Kitabı oku: «El príncipe», sayfa 4

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El Príncipe se divide naturalmente en tres partes, netamente distintas por su estilo: la dedicatoria, los capítulos 1-25 y el capítulo 26. Estas tres partes corresponden respectivamente a tres aspectos de la complicada personalidad de Maquiavelo: el aspecto oportunista, que siempre lo lleva, en las catástrofes, a buscar el mal menor, prevalece en la primera; su vocación de técnico de la vida política, y a la vez de artista dramático, en la segunda; su pasión patriótica en la tercera. En las primeras dos, el moralista, el Maquiavelo del “deber ser” no está ausente, sino reprimido, y a veces asoma; en el último capítulo aparentemente triunfa, pero llevado por el patriotismo a un terreno que no es el suyo, escribe, en un estilo que tampoco es el suyo, palabras apasionadas, que han sido consideradas definitorias y son las más circunstanciales, instrumentales, contradictorias con su pensamiento habitual que hayan salido de su pluma.

Niccolò Machiavelli • Nicolás Maquiavelo

Il Principe • El Príncipe

NICOLAUS MACLAVELLUS AD MAGNIFICUM LAURENTIUM MEDICEM

Sogliono, el piú delle volte, coloro che desiderano acquistare grazie appresso uno Principe, farsegli incontro con quelle cose che infra le loro abbino piú care, o delle quali vegghino lui piú delettarsi; donde si vede molte volte essere loro presentati cavalli, arme, drappi d’oro, pietre preziose e simili ornamenti degni della grandezza di quelli. Desiderando io, adunque, offerirmi alla Vostra Magnificenzia con qualche testimone della servitú mia verso di quella, non ho trovato, intra le mia suppellettile, cosa quale io abbi piú cara o tanto esistimi, quanto la cognizione delle azioni degli uomini grandi, imparata da me con una lunga esperienza delle cose moderne e una continua lezione delle antique; le quali avendo io con gran diligenzia lungamente escogitate ed esaminate, e ora in uno piccolo volume ridotte, mando alla Magnificenzia Vostra.

E benché io giudichi questa opera indegna della presenzia di quella, tamen confido assai che per sua umanità ali debba essere accetta, considerato come da me non gli possa essere fatto maggiore dono che darle facultà a potere in brevissimo tempo intendere tutto quello che io, in tanti anni e con tanti mia disagi e periculi, ho conosciuto e inteso. La quale opera io non ho ornata né ripiena di clausule ample, o di parole ampullose e magnifiche, o di qualunque altro lenocinio o ornamento estrinseco, con li quali molti sogliono le loro cose descrivere e ornare; perché io ho voluto, o che veruna cosa la onori, o che solamente la varietà della materia e la gravità del subietto la facci grata. Né voglio sia reputata presunzione se uno uomo di basso ed infimo stato ardisce discorrere e regolare e’ governi de’ principi; perché, cosí come coloro che disegnano e’ paesi si pongono bassi nel piano a considerare la natura de’ monti e de’ luoghi alti, e per considerare quella de’ bassi si pongono alti sopra e’ monti, similmente, a conoscere bene la natura de’ populi, bisogna essere principe, e a conoscere bene quella de’ principi bisogna essere populare.

Pigli, adunque, Vostra Magnificenzia questo piccolo dono con quello animo che io lo mando; il quale se da quella fia diligentemente considerato e letto, vi conoscerà dentro uno estremo mio desiderio, che Lei pervenga a quella grandezza che la fortuna e le altre sue qualità gli promettano. E se Vostra Magnificenzia dallo apice della sua altezza qualche volta volgerà gli occhi in questi luoghi bassi, conoscerà quanto io indegnamente sopporti una grande e continua malignità di fortuna.

NICOLÁS MAQUIAVELO AL MAGNÍFICO LORENZO DE’ MÉDICI

Suelen las más de las veces1 quienes desean adquirir gracia ante un príncipe ir a su encuentro con las cosas que entre las suyas más estiman, o de las cuales lo ven a él más deleitarse; por lo cual se ve que muchas veces se les ofrecen caballos, armas, paños de oro, piedras preciosas y ornamentos similares, dignos de la grandeza de ellos. Deseando yo pues ofrecerme a Vuestra Magnificencia con algún testimonio de mi servidumbre hacia ella, no he encontrado entre mis pertenencias cosa que yo más quiera o en más estime que el conocimiento de las acciones de los hombres grandes, adquirido con una larga experiencia de las cosas modernas y una continua lección de las antiguas: las cuales habiendo yo con gran diligencia largamente meditado y examinado y reducido ahora a un pequeño volumen, envío a la Magnificencia Vuestra.

