Kitabı oku: «De la deconstrucción a la confección de lo humano», sayfa 8
Con estas bases, Rorty puede expresar su visión del mundo: “la naturaleza en sí misma es un poema que nosotros los seres humanos hemos escrito, y la imaginación es el vehículo principal para el progreso humano”.157 A esto le añade: “la imaginación es la fuente de la libertad porque es la fuente del lenguaje”.158 Y fuera de éste, no hay otro acceso a la realidad.159 Con estos recursos puede optarse, dice Rorty, por la visión de Nietzsche, según la cual el mundo es nuestro poema, en lugar de aquella otra, según la que el mundo es algo que de alguna manera nos comunica cómo es en sí mismo. Y en dicha opción, el progreso humano es visto en relación directa con el expandir nuestra imaginación, y no con una acrecentada habilidad de representar la realidad de modo preciso. El progreso consiste, pues, en “logros poéticos”.160
En una conclusión que acusa claramente la enseñanza de Nietzsche sobre la verdad y el arte, sobre la vis contemplativa y la vis creativa, Rorty asegura que filosofía y poesía pueden coexistir pacíficamente si renuncian a la presunción de trascender la finitud humana.161
REUNIENDO LOS ELEMENTOS
A juzgar por el calado de las reflexiones de Nietzsche, Heidegger y Rorty, y del tema mismo en cuestión, puede verse con claridad que el argumento actual en torno a la naturaleza, uso y validez de la verdad no es algo en absoluto sencillo de resolver. Precisamente por el talante representacional del conocimiento, por lo cambiante de la realidad, por la libertad a la que está entregada en lo humano el tema de la verdad, y por la presencia continua del error y la mentira, la cuestión actual de la posverdad exige reflexiones que van más allá de una simple apelación al sentido común; y requieren un mínimo de conocimientos sobre los alcances y los límites del saber humano para, a partir de ahí, enfocar la cuestión de la posverdad desde un grupo de exigencias que, si se quebrantan, indican claramente un desconocimiento de la verdad o, en el peor de los casos, una manipulación deliberada de su contenido.
Los textos de Nietzsche, Heidegger y Rorty que se han analizado contienen una serie de núcleos temáticos que pueden suministrar elementos útiles para enfocar el controvertido tema de la verdad en el enclave social contemporáneo. A continuación, un resumen apurado sobre sus aportes para después aspirar a realizar una serie de reflexiones en orden a examinar qué tanto hallan eco las actuales posturas de la posverdad en las ideas de dichos pensadores.
Nietzsche
El primer elemento que resalta de su aportación es la voluntad de verdad, presente en todas las épocas humanas; según dicha voluntad, el ser humano, hombre y mujer, aspira —porque lo necesita— a captar con éxito y permanencia cualidades y situaciones que le presenta, desafiante, el mundo en devenir permanente. De la mano con esta temática, aparece aquella otra que podríamos designar como la historicidad de la verdad, ya que este mismo saber que el ser humano consigue en su trato con el mundo, es amenazado con ser dejado atrás, por así decir, por la continua marcha del mundo en devenir. Un elemento más es aquel de la participación activa del sujeto humano en la consecución de la verdad, esto es, no se presenta al ser de la realidad solamente como el guía de la mente hacia su verdad, sino que también la mente humana asume aquí plenamente su papel configurador en la consecución de conocimientos. Otra nota característica de la doctrina de Nietzsche es aquella de la finitud humana, presente en todo momento en el proceso, misma que redimensiona la antigua estatura que asumía el entendimiento del hombre. Crucial es, además, la introducción de la relación entre verdad y arte, como una forma de defender la libertad humana que, sobre la base “real” que le brinda la verdad, construye activamente “su mundo humano”. Igualmente notoria es la importancia que asume la relación de la verdad con el lenguaje y el mundo social, destacando cómo los contenidos verdaderos se anidan en la red tejida por el lenguaje y sirven para la interacción humana. Un asunto final aparece en la convicción de Nietzsche de la inexistencia de otro mundo, el “mundo verdadero”, demostrada ésta por los adjetivos: inalcanzable, inalcanzado, indemostrable, desconocido y refutado.
