Kitabı oku: «Pandemia. Bienvenidos al Nuevo Orden Mundial», sayfa 3
Lo peor para el miércoles era que tampoco ningún portavoz oficial desmintió ninguna de las hipótesis que se estaban barajando hasta ese momento. Alguna de las cuales bastante descabelladas.
El gobierno, fiel a su estilo, no se pronunciaba salvo para indicar que la situación era delicada, pero que estaba controlada, y que disponía de los medios oportunos para atajar el problema.
Como en otras crisis anteriores.
Según pensaba Marco, los médicos ya habrían identificado claramente que virus era el responsable de todo aquello. Incluso entendía porqué no habían compartido esa información con la población.
Por alguna razon esperaban el caos. El pánico.
Y la jugada, según las páginas centrales del diario, estaba saliendo según lo previsto. Los disturbios que relataban esas páginas daban fe de ello.
La televisión jugaba a favor del gobierno. Para ese día, ante la falta de información verídica y contrastada, y de una respuesta de la autoridad oficial, las distintas cadenas de televisión, viendo la oportunidad de explotar el filón sensacionalista, retransmitían tertulias y especiales donde famosillos y expertos de medio pelo daban su opinión al respecto. No informando con coherencia y veracidad. Y extendiendo el miedo y el caos, como pretendía el gobierno según pensaba Marco, hasta el limite.
El miércoles además aparecieron los primeros casos en el Nou D'Octubre, y en la Nueva Fe, en Valencia. En Barcelona, a los hospitales que ya atendían a este tipo de enfermos se unieron el hospital del Mar y el hospital de la Esperança. Y prácticamente todos los hospitales de Madrid contaban ya con casos registrados
Para el jueves, la prensa informaba que una parte importante del personal de los hospitales en Madrid y Barcelona comenzaron a negarse a atender a este nuevo tipo de enfermos. Abandonando en algunos casos sus puestos de trabajo. Con el consiguiente problema que esto provocó.
Los hospitales estaban colapsados. Muchos enfermos comenzaron a ser tratados en sus propias casas por sus familias, amigos o vecinos, lo que sólo hizo aumentar el problema y extender como un reguero de pólvora la epidemia.
La mayoría de médicos y enfermeros que aún permanecían en sus puestos, se negaron a seguir trabajando en las condiciones en las que lo estaban haciendo. Sin tiempo de descanso, y sin los medios adecuados para hacer frente a un problema de tal magnitud.
Debido a los recortes presupuestarios que habían sufrido los últimos años con la eterna crisis económica, y a una política miope llevada a cabo por los dirigentes del país, ninguno de los hospitales tenía la infraestructura necesaria para tratar un problema epidemiológico de este tipo, a lo que había que añadir que la mayoría del personal sanitario no tenía la formación ni los medios oportunos para luchar contra ese nuevo virus.
Porque ya se había identificado al virus.
O ya se había decidido darlo a conocer a la opinión pública, mejor dicho.
El papel impreso informaba que la epidemia que azotaba el país era causada por una variedad de la Peste neumónica. Variedad causada por el virus Yersinia Pestis. Pero por una cepa bastante más agresiva que el Yersinia Pestis común.
Varios gráficos enumeraban hasta la saciedad los distintos síntomas. Así como una serie de recomendaciones a seguir por la población.
Al parecer la forma de contagio era por las gotas suspendidas en el aire que la persona infectada expulsaba al respirar. O al toser. De ahí la recomendación del uso de mascarillas. O la de utilizar guantes de látex . Además de lavarse las manos de modo adecuado como primera barrera para frenar el contagio.
Marco se preguntó cuanto tardaría ese problema en llegar al pueblo, si no lo había hecho ya. Valencia quedaba apenas a 60 kilómetros.
El artículo siguiente, firmado por un prestigioso epidemiólogo español, según rezaban los créditos, indicaba que aún no existía tratamiento eficaz. En caso de contagio, se trataría al enfermo con antibióticos durante siete días.
