Kitabı oku: «Pandemia. Bienvenidos al Nuevo Orden Mundial», sayfa 7

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El vigia

Capítulo 15

El picor que sentía en su muñeca comenzaba a ponerle nervioso. Incluso de mal humor.

Al observar su antebrazo, el aspecto de este, además de mostrar la rojez propia de la urticaria que llevaba padeciendo un par de días, parecía mostrar cierta inflamación. Algun tipo de reacción alérgica, supuso.

Chasqueó la lengua, renegando. Llevar aquello bajo la piel no le gustaba nada, y menos aún le suponía sentirse más seguro.

Más vigilado si. Más controlado también.

Pero no más seguro.

Pero como Ciudadano Aprobado del Nuevo Mundo, la colocación de aquel implante no era algo opcional, desde luego. Todos lo llevarían en poco más de un mes.

Intentó olvidar la comezón del brazo, y centrarse en la razón por la que estaba ahí. Perdido en un cerro de la provincia de Castellón, vigilando una casa donde no había entrado ni salido nadie en la última hora.

Gracias a los prismáticos pudo advertir la presencia de al menos tres personas en el interior de la casa. Parecían despreocupados, comiendo algo que desde esa distancia no acababa de apreciar.

Según el localizador GPS del móvil, el tipo al que tenía que encontrar estaba allí dentro. Aunque el móvil no emitió señal alguna en los últimos tres días, desde ese punto se acababa de hacer una llamada a Mora D’Ebre hacía poco más de una hora, en virtud de la información facilitada por Hans.

El alemán, como siempre, parecía tenerlo todo y a todos controlados. Lo que no le hacía sentirse especialmente cómodo con ello.

El nuevo encargo de Hans consistía en encontrar a un tipo cuyo nombre, descripción y ubicación recibió en el piso franco de Valencia. Además de varias fotografías.

Esa era la parte fácil.

Después habría de conseguír un par de muestras de ADN del tipo en cuestión.

Si la genética le indicaba apto para los planes de Hans, ya se ocuparían de el los hombres del Nuevo Orden.

En verdad no veía la hora de acabar con todo aquello y volver a casa con su familia, con su pequeña. Y esperar que Hans y los suyos acabarán con el Viejo Mundo por fin.

Tras media hora vigilando y divagando, vio cómo la puerta principal se abrió.

Un tipo alto, fornido y con aspecto de ser de Europa del Este salió primero, dando un par de pasos, mirando escrutadoramente alrededor del punto donde se enclavaba la casa, provocando que el instinto de Miguel le hiciera dudar por un momento si desde allí le podría descubrir, sintiéndose estúpido al instante, por la clara evidencia de la imposibilidad de ello.

A continuación salió otro tipo. Más bajo que el anterior. Bastante más joven. Delgado, menudo, pero fibroso. Con el pelo más largo , alborotado, también rubio, pero no tanto.

Ninguno de ellos se ajustaba a la imagen de las fotografías, ni a la descripción del tipo que buscaba el Nuevo Orden. Alguien de más o menos 1’75 m de altura, en torno a los cuarenta, fuerte, pelo corto y negro, con entradas, y con una particular cicatriz desde su ceja hasta el mentón, entre otras características, que ya de entrada no compartía con aquellos dos tipos.

El tipo grande, después de dar un par de pasos, se volteó hacia la puerta. Tras esta apareció un tercer hombre.

Miguel sonrío. La espera había dado sus frutos, al fin.

El tercer hombre si se ajustaba a la descripción del alemán.

Éste último le dijo algo al otro, señalando su muñeca izquierda, al reloj. Y haciendo un ademán con sus dedos índice y corazón, pareciendo indicar el número dos

¿Dos? Dos horas?

¿Habría querido decirle eso? ¿Que harían en dos horas?

En cualquier caso eso no era importante. Se preguntaba cómo podría conseguir las muestras de ADN de aquel forzado donante.

Podía esperar que se largaran los otros dos tipos. Pero entrar en la casa después, no parecía la mejor opción.

La casa estaba rodeada por muro de al menos tres metros. Y el portón de acceso al interior parecía robusto. Sería fácilmente descubierto si intentaba colarse. Y una vez dentro del recinto vallado tendría serias dificultades para entrar en la vivienda.

