Kitabı oku: «Introducción al Nuevo Testamento», sayfa 9
Cuadro 4.4
Imágenes y títulos de Jesús en el Nuevo Testamento
Alfa y Omega | Ap. 21:6 |
Amigo | Jn. 15:13-15 |
Autor de la vida | Hch. 3:15 |
El buen pastor | Jn. 10:11 |
Cabeza del cuerpo | Col. 1:18 |
El camino | Jn. 14:6 |
Cordero de Dios | Jn. 1:29 |
Cristo (Mesías) | Mr. 8:29 |
Dios | Tit. 2:13 |
Emanuel | Mt. 1:23 |
Espíritu | Hch. 16:7 |
Estrella de la mañana | Ap. 22:16 |
Garantía | He. 7:22 |
Heredero | He. 1:2 |
Hermano | Mt. 25:40 |
Hijo de Abraham | Mt. 1:1 |
Hijo de David | Mt. 9:27 |
Hijo de Dios | Jn. 20:31 |
Hijo del Hombre | Mt. 20:28 |
Imagen de Dios | Col. 1:15 |
Iniciador | He. 12:2 |
Intercesor | 1 Jn. 2:1 |
Juez | Hch. 10:42 |
Rey de reyes | Ap. 19:16 |
León de Judá | Ap. 5:5 |
Luz del mundo | Jn. 9:5 |
Maestro | Lc. 17:13 |
Mediador | 1 Ti. 2:5 |
Ministro | He. 8:2 |
Novio | Mr. 2:19-20 |
Nuestra paz | Ef. 2:14 |
El pan de vida | Jn. 6:35 |
Pastor supremo | 1 P. 5:4 |
Perfeccionador de la fe | He. 12:2 |
Piedra angular | Ef. 2:20 |
El primogénito de entre los muertos | Col. 1:18 |
El primogénito de toda creación | Col. 1:15 |
Profeta | Lc. 13:33 |
La puerta | Jn. 10:7 |
Raíz de David | Ap. 5:5 |
Raíz de Isaí | Ro. 15:12 |
La resurrección | Jn. 11:25 |
Rey | Mt. 25:40 |
Salvador | Lc. 2:11 |
Salvador del mundo | Jn. 4:42 |
Santificador | He. 2:11 |
El Santo de Dios | Mr. 1:24 |
Segundo Adán | Ro. 12:5-19 |
Señor | Ro. 10:9 |
Señor de gloria | 1 Co. 2:8 |
Señor de señores | Ap. 19:16 |
Siervo | Mr. 10:45 |
Sumo sacerdote | He. 3:1 |
El Verbo | Jn. 1:1 |
La verdad | Jn. 14:6 |
La vid | Jn. 15:5 |
La vida | Jn. 14:6 |
La figura exaltada de Jesús en el Nuevo Testamento
Hasta aquí hemos enfocado toda nuestra atención en la figura terrenal de Jesús, el hombre que vivió en Galilea (y que, de esta manera, está sujeto a la investigación histórica). Pero, como se indicó anteriormente, el Nuevo Testamento también le pone mucha atención a Jesús como una figura exaltada, que sigue estando activo en las vidas humanas, aunque ya no esté físicamente presente en la tierra. De hecho, el Nuevo Testamento generalmente presenta el «ser cristiano» como un asunto de estar en una relación viva con Jesucristo, una relación que debe interpretarse de manera distinta a lo que los seres humanos una vez tuvieron con el Jesús terrenal. A veces, a Jesús se le visualiza morando dentro del creyente individual (Gá. 2:19-20). Muy frecuentemente, la metáfora se invierte de tal manera que el creyente se encuentra en Cristo (Fil. 3:9), es decir, como una parte de la entidad colectiva que ahora conforma el cuerpo de Cristo en la tierra (1 Co. 12:27). En cualquier caso, la relación es mutua: los creyentes moran en Jesucristo, y Jesucristo mora en ellos (Jn. 15:5).