En un primer momento se comenzó a tratar a los infectados con tetraciclina, contando quizás con estar frente a un brote menos agresivo. En vista del fracaso, se pasó a utilizar estreptomicina, un antibiótico con un buen historial en la lucha contra la Peste. Un antibiótico de los llamados de amplio espectro, ya que además se solía utilizar para combatir la tuberculosis, con excelentes resultados según decía el doctor.
Se advertía al cuerpo médico y a la población que aquella medicación debía utilizarse por un máximo de siete días. Uno de los peligros que conllevaba su uso continuado era la alta toxicidad que causaba en el organismo de la persona que lo utilizaba. En ese artículo se enfatizó que transcurrido ese tiempo comenzaría la recuperación paulatina del enfermo.
El médico informó del protocolo a seguir con los enfermos. Éste consistiría en aislamiento, toma de muestras para análisis y otra lista de medidas específicas de la OMS para estos casos, encuadradas en un gráfico coloreado.
Las autoridades sanitarias admitían la grave crisis, sin embargo indicaban una y otra vez la total confianza depositada en las medidas que se estaban tomando para afrontarla.
La confianza y la seguridad oficiales contrastaban con la realidad, con la cantidad de víctimas que se habían contabilizado para el viernes de esa misma semana, con la negativa de otro gran número de médicos a seguir trabajando.
Para el sábado, los operarios de la mayoría de los tanatorios, y personal encargado de preparar los cadaveres de los infectados también habían abandonado en gran número sus puestos de trabajo. Por miedo a un posible contagio. Por la falta de medios, de información y formación para asumir sin peligro su trabajo. De hecho un gráfico en uno de los márgenes de la hoja informaba del número de víctimas hasta entonces dedicadas a ese menester. Debido a la falta de información, los encargados de preparar los cadaveres tomaron unas medidas básicas, a todas luces insuficientes.
Aquello complicó especialmente la situación. La patronal que englobaba a la práctica totalidad de las empresas de servicios funerarios se negó a tratar cualquier cadaver sospechoso hasta que el gobierno facilitase un protocolo específico de actuación ante la enfermedad.
Después de varios de días de aislamiento preventivo para controlar la enfermedad, la mayoría de las tiendas, supermercados y almacenes de alimentación comenzaron a quedarse vacíos, con poco o nada que ofrecer a varios millones de personas que no sabían qué había sucedido realmente, que no podían escapar de su ciudad y se veían atrapados, según parecia, ante una muerte más o menos segura.
Fue entonces cuando comenzaron los disturbios en la mayoría de las grandes ciudades del país, no solo en las afectadas, aunque en éstas últimas cobraron especial intensidad.
Todo esto llevó a que el ejército saliera a las calles. En un principio, para colaborar en labores de contención junto con la policía.
Para el viernes, además, la división U.M.E. del ejército paso a desarrollar la labor de ocuparse de organizar a su manera el caos médico, y preparar los cuerpos de las víctimas. Según indicaban el Ministerio de Defensa, el de Sanidad y la OMS.
Siendo la enfermedad altamente infecciosa, los cadaveres pertenecían al grupo 1, según el protocolo oficial. Una vez fallecida la persona se había de enterrar inmediatamente el cadaver, o incinerarlo. Acabando por ser este el método elegido por el ejército.
La ropa o cualquier objeto que hubiera estado en contacto con la persona infectada habría de quemarse también.
A ningún cadaver se le debía realizar la autopsia,ni siquiera en los casos en los que no estaba confirmada la enfermedad. Ese era el nuevo protocolo oficial y público del Ministerio de Sanidad.
En los casos en los que no se incinerase el cadaver, éste debía ser inmediatamente enterrado. Siempre en un féretro específico para estos casos.
Se pedía la colaboración ciudadana. Se aconsejaba seguir las directrices de las policía, la guardia civil y el ejército.
Marco ya no quiso leer mas.
Vasia le observaba tras la barra, sentado en un taburete. Dando salida a un café.
-¿Demasiada información de golpe ?
-Para mear y no echar gota. -Dijo. No dando demasiado crédito a lo leído. -¿Crees que todo esto es real, o será como aquello de hace años?
-¿De hace años?
- ¡Sí, hombre, sí! Aquello del coronavirus.
El ucraniano lo miró. Dudando. Encogiéndose de hombros.
