Kitabı oku: «Pandemia. Bienvenidos al Nuevo Orden Mundial», sayfa 2
Un mal despertar
Capitulo 3
Las siete de la mañana.
El calor que hacía ya era más que molesto.
Esa sensación incómoda lo motivó a mirar el reloj dos veces. Incrédulo.
Aún no había sonado el despertador. Aunque eso a él no le hacía falta. Tras tantos años con los mismo horarios su cuerpo ya se regía por los suyos propios a la hora de dormir y despertar. Incluso en días como aquel, en el que amanecía tras más horas de vigilia que de descanso.
Una mala noche.
Otra más.
Se sentía cansado. Pero ese cansancio no lo aliviarían unas horas más de cama.
El seguir ahí ya era inútil, por tanto.
Intentó, sin demasiado entusiasmo, esbozar un plan para el día. Organizar al menos su rutina.
Todo le parecía mecánico, vacío.
Allí tumbado, mirando el techo, la vida se le antojaba cada vez más insípida y sin sustancia.
Arqueó las cejas.Vió la evidencia.
Definitivamente no se iba a levantar con buen pie ese día
La espalda comenzó a molestarle. Demasiado tiempo llevaba en la cama.
Se sentía pegajoso y sudado.
“De esta semana no pasa el arreglar el aparato de aire”. Pensó.
Había pospuesto esa tarea pensando que en las fechas que estaban lo más normal era que el calor asfixiante del verano fuera remitiendo. Pero nada de eso sucedía. A las puertas del otoño aún sufrían en todo el país temperaturas más propias de un julio infernal que de las fechas en las que estaban.
Al fin decidió arrancar, y desayunar algo. Encendió la tostadora y puso a calentar un poco de pan.
Mientras se daría una ducha. Con un poco de suerte conseguiría refrescarse y espabilarse un poco al menos.
Apoyó la dorsal en los negros azulejos de veinticinco por cincuenta, buscando el frío que esperaba conseguir del revestimiento cerámico, mientras el agua tibia caía sobre su cuerpo.
Tras salir de la ducha y colocarse ante el espejo, la cicatriz que recorría todo el lado derecho de su cara, desde la ceja, cruzando el pómulo, hasta el mentón, le hizo tomar, como cada mañana, conciencia de la realidad con la que habría de lidiar por el resto de sus días.
Tras apoyarse en la encimera de granito que soportaba el peso del lavabo, bajó la cabeza, cerrando los ojos, exhalando el aire de sus pulmones, como reprogramando su mente para intentar arrancar el día. Intentando centrar su atención en cosas más banales que le distrajeran un poco al menos.
Era domingo. Quizás una visita a Vasia consiguiera ese objetivo. Aprovecharía además para comprar algo en el supermercado. Después de una semana sin bajar al pueblo, la visita a la tienda era casi obligada.
Tras salir del baño, con la toalla como única vestidura, se dispuso a desayunar. Tras refregar con tomate un par de tostadas y regarlas generosamente con aceite, colocó un par de lonchas de jamón ibérico encima.
Buscó la tablet, con la idea de vaciar la mente. Buscaría para ello la ayuda de algún periódico deportivo.
Fue un intento vano. Por alguna razón no consiguió abrir aplicación alguna que precisara de conexión a internet. Quizá algún problema del aparato, supuso algo extrañado. La tecnología no era su fuerte.
Tras dar por terminado el desayuno con un zumo de naranja, se dispuso a salir.
Fuera hacía aún más calor. Tras constatarlo, masculló una maldición.
Con un vaquero y una camiseta blanca ya estaba listo para ir al pueblo.
Arrancó su vehículo. El rugir del motor al arrancar y acelerar ligeramente le encantaba. Bien era verdad que un poco de limpieza no le habría sentado mal, pero realmente aquella era una buena máquina.
170 caballos daban fuerza a un motor de 3000 centímetros cúbicos. La potencia estaba garantizada. Algo bastante importante, en vista del uso que solía dar a la camioneta.
Metió primera y se dirigió por el camino de tierra que unía su pequeño mundo con la carretera que conducía hasta el pueblo.