Y bien que juzgue yo esta obra indigna de la presencia de ella, sin embargo mucho confío en que por su humanidad deba ser aceptada, considerando que para mí es imposible hacerle regalo mayor, que darle facultad de poder en brevísimo tiempo entender todo lo que yo en tantos años y con tantas incomodidades y peligros he conocido. La cual obra2 no he adornado ni llenado de ningún otro rebuscamiento u ornamento extrínseco, con los cuales suelen muchos describir y ornar sus cosas, porque yo he querido que o ninguna cosa la adorne o solamente la variedad de la materia y la gravedad del tema la hagan grata. Y no quiero3 que sea reputada presunción el que un hombre de bajo e ínfimo estado se atreva a discurrir y regular los gobiernos de los príncipes; porque así como los que dibujan los paisajes se ponen abajo en el llano a considerar la naturaleza de los montes y los lugares altos, y para considerar la de los bajos se ubican alto sobre los montes, del mismo modo para conocer bien la naturaleza de los pueblos es necesario ser un príncipe, y para conocer bien la de los príncipes es preciso ser popular.

Acepte pues4 Vuestra Magnificencia este pequeño regalo con el mismo ánimo con que yo lo mando; el cual si fuese por ella diligentemente considerado y leído, conocerá en él un extremo deseo mío, que llegue Ella a la grandeza que la suerte y sus demás cualidades le prometen. Y si Vuestra Magnificencia desde el ápice de su altura vuelve alguna vez los ojos hacia estos lugares bajos, conocerá cuán inmerecidamente soporto yo una grande y continua malignidad de la suerte.

I QUOT SINT GENERA PRINCIPATUUM ET QUIBUS MODIS ACQUIRANTUR

Tutti gli stati, tutti e’ dominii che hanno avuto e hanno imperio sopra gli uomini, sono stati e sono o republiche o principati. E’ principati sono, o ereditarii, de’ quali el sangue del loro signore ne sia suto lungo tempo principe, o e’ sono nuovi. E’ nuovi, o sono nuovi tutti, come fu Milano a Francesco Sforza, o sono come membri aggiunti allo stato ereditario del principe che li acquista, come è el regno di Napoli al re di Spagna. Sono questi dominii cosí acquistati, o consueti a vivere sotto uno principe, o usi ad essere liberi; e acquistonsi con le armi d’altri o con le proprie, o per fortuna o per virtú.

I DE CUÁNTAS CLASES SON LOS PRINCIPADOS Y DE QUÉ MODOS SE ADQUIEREN

Todos los estados, todos los dominios que han tenido y tienen imperio sobre los hombres, han sido y son o repúblicas o principados. Los principados son, o hereditarios, de los cuales la sangre de su señor ha sido príncipe por mucho tiempo, o bien son nuevos. Los nuevos, o son nuevos del todo, como fue Milán para Francisco Sforza, o son como miembros agregados al estado hereditario del príncipe que los adquiere, como es el reino de Napóles para el rey de España. Estos dominios así adquiridos, o están acostumbrados a vivir bajo un príncipe o habituados a ser libres; y se adquieren o con las armas de otro o con las propias, o por suerte o por virtud.

II DE PRINCIPATIBUS HEREDITARIIS

Io lascerò indreto il ragionare delle republiche, perché altra volta ne ragionai a lungo. Volterommi solo al principato, e andrò tessendo gli ordini soprascritti, e disputerò come questi principati si possino governare e mantenere.

Dico, adunque, che negli stati ereditarii e assuefatti al sangue del loro principe sono assai minori difficultà a mantenerli che ne’ nuovi: perché basta solo non preterire l’ordine de’ sua antenati, e di poi temporeggiare con gli accidenti; in modo che, se tale principe è di ordinaria industria, sempre si manterrà nel suo stato, se non è una estraordinaria ed eccessiva forza che ne lo privi; e privato che ne fia, quantunque di sinistro abbi l’ occupatore, lo riacquista.

