Kitabı oku: «Pequeño circo», sayfa 10
LAS CATARSIS DE JOSETXO GRIETA
ROBER!: Entre Cancer Moon y Josetxo Grieta pasó un montón de años en los que lo que más hizo fue colaborar. Cantó una canción en nuestro primer disco, nos remezcló un tema y luego volvió a cantar en otro disco. También cantó en un disco de Le Mans. Y en casa seguía haciendo cosas, pero muy para él. Siempre nos íbamos prometiendo hacer cosas juntos, pero con quien más llegó a actuar fue con Josetxo Grieta, un grupo que montó con Mattin.
MATTIN: Nací en Bilbao en 1977. En los 90 formé Inte Domine, un grupo en el que estuvo un año el guitarra de Lord Sickness, los hermanos pequeños de El Inquilino Comunista. Nosotros aún éramos más jóvenes. Teníamos menos experiencia y tocábamos mucho peor, pero compartíamos muchas inquietudes musicales. A los dieciocho años me fui de Getxo, acabé en Londres y me interesé por la música experimental, la improvisación y el ruido.
Cancer Moon estaban en otra liga. Ellos eran mayores, venían de otras bandas y otras escenas. Nosotros llegamos después y éramos un poco la moda del momento. Era otro contexto. Lo pasábamos bien, pero tal vez no teníamos esa distancia histórica ni esa capacidad de comprender qué estábamos haciendo. Simplemente hacíamos música. Generalizo y solo puedo hablar de mi experiencia, pero lo nuestro era más trivial que lo que hacía Cancer Moon. Y si lees las entrevistas a El Inquilino o a Lord Sickness, ves que la intención no tiene ese peso que tenía para Josetxo.
Mientras El Inquilino pretendía ser un grupo norteamericano y hacer la música que les gustaba sin ir más allá, en Cancer Moon había una intención mucho más potente, una intención clara de decir, «sabemos dónde queremos ir y dónde queremos estar. Es un lugar muy sofisticado, muy preciso, y muy poca gente nos podrá seguir, pero lo haremos». Eso ya lo ves desde los vídeos: en cada gesto, en cómo visten. No había otro grupo con esa altura de miras y sofisticación. Sabían que estaban generando algo verdaderamente especial. Era una música con mucho carisma.
En la segunda mitad de los 90 ya no había actividad en Getxo, pero a principios de los 2000 empezó a crecer con fuerza una escena experimental. Xabier Erkizia organizaba el festival Ertz, Elektronikaldia presentaba cosas bastante experimentales y en Bilbao empezó el MEM58. Allí empecé a saber de Josetxo. Me decían que teníamos gustos parecidos. Josetxo estaba fuera de la música. Solo trabajaba de disc-jockey en el Antzokia y hacía colaboraciones esporádicas.
FERNANDO GEGÚNDEZ: En cuanto Josetxo conoció a Mattin, se lanzó a por él. Pero ya sin intención de grabar. Mattin venía de un grupo del Getxo Sound y luego se metió de lleno en el mundo del ruidismo y la vanguardia. Él tenía un grupo, La Grieta59, y con Josetxo montaron Josetxo Grieta.
MATTIN: No hacía falta repensar la música indie de los 90. Era de cajón que lo que hacíamos lo hacíamos porque queríamos tocar juntos y teníamos algo que creíamos que era especial. Hacíamos ediciones caseras. El número de copias era limitado y la repercusión, también. Ahí no había pretensiones, pero Josetxo nunca puso problemas a nuestra manera de funcionar. Había tenido malas experiencias con otros discos. En los CD poníamos la nota de anticopyright y Josetxo siempre estaba de acuerdo. Eso no significa dejar de ser parte de la mercantilización. Haces CD-R y se venden, pero no pasan por la SGAE o por ningún mecanismo de control de la propiedad intelectual. Es una retórica que pretende cuestionar la maquinaria que hay detrás de la propiedad intelectual.
La música improvisada o el ruido cuestionan en sí mismos hacer un producto de la música. Es una crítica a la propiedad intelectual. Toda esta construcción del artista y del autor es un mito generado a partir de la Ilustración, si no antes. Es una construcción que tiene que ver con el desarrollo del individuo y que está muy relacionada con cierta evolución del capitalismo que yo creo necesaria desmantelar.
