de los otros cambios estructurales.

[1] Creemos oportuno explicar el sistema de citas empleado: entre paréntesis, después del párrafo con la idea o afirmación citada, mencionamos el autor o, en su caso, el inicio del título, seguido del año de publicación y las páginas a las que nos referimos. En el apartado de bibliografía, pueden consultarse los datos del documento o libro completos.

[2] En su excelente síntesis de la historia de Chile, De Ramón cita la carta que mejor sintetiza la ideología de Portales («si es que así puede llamarse»), reivindicada por la dictadura de Pinochet 140 años después: «La democracia que tanto pregonan los ilusos es un absurdo en países como los americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de toda virtud como es necesario para establecer una verdadera república. (...) La república es el sistema que hay que adoptar, pero¿sabe cómo yo la entiendo para estos países? Un gobierno fuerte, centralizador, cuyos hombres sean verdaderos modelos de virtud y patriotismo, y así enderezar a los ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se hayan moralizado, venga el gobierno completamente libre y lleno de ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos. Esto es lo que yo pienso y todo hombre de mediano criterio pensará igual» (2004: 72-73).

[3] «En 1887, se creó un nuevo Ministerio de Obras Públicas, el cual, en 1890, absorbió más de un tercio del presupuesto de la nación. Nuevas escuelas, nuevos edificios de gobierno, la primera sección del ferrocarril transandino, el dique seco de Talcahuano, la canalización del río Mapocho, el largo puente sobre el río Bío-Bío, el viaducto del Malleco: Balmaceda dejaría una huella innegable en Chile» (Collier y Sater, 1999: 143).

[4] El 14 de septiembre de 1973, Pablo Neruda escribió postrado en su cama de Isla Negra las últimas páginas de su libro de memorias, en las que comparó a Balmaceda con Allende: «Chile tiene una larga historia civil con pocas revoluciones y muchos gobiernos estables, conservadores y mediocres. Muchos presidentes chicos y sólo dos presidentes grandes: Balmaceda y Allende» (1979: 473-474).

[5] En un hermoso artículo, Eric Hobsbawn recupera y ensalza el proverbial radicalismo político de estos obreros en las sociedades europeas del siglo XIX que transitaban del feudalismo al capitalismo industrial. «“¿Hay un motín? ¿Surge un orador de la multitud? Se trata sin duda de un zapatero remendón que ha venido a pronunciar un discurso ante el pueblo”, escribió M. Sensfelder en 1856» (1999: 29).

[6] Éste era el apelativo cariñoso con que los familiares y amigos se referían a Allende. Su origen se remonta a las dificultades que tuvo en sus primeros años para pronunciar correctamente su nombre.

[7] Para una reseña y un análisis del contenido de la memoria de licenciatura de Salvador Allende, véase el trabajo del Dr. Juan Carlos Carbonell Mateu (catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Valencia), incluido en: Salvador Allende: Higiene mental y delincuencia. Respuesta al libro difamatorio de Víctor Farías. Fundación Presidente Allende y CESOC. Santiago de Chile, 2005. Disponible en: <www.salvador-allende.cl>.

[8] En demanda del pago de los salarios en efectivo, medidas de seguridad laboral y de atención médica, miles de obreros salitreros atravesaron el desierto de Atacama y llegaron a Iquique. El 21 de diciembre, con el estado de sitio decretado, unos siete mil obreros escuchaban en la escuela Santa María los discursos de unos oradores que se reafirmaban en sus demandas y criticaban el modelo de sociedad vigente. En las negociaciones de aquel día los obreros advirtieron de que si sus peticiones eran desatendidas no regresarían a las oficinas y emigrarían hacia el sur (Arrate y Rojas, 2003: 76-81). Los militares, bajo las órdenes del general Roberto Silva Renard, abrieron fuego y masacraron a unos tres mil trabajadores. Patricio Manns, en su detallado relato de esta masacre, narra, a partir del testimonio de Humberto Valenzuela, que el Gobierno ordenó trasladar a los supervivientes en «trenes calicheros» (los dedicados al transporte de los sacos de salitre) y una vez en su interior fueron baleados por las «guardias blancas» patronales; sus muertes ni siquiera fueron registradas (1999: 117-118).

