Kitabı oku: «Pequeño circo», sayfa 14

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Independence e Hipnosis vendieron muy poco. Yo no podía venderlo en El Corte Inglés y ese era un obstáculo abismal. En una compañía más estable hubiese vendido muchísimo más. Lagartija Nick habían conseguido cierto impacto en la escena independiente, pero los medios no sabían cómo tratarlo. No era 091, era otra cosa.

Volví a sentir la misma impotencia que con Sex Museum. No tenía dinero. El grupo había llegado hasta donde yo podía situarles. Me reuní con ellos en Granada y allí acordamos dejar de colaborar tanto Javier como yo. Tenía totalmente asumido mi naturaleza independiente y les anticipé que no pondría ninguna traba a Sony Music.

CAMBIAR A SONY DESDE DENTRO

ANTONIO ARIAS: Había el eco de los Nirvana, y Sony quería probar y meter pasta en algo así. Y por el mismo hecho de entrar en una multinacional, tú querías demostrar lo valiente que eras y te posicionabas ante la compañía haciendo discos que para ti fueran inolvidables y para ellos… casi que también. Los de la compañía se echaban las manos a la cabeza: que si esto tiene mucha letra, que si esto tiene poca letra, que si esto no va a llegar a la gente… En el fondo, no tenían la intención de pararlo y nosotros entramos con decisión porque sabíamos que nadie nos podía imponer nada.

Antes había esa permisividad. Nosotros no teníamos obligación de mostrar maquetas para que eligieran el repertorio. Luego las compañías ya no fueron tan permisivas y los grupos que entraban me decían, «me han elegido diez canciones y me han pedido otras veinte». Los grupos son más dóciles porque cuanto más tiempo se queden en el mismo sitio, mejor les va.

Nosotros, si acaso, mostrábamos las canciones para que el productor guiri se hiciera una idea. Buscamos primero a Steve Brown porque había hecho el Generation Terrorists de los Manic Street Preachers. Steve Brown no podía, pero dijo que él había currado ese disco con Owen Davies. Owen había estado con XTC, los Jam… Era hijo de italiano y tenía mucho arte.

ERIC JIMÉNEZ: Nos dieron las dietas de todo el mes para la grabación del Inercia y al día siguiente ya no teníamos nada. Estábamos con Owen Davies y nos animábamos en la piscinita del hotel con los cócteles y las cervezas. Owen tenía un poder adquisitivo superior al nuestro. Él pedía Moët Chandon y lo pagaba, pero de vez en cuando te calentabas y decías, «¡venga, pago yo la botella de Moët Chandon!». Al día siguiente, te levantabas con una resaca de puta madre, sin dinero para desayunar y decías, «¡qué he hecho!».

ANTONIO ARIAS: Al Eric no lo dejaban salir del hotel. Habíamos dejado una cuenta de doscientas mil pesetas. No sé cómo conseguimos salir, fuimos a Sony y el Eric se tumbó encima de la mesa de la sala de juntas y les dijo, «si no pagáis la cuenta de la habitación, me quedo a vivir aquí».

ERIC JIMÉNEZ: Les dije que me habían robado en el zoo. Me encerré en la sala de juntas y me dijeron que muy bien, pero que lo arreglase mi mánager. Llamó Lalo y me dijo que nos daba él el dinero, pero era una artimaña para que saliera de ahí. Y una vez ya fuera, alguien nos dio el dinero. No sé quién sería.

Estábamos en el Tryp Monte Real. Antonio y yo compartíamos habitación, y todas las mañanas, cuando él estaba grabando voces, yo me iba a comprar mortadela y pan y, cuando él llegaba, le decía, «cariiiiiñoooo, ya he preparado la comida».

ANTONIO ARIAS: Lo grabamos en quince días, pero te tirabas cuatro meses como una estrella del rock. Fue una experiencia muy interesante: te enseña que puedes hacer un disco en una semana, en cinco meses y en cinco años. En discos que tienes tan ensayados no es necesario tanto, pero te lo pasas bien.

