Kitabı oku: «El canto de las gaviotas», sayfa 4
CAPÍTULO 7
El oficial Cameron se acercó el vaso a los labios y sorbió una pequeña porción del caliente líquido. El aroma a cebolla era apenas perceptible a esa distancia. La sopa recorrió su garganta, infundiendo de renovadas energías a su abatido cuerpo.
Levantó la mirada hacia el reloj de pared a unos cuantos metros. Eran las dos de la mañana. Aún faltaban cuatro horas más para que llegara su relevo.
Era nuevo en el puesto. En realidad, era el más joven de todo el departamento, así que sabía cómo serían las cosas por un par de años. Los trabajos más glamurosos le tocarían a él. Meter la cabeza en polvorientos archivos buscando el informe que solo aparecería después de que terminara de buscar y tras un violento ataque de alergia. El interrogar a la viejita que tiene que gritar porque no escucha y que cada vez que habla parece un rociador humano de saliva.
El tener que estar a las dos de la mañana haciendo de niñera.
Su compañero no le había contado mucho. Que era testigo de un crimen y que debían vigilarla hasta que pudiera decir lo que sabía. Era su primera noche fuera de la Unidad de Cuidados Intensivos y, si todo iba bien, los detectives encargados del caso podrían interrogarla a primera hora de la mañana. Le hubiera gustado saber más. Algún detalle que le sirviera de estímulo, pero eso sería mucho pedir.
⎯Algún día ⎯pensó sorbiendo un poco más de la sopa de cebolla que había conseguido de la máquina del pasillo⎯. Algún día.
Un ruido de pisadas a su derecha lo hizo enderezarse en la silla. Giró la cabeza, pero la tensión que empezaba a preparar su cuerpo para una eventualidad se disipó como por arte de magia al ver el origen del sonido. Un médico de por lo menos un metro noventa y con una larga bata blanca que le llegaba a los tobillos se acercaba en su dirección. Llevaba una gorra de cirujano de color azul e iba con la cabeza agachada, leyendo mientras caminaba una revista de color verde oscuro. Casi seguro una de esas publicaciones médicas con artículos que no tenían el más mínimo sentido para él. Su novia era estudiante de medicina y la única vez que le dio por ojear una se sintió tan ignorante que nunca más repitió la experiencia.
Si no levantaba la mirada pronto se iba a chocar con él. En el poco tiempo que llevaba de policía había visto su buen número de accidentes por descuidos de ese tipo. Tal vez era hora de que alguien sacara al joven doctor de la dimensión desconocida, por la seguridad de todos.
⎯Doctor ⎯dijo en su tono de voz más autoritario⎯. Tenga cuidado. No debe leer y cami…
No terminó la frase. El doctor levantó la mirada de la revista y en ese momento se percató de que llevaba una máscara de cirujano que le cubría la mitad del rostro. Sobre los ojos un par de lentes oscuros.
⎯¿Lentes oscuros? ¿Una mascarilla? ⎯llegó a pensar⎯. ¿Para qué necesita eso ahora?
El doctor, que ya estaba a menos de dos pasos de su silla, dejó caer la revista al piso. El oficial Cameron siguió el movimiento del bloque de páginas en vuelo, hasta que chocaron con las baldosas en blanco y negro. Cuando levantó la mirada ya era muy tarde.
La jeringuilla se enterró en su cuello y pudo sentir el líquido entrar en su torrente sanguíneo.
No tuvo tiempo de empezar a quejarse por los trabajos glamorosos que siempre le tocaban. Una marea de oscuridad llenó su mente y se derrumbó. La taza de plástico con la sopa rodó por el piso, dejando un riachuelo de color crema claro en su camino.
El hombre disfrazado de médico tomó al oficial Cameron por las axilas y lo levantó. Lo acomodó en la silla de tal forma que parecía estar dormido. Recogió la taza del piso y la tiró en un basurero cercano. Luego escondió la jeringuilla en el bolsillo de la bata y se acercó a la puerta de madera.
