Kitabı oku: «Los hijos del caos», sayfa 7
Mientras caminábamos hubo un momento en el que pude hablar con Kika a solas para preguntarle qué tal se encontraba. Al parecer, no se acordaba de nada desde momentos después de recibir el mordisco, así que se lo conté todo de nuevo, aunque omití varios detalles relacionados con su comportamiento antes de desmayarse. Creí conveniente que el momento del beso debía quedarse en el olvido, así que decidí no contárselo, al igual que las palabras que había dicho bajo los efectos del mordisco: «El sol poniente tiñe el desierto de un tono carmesí». No sabía lo que significaban esas palabras.
Cuando le dije que cargué con ella corriendo durante casi diez minutos por el bosque se echó a llorar, para después agradecérmelo, y pasó lo mismo al contarle cómo la defendimos entre todos de las hordas de inferis. Como Cristina y Natalie seguían sensibles después de esa experiencia, al escucharla llorar ellas también lo hicieron.
A partir de ese momento hablamos mientras caminábamos hasta que se hizo de noche y Hércules nos dijo de acampar de nuevo en una zona con muy pocos árboles y mucha visibilidad. A pesar de que la luna se encontraba en estado decreciente, entre su luz, la de la hoguera que encendimos y la de nuestros dos farolillos esa noche teníamos una gran visibilidad para poder estar atentos.
En cuanto terminamos de montar las tiendas todas las chicas se metieron en ellas directamente y sin decir nada y en menos de cinco minutos ya estaban dormidas y nos habían dejado a Hércules y a mí solos frente al fuego, mirándonos fijamente durante un buen rato.
—Tenemos que hablar —me volvió a decir el anciano cuando vio que no tenía intención de empezar yo la conversación.
—No ha sido mi culpa —le dejé claro tras un rato al ver que me miraba incriminatoriamente. Él me hizo un gesto de indiferencia, demostrándome que no le interesaba lo que había pasado antes de que llegara al claro con Kika en brazos—. ¿Y entonces qué? ¿De qué querías hablar? ¿Me vas a explicar algo de todo lo que me ha pasado hoy? —le pregunté en tono prepotente.
—Te he visto esta mañana cuando luchabas, tanto antes como después de que yo te pidiera eso, y creo que tu condición de licántropo afecta a tus poderes de una manera alarmante. Porque tu habilidad para el combate es una cosa que parece casi innata y ser semidiós potencia enormemente tu fuerza y velocidad, pero al ser licántropo tendrás poderes que ni te puedes imaginar y que seguramente no podrás controlar. Es algo muy peligroso eso que has hecho esta mañana con el brazo, porque al más mínimo desliz o error de pensamiento podrías matar a cualquiera —explicó muy serio, mirándome a los ojos sin mover ni un músculo. Parecía como si conociera a la perfección cómo funcionaba aquello.
—Pero puedo hacerlo, ya lo has visto. Puedo controlarlo —respondí a la defensiva.
—Sí, pero entiende que las habilidades que tienes son demasiado peligrosas para los que te rodean, porque puedes cometer fácilmente un daño irreparable en los demás simplemente por el hecho de tener un mal día —objetó él, intentando poner un tono que inspirase empatía y comprensión—. Así que mañana no habrá entrenamiento para ellas. Tú y yo dedicaremos la mañana a comprobar lo que puedes hacer. Créeme cuando te digo que soy el último al que le apetece ponerse enfrente de ti, pero es necesario que lo hagamos para que aprendas a controlar tus poderes a voluntad —siguió diciendo sin moverse ni pestañear mientras jugueteaba con los cordones de sus sandalias—. Es lo mejor. Tanto para tu propia supervivencia como para la de los demás —me aconsejó, hablándome como si fuera un niño pequeño yendo al psicólogo—. Así que descansa, vete a dormir ya. Hoy yo trasnocharé por vosotros —acabó de decir y salió del campamento a buscar madera para la hoguera.