Noi abbiamo in Italia, in exemplis, il duca di Ferrara; il quale non ha retto agli assalti de’ Viniziani nello ’84, né a quelli di papa Iulio nel ’10, per altre cagioni che per essere antiquato in quello dominio. Perché el principe naturale ha minori cagioni e minore necessità di offendere; donde conviene che sia piú amato; e se estraordinarii vizii non lo fanno odiare, è ragionevole che naturalmente sia benevoluto da’ sua. E nella antiquità e continuazione del dominio sono spente le memorie e le cagioni delle innovazioni; perché sempre una mutazione lascia lo addentellato per la edificazione dell’altra.

II DE LOS PRINCIPADOS HEREDITARIOS

Yo dejaré de lado el hablar de las repúblicas,1 porque ya en otra ocasión me ocupé extensamente de ellas. Me ocuparé únicamente del principado e iré tejiendo las tramas descritas más arriba, y discutiré cómo pueden esos principados gobernarse y mantenerse.

Digo pues que en los estados hereditarios y acostumbrados a la sangre de su príncipe hay mucho menos dificultades para mantenerlos que en los nuevos, porque basta sólo con no preterir los ordenamientos de sus antepasados, y después contemporizar con los accidentes: de modo que, si ese príncipe es de normal capacidad, siempre se mantendrá en su estado, a menos que lo prive de él una fuerza extraordinaria y excesiva; y si fuera privado de él lo readquirirá a la primera adversidad que sobrevenga al ocupante.

Nosotros tenemos en Italia, por ejemplo, al duque de Ferrara que no resistió a los ataques de los venecianos en el ’84, ni a los del Papa Julio en el ’10, por otra razón que la de ser antiguo en ese dominio. Porque el príncipe natural tiene menos razones y menos necesidad de ofender, por lo cual es lógico que sea más amado; y si no tiene extraordinarios vicios que lo hagan odiar, es razonable que sea naturalmente bien querido por los suyos. Y la antigüedad2 y continuidad del dominio se borran el recuerdo y las causas de las innovaciones, porque un cambio siempre deja el asidero para edificación del siguiente.

III DE PRINCIPATIBUS MIXTIS

Ma nel principato nuovo consistono le difficultà. E prima, se non è tutto nuovo, ma come membro (che si può chiamare tutto insieme quasi misto) le variazioni sua nascono in prima da una naturale difficultà, quale è in tutti e’ principati nuovi: le quali sono che li uomini mutano volentieri signore, credendo migliorare; e questa credenza gli fa pigliare l’arme contro a quello; di che s’ingannono, perché veggono poi per esperienza avere peggiorato. Il che depende da una altra necessità naturale e ordinaria, quale fa che sempre bisogni offendere quelli di chi si diventa nuovo principe e con gente d’arme e con infinite altre iniurie che si tira dietro el nuovo acquisto; in modo che tu hai inimici tutti quelli che hai offesi in occupare quello principato, e non ti puoi mantenere amici quelli che vi ti hanno messo, per non li potere satisfare in quel modo che si erano presupposto e per non potere tu usare contro a di loro medicine forti, sendo loro obligato; perché sempre, ancora che uno sia fortissimo in sugli eserciti, ha bisogno del favore de’ provinciali a intrare in una provincia. Per queste ragioni Luigi XII re di Francia occupò subito Milano, e subito lo perdé; e bastò a tognerne, la prima volta, le forze proprie di Lodovico; perché quelli populi che gli avevono aperte le porte, trovandosi ingannati della opinione loro e di quello futuro bene che si avevano presupposto, non potevono sopportare e’ fastidi del nuovo principe.

‘E ben vero che, acquistandosi poi la seconda volta e’ paesi rebellati, si perdono con piú difficultà; perché el signore, presa occasione dalla rebellione, è meno respettivo ad assicurarsi con punire e’ delinquenti, chiarire e’ suspetti, provvedersi nelle parti piú deboli. In modo che, se a fare perdere Milano a Francia bastò, la prima volta, uno duca Lodovico che romoreggiassi in su’ confini, a farlo di poi perdere, la seconda, gli bisognò avere, contro, el mondo tutto, e che gli eserciti suoi fussino spenti o fugati di Italia; il che nacque dalle cagioni sopradette. Nondimanco, e la prima e la seconda volta, gli fu tolto.