Giró el pomo con suavidad. Andrea estaba muy delicada, por lo que no esperaba resistencia de ella, pero no pensaba cometer el error de subestimarla.
Le hubiera gustado traer puesta su máscara de la Alegría. Ver sus ojos al reconocer a la sombra de la muerte reclamar lo que era suyo.
En fin, no todo podía ser perfecto. C’est la vie.
***
⎯Amor ⎯dijo la voz de Dana desde las escaleras⎯. ¿Qué haces despierto?
Mauricio presionó el botón de pausa y colocó el mando a distancia sobre sus rodillas.
⎯Pensaba un poco. Eso es todo.
Dana estudió la pantalla del televisor y sonrió a pesar de la hora. La escena de una carretera bajo el sol de un dorado atardecer. Un auto de color rojo vino rodeado de dos autos más, en negro y amarillo. Una curva a lo lejos que se perdía en un bosque de verdes pinos.
⎯Eres el único hombre ⎯dijo acercándose a él⎯que para pensar tiene que conducir un auto virtual.
⎯Eso no es cierto ⎯dijo él girando la vista de vuelta hacia el televisor⎯. No soy el único. Es la adrenalina. Simple fisiología.
Dana se sentó a su lado, sobre el brazo del sofá. Mauricio no la engañaba ni un segundo. Se veía cansado y preocupado a la vez. Su esposo era de los que se llevaban el trabajo a casa oculto en el cerebro. Podía no tener la intención de trabajar una vez llegaba a casa, pero su espíritu tenía una forma muy masoquista de ver el mundo.
Le pasó la mano por el cabello para luego deslizarlo por el cuello. Sintió como si dos cables de acero atravesaran su espalda.
⎯Estás tenso a otro nivel ⎯dijo ella levantándose. Se paró a sus espaldas y empezó a masajear con suavidad sus hombros⎯. ¿Algo en lo que pueda ayudar?
Mauricio no respondió. Colocó el control de la consola de videojuegos en el espacio que hacía poco había ocupado su esposa sobre el brazo del sofá y agachó la cabeza. Se lo podía imaginar con los ojos cerrados y, poco a poco, la tensión fue desvaneciéndose.
⎯¿Te he dicho alguna vez ⎯dijo con una voz apagada⎯que eres una experta dando masajes?
⎯Sí, pero puedes decírmelo una vez más. Yo no me pongo brava.
Mauricio giró la cabeza para verla a los ojos. Una sonrisa cansada temblaba en sus labios.
⎯Te conozco demasiado bien ⎯dijo Dana soltando sus hombros y sentándose en sus piernas⎯. Algo te está comiendo. ¿Qué?
⎯Es el caso en que estoy trabajando. Eso es todo.
⎯¿Seguro? ¿No hay nada más?
Estas palabras las acompañó tomando su mano y llevando la punta de sus dedos a un punto por debajo del ombligo. Mauricio sintió la esfera que Dana quería que palpara.
El útero. Donde crecía su hijo.
⎯No es lo que piensas… ⎯empezó a decir, pero ella le puso un dedo sobre los labios para silenciarlo.
⎯Lo sé. Ves cosas terribles todos los días. Tienes miedo y casos como el que estás trabajando solo sirven para recordártelo, ¿verdad?
Mauricio no respondió. Solo bajó la cabeza y la apoyó sobre su pecho. Tras unos segundos de silencio, Dana dijo ⎯¿Quieres mi opinión? Creo que vas a ser el mejor papá del mundo.
Le plantó un beso en la frente y susurró con los labios apoyados sobre su piel ⎯Porque conoces la cara del mal y de ninguna forma dejarás que la sorprenda.
Mauricio se alejó un poco y la miró con cuidado.
⎯¿La? ¿Ella?
⎯Aún no lo sé ⎯le respondió quitándole el flequillo de cabellos que le caía sobre los ojos⎯. Tal vez se deje ver en el próximo ultrasonido. Veremos.
Se levantó y extendió la mano.
⎯¿Vienes?
Mauricio se la tomó, pero no hizo ademán de levantarse.