Hay una considerable variación en semejante simbolismo. El Jesús exaltado puede identificarse como el novio de la iglesia (Mr. 2:19), o como un gran sumo sacerdote que sirve a Dios en un santuario celestial (He. 4:14). En efecto, al Jesús exaltado frecuentemente se le ubica en el cielo (Col. 3:1), aunque permanece activo en la tierra, especialmente a través de las palabras y obras de los que hablan y actúan en su nombre (Hch. 4:30). A veces, se le identifica como un espíritu que sigue inspirando y dirigiendo los acontecimientos en la tierra (Hch. 16:7). Se comunica con la gente a través de visiones (2 Co. 12:1) y profecías (1 Co. 14:29-31). Su presencia a veces se experimenta por medio de la interacción con otra gente, especialmente los marginados (Mt. 25:40), los vulnerables (Mr. 9:37) o los perseguidos (Hch. 9:5). La comprensión de su presencia a menudo se vincula con el bautismo (Gá. 3:27) o con la participación en una representación de su última cena (1 Co. 11:23-26). Responde oraciones (Jn. 14:14) y también hace oraciones por sus seguidores (Ro. 8:34). Además, el Nuevo Testamento da una seguridad absoluta de que este Jesús exaltado vendrá otra vez: regresará a la tierra de una manera tangible al final de los tiempos, vendrá en las nubes del cielo a presidir en el juicio final (Mt. 24:30; 25:31-32).
Hasta entonces, Jesús sigue siendo objeto de devoción: los cristianos casi pueden definirse como «todos los que en todas partes invocan el nombre del Señor Jesucristo» (1 Co. 1:2), o como gente que cree en Jesús sin evidencia física de su existencia (Jn. 20:29), o como gente que ama a Jesús, aunque no lo hayan visto (1 P. 1:8). En efecto, son gente que lo considera digno de adoración y alabanza (Ap. 5:6-14).
Figura 4.4. Cristo en gloria. Una imagen del siglo VI, de Saqqara, Egipto. (Bridgeman Images)
Este panorama general de cómo el Nuevo Testamento presenta la figura del Jesús exaltado es importante para la teología y fe cristianas. Pero, como con la figura terrenal de Jesús, el campo de los estudios del Nuevo Testamento quiere ser más específico y centrarse en cómo los libros o autores individuales entienden al Cristo exaltado. Algunos escritores exhiben lo que se llama una «alta cristología», según la cual, al Jesús exaltado se le equipara con Dios (véase el cuadro 4.5); otros se esfuerzan por mantener alguna distinción entre Jesús (por muy exaltado que sea) y Dios el Padre, de quien él sigue siendo subordinado (véase Mr. 10:18; Jn. 14:28). Algunos libros o escritores hacen énfasis en ciertos aspectos de la identidad o ministerio del Jesús exaltado y les ponen poca atención a otros. Por ejemplo, la carta a los Hebreos, en gran parte, se construye alrededor de una exposición del Jesús exaltado como sumo sacerdote, una imagen a la que se le pone poca atención (si acaso se le pone) en la mayoría de los otros libros del Nuevo Testamento. La imagen del Jesús exaltado que se manifiesta en un cuerpo de creyentes en la tierra es especialmente prominente en las cartas de Pablo. Los eruditos del Nuevo Testamento no solo asumen que cada autor funcionó con el rango completo de entendimiento en cuanto al Jesús exaltado que se encuentra en el Nuevo Testamento como un todo; sino que tratan de discernir qué aspectos del simbolismo del Nuevo Testamento son funcionales para cada libro, como para entender cada libro en sus propios términos.
Cristo: «el ungido»; el hombre conocido como «Jesús el Cristo» finalmente llegó a ser llamado simplemente «Jesucristo».
cristología: la rama de la teología que se enfoca en la persona y la obra de Jesucristo, que se entiende como una figura divina eterna.
Cuadro 4.5
Jesús como Dios: Referencias del Nuevo Testamento
Los versículos siguientes frecuentemente se citan como ejemplos de ocasiones en las cuales el Nuevo Testamento se refiere a Jesús como Dios:
•»El Verbo era Dios» (Jn. 1:1).
•»El Hijo unigénito, que es Dios» (Jn. 1:18).
•»¡Señor mío y Dios mío!» (Jn. 20:28).
•»El Mesías, el cual es Dios sobre todas las cosas, alabado por siempre» (Ro. 9:5, DHH).
•»Nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tit. 2:13).
•»Pero con respecto al Hijo dice: “Tu trono, oh Dios”» (He. 1:8).