ERIC JIMÉNEZ: En Sony no entendían el producto ni sabían enfocarlo. Yo no lo hubiera presentado a Los 40. Pero Sony lo presentaba y luego se cabreaban porque no nos querían. Eso iba por colores y nunca fuimos «disco rojo»82. El negro era el color que más nos gustaba y el que menos les gustaba a ellos.

ANTONIO ARIAS: Repasando entrevistas de esa época, solo se nos oye reivindicar la idea de cambiar el sistema desde dentro. Me da vergüenza. Era mejor oír los discos que nuestras declaraciones. Estábamos en ese momento de soberbia y chulería. Decíamos, «a estos de Sony los vamos a hacer indies» y tonterías de esas… A los de Sony esas declaraciones absurdas no les molestaban. Decían, «bah, métete conmigo, a mí me da igual».

A la vista está que nadie se había vendido, pero estar en Sony se convertía en algo que había que justificar demasiado. Era la época en que Elefant cogió ese marchamo [indie] y parecía que lo otro no lo tenía. Nosotros esperábamos que fichar por Sony fuese un valor añadido, no algo que jugara en nuestra contra, y esa fue la sorpresa. Al final, las entrevistas se convertían en un «pa chulo, mi pirulo». Sacaban lo peor de ti. Cuando empiezas a moverte a la defensiva, te pones más nervioso y se ven más tus defectos que tus virtudes.

ERIC JIMÉNEZ: Al fichar por Sony cambiaron las facilidades, pero no el estilo de vida. Estás en un estudio de puta madre, con un productor de puta madre, tienes una oficina en Madrid… Empiezas a tener comodidades que no tenías: un backliner te monta la batería, hay camerinos, celo con las púas al lado del micro, cátering… Estás en una edad en la que todo te impresiona y dices, «joder, parece que soy un artista», pero la historia es la misma porque un grupo, hasta que no pasa de las diez o quince mil copias, no ve un duro.

ANTONIO ARIAS: En la multinacional sabías los discos que vendías por los vídeos que hacías. Si vendías diez mil, hacías un vídeo y si llegabas a quince mil, hacías otro. Si no hacías el segundo, es que no habías llegado a quince mil. De Inercia hicimos un videoclip y del Su, otro.

ERIC JIMÉNEZ: Cobrabas royalties, sí, pero eso daba para pagar el alquiler un mes al año. Al final, todo el dinero que entraba servía para pagarte una gira y que te pudiera ver la gente. Y el escalón para pagar los gastos de aquella gira era meter cien o ciento cincuenta personas en un concierto, aunque con eso solo pagabas gastos porque nosotros íbamos al mismo nivel que un grupo que se lo podía costear. Preferíamos invertir en el espectáculo para salir a tocar lo más relajados posible, en vez de ir a una pensión chunga y no llevar técnico de sonido.

De ese modo, a quien estabas alimentando es a toda la gente que trabaja en los directos. El chaval que te alquila la furgoneta te la cobra igual que si el grupo estuviese vendiendo a lo grande. Un técnico de sonido a lo mejor no nos cobraba igual que a Alaska, pero casi. Y en los hoteles estás pagando lo mismo por habitación que un artista de puta madre. Estás trabajando para todo el mundo y apostando por que, si esto funciona algún día, puedas llegar a ganar. A partir de esas ciento cincuenta personas, el dinero es limpio para ti y, si metes quinientas, cojonudo. Pero cuando pasas a ese otro nivel, surgen más gastos porque entonces quieres llevar un buen montaje de luces… Y así, hasta el infinito.

ANTONIO ARIAS: Todo estaba hecho para funcionar a lo grande. Como habíamos alquilado tantas guitarras para grabar el Inercia, para el siguiente disco dijimos, «esta vez, en vez de alquilarlas, compradnos guitarras». Y nos compraron cuatro. El primer coche que tuve, un Ford Fiesta plateado, me lo compraron los de Sony. Era más barato que alquilar uno tres o cuatro meses.