Si lo conseguía, le tocaría reducir al tipo, pues este no estaría por labor de escuchar argumento alguno que intentara justificar su allanamiento. Esa no era la opción más inteligente, en virtud de la apariencia del tipo. Rudo y bastante más fuerte que el.

Eso obviando que podría ser recibido con algún arma.

Habría de pensar en un modo más discreto y seguro de conseguir las muestras de ADN.

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El alzamiento

Capitulo 16

No tenía hambre.

O esa era la impresión que daba tras dejar a medias las dos latas de conservas que abrió para improvisar la cena.

Se sirvió una copa de Gran Buche del 2019.

A pesar de tener aún pocos años de solera, ese vino ya apuntaba maneras para alzarse con algún buen premio.

De su hermano Marco adoptó la buena costumbre de acompañar las comidas con un buen vino.

Las buenas costumbres no hay que perderlas. Pensaba. Además, un par de copas le ayudarían a sosegarse y llevar mejor la espera.

Fuera, en la calle, escuchaba a los militares algo alborotados. Lo que no contribuía para nada a calmar los nervios de Mónica, bastante alterados ya por la situación.

El control militar que había establecido el ejército un día atrás estaba a tan solo 300 metros de la entrada del edificio en el que se encontraba. Dos Jeeps flanqueaban la entrada a la avenida que daba comienzo y bienvenida a su vez al pueblo.

La anchura de la vía había sido reducida a un solo carril, quedando el otro cortado por una pequeña pared de sacos de arena de metro y medio de altura. Tras esta, un tanque Leopard del ejército español, con la Rojigualda ondeando en lo más alto del artilugio bélico.

Por cosas como esa sentía un nudo en el estómago que no le dejaba meter nada, más allá de un poco de liquido, en su cuerpo. Amenazando éste con fuertes arcadas y nauseas ante una posible imposición.

Se levantó de la mesa. Tensa. Ansiosa. Saltandose la advertencia de Marco de no acercarse a las ventanas.

Las persianas estaban bajadas hasta el alféizar. Y el alboroto de los soldados iba subiendo de nivel.

Algo pasaba. Eso seguro

El ruido del motor del tanque al arrancar apoyaba ese argumento.

Y los gritos de advertencia de uno de los soldados hacia alguien, que al parecer se acercaba a ellos, no hacía sino corroborarlo.

Tras 15 o 20 segundos, comenzaron los disparos.

Mónica no vio nada a través de la persiana, como era de esperar. Pero no espero más para poner en práctica el consejo de su hermano de alejarse de la ventana.

Asustada, y con el corazón pareciendo querer salirse por su garganta, corrió a esconderse tras la pequeña barra con la encimera de silestone rojo que dividía la cocina americana del resto de la estancia.

Allí, sentada, acurrucada, comenzó a sollozar, mientras sus oídos eran martilleados por el ruido de los disparos en la calle.

Entonces comenzaron las explosiones. Esporádicas al principio. Más continuas despues.

A cada explosión le seguía el ruido de cristales rotos y objetos que caían al suelo, estremeciéndola hasta el alma .

Mónica, cual ovillo, metió la cabeza entre sus rodillas, llorando, presa de un ataque de pánico.

Los gritos se oían en los pequeños espacios de tiempo en el que las ráfagas de los disparos y las explosiones lo permitían. Unos, en español. Pero los otros, segun constató Mónica tras hacer un esfuerzo como para convencerse, en alemán.

Apenas tuvo tiempo para buscar razón o sentido a aquello. Tras una de las explosiones, observó con pavor como el muro que enfrente tenía se desplomaba hacia ella. Enterrándola bajo un sinfín de cascotes y escombros.

Sintió como un dolor indescriptible la atravesaba de pies a cabeza.

Todo se volvió gris, consecuencia de la densa niebla de polvo que flotaba en la estancia.

Tenía que hacer un especial esfuerzo para seguir respirando aquel aire contaminado. No solo por el polvo que comenzaba a ahogarla. Sino por el peso de los escombros sobre su cuerpo.

Aquello parecía el fin. Y el sabor metálico de la sangre en sus labios parecía apoyar esa idea.

Quizás alguna brecha en la cabeza fuera el origen de las gotas que sentía correr por su mejilla.

La ansiedad del principio dio paso a la desesperacion. Y esta, progresivamente a una sensación de aletargamiento. De semiinconsciencia. De paz. El dolor comenzaba a remitir.