[9] El 1 y 2 de mayo de 1915 el POS celebró en Viña del Mar su primer Congreso Nacional, en el que se aprobaron su declaración de principios, su programa mínimo y sus estatutos. Con la mirada en la Gran Guerra que se desarrollaba en Europa, el POS se declaró pacifista, se pronunció por la votación en blanco en las elecciones presidenciales y eligió un comité nacional con sede en Valparaíso, con Ramón Sepúlveda Leal como secretario general. En su programa se incluían propuestas como la creación del Ministerio de Trabajo, la jornada de ocho horas, la regulación del trabajo de las mujeres y los niños y del trabajo domiciliario, la aprobación de una legislación sobre accidentes laborales, retiro e invalidez, la creación del seguro obrero y la reglamentación del trabajo agrícola y minero. En un ámbito ya más global, el POS preconizaba la igualdad de género, la separación de la Iglesia y el Estado, la educación obligatoria, laica y gratuita, la atención médica a los niños y la garantía de su alimentación en las escuelas o la supresión de la pena de muerte (Barría, 1971: 45-46).

[10] Fuente: Servicio Electoral de la República de Chile.

[11] Éste es uno de los episodios que Joan Garcés cita para desnudar las mentiras que Víctor Farías vierte en su libelo, que fue oportunamente respondido y, por tanto, no merece mayor atención.

[12] Dos meses antes, había sido testigo como diputado de la dignidad de Aguirre Cerda ante el golpe de estado que el 25 de agosto lideró el general Ariosto Herrera, acción conocida como el Ariostazo. Decidido a poner fin al «régimen comunistoide del negro Aguirre» cuando ya había sido obligado a retirarse de las Fuerzas Armadas, se dirigió al regimiento Tacna, en Santiago, y pidió apoyo a los oficiales. Ante la indiferencia del ejército, su movimiento fue rápidamente reprimido y se entregó. El Presidente de la República se negó a someterse a un faccioso y le advirtió de que estaba dispuesto a morir si era necesario para defender el mandato que el pueblo le había entregado.

II. LA TRAVESÍA DEL DESIERTO

En el IX Congreso del Partido Socialista celebrado en Rancagua entre el 22 y el 24 de enero de 1943, Salvador Allende fue elegido secretario general en un momento en el que su organización se desgarraba de nuevo producto del debate sobre la participación en los gobiernos radicales y cuando la mayoría de los delegados acordó la retirada de los ministros socialistas del Ejecutivo del presidente Juan Antonio Ríos. Ante esta resolución, Marmaduque Grove, su líder histórico, abandonó el PSCh y formó el Partido Socialista Auténtico, aunque a las pocas semanas se produjo la reunificación y se convocó el IV Congreso Extraordinario, que se celebró entre el 14 y el 17 de agosto de aquel año en Valparaíso y en el que Allende rindió el informe político en nombre del Comité Central (Jobet, 1971). En aquel extenso discurso, publicado después como folleto (Allende, 1943), analizó la trayectoria reciente de su fuerza política, su actuación en los gobiernos de Aguirre Cerda y Juan Antonio Ríos y la decisión de abandonar el Ejecutivo acordada en Rancagua (Archivo Salvador Allende, 6, 1990: 45-65):

No soslayamos nuestra responsabilidad, pero destacamos:

1. Que en los gobiernos del señor Aguirre Cerda y del señor Ríos no tuvimos ninguna influencia decisiva y actuamos en ministerios subalternos, al margen de toda determinación en los grandes rubros de la economía nacional y,

2. Hemos defendido y defendemos la democracia, pero ello no nos impide observar que Chile en este instante está sumido en una de las más profundas crisis de su historia. Esta crisis nuestra es tan honda que abarca todos los aspectos: económico, político, institucional y moral.