⎯En un segundo. Tengo que pensar un poco.
Dana solo asintió, se agachó y le dio un nuevo beso en la frente.
⎯No te demores.
Cuando iba llegando al umbral de la escalera, la voz de su esposo la hizo detenerse.
⎯Si te pido que hables con ella, ¿lo harías?
No necesitó especificar a quién se refería.
⎯Depende. Si me pides que le brinde apoyo psicológico, por supuesto. Si quieres que la ayude a recordar, tendrás que convencerme.
⎯Estoy tratando de atrapar a un asesino ⎯dijo Mauricio y su voz tomó un tono metálico que era muy poco frecuente en sus conversaciones. Dana no se dejó alterar por el mismo.
⎯Y yo pienso en su salud mental. Si su cerebro no quiere recordar, por algo será. No quiero abrir una puerta que luego deje entrar toda una horda de demonios. Encuentra otra forma o un muy buen motivo.
⎯Pero…
⎯Pero nada ⎯dijo⎯. Eres inteligente. Ya encontrarás la forma. Por ahora, estoy dispuesta a hablar con ella. Solo eso.
Empezaba a darse la vuelta para empezar a subir la escalera, cuando recordó la llamada de su compañero.
⎯Ah, por cierto. Te llamó Omar. Me dio un mensaje bastante críptico para ti.
Mauricio, que ya había vuelto a tomar el control del videojuego, y se disponía a acelerar a toda velocidad por las carreteras virtuales, la miró con curiosidad.
⎯Me dijo que te recordara que no te preocuparas tanto. Que al morir todo lo que dejamos en este mundo es la… prosapia. ¿Sabes qué quiere decir?
Mauricio pareció dispuesto a ignorar la pregunta, pero la curiosidad lo venció al final. Se levantó de su sofá y se acercó a un librero de madera oscura que ocupaba una pared a su derecha. Sacó un grueso volumen de color blanco y lo abrió en las últimas páginas.
⎯Prosapia ⎯dijo en voz alta⎯. Significa… linaje, generación.
Cerró el diccionario de la Real Academia Española y lo volvió a colocar en su lugar.
⎯Maldito Omar ⎯masculló⎯. Entre sus estadísticas y sus palabras rebuscadas me volverá loco.
⎯¿Más de lo que ya estás? ⎯dijo su esposa subiendo la escalera hacia su habitación y dejándolo con las ganas de responder de una forma adecuada al comentario.
***
La enfermera Murillo aceleró el paso. Sus suelas de goma chirriaron con tal estruendo que por momentos temió despertar a todos los pacientes del hospital. El eco rebotó contra las paredes, prolongando el agudo sonido como un quejido en la soledad de las horas de la madrugada.
Apretó el folder que llevaba en las manos contra el pecho. Ya había terminado la ronda de medicamentos y por fin tenía unas horas para ponerse al día en las tareas de la maestría. Si no aprovechaba esos segundos de liberación, el trabajo se acumulaba y lo pagaría con creces en las semanas siguientes.
La sinfonía de chillidos la acompañó hasta dar la vuelta en el pasillo. La escena que apareció delante de sus ojos era esperada, pero algo en su interior la hizo detenerse a pesar de la prisa que llevaba.
El policía que vigilaba la habitación de la pobre Andrea se encontraba durmiendo. La cabeza apoyada sobre el pecho, la espalda contra la pared a un lado de la puerta. Por un segundo sintió envidia del joven policía, que podía darse el lujo de echarse una siesta en medio del trabajo. Luego recordó los rumores que circulaban sobre el calvario que había vivido la joven rescatada de un agujero en la playa y su natural calma se desvaneció. Si ella había sufrido tanto, y seguía luchando, lo menos que se merecía era la completa atención de todos los que debían velar por su seguridad. Eso incluía al joven oficial de policía que roncaba con suavidad.
Con la determinación de no hacer un espectáculo y dispuesta a poner todo en su esperado curso se acercó a la silla. Sus zapatos resonaron con aún más fuerza, cual sinfónica de grillos histéricos, pero ni siquiera esa cacofonía logró que la inmóvil figura se despertara.