-No sé. Según parece es más grave. Esto parece real. Parece que va en serio, quiero decir. -Razonó. -Habrá que esperar para saberlo.
-Esperaremos entonces.-Dijo. Arrugando el gesto al apurar el último sorbo, ya frío, de su café.
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Miguel
Capitulo 6
Miguel se levantó del sofá. Tenso. Dirigiéndose a la ventana. Frenando a tan sólo un metro de esta, creyendo poco aconsejable asomarse.
Nervioso, comenzó a deambular por el cuarto sin rumbo definido.
Necesitaba salir de ese piso ya.
48 horas llevaba ya sin salir del piso franco. Y aún no sabía cuanto más habría de esperar para poder salir.
Necesitaba salir de allí.
De ese piso.
De Valencia.
Lejos. A otro sitio donde pudiera adormecer su conciencia más facilmente. Algo que allí metido se le antojaba imposible.
La noche había sido larga. El ruido provocado por las turbas en su afán por devorar lo que quedaba de civilización le impidió conciliar el sueño cuando su conciencia ya no podía mantenerlo despierto.
Estaba agotado.
La razón de su último desvelo fueron los gritos que escuchó sobre las nueve de la mañana. Abajo, en la calle.
El piso franco que Hans le consiguió para desaparecer tras los atentados de Colón, estaba en la calle Troya. A pocos metros de la avenida San Vicente Martir. Una de las arterias principales de Valencia.
Los gritos venían de abajo. De enfrente.
En el umbral de una antigua tienda de compraventa de objetos varios de segunda mano una madre arrodillada sostenía a un niño de apenas dos años, en cuyo rostro la muerte había dejado clara su firma.
Miguel, para acallar su conciencia, se decía a sí mismo que en el Nuevo Orden no había sitio para todos. Se decía que no tuvo alternativa. Que el sólo se limitó a pagar el precio que puso Hans por lo que había hecho por su familia. Por su hija.
Viendo el asunto desde otra perspectiva, la idea de elegir entre unos u otros acallaba a medias su conciencia, justificando ese silencio por el deber cumplido.
Para Miguel fué fácil decidirse en su momento. Analizado con frialdad, el asunto se resumía entre escoger entre su hija o los hijos de los demás.
Miguel se dejó caer sobre el sofá de dos plazas que había a un metro escaso de la ventana. Sacó su cartera. Observando la foto de la pequeña Laura. La sola idea perderla le sacudía el alma.
Hans regaló a su hija moribunda el don de la vida con la medicina milagrosa de la que disponía el Nuevo Orden.
Él, a cambio, habría de segar las vidas de otros como pago.
Sencillo de entender. Algo más difícil de asumir.
De modo obsesivo miraba el movil. Como si con ello pudiera acelerar el tiempo. O recibir antes el mensaje que esperaba de Hans. Las nuevas instrucciones para escapar de Valencia.
Marchó hacia la cocina con las manos tapandose los oidos, a modo de cuenco. No podía soportar más los gritos de la mujer.
Se sentó en la silla de la cocina, apoyando los codos en la mesa de cristal marrón donde habia comido algo pocas horas antes, masajeando compulsivamente sus sienes. Intentando elaborar un plan alternativo para salir de ahí.
Después de todo, quizás él no era más que un cabo suelto en la trama de Hans. Una cabeza de turco que habría de cargar con las culpas si el asunto se torcía. Pensaba.
No era descabellado, por tanto, pensar en un plan B. Salvo pr el detalle de que no conseguiría recuperar a los suyos en ese supuesto plan B.
Al poco sintió aliviado la vibración del telefono en el bolsillo. Dando un respingo, se incorporó de la silla.
Llamada entrante. La voz de Hans al otro lado.
-Hola Miguel. - El electricista reconvertido en terrorista no pudo evitar sentir un escalofrío en su columna al oir la voz de aquel tipo.- ¿Alguna novedad?
-No señor. No he salido de este agujero en dos días. Como usted ordenó - No daba crédito a sus oídos. Después del destrozo que había ocasionado en Valencia, no sabía qué tipo de novedades esperaría escuchar el coronel Hans.
