Kitabı oku: «Pequeño circo», sayfa 11

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ESA LUZ CEGADORA, ESE CALOR BLANCO

FERNANDO ALFARO: A la Velvet Underground la descubrí a través de un libro de letras de Lou Reed traducidas por Alberto Manzano. Había una pequeña biografía que mencionaba a la Velvet. Yo no había oído hablar de ellos. Leí sus letras antes de oír las canciones y luego busqué los discos. El primero que encontré fue el White Light/White Heat. ¡Me quedé de piedra! Era 1979. Lo escuchábamos fumando porros en el cuarto de mi amigo Alberto. Para nosotros era como psicodelia. Luego encontré el disco del plátano, que tenía canciones más limpias. Me sabía las letras prácticamente de memoria. La Velvet fue una influencia y un poso permanente en Surfin’ Bichos. Cuando Joaquín tenía que tocar el teclado en «El rey del pegamento» yo le decía que le diera un rollo órgano como en «Pale Blue Eyes».

JOAQUÍN PASCUAL: Yo venía de oír más rock sinfónico, de los primeros Pink Floyd. Tenía sintetizadores que Fernando luego no me dejó usar mucho; y lo entiendo. Cada cual tenía su visión de las cosas, pero encajaban. A mí me gustaba un sonido menos agresivo y sucio, más orquestal, pero me sentía bien tocando sus canciones. Me sentía cómodo y me reconocía a mí mismo tocando esas canciones, y poco a poco nos entendíamos más. Por eso no tuvimos que pensar en sonar como nadie. No estábamos obsesionados con sonar de una manera o de otra.

A la Velvet no la oí hasta que conocí a Fernando. Iba a su casa a escuchar discos de la Velvet y cosas más sucias. Nick Cave, Birthday Party, los Stooges… Eso para mí fue una hostia bien dada. Cuando oí el Tender Prey por primera vez, me quedé loco. Loco.

FERNANDO ALFARO: Durante mucho tiempo fue muy difícil escuchar algunos de los discos que comentaban en las revistas. El campo que abarcaba Radio 3 era limitado comparado con lo que salía en Ruta 66, Rockdelux o Popular 1. Para nuestra generación, Ruta 66 fue la más importante. Era como una religión. Entonces te dejabas llevar por las descripciones literarias que se hacía en artículos y críticas. Elucubré mucho sobre cómo sería la música de ciertos discos. Imaginar a partir de lo que leía supuso una influencia diferente. Y luego, cuando podía escuchar esos discos, a veces coincidía con lo que yo había imaginado, y otras, no. Me pasó con Sonic Youth, por ejemplo. Leí mucho sobre ellos antes de escucharlos bien. Se hacían descripciones tan prolijas… Muchas veces la literatura del rock es supercreativa.

JAIME GONZALO: La imaginación y el misterio, dos factores irremisiblemente perdidos. No diré ni para bien ni para mal. ¿Qué ha sido de gente como Alfaro, que tiene cacumen, que hace su interpretación musical a partir de supuestos figurados?

FERNANDO ALFARO: Fui a estudiar COU a Valencia. Hasta ese momento sacaba sobresalientes, pero ese año me desmelené y suspendí una. Convencí a mis padres para que me dejaran ir a estudiar un segundo año a Valencia solo con esa asignatura y la suspendí de nuevo. Me la saqué en septiembre.

En Albacete tenía pulsiones salvajes, pero hasta entonces era un buen chico. Pero la llegada a Valencia coincidió con el punk, y los colegas con los que me hice punkie eran tíos de barrio que se metían heroína y daban palos. Cuando llegas a una ciudad nueva, vas saltando de un círculo a otro hasta que encuentras tu sitio. Y mi sitio fue acabar vendiendo hachís para comprar heroína, más o menos. Eso fue en el 81-82.