El camino lo arreglaba el mismo. Repartía varios metros cúbicos de zahorra, rellenaba los huecos que la lluvia y el uso iban haciendo con el tiempo y tras humedecer a conciencia todo el terreno lo apisonaba con una máquina que alquilaba en un viejo almacén cerca de allí.
El aspecto que presentaba el camino indicaba que pronto habría que volver a ponerse los guantes de trabajo.
“Ya habrá tiempo para eso mañana”. Pensó.
Aunque ya llevaba algo más de un año sin trabajar, aún seguía manteniendo las viejas rutinas y los viejos horarios que había seguido durante años. Y según esas rutinas, el domingo era para descansar y olvidarse un poco de todo.
Y era domingo. Un precioso y soleado domingo de septiembre. El sol sobre su cabeza y la suave brisa que, gracias al Cielo, acariciaba su cara a través de la ventanilla bajada del coche, invitaban a pensar en pasar un buen día en la playa.
Recorrió los casi trescientos metros del camino y comenzó a circular por la carretera.
Después de varios minutos vió algo que le llamó la atención.
A unos cien metros. En la rotonda que distribuía el tráfico al pueblo, a la ciudad o a la playa, un dispositivo de la guardia civil cortaba el paso.
No parecía un dispositivo cualquiera.
Un vehículo blindado ocupaba el arcén y parte de la calzada. Detrás, un 4X4 , con la parte trasera completamente encaramada en la rotonda.
Entre ambos vehículos, y con la guía de varios conos alineados, aparecía un pequeño camino improvisado y reducido, por el que los vehículos que fueran apareciendo habrían de pasar.
Delante del blindado, dos guardias, con chalecos antibalas, y el rostro cubierto por mascarillas, flanqueaban la carretera. Entre sus manos, fusiles de asalto apuntaban amenazantes en la dirección en la que él se aproximaba.
Desde la posición en la que se encontraba le pareció ver tras los vehículos al menos otros cuatro o cinco guardias pertrechados del mismo modo.
Al acercarse, le dieron el alto. Un guardia salió de detrás del blindado, dirigiéndose hacia él, recorriendo los 15 o veinte pasos que les separaban.
Marco ya se había sorprendido bastante al ver todo aquello, pero aún se sorprendió más cuando el agente que se aproximaba hasta él llevaba colocada una mascarilla que le cubría casi toda la cara, dejando apenas ver solo sus ojos. En sus manos, un par de guantes cubriéndolas parecían salir aun más de tono.
El agente se plantó ante la puerta del coche, saludando al modo militar.
-Buenos días.- A la par que saludaba, el guardia paseó con una mirada escrutadora todo lo que alcanzaba a ver del interior de la camioneta. Durante unos pocos segundos, tras los cuales dedicó el mismo interés en observar a Marco.
-Buenos días. ¿Ocurre algo agente? -Aquella pregunta no era baladí. Marco realmente quería conocer la respuesta, porque de todas las cosas que podría haber encontrado esa mañana en el camino, lo último en lo que habría pensado era en todo aquello.
Recordó haber visto escenas parecidas después de lo del Bernabéu, pero de aquello hacía más de un año. Y solo se veía en las grandes ciudades. Nunca lo llegó a ver en Burriana.
El guardia pareció sonreír bajo la mascarilla, de modo un tanto forzado, soltando un pequeño resoplido por la nariz, arqueando una ceja y casi guiñando el ojo contrario.
Tras negar levemente con su cabeza, volvió a dirigirse a Marco.
- ¿Hacia dónde se dirige? - El guardia adoptó de nuevo el gesto serio con el que se había dirigido al principio, sin tomar en cuenta la pregunta que le acababan de hacer.
Marco dedicó un instante a observar lo que estaba a su alcance. Desviando de nuevo la mirada a los ojos del guardia, respondió.
- Voy al pueblo. -Respondió visiblemente molesto con la situación.
El guardia observó esto último. Y tomando aire profundamente, a la vez que volvía a escrutar con la mirada a Marco de arriba a abajo le indicó que debía hacer.
-Sólo le robaremos unos minutos.- Espetó. - Si colabora con nosotros todo será más rápido. Enseguida podrá estar en el pueblo.
Quizá fuera por la suspicacia de Marco, pero aquella última frase le había soñado un tanto amenazante.
- Por favor, deme la documentación del vehículo, su carnet de conducir, y mantenga las manos sobre el volante.