ANTONIO ARIAS: En el País Vasco se nos cortó el rollo en cuanto fichamos por Sony. Tuvimos que suspender la gira. Eran las primeras presentaciones del Inercia. Un colega de Granada que vivía en Bilbao y tenía un garito, El Pirata, me dijo, «si volvéis es bajo vuestra responsabilidad». Yo le decía, «¡pero, tío, que es Sony, es CBS, el sello de los Clash!». Era una incongruencia. Justo en la escena en la que querías estar, eso era visto como un paso atrás. Nos dolió mucho porque nos habíamos formado allí, pero no hubo manera de entenderse: todo era muy ambiguo, nadie decía nada…

Lo mismo también influyó el cambio de management. Javier era del País Vasco y la gente de allí sentiría que el primer paso atrás lo dimos nosotros al alejarnos del ambiente de Munster. Luego la reconciliación se produjo en las fiestas de Bilbao, tocando con El Inquilino Comunista. Fue una manera de volver suavemente, pero tuvimos que pasar un par de años sin ir por allí.

ERIC JIMÉNEZ: Si Lagartija no llegó a funcionar fue porque éramos un grupo trallero con letras intelectuales. Al chaval al que le gustaba la tralla estaba acostumbrado a letras muy callejeras: «policía», «mierda», «muerte» y «gora ETA». Y al escuchar lo nuestro, no entendía nada y no se identificaba. Y a la gente que conectaba con nuestras letras, le jodía mucho la música tan fuerte y le parecía un estruendo. Estábamos en tierra de nadie.

ANTONIO ARIAS: A veces teníamos más sentimiento de culpabilidad que de autenticidad literaria. Lo veíamos como un defecto dentro de la banda. «¡No estamos triunfando con este disco porque las letras son muy raras!»

Recuerdo una conversación en la furgoneta a causa de la canción «Esa extraña inercia (Anfetamina)». Los del grupo decían, «tío, con lo chula que es y te la has cargado». Decían que era culpa mía por haber hablado de drogas, cuando al año y pico todo el mundo hablaba de drogas. No se trataba de hablar de la anfetamina, sino de incorporar palabras a tu propia iconografía. No quería aislarme del mundo, sino hablar de lo que pasaba. Hablaba de Coca-Cola, Sony, Technics, Dual… «¿Es que nadie lo ve?», pensaba yo.

Cancer Moon, Surfin’ Bichos, Corcobado, Los Bichos… Estos grupos hablaban de experiencias propias, lisérgicas. Era una forma de empatizar con esa cierta decepción y cansancio que era el continuo enfrentamiento con la realidad. Las letras te pueden ayudar a no caer en ti mismo, a salirte de ti mismo, pero mi experiencia es que esa manera de expresar tu música tan desde el interior acaba haciéndote más daño que otra cosa.

Aprendes más con la observación de lo que hay fuera que observándote a ti mismo, porque no llegas a conocerte nunca. Y cuando cambiamos las letras de Su y fuimos hacia la oscuridad, el paso siguiente ya fue Omega, la tragedia cósmica. Y eso ya cambió mi manera de escribir para siempre. Me llevó hacia el espacio, a un punto de evasión cada vez más lejano.

Siempre ha habido una pretensión pseudocultural en Lagartija; de entrar en el mundo de la cultura, más que en el mundo del rock. Y, por supuesto, en ese momento coges un papel en el que eres muy pedante para los tuyos y muy tonto para los que saben. Esa franja sería la nuestra.

LECCIONES FLAMENCAS PARA EL INDIE

ERIC JIMÉNEZ: Conocí a Morente en el chalé de Paco Ramírez, el mánager de 091. Estaba en la piscina. Había un foniatra y estaba haciendo ruidos raros con la garganta. Cuando ya hicimos grandes migas fue cuando me lo encontré en un bar, El Local, y empecé a hacer percusiones con botellas y cristales y acabe rompiendo todo lo que había en la barra. Le gustó mucho.

Luego ya conoció a Antonio y dijimos de hacer una canción juntos para el Su, pero le gustó tanto la experiencia que dijo, «¿y por qué no hacemos un disco entero?». Y de ahí surge el Omega.

ANTONIO ARIAS: Enrique iba a colaborar en «La curva de las cosas»83, pero durante el 95, sabiendo que teníamos tiempo y queríamos hacer algo, empezamos a trabajar. Cuando presentamos Su en Granada, ya lo anunciamos como un concierto de Lagartija Nick con la colaboración especial de Enrique Morente. El bis fue [la canción] «Omega». Fue el 15 de diciembre del 95.