Pero habría de morderse la lengua y guardar las formas. Aquel tipo al otro lado del teléfono podría adivinar lo que estaba pensando simplemente evaluando su forma de hablar, o esa al menos era la impresión que a él le daba. Y de ser así, si no cuidaba los detalles, emitiría señales poco favorecedoras para él en un futuro cercano. O para su familia, que, después de todo, era lo único que le importaba ya.
-Entiendo. Tranquilízate, Miguel. Todo va según lo previsto. Solo hay que pulir algún que otro detalle. Pero nada que escape a nuestro control.
- ¿Algún detalle? No entiendo.
Al otro lado de la línea, Hans hizo una breve pausa que a Miguel se le antojó eterna.
-Si. Bueno. El plan se va desarrollando según lo previsto, salvo por un detalle, digamos importante, pero no determinante.
A Miguel, aquello le olía a cuerno quemado. Apostaba en su mente que aquel detalle, fuera lo que fuese, sería más que importante, y además no sabía muy bien porqué, pero se imaginaba que acabaría envuelto en su resolución.
Porque Hans no descubriría un fallo en sus propósitos ante nadie, a menos que ese alguien le fuera necesario para poder reconducir la situación.
Lástima que no se admitieran apuestas. Se hubiera llevado el premio gordo.
-¿Un detalle? ¿Qué detalle? -”No preguntes.” Le dijo una vocecita en su mente.
-Digamos que la vacuna que teníamos preparada para protegernos y frenar el virus, no es tan eficaz como esperábamos.
Si a Miguel en ese momento le hubieran arrojado un bidón de agua helada no se habría quedado tan frío como quedó al oir aquello.
-¿Cómo? ¿Qué? -No podía creer aquello. Estaba vendido. Casi por inercia dió dos pasos hasta la mesa donde descansaba la mochila con las cuatro dosis de antídoto en su interior, mientras un sudor frío resbalaba por su frente.- ¿Y ahora qué?
-¡Tranquilo Miguel! Te he dicho que sólo es un detalle que hemos de pulir.
-¿Pulir, como pulir?
-Sí. Tu trabajo aún no ha acabado. Tienes que encontrar a un tipo. Salir de Valencia, y encontrarle. Despues recibirás más instrucciones. Te he mandado por correo las directrices a seguir. Como quien es el tipo. Datos personales. Descripción. Posible ubicación y demás. Sigue el resto de instrucciones al pie de la letra y podrás salir sin demasiados problemas de la ciudad.
El pitido de fin de llamada indicó que Hans había colgado.
Aquella no era precisamente la salida airosa que había estado esperando esos días. Tal como estaban las calles de Valencia, la salida de la ciudad se le antojaba harto complicada. Y el moverse por ahí con la excasa protección que le otorgaba la vacuna que circulaba por sus venas no le hacía la empresa más llevadera precisamente.
Suspirando, negó un par de veces con la cabeza. Incrédulo.
Abrió la aplicación de correo del móvil. Su próximo destino era una pequeña ciudad de Castellón, donde habría de encontrar a un tipo en cuya sangre podría estar la solución al gran contratiempo de las vacunas.
Pero Miguel dudó un instante. Aquel tipo seguramente era importante para el coronel Hans. Pero dudaba que fuera por el motivo que le dijo. Visto el asunto con perspectiva, no podía concebir que Hans y los suyos hubieran pasado por alto un problema como el que admitía el alemán. Cada paso que el Nuevo Orden había dado hasta entonces estaba calculado al milímetro.
Hans le había mentido. No había ningún problema con la vacuna.
Aquel tipo era importante por alguna otra razón.
Habría de ver porque.
Aunque antes habría de encontrarlo.
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Ellos
Capítulo 7
"El mundo no está en peligro por las malas personas, si no por aquellas que permiten la maldad."
Albert Einstein
(1879-1955) Científico alemán nacionalizado estadounidense.
La destitución del comisario y el intendente de su departamento pilló a Pére por sorpresa. No entendía cómo en un momento tan delicado como aquel los de arriba podían prescindir de dos tipos con probada capacidad. Dos policías que durante los años que él sirvió bajo sus órdenes mostraron especial profesionalidad y compromiso con su cargo.