Marco valoró la situacion. Todo indicaba que habían vuelto al Estado de Alarma. Algo que no ocurria desde los atentados de Madrid.
Algo habia sucedido en los últimos días.
Y no tenia ni idea de que.
En cualquier caso, lo más rápido e inteligente seria seguir las instrucciones.
Observó cómo mientras el guardia inspeccionaba sus papeles, otro que había salido de no sabía muy bien donde husmeaba en la parte de atrás, mirando de arriba a abajo la camioneta. Primero el cajón trasero, y poco después la parte de los asientos de detrás, minuciosamente.
Marco comenzaba a intranquilizarse, preguntándose qué estarían buscando realmente, mientras una pequeña lucecita roja brillaba cada vez con más fuerza en el interior de su mente.
¿Y porqué una mascarilla? Pensó que quizá hubiera algo en el aire. Pero enseguida desterró esa idea, ya que no era el tipo de máscaras que pudiera salvar a nadie en caso de haber realmente algo tóxico flotando por ahí. Como las que el gobierno les obligó a usar hacia años con el caso del Coronavirus.
Pero esto parecía más serio.
-Supongo que sabrá que a partir de mañana será obligatorio justificar cada uno de los desplazamientos que haga.
Marco no lo sabia. Llevaba una semana desconectado de todo. Ni televisión, ni radio ni nada que le hubiera mantenido en contacto con el mundo se usaba en su casa desde hacía meses.
Pero aquel tipo no necesitaba saber que no lo sabía.
-Por el Estado de Alarma, supongo. - Dijo, intentando adivinarlo.
El guardia lo miró un segundo. Emitiendo un gruñido como signo afirmativo.
Al cabo de unos minutos que a Marco le parecieron eternos, ambos guardias cruzaron una mirada, y asintieron.
-Puede usted seguir su camino. Gracias por su colaboración.- El guardia le entregó los papeles. Manteniendo una mirada inexpresiva se apartó varios pasos atrás, permitiendole la marcha.
Marco asintió, recogió los documentos y los tiró en el asiento del copiloto. Luego lo ordenaría todo.
Volvió a dirigir su camino al pueblo, tomando la primera salida y acelerando.
Había algo que no acababa de entender en aquella situación.
Además, consideraba que ya había perdido suficiente tiempo. Le esperaba su café, su periódico y su charla insustancial con los cuatro parroquianos que pudiera haber en el bar.
Aún sin querer, en su cabeza los fantasmas del pasado más reciente y doloroso comenzaban a reaparecer. Y con esos pensamientos llegó a la plaza. Aparcó sin siquiera tener que dar una vuelta a las manzanas de alrededor del bar.
Se felicitó por su suerte, sorprendido a la vez por la escasez de vehículos que divisaba desde aquel punto. Además, apenas había encontrado tráfico hasta llegar allí, algo realmente inusual un domingo.
Bien era verdad que aún era temprano. Pero la gente se había largado por algo.
Su mente ya iba a mil.
En cualquier caso, ahí no iba a resolver nada. Mejor sería caminar hasta el Racó
Allí se podría poner al día.
Textocorrido Textocorrido
Benvinguts a L'infern
Capitulo 4
“No hay revolución sin contrarrevolución “
Alberto Lleras Camargo (1906-1990)
(Politico y diplomático colombiano)
Joán no tardó en percatarse de que la situación se había salido de madre.
No hacía falta ser un genio para darse cuenta.
Las órdenes recibidas indicaban responder a los insurgentes con la mayor de las contundencias. Incluso dejaban entrever la posibilidad de tener que abrir fuego real contra ellos.
Desde que fuera miembro del grupo de antidisturbios de los Mossos en Barcelona, nunca tuvo problemas con la contundencia en los casos necesarios. En la forma de afrontar esas situaciones, intentaba ser justo en el reparto de palos, intentando dar más a quien más parecía necesitarlos.
Pero lo de abrir fuego real era nuevo.
Hasta ese momento nunca hubo de usar su pistola a la hora de apaciguar las iras de los alborotadores a los que se había enfrentado en los últimos tres años. A diferencia de los dos primeros en el Cuerpo de los Mossos , en los que tuvo que patrullar la calles de Barcelona, y los que en más de una ocasión hubo de desenfundar el arma.