Heidegger
Según este pensador, Nietzsche es el comienzo del acabamiento de la modernidad, esto es, el inicio de un nuevo modo de ser y de concebirnos como seres humanos. Además, dicho acabamiento tiene como eje central la superación del dualismo de mundos propagado y defendido por el platonismo y su versión popularizante, el cristianismo. Una tercera contribución: lo que está en juego es el dar nuevas respuestas a las profundas preguntas sobre la esencia del conocimiento, la esencia de la verdad y la esencia del hombre. Otra aportación: basándose en Nietzsche,162 se reconoce que la verdad es un valor que la vida establece para su propia conservación y aumento. Un elemento capital es decir que la verdad, presentada como “ilusión”, no implica un descarte de la verdad objetiva, aunque dicha verdad se presente ahora “humanizada”. Igualmente pertinente es la explicación de Heidegger en torno a la complementación —no oposición— entre verdad y arte, en orden a conseguir una adaptación de la vida al flujo del devenir. Asimismo, importa rescatar la complementación de una teoría de la verdad como simple adecuación que Heidegger ve en el concepto nietzscheano de “justicia”: que “pone”, “inventa” y “ordena”. Otra doctrina importante a retomar de Heidegger es la atribución del término “Dios” al mundo suprasensible y su relación con el hombre, así que el “Dios ha muerto” no es llanamente la expresión de un ateísmo vulgar, sino la no realización de dichos ideales. En conexión con esto, comenta que la frase “asumir el dominio de la tierra” no es licencia para todo tipo de arbitrariedad, sino un “madurar para lo ente” en este mundo. Finalmente, destaca la designación de maleantes públicos a los que no creen en Dios porque no pueden buscar a Dios, y no lo buscan porque no piensan.
Rorty
En primer lugar, resalta de él la insistencia pragmática reflejada en la pregunta por el uso de la verdad en los contextos sociales. En continuidad con ello, se establece un criterio pragmático-social para determinar si un debate merece la pena realizarse, de lo contrario merece dejarse atrás con la historia. Un tercer elemento a tener presente es la afirmación de que todo discurso está en contacto con el mundo, sin excepción. También: los cambios propuestos por los diversos pensadores son aceptados por causa de su beneficio social. Por otra parte, las obligaciones no se tienen con Dios ni con otra entidad divina, sino con uno mismo y los demás. Otro asunto es que el progreso epistémico está garantizado por el futuro a las nuevas generaciones, pues contarán con mejores recursos de resolución que nosotros. La sinceridad y la confianza son virtudes propias de las prácticas de justificación, no de una doctrina sobre la verdad. Otro tema es la negación de verdades normativas en tanto verdades con contenidos intrínsecos. En consecuencia, la distinción Realidad-Apariencia debe desaparecer, ya que todas las partes de nuestra cultura están en contacto con la realidad. Además, hay una apuesta ciega al valor del sentido común y de la imaginación para resolver nuestros problemas filosóficos y sociales. Central en su pensamiento es la negación de accesos no-lingüísticos a la realidad. Asimismo, la imaginación es una combinación de novedad y suerte para salir airosos en nuestros proyectos: acrecentada habilidad para hacer cosas. Finalmente, la convicción de que fuera de “nuestro mundo” no hay otro mundo.
VERDAD HUMANA, VERDAD DEL MUNDO. REFLEXIÓN CRÍTICA
Llegados a este punto de la temática, es posible echar a andar algunas reflexiones críticas de cara a la relación actual de la verdad con cada ser humano, y con la sociedad en su conjunto. El objetivo es ver la posibilidad de presentar un concepto más dinámico y adecuado de verdad para el mundo de hoy y, a la vez, a partir del mismo, buscar fundamentos que sostengan nuestra interacción desde una plataforma firme y común a todos.
Mundo cognitivo y mundo en devenir. Lo primero que hay que asentar es que la satisfacción o el éxito que la voluntad humana de verdad consigue, presente en tantos logros humanos en el mundo y la cultura, origina en el ser humano la “creación de un mundo”, el mundo cognitivo, la esfera del saber que, naturalmente, se ubica por su fijación, en oposición con el mundo en devenir. Y no obstante tener este carácter de consolidado, y hasta de incompleto, ello no es indicador directo de su completa inadecuación real ni de un reiterado carácter desechable en lo tocante a sus contenidos. Lo cual nos conduce al siguiente punto.
