Kitabı oku: «El canto de las gaviotas», sayfa 2

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Capítulo 3

⎯¿Sobrevivirá? ⎯preguntó el detective Rosas a la solitaria figura que salía de la habitación. Al escuchar la voz se dio la vuelta para encontrarse con un rostro joven con lentes de aro cuadrado y una barba bien cuidada, recortada en forma de candado.

El doctor lo miró por encima de los anteojos con curiosidad.

⎯¿Usted es? ⎯preguntó con calma. Sus ojos saltaron de un detective al otro.

⎯Soy el detective Rosas ⎯dijo extendiendo su mano. La del doctor se cerró con fuerza sobre sus dedos. Se esperaba una piel suave y dedos delicados. En su lugar, una verdadera pinza de hierro lo atrapó por sorpresa.

Rosas introdujo a su compañero y, aprovechando que la atención del doctor se enfocaba en su colega, se sacudió la mano, tratando de recuperar algo de circulación. El gesto no le pasó desapercibido a Palmer, quien al estar preparado no fue tomado fuera de base.

⎯Ahora, me imagino que se refiere a la joven que trajeron de la playa ⎯dijo después de presentarse como el doctor Baker. Una placa en su bolsillo lo identificaba de forma más explícita como Félix Baker, médico de urgencias.

⎯Sí ⎯confirmó Palmer con seriedad⎯. Somos los encargados del caso. ¿Conoce los detalles de… las circunstancias en que fue encontrada?

Baker miró por encima de su hombro hacia la puerta blanca de la habitación. Un letrero encima ponía «Consultorio 02». Cuando sus ojos se tornaron de vuelta hacia los detectives, una sombra oscura parecía bailar en su rostro.

⎯Se me informó que la encontraron enterrada en arena hasta el cuello y que casi se ahoga. Eso es lo mínimo que necesitaba saber para estabilizarla. Su cuerpo… bueno, cuenta el resto de la historia. Su presencia aquí solo confirma mis sospechas iniciales.

⎯¿Su cuerpo? ⎯preguntó Rosas algo sorprendido⎯. ¿Le importaría explicarse?

Baker giró sobre sus talones y con un gesto los invitó a seguirlo.

⎯Seguro, pero no aquí.

Después de unos veinte pasos llegaron a otro juego de puertas. Estas eran de igual color, pero un pequeño vidrio cuadrado ocupaba cual ventanal el medio de las mismas. Baker las empujó, dándoles paso a una pequeña cocineta. Sobre una plancha de fórmica veteada en gris y negro reposaba un microondas de mediano tamaño y una cafetera.

El aire estaba saturado del aroma a café recién hecho. Una pequeña luz de color rojo brillante anunciaba que el líquido estaba caliente.

Baker sacó una taza con el logo del hospital de una despensa encima del microondas y se sirvió una porción considerable del oscuro líquido.

⎯Si quieren café ⎯dijo señalando unas tazas de poliespan al lado de la cafetera ⎯sírvanse. Creo que lo necesitan más que yo.

Rosas no necesitó más indicaciones. Palmer ya había notado cómo se pasaba la lengua por los labios al entrar en la cocineta. Era casi adicto a la cafeína en todas sus formas y el simple olor lo había puesto a salivar como en el experimento de Pavlov. Al recibir el permiso que exigían las buenas costumbres tomó una de las copas y se sirvió lo que quedaba. Palmer negó con la cabeza la invitación. Su médico de cabecera le había limitado la ingesta de café a una taza al día, luego de que un episodio súbito de palpitaciones hacía unos meses lo obligara a buscar ayuda profesional. Se esforzaba por seguir las indicaciones, pero no podía negar que el doctor Baker tenía razón.

Necesitaba el café más que él.

Con Rosas parado a su lado, la humeante taza recordándole a solo unos metros lo que tenía prohibido so pena de un nuevo susto, Palmer sacó una libreta de su bolsillo.