Eso ya le daba una idea de lo que les esperaba en La Diagonal.
Según Pére, aquello solo sería el principio.
Joán suponía que la experiencia de su primo en el cuerpo antiterrorista de la policía catalana daba un extra de credibilidad a sus palabras.
El silencio reinaba en el interior del furgón.
Joán y sus compañeros tuvieron guardia esa noche, en previsión de lo que pudiera pasar.
Tras haber sido despertados de madrugada y pasar el riguroso control médico, como cada mañana durante la última semana, fueron movilizados de un modo inusualmente precipitado.
De ahí el silencio. El cansancio apretaba.
Las caras de sus compañeros reflejaban preocupaciones y miedos parecidos a los suyos, quizás un poco aumentados por la brusquedad y las prisas que mostraba el conductor del furgón en el que iban, y que le hizo plantearse un par de veces la posibilidad de no conseguir llegar hasta el follon hacia el que marchaban.
La situación era algo más que delicada. En virtud de las maneras al volante de su compañero.
El agudo sonido de la sirena, que anunciaba a los cuatro vientos la presencia del furgón policial, se le había metido en el cerebro, golpeando con cada escala de agudos su adolorida cabeza.
Barcelona olía a fuego, y más a medida que se acercaban a la Diagonal. No estarían a más de cinco minutos, y el olor a goma y plásticos quemados ya comenzaba a inundar el interior del furgón.
-Parece que se ha montado una buena, ¿eh? - Joán lanzó la pregunta al aire, con la intención de ser respondido por su sargento, y obtener algún tipo de información extra que arrojara un poco de luz a la situación.
-No lo sabes bien. Os vais a divertir- El sargento respondió con un marcado tinte de sarcasmo- Poneros guapos que hoy trabajaréis mano a mano con el ejército español.
-¿El ejército?
El sargento asintió, arqueando las cejas, cerrando los ojos y apretando ligeramente los labios. Dibujando en su rostro la expresión que el gustaba para parecer solemne
-Han pedido al Gobierno el despliegue de un grupo de 150 soldados para apoyarnos.
-¿150 ? ¿Tantos? ¿No basta con la policía de Barcelona, o la de otra parte?- El antidisturbios que iba junto a Joán tomó el relevo para formular preguntas.
El sargento calló un instante. Encogiendose de hombros.
-La situación en Barcelona parece difícil de controlar. Nosotros vamos a la Diagonal. Pero al parecer hay varios focos peores que ese. Ahí están los demás. Todos los cuerpos de policía están en las calles ahora mismo. Y el ejército con ellos.
-¡Copón! -Joán se dio por respondido.
-Esto ha reventado Joán. Si no lo has pensado aún, te lo digo yo ya. A partir de hoy, todo cambiará.-El sargento cortó en seco su respuesta, pareciendo no querer hablar de más.
-¿Todo cambiará? ¿Qué significa eso? -Joán pronunció sus palabras arrastrándolas, como intentando asimilar la información que llegaba a su cerebro, intentando acomodarla a la nueva dimensión que parecía tomar el asunto, a la vez que buscaba respuesta a su pregunta.
-Sí amigo, sí. - El Sargento bajó la cabeza, aparentemente avergonzado. Intentando con ello eludir una respuesta. - No sé mucho más. Sólo es una opinión personal. Los de arriba no dijeron más.
“Miente”, pensó Joán. Fijándose en un pequeño vendaje que su superior llevaba en el antebrazo. Éste, notando hacia donde dirigía Joan la mirada, cubrió con su mano izquierda la venda. Ocultando a la vista aquello.
-Un accidente en el garaje. -Acertó a decir como excusa. No convenciendo al catalán. No entendiendo éste porqué mentiría sobre una simple herida.
Las caras de los demás compañeros eran un poema. Como si un bidón de agua helada les acabará de caer encima.
Los de arriba no dijeron más. Eso indicaba que los de arriba esperaban todo aquello. Que quizás sabían contra quien habrían de partirse la cara.
Quizás por eso les acompañaba el ejército. Por que algo más que turbas violentas sería lo que encontraran.
Recordaba como su primo Pére daba por hecho la existencia de algún asunto turbio que se les escapaba.