Mis colegas eran muy buena gente. Algunos inspiraron los personajes de «Vive el peligro». Esa canción tenía el rollo del «Walk on the Wild Side». A uno le llamaban El Chino. No sé qué habrá sido de él, pero no vivía en un circo. Baby era otra tía. No son descripciones literales de nadie, aunque se inspiran en gente que conocí a través del submundo de la heroína. También éramos amigos de las putas que trabajaban en el parterre, en el centro de Valencia, porque les conseguíamos droga. Alguno era más ilustrado musicalmente. Otros eran más barriobajeros con cresta. Por esa peña entré más en grupos como PiL. Fueron años de aprendizaje total. Vital, más que musical; pero todo estaba relacionado.

De alguna forma, si fui a dar con la gente con la que empecé a consumir heroína, fue porque buscaba algo así. Es difícil saber qué cosa dio lugar a cuál, pero en esos momentos de búsqueda juvenil yo tenía el poso del «Heroin» de la Velvet. Esa canción explicaba las sensaciones que te transmite esa droga, y 1980 es justo cuando la heroína llegó a España a saco. Sobre todo, en las grandes ciudades. Y yo estaba en Valencia.

Tendría dieciocho años cuando la probé. Es una droga que tiene un componente mitológico desde el momento en que la pruebas. El primer consumo provoca unas sensaciones físicas muy diferentes a todo lo que hayas experimentado, unas sensaciones descritas por la medicina: bienestar físico, ausencia de dolor, ausencia de preocupaciones… Ese primer consumo se convierte en un mito. Te lo dirá cualquiera que esté metido en el campo de la desintoxicación. Ese primer consumo lo sigues buscando toda la puta vida.

Con mi amigo Ricardo, el de la canción «Ricardo ardiendo» de Chucho, cometimos delitos. Alguno me provocó mucho conflicto interno. Nunca eran delitos directos, pero teníamos conocidos que sí los cometían: ir a robar a gente, pegar a un borracho… Lo de niño eran peleas de chavales, pero esto ya eran palabras mayores. Cuando empezamos a robar en casas, lo hice un par de veces y ya. La invasión de la intimidad era muy bestia para mí; más que el hecho de robarles. En «Oración del desierto»65 se habla de eso. Esa canción es verdad, salvo toda la elucubración religiosa. Dos conocidos se metieron en una casa para robar y conseguir heroína. Uno de ellos huyó cuando oyó que entraba alguien. El otro se quedó, cogió un cuchillo y mató a la mujer que le descubrió, que además era de su barrio. Por eso la canción dice, «Y el cuchillo de cocina sobre la mesa / Fue una ecuación cerebral / Décimas de segundo». La mató y lo condenaron a veinte años. Salió al cabo de quince.

Cuando salió de la cárcel, volví a coincidir con él. Albacete casi había duplicado su tamaño y el tío no conocía los barrios. Iba como un perro que se ha perdido y se te pega. Haciendo viajes en coche para ir a pillar descubrí que era superreligioso. Cada vez que pasábamos por una cárcel se persignaba. Descubrí que en la cárcel había estado escuchando a los Surfin’ Bichos y que, por cierto, nos escuchaban bastante en la cárcel de Villena. Nunca le dije que esa canción era por él.


FERNANDO ALFARO: Empecé a componer en serio en 1984, pero los años clave fueron el 86 y 87. Tenía veintitrés años y aún no tenía grupo. Hacía canciones, pero siempre fui tímido. Montar un grupo era como una ilusión, algo lejano que me parecía irrealizable. Monté Surfin’ Bichos a principios del 88. Tenía la paranoia de que con veinticuatro era demasiado viejo para empezar un grupo. Por eso tenía cierta urgencia. Luego vi que Joe Strummer había empezado en los Clash con veinticuatro y que Lou Reed también tenía veinticuatro cuando empezó con la Velvet. No eran sus primeros grupos, pero sus grupos importantes los habían empezado a esa edad, y eso me tranquilizó.

Tenía en la memoria muchos pasajes de la Biblia. Todo eso había creado un cúmulo. La Biblia siempre me ha atraído, incluso de forma literaria. La Biblia está llena de barbaridades, y la historia del pop y el rock se apoya en ella de forma casi filosófica: desde Hank Williams hasta el blues o el góspel. Y luego Nick Cave, Leonard Cohen…

Como mi apuesta a la hora de hacer canciones era bastante vehemente y radical, un gran componente de lo que yo hacía tendía a ese extremo, a la parte más alucinatoria de la Biblia: a Jesús correteando sin rumbo sobre las aguas… No lo hacía para provocar, porque a los primeros que hubiera provocado hubiera sido a mis padres y yo no quería molestarlos.