⎯Disculpe, oficial ⎯dijo acercándose con cautela. Algo seguía gritando en lo más profundo de su ser que tuviera cuidado⎯. ¿Se siente bien?
Tres pasos más la colocaron a la par de la silla, pero el cuarto la hizo perder el equilibrio. Su suela se deslizó y cayó sentada a los pies del hombre. Apoyó su mano al caer sobre su rodilla y se disponía a pedir disculpas por la invasión de espacio personal, cuando la figura se desplomó hacia su izquierda como un árbol talado. El golpe contra el piso debió doler considerando la altura, pero no hizo el más mínimo intento de frenar su caída ni se quejó después. Su mano terminó sobre un charco, lo que explicaba por qué se había resbalado.
El líquido tenía un peculiar olor a cebolla.
La enfermera Murillo, veterana de mil urgencias, solo pudo levantar la mirada hacia la puerta de la habitación de Andrea. Su sentido común procesó la imagen del oficial caído con lo que podía estar pasando dentro de ese cuarto y las posibilidades se redujeron a una sola opción.
Sus ojos se entrecerraron, un plan formulándose en su cabeza.
Nadie le haría daño a esa joven en su turno.
***
«Alegría» se paró a su lado y no pudo resistir inclinarse y aspirar el aroma de sus cabellos. La sensación no era igual llevando un par de guantes de látex, pero al deslizarlos entre sus dedos la fragancia se elevó cual perfume.
Los dejó caer y observó a la joven que dormía. Sus signos vitales, reflejados en un monitor encima de su cabeza en cifras de color verde, permanecían estables. Ya lo peor había pasado, así que no podía confiar que la naturaleza terminaría de hacer su trabajo. Era hora de finiquitar su error de una vez por todas.
Se metió la mano en el bolsillo de la bata y sacó otra jeringuilla. En ella, una dosis masiva de cloruro de potasio. Unos cuantos mililitros del líquido y su corazón dejaría de funcionar. Hubiera preferido hacerlo sin dejar huellas y que le achacaran su muerte a una causa natural, pero el guardia en la puerta lo hizo imposible. Era la única forma de actuar y se estaba quedando sin opciones.
Quitó la tapa y la aguja brilló con un destello metálico bajo la luz fluorescente de una lámpara de pared. Empujó el émbolo y una gota de líquido claro se deslizó por la plateada superficie del estilete.
Una voz resonó desde un altoparlante en el techo. El mensaje lo tomó desprevenido.
⎯Código Azul ⎯dijo una voz femenina⎯. Habitación 15. Código Azul.
⎯¿Habitación 15? ⎯pensó «Alegría» mirando el disco de color negro en el techo ⎯. Yo estoy en la habitación 15.
***
Los muros se cerraban sobre ella. Eran de color verde oscuro con afilados dientes. Una picante esencia saturaba el aire y sentía cómo se le pegaba a la piel, casi como una entidad física y viviente. Sombras se movían a su alrededor, oscuras garras que trataban de atraparla y succionarle la vida. El mundo empezó a dar vueltas. La máscara de la Alegría hacía su aparición como una roca que se asomaba de las escarpadas olas de un mar tormentoso…
Andrea percibió el movimiento casi como una onda tergiversando la realidad en la periferia de su conciencia. Sus ojos apenas se abrieron y a través de la luz que penetró en ellos pudo ver la figura que, parada a solo unos metros, sostenía una jeringuilla en la mano.
⎯Estoy soñando ⎯pensó. Se negaba a procesar la información que sus ojos le planteaban como una realidad⎯. Estoy en una pesadilla. Todo lo que tengo que hacer es despertar. Despierta, Andrea. ¡Despierta!
Recuerdos de días anteriores lucharon por surgir. Aun cuando su cerebro había tomado la sabia decisión de olvidar, un sexto sentido tomó el control. La figura le resultó familiar. Si fue su aroma, su pose o esa calmada parsimonia que parecía dirigir todos sus movimientos, Andrea no lo supo decir. Sus ojos se abrieron por completo al ponerle nombre al visitante.