Endorfinas, encefalinas y dinorfinas comenzaban a correr cual caballo desbocado por sus arterias, buscando calmar aquel dolor insoportable. Supuso.

Todo se volvió oscuro

El ruido de explosiones y disparos se tornó sordo. Lejano.

Se sentía extrañamente cansada.

Se dejó llevar.

Simplemente cerró los ojos.

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Sedicion

Capítulo 17

Solo es libre el hombre que no tiene miedo.

La suerte estaba echada, como dijo el romano.

A diferencia de Julio Cesar, Rottweiler no cruzó río alguno, pero su resolución a mantenerse firme y leal al gobierno legítimo al que había servido hasta hacía solo unas semanas le hacía cruzar un Rubicón simbólico. Una línea sin retorno, en virtud de la advertencia que extraía de las palabras de su superior. Nada contento con su decisión.

Parecía ser que el que Rottweiler le recluyera en el calabozo no le hizo gracia alguna.

Pero una vez llegado el momento, al extremeño no le tembló el pulso para ello.

Jaume Peris cumplía con las obligaciones de Comisario de los Mossos D’Escuadra de Mora d’Ebre desde que fuera el Major del cuerpo autonómico quien lo nombrara, hacía ya un par de años. Aún teniendo la misma categoría y logros no tan sobresalientes como Rottweiler, el Major declinó la balanza del lado del catalán, más bien que hacía el cacereño.

Más vale caer en gracia, que ser gracioso. O eso contaba en vida el abuelo del extremeño.

Quizás fuera por los datos del DNI, quizás por la diplomacia y el saber usar la palabra apropiada, de la que sabía hacer gala Jaume.O quizás ( y esta era la razón que gritaba Rottweiler a los cuatro vientos) la capacidad que mostraba para lamer culos sin desfallecer mientras mantenía una bonita sonrisa de oreja a oreja, lo que favoreció el ascenso de Jaume.

Rottweiler estaba hecho de otra pasta. La diplomacia era sólo una palabra de la que conocía vagamente el significado. En cualquier caso, su carácter serio y el pronto explosivo que solía gastar a menudo no le hacían, a priori, el candidato ideal al puesto de Comisario de los Mossos. Un puesto en el que , entre otras cualidades, la corrección política y la diplomacia debían regir el comportamiento del elegido. Algo que Rottweiler, a pesar de estar sobradamente capacitado en otros aspectos, en estos adolecía claramente de su carencia.

Peor aún, en ocasiones presumía de ello.

Quizás de ahí el apodo de “Rottweiler “. De ahí, y de la particular forma de tratar a los delicuentes, comunes o no.

Francisco, como dictaba el DNI al mostrar su verdadero nombre, “una vez que mordía, no soltaba la presa”, según Pére, creador de tan peculiar pero esclarecedor apelativo, haciendo referencia a cómo ante la presencia en comisaría de un claro culpable utilizaba caminos de dudosa corrección política o legal, para mandarle a dormir tras barrotes de acero.

Lo cual, además de haberle acarreado algún que otro quebradero de cabeza y más de una sanción, había entorpecido su camino hacia la jefatura.

Pero allí estaba. Sentado en su despacho, meditando en lo sucedido. En los pasos que habría de dar a continuación. Y en las represalias que no tardaría en recibir.

Pero su conciencia y su sentido del deber, por no hablar de su compromiso con la Ley, le habían colocado justo en el punto en que se encontraba.

Aunque las noticias, y sobre todo las órdenes y disposiciones que habían llegado de otras delegaciones eran confusas, incluso contradictorias, había varias cosas ciertas y corroborables.

El mail premonitorio recibido hacía unos meses del Inspector de la Guardia Civil, advirtiendo del posible levantamiento armado le había puesto sobre aviso. Aunque nada le hizo sospechar de todo lo que acababa de pasar hacía una semana.

Su buen amigo Fran acababa de ser asesinado por uno de sus subordinados.

La noche anterior a su muerte le llamó advirtiéndole del complot que había en marcha.

Fran, un hombre íntegro, se dispuso a frenar el golpe de Estado incipiente. Pero sus hombres tenían otros planes. O al menos así era en el caso del tipo que le vació el cargador de su arma reglamentaria en el pecho.

Tarragona, por lo tanto, estaba bajo el control de los golpistas.