Cada vez que acababa una letra tenía un rito: coger la máquina de escribir Olivetti con forma de maletín que tenía mi padre y pasar la letra a una cuartilla. Cuando acabé «El ángel inseminador»66, me la pilló mi madre un día que me llamó para comer. Ella era la que iba a comisaría cuando me pillaba la policía haciendo el bestia y esnifando pegamento en el parque. Nunca me decía nada, pero solo con la mirada…

Yo llegaba al local con una libreta llena de canciones. Les tocaba una para que vieran cómo era, la tocábamos todo el grupo y, antes de encontrarle un principio y un final, ya pasaba a otra. Ellos ya habían estado en grupos antes, pero yo solo había colaborado ocasionalmente con alguno y no sabía lo que era un ensayo serio. Ellos querían buscar un final a las canciones, y yo pasaba. Antes de que se la aprendieran, les decía, «venga, vamos a tocar otra». Cada día tocábamos quince canciones.

Grabamos tres maquetas en un año y cinco discos en cinco años. Y aún me sobraron canciones que luego grabé con Chucho.

JOAQUÍN PASCUAL: No teníamos intención de tocar fuera de Albacete. Queríamos grabar las canciones y tener la sensación de hacer algo, aunque al principio no hacíamos ni conciertos. Habíamos evolucionado de pasar la tarde tirados, fumando petas y bebiendo litronas a quedar para ensayar.


Los Trollstones, grupo paralelo a Surfin’ Bichos en el que cantaba Camilo Fuentes (primero por la izquierda). A su lado, Joaquín Pascual. A la derecha, con bigote, Fernando Alfaro. (Cedida por Camilo Fuentes.)

EL FICHAJE MÁS BRILLANTE DE LA FÁBRICA MAGNÉTICA

FERNANDO ALFARO: El primer nombre que tuvo el grupo fue Los Bichos. Era como decir: no somos Mecano. En junio hacían el concurso de maquetas de Albacete y por los exámenes dejé de ensayar. Ellos montaron un grupo con la misma gente y otro cantante, Camilo [Fuentes]. Se llamaban los Trollstones. Me sentó fatal y dije, «pues me monto yo uno solo con guitarra acústica». Pensé en llamarlo Surfin’ Jesus, por lo de Jesús caminando sobre las aguas. Era un nombre inspirado en bluesmen como Howlin’ Wolf. Luego nos reconciliamos y mezclamos los dos nombres: «Surfin’» y «Bichos».

IÑIGO PASTOR: Los Bichos ya existían cuando salieron Surfin’ Bichos. No digo que se pusieran el nombre por ellos, pero fue una mala casualidad, una coincidencia un poco extraña. Fue una putada para Los Bichos. Josetxo siempre decía, «¡ya se podían haber puesto Surfin’ Ranas!».

FERNANDO ALFARO: La música española se había aburguesado. Loquillo ya no era el de El ritmo del garaje, La Frontera me dejaban un poco frío, los discos de Gabinete Caligari ya los producía Jesús N. Gómez. Veía que yo lo podía hacer mejor. O, por lo menos, que lo mío era algo que nadie decía. Sabía que era diferente, más excitante, más fresco y mejor. De eso estaba totalmente convencido.

JOAQUÍN PASCUAL: El concurso de Albacete, en San Juan, era el momento del año en que todos los grupos presentábamos nuestra maqueta y podíamos tocar. Se hacían varias semifinales durante tres o cuatro días. Los había de punk, de heavy, de pop, medio mods… Tocabas en unas condiciones que no se volvían a repetir en todo el año ni de coña. Montaban un escenario de puta padre, con el equipo volado y alquilado en Madrid. El premio te permitía grabar un disco y encima te pagaban. El grupo que ganaba el concurso podía ir con la cabeza bien alta el resto del año.