El hombre que simplemente conocía como Alegría había venido a terminar el trabajo.
Su despertar fue enmascarado por una voz que, desde lo alto del techo, avisaba de un Código Azul en alguna parte del hospital. Alegría levantó la mirada al escuchar el anuncio. La jeringuilla sostenida con delicadeza entre los dedos.
Su padre, durante todos los años de su adolescencia, insistió que ella era una rebelde por naturaleza. Su madre la calificó de insufrible. El tiempo se encargó de demostrar que todos eran unos exagerados.
Era una luchadora y no le gustaba perder.
Al primer descuido de «Alegría» trató de escapar. Cometió el error de subestimar a su oponente y lo pagó con creces. Cuando aún no sabía que iba a morir enterrada en la arena, se prometió no volver a ser impulsiva. Se convenció de que, si quería sobrevivir, tenía que ser inteligente y elegir bien sus batallas. Aceptó el sufrimiento con la esperanza de sobrevivir. Dejó de combatir y casi le costó la vida.
El precio a pagar por no seguir su primer impulso. Siempre era mejor morir luchando.
Su pulso se aceleró y en cuestión de segundos tomó una decisión.
***
El policía afuera había logrado dar la voz de alerta o alguien lo había descubierto. Independiente de la causa, venían a por él.
Un golpe en la mano le hizo soltar la jeringuilla. Al bajar la mirada, sus ojos se encontraron con los de Andrea.
Fue un instante de puro reconocimiento. La liebre y la zorra estudiándose en los dos extremos de una pradera, midiendo distancias y haciendo cálculos. Ella sabía por qué estaba allí y él captó que ella no estaba dispuesta a irse sin luchar.
La aguja rebotó contra las baldosas del piso y se perdió en las oscuras penumbras debajo de la cama.
No tenía tiempo para recuperarla y no podía perder un solo segundo más.
Abrió la bata y sacó un cilindro de su bolsillo.
***
Todo el personal médico de turno empezó a llegar al escuchar el código que indicaba un paro cardíaco. Los dos primeros en apersonarse fueron auxiliares del cuarto de urgencias y detrás de ellos un doctor de apellido Hawkins.
⎯¿Qué ocurre? ⎯preguntó al ver a la enfermera Murillo⎯. ¿Por qué no tienes el carro de paro listo? ¿Dónde…?
⎯No hay ningún paro ⎯replicó con calma. Levantó la mano y señaló hacia el guardia tirado en el piso⎯, pero alguien hizo eso y no pienso arriesgarme.
Como conjurado por estas palabras la puerta de la habitación se abrió y una figura vestida con una larga bata blanca salió de su interior. Llevaba una gorra de cirujano, lentes oscuros sobre los ojos y una máscara que le cubría la mitad de la cara.
⎯¿Quién es? ⎯logró preguntar uno de los auxiliares antes de que la figura alzara la mano en su dirección. Sostenía un cilindro con un largo embudo que apuntaba hacia ellos.
La enfermera Murillo no tuvo tiempo de gritar. Una nube de gas salió disparada a toda presión y en lo encasillado del corredor los golpeó y envolvió como una ameba a su alimento.
Sintió que sus ojos se prendían en llamas y, cada vez que respiraba, el aire que entraba en sus pulmones eran mil agujas clavándose en todas partes. A través de la película de lágrimas que difuminó su visión pudo apenas distinguir la figura alejarse del lugar en dirección contraria, atravesar una puerta en el otro extremo del pasillo y fusionarse con las sombras para desaparecer por completo.

CAPÍTULO 8
⎯¿Está bien? ⎯preguntó Palmer al bajarse del auto.
⎯De puro milagro ⎯respondió Rosas⎯. Tenemos que preguntarle el nombre del santo de su devoción porque, sea quien sea, sabe hacer su trabajo.
⎯Omar ⎯dijo poniéndole la mano en el hombro⎯. Son las cuatro de la mañana. A esta hora no. Solo dime qué pasó.