A Jon no le conocí nunca, pero he tocado con Josetxo, que será de las personas que más daba en el escenario. Era un lujo tocar con una persona que sabes que lo va a dar todo, con la que sabes que no hay cinturón de seguridad ni vuelta atrás. Eso es algo que rara vez encuentras.
IBON ERRAZKIN: Había algo de doble personalidad en Josetxo, y esa otra personalidad era la que salía a luz en los conciertos. Y no solo en los conciertos. Yo la he conocido también fuera de los escenarios. Salías con él de noche y había un momento en que se adueñaba de él otra personalidad. Era muy educado y amable, y precisamente por eso era muy curiosa esa transformación, el paso de esa persona amable y reservada a una especie de fiera salvaje. Era digno de verse.
MATTIN: Tampoco sabías cuándo era ese personaje que se creaba en el escenario y cuándo era él de verdad. Era muy difícil saber hasta qué punto había un juego performativo o no. No era solo el escenario, era la música. Era una válvula de escape que le permitía ser diferente. En la música no había restricciones. Era muy, muy a saco.
Josetxo en la música buscaba maneras de pensar y percibir menos superficiales que las que te encuentras en el día a día; formas de llegar a comprender o relacionarte, formas de expresión que fuesen más allá de la reproducción de estereotipos: ir más allá. También sus textos iban más allá de convenciones: iban más allá de la comprensión. Pero al ser música —sobre todo el rock y formas musicales bastante viscerales—, buscaba generar un punto de encuentro en el que la comprensión y el sentimiento rompieran cualquier tipo de estrangulamiento o concepción cerrada.
Se consumía en la música. Le ayudaba a expresar cosas que de otra manera no podía. Y por eso se convertía en una necesidad vital. De ahí que agradeciese como nadie cualquier tipo de intención musical que animase esa apertura.
Lo racional en él… no sé cómo expresarlo. Había momentos en los cuales no sabías hasta qué punto estaba… En los momentos más brutales, dejaba la razón en entredicho. Lo digo de forma metafórica, pero también literalmente.
El mejor concierto que dimos fue en el Antzokia de Bilbao. Ese día se produjo una conexión entre nosotros brutal. Y fue determinante cómo jugamos con el espacio. Para Josetxo fue muy especial tocar en un lugar en el que había trabajado tantos años y con el que tenía una relación tan directa. Siempre lo daba todo, pero ese era un espacio que controlaba a la perfección. Lo conocía, conocía a la gente y se tiró a saco. También se tiró, literalmente.
ROBER!: Recuerdo verle tirarse por las escaleras, hacerse daño físicamente, sangrar… A veces hasta pienso que este tipo de rollos le revolvió cosas que no debería haberle revuelto… Era muy autodestructivo.
FERNANDO GEGÚNDEZ: Lo recuerdas, lo hilas con su muerte y… ¡joder! De lo que vi aquel día a que se suicidara solo había un paso: estaba fuera del escenario, desencajado completamente, con el micro pegando en todos sitios, metiéndose en la caja del bombo, desquiciado, reptando por el suelo… Mattin pegando guitarrazos inverosímiles por la sala. Y «Piji», el batería, manteniendo el ritmo. Claro, no era para todos los públicos. Estaríamos veinte o treinta personas.

Jon Zamarripa, Jesús Suinaga y Josetxo Anitua, de Cancer Moon. (Cedida por Antón López / Libros Crudos.)
MATTIN: Como era improvisación, cada uno iba a su rollo. Yo le oía, pero no veía qué estaba haciendo. Luego me lo contaban. La novia de un amigo salió corriendo de ese concierto. Le pareció muy violento.
IBON ERRAZKIN: Josetxo estaba usando la música para… no sé cómo llamarlo… no sé si exorcizar cosas o sacar cosas de dentro. Quizá todos lo hacemos, a cierto nivel. Es difícil hablar de esto. Puedes abordar la música desde sitios distintos, pero hay una época en la vida en que sí es algo parecido a una salvación. En el caso de Josetxo creo que siempre la vivió así.
MATTIN: Las últimas veces que lo vi parecía que estaba mejor. Por eso nos sorprendió. No sabías realmente si lo estaba pasando mal o si la mente le estaba jugando malas pasadas. Estoy intentando ser delicado y a la vez expresarme con claridad. Pero es difícil.