Con Su todavía tuvimos bastante presupuesto, pero al presentar la maqueta de Omega, ya vi que el rollo había cambiado. Habíamos reservado estudio para hacer un maxi al cabo de dos semanas, pero en Sony habían cambiado el A&R y me dijeron, «ahora has de hablar con este». Había entrado José Luis de Carlos, que había producido dos discos de Enrique. Yo dije, «de puta madre». Subimos a Madrid Eric y yo con nuestro abogado. Fue una reunión de crisis. Tan crítica que nadie se esperaba que fuese así. Llegados al minuto cuatro de la canción, nos dijo, «a la calle».

El cisma con el Omega fue tan grande… Oír una canción y que te enseñen la puerta de la calle no es normal en una compañía de discos, pero José Luis de Carlos ya venía caliente y tenía a Enrique enfilao. Yo no sabía lo que había pasado entre él y Enrique, pero cuando has trabajado con Enrique, tal como él trabajaba con las compañías, de esa manera tan caótica…

Cuando bajé a Granada a contárselo a Enrique, se partía de risa. «¿Qué te ha dicho?», me preguntaba. Y yo, «creo que me han echado». Ese golpe fue determinante. Fue un cambio muy gráfico que nos permitió entender cómo funcionan las multinacionales: «Aquí no mandas tú, aquí mando yo y, como mando yo, esto no lo vas a hacer». Te dejan flotar mientras les hagas gracia. Primero sientes el estupor. Te preguntas, «¿pero a vosotros que más os da si estáis forrados?». ¡Íbamos a grabar solo cuatro canciones!

ERIC JIMÉNEZ: Antonio estuvo prácticamente suplicándole. Confiábamos en que ese experimento podía salir de puta madre. Nos llamaba la atención que Sonic Youth estuviera con los Master Musicians of Jajouka y queríamos hacer algo así con Enrique. Pero no lo entendían. No había manera.

ANTONIO ARIAS: Era incomprensible. Llegó a tal punto la situación que, para poder salir en el disco, Sony nos quitó el 6% de royalties que nos hubieran correspondido. Esa fue su venganza. Incluso lloré al de la compañía porque llegó un momento en el que se posicionaron contractualmente y estuvimos a punto hasta de quedarnos fuera del disco.

Era llorar de frustración… «¿No nos queríais tanto?» Es la frustración más grande que he vivido. Por eso digo que trabajar con Enrique cambió mi manera de ver la música y el negocio. En la música es evidente por qué, pero en el negocio, si no llego a estar al lado de una persona tan potente, hubiera muerto de depresión. Lo sentí como si te roban a un niño chico.

A ellos cuando mejor les va es cuando lanzan a los perros. Lo que mejor tienen preparado es el gabinete de abogados. Como la SGAE. Pero al final de ahí también se aprende cómo había empezado la década y cómo se iba. Absolutamente como un terremoto. Un final muy sísmico.

Ahí aprendimos que has de saber cuándo termina tu relación con una compañía. Enrique trabajaba con unos, con otros, puteaba a este, al otro… El decía, «¡pues tendremos que sacarlo en otro sitio!». Y ahí es cuando varió el concepto del disco. Al principio era un proyecto más del grupo. Enrique lo convirtió en un disco más global, con mucha más gente. Y es mejor, porque le dio un aspecto más ecléctico y avanzado.

JUAN HERMIDA: Tengo las demos de Omega y eso era un disco de Lagartija Nick en el que colaboraba Morente. El resto del grupo no se podía creer que hubiesen creado ellos el disco y que Morente se hubiese apropiado de él. Pero cuando ya se publicó el disco, Morente contrataba a los Lagartija para hacer conciertos cuando él quería y le salían los números y, si no, tocaba el Omega con sus guitarristas flamencos. Eso desestabilizó al grupo por completo y lo rompió.