⎯Me parece justo que maneje la información correcta ⎯dijo mirándolo a los ojos⎯. Unos jóvenes la encontraron enterrada en la arena. La marea ya había subido y casi le cubría la nariz. Fue un milagro que pasaran por allí en ese momento, pues asustaron al responsable y, con la ayuda de unos pescadores que iban regresando en ese momento de sus labores diarias, lograron sacarla antes de que muriera ahogada.

⎯No pudo ser fácil sacarla de la arena húmeda ⎯dijo Baker pensativo⎯. Llevo trabajando en este cuarto de urgencias mi buen par de años y todos los veranos escuchamos de alguien que queda atrapado en la arena, después de lo que piensan es un juego inocente. El año pasado un joven murió asfixiado cuando la arena lo sepultó. Un grupo de surfistas que estaba cerca demoró más de una hora en sacarlo.

⎯A ella la sacaron en unos treinta minutos ⎯dijo Rosas sorbiendo un poco de su café. La expresión de incredulidad en el rostro del doctor fue tan evidente que Palmer decidió aclarar los hechos.

⎯Uno de los jóvenes que la encontró tenía un tubo de esnórquel. Gracias al mismo pudo seguir respirando con dificultad. El peso de la arena casi termina de hacer el trabajo, pero logró soportar lo suficiente. Si no hubiera sido por eso, estaríamos teniendo esta misma conversación con un patólogo en lugar de con usted y mi compañero no se estaría tomando su tercera taza del día.

⎯¡Eh! ⎯dijo Rosas vaciando la mitad del contenido de la taza en su garganta⎯. Las otras dos fueron de apenas unos dedos de café. No es el número, sino el volumen lo que cuenta.

Baker pareció estar inclinado a hacer algún comentario al respecto, pero la expresión en el rostro de Rosas lo hizo desistir. Reconocía cuando no perder demasiada saliva con una persona.

⎯Así que es una investigación de intento de homicidio ⎯prefirió decir en su lugar.

⎯Por ahora ⎯dijo Rosas⎯, lo que me lleva de vuelta a la pregunta que le hice hace poco. ¿Sobrevivirá?

Baker ordenó sus ideas en silencio antes de responder.

⎯Está estable, pero apenas. Está recibiendo una transfusión de sangre en este momento y lo más probable es que va a necesitar varias más. Sin embargo, la estamos preparando para llevarla al salón de operaciones. Después de la cirugía sabremos más de su pronóstico.

⎯¿Cirugía? ⎯preguntó Rosas sorprendido⎯. ¿Qué tienen que operar en un caso de ahogamiento?

⎯Por esa parte, nada. Lo malo es que no creo que la joven lo haya pasado muy bien los últimos días.

Su mirada se perdió en el vacío. Ambos detectives se miraron, pero prefirieron guardar silencio. No todo el mundo estaba preparado para lidiar con la maldad del ser humano. El doctor encontraría su voz cuando estuviera listo.

⎯Cuando la trajeron su presión era apenas perceptible. Había señales de sangre en sus piernas… me imagino que era mucho más, pero la arena y el agua del mar se encargaron de limpiar una gran parte. En fin, mi fuerte no es la ginecología y sin embargo solo era necesario tener dos dedos de frente para ver que algo muy malo había pasado.

Tomó un sorbo de café y dejó el borde de la taza cerca de su rostro, como si el calor del líquido de alguna forma fuera capaz de alejar la frialdad que llenaba su corazón, al recordar el examen de la joven.

⎯He visto mi par de laceraciones. Partos en casa, de niños muy grandes en las peores condiciones. La única forma que se me ocurre para describir lo que vi es… un estallido vaginal.

Rosas alzó las cejas y miró a su compañero, quien no le regresó la mirada.

⎯¿Un estallido vaginal? ⎯se atrevió a preguntar.

⎯Toda la entrada de la vagina estaba inflamada y conté no menos de diez laceraciones de diferente tamaño y tiempo de cicatrización, en todas las caras del canal vaginal y la vulva. Encontré dos más a nivel anal. Estas últimas no parecían estar sangrando, así que las dejé tranquilas. Las vaginales eran otra historia. Cuando removí los coágulos que encontré, empezó a sangrar. En ese momento decidí llamar al ginecólogo de turno, quien le echó una mirada rápida, taponó todo con una gasa e indicó que tenía que ir a la sala de operaciones.