La historicidad del saber. Ciertamente, el nuestro es un mundo en continuo movimiento, y dicha movilidad hace que el ser humano sienta siempre amenazada de caducidad la vigencia de su saber. Por ello mismo, hay que entender bien el punto de Nietzsche cuando dice que el entendimiento quita de su vista el carácter “falso” de lo real, esto es, el carácter episódico de los conceptos, los juicios y los razonamientos, ya que si en todo momento estuviera pensando en su provisoriedad, respecto del verdadero flujo de lo real, se quedaría catatónico, algo así como aquella célebre suspensión de todo juicio que pretendió Descartes en el capítulo III de su Discurso. Pero esta limitación interna del saber humano tiene que ser redimensionada de cara a un nuevo realismo.
El problema del realismo de nuestro saber. Que su doctrina se refiera a un aspecto del entero proceso de verdad del conocimiento, el propio Nietzsche lo aclara cuando dice que verdad es el nombre de un “proceso”.163 En dicho proceso, no hay, pues, que diluir en el carácter participativo del sujeto, todo el contenido que recaba el proceso; porque así, la verdad termina siendo enteramente una creación humana, y no sólo el proceso, las categorías y esquemas que el hombre pone, sino también todo aquello que concibe sustantivamente como verdadero, se vuelve creación. A fin de cuentas, ese “hervidero de sensaciones” del que Heidegger habla citando a Kant,164 ha sido provocado en la sensibilidad por “algo distinto” a ella misma. De hecho, Nietzsche muestra su conformidad con esta doctrina clásica al aducir, como prueba del realismo, el éxito pragmático del proceso cognitivo: “la apariencia (Scheinbarkeit) es un mundo arreglado y simplificado en el que han trabajado nuestros instintos prácticos: para nosotros es perfectamente correcto: es decir, vivimos en él, podemos vivir en él: prueba de su verdad para nosotros”.165 Que haya que ajustar el alcance de este realismo, es asunto siguiente.
Realismo “con rostro humano”. En el enfoque de los tres pensadores aquí presentados, aparece siempre la intención de trazarle un límite humano a las pretensiones o aspiraciones infinitas del entendimiento. Como se sabe, esas pretensiones se sobrepasaron en la Modernidad y se tornaron autosuficientes y dominadoras. Ahora bien, desde una perspectiva antropológica, dicha aspiración al infinito, presente en el ejercicio del entendimiento y de la voluntad libre, se corresponde con el estatuto de la esencia humana, marcada por la infinitud. Así que, en esa su infinita aspiración, el entendimiento debe a la vez reconocer su finitud, su límite. No hay espacio aquí para extenderse al respecto, pero el camino de un realismo que reconoce en sí mismo su finitud ha sido recorrido por la filosofía del siglo XX, y ha encontrado formas actuales y convincentes en los modelos de, por ejemplo, H. Putnam o J. Habermas,166 bajo la forma de un “realismo con rostro humano” o con “r” minúscula. La razón de estas expresiones aparece a continuación.
El grado de objetividad de las percepciones. Aunque con acentos diferentes, en los tres pensadores expuestos aparece la propuesta firme de una disolución de la antítesis entre Apariencia y Realidad, y la conclusión de que sólo hay un mundo: el mundo humano. Desde este enfoque, se ve muy pronto el riesgo de la aparición de un subjetivismo enclaustrado dentro de los límites del individuo que conoce, y surge el peligro de perder el mundo como plataforma común de las afirmaciones y las acciones. Nietzsche tiene varias críticas a Darwin,167 pero no deja de exhibir su influencia al presentar el dinamismo del entendimiento como una habilidad para ajustarse con el desafío real, justamente en la forma en la que cualquier otra especie viva lo ha hecho al propio modo. Siguiendo con este enfoque darwinista para el entendimiento, habría que suponer que en millones de años la evolución, así como lo muestra en otras especies, ha perfeccionado este potente “órgano” de la especie “hombre” de modo que logre su cometido, y no se vea permanentemente envuelto en un processus in infinitum, condenado a jamás atinar en su propósito. Ello nos conduce al tema siguiente.