«Viejo arrogante… Me trata como si fuese una bomba de relojería», pensaba mientras entraba en mi tienda tratando de hacer el menor ruido posible, ya que parecía ser que Natalie ya estaba dormida del todo. Pero cuando me metí en mi saco de dormir lo pensé todo fríamente y concluí que quizá Hércules tuviera razón acerca de mis poderes. Tal vez no estuvieran hechos para otra cosa que no fuera matar o destruir.
—He escuchado vuestra conversación desde aquí dentro —me comentó Natalie, que al parecer no estaba dormida—. Yo no creo que seas peligroso, al menos para mí, pero creo que sería una buena idea eso que dice de que aprendas a controlarlo. —Se dio la vuelta de golpe para poder mirarme estando tumbados y metidos en nuestros sacos de dormir.
—Ya, puede que tengáis razón —respondí brevemente, pues la verdad era que no me apetecía demasiado hablar de ello—. Bueno, ¿y cuánta carne pudisteis traer mientras yo cuidaba a Kika? —le pregunté por cambiar de tema.
—La suficiente como para poder comer todos durante varios días, pero nos llevó un buen tiempo desollar al ciervo que nos llevamos. Aunque ahora tenemos comida de sobra —me respondió en un tono un poco cortante—. ¿Cómo está Kika? ¿Sigue mal? —preguntó mientras se arropaba con la manta que cubría nuestros sacos.
—Seguía con dolores y fiebre cuando se ha ido a dormir, pero se recuperará. El líquido ese que tienes le ha salvado la vida —le contesté mientras me cubría también con la manta por encima. Tras un rato me di cuenta de que Natalie no se acercaba a mí para que durmiéramos abrazados como siempre—. Nat, ¿estás bien? —le pregunté en voz baja al oído.
—Pues si te soy sincera, no lo sé. Lo de hoy ha sido algo muy intenso y lo he pasado muy mal. Esto ha sido nuevo para mí. Y no sé tú, pero mientras peleaba, por dentro me estaba muriendo del miedo. No por los inferis, sino por mí misma, porque ha habido un momento en el que estaba no disfrutando, sino cómoda entre tanta sangre y tanta muerte. Entonces no lo pensé, pero ahora he estado reflexionando acerca de ello y esos monstruos en su momento fueron personas y no deberíamos tener que sentirnos cómodos a la hora de matar a alguien. No lo sé, supongo que a partir de ahora será todo así y que acabaré por acostumbrarme de una manera u otra, pero no quiero convertirme en algo que no soy —explicó ella con preocupación.
Asentí con la cabeza y durante unos segundos pensé en lo que Natalie acababa de decir hasta que conseguí arrancar y decirle lo que yo pensaba al respecto, sobre los inferis y sobre todo lo que estaba pasando.
—Te entiendo. Es normal que pienses eso, es tu naturaleza. No te gusta hacerle daño a nadie, ni siquiera a los monstruos. Y en cuanto a los inferis, a ti te duele al pensar en lo que fueron antes, pero cíñete a lo que son en este mismo momento, unos monstruos sin escrúpulos que lo único que quieren es despellejarte y devorarte. Sé que siempre te ha costado entenderlo, pero esos monstruos no tienen sentimientos, solo se mueven por pequeñas descargas nerviosas en el cerebro. Pero no están vivos, no pueden sentir, no viven, Natalie. Y no sé qué pensarás, pero a mí me gustaría que tú pudieras seguir estándolo —le respondí. Ahora la que se quedó pensativa fue ella. Tras un par de minutos de silencio la miré directamente a los ojos y vi que los tenía humedecidos y que varias lágrimas resbalaban por su cara—. No es por ser duro contigo, pero quiero que sigas viva y para eso tienes que ser del todo consciente de lo que son y de que ya no les queda nada de humano dentro. —Parecía ser que ella no sabía muy bien qué decir, pero pasaron varios minutos hasta que dejó de llorar.
—Sé que te preocupas por mí. En serio, gracias. Pero no sé cómo a los demás os es tan fácil matarlos y luego no sentiros mal. Parece como si os saliera de manera instintiva, como si no os hiciera falta pensar para hacerlo. Pero yo no soy así y no entiendo cómo sois capaces de matar algo y luego no sentir nada —respondió aún con los ojos llorosos y humedecidos.