⎯¿Está sugiriendo que tuvo un parto reciente? ⎯preguntó Rosas tras lanzar a un basurero cercano la taza de poliespan. La puerta de la cocineta se abrió y un enfermero vestido de azul oscuro se dirigió a la cafetera. Al encontrarla vacía emitió un gruñido de frustración y salió del lugar, no sin antes dirigirle una mirada molesta al detective Rosas. ⎯La gente del cuarto de urgencias ⎯aclaró Baker al retirarse el enfermero⎯es muy territorial con su café. Me imagino que voy a tener que escuchar muchas quejas e insinuaciones la semana que viene. En cuanto a su pregunta detective Rosas… la respuesta es no. Puse el ejemplo del parto, porque es la situación donde he visto ese tipo de lesiones. El doctor London, así se llama el ginecólogo encargado, me confirmó que no hay señal alguna que sugiera un parto reciente y ella, en los pocos minutos de lucidez que tuvo cuando empezamos la transfusión de sangre, lo confirmó. Según London solo hay una explicación para ese tipo de lesiones.

⎯¿Les dijo su nombre? ⎯preguntó Palmer, quien no necesitaba ahondar en la causa de las lesiones. Todos en esa habitación lo sabían, aunque ninguno vocalizara la razón.

⎯Sí. Se llama Andrea. Andrea Sposito… o algo así. No tiene ninguna identificación encima, así que tendrán que confirmar la información ustedes mismos.

⎯Disculpe doctor ⎯dijo Rosas con un tono de voz más apagado de lo habitual⎯. Usted mencionó que las lesiones tenían diferentes tiempos de cicatrización. ¿Entendí bien?

⎯Algunas lesiones son muy recientes. Me atrevería a decir, aunque no me citen al respecto, que algunas son de hace un par de horas a lo sumo. Debieron sangrar bastante y creo que son la causa de su inestabilidad hemodinámica. Su control de hemoglobina reportó 3,4 gramos por decilitro. Lo normal en una mujer es 12. Es un milagro que esté viva. En fin, otras lesiones estaban curando y tres, por lo menos, ya habían cicatrizado. A esas les daría unos siete u ocho días desde el momento en que fueron infligidas.

⎯¿Una semana? ⎯murmuró Palmer⎯. ¿Está seguro?

⎯Sumen o resten un par de días si quieren, pero prefiero que le pregunten al doctor London ⎯en voz más baja agregó⎯. Después de la cirugía.

Miró hacia los cuadros de vidrio en las puertas y señaló con cautela ⎯Es un excelente médico, pero se cree el regalo de Dios a la humanidad. Si lo interrogan ahora es capaz de pasarse toda la mañana demostrando lo mucho que sabe y no creo que sea buena idea para la salud de Andrea.

Como conjurado por estas palabras, una voz femenina resonó en algún lugar en las profundidades del aire de la cocineta. Ambos detectives levantaron la mirada hacia los altavoces instalados en el techo.

⎯Código Azul. Código Azul. Consultorio 2 ⎯dijo la voz con calma, pero la reacción de Baker distó mucho de ser controlada. Casi tiró la taza sobre el microondas y salió sin decir palabra.

Se miraron entre sí y salieron detrás del doctor, que ya iba llegando a la puerta del consultorio mencionado en el mensaje. Detrás de él, dos médicos portaban un carrito con un curioso aparato encima. Llevaban suficiente tiempo en la policía como para reconocer un desfibrilador y lo que eso sugería para la joven que esperaba en su interior.

Solo les quedaba esperar para saber si su caso acababa de ser elevado al nivel de una investigación por asesinato.

CAPÍTULO 4

VERANO DE 1982

El muchacho se detuvo a unos pasos de la extraña criatura.