UNAI FRESNEDO: La noche anterior yo había montado el concierto de Patti Smith en Madrid. Al despertar tenía un mensaje del técnico de sonido del Antzokia: «Josetxo Anitua hil da».
TERESA ITURRIOZ: Estaba en el trabajo y me llamó Ibon por teléfono. Me quedé en estado de shock. Era un 23 de abril, hacia las once de la mañana.
FERNANDO GEGÚNDEZ: Me llamó Gotzon del Antzokia: «Josetxo… que ha fallecido». En ese momento no me dijo la causa. Yo estaba conduciendo. Tenía que ir a algún lado, pero lo suspendí todo y me fui al Antzokia a averiguar más. Yo iba ya con la mosca… Recordé que días antes no apareció en conciertos en los que debía haber estado. Y tres días antes me había llamado. Llamó a mucha otra gente. Y lo normal es llamar por algo. A Josetxo no le pegaba nada llamar para charlar. Charlamos, pero aquello para mí fue una despedida.
IBON ERRAZKIN: Eso nos ha pasado a todos. Hemos repasado cosas y… Un mes antes estuvo en Madrid y nos trajo maquetas de Cancer Moon, conciertos grabados en directo… No sabemos si ya había tomado una decisión y nos los trajo para que los custodiáramos. No sé… No quiero especular.
TERESA ITURRIOZ: Vino a Madrid a visitarnos a Ibon y a mí, a estar con nosotros. Vino a despedirse, pero yo no lo sabía. Así lo interpreté después.
IBON ERRAZKIN: Lo de Josetxo nos dejó hundidos. Hablamos con él hasta dos días antes. Josetxo tenía sus espinas clavadas. Pero mucho no hablaba. Sabíamos que estaba mal, pero eso no nos lo esperábamos.
ROBER!: Tengo un amigo, Ferdi, que también es amigo de Zamarripa. Josetxo era el padrino de su hijo. Un día antes, Josetxo le dejó en una tienda una Telecaster blanca para que se la quedase.
Cuando pasa algo así con alguien tan cercano siempre piensas que pudiste haber hecho algo. Yo tenía una llamada perdida suya del sábado. El mensaje decía, «llámame». ¿Y si le llego a llamar? El «y si», «y si», «y si» te obsesiona. Y más cuando ha sido algo tan brusco. Porque fue brutal lo que hizo. Hay muchas maneras de quitarse de en medio, pero… Ese rollo intenso y excesivo sí lo tenía. Hay que tener cojones.
FERNANDO GEGÚNDEZ: Cuando me dijeron el método que usó, me empecé a acordar que siempre había estado enamorado de ese puente. Siempre hablaba de ese puente. Le encantaba. A raíz de la construcción del Guggenheim, le habían puesto unos arcos rojos, y a él le moló esa remodelación. Era una obsesión suya aquel puente. No vivía lejos.
ROBER!: El entierro fue… El cura, bien, pero cuando salió su hermana a hablar, todos nos vinimos abajo. El organista tocó «Yesterday». Josetxo era fan de los Beatles. No sé si fue deseo suyo, pero es de esas canciones de las que ya estás hasta los huevos y en esas circunstancias te llega a afectar. Y todos llorando…
UNAI FRESNEDO: Hablando luego con gente en el funeral, nadie se lo esperaba. Rober!, que tenía más relación con él, me decía, «¡si habíamos quedado para ensayar la semana que viene», «¡si había comprado la entrada para ir a ver a Nick Cave hoy!»… Nick Cave tocó en Donosti el día de su funeral. No sé qué hostias le pasó por la cabeza, pero… Se fue a dar un paseo, empezó a andar y, cuando llegó al Puente de la Salve, se tiró. Hay una altura como de ocho pisos. Es un puente que cruza la ría, pero se tiró desde una parte que pasa por encima de la carretera. Y cayó al paseo.
ROBER!: Recuerdo estar con mi mujer y con él en su casa, ver el puente desde el que se tiró y hablar del puente. Le habían puesto una iluminación un poco hortera y… No fue mucho antes… Es una chorrada. Te vuelves loco pensando estas cosas. Durante dos años, me acordé de él todos los días. Hasta que al final dices, «no puedo pensar más en esto».