Las noticias acerca de otras provincias eran escasas y confusas. Como todo lo que atañía a los acontecimientos de las dos ultimas semanas. Pero en cuanto a lo que sí era cierto, lo que había podido corroborar, no invitaba para nada al optimismo.

El plan sedicioso tuvo éxito en Tarragona y en Girona, pero en Lleida, ante la descoordinacion y la falta de directrices concretas de Barcelona, el golpe había fracasado. Al principio, al menos. Y sin un solo tiro.

Barcelona estaba, al comienzo del alzamiento, dividida. Razón de la descoordinación mencionada. Alli los sublevados controlaban la mitad de la ciudad. Y ahí si que hubo tiros.

Rottweiler se preguntaba si Joán y Pére estarían bien. Tanto los superiores de uno y otro estaban implicados en el alzamiento. Aunque hacía un par de horas Joán le confirmó que sí. Que había localizado a Pére. Pero que aún tenían que salir de Barcelona y llegar hasta Mora. Tarea harto complicada según la situación.

Los cuerpos de seguridad de la Policía Nacional sublevados habían atacado al parecer varias comisarías que habían rechazado apoyar el levantamiento.

Algo parecido ocurrió entre la distintas comisarías de los Mossos D’Escuadra. En las que unas atacaron a otras en funcion del lado de la balanza hacia el que se inclinaban.

Quizas lo peor estaba ocurriendo en la calle González Tablas, que acogía al acuartelamiento del Bruch, del Ejército español, que alojaba al Batallón de Cazadores de Montaña “Barcelona IV/62”. Aquí, una compañía mixta de Mossos y Nacionales leales al gobierno, tras perder posiciones y buscar el apoyo y auxilio de los militares para reconducir la situación, había sido recibida con plomo por los soldados, que quizás motivados por la victoria , habían plantado los tanques en las calles tras resolver la papeleta, dirigiéndose a la Diagonal poco después, custodiados desde el aire por un par de helicópteros Tigre.

Barcelona había caído.

Por eso Rottweiler no tuvo duda alguna en encerrar al comisario cuando tuvo claras las intenciones de este. Si en su mano estaba, Mora D’Ebre no apoyaría el Golpe. Aunque eso, según parecía, la colocaba en una posición más que delicada.

Lo positivo era que prácticamente todos los municipios del Área Básica Policial de Terra Alta y Ribera D’Ebre, tras ponerse en contacto entre ellos, y después con Rottweiler, habían manifestado posiciones similares. En especial los pueblos vecinos de Mora la Nova, Ginestar y Benissanet. Lo cual daba un extra de estímulo al cacereño.

Todo lo demás, en otros pueblos, en otras ciudades, era confuso. Habría de esperar noticias, buenas o malas.

Y estar preparado. Claro.

Los 15 hombres que a su cargo tenía se habían posicionado claramente contra el golpe. Igual que el pequeño grupo de la policía local de Mora La Nova, en la otra orilla del Ebro.

Ahora debía planificar sabiamente la posible respuesta a dar.

El asesinato durante la noche de los soldados del control, en la entrada del pueblo indicaba que la fiesta había comenzado. Y aunque no tuvo que bailar esa pieza, sabía que no tardaría en bailar la siguiente.

De sus tiempos en Siria no guardaba buenos recuerdos. Y ahora debía soportar el ver como parte de las calles de su pueblo de acogida no tenían nada que envidiar a las de Alepo, Homs y Hamà, donde combatió a los rusos y al Estado Islámico durante varios años.

Así estaban las cosas.

Pero el ya estaba preparado.

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Hotel Meciers

Capítulo 18

En poco más de media hora habían llegado.

Se miraron, sonriendo. Un poco incrédulos.

Habían conseguido esquivar encuentros indeseados con otros grupos policiales. Con el ejército. Y con las turbas enfervorecidas que comenzaban a devorar Barcelona.

Un poco por la buena suerte, que parecía sonreirles en ese momento.

Un poco porque el callejear por Barcelona era para Joán como un juego de niños. Cada calle, avenida y callejón aparecían en el cerebro del antidisturbios con nombre y longitudes definidas, con sus edificios y locales más reseñables.

La elegante fachada clásica del hotel les dió la bienvenida. Éste permanecía con las puertas cerradas. Custodiadas tras la verja metálica por un nutrido equipo de guardias de una conocida empresa de seguridad privada, cuya presencia delataba el cristal de la puerta principal.