⎯Vale. Alguien vestido de médico incapacitó a Cameron y logró entrar en la habitación de Andrea.
⎯¿Cameron está vivo?
⎯Gracias al cielo. Le inyectó algo en el cuello, pero no era mortal. Solo lo sacó de comisión. Lo tienen en observación en el cuarto de urgencias y piensan que se recuperará sin mayores complicaciones.
⎯Bien. ¿Y Andrea?
⎯Esa es otra historia. Ella despertó al escuchar la voz del altoparlante y vio a una persona con el rostro cubierto y una jeringuilla en la mano. No supo precisar la razón, pero dice que lo reconoció en el acto como el hombre que la enterró en la arena. Lo llamó «Alegría».
⎯¿«Alegría»? ¿Altoparlante? ¿Quieres poner las ideas en orden y asumir que no sé de qué estás hablando?
⎯Una de las enfermeras de turno descubrió el cuerpo de Cameron. Creo que se tropezó con él y al verlo irse al piso sumó dos y dos. Tiene un buen cerebro en su cabeza. Corrió y usó el intercomunicador interno para decir que había un paro en la habitación de Andrea. Sabía que eso provocaría una respuesta inmediata de ayuda.
⎯¿Había un altoparlante también dentro de la habitación?
⎯Claro. Eso fue lo que despertó a Andrea y al ver a la persona que llamó «Alegría» sacó las pocas reservas de energía que le quedaban y logró sacarle la jeringuilla de la mano. La encontramos debajo de la cama y antes de que preguntes, sí… ya lo mandamos a analizar. Lo que te puedo asegurar es que dudo que sea agua de manantial.
⎯Eso aclara lo del altoparlante. Ahora, explícame lo de «Alegría».
⎯Eso ⎯dijo abriendo la puerta de entrada al hospital. Se podía palpar la tensión en el aire⎯prefiero que ella misma te lo diga.
Caminaron por el pasillo, pasando al lado de médicos y enfermeras. Todos se veían alertas y hablaban entre ellos en voz baja. El evento sería noticia en horas de la mañana. Ese tipo de información era imposible de detener, cuando involucraba a tantas personas.
Al llegar a una puerta de vidrio, Rosas lo detuvo colocándole la mano en el pecho.
⎯Ponte una de estas ⎯dijo pasándole una máscara antigás⎯. Vamos a entrar en una zona de guerra.
Palmer no preguntó y se calzó la máscara sobre el rostro. Al abrir la puerta vio que todo el personal de policía presente llevaba una igual.
Rosas lo guió por el pasillo, pero no se detuvieron en la puerta de la habitación 15. Siguieron avanzando hasta un ascensor. Una vez dentro, Rosas presionó el botón con el número cinco. La puerta se cerró y ambos se quitaron las máscaras.
⎯Olvidaba lo claustrofóbicas que se sentían ⎯murmuró Rosas colgándola de su brazo⎯. En fin, movimos a Andrea de su habitación y la recluimos de vuelta en la Unidad de Cuidados Intensivos. Una sola entrada y salida, mucha vigilancia y cámaras de seguridad filmando la entrada las 24 horas del día. Es el lugar más seguro del hospital. Además, no podemos dejarla encerrada en una nube de gas pimienta.
⎯¿Eso era? ¿Gas pimienta?
⎯O algo similar. El sujeto escuchó el aviso de Código Azul y Andrea le quitó su arma de la mano cuando estaba distraído. Me imagino que decidió que el peligro era demasiado, desistió de matarla por el momento y ejecutó un plan de escape. Salió al pasillo y disparó una descarga en dirección de los que iban llegando.
⎯¿Alguien pudo describirlo?
La puerta del ascensor se abrió y ambos se bajaron casi al mismo tiempo. Dos guardias armados vigilaban la entrada de vidrio que, en letras blancas de molde, anunciaban la Unidad de Cuidados Intensivos. Palmer vio las dos cámaras que, desde el techo, filmaban la entrada.