Desde que tenía uso de memoria recordaba haber vivido a orillas del mar. Conocía cada curva y roca de la costa, en varios kilómetros a la redonda. Había visto peces de todo tipo y el canto de las aves marinas formaba una melodía en su cerebro que no podía desligar de su personalidad, aunque hiciera el esfuerzo. No era raro encontrarse con el cadáver en descomposición de algún animal, por lo general, peces y aves y, de vez en cuando, un mamífero terrestre.

Era la primera vez que veía a esa criatura, que aún se movía tratando de deslizarse sobre la arena.

Era de un color amarillo brillante con manchas negras. La punta terminaba en lo que parecía una aleta. Le tomó solo un minuto definir en su cabeza qué se había encontrado.

Una serpiente marina.

Se agachó, pero mantuvo la distancia. Sabía que las serpientes eran peligrosas y su madre le había contado alguna vez que las serpientes marinas eran las más terribles del mundo. Nunca le dijo qué hacer de encontrarse con una, pero no tenía necesidad.

Sentido común.

Tomó una rama cercana, de un buen largo, y empujó el cuerpo de la serpiente. Movió la cola una vez y trató de girar sin éxito. Siendo una criatura marina, el estar fuera de su elemento le quitaba toda la peligrosidad, mientras no cometiera la estupidez de ponerse a su alcance.

La empujó dos veces más y se levantó. Lanzó la rama lejos de él y se quedó observando la serpiente un segundo más, antes de tomar una decisión.

Miró alrededor suyo sin mover los pies, hasta que vio lo que buscaba.

Se alejó del animal. A una corta distancia había una piedra de mediano tamaño. Parecía estar enterrada en la arena, pero para su fortuna estaba apenas colocada encima de ella. Era pesada, pero no demasiado para él.

Con la roca en las manos se acercó a la serpiente. Mantuvo la distancia, pero para hacer lo que quería tenía que correr un pequeño riesgo. Fue su primera lección en dichos menesteres.

Sin riesgos no hay recompensa.

A dos pasos de la criatura levantó la roca y la dejó caer sobre su cabeza.

Nunca supo cuánto tiempo se siguió moviendo la serpiente. Presentía que habían sido solo unos minutos, pero en su memoria se sentía como horas.

Cuando la cola dejó de golpear la arena se alejó del lugar.

En sus delicados labios, una sonrisa de oreja a oreja.

***

Una voz la empujaba hacia la superficie de la conciencia, pero ella no quería ir.

Sentía los párpados pesados y casi podía sentir la fuerza física que tenía que ejercer para apenas abrirlos. Era mucho más cómodo mantener los ojos cerrados y seguir durmiendo.

Descansar. Olvidar. Todas esas opciones eran mejor que recordar. No quería recordar. No sabía la razón, pero presentía en lo más profundo de su ser que el olvido era mejor.

La voz se elevó en intensidad. Abrió los ojos y una línea de luz blanca llenó su cerebro. Parpadeó varias veces y logró invocar la fuerza de voluntad necesaria para mantenerlos abiertos.

Lo primero que invadió todo su cuerpo fue el dolor.

La descarga eléctrica fue tan repentina que casi se refugia en el olvido para no sentirlo, pero la voz, al ver que abría los ojos, volvió a sonar trayéndola de vuelta.

Dos figuras se materializaron delante de ella. Una voz seguía llamándola.

⎯Estoy viendo doble ⎯pensó sumergida en un sopor etéreo.

Para su sorpresa, una de las sombras se movió independiente de la otra y se colocó por delante de su campo de visión.

⎯Estoy viendo doble y ahora alucino. Mejor me voy a dormir de nuevo.

⎯Andrea ⎯insistió la voz. Los bordes difusos de la sombra principal fueron tomando definición, como si alguien estuviera moviendo el botón de contraste al editar una foto. La luz blanca fue bajando en intensidad y la sombra se convirtió en una figura masculina vestida de negro.

Un destello y recordó otro lugar. Un espacio abierto, antiguo, que olía a polvo y a otra cosa. Una visión surgió de sus recuerdos y se imaginó la figura parada delante de ella con una máscara en el rostro.