- ¿Sería posible hablar con el señor Meniere?-Preguntó Pére, sonriendo diplomáticamente a la pequeña cámara de vigilancia de la entrada.

Tras un par de minutos que a Joán se le antojaron eternos, uno de los gorilas de la seguridad del hotel se acercó a la puerta, escoltado por otro de la misma especie, a juzgar por su aspecto y rasgos.

El tipo, al igual que su compañero, llevaba colocada la ya popular mascarilla en su cara. Los guantes de latex en las manos. Una vez indicó mediante un ademán con su cabeza que pasaran dentro, sacó de su bolsillo un voluminoso termómetro por infrarrojos, bastante más grande que el que Pére usaba en comisaría.

No pasarían dentro sin evaluar la temperatura en sus frentes. Parte del protocolo.

Insuficiente en caso de estar infectados, pensó para si Joan.

Una vez el aparato dió valores normales, el gorila les dió permiso para seguir.

-El señor Meniere les espera en su despacho. - Indicó el gorila, tras abrir una segunda puerta, e invitar a los dos policías al interior.

Los dos tarraconenses entraron tras el tipo, que haría de guía hasta el despacho del dueño de todo aquello.

Tras ellos, el otro tipo les escoltaba.

Una vez dentro del hotel , el primer gorila se plantó delante de Pére, indicando que habría de prestarle las armas que llevaban hasta nueva orden, con la educación y verborrea que su cerebro, acostumbrado seguramente a otras tareas, le permitía.

-¿Estás de broma?- Preguntó sorprendido Pére, preparado para desenfundar.

-Creo que no será necesario que uses eso. - La voz de un tipo con marcado acento francés puso paz entre los tipos y los policías, dispuestos unos y otros a ponerse a repartir. -Tranquilos, son amigos de la casa . -Indicó a los gorilas.

Éstos últimos depusieron su actitud agresiva, apartándose de la línea recta que había entre los dos catalanes y el francés, volviendo cada uno a lo que fuera que estuvieran haciendo hacía unos minutos.

-Supongo que ėsta no es una visita de placer. -Indicó el francés, tras evitar dar la mano a sus visitantes . Consciente de que aquella visita le costaría algo. - No confundas la precaución con falta de educación. -Se escusó por evitar el saludo. -Aunque me consta que estáis limpios.-Siguió -Conozco los procedimientos que lleváis a cabo.

—Como siempre, bien informado. -Replicó Pére.

El francés rió

-La información es poder, ya sabes.

-Sí, ya sé, ya sé. -Pére conocía una parte mínima de la red y el entramado de contactos de los que disponía aquel tipo. Fuente de su información.

-Quizás estemos más cómodos y más tranquilos en mi despacho.

- Seguramente. -Afirmó el GEI.

Tras dejar atrás el Hall, los dos primos siguieron al francés, accediendo a un hermoso patio central, cubierto por una cúpula que dejaba ver el cielo a través de sus cristaleras, inundando de la luz natural propia aún de esas horas toda la pequeña plazoleta. En el centro de tan hermosa estancia, varios sofás y sillones de cuero negro daban descanso a un variopinto grupo de huéspedes. Gente de cierto nivel económico, pues pasar la noche allí no saldría por menos de quinientos euros, tirando por lo bajo. Gente pudiente. La mayoría, a juzgar por su aspecto, extranjeros. Mezclados a su vez con un pequeño grupo de periodistas, como indicaba la tarjeta que colgaba de sus cuellos, con su foto, datos personales y la palabra “PRESS” bien visible, y que a todas luces recibían asilo temporal por parte del francés.

La irrupción de los dos policías provocó en los residentes del hotel una mezcla de asombro y temor a partes iguales, a juzgar por las expresiones de sus caras y los gestos que se dedicaban entre ellos. Así como el intento, más o menos infructuoso, que realizaron algunos por cubrirse, casi instintivamente, la boca a su paso.

No era, desde luego, nada extraño, tal como estaba el tema de puertas para fuera.

Siguieron adelante. Dejando atrás la plazoleta al cruzar un hermoso arco de medio punto de mármol de Carrara.

Llegaron al despacho de Meniere.

-Me sentiría más cómodo hablando a solas. - Meniere comunicó asi sus preferencias, indicando eso con un gesto a Joán.