FERNANDO GEGÚNDEZ: Jon está fatal. Si te acercas a menos de medio metro, flipas de cómo huele. Padece una esquizofrenia muy marcada. Pasa periodos de tratamiento, otros sin… Vive con la tía monja. Todo su problema empezó a raíz de la muerte de la madre. Para él fue la hostia aquello, un cisma. Es un echado a perder.
TERESA ITURRIOZ: Todavía me duele mucho. Monólogo interior60 era un disco para Josetxo. «Fotos» habla de él. Se me hacía un nudo en la garganta al cantarla. Josetxo hacía surf en su juventud y «La ola» también habla de él. No es que construyéramos el disco pensando en Josetxo, pero el disco se fue poniendo triste por lo que había pasado, y quisimos dedicárselo entero.
ALBACETE
CON FERNANDO ALFARO Y JOAQUÍN PASCUAL (SURFIN’ BICHOS), ALEJO ALBERDI (DERRIBOS ARIAS), JAIME GONZALO (RUTA 66), IÑIGO PASTOR (MUNSTER), SERVANDO CARBALLAR (LA FÁBRICA MAGNÉTICA), DAVID LÓPEZ (RCA / LIMBO STARR), JESÚS ORDOVÁS (RADIO 3), SANTI CARRILLO Y JUAN CERVERA (ROCKDELUX) Y FLORENT (LOS PLANETAS).
Aislados geográficamente del circuito musical español de los años 80, Sur-fin’ Bichos sacaron adelante uno de los cancioneros más turbadores y vis-cerales de su generación. Fueron los primeros en fichar por una multina-cional, pero se separaron cuando la escena indie empezaba a cobrar forma. La suya fue una apasionada y fulminante trayectoria cuyo culto tardío provocó, también, la primera gira de regreso del indie español.

Surfin’ Bichos en 1990. De pie, Fernando Alfaro y Carlos Cuevas. Sentados, Joaquín Pascual y José Mari Ponce con Ángela, la hija de Pascual, en su regazo. (Foto de Santiago Vico. Cedida por Fernando Alfaro.)
EL CULO DEL MUNDO DENTRO DEL CULO DEL MUNDO
FERNANDO ALFARO: Nací en 1963 en Albacete. Somos once hermanos. Yo era el tercero. Cuando era adolescente tenía ocho hermanos más pequeños en casa jugando y haciendo locuras. Salía a la calle para relajarme.
Mi padre era abogado y administraba una finca medianilla en Alcadozo. Mi madre empezó Derecho, pero cuando empezaron a tener hijos, lo dejó. Con la crisis de los 70, mi padre fue vendiendo la finca que en su día había heredado. Vendió la mitad de las tierras, que de por sí no eran muy productivas. Si haces una inversión muy fuerte en regadío, puede ser productivo, pero allí el cultivo habitual es el cereal, y eso no da dinero.
Alcadozo era como el culo del mundo dentro del culo del mundo, un sitio perdido en una provincia ya de por sí perdida como es Albacete. Teníamos una gran casa familiar en el pueblo donde pasé los veranos de mi niñez. En el pueblo nos decían «señoritos». Porque lo éramos; potencialmente. Todo el entorno familiar, mis primos y tíos, tenía mucha más pasta. Mi padre nunca tuvo una situación boyante.
Un día iba en bici y, pum, me dieron una pedrada. Eché a correr tras el chaval y me lié a hostias. El chaval era enorme y me dio bien. Me hice amigo suyo y luego de su hermano. Entre ellos rivalizaban por ver quién era más amigo mío y cuando se peleaban se liaban a pedradas.
Nuestra vida era así. Éramos como una banda. ¡Una banda armada! De la mitad del pueblo hacia abajo eran una banda y de la plaza hacia arriba éramos otra. Había lucha urbana con grapas. Las fabricábamos con alambre de empacar la paja. Las cortábamos con una piedra, las doblábamos y nos las tirábamos con tirachinas que fabricábamos con la madera de los almendros. ¡Se clavaban en las piernas! Esas guerras las hacíamos en los campos adyacentes porque si te veían en el pueblo salía una mujer y te daba de hostias.