El mundo objetivo. Este antiguo tema de la filosofía del conocimiento está a la base de todo el saber y el actuar humano. Pero su relación con los mismos ha sido siempre objeto de debate. El tema de la doctrina de la verdad como “error” de Nietzsche implica, a final de cuentas, el tema del realismo posible o esperable para los contenidos del saber. Y de nuevo, por la vía evolucionista tendría que hacerse patente que, ubicado al final de la cadena evolutiva, sería un contrasentido, contestado por todos los éxitos evolutivos del mundo natural, que el ser humano fuera el único poseedor de un órgano erróneamente desarrollado: sus potencias cognitivas.168 Por lo mismo, hay que comprender que el punto de Nietzsche tiene que ver más bien con la afirmación de una “no-totalidad real” del contenido a recabar en los actos cognitivos, pero no con una total inadecuación; a la vez, dicho saber no es tampoco una total creación humana; existe pues, independiente de nosotros un mundo real. Como alguna vez lo puso Peirce, un contemporáneo de Nietzsche: hay “flores en el desierto que nadie cruzó… y presencia de gemas en el fondo del mar”.169
Hacia un realismo pragmático. La fenomenología de la percepción y las neurociencias actuales han estudiado profusamente el tema del umbral percepcional de nuestros sentidos. Según esto, fuera del límite perceptivo mínimo y máximo de cada sentido, “sigue habiendo mundo” por percibir, mismo que, por ejemplo, otros animales sí perciben, u otros instrumentos de medición creados por el hombre. Más que optar por un derrotismo respecto de las capacidades de la sensibilidad humana, el tema sugiere que el hombre puede conocer de las cosas aquello que necesita saber para determinarse a la acción: un color, un sabor y un olor, p. ej., le indican si un alimento parece o no saludable. Sus sentidos no ven la actividad y presencia de microorganismos, ni la íntima constitución molecular del tejido de algo comestible, pero sí que perciben aquello que es necesario para decidirse. Desde una perspectiva práctica, como en la que insiste Rorty, más no se necesita. Si se quisiera, por algún motivo, saber más, se sirve de un animal (como los perros en las aduanas) o de algún instrumento (como los rayos X) para averiguarlo. Esta versión del realismo ingresa en la antropología con ímpetu enriquecedor, como se verá en seguida.
El dinamismo humano en el mundo. La doctrina de Nietzsche sobre una nueva “justicia” —que Heidegger suscribe—, entendida como una presentación dinámica y sincrónica entre hombre y mundo, surge como antítesis a todo platonismo, y se presenta como un nuevo modelo en el que se piensa lo humano en su unidad indisoluble consigo mismo y con el mundo. A fin de cuentas, el análisis extremo que, por mor de la intelección, practicó siempre la metafísica occidental separó tanto, y “congeló” tanto los elementos en juego, que terminó no sólo atomizando el conjunto, sino fosilizándolo y presentándolo falto de dinamismo; y así resultó una imagen dislocada de mundo y hombre, que tanto Nietzsche como Heidegger, y a su modo Rorty, ven como el fin de la metafísica occidental. La aurora de una “nueva metafísica” está en relación directa con el modelo antropológico que en ella se presente. En ella habrá de aparecer, con igual claridad, el papel del hombre en la historia, explicado a continuación.
El nuevo hombre y la visión de la historia. Superando el esquematismo antropológico, los tres pensadores apuestan por un modelo humano implicado completamente en el mundo; el mundo es sólo punto de arranque de lo que el hombre hace de él, pues su dinamismo epistémico pone en acto procesos que consiguen la verdad; mas, sobre esta base, apenas se inicia la vida humana, ya que la creación que permite el “arte”, abre y eleva la vida a posibilidades siempre nuevas que se sintetizan en la palabra “libertad”. Con este empoderamiento sobre el mundo y su verdad, el hombre construye de manera creativa (imaginativamente) su tiempo y hace historia. El mundo se le abre ahora como inmenso ámbito de posibilidad y realización. Ahora todo apunta a una vida sin límites: “se desencadenan enormes poderes” (Nietzsche).