•»Nuestro Dios y Salvador Jesucristo» (2 P. 1:1).
•»Jesucristo… es el Dios verdadero» (1 Jn. 5:20).
Véase Murray J. Harris, Jesus as God: The New Testament Use of Theos in Reference to Jesus [Jesús como Dios: el uso de Theos del Nuevo Testamento con referencia a Jesús] (Grand Rapids: Baker Academic, 1992).
Conclusión
Entonces, ¿cuántos Jesús hay? ¿Ha llevado la cuenta?
Veamos. Tenemos al «Jesús del Nuevo Testamento» (también llamado el «Jesús canónico»). Tenemos al «Jesús terrenal» (a veces llamado «el Jesús antes de la Pascua» o «el Jesús de la historia»). Tenemos al «Jesús exaltado» (llamado también «el Jesús después de la Pascua» o «el Cristo de la fe»). Y luego está el «Jesús histórico» (llamado también «el Jesús históricamente verificable»). Y tenemos a todos los distintos Jesús asociados con los diversos escritos o autores del Nuevo Testamento: el Jesús paulino, el Jesús juanino, el Jesús petrino (es decir, el Jesús de 1 Pedro) y así sucesivamente. En última instancia, también podemos hablar del «Jesús de la teología cristiana» o, en efecto, podríamos hablar del «Jesús bautista», «el Jesús calvinista», «el Jesús católico», «el Jesús luterano», «el Jesús wesleyano» y así sucesivamente. Podríamos hablar (y los eruditos definitivamente hablan) del «Jesús estadounidense», del «Jesús asiático», del «Jesús africano», del «Jesús latinoamericano» y así, sin parar.
Es impresionante y probablemente a la larga sí resulte un poco absurdo. Pero la complejidad de las clasificaciones es una medida de la estatura e importancia del hombre en sí. A ninguna otra persona de la historia o la literatura alguna vez se le ha otorgado tanta atención; nadie más atrae este nivel o esta variedad de interés. Según el Nuevo Testamento, eso no es nada nuevo; casi desde el mero principio, se dice que Jesús ha impulsado la consideración de las preguntas que las personas siguen haciendo hoy:
«¿Qué es esto? ¡Una enseñanza nueva!» (Mr. 1:27).
«¿Por qué habla este así?» (Mr. 2:7).
«¿Quién es este?» (Mr. 4:41).
«¿De dónde sacó este tales cosas?» (Mr. 6:2).
Todos esos versículos proceden de solamente un libro: el Evangelio de Marcos. Entonces, a medida que esta historia continúa (en Mr. 8:27-28), Jesús les pide a sus discípulos que respondan a esta pregunta: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Y luego les pide que respondan otra pregunta: «Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?». Con todo, la tarea académica puede ser aprender acerca de cómo varios autores, historiadores y teólogos del Nuevo Testamento identifican a la persona e importancia de Jesús. Pero la mayoría de los estudiantes finalmente terminan queriendo responder las preguntas por sí mismos.

Manolis Grigoreas
5
Los Evangelios
Piense en los dibujos, pinturas y otras fotos de Jesús que haya visto. ¿Cómo lo representan? ¿Qué le atrae a usted? ¿Hay fotos que en realidad le gustan o le disgustan? ¿Por qué?
¡No tiene que buscar ejemplos muy lejos! Este libro contiene una amplia variedad. Por ejemplo, en el último capítulo hay un retrato de Jesús que intenta lograr realismo y trata de describir al hombre como en realidad pudo haber sido. Y luego hay ejemplos de obras de arte que van por otro camino; intencionalmente, presentan a Jesús de maneras que ayudan a la gente contemporánea a relacionarse con él. Estos artistas no tratan de ser literales; quieren pintar a Jesús «como lo vemos hoy día».
A medida que comenzamos nuestro estudio de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento, puede ser útil pensar que los libros proporcionan «retratos de Jesús», y es posible que usted desee pensar un poco la pregunta de qué clase de retrato se proporciona. ¿Se esforzaron los autores del Evangelio en describir a la persona y obra de Jesús con una exactitud precisa, literal e histórica, o estaban más interesados en presentar a Jesús de una manera que lo haría pertinente para una audiencia proyectada? No se sorprenderá al escuchar que los eruditos no concuerdan en este punto, pero la discordia puede ser exagerada. Muy pocos eruditos sostendrían que los escritores del Evangelio no tenían interés en la representación históricamente exacta, y prácticamente ninguno negaría que le dieron forma a sus relatos de Jesús de maneras que resaltarían su importancia para sus lectores. La pregunta es si un interés dominó al otro.