Pére, mirando a su primo, asintió, quedando este último conforme. Indicándolo encogiendo los hombros con indiferencia, acomodándose después en una silla frente a la puerta del despacho.

Entraron. Tomaron asiento.

Su forzado anfitrión en un sillón tras una gran mesa de cerezo clásica que a Pére le pareció más propia de mediados del siglo XX que de la época en la que estaban. Aunque él, desde luego, no era un experto en decoración.

Pére, se sentó frente a el.

-Mesa nueva. -Indicó, acariciando levemente la tabla.

-Llegó esta semana. -Explicó. - Es un regalo de un buen amigo. Pero disculpa mi falta de respeto. No os he ofrecido nada. ¿Deseas tomar algo? - Preguntó, haciendo ademán de levantarse.

-No, no te molestes. -Respondió Pére, forzando una sonrisa. -Como bien has adivinado, no es una visita de placer.

-Lo imaginé al verte en la entrada, pidiendo verme.-Sonrío. - Supongo que quieres salir de Barcelona, y no sabes muy bien cómo.

-¿Qué te hace pensar eso?.

-No me subestimes. -Dijo, tornando su rostro más serio. -No hay que ser muy inteligente para llegar a esa conclusión. La mitad de la policía y de los Mossos de la ciudad está enfrentándose con la otra mitad. Ahora mismo todos se están preparando para luchar entre ellos o con el ejército. Todos salvo los desertores, los que no han querido secundar la revuelta, o los que no han querido frenarla. - Apuntó. Recostandose en el sillón. Sonriendo de nuevo - ¿En cuál de los dos grupos estáis vosotros?

-Eso no es relevante. -Evitó responder. Un poco avergonzado. - Es posible que la situación ahí fuera no sea tan fácil de resumir.

El francés rió.

- ¡Amigo Pére, siempre tan perspicaz!

El catalán asintió. Irónico.

-Por lo que veo tú también estás informado .- Supuso. Aludiendo a la información que imaginaba pudiera manejar el francés, gracias a los muchos contactos que su trabajo y estatus le permitían. Por cómo dirigía la conversación.

-Sí, bueno, se oyen cosas. Por aquí pasa mucha gente .-Concluyó, sarcástico.

-Sí. Supongo. -Respondió Père, dando por hecho que alguno de los clientes habituales del hotel, entre los que destacaban miembros de distintos cuerpos diplomáticos le habría facilitado información aún más completa y fiable de la que el mismo disponía.

-No creo que sea el momento de perder tiempo con formalidades, por tanto. -Continuó- Eso es un lujo que ahora no me puedo permitir, y creo que tú aún menos. -Siguió, dando un tinte de condescendencia a sus palabras, consciente de la situación de sus inesperados invitados.-Así es que vayamos al grano. Dime que esperas de mí realmente.

Pére quedó un instante bloqueado por la franqueza del francés. Por lo que esta conllevaba. Pero sobretodo por descubrir un pequeño tatuaje que asomaba ligeramente bajo el puño de su elegante camisa de trescientos euros. Un tatuaje reciente, y que en la anterior visita al hotel no llevaba.

Un par de aspas de lo que parecía un trisquel, dando un relieve negro a su piel, asomaba en su muñeca derecha. A su mente vinieron las imágenes de un par de cadáveres que vió en la morgue hacía poco mas de un par de semanas , con un trisquel perfecto tatuado en la parte superior de la muñeca, y cuyo caso estaba investigando el Cuerpo.

Meniere, consciente del descubrimiento del policía, bajo la manga de su camisa, ocultándolo a la vista.

-Para esto tampoco hay tiempo, al menos por ahora. -Rió.

-Entiendo. -Respondió, mientras intentaba buscar un significado a aquello. - No me andaré por las ramas, necesito que me ayudes a salir de la ciudad, como has dicho.

-¿Y en qué manera crees que podría yo ayudarte? Como sabes, son días convulsos, podría tirar de contactos, pero ahora mismo no se muy bien en quien confiar, a la vez que debería dar muchas explicaciones, seguramente. -Se excusó, evitando indicar que prefería guardarse para si mismo los favores que otros pudieran hacerle.

-No necesito ese tipo de favores.

-Explícate. -Inquirió descolocado.

-Solo necesitamos uno de tus vehículos, así de fácil.

- ¡Vaya! -Sonrió.- No pensé que tu visita fuera a salirme tan cara. ¿Porqué habría de hacer eso? Sabes el cariño que tengo a mis juguetes.