En Alcadozo estaba también la gasolinera en la que trabajé los años de Surfin’ Bichos y Chucho. La gasolinera también era de mis padres.
JOAQUÍN PASCUAL: Nací en 1964 en Ayora, un pueblo de la provincia de Valencia. En la familia de mi padre todos son músicos. Mi padre dirigía la banda municipal de Ayora y daba clases de matemáticas en un colegio. Allí conoció a mi madre. Mi padre ha compaginado siempre su trabajo de maestro con la música. Como yo, que también soy maestro.
Mis padres eran maestros de primaria y estuve toda la infancia zumbando por pueblecitos de la provincia. Vivíamos en aldeítas donde solo había una escuela. A los cinco años nos instalamos en Pozuelo61. Nuestra infancia en el pueblo fue de descubrimiento constante. Buscábamos perros que acababan de parir, nos llenábamos de pulgas, mis colegas ahorcaban gatos, nos subíamos a las alpacas, nos tirábamos desde cinco metros…
Hasta los catorce años no viví en Albacete. Veníamos asalvajados y nos metimos en un piso. Los primeros años fueron terribles; allí nos sentíamos como encerrados en una cárcel. Nos pasábamos el día en la terraza tirando cubos de agua a la gente y haciendo todas las maldades que se nos ocurrían. Veníamos de una infancia primitiva, de un pueblo de trescientos habitantes y de un ambiente bastante Los santos inocentes. De la España profunda.
Pronto conocí a gente que iba a apedrearse con los gitanos a las barriadas de las afueras de la ciudad; gente de nuestra edad que empezaba a beber y a drogarse. Eran igual de burros o más que nosotros. El haber tenido una infancia más alocada, menos agarrada a los padres, nos hizo ser más atrevidos. Teníamos más distorsionado el umbral de lo que podíamos hacer. No recuerdo que mi padre me dijera nunca «no salgáis a la calle».
FERNANDO ALFARO: Cuando volvía de estar tres meses en el pueblo, a pedradas por el campo o metiéndole mano a las crías, no me acostumbraba a Albacete. Me alejé poco a poco de mis primos y de mi entorno pijo. Me iba a las afueras con amigos de mi mismo pelaje. Y el mismo rollo: a pedradas y puñetazos con los gitanillos. Era el pan nuestro de cada día.
El colegio de los escolapios en el que estudié no era solo de pijos. Había alumnos de pago y otros que estudiaban gratuitamente. De hecho, les llamábamos «los gratuitos» y nosotros, los pijos, les teníamos miedo. Nos tenían en patios diferentes, pero a partir de cierto momento los rectores decidieron juntarnos. Eso fue superimportante para mí porque desde entonces la mayoría de mis amigos fueron de «los gratuitos». Ahí se amplió mucho todo a nivel sociológico e ideológico. Los padres de los niños ya no eran solo de familia pija. De niño yo no entendía que alguien no votase a Alianza Popular. Todo mi entorno familiar y de amistades era de derechas.
JOAQUÍN PASCUAL: Empezamos a salir por Albacete, a ir a las bodegas a beber, y ahí conocí a otros chavales que tenían un local en el barrio de las Carretas. Entonces, la ciudad acababa ahí. Esos locales estaban en un descampado y los llevaba una mujer mayor. Los llamábamos «los locales de la vieja». La mujer tenía una casa y debajo había unas pequeñas cuadras para animales que había rehabilitado. Alrededor del patio había cinco o seis locales. En alguno vivía gente; familias de gitanos. Convivíamos con ellos.
En Albacete no había ni un solo bar. Estaba La Luna, pero tenía un ambiente muy hippie y no nos iba mucho. Los locales eran los sitios donde ibas a pasar la tarde, a tocar o a montar fiestas. En el nuestro había hasta una cama. Era un poco picadero. Todo muy cochino. Teníamos amigas que se quedaban a ver los ensayos. Venían a fumar y a beber.
En los locales de la vieja conocí a Carlos Cuevas62 y a Fernando.
FERNANDO ALFARO: En la época del punk estaba siempre peleándome. Tengo dos dientes implantados porque a los dieciséis años me los saltaron en una pelea. Bueno, aquello más que una pelea fue una paliza. Un amigo se puso a mear en un rincón y resulta que unos pijos —pijos yonquis de los primeros 80— habían dejado sus petardos allí. Eso decían ellos, pero igual era heroína.