ANTONIO ARIAS: Siempre pensé que nadie observó el sacrificio que estábamos haciendo. Abandonarnos y quedarnos en un segundo plano era lo mejor para sacar el proyecto adelante. Me decían, «¿cómo te has ido con un gitano? Lo has dejado todo por un gitano». Y yo les decía, «¡que no es gitano!». Porque el aspecto musical o profesional ya no podías ni discutirlo.

Económicamente era perfecto porque viajábamos por todo el mundo con Enrique y ganábamos muchísimo dinero, pero volvías y te tenías que callar como una puta. Aunque lo contaras, a nadie le interesaba lo que hacías con «el gitano». Volvías a España y te topabas con esa pequeña incomprensión. Estabas en un barco muy bueno, pero a la deriva. Y completamente aislado porque todos te decían que eso eran chaladuras.

Estaban pegando El motor del autobús y los Dover. Veías cómo los cohetes iban volando por todos los lados y tú no sabías ni dónde estabas. No solo perdías tu posición en la compañía, sino tu posición ante el mundo. Con que cualquiera de ellos me hubiera dicho en aquel tiempo que le molaba el Omega, hubiera sido más que suficiente. «Una palabra tuya bastará para sanarme.» Pero a las corrientes más alternativas no les gustaba. Tampoco se lo recrimino. Lo mismo se compadecían por mí, pero nadie me lo dijo.

J: Antonio iba delante, a la vanguardia, y le han dado más hostias que a mí. Yo iba aprendiendo de las que le iban dando a él, y cuando empezó el Omega es cuando más se llevó: el grupo se deshacía, se peleó con el mánager… Ese proyecto no se entendía mucho. Nosotros tampoco lo entendíamos.

Antonio era muy beligerante. En las entrevistas, se desmarcaba de la escena. A mí no me parecía lo correcto. Había una escena muy interesante y todo el mundo junto iba a subir más parriba, pero él siempre ha preferido marcar su territorio como artista único que no pertenece a ninguna escena. Entonces yo pensaba que era un error. Ahora no sé si tenía razón él.

ABEL HERNÁNDEZ: No hay disco más indie que el Omega. En el indie español, donde hay menos obras importantes que actitudes, Omega es una de las contadas obras capitales. En la voz de Morente y en lo que suena a su alrededor, cristalizan muchas de las características del indie como estilo alternativo, del indie como fuerza de los márgenes, del que experimenta.

Es un disco de gente informada y apasionada por el arte en general; gente insatisfecha de manera crónica, inconformista. Choca de frente con cualquier clasificación o etiqueta. Se hace al margen de las estimaciones de la industria musical. Desprecia el éxito consensuado por el capital y el qué dirán de los expertos de los guetos musicales. Sintetiza fuerzas motrices esenciales del indie como estilo: la disolución en el sonido, en la textura y la expresión de lo intangible, y por otro lado, lo popular, en el sentido de lo folklórico y de la canción pop que se le pega a cualquiera. Asume ese aire loser tan propio de parte del indie español. Y es asumido como bandera por un público de insatisfechos con el rumbo de la cultura dominante.

ANTONIO ARIAS: No solo era un ejercicio intelectual, sino un ejercicio de progresión musical y físico porque desde el principio lo llevamos al directo. Y ahí notabas ese temor.

ERIC JIMÉNEZ: Jamás he vivido una reacción tan violenta como la del público del flamenco en el concierto con Morente en el Teatro Albéniz. El público del rock es más respetuoso. Nosotros hemos hecho conciertos que han sido una mierda, pero nos han dejado acabar. Pero ese día, la gente pegaba voces: «¡No hay derecho!». Faltó que vinieran los grises y disolvieran el espectáculo.

ANTONIO ARIAS: En el 98, tocamos en el Espárrago Rock y vimos que ahí estaba toda la gente. Al final, el éxito fue tan grande que llegó a abarcar las corrientes más alternativas tanto del lado de Enrique como del nuestro.