Los socialistas abandonamos el Gobierno cuando vimos la imposibilidad de desarrollar una positiva política en beneficio del país, del pueblo, de sus clases trabajadoras. Dejamos de pertenecer al Ejecutivo cuando nos dimos cuenta de que nuestro esfuerzo en el poder era estéril y mal interpretado y que nuestras iniciativas eran amagadas por la derecha económica, que ha seguido controlando el crédito y las finanzas.

Al abandonar el Gobierno dijimos que apoyaríamos todas sus iniciativas tendientes a mejorar las condiciones generales de vida y al desarrollo económico e industrial del país. Recalcamos que mantendríamos como siempre nuestra libertad de crítica y que la emplearíamos como la mejor colaboración al Gobierno democrático del señor Juan Antonio Ríos. Afirmamos que defenderíamos las libertades individuales y sociales que consagra nuestra Constitución.

Después de analizar la situación económica nacional de manera exhaustiva, desgranó un amplio conjunto de propuestas para cambiar el modelo de desarrollo del país: abogó por «la acción orientadora del Estado» y la economía planificada para crear una gran industria de carácter público y nacionalizar los monopolios y defendió la necesidad de aprobar leyes laborales que reconocieran los derechos de los trabajadores y de dictar una ley de alfabetización obrera y campesina:

Abramos los caminos de la ciencia y el arte para el pueblo; hagamos más amplios los horizontes de la cultura popular. Los hombres y los pueblos no pueden vivir al margen de la vida espiritual. Démosle sentido a la juventud en la tarea grande de hacer un Chile grande.

Este cúmulo de conceptos que flotan en la vida chilena debe canalizarse en medidas legislativas, administrativas que el Partido tiene estudiadas y que entregará a la consideración pública.

Pero esto no basta; hay que dar espíritu a las leyes y sensibilidad humana a la acción gubernativa. Creemos la emoción de trabajar por una Patria generosa. (...)

Hasta hoy, las fuerzas democráticas de izquierda han vivido de pactos políticos y de entendimientos pasajeros. Hagamos el último esfuerzo para crear este programa central, este plan de acción, tras del cual debemos movilizar todas las reservas de la nación. Comprometamos públicamente a las agrupaciones políticas para que faciliten su ejecución. Démosle este apoyo al Gobierno democrático que nosotros elegimos y que no tiene precisión en sus concepciones ni voluntad de ejecución. Unamos las fuerzas populares y democráticas en torno a estas aspiraciones comunes.

Sin embargo, también expuso una crítica visión de la ausencia de disciplina interna (Archivo Salvador Allende, 18, 1993: 39-43):

La constitución de este Partido, que representa la unidad de clases dentro de él, debió haber acentuado más la necesidad de una seria convicción doctrinaria, de una sólida preparación filosófico-social. Esto no lo tenemos. No puede ser culpa de los comités centrales o directivas nacionales de ayer o de hoy. Es culpa de todos. La falta de este acervo doctrinario hace que casi la totalidad de los militantes no separen lo que es la doctrina de la táctica o de la línea política. De ahí que sea difícil adoptar una línea política, porque los socialistas siempre piensan que se está transgrediendo la doctrina. De ahí también que se haya acentuado, frente a los errores cometidos por algunos hombres del Partido, la decepción frente a la acción y a la labor del propio Partido. El Partido ha perdido la mística, ha perdido la fe, ha perdido la confianza en sus destinos.

Asimismo, llamó a superar las luchas intestinas por los espacios de poder o los cargos públicos y a la cohesión en torno a un pensamiento político uniforme y compartido:

A mi juicio, hay un vicio mayor: es la falta de pensamiento uniforme. No hay una concepción doctrinaria y no hay un programa. Necesitamos dar al Partido, a sus hombres, una orientación uniforme y similar, homogénea y compacta, por lo menos en los grandes rubros de la vida nacional; que todos los socialistas pensemos y sepamos por qué pensamos así. Una cosa es la filosofía, que crea, impulsa o desarrolla un movimiento colectivo; otra cosa es el programa de los partidos o las colectividades y otra cosa es la táctica que deben utilizar para conseguir sus objetivos. Nuestra doctrina, nuestra filosofía, es el marxismo enriquecido por las experiencias del devenir social; el programa no lo tenemos y la táctica cambia de acuerdo con las realidades, que exigen acomodar la línea política o la táctica a esas realidades.