Se empujó en la cama hacia atrás, una explosión de energía alimentando sus músculos a punta de puro miedo. Un grito trató de salir de sus labios, pero todo lo que escapó fue un quejido animal.

⎯Tranquila ⎯dijo la voz. Andrea sacudió la cabeza, rehusando aceptar que la pesadilla no había terminado. Debería estar muerta.

⎯Señorita ⎯dijo alguien más⎯. Está en el hospital. Está a salvo.

Trató de enfocar y pudo distinguir cada una de las facciones de las personas que le hablaban. Uno era un hombre de unos 50 años, de cabello gris y ojos de un curioso color tierra. La otra sombra también se había movido y pudo ver que no estaba alucinando. Era bajo y macizo, de pequeños ojos negros y expresión preocupada. Se mantuvo detrás de la primera, cómodo de no tener que llevar la voz cantante.

⎯Somos de la policía ⎯dijo el hombre del cabello gris⎯. Soy el detective Palmer. Mi compañero, el detective Rosas. Solo queremos hacerle unas preguntas cortas.

⎯¿No estoy muerta? ⎯quiso preguntar, pero ninguna voz salió de sus labios. Lo intentó dos veces más sin éxito y luego desistió. Sus esfuerzos por hablar debieron dar la impresión equivocada, pues el hombre que se hizo llamar Rosas dijo ⎯Como le dije, no se preocupe. Está a salvo.

⎯¿A salvo? ⎯pensó. Los recuerdos empezaron a brillar en las profundidades del presente y su corazón se aceleró. Seguía sin poder precisar el motivo, pero sospechaba que nunca más estaría a salvo.

⎯Señorita ⎯insistió el otro detective⎯. Podemos regresar otro día, pero sería de gran ayuda que pudiera responder algunas preguntas hoy.

Sentía la boca pegajosa. La lengua pegada al paladar.

⎯Agua ⎯fue la primera palabra coherente que logró pronunciar. Para sus oídos sonó como un suave susurro, pero debió ser suficiente. El detective Palmer se dio la vuelta y miró alrededor suyo buscando algo. Cuando encontró lo que buscaba desapareció de su campo de visión. Regresó poco después con un vaso de agua.

⎯¿No deberías preguntarle al doctor primero? ⎯escuchó decir al detective Rosas.

⎯No le pregunten. Quiero agua ⎯Respiró hondo y el aroma de sus propios cabellos llegó a sus fosas nasales. Un apenas perceptible olor a vainilla.

⎯¡Quítenme ese olor de encima! ⎯gritó en su mente. El rítmico sonido de una campana electrónica que, hasta ese momento se había percatado de que sonaba en el fondo, se aceleró con su corazón.

El detective Palmer se detuvo en seco. El vaso con agua, apenas a unos metros, brillaba bajo las luces fluorescentes. El sonido de una puerta a lo lejos cortó el rítmico sonido de las campanas.

⎯Les pedí que no la agotaran ⎯dijo una voz que había escuchado antes. Poco después la cara de un señor mayor. Cabello blanco y poblada barba del mismo color. Ojos negros casi ocultos bajo unas gruesas cejas. Le parecía recordar que se llamaba London.

⎯Nos pidió agua ⎯fue todo lo que dijo Palmer⎯. No sé si es buena idea.

El doctor London pareció pensarlo por un segundo.

⎯Bueno, ya han pasado más de 8 horas desde la cirugía. La reparación de los desgarros no fue nada fácil y aún está algo débil por la pérdida de sangre, pero un poco de agua no le hará daño.

El doctor le quitó el vaso al detective y se acercó a la cama. Sintió como se elevaba con desquiciante lentitud, un zumbido apenas audible surgiendo debajo de ella. Luego, la vítrea y pulida superficie rozó sus labios.

Las primeras gotas de agua fueron las más deliciosas que saboreó en su vida.