Sin embargo el que ni siquiera contestaran uno u otro al teléfono ante las constantes e insistentes llamadas que les dedicó toda la mañana, le hizo pensar en algo más grave que una destitución.
Aquello no le gustaba nada. Como tampoco le gustaban los dos tipos que durante la mañana ocuparon los despachos de los destituidos.
Para empezar no entendía porque eligieron precisamente a dos tipos ajenos a la policía catalana para desempeñar las labores propias del cargo, habiendo un buen número de aspirantes bien preparados para hacer eso mismo dentro del Cuerpo.
Así como tampoco era partidario de la filosofía con la que habrían de proceder desde ese momento. Una filosofía que instaba al uso de actuaciones más expeditivas con aquellos que no colaboraran o entorpecieran la labor de retornar a la normalidad.
En las calles. Y dentro del Cuerpo.
Conociendo el carácter y la forma de proceder de los destituidos, quizás fuera esa una de las razones de su fulminante despido. Aunque él sabía que había algo más tras aquello.
Barcelona, tras el atentado, era un desastre. Los productos de primera necesidad y los medicamentos comenzaban a escasear. El control férreo del ejército y demás cuerpos de seguridad de las entradas y salidas a la ciudad comenzaba a asfixiar lentamente a la población.
Habían de contener el virus dentro de las ciudades que habían sido objetivo de los atentados. Restringir las salidas y entradas era asunto de suma importancia, por tanto.
Si había algo positivo que sacar de la situación, era que el virus provocaba la muerte con suma rapidez. En apenas 72 horas a partir del contagio. Además los signos de la infección se podían observar, según los médicos, tan sólo un par de horas después de haber sido contagiado. Todo ello hacía pensar que una vez localizadas y aisladas las personas enfermas el problema estaría cerca de su solución. Pues estas tardarían poco en morir, y con ellas el virus que portaban.
Ese era el argumento por el que hubieron de precintar Barcelona.
Pero el alimento, y sobretodo las medicinas, escaseaban ya. Y las prometidas vacunas preventivas no acababan de llegar. No había en el mercado vacuna alguna para un virus como aquel. Y las que existían para el Yersinia Pestis común habían resultado estar obsoletas.
Razón extra para más altercados.
No entendía porqué no se decía la verdad a la gente. Era más que evidente que habían subido un peldaño en la escala de la Alerta. A la vista estaba que vivían bajo un Estado de Sitio, aunque aún no declarado.
Pére no entendía la gestión del problema. En ese punto y en otros muchos.
Mientras tomaba café en el pequeño cuarto de la comisaría que cumplía a duras penas las funciones de comedor, recibió un mensaje en su móvil.
El comisario Oleguer envió una escueta frase para que Pére comenzara a mover ficha. Y una guía para saber hacia dónde .
“Mi Reino por un kebab “.
Breve y al grano, El Comisario indicó, primero que seguía vivo, desterrando así los malos augurios de Pére. Y segundo, el lugar donde le citaba para arrojar algo de luz en cuanto a todo lo que él ignoraba.
El barrio de Can Peguera, en el distrito obrero de Nou Barris, disponía en una de sus calles de uno de los restaurantes de comida turca más populares de Barcelona. Tanto Pére como el Comisario Oleguer visitaban regularmente el local , de forma oficial u oficiosa, ya fuera en el comedor o, en alguna de las ocasiones, en la trastienda del negocio.
El motivo, aparte del puramente alimenticio, no era otro que tomar contacto con el dueño del negocio, colaborador ocasional de la policía, y que en más de una ocasión había facilitado información que valía su peso en oro, la mayor parte de las veces para solucionar casos o detener a individuos relacionados con los movimientos terroristas que deambulaban por la provincia.
Según Hamid, eso lo hacía motivado por su buena fe, para limpiar el nombre del Islám del oprobio que cierto tipo de asesinos le infligían .
Pére suponía que el recibir algunos privilegios a cambio le aportaba además un extra de motivación.
Una vez acabó el turno de la mañana, abandonó la comisaría sin mayores problemas, excusándose en la necesidad de un poco de descanso, y prometiendo mantener el teléfono siempre a mano .