Durante su breve mandato como secretario general del Partido Socialista le correspondió responder a la propuesta comunista de fundirse en un único partido obrero, cuando la organización presidida por Elías Lafferte propugnaba la «Unión Nacional» frente al fascismo.[1]El 1 de diciembre de 1943 remitió a

Carlos Contreras Labarca, secretario general del PCCh, las resoluciones adoptadas al respecto en el Congreso que habían celebrado en agosto en Valparaíso. Los socialistas valoraban de manera muy positiva la disolución de la III Internacional en 1943 y compartían la concepción teórica de constituir una nueva fuerza política a partir de la unificación de «los partidos populares». Sin embargo, en su carta a Contreras Labarca, Allende expuso lo que desde su punto de vista les acercaba o les distanciaba, después de tres meses de contactos en un Comité de Enlace, y señaló la oposición socialista a los planteamientos de la Unión Nacional, ya que su partido privilegiaba la construcción de una alternativa desde la izquierda (Quiroga, 1988: 257-268):

El Partido Comunista ha postulado como una solución para las situaciones internas de Chile lo que llama «la unidad nacional». No podemos aceptar nosotros una política de este tipo. Los grandes problemas actuales nos exigen más que nunca una definición clara, que permite a los hombres que tienen una orientación actuar dentro de sus postulados y de acuerdo con las soluciones económicas que estos postulados determinen.

La guerra ha llegado a un punto en que se evidencian ya con violencia las contradicciones sociales en el frente democrático. Y nuestro país no escapa ni puede escapar a enfrentarse con ellas. No somos partidarios de exagerar su intensidad y provocar una solución violenta e inoportuna y de contribuir a trizar la solidaridad de todos los hombres y sectores que están en lucha contra el fascismo; pero tampoco podemos renunciar a conquistar para los trabajadores manuales e intelectuales los derechos y reivindicaciones a que legítimamente son acreedores.

En Chile, la política económica de tiempos de guerra ha significado el enriquecimiento desproporcionado de empresas poderosas y el desarrollo del sector social que vive de la especulación; ha significado también utilidades gigantescas para algunas industrias, limitación de las garantías sociales y sacrificios y cargas para los hombres que producen riqueza.

Esta situación no puede continuar, a riesgo de entregar a la clase obrera a la demagogia de cualquier aventurero, lo que produciría al país más inquietud que los riesgos que se desea evitar. Estamos, en consecuencia, por un programa de realizaciones que se viene postergando mucho tiempo, aun cuando de paso deban herirse los intereses de algunos antifascistas de ocasión.

A continuación detalló los seis puntos que debían concretar una unidad de acción socialista-comunista como paso previo a la convergencia orgánica y como «labor primordial» planteó la movilización unitaria para lograr el aumento de la producción y la contención del alza constante del costo de la vida, así como proporcionar unas «humanas condiciones de vida» a las masas populares. En política internacional, por ejemplo, destacó que el Gobierno de Ríos debía cooperar con las nacientes Naciones Unidas y adoptar medidas políticas y económicas contra los agentes y los capitales de las potencias del Eje en Chile, además de la ruptura de relaciones diplomáticas con esos países. Después de mencionar algunos proyectos legales que podrían promover en el Congreso Nacional y de la necesidad de imprimir un viraje clasista a la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCh), propuso que de cara a las elecciones parlamentarias de 1945 socialistas y comunistas fueran en una lista única en todo el país. Sin embargo, el diálogo socialista-comunista no tuvo en aquel tiempo ningún resultado concreto.