Muertos están todos los dioses. Con este canto de guerra, el Zaratustra de Nietzsche vislumbra la aurora de una nueva era humana, aquella en la que fuera del “mundo del hombre” no hay nada no-humano, ni sobre-humano, que dirija la acción. La idea de la frase alberga la convicción de que la tradición (religiosa, moral y metafísica) ha sojuzgado al hombre con productos anti-humanos obtenidos de cualquier fuente, menos del mundo del hombre. El tema pone a pensar en la razonabilidad de lo moral y de lo religioso, y desafía a las tradiciones a mostrar con claridad su “logos explicativo” en lo tocante a sus contenidos. Si la nuestra es la época del sentido, las tradiciones religiosas y morales han de saber exponer, clara y convincentemente, la familiaridad y humanidad que incluyen sus mejores contenidos, esto es, mostrar claramente el sentido que tienen dentro de la vida humana.
La vida, un universo complejo. Hacia el final de estas reflexiones, no puede obviarse el dato de que toda esta problemática, más que una manía propia de las escuelas de filosofía en toda la historia, como afirma Rorty, se origina en la enorme complejidad ontológica de la relación mundo y hombre. Al decir de G. Scholem, “hay un misterio en el mundo”,170 esto es, el estatuto de lo ente (Heidegger) rebasa continuamente la captación completa y perfecta a la que aspira la mente del hombre. Por ello mismo, proyectos como el de Rorty, de fomentar “prácticas sociales que posibiliten vidas humanas más ricas y plenas”, no dejan de verse como hermosos ideales emprendidos con pobres recursos; representando un cierto pragmatismo estadounidense,171 Rorty cree resolver mucho al despacharse, por su acusada inutilidad práctica, temas y vocabularios filosóficos. Ello no restará, sin embargo, complejidad a la vida humana, que siempre dará más de sí para la reflexión y la creatividad.
CONCLUSIÓN: LA AFIRMACIÓN Y NEGACIÓN DE LA VERDAD
Los temas que han aparecido en este recorrido han involucrado una gran cantidad de elementos que entran en juego al explicar y examinar la dinámica cognitiva del entendimiento humano. A partir de ellos se alza la enorme complejidad que el proceso presenta, y que muchos toman de pretexto para justificar una invitación a deshacerse de todo por inútil y confuso o, en el peor de los casos, aprovechan para confundir a las mayorías, esgrimiendo argumentos como la incapacidad del entendimiento humano respecto de su propósito, o la relatividad de cada perspectiva individual, o la permanente caducidad de todo lo que aspira a presentarse como verdadero y bueno en la cultura humana.
Esta situación trae ante nosotros el tema de la verdad como una oferta que el mundo y el saber humano hacen al individuo racional. Como bien asentaron Nietzsche y Heidegger, ello apenas es el inicio o plataforma de la creatividad posterior que realiza la vida. No obstante, dicha creatividad, a la manera de las piruetas que ejecutan los acróbatas, requiere siempre de puntos de apoyo que ofrezcan resistencia y firmeza, so pena de precipitarse vertiginosamente al vacío.
Por lo mismo, en cierto sentido, la verdad quedará siempre a merced del hombre, aunque también éste quede siempre a merced de la verdad. Con esto se quiere decir que la verdad se ofrece en su objetividad y conveniencia a la libertad del individuo, que puede o no aceptarla como conveniente o inconveniente. Y aquí entra la temática adyacente de la posverdad. “Es cierto que el mundo es de esta y aquella manera —se dice petulante el practicante de la posverdad— pero yo decido qué hacer con esa información y qué tanto de ella asumir como verdadero”. Pues sí, dicha negación de la verdad es una posibilidad que la libertad concede, de forma que el individuo sea, y se sienta, siempre autónomo. El único costo es que ello tiene repercusiones prácticas, justamente de esas en las que tanto se interesaba Rorty.
Y precisamente porque el hombre es del mundo, de él procede y en él se desarrolla, nada más práctico que ajustarse a los datos que nuestro entendimiento en su ejercicio reporta sobre ese mundo. Naturalmente, se puede vivir como se quiera —eso es enteramente otra cuestión— pero la adaptación del individuo a los datos del mundo produce directamente éxito o frustración en sus acciones. Uno podría beber gasolina, en vez de agua, y nadie se metería a una discusión en torno a que no le dejan a ese tal hacer como mejor le plazca, pero lo cierto es que las consecuencias prácticas de esa acción muy pronto se verán reflejadas en la humanidad de esa persona. Pues lo mismo sucede con el resto del universo de información que el entendimiento recaba del mundo y que ha quedado plasmado en la tradición: se ofrece al individuo racional como poderoso e importante recurso, pero siempre queda a merced de su libertad, esto es, de su afirmación o negación libre.