Le cagioni universali della prima si sono discorse; resta ora a dire quelle della seconda, e vedere che remedii lui ci aveva, e quali ci può avere uno che fussi ne’ termini sua, per potersi meglio mantenere nello acquisto che non fece Francia. Dico, pertanto, che questi stati, quali acquistandosi si aggiungono a uno stato antiquo di quello che acquista, o e’ sono della medesima provincia e della medesima lingua, o non sono. Quando e’ sieno, è facilità grande a tenerli, massime quando non sieno usi a vivere liberi; e a possederli securamente basta avere spenta la linea del principe che li dominava, perché nelle altre cose, mantenendosi loro le condizioni vecchie e non vi essendo disformità di costumi, gli uomini si vivono quietamente; come si è visto che ha fatto la Borgogna, la Brettagna, la Guascogna e la Normandia, che tanto tempo sono state con Francia; e benché vi sia qualche disformità di lingua, nondimeno e’ costumi sono simili, e possonsi fra loro facilmente comportare. E chi le acquista, volendole tenere, debbe avere dua respetti: l’uno, che il sangue del loro principe antiquo si spenga; l’altro, di non alterare né loro legge né loro dazii; talmente che in brevissimo tempo diventa, con loro principato antiquo, tutto uno corpo.

Ma, quando si acquista stati in una provincia disforme di lingua, di costumi e di ordini, qui sono le difficultà; e qui bisogna avere gran fortuna e grande industria a tenerli. E uno de’ maggiori remedii e piú vivi sarebbe che la persona di chi acquista vi andassi ad abitare. Questo farebbe piú secura e piú durabile quella possessione: come ha fatto il Turco, di Grecia; il quale, con tutti gli altri ordini osservati da lui per tenere quello stato, se non vi fussi ito ad abitare, non era possibile che lo tenessi. Perché, standovi, si veggono nascere e’ disordini, e presto vi puoi rimediare; non vi stando, s’intendono quando e’ sono grandi e che non vi è piú remedio. Non è, oltre di questo, la provincia spogliata da’ tuoi officiali; satisfannosi e’ sudditi del ricorso propinquo al principe; donde hanno piú cagione di amarlo, volendo essere buoni, e, volendo essere altrimenti, di temerlo. Chi degli esterni volessi assaltare quello stato, vi ha piú respetto; tanto che, abitandovi, lo può con grandissima difficultà perdere.

L’ altro migliore remedio è mandare colonie in uno o duo luoghi che sieno quasi compedes di quello stato, perché è necessario o fare questo o tenervi assai gente d’arme e fanti. Nelle colonie non si spende molto; e sanza sua spesa, o poca, ve le manda e tiene; e solamente offende coloro a chi e’ toglie e’ campi e le case per darle a’ nuovi abitatori, che sono una minima parte di quello stato; e quegli ch’egli offende, rimanendo dispersi e poveri, non gli possono mai nuocere, e tutti gli altri rimangono da uno canto inoffesi, e per questo doverrebbono quietarsi, dall’altro paurosi di non errare, per timore che non intervenisse a loro come a quelli che sono stati spogliati. Concludo che queste colonie non costono, sono piú fedeli, offendono meno; e gli offesi non possono nuocere, sendo poveri e dispersi, come è detto. Per il che si ha a notare che gli uomini si debbano o vezzeggiare o spegnere; perché si vendicano delle leggieri offese, delle gravi non possono; sí che l’offesa che si fa all’uomo debbe essere in modo che la non tema la vendetta. Ma tenendovi, in cambio di colonie, gente d’arme, si spende piú assai, avendo a consumare nella guardia tutte le intrate di quello stato; in modo che lo acquisto gli torna perdita; e offende molto piú, perché nuoce a tutto quello stato, tramutando con gli alloggiamenti il suo esercito; del quale disagio ciascuno ne sente, e ciascuno gli diventa inimico; e sono inimici che gli possono nuocere, rimanendo, battuti, in casa loro. Da ogni parte, dunque, questa guardia è inutile, come quella delle colonie e’ utile.

Debbe ancora chi è in una provincia disforme come è detto, farsi capo e defensore de’ vicini minori potenti, ed ingegnarsi di indebolire e’ potenti di quella, e guardarsi che, per accidente alcuno, non vi entri uno forestiere potente quanto lui. E sempre interverrà che vi sarà messo da coloro che saranno in quella mal contenti o per troppa ambizione o per paura; come si vidde già che gli Etoli missero e’ Romani in Grecia; e in ogni altra provincia che gli entrorono, vi furono messi da’ provinciali. E l’ordine delle cose è che, subito che uno forestiere potente entra in una provincia, tutti quelli che sono in essa meno potenti gli aderiscano, mossi da invidia hanno contro a chi è suto potente sopra di loro: tanto che, respetto a questi minori potenti, lui non ha a durare fatica alcuna a guadagnarli, perché subito tutti insieme volentieri fanno uno globo col suo stato che lui vi ha acquistato. Ha solamente a pensare che non piglino troppe forze e troppa autorità; e facilmente può, con le forze sua e col favore loro, sbassare quelli che sono potenti, per rimanere, in tutto, arbitro di quella provincia. E chi non governerà bene questa parte, perderà presto quello arà acquistato; e mentre che lo terrà, vi arà, dentro, infinite difficultà e fastidii.