Rosas no exageró con respecto a la seguridad.
⎯Lo único que me pudieron decir ⎯continuó Rosas saludando a los oficiales armados en la puerta⎯fue que era alto y delgado. Llevaba una bata blanca que lo cubría hasta las rodillas. Vestía todo de azul oscuro y traía una gorra y una máscara de cirujano. Lentes oscuros para completar el disfraz. Además ⎯señaló una habitación a su derecha. El número 10 encima de la puerta⎯, en defensa de la enfermera Murillo, la visión del cilindro y la nube de gas fueron más que suficiente. Por la descripción diría que era uno de esos equipos para dispersar multitudes.
⎯Si mi memoria no me falla, tienen un rango efectivo de unos 100 o 150 metros.
⎯No te falla. El sujeto disparó a solo unos 30 metros. Te imaginarás el efecto.
⎯La enfermera y los médicos que llegaron, ¿salieron heridos?
⎯No más que un grupo de protestantes en una reyerta política. Ojos y nariz irritados por un par de días. El peor librado fue un doctor de apellido Hawkins. Es asmático y casi se muere. Me dijeron que ya está mejor.
⎯Tenemos que atraparlo y rápido.
⎯Lo que no entiendo es por qué no la mató. Si hubiera traído un arma, la historia sería muy diferente. Cameron, Andrea y tal vez algunos de los médicos estarían bajo una sábana esperando ser llevados a la morgue. El resultado más sangriento, sin duda, pero habría conseguido su objetivo.
⎯Me estás pidiendo que piense como un asesino. No tengo idea de los demonios que lo impulsan a actuar ⎯dijo Palmer tocando con suavidad sobre la superficie de madera de la puerta antes de abrirla⎯. Lo único que sí puedo decirte es que para atreverse a hacer todo esto tiene que estar desesperado. Andrea es más importante de lo que ella misma piensa.
⎯Oh, amigo mío ⎯dijo Rosas justo detrás de él. En una solitaria cama en medio de la habitación, Andrea los miraba con expresión cansada⎯. No tienes idea.
***
Por segunda vez Andrea vio llegar a los dos oficiales que estaban a cargo de su caso. La primera vez, casi se murió. Solo esperaba que no fuera un hábito.
Había logrado cruzar unas cuantas palabras con el más pequeño de los dos. Apellido Rosas. Cuando escuchó que se refirió al atacante como «Alegría» sus ojos refulgieron con un brillo curioso. Al escuchar la explicación, casi parecía estar parado sobre una plancha eléctrica.
Por segunda vez esa noche tendría que hablar de su pesadilla personal. Acción que tomaría con gusto un millón de veces, con tal de que la policía le pusiera las manos encima al sádico que trató de matarla.
⎯Andrea ⎯dijo Rosas acercándose por el lado izquierdo de su cama⎯. Hablamos hace poco. Soy el detective Rosas. Mi compañero, el detective Palmer.
⎯Lo recuerdo ⎯dijo y a sus propios oídos le pareció que su voz sonaba apagada⎯. A los dos.
⎯Bien ⎯dijo él mirando a Palmer y luego regresándola en su dirección⎯. Quiero que nos cuentes sobre «Alegría».
Andrea sintió un escalofrío recorrer su piel ante la mención del nombre que ella misma había acuñado. Era apropiado, considerando que siempre que estuvo en su presencia llevaba la misma máscara. Era como lo recordaba.
Los segundos que se mantuvo en silencio fueron interpretados por el detective Palmer como señal de miedo, pues prefirió abordar el problema desde otro ángulo.
⎯Empecemos desde el principio. Tal vez eso te facilite las cosas. ¿Te parece?
Ella asintió, por lo que él continuó hablando ⎯¿Recuerdas el día del secuestro?
Andrea pareció pensarlo un momento antes de decir ⎯Estábamos en la playa. Mis amigos y yo. Nos encontramos en el hotel y decidimos irnos de paseo a una playa cercana.