Ahora bien, este margen humano que siempre deja la verdad, en orden a ser afirmada o negada, da pie al uso que de la verdad muchos hacen en las sociedades actuales, tan complejas por los recursos de difusión y diseño que afectan siempre a la verdad. Esto nos introduce en la temática de la verdad y el uso político-mercantil de la misma. Ya desde Nietzsche, el uso político de la verdad, en la forma de su declaración o encubrimiento, aparece desde el célebre fragmento “Los príncipes europeos tendrían que meditar si pueden prescindir de nuestro apoyo”;172 es manifiesta la convicción de lo útil que puede ser el “difundir conocimiento”, indistintamente de que sea verdadero o no, pues importa especialmente el “conocimiento conveniente”. Con ello queda abierta la posibilidad de que la verdad entre en la agenda política para diseñar espacios públicos y crear mentalidad, especialmente mentalidad clientelar que prepare la recepción de los diversos productos a ofrecer.
Sobre el “uso de la verdad” habría de decirse que, al ver las proclamas de las pancartas que la gente porta en las marchas ciudadanas en pro de sus derechos inalienables como mujeres o personas con preferencias sexuales diferentes, por ejemplo, lo que queda manifiesto es el prejuicio generalizado contra la religión y las tradiciones, presentadas en la forma de poderes que buscan colonizar al individuo y su libertad, sin advertir que quienes por eso luchan, ya han sido colonizados previamente por otros poderes, y que éstos no son en modo alguno poderes que buscan samaritanamente la emancipación del individuo, sino su estatuto clientelar.
Desafortunadamente, detrás de la ideología (“verdades convenientes” propaladas) hay negocios globales a la espera, mismos que una vez conquistados sus territorios en el mundo de la vida de las personas, desatarán sus poderes y, con ello, sus infinitas ganancias. Cada vez sabemos más, y con más detalle, del negocio planetario de todo lo que se llama anticoncepción, clínicas abortivas, suplementos hormonales de las grandes farmacéuticas; y, por el contrario, rara vez se echan a andar programas para educar con la verdad a los jóvenes en su sexualidad, para fortalecer los lazos de la familia nuclear o para buscar darle sentido a la vida de tantos individuos que se sienten perdidos en su mundo. Esto nos lleva a ahondar lo más posible en la expresión de Nietzsche, que Heidegger presenta en todo su dramatismo: “¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios!”
Esta frase se presenta, a menudo, como el grito de guerra del hombre de hoy, externado por aquí y por allá con diferentes tonos, de lo dramático a lo satírico, y con diferentes formulaciones. Sin embargo, dicho grito de guerra es, primero y más profundamente, un grito de llanto. Llanto del hombre por lo que le ha pasado de malo, llanto porque no ha podido superarlo, llanto porque se siente solo en la titánica tarea de ser mejor. Desconocer que esto se halla a la base de los gritos actuales es tanto como estar atendiendo los síntomas de una enfermedad que ni se conoce; por lo mismo, los remedios aducidos serán siempre analgésicos o paliativos, pero nunca terapéuticos. Así, la verdadera pregunta a plantear es si en sí mismos son inalcanzables los antiguos valores, o si ha sido el hombre moderno el que se ha minimizado en su autoconcepción como sujeto de valores.
Esto último nos conduce a una reflexión sobre la convicción de Nietzsche, Heidegger y Rorty en torno a la imposibilidad de una vida según la moral de antaño. Se trata, pues, del tema de la verdad y el correspondiente descreimiento del hombre contemporáneo en torno a sí mismo. Vistas de cerca, la crítica a la metafísica y la lucha anti-platónica de muchos se debe al auto-convencimiento de la incapacidad de ser mejores personas que priva en ellos. Y es que el problema se halla en que, presentada la vida humana como gimnasio moral, al estilo de los Cínicos de la antigüedad, a cualquiera se le antoja imposible una superación personal que logre vencer, a base de disciplina personal, las pasiones, las inclinaciones y las tendencias. Y es por ello que la religión, por lo menos la cristiana, presenta la gracia como la ayuda justamente sobre-humana, adecuada y oportuna, para las luchas humanas contra la maldad que nos habita.