En enero de 1944, Salvador Allende remitió un documento a la Convención del Partido Radical que se celebraba en Concepción en la que sugirió un conjunto de medidas orientadas a la acción exterior e interior, ya que el PSCh integraba la Alianza Democrática junto con radicales y comunistas (Archivo Salvador Allende, 6, 1990: 73):

Creemos que Chile es el país indicado para comandar la acción democrática en Latinoamérica. Os invitamos a luchar por la realización de esa aspiración, obteniendo de nuestro Gobierno la adopción de esa iniciativa.

Pensamos también que las naciones de este continente deben vincularse en forma efectiva con los demás países débiles del mundo que se aprestan para librar una batalla económica y moral, por conquistar una ubicación soberana e igualitaria con respecto a las grandes potencias.

Asimismo, creemos que es necesario que Chile establezca relaciones diplomáticas con la Unión Soviética, gran potencia industrial, que en las deliberaciones de la paz y en la vida futura del mundo ha de ocupar un lugar destacado. (...)

No quisiéramos terminar sin que en esta comunicación insinuáramos la materialización de una idea que dé contenido práctico a la unidad de los partidos que integran la Alianza Democrática, ya que esta unidad no debe expresarse tan sólo en pactos de carácter político y electoral, sino que en una común actitud ante los problemas económico-sociales del país y del continente.

En atención a ello, os invitamos formalmente a propiciar juntos en el seno de la Alianza Democrática, la realización de un Congreso Económico de las fuerzas democráticas de Chile, del cual emerja un concepto claro y definitivo a materializarse a través de la común tarea de conquistar el bienestar y la grandeza de Chile.

Y semanas después pronunció un discurso en un acto de masas celebrado en el Teatro Caupolicán de Santiago en el que defendió la posición adoptada por los socialistas ante la evolución de la coyuntura internacional y su independencia de la II y la III Internacional (Archivo Salvador Allende, 5, 1990: 193-204):

El año 37 se decía: el Partido Socialista afirma y exalta la personalidad propia y definida que debe tener la revolución latinoamericana antifeudal, antiimperialista y antifascista, cuyo objeto esencial es la unión económica y política de Latinoamérica en los marcos de una democracia de trabajadores organizados.

Dentro de esa idea, el VI Congreso Ordinario del Partido Socialista, el año 38, al hacer pública la independencia del Partido de todas las Internacionales y su falta de sometimiento a directivas extrañas a nuestra realidad, expresamos: «A menudo estas directivas han carecido de arraigo en nuestra realidad; no han sabido interpretar nuestra modalidad ni fijar nuestros rumbos. Sus orientaciones han dado resultados contraproducentes y perjudiciales para nuestros movimientos populares. América tiene problemas que le son propios, como la lucha contra el latifundio y el imperialismo, el desarrollo de sus fuentes económicas, y necesita resolverlos de acuerdo con sus modalidades sociales y políticas».

Al sintetizar la realidad nacional en aquellos días, mencionó el eje del proyecto político que encabezó a partir de 1952:

He aquí el panorama de la realidad actual: un gobierno sin base política; una derecha que, usufructuando de él, lo critica; una izquierda que ha comprendido que debe aglutinarse en torno a un programa; un sector que conspira contra el gobierno; y un descontento general por un fenómeno que es la conspiración más efectiva, como ya lo hemos dicho: la de la vida cara. (...)

Los socialistas pedimos a la izquierda el máximo de responsabilidad, no debe dejarse arrastrar por las provocaciones; no puede hacer el juego a los conspiradores. Los socialistas llamamos a la izquierda a unirse en torno a un programa; un programa que agitaremos desde la calle y desde el Parlamento; un programa de interés nacional, que reúna el máximo de voluntades en torno a él. (...)

Sólo un gobierno homogéneo, con un programa y con la decisión de realizarlo, podrá poner atajo a la desorientación, al desconcierto y al caos en que vivimos.