Los Surfin’ se presentaron y no quedaron ni finalistas. Entonces ganaban los grupos que imitaban a Golpes Bajos o los de heavy eléctrico.

FERNANDO ALFARO: En Albacete había buenos grupos. Algunos eran técnicamente superiores a nosotros, pero les faltaba ambición. Había una especie de fatalismo, de descreimiento. El único que tenía algo de ambición era Franky Franky67. Aquello era un erial, el desierto de las posibilidades, y por eso tuvimos que ser tan vehementes en las formas. Eso incentivó nuestra ambición. Si sales de Burlada o Albacete es porque tienes algo que decir.

JOAQUÍN PASCUAL: La Junta organizaba todos los veranos una tournée de grupos de Castilla-La Mancha por pueblos de la comunidad. Tocamos en Tarazona de la Mancha, en Villarrobledo… En Almansa tocamos en un cine y en otros pueblos lo hicimos encima del remolque de un tractor. Llegabas a la plaza, había mogollón de sillas, y se sentaban los abuelos y los niños, que a la segunda canción se iban en cuanto Fernando empezaba a vociferar. Alguna gente se iba indignada. Nosotros íbamos con nuestras pintas y la gente se reía un poco de nosotros, pero nos daba igual. Nos sentíamos raros, pero de una manera orgullosa. Además, en cada pueblo había algún abollao que escuchaba a los Desechables y llevaba una chapa del grupo o un logo de esos que se cosían en las chupas vaqueras.

Las giras por la provincia no estaban mal pagadas. Tocabas con cachés muy dignos. Ya los quisiéramos pillar hoy. Un año tocamos en la feria de Albacete, en septiembre, y nos pagaron medio millón de pesetas. Y, además, en negro. Fuimos Fernando y yo a cobrar. Nos pagó el mánager en billetes, uno encima de otro, en el maletero de un coche.

FERNANDO ALFARO: En el concurso de Albacete pasaron de nosotros, pero no nos vinimos abajo, sino que mandamos la misma maqueta al Villa de Madrid. Lo hicimos subrepticiamente, por no decir fraudulentamente. No éramos de Madrid y no podíamos concursar, pero pusimos la dirección de Pipiyo68, el saxofonista, que tocaba en la versión primigenia de «Gente abollada». Él vivía a caballo entre Madrid y Albacete. Y nos seleccionaron.

El concierto fue en la sala Rock Club. Jesús Ordovás nos conocía porque le habíamos enviado la maqueta, pero al competir en la categoría rock nos presentó Carlos Pina, que tenía un programa casposillo de rock urbano. Justo antes de salir a tocar vino a preguntar por nuestras influencias. Convinimos en decirle que éramos entre Sonic Youth y Jan & Dean. Nos miró con cara de «no conozco a ninguno de los dos». Concursaban muchos grupos heavies, pero ganaron Montana, que hacían rockabilly y doo wop. Los segundos, Tokio, eran en plan Europe. Quedamos terceros.

Radio Nacional nos grabó dos canciones y Jesús Ordovás las empezó a programar. Ordovás nos apoyó muchísimo poniendo las maquetas, sobre todo la Primera cebolla sónica. Él fue quien nos sacó del anonimato y quien propició el contrato con La Fábrica Magnética. Por eso lo pusimos en los agradecimientos del primer disco, La luz en tus entrañas.

SERVANDO CARBALLAR: Yo había escuchado «Gente abollada» en el programa de Jesús Ordovás y me había llamado mucho la atención. Desde Alphaville, que para mí es uno de los grupos con las letras más interesantes de los años 80, no había oído una letra así. Era algo muy serio.

Lo habitual en España era hacer las letras lo último. En DRO, Gabinete Caligari nos presentaban las maquetas de preproducción con las letras cantadas fonéticamente y las escribían en el estudio mientras estaban grabando. Curiosamente, eran bastante buenas, porque tenían talento, pero esa capacidad no la tenía todo el mundo. Otros grupos hacían las letras antes, y luego la adaptación fonética a la música no estaba bien resuelta porque la fusión de música y letra no es tan fácil. Pero en el caso de Surfin’ Bichos era perfecta. Fue el fichaje más brillante de La Fábrica Magnética.