Tras pasar por la improvisada cabina médica instalada en uno de los despachos, y dar prueba de seguir sano, tuvo vía libre para abandonar la comisaría.
Sonrió bajo su mascarilla. El camino hasta el punto de encuentro le había supuesto la mitad de tiempo que en otras ocasiones. El tráfico era inexistente .
Aunque aquello daba un halo fantasmagórico a la ciudad.
Era la calma tras la tormenta. Pensaba. Pues según su primo Joán, algo más que una tormenta fue lo que hubieron de enfrentar los antidisturbios hacía solo unas horas en la Diagonal.
Una vez aparcó la Harley en el callejón que comunicaba con la trastienda del restaurante, tras tres toques en la puerta a modo de contraseña, entró hasta la cocina, donde Hamid se afanaba preparando un plato tal como a Pére le gustaba. Kebab. En pan de pita, sin salsas y con guarnición extra de patatas fritas.
Observó con detenimiento al turco unos instantes.No parecía mostrar signo alguno de infección bajo su mascarilla.
Miró el móvil para comprobar la hora.
Oleguer no tardaría en llegar.
Mientras iba dando buena cuenta del kebab, la puerta de atrás se abrió, apareciendo al momento Hamid seguido por el ya ex-comisario.
Pére soltó la pistola en la mesa una vez les vio entrar. Relajándose. Dirigiéndose hasta ellos. Dejando para luego el trabajo de hacer desaparecer el kebab.
El comisario se saltó el protocolario saludo. Fundiendose en un efusivo abrazo con su antiguo subordinado.
Saltándose además el protocolo elaborado para frenar la expansión del Yersinia.
Pére se mostró reacio a tal muestra de afecto, tan común en otras ocasiones. La paranoia estaba ya instalada en las mentes de los barceloneses
-¡Estoy limpio! No te preocupes. -Se excusó. Informando de su estado de salud.
Lejos de lucir el porte elegante que solía acostumbrar, el comisario apareció ojeroso y desaseado, con el traje oficial arrugado y emitiendo olores impropios en el.
-¡Me alegro de verte... de ver que sigues bien! -Dijo, dándole una cariñosa cachetada en el hombro. - Tranquilo, estoy bien. Me hice las pruebas hace una hora.
-Si, bueno -Respondió Pére, un poco avergonzado. - ya sabes cómo está todo.-Cambió de tercio. -Dime qué es lo que está pasando realmente, Oleguer. No entiendo nada en absoluto.
Oleguer asintió. Soltando un sonoro suspiro. Tomando asiento. Invitando al tarraconense a imitarlo.
-Hamid, creo que tienes que ordenar un poco el salón.-Comentó, dirigiéndose al turco.
Éste entendió a la primera.
-Y no olvides cerrar la puerta, así podrás concentrarte mejor en tu trabajo.
Una vez abandonó el turco la cocina, Oleguer procedió.
-Bien. Supongo que te imaginas que si te he citado aquí es por la importancia de lo que he de decirte.
Así lo sabía Pére. Hamid era un confidente cuya existencia y localización solo conocían Oleguer, Pére y un par de hombres más del departamento. Ese parecía un lugar seguro.
-Imagino que algo gordo, desde luego.
-¡Y tanto. Y tanto! -Oleguer asintió enfáticamente con la cabeza para reforzar la idea. - Como sabes he sido destituido del cargo.
-No entiendo porqué.
-La idea no era destituirme, sino asesinarme. Pero me adelanté a ellos.
-¿Pero porqué? ¿ Y quienes son ellos?
Oleguer tragó saliva.
-El porqué es fácil de explicar. Me negué a colaborar con ellos. A seguir las nuevas órdenes. Las nuevas directrices, por decirlo así.
-¿Que nuevas directrices?
-Todo ha cambiado Pére. Hay gente nueva al timón. Gente a la que tipos como yo estorbamos. En cuanto a lo otro, en cuanto a quienes son, es algo más difícil de explicar. - Dijo, mintiendo a medias. -Ellos son quienes han preparado todo lo que está pasando estos días. Los atentados, digo. Ellos son quienes darán mañana un Golpe de Estado.
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