Palmer asintió. Rosas, libreta en mano, apuntaba todo. Andrea pudo ver que en el bolsillo traía una pequeña grabadora. No estaban dejando un solo detalle al azar.
⎯Cuando llegamos nos pusimos a hablar y a tomar. Cantamos y bailamos. Luego nos fuimos separando en pequeños grupos. Yo me sentía algo cansada y les dije que pensaba recostarme. Me dieron la llave de uno de los autos y, como nadie estaba apurado en irse, me resigné a dormir un rato.
Levantó la mirada hacia el techo, sus ojos perdidos en alguna oscura remembranza.
⎯Recuerdo que vi el auto y saqué las llaves de mi bolsillo. Quité la alarma y las luces traseras del auto brillaron. Sentí un escalofrío en la base de la nuca, pero asumí que era mi imaginación. No le di importancia, ¿sabe? Ahora quisiera haberle hecho caso a mis instintos… En fin, ya iba llegando a la puerta cuando… fue como un relámpago. Sentí un brazo rodear mi cuello y una mano taparme la boca. Traté de gritar, pero el mundo desapareció delante de mis ojos.
Bajó la mirada y clavó sus ojos en Palmer.
⎯Lo siguiente que recuerdo es el olor.
***
Cuando Andrea abrió los ojos, un penetrante aroma llenó sus fosas nasales. Fue casi como si tuviera la nariz pegada a una botella de citronela. Picante y cítrico al mismo tiempo. Le recordaba el olor de algo más, pero en ese momento sintió que el mundo le daba vueltas. Trató de detenerlo, pero el giro estaba fuera de su control.
Intentó levantarse. Sus tobillos y muñecas rehusaban avanzar, a pesar de sentirlos moverse. Volteó la cabeza, con lo que una nueva ola de náuseas la invadió. Cerró los ojos y respiró de forma pausada y rítmica, hasta que pudo enfocar sus alrededores.
Sus pies y manos estaban atados con cinchos de plástico transparente a una mesa, sobre la cual estaba acostada. Alguien le había quitado casi toda la ropa, dejándola en sus interiores de color negro.
Las implicaciones pusieron su piel de gallina y empezó a forcejear con las ataduras. Podía sentir su circulación cortándose, al irse apretando cada vez más contra su piel.
⎯Yo no haría eso si fuera tú ⎯dijo una voz fuera de su campo de visión. Sus movimientos cesaron casi en el acto⎯. Mientras más te muevas, más se apretarán las ligaduras. Hay animales que son capaces de devorar su propia extremidad con tal de escapar de una trampa, pero te puedo asegurar que pasarán días antes de que tu mano se gangrene lo suficiente como para que puedas escapar. Además, la infección o el dolor se harán cargo de ti primero. No es una buena forma de morir.
Su voz era apacible, como la de un profesor dando clases.
⎯Ahora, voy a cortar los cinchos y luego los cambiaré por unos nuevos. Me gustas tal y como te ves. Con tus dos manos y sus pies en su lugar. Te sugiero que cooperes.
El sonido de pasos se fue acercando. Su rostro se materializó delante de sus ojos, pero fue como una continuación de la pesadilla. Esperaba poder ver un rostro humano. Alguien con quien negociar o a quien rogarle.
El hombre llevaba una máscara sobre el rostro. La cara de la Alegría.
Sin mediar otra advertencia, sacó un cuchillo de su bolsillo y empezó a cortar el plástico de su muñeca izquierda. En el segundo que sintió la circulación regresar como una corriente de dolor a los dedos de su mano, actuó.
Lanzó el puño con fuerza en dirección a su garganta y lo alcanzó directo en la tráquea. Lo escuchó toser y jadear por aire al irse doblando, pero Andrea no se confió del golpe. Logró quitarle el cuchillo y cortó el resto de sus ataduras.
Sin mirar hacia atrás saltó de la mesa y empezó a correr.
Estaba en una especie de selva. Plantas de largas hojas verdes cubrían cada esquina, formando un laberinto viviente. El penetrante olor estaba en todas partes y en pocos segundos se dio cuenta de que no sabía para donde correr.
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