E’ Romani, nelle provincie che pigliorono, osservorono bene queste parti; e mandorono le colonie, intratennono e’ meno potenti sanza crescere la loro potenzia, abbassorono e’ potenti, e non vi lasciorono prendere reputazione a’ potenti forestieri. E voglio mi basti solo la provincia di Grecia per esemplo: furono intrattenuti da loro gli Achei e gli Etoli; fu abbassato el regno de’ Macedoni; funne cacciato Antioco; né mai e’ meriti degli Achei o degli Etoli feciono che permettessino loro accrescere alcuno stato; né le persuasioni di Filippo gli indussono mai ad esserli amici sanza sbassarlo; né la potenzia di Antioco possé fare gli consentissino che tenessi in quella provincia alcuno stato. Perché e’ Romani feciono, in questi casi, quello che tutti e’ principi savi debbono fare; li quali, non solamente hanno ad avere riguardo agli scandoli presenti, ma a’ futuri, e a quelli con ogni industria obviare; perché, prevedendosi discosto, facilmente vi si può rimediare; ma, aspettando che ti si appressino, la medicina non è a tempo, perché la malattia è divenuta incurabile. E interviene di questa, come dicono e’ fisici dello etico, che, nel principio del suo male, è facile a curare e difficile a conoscere, ma, nel progresso del tempo, non l’avendo in principio conosciuta né medicata, diventa facile a conoscere e difficile a curare. Cosí interviene nelle cose di stato; perché, conoscendo discosto (il che non è dato se non a uno prudente) e’ mali che nascono in quello, si guariscono presto; ma quando, per non li avere conosciuti, si lasciono crescere in modo che ognuno li conosce, non vi è piú remedio.

Però e’ Romani, vedendo discosto gli inconvenienti, vi rimediorno sempre; e non li lasciorno mai seguire per fuggire una guerra, perché sapevono che la guerra non si leva, ma si differisce a vantaggio di altri; però vollono fare con Filippo e Antioco guerra in Grecia, per non la avere a fare con loro in Italia; e potevano per allora fuggire l’una e l’altra; il che non volsero. Né piacque mai loro quello che tutto dí è in bocca de’ savi de’ nostri tempi, di godere el benefizio del tempo, ma sí bene quello della virtú e prudenzia loro; perché il tempo si caccia innanzi ogni cosa, e può condurre seco bene come male, e male come bene.

Ma torniamo a Francia, ed esaminiamo se delle cose dette ne ha fatto alcuna; e parlerò di Luigi, e non di Carlo, come di colui che per avere tenuta piú lunga possessione in Italia, si sono meglio visti li suoi progressi: e vedrete come egli ha fatto il contrario di quelle cose che si debbano fare per tenere uno stato in una provincia disforme.

El re Luigi fu messo in Italia dalla ambizione de’ Viniziani, che volsono guadagnarsi mezzo lo stato di Lombardia per quella venuta. Io non voglio biasimare questo partito preso dal re; perché, volendo cominciare a mettere uno pié in Italia, e non avendo in questa provincia amici, anzi, sendoli, per li portamenti del re Carlo, serrate tutte le porte, fu forzato prendere quelle amicizie che poteva; e sarebbegli riuscito el partito ben preso, quando negli altri maneggi non avessi fatto errore alcuno. Acquistata, dunque, il re la Lombardia, si riguadagnò subito quella reputazione che gli aveva tolta Carlo: Genova cedé; e’ Fiorentini gli diventorono amici; Marchese di Mantova, Duca di Ferrara, Bentivogli, Madonna di Furlí, signore di Faenza, di Pesaro, di Rimino, di Camerino, di Piombino, Lucchesi, Pisani, Sanesi, ognuno se gli fece incontro per essere suo amico. E allora posserno considerare e’ Viniziani la temerità del partito preso da loro; i quali, per acquistare dua terre in Lombardia, feciono signore, el re, del terzo di Italia.