Burlón al principio, Joán mostraba ya menos escepticismo.
Inmerso cómo iba en sus pensamientos, un brusco frenazo del loco que iba al volante le hizo tomar conciencia de nuevo de la situación. Eso y el fuerte golpe que sacudió al instante el furgón policial que hasta allí les llevó.
-¡Afuera! ¡Afuera! ¡ Rápido, cócteles molotov!- El antidisturbios que iba de copiloto gritaba como loco.
Joán, tomando el escudo transparente de policarbonato y ajustándose su equipo saltó al asfalto para apuntarse a la fiesta.
¡Y que fiesta!
A lo lejos las sirenas de más furgones policiales anunciaban su inminente llegada.
El furgón que hasta allí les había llevado estaba siendo brutalmente atacado con cócteles molotov. Las llamas pronto lo devorarían.
Inferiores en numero, decidieron replegarse unos minutos hasta recibir el apoyo de sus compañeros. O del ejército. Habiendo de buscar la protección de varios contenedores metálicos de basura. El penetrante y nauseabundo olor a pescado podrido golpeó el olfato de Joán de súbito, haciéndole olvidar por un instante el olor del plástico y la goma ardiendo a tan solo unos metros.
Se enfrentaban a un grupo numeroso y organizado. Y aquella revuelta había sido planificada. Esa fue la primera conclusión de Joán al examinar el escenario. Con la segunda, entendió las órdenes que invitaban a la contundencia en su respuesta.
Miró uno de los escaparates a su izquierda. Aquella tienda había tenido tiempos mejores. El interior era un caos de escombros y mercancías mezcladas, donde el fuego amenazaba con devorarlo todo.
En la fachada, un grafitti en rojo y negro. A modo de presentación. De invitación a la fiesta. Un grafitti a modo de firma del grupo que tenían delante. Un grafitti a modo de declaración de intenciones.
Sobre el granito pulido que enmarcaba el local, un nombre indicaba a quienes se enfrentaban. "Catalunya Resisteix". Decía. Coronado con una calavera sonriente en llamas. Debajo, una frase en catalán les daba la bienvenida a el y a los suyos:
BENVINGUTS A L'INFERN
Textocorrido Textocorrido
Café amargo
Capitulo 5
El Racó tenía sus puertas abiertas desde las siete de la mañana. Hacía ya unas horas. Sin embargo las sillas aún continuaban colocadas sobre las mesas, con el asiento sobre la tabla.
Flotaba en el aire la mezcolanza aromática de detergente y ambientador industrial barato, lo que le confería al ambiente un olor a limpio pero no del todo agradable.
Las luces del techo interiores estaban apagadas, y solo iluminaban el local las que asomaban por el falso techo de escayola que colgaba sobre la barra, y la televisión, con el canal de informativos 24 horas relatando su retahíla de fondo.
Aunque a partir de los primeros ocho o diez primeros metros desde la entrada los objetos parecían ir siendo engullidos por la oscuridad reinante en el fondo del local, en la zona de la barra con la iluminación artificial y la que entraba de la calle era más que suficiente.
Se dirigió a la barra, ocupando el sitio de costumbre.
Saludó con un gesto al dueño. Un tipo alto, mas cerca de los cuarenta que de los treinta. Metro noventa, más o menos. Fornido. Con cabello rubio, ojos azules y marcados rasgos que daban fe de su origen extranjero.
Tras la barra, Vasia miraba con gesto preocupado el noticiero.
Después de lo que había visto poco antes de llegar allí, la cara de su amigo no hizo más que aumentar el deseo de saber que estaba pasando realmente. Incluso se sintió un poco estúpido por no haber encendido televisor ni radio en varios días.
Se sumió en tal estado de concentración, de abstracción, trabajando en su vieja casa, que ni siquiera cumplió con su vieja rutina de atender ocasionalmente al rumbo que tomaba el mundo según el guión elaborado por el Sistema.
Después de varias horas de duro trabajo, el tiempo que le sobraba al acabar el día lo consumía descansando. Leyendo libros. O escuchando buena musica.
Marco, después de lo del Bernabéu, se propuso no depender demasiado económicamente del Sistema, tomándose un año sabático, dando así un primer paso en concordancia con su filosofía. Quizá por ello, y quizá por tener prácticamente todo lo necesario para subsistir un par de semanas en La Casona se había evitado el tener que bajar innecesariamente al pueblo.