JOAQUÍN PASCUAL: Fernando no era violento, pero siempre fue muy provocador, muy de dar la cara. Incluso ensayando tenía un carácter muy instigador. A la hora de tocar, nos decía qué actitud debíamos tener como grupo. No desafiante, pero sí valiente. Contagiaba una sensación de fuerza. Cuando salíamos con él había una intensidad constante.
Albacete es una ciudad aburrida, pero teníamos nuestros recursos. Ni siquiera teníamos la sensación de querer escapar. Nos divertimos muchísimo y sufrimos muy poco. Un poco enfadados sí estábamos, pero era porque todo era un aburrimiento. No hacíamos nada malo, pero teníamos punch de punkies. Teníamos ganas de sentir que estábamos haciendo algo. Si hacíamos una escapada a Almansa, queríamos tener algo que contar a la vuelta.
En Almansa había una discoteca, la Hollywood. Era grande como las de la Ruta del Bakalao. Se ponía hasta arriba de gente de toda la provincia. Se podía bailar en plan pogo. Ibas a hacer el animal. Había tribus: los punkies, los rockabillys… El que no llevaba tupé, llevaba crestas, chupa de cuero o patillas. Nosotros íbamos un poco de rockers. Allí vimos a La Polla Records, a Loquillo, a Los Rebeldes, a La Frontera… Nos poníamos hasta el culo, veíamos el concierto y, cuando se nos pasaba el pedo, nos veníamos. Íbamos todos con nuestras pintas, todos los de los locales: Toñito, Camilo, José Mari Ponce63, Carlos Cuevas, Jesús Villar, Miguel Guardia64, Fernando…
Había un ambiente de violencia malsana, pero molaba. Había conatos de pelea constantemente, por empujones o por lo que fuera. Sabíamos que habría lío y que había que ir juntos, en pandillaca. Eso generaba instintos de protección. Los Surfin’ siempre fuimos muy piña: íbamos juntos a todas partes. Esa sensación de grupo que es algo más que la música viene de ahí.
FERNANDO ALFARO: Éramos gente de buena familia, pero había un clima de violencia.
JOAQUÍN PASCUAL: Éramos de clase media. Mi padre era maestro y el de Fernando era abogado. Albacete es una ciudad muy de clase media y tampoco había grupos de gente ni muy pomposa ni muy desarraigada. No teníamos sensación de claustrofobia social o familiar. La religión era lo único que daba por culo. Mis padres fueron del Opus durante un tiempo, los de Fernando, también, y los de Carlos eran muy religiosos. Pero no era algo que nos aplastara. Y al final incluso pudo ser un aliciente.
FERNANDO ALFARO: Yo tuve una formación religiosa intensa. No solo estudié en un colegio de curas hasta los catorce años, sino que llegué a meterme en comunidades de base; de cristianismo social o rojo, para entendernos.
JOAQUÍN PASCUAL: En La Gineta, un pueblo cerca de Albacete, hicieron durante un par de años unos conciertos muy punkies. Allí vimos a Derribos Arias y a Ilegales. Tocaban en un garaje durante las fiestas porque la pandilla local había montado un concierto. No había más de veinticinco personas.
FERNANDO ALFARO: Yo tocaba la guitarra con el grupo punk de mi primo José Mari, Cortejo Fúnebre. Le dejé el ampli a Alejo Alberdi. A Poch le habían dado una paliza el día anterior en un concierto. En el camerino contó una película superextraña que le había pasado en un pueblo de Galicia. Se quitó la camisa y tenía el cuerpo lleno de tiritas y apósitos.
ALEJO ALBERDI: Derribos Arias tocábamos bastante en pueblos de los que no habías oído hablar nunca: Campo de Quintana, Castuera… Atraíamos bastante a freaks. Ahí veías la ilusión que tenía la gente por esas cosas.
JOAQUÍN PASCUAL: En los 80 nunca fuimos a Madrid a ver conciertos de grupos extranjeros. Ni siquiera giras mastodónticas de grupos tipo Rolling Stones. Y a Albacete no llegaban las giras internacionales. Solo los Immaculate Fools tocaron una vez en la discoteca Roxy. Igual por eso nunca nos planteamos cantar en inglés.