⎯Mejor, ¿verdad? ⎯dijo el doctor, retirando el vaso tras un pequeño sorbo⎯. Sin embargo, no debemos abusar. Un poco a la vez, ¿está bien?

Ella asintió. Después de un segundo sorbo se dejó caer sobre el colchón.

⎯Gracias ⎯logró decir. Esta simple palabra le sacó una sonrisa al viejo doctor.

⎯En poco tiempo estarás como nueva. Eres una joven afortunada.

El detective Rosas, a su espalda, levantó los ojos hacia el cielo ante la elección de palabras. El doctor London no se percató de lo inapropiado de la frase, considerando las circunstancias. Andrea compartía la opinión del detective.

No se sentía afortunada en lo más mínimo.

⎯Tu corazón se detuvo por un minuto ⎯seguía diciendo ignorante de sus pensamientos⎯. La causa fue la pérdida de sangre, así que tan pronto te pusimos un poco más te recuperaste. Estuvo cerca, pero solucionamos el problema a tiempo. A partir de aquí solo te queda mejorar. Ahora, antes de que te deje seguir hablando con los detectives aquí presentes, dime si te duele algo. ¿Alguna molestia?

⎯El olor ⎯dijo en un quejido⎯. El olor a vainilla.

El doctor la miró con extrañeza. Sus ojos buscaron los del detective Palmer, que se acercó.

⎯¿Qué olor? ¿Dónde?

⎯En mis cabellos. La vainilla… él la puso allí. Quiten ese olor, por favor.

Pudo ver como el otro detective sacaba una libreta y apuntaba algo en sus hojas. En ese momento una ola de dolor le pegó y su rostro se torció en una mueca que debió alarmar al viejo doctor. Le puso la mano en la muñeca, mientras le preguntaba dónde le dolía.

El dolor era una constante en todo su cuerpo desde que había abierto los ojos. Sin embargo, algunas partes molestaban más que otras.

⎯Aquí ⎯dijo señalando un punto por debajo de su ombligo, a la izquierda.

El doctor soltó su muñeca y colocó la mano sobre el abdomen. La simple presión de su mano se sintió como si le estuvieran enterrando un cuchillo en las entrañas. La expresión en la cara del doctor no fue tranquilizadora.

Dos veces más presionó el mismo punto. Con la última logró sacarle un grito.

El sonido de la puerta abriéndose. No logró distinguir la voz del nuevo visitante, pero la siguiente vez que logró ver al doctor London tenía un pedazo de papel en la mano. Sus cejas se habían inclinado y se conectaban en el medio de su frente con una profunda arruga.

⎯Esto no puede estar bien ⎯murmuró a la otra persona.

⎯Por eso pensé que debía verlo de inmediato. Después de cuatro unidades de sangre su hemoglobina sigue bajando. Considerando…

⎯Sé lo que significa, Baker ⎯dijo con seriedad. Andrea no entendía el motivo de preocupación.

Una nueva ola de dolor surcó su abdomen.

⎯Eso es todo ⎯dijo London al ver su cara. Se dio la vuelta y se dirigió primero a los detectives⎯. Ustedes fuera de aquí. Baker, llama de vuelta a la sala de operaciones. Diles que voy con una paciente.

⎯¿No prefiere que le hagamos un ultrasonido primero? ⎯preguntó Baker, pero casi de inmediato lamentó sus palabras. La expresión en los ojos de London decía a gritos lo que pensaba de la sugerencia.

Las náuseas la hicieron arquear con fuerza. El simple movimiento llenó su cabeza de una nube de oscuridad y su visión se inundó de miles de pequeñas luces de colores.

⎯Me siento mal ⎯fue todo lo que logró decir. Las luces de la habitación disminuyeron en intensidad y un silbido retumbó en sus oídos. El sonido de las campanas se redujo notablemente.

Le pareció escuchar al doctor London gritar una orden, mas nunca pudo saberlo. La oscuridad volvió a tomar el control de su mente y el dolor desapareció.

El olvido era un mejor refugio.

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276 s. 27 illüstrasyon
ISBN:
9788412375435
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