Ese aislamiento voluntario explicaba su ignorancia.
La televisión en casa de Marco cumplía mas una labor decorativa que informativa. Marco evitaba siquiera encenderla por el hastío que le suponía pasar horas sin sentido, escuchando informaciones manipuladas, viendo películas repetidas hasta la saciedad, y recibiendo consejos publicitarios que no necesitaba para nada.
Hacīa tiempo, eligió salirse del rebaño. Pensar por sí mismo, decidir según su criterio y no según el que intentaban imponer desde la caja tonta. Si bien solía ver algún informativo de modo ocasional, lo hacía más por costumbre, como un ritual, que por la necesidad de enterarse de lo que sucedía en el mundo. Por curiosidad, las más de las veces, por ver que contaban, comprobando que era lo que le interesaba contar al Sistema. Viendo como éste daba información con dosis reducidas, recortadas, y cocinadas según su propia receta.
El extranjero colocó ante Marco un café tal como sabía le gustaba disfrutar. Con la leche ardiendo. Cortado. En taza pequeña.
Al extremeño le gustaba sentir el calor de la taza en sus manos, con los dedos entrelazados, abrazando el recipiente, durante un minuto o dos, para luego ir bebiendo a sorbos el café que contenía, despacio. Tomándose su tiempo. Sintiendo como el aroma acariciaba su olfato, mientras se regalaba un par de segundos con la taza a escasos centímetros de su nariz. Consumiendo después el contenido. Sintiendo poco a poco como la cafeína iba haciendo su trabajo.
Pasado ese ritual, se dispuso a ver qué estaba pasando realmente.
En la pantalla del televisor un periodista presentaba la información. A poca distancia, un muro de agentes de la Policía Nacional impedía acceder al hospital situado a tan solo unos cincuenta metros tras el.
Un importante miembro del gobierno estaba reunido con un comité médico de expertos. Destacaba entre ellos un epidemiólogo enviado por la OMS.
Según contaba el informativo, se esperaba algún tipo de comunicado oficial, con el respaldo del gobierno y la propia OMS, que arrojara un poco de luz en cuanto al problema que compartían ya Madrid, Barcelona y Valencia.
El locutor interactuaba en directo con un plató de television donde se encontraban otros periodistas y algún que otro médico .
Contaban cómo durante los últimos días una enfermedad contagiosa estaba haciendo estragos entre la población de las tres principales ciudades del país. Los muertos se contaban ya por centenares.
Los hospitales ya estaban colapsados, y la población había estado huyendo de las ciudades afectadas . Hasta hacía un par de días, no se conocía el origen del problema, ni las dimensiones reales de éste, al menos según la versión que se daba en los distintos informativos. Las autoridades sanitarias españolas habían tardado varios días en identificar el problema vírico al que se enfrentaban, y otros tantos en confirmarselo de forma oficial a la población.
Se hablaba de atentados. De ataques bacteriológicos terroristas. El brote de lo que fuera que estaba matando a la gente con tanta rapidez había aparecido de forma espontánea en las principales ciudades del país. Madrid, Barcelona , y Valencia, estaban siendo duramente castigadas por la epidemia repentina. Por ello, y para mantener además el control de la situación, el Gobierno había decretado el Estado de Alarma a nivel nacional. .
Una de las consecuencias de la nueva crisis era la aparición en las ciudades afectadas de grupos violentos, turbas más o menos organizadas, cuyo objetivo era el saqueo de almacenes de alimentos y farmacias, en una primera instancia, y el enfrentamiento con la policía o cualquiera que se le ocurriera cruzarse en su camino, aumentando aún más si cabía el caos , el desorden social y el miedo.
Vasia apagó el televisor. Hastiado. Llevaban 24 horas repitiendo lo mismo sin aportar novedad alguna. Dijo, como toda justificación.
-¿Qué mierda esta pasando Vasia? -Marco, blanco como la nieve, lanzó la pregunta como quien lanza una pelota, esperando entender a la vez lo que estaba viendo y lo que había vivido hacia unos instantes en la rotonda.
El extranjero giró la cabeza , incrédulo. Mirándolo con cierta sorpresa. No pareciendo entender la pregunta.