FERNANDO ALFARO: Yo sabía quiénes eran Aviador Dro y quiénes eran Los Iniciados, que salían disfrazados como los Residents, pero todo el mundo sabía que uno de ellos era Servando. Los dos grupos me gustaban un montón. Y La Fábrica Magnética era el sello donde había que estar. Habían fichado a Franky Franky, y en ese sentido seguí sus pasos porque tenían las cosas claras y sabían moverse.

SERVANDO CARBALLAR: A los grupos que fichaba en La Fabrica Magnética les planteaba editar dos o tres EP en el subsello Rabia y, si la cosa iba bien, prolongar el contrato y hacer LP. Si el primero solo vendía mil quinientas copias, se seguía trabajando porque quizá el segundo vendería ocho mil. Diez o veinte mil copias es todo lo que puede soportar la estructura de una compañía pequeña sin crecer, así que a partir de esa cifra desencadenábamos una parte del contrato para tener el apoyo logístico de una multinacional y que el grupo pudiese vender doscientas mil copias manteniendo un vínculo artístico con La Fábrica Magnética.

Convencí de todo esto a José María Cámara, el jefe de BMG-Ariola. Habíamos tenido muchas conversaciones interesantes sobre el famoso tema del enfrentamiento entre multinacionales e independientes y teníamos la sensación de que, en un momento dado, podíamos trabajar juntos de tal forma que la compañía independiente funcionara como una cantera para la grande.

FERNANDO ALFARO: Hicimos un primer EP en Rabia Records. Íbamos a hacer dos más, pero como teníamos canciones de sobra saltamos directamente al álbum.


JOAQUÍN PASCUAL: En esa época hacíamos bastantes televisiones. En programas de cotilleos en los que podía estar Jimmy Jiménez Arnau hablando de la Pantoja, nosotros salíamos a tocar «Crisis» y nos quedábamos tan frescos. Molaba salir en Televisión Española porque te veían tus padres.

SERVANDO CARBALLAR: Lo de presentar a Surfin’ Bichos al concurso de El salero fue cosa mía. Era para dar a conocer un poco al grupo.

FERNANDO ALFARO: Íbamos a hacer una tele más. Lo normal era hacer play-back, pero ese programa era en directo y nos pareció guay ir. Cuando llegamos, los amplis eran una mierda. Había un público de figurantes bordes que nos decían cosas chungas y nosotros les insultábamos a ellos. Entre el público y lo de los amplis, yo estaba rebotao. Vimos que a la gente le habían dado un bocata y una cerveza y dijimos que nosotros también queríamos el bocata y la cerveza. ¡O por lo menos la cerveza! Y nos dijeron, «lo siento, pero los grupos que entran en el concurso no tienen derecho a bocata». Así nos enteramos de que estábamos participando en un concurso.

JOAQUÍN PASCUAL: El salero era el mismo programa que Gente joven. Le habían cambiado el nombre. Había visto Gente joven de niño, pero El salero lo hacían el sábado por la mañana y a esa hora yo estaba durmiendo.

FERNANDO ALFARO: Servando no nos había dicho lo del concurso porque intuía que le hubiéramos dicho que no. Nos plantamos y dijimos que no salíamos. Vino Manolo Rock69 a ejercer la diplomacia y dijo, «chavales, lo siento, pero, si no salís, os van a vetar en Televisión Española de por vida; a vosotros y a nosotros». Entonces aquel era el único canal de promoción.

JOAQUÍN PASCUAL: Ya habíamos empezado a girar y nos sentíamos un grupo. Ir a ganar Gente joven era un poco ridículo. Uno de los coordinadores del programa, que era José Manuel Parada70, nos dijo que Ordovás estaba en el jurado. También nos hablaron del premio: ¡cinco millones! Hicimos de tripas corazón y tocamos, aunque nos daba un poco de cosica.