Podemos seguir adelante con esta analogía porque «la reconstrucción histórica versus la pertinencia contemporánea» es solamente un asunto que considerar. Observe los cuadros de Jesús y encontrará obras que exhiben a Jesús en términos muy espirituales, mirando hacia el cielo, con un halo sobre su cabeza; otras veces se ve como cualquier otro hombre, como «uno de nosotros». Algunos artistas lo representan como gentil y tierno, con un corderito en su pecho o con niños en su regazo. Pero eso no se parece mucho al Jesús que les gritó a los fariseos («¡Camada de víboras!») o que sacó a los cambistas de dinero del templo. Las preguntas que los artistas enfrentan inevitablemente son estas: «¿Cuál Jesús quiero presentar? ¿Qué aspectos de su persona multifacética quiero enfatizar?».
De igual manera, cada uno de los cuatro Evangelios presenta un retrato de Jesús que es distinto a los otros tres. Cerca del final del siglo II (como cien años después de que se escribieron los Evangelios), Ireneo, obispo de Lyon, sugirió que los Evangelios fueran simbolizados por las cuatro «criaturas vivas» que se mencionan tanto en Ezequiel 1:4-14 como en Apocalipsis 4:6-8. Esto llegó a ser una práctica estándar en el arte cristiano a lo largo de los siglos. A Mateo se le representa como hombre, a Marcos como león, a Lucas como buey y a Juan como águila. De esa manera, la iglesia reconoció desde el principio que cada Evangelio era único.
La tentación para los lectores de la Biblia es combinar los cuatro retratos para obtener un cuadro de Jesús tan completo como sea posible. Pero hacer eso nos hace perder la imagen particular que cada escritor del Evangelio quería presentar. La meta del estudio del Evangelio debe ser primero reconocer los cuatro retratos separados que dan estos libros individuales (véase el cuadro 5.1). Cuando nos enfocamos en cualquiera de los Evangelios, y solamente en ese Evangelio, ¿cuál es la imagen que surge? Esa es la imagen que el autor (un artista literario) quería mostrarnos. Una vez que vemos a ese Jesús, podemos continuar con otro Evangelio y obtener una segunda imagen, y luego una tercera y una cuarta.
Cuadro 5.1
Cuatro retratos de Jesús
•El Evangelio de Mateo presenta a Jesús como el que mora siempre con su pueblo hasta el fin. Jesús funda la iglesia, en la que se perdonan pecados, se responden oraciones y se vence el poder del pecado (Mt. 16:18-19; 18:18-20).
•El Evangelio de Marcos presenta a Jesús como el que anuncia la llegada del reino de Dios, en el que los humildes son exaltados y los orgullosos son humillados. Obediente a esta regla, muere en una cruz y da su vida como rescate por muchos (Mr. 10:45).
•El Evangelio de Lucas presenta a Jesús como alguien cuyas palabras y obras liberan a los oprimidos. Jesús viene a buscar y a salvar a los perdidos y a liberar a todos los que él describe como «cautivos» (Lc. 4:18; 19:10).
•El Evangelio de Juan presenta a Jesús como el que revela cómo es Dios en realidad. Jesús es la Palabra de Dios hecha carne, y revela con sus palabras y obras todo lo que se puede saber de Dios (Juan 1:14; 14:8).
Género
A fin de cuentas ¿qué es un «Evangelio»? La mayoría de los lectores modernos están familiarizados con muchos tipos distintos de literatura, un recorrido por una librería moderna revela secciones dedicadas a historia, ficción, viajes y así sucesivamente. Podríamos preguntarnos: si hubiera habido librerías como esta en el mundo antiguo, ¿dónde habrían colocado el Evangelio de Mateo? ¿O el de Marcos, el de Lucas o el de Juan?