ANTONIO ARIAS: Val del Omar84 aún se lo tomaron peor. Los de Sony se creían que me había inventado el personaje de Val del Omar: las fotos, las letras, los aparatos… Yo les decía, «si me pudiera inventar todo esto, esta misma tarde me iba a Hollywood y me forraba». Cuando lo grabamos, ya teníamos claro que era el último disco con Sony. Ya nos habían puesto en Kaos, un subsello para grupos freakies, y no tratabas con el A&R, sino con un secretario del A&R. Era lo último que íbamos a hacer en Sony y dijimos, «vamos a hacer lo más radical que podamos y sepamos». Era una manera de dar ejemplo, y es de las cosas de las que más contento estoy: de haber entrado en Sony y que me hayan echado por hacer unos discos que no me han permitido volver a hacer.

Pero eso no solo minaba tu confianza en ti mismo, sino que fue el momento perfecto para que Los Planetas se llevaran a Eric. Le dijeron, «ahí no te hacen ni puto caso; eso que estáis haciendo no vale un duro, te vas a cargar tu carrera…». Fue la excusa perfecta para que Eric se largase. Pero, vamos, no hay nada que no me merezca, como dice la canción de León Benavente85.

ERIC JIMÉNEZ: La vinculación de Antonio Arias con ese disco fue brutal. Fueron dos años entregado a este disco, cuando mi idea era hacer el disco como un experimento y que luego Enrique siguiera con su carrera y nosotros con la nuestra. Nuestro público no iba a entender que saliéramos con un cantaor flamenco. A Enrique tampoco, pero él se va a un teatro, canta flamenco y tiene otra vez a la gente pillada. Nosotros veníamos de ser criticados por haber fichado por una multinacional. Era peligroso.

Me fui por tensiones con Antonio y porque el grupo estaba tomando otra directriz.

ANTONIO ARIAS: Val del Omar salió cuatro meses tarde porque exigían que quitase «Celeste», la canción que cantaba Enrique. Lo exigía Sony y lo exigía Enrique, después del feo que le habían hecho. Pero yo decía que no sacaba el disco sin esa canción. Además, a mi niña la llamé Celeste.

Ahora digo, «¿cuánto vale ahora todo ese tiempo pasado con Enrique?». «Pérdidas que aguardan ganancias son caudales redoblaos», decía él. Cuando Enrique se enfrentaba con las compañías, una de las razones era la propiedad de la grabación y la autoría. Yo no lo entendía. «Si te lo gestionan todo ellos, te dan dinero y te invitan a comer, ¿para qué quieres una editorial?» Enrique me decía, «Antoñito, nosotros hacemos discos para dentro de diez años». Él ya sabía que si luego quieres reeditar un disco, no te hacen caso, se pierden los másters y no hay manera humana de acceder a ese material.

J: Morente era un artista potentísimo y con unas ideas muy claras de todo lo que estaba haciendo. Era un artista auténtico e independiente como tienen que ser todos los artistas. Si no eres independiente, no eres artista siquiera. Y eso él lo tenía claro después de mucho tiempo de pelea.

ANTONIO ARIAS: Todo lo que aprendí del rock me lo enseñó un flamenco: ese es mi resumen de los 90. Manda cojones que te lo enseñe un cantaor, pero no te lo puede enseñar cualquiera porque el rock español no tiene esa longevidad artística. Uno se desvanece por sus problemas o por lo que sea, pero no hay ese estar siempre al pie del cañón, luchando y luchando.

J: El flamenco es el indie de hace cuatro siglos. Los flamencos llevan cuatro siglos haciendo indie, una música que pertenece no solo a una cultura underground, sino que ha sido perseguida. Para defender esa cultura, los gitanos se han tenido que esconder. Hay muchas culturas contrarias a la cultura mayoritaria y el flamenco es una de ellas. El flamenco ha transmitido esa tradición desde las cuevas, sin que nadie se enterara. Por eso los flamencos han sido recelosos de la industria y de la sociedad.

ANTONIO ARIAS: Como decía Joe Strummer en un documental sobre los Clash, nosotros cometimos todos los errores de este negocio y nos inventamos tres o cuatro más. J a veces me dice, «yo me he fijado más en tus errores que en tus aciertos». Los Planetas es otro grupo que, en cuanto entró en una multinacional, empezó a dar problemas. Siempre han sido muy porculeros con la compañía. Lo mismo es por ser de Graná.

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