Consideri ora uno con quanto poca difficultà posseva il re tenere in Italia la sua reputazione, se egli avesse osservate le regole soprascritte, e tenuti securi e difesi tutti quelli sua amici, li quali, per essere gran numero, e deboli e paurosi, chi della Chiesa, chi de’ Viniziani, erano sempre necessitati a stare seco; e per il mezzo loro posseva facilmente assicurarsi di chi ci restava grande. Ma lui non prima fu in Milano, che fece il contrario, dando aiuto a papa Alessandro, perché egli occupassi la Romagna. Né si accorse con questa deliberazione, che faceva sé debole, togliendosi gli amici e quelli che se gli erano gittati in grembo, e la Chiesa grande, aggiugnendo allo spirituale, che gli dà tanta autorità, tanto temporale. E fatto uno primo errore, fu costretto a seguitare; in tanto che, per porre fine alla ambizione di Alessandro e perché non divenissi signore di Toscana, fu costretto venire in Italia. Non gli bastò avere fatto grande la Chiesa e toltisi gli amici, che, per volere il regno di Napoli, lo divise con il re di Spagna; e dove lui era, prima, arbitro d’Italia, e’ vi misse uno compagno, a ciò che gli ambiziosi di quella provincia e mal contenti di lui avessino dove ricorrere; e dove posseva lasciare in quello regno uno re suo pensionario, e’ ne lo trasse, per mettervi uno che potessi cacciarne lui.

‘E cosa veramente molto naturale e ordinaria desiderare di acquistare; e, sempre, quando gli uomini lo fanno che possono, saranno laudati o non biasimati; ma quando non possono e vogliono farlo in ogni modo, qui è lo errore e il biasimo. Se Francia, adunque, posseva con le forze sua assaltare Napoli, doveva farlo; se non poteva, non doveva dividerlo. E se la divisione fece, co’ Viniziani, di Lombardia, meritò scusa per avere con quella messo el pié in Italia; questa merita biasimo, per non essere escusata da quella necessità.

Aveva, dunque, Luigi fatto questi cinque errori: spenti e’ minori potenti; accresciuto in Italia potenzia a uno potente; messo in quella uno forestiere potentissimo; non venuto ad abitarvi; non vi messe colonie. E’ quali errori ancora, vivendo lui, possevano non lo offendere, se non avessi fatto el sesto: di torre lo stato a’ Viniziani; perché, quando e’ non avessi fatto grande la Chiesa, né messo in Italia Spagna, era ben ragionevole e necessario abbassarli; ma avendo preso quelli primi partiti, non doveva mai consentire alla ruina loro: perché, sendo quelli potenti, arebbono sempre tenuti gli altri discosto dalla impresa di Lombardia, sí perché e’ Viniziani non vi arebbono consentito sanza diventarne signori loro; sí perché gli altri non arebbono voluto torla a Francia per darla a loro; e andare a urtarli tutti e dua non arebbono avuto animo. E se alcuno dicesse: il re Luigi cedé ad Alessandro la Romagna e a Spagna il Regno per fuggire una guerra, respondo, con le ragioni dette di sopra: che non si debbe mai lasciare seguire uno disordine per fuggire una guerra; perché la non si fugge, ma si differisce a tuo disavvantaggio. E se alcuni altri allegassino la fede che il re aveva obligata al papa, di fare per lui quella impresa per la resoluzione del suo matrimonio e il cappello di Roano, respondo con quello che per me di sotto si dirà circa la fede de’ principi e come la si debbe osservare. Ha perduto, adunque, il re Luigi la Lombardia per non avere osservato alcuno di quelli termini osservati da altri che hanno preso provincie e volutole tenere. Né è miracolo alcuno questo, ma molto ordinario e ragionevole. E di questa materia parlai a Nantes con Roano, quando il Valentino (che cosí era chiamato popularmente Cesare Borgia, figliuolo di papa Alessandro) occupava la Romagna; perché, dicendomi el cardinale di Roano che gli italiani non si intendevano della guerra, io gli risposi che e’ Francesi non si intendevano dello stato; perché, se n’intendessono, non lascerebbono venire la Chiesa in tanta grandezza. E per esperienza si è visto che la grandezza, in Italia, di quella e di Spagna è stata causata da Francia, e la ruina sua causata da loro. Di che si cava una regola generale, la quale mai o raro falla: che chi è cagione che uno diventi potente, rovina; perché quella potenzia è causata da colui o con industria o con forza; e l’una e l’altra di queste cose è sospetta a chi è diventato potente.

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