Entre el 6 y el 9 de julio de 1944, días en los que Marmaduque Grove impulsó una escisión y creó el Partido Socialista Auténtico (PSA), el PSCh celebró su X Congreso en la ciudad de Talca, que eligió a Bernardo Ibáñez (diputado por Valparaíso y secretario general de la Confederación de Trabajadores) como nuevo secretario general y a Salvador Allende como uno de los 24 miembros del Comité Central, en el que ya despuntaban jóvenes dirigentes como Carmen Lazo, Raúl Ampuero o Aniceto Rodríguez.

1945, año del final de la Segunda Guerra Mundial, fue importante en la trayectoria política de Allende. Después de su etapa como miembro del gabinete del presidente Aguirre Cerda y como subsecretario y secretario general del Partido Socialista, aparecía a sus 37 años como uno de los políticos emergentes de la escena nacional. Entonces puso a prueba su capacidad de movilizar a las clases populares tras sus propuestas al presentarse como candidato al Senado en uno de los feudos de la derecha, la novena circunscripción, que entonces comprendía las provincias de Valdivia, Osorno, Llanquihue, Chiloé, Aysén y Magallanes.

El 4 de marzo de 1945 fue uno de los cinco senadores elegidos por este enorme territorio (con 4.394 votos), junto con los radicales Alfredo Duhalde y Alfonso Bórquez, el liberal progresista Carlos Haverbeck y el liberal José Maza, y derrotó a los dos candidatos del Partido Socialista Auténtico.[2]Su victoria tuvo un gran mérito porque en aquellos comicios empezó a percibirse el declive de la votación socialista: en las elecciones a diputados, el PSCh logró el 7,2 % y el PSA de Grove, el 5,6 %, frente al 22,1 % alcanzado cuatro años antes por la suma del PS, el PST de Godoy Urrutia y otro grupúsculo socialista. El Partido Comunista logró el 10,3 % y 15 diputados, frente a los seis del PSCh y los tres del PSA (Cruz-Coke, 1984: 81).

Fue en el transcurso de aquella campaña electoral cuando Osvaldo Puccio, secretario privado de Allende durante casi dos décadas, escuchó por primera vez su voz en un discurso radial, desde la ciudad de Punta Arenas (1985: 22):

En aquel tiempo yo era un muchacho de 18 años. En la radio escuché el discurso que Allende pronunció después de su viaje a estas cuatro provincias. Habló de lo que era su política y a dónde iba a llegar. Planteó la unidad de la clase obrera y del pueblo. Explicó el horror que significaba que un hombre, para poder comer, tuviera que estar seis, siete u ocho meses metido entre piedras, a kilómetros de distancia de lo que se llama civilización. Si se enfermaba o se moría se venía a saber, a veces, un año después. Mientras tanto, los patrones paseaban por Europa o gozaban de sus grandes mansiones en Punta Arenas y de las mejores en Buenos Aires o Santiago.

Allende dijo que había dueños de estancias que no conocían su fundo. Un administrador les depositaba el dinero, y eso era todo lo que necesitaban.

¿Para qué iban a ir a las estancias, donde todo era frío, inhóspito y feo? Feo, mirado en la dimensión del hombre para quien la tierra es únicamente fuente de ganancia, para quien no significa su patria y base de su vida y quien, por eso, no puede entender lo orgulloso que puede estar un hombre que le saca riquezas a una tierra hostil, en este clima árido y frío.

Todo esto planteó el compañero Allende en su discurso. Y dijo también que esas riquezas, por las que el hombre se esforzaba y las extraía a la tierra, eran patrimonio del que luchaba contra el viento, contra el clima, y no del que se las apropiaba. El trabajador entregaba sus huesos, su vida, para que un señor tomara champaña en París o whisky en Londres.

A partir de entonces Allende permaneció en el Senado durante 25 años, de manera ininterrumpida hasta que se convirtió en Presidente de la República el 3 de noviembre de 1970. En uno de sus primeros discursos en la Cámara, pronunciado el 14 de agosto de 1945, analizó en profundidad la situación política nacional e internacional, tras el final de la Segunda Guerra Mundial (Archivo Salvador Allende, 6, 1990: 67-76):

Los socialistas luchamos contra el fascismo nacional e internacional, y en la lucha entre el fascismo y la Democracia estaremos con la Democracia.