-¿De qué agujero sales? -Vasia preguntó con su peculiar acento, que dejaba pocas dudas en cuanto a su origen soviético. No entendía como alguien podría mantenerse en el limbo varios días sin saber siquiera lo que estaba sucediendo en el país. -Estaría bien que dieras uso a tu teléfono. Llevo llamándote desde el viernes. Quizás te hubieras podido enterar antes de la que se ha liado.
-¿De qué estás hablando? ¿Qué se ha liado?
-¿Me tomas el pelo? ¿En serio no sabes la que hay montada?
-¿Crees que soy tan idiota que preguntaría si así fuera ?- Dijo. Molesto. Dejando ver por su tono que la pregunta no le había sentado bien. Quizá por como de estúpido le hacía sentir.
Vasia lo miró un instante. Esbozó una sonrisa , mirándole fijamente a los ojos un par de segundos. No podía culparle. Conocía las razones de su amigo por empeñarse en mantenerse aislado de vez en cuando.
-Como se que te gusta la lectura, te daré algo para que te entretengas un rato. - Dijo, dándole la espalda. Dirigiéndose al otro extremo de la barra, donde se amontonaban varios periódicos en un rincón. - Échale un vistazo a todo esto y podrás ponerte al día. - Sugirió. Plantando un montón de periodicos ante el.
El extremeño fijó su mirada sorprendida en el montón de periódicos. 8 o diez al menos. Periódicos de tirada nacional. De la última semana .
Empezando por el del lunes, pudo leer como el día anterior, en Madrid, en el hospital Puerta de Hierro, habían ingresado varios pacientes con un amplio abanico de síntomas de una enfermedad aún sin identificar, y contagiosa. A las pocas horas, según el diario siguiente, los ingresos en ese mismo hospital por la misma causa eran ya una decena. Sumados estos a otros 15 ingresos más, en el Doce de Octubre.
Los pacientes se encontraban aislados, y se les estaban realizando todo tipo de pruebas.
El problema iba creciendo de forma exponencial. Según la prensa del martes, eran cinco los hospitales de Madrid que registraban ingresos de ese mismo tipo de enfermos.
El noticiario impreso hablaba de los primeros ingresos de personas con síntomas idénticos en los hospitales de Santa Creu i Sant Pau y el Vall D'Ebron. Barcelona también resultó afectada.
Lo único positivo, según el diario de ese día, era que se había logrado especificar el cuadro completo de síntomas de las personas afectadas. Malestar, debilidad muscular, nauseas, dolor de cabeza, dificultad para respirar, y tos con espectoración y sangre, además de fiebre. En una primera fase de la enfermedad. Dando lugar a una segunda, en un periodo aproximado de 24 horas, en las que aparecían diarrea, hemorragias internas, fallo orgánico. Y la muerte.
A última hora del martes ya eran 20 los fallecidos.
El siguiente periódico no hacía más que abundar en diferentes datos que subrayaban el empeoramiento de la situación, y la confusión reinante en cuando a directrices a seguir. Ante la falta de orientación por parte del gobierno, la prensa indicaba que los síntomas eran bastante idénticos al Ébola, quizás por la aparición hacia algunas semanas anteriores de varios casos en España y otros países de Europa. O por la epidemia sin control que se extendía por varios países de África. Faltando a la verdad y creando aún más caos. Creando más pánico.
Para ese día, ni el gobierno ni ningún tipo de autoridad sanitaria se había pronunciado positivamente al respecto. La mayoría de los médicos consultados disentían. Argumentado que muchas de las características del virus que habían encontrado no eran las mismas que en los casos de Ébola. En especial la virulencia y la velocidad con la que la enfermedad ocasionaba la muerte a sus portadores. En aproximadamente tres días. Bastante más rápido que cualquier enfermedad conocida.
Marco ya imaginaba que algo más habría detrás. Siempre había algo detrás cuando el gobierno permitía, o incluso promovia, de una u otra forma que el miedo se instalara en las mentes de sus súbditos.
El miedo era una herramienta útil para sus propósitos. Siempre lo había sido. Y en esta ocasión no sería menos.
Habría de ver cuales eran esos propósitos en esta ocasión.
Siguió leyendo.