La palabra evangelio se usó primero para describir no una clase de libro sino el contenido de la predicación cristiana. La palabra significa literalmente «buenas noticias» (evangelion en griego) y por esta razón a los autores de los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento frecuentemente se les ha llamado «los cuatro evangelistas», porque escribieron buenas noticias (esencialmente las mismas buenas noticias que otros «evangelistas» estaban predicando). En un sentido, entonces, nuestros Evangelios escritos solo son predicaciones, en forma indirecta, pero en realidad no se leen como sermones. ¿Qué son?
evangelista: en los estudios del Nuevo Testamento, el autor de cualquiera de los cuatro Evangelios; Mateo, Marcos, Lucas y Juan son los cuatro evangelistas.
Muchos eruditos modernos piensan que los Evangelios se pueden introducir libremente en el género de «biografía antigua». Los libros que pertenecen a ese género eran especialmente populares en el mundo romano, y muchos de ellos han sobrevivido hasta el día de hoy. El historiador griego Plutarco (45-125 e. c.) escribió más de cincuenta biografías de griegos y romanos prominentes. Alrededor del mismo tiempo de Plutarco, Suetonio y Tácito relataron las vidas de emperadores romanos. Había biografías de generales y héroes militares y también de filósofos y líderes religiosos. Una librería o biblioteca romana probablemente habría puesto nuestros Evangelios del Nuevo Testamento en el mismo estante de Las vidas de los filósofos más ilustres por Diógenes y de Vida de Apolonio de Tiana por Filóstrato.
Entender los Evangelios como biografías antiguas es útil, pero es necesario decir por lo menos cinco cosas más en cuanto a esto.
1.Son compilaciones. Aunque los Evangelios, como productos terminados, podrían ser identificados como biografías completas, ellos incluyen otros géneros de literatura dentro de sus páginas: genealogías, himnos, parábolas, historias de milagros, discursos, historias de pronunciamientos y más.
2.Tienen la influencia de la literatura judía. Los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento están escritos en griego, el idioma del mundo grecorromano, pero fueron escritos por personas muy versadas en las Escrituras de Israel. Esas Escrituras también contienen narraciones semibiográficas de personas como Abraham, Moisés y Elías. Aunque nuestros Evangelios fueron escritos para el mundo grecorromano, sus autores sabían estas historias del Antiguo Testamento y tuvieron la influencia de ellas.
3.Son biografías antiguas, no modernas. Los Evangelios no pretenden, en absoluto, dar perspectivas objetivas o equilibradas de la vida de Jesús. No revelan sus fuentes ni ofrecen ninguna manera en que los lectores corroboren la confiabilidad de lo que ellos narran. Su enfoque no es nada detallado: dan poco conocimiento de la personalidad o motivación de Jesús; casi no dan información de su vida temprana; ni siquiera se molestan en describir su apariencia física. También carecen de la clase de datos —referencias a nombres, fechas y lugares— que serían estándares para cualquier biografía: el Evangelio de Marcos nos dice que Jesús sanó a un hombre en una sinagoga (3:1-6), pero no nos da el nombre del hombre, ni nos dice cuándo ocurrió esto, ni qué pasó después (¿Fue permanente la curación? ¿Llegó a ser seguidor de Jesús el hombre? ¿Siguió asistiendo a la sinagoga?). Aunque puede parecernos extraño, las audiencias del mundo antiguo no esperaban que se hicieran esas preguntas en las biografías. El propósito de las biografías antiguas era narrar relatos que presentaban el carácter esencial de la persona que era objeto de la obra. En efecto, el propósito de la biografía era definir el carácter de esa persona de una forma que invitara a la imitación. Además, el estilo anecdótico de las biografías antiguas permitía que los acontecimientos se relataran sin mucho interés en la cronología. Los acontecimientos no necesariamente se presentaban en el orden en que ocurrieron; más bien, se narraban en una secuencia apta para tener el efecto retórico deseado en los lectores del libro. Esta característica puede explicar por qué nuestros cuatro Evangelios frecuentemente relatan acontecimientos en secuencias distintas (p. ej., el relato en el que Jesús vuelca las mesas en el templo de Jerusalén se encuentra cerca del inicio del Evangelio de Juan, pero está cerca del final del Evangelio de Marcos). Véase el cuadro 5.2.