Hoy, aplastado el fascismo, declaramos que lucharemos por el socialismo.

Estamos contra la economía individualista y liberal. Luchamos por una economía social. (...)

La izquierda chilena, agrupada, aparentemente cohesionada, en lo que se llama la Alianza Democrática, no tiene un programa en defensa de una posición ideológica común. Los compañeros del Partido Comunista han planteado frente a la Alianza su concepción sobre la política de unidad nacional que nosotros no aceptamos y que hemos combatido, porque sustentamos la política de unidad popular. El Partido Radical, haciéndose eje de la Alianza Democrática, ha hecho de ella una balanza que se inclina a uno y otro lado, frente a estas fuerzas políticas.

En las elecciones presidenciales de 1946 venció el candidato radical Gabriel González Videla, apoyado por los comunistas, quienes por primera vez en la historia del país asumieron tres carteras ministeriales, aunque por poco tiempo, ya que la Administración Truman presionó a La Moneda para que, en consonancia con los nuevos tiempos de la guerra fría, decretara la ilegalización del Partido Comunista y la persecución de sus militantes, que fueron confinados desde 1948 en lugares como la caleta de Pisagua, en el extremo septentrional del país (Garcés, 1996: 105-110). En aquellos comicios los socialistas lograron el peor resultado de su historia con la candidatura de Bernardo Ibáñez, quien tan sólo obtuvo 12.114 votos (el 2,5 %), frente a los 192.207 (40,1 %) de González Videla.

Contra la proscripción del Partido Comunista, que en las elecciones municipales de 1947 había alcanzado el 17 % de los votos y se había convertido en la segunda fuerza política, se alzaron voces en la derecha, en las filas socialcristianas de la Falange Nacional y en el socialismo, aunque hubo parlamentarios de esta filiación que la apoyaron. Precisamente las discrepancias internas en torno a este punto desencadenaron una nueva escisión en el PSCh y, si la fracción anticomunista (liderada por Ibáñez) logró quedarse con la denominación de la organización, el sector integrado por Salvador Allende, Raúl Ampuero, Clodomiro Almeyda o Aniceto Rodríguez fundó el Partido Socialista Popular, que levantó una línea política que abogaba por la independencia de clase y postulaba un «frente de trabajadores». El PSP reafirmó su adhesión al Programa del Partido Socialista elaborado a principios de aquel año con el magisterio del profesor Eugenio González Rojas, que reivindicó el «sentido humanista y libertario del socialismo» frente a la involución hacia el capitalismo de Estado y la dictadura de una burocracia que se produjo en la URSS tras la muerte de Lenin.

El 18 de junio de 1948, Salvador Allende intervino en el Senado en nombre de su Partido para explicar la oposición al proyecto de Ley de Defensa Permanente de la Democracia impulsado por el Gobierno para perseguir a los comunistas (Martner, 1992: 143-145):

Mi profunda intranquilidad de espíritu proviene de que esta ley, a mi juicio, barrena las bases fundamentales en que se sustenta la organización democrática del país, en términos tales que su repercusión tendrá alcances políticos, sociales y económicos de extraordinaria trascendencia. (...)

Las disposiciones contenidas en él, señor Presidente, son una verdadera bomba atómica caída en medio de nuestra convivencia social, asentada en largos años de una efectiva tradición democrática.

En aquel discurso defendió el derecho de los comunistas a participar en la vida política con los mismos argumentos que habría empleado –precisó– para preservar la misma opción para los conservadores o los socialcristianos. Antes de enumerar, una vez más, las diferencias y coincidencias entre socialistas y comunistas, explicó las concepciones revolucionarias de su partido:

Señor Presidente y Honorable Senado, he dicho que somos marxistas, que creemos en el socialismo científico, que somos antiimperialistas, antifeudales y antioligárquicos, y que tenemos un sentido revolucionario de la transformación económico-social que necesita la Humanidad.