FERNANDO ALFARO: A ese programa iba una abuela a cantar una jota y una niña cantaba una sevillana. Tocamos con una mala leche que te cagas. Por eso se nos ve refunfuñando en la grabación. Tocamos para quitárnoslo de encima.

SANTI CARRILLO: Según el «Informe Integrado» que cada año me envía la Tesorería General de la Seguridad Social para recordarme mi historia de vida laboral, el programa se grabó el 12 de junio de 1990. Me dieron de alta por un solo día para hacer de jurado. Se emitió un domingo por la mañana.

Era un concurso muy kitsch con diversos jurados para diversos premios que se resolvían en paralelo. Ahora lo recuerdo como algo inaudito. En una plataforma así, que ganase Surfin’ Bichos fue un pequeño triunfo de la resistencia que supongo que, en aquel contexto, encarnábamos Ordovás y yo, quienes rápidamente nos pusimos de acuerdo.

JESÚS ORDOVÁS: Surfin’ Bichos tenían una forma de hacer canciones como Bob Dylan mezclado con los sonidos de Sonic Youth. Me parecía una mezcla perfecta. Carmina Burana, un grupo desconocido de Valencia, era lo más parecido que había oído. También veía similitudes con la primera época de Corcobado. Y con Los Enemigos.

FERNANDO ALFARO: Corcobado era de mi generación, aunque fue más precoz. Era de los que seguíamos con atención, y de alguna manera fue una influencia. Lo descubrí por Mar Otra Vez. Me identificaba mucho con él. Me atraía ese universo lírico y de sensaciones, y también a nivel musical, sobre todo en la época de Demonios Tus Ojos. Era rock, blues enfermizo, loco, muy oscuro. Yo era fan de Nick Cave, y a él se le consideraba el Nick Cave español, una etiqueta un poco reduccionista. Lo mío era diferente, pero me sentía como un primo-hermano desconocido suyo.

Otro grupo que sentíamos cercano emocionalmente era Los Enemigos. Josele Santiago es dos o tres años más joven, pero también empezó antes. Me identificaba con algunas de sus letras y con la vertiente más pop de, por ejemplo, «Desde el jergón». Tenía una vena literaria que destacaba sobre el rock malasañero de su época. En cierto modo, los veo protoindies.

JUAN CERVERA: Cuando oí a Surfin’ Bichos en el concurso, pensé, «¿esto qué es?». No los podía encasillar en los grupos de la Movida, pero tampoco sabía dónde meterlos. Me impactaron, sobre todo porque lograron desubicarme.

FERNANDO ALFARO: Después de esa actuación, fuimos a tocar a Galicia. Habíamos sido elegidos «grupo revelación» en el Diario pop y en los carteles de la gira ponía en gallego, «SURFIN’ BICHOS, GRUPO REVELACIÓN NO DIARIO POP». Una de las bromas recurrentes en la furgoneta era, «grupo revelación NO, salero de mierda SÍ», porque, si ganabas el concurso, te daban un salero de oro y nosotros pensábamos que, como no les habríamos gustado, nos darían el salero de mierda.

A los dos días nos llamaron para decirnos que habíamos ganado. Pensamos que era una broma. Fuimos a recoger el premio y a tocar otra vez la canción. Esta vez ya me llevé mi ampli e hicimos una interpretación de «Gente abollada» con otro talante. Nos dieron el cheque de los cinco millones allí mismo.

JOAQUÍN PASCUAL: Gastamos un montón de dinero en instrumentos porque los que teníamos eran muy malos. Carlos se compró su batería, Fernando su Les Paul, yo mi guitarra… ¡Todo! Eso nos dio un impulso bestial. Hasta entonces teníamos un backline horrible.

FERNANDO ALFARO: También compramos un ocho pistas para grabar maquetas que utilizamos en los tres siguientes discos. Después de repartir y comprar material, nos gastamos un montón en fiestas. Nos fundimos un montón de pasta. Era, «¡hala, soy rico!… pero vivo en casa de mis padres». Joaquín era el único que se había independizado, porque ya tenía una niña. La hija de Joaquín nació cuando estábamos grabando La luz en tus entrañas.

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