Los juguetes a los que se refería el francés, no eran otra cosa que 7 u 8 berlinas negras, blindadas, y que solía prestar a los huéspedes del hotel que precisaban un extra de seguridad, por su estatus.

-Lo harías por ayudar a un viejo amigo que siempre estuvo dispuesto a ayudarte. - Según Pére, el francés le debía un par de favores. Pero pensó solo insinuarlo, indirectamente, sin exigencias. Claramente no estaba en una situación propicia para ello.

-Tardabas en salir por ahí. - Negó con la cabeza. -Supuse al verte en la puerta que el caso Leveded saldría en nuestra conversación.

El caso Leveded, como el francés lo llamaba, fue un turbio asunto en el que Meniere se vió envuelto hacía un par de años, y que gracias al finado comisario Oleguer y a Pére, entre otros, quedó en un desafortunado malentendido diplomático .

Meniere salvó el culo en aquella ocasión.

Y ahora habría de devolver el favor.

-Bien, acabemos cuanto antes. -El francés se incorporó ligeramente del butacon de piel mientras hablaba , apoyando ambos codos en la mesa a la vez que cruzaba las manos a modo de rezo. -Doy mi deuda por saldada. Nada me obliga a ayudarte, pues poco o nada puedes hacer por mi ya, y desde luego no estas en posición de exigir o conseguir nada por tus medios.

-No estés tan seguro. -Replicó Pere, más por orgullo que otra cosa. Era consciente de la situación.

-Entiendo - Sonrió, asintiendo - Esto lo hago como signo de buena voluntad, como agradecimiento por el trato recibido en su momento. -Remató, suavizando. - Pero una vez que salgas por esa puerta, no te deberé nada.

-Tranquilo.-Respondió, aliviado. - Cuando salga por esa puerta, quizás no volvamos a vernos.

-El mundo es un pañuelo, Pére. El mundo es un pañuelo. Todo dependerá del bando en que elijas posicionarte.

-¿Crees que tendré opción de elegir, llegado el momento?

-Conociendo tus escrúpulos, supongo que ya has elegido -Indicó, mostrando cierto pesar.

-Y tú, Meniere, ¿qué bando elegiste? -Dijo, sospechando estar ante uno de los golpistas, acariciando instintivamente la pistola. Meniere debido a sus contactos, y a sus invitados ocasionales , habitualmente caminaba sobre la fina línea que separaba la legalidad de todo lo que de ella se apartaba. Los asuntos oscuros, y tramas turbias solían estar en su agenda mas veces de lo deseable.

Pero esto superaría, de ser real, todo lo anterior.

-Eso no serviría de nada.-Indicó, adivinando la intención de Pére -No conseguirías salir de aquí, y mucho menos de Barcelona, que es lo que te ofrezco como gesto de buena voluntad. Por los viejos tiempos.

-Supongo que tienes razón. -Reconoció. Nada arreglaría sacando el arma. - Quizas sea mejor aceptar esa muestra de buena voluntad.

-Mejor, mejor.-Pulsó un botón del aparato que había a su derecha - Osinaga, acércate a mi despacho. Acompañarás a mis invitados al garage y le darás las llaves del Audi A8. Despues, les facilitarás su salida. -Volviendo su atención a Pére, prosiguió. -Supongo que no pensarás salir asi. -Indicó, haciendo referencia con un ademán a su uniforme.

-Mi fondo de armario es bastante reducido en este momento-Respondió, encogiéndose de hombros.

-Entiendo.-Sonrió de nuevo, pareciendo disfrutar con todo aquello. -Le diré a Osinaga que os lleve a la tintorería. Allí podréis cambiaros.-Osinaga, ofrece a nuestros invitados otras ropas más acordes al Audi.

Tras oír una respuesta afirmativa al otro lado del aparato, el francés se levantó y se acercó a Pére, quien tambien se levantó.

-Así es que aquí se separan nuestros caminos.-Dijo, con cierto pesar tintando sus palabras.

-Eso parece. Aunque quizás hace ya tiempo que estaban separados.

-No empieces con eso, Pére, créeme, ya habrá tiempo para ello. Pero hoy no. - Indicó, a la vez que tendió la mano al catalán.

Éste, la recibió, notando como la frialdad del saludo inicial de hacía unos minutos se tornó en un fuerte apretón.

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