—No nos malentiendas. No es que no tengamos escrúpulos al matar, Nat. Todos hemos tenido que hacerlo en algún momento y al final acabas pensando que si te ves obligado a matar a alguien o a algo es porque es la única y la mejor opción que tienes. Además, los inferis no merecen que tengamos escrúpulos con ellos. A lo único que te puede llevar eso es a morir —le dejé claro, aunque todo lo que le estaba diciendo ella en el fondo ya lo sabía, pero intentaba resistirse y no aceptar la realidad. Y la realidad era que en este mundo una persona con dificultades para matar no duraría demasiado.
—Ya lo sé, ya lo sé. Pero bueno, dejando de lado ese tema, cada día que pasa se ve que vas mostrando más lo que tienes dentro. No te lo había dicho hasta ahora, pero, aunque no me parezcas peligroso para mí, estás más distante, más agresivo, y he visto cómo miras la luna por las noches. Me preocupas, Percy. ¿Qué te está pasando? —me preguntó ella cambiando completamente el tema de la conversación, no sé si para desviar mi atención de su problema con la muerte o para hacerme ver el mío conmigo mismo.
—Ya, no te lo puedo negar, pero el ser licántropo va a cambiar facetas de mi personalidad. Es así y sé que eso puede echar para atrás a cualquiera a la hora de tener una relación. Lo entiendo perfectamente —le dije sin rodeos, ante lo que ella me miró con decisión y frunció el ceño.
—Pues muérdeme —me pidió con seguridad y sin titubear.
—¿Qué? No. Ya lo hablamos, Nat. No pienso hacerte eso —respondí instantáneamente.
—¡Que sí! ¿Por qué no? Así solucionaríamos ese problema y podríamos estar juntos y compartir las mismas experiencias —siguió insistiendo ella.
—¡Que no! No lo voy a hacer. Te quiero y soy incapaz de hacerte eso. Créeme, es horrible, y eso que aún no he llegado a transformarme del todo o con luna llena. Olvídalo, Natalie —repliqué en un tono de voz más alto de lo normal.
—¡Pero que me da igual! ¿Te crees que no sé a lo que me arriesgo? Si no lo hago sé que tú vivirás mucho más tiempo aunque yo me muera de vieja. Escúchame bien. Yo también te quiero, y si mordiéndome puedo conseguir estar más tiempo y mejor contigo quiero hacerlo. Estoy dispuesta a pasar por todas esas cosas horribles —aseguró acercándose a mí mientras me acariciaba la cara lentamente de una forma muy cariñosa.
—Natalie, es una decisión que no debemos tomarnos a la ligera ni tú ni yo. Que las cosas cambiarían es algo innegable. Tú crees que mejorarían, pero ¿y si no es así? ¿Y si en vez de mejorar empeoran? —le respondí temeroso.
—Que eso ya lo sé, Percy. ¿Pero y si las cosas mejoran? Intentémoslo, por favor —volvió a pedir, ahora acariciándome la cara con ambas manos.
«No sabe lo que está diciendo, debería pensarlo más. No quiero que luego nos arrepintamos», pensaba mientras me negaba nuevamente a aceptar su petición.
—Mira, Nat, no lo voy a hacer porque te quiero y no quiero una vida así para ti si tienes otras opciones. —Ella me miró, frunciendo el ceño de nuevo, y abrió la boca para seguir replicando—. No obstante —proseguí, ante lo cual ella cerró la boca—, en un caso de extrema necesidad te prometo hacerlo. Lo juro, en serio. Pero ahora mismo puedes vivir de una manera mejor y más segura. Ponte en mi lugar, Natalie. ¿Tú qué harías? —le planteé, dándole a entender que en mi cabeza esa era la única solución con un poco de sentido.
—Pues… supongo que lo mismo que tú —reconoció cabizbaja.
—Anímate. En serio, vive el presente ahora que podemos estar juntos —le pedí con una pequeña sonrisa algo forzada y le di un beso. Al principio ella hizo un amago por apartarse, pero rápidamente cambió de idea y me siguió durante un buen rato.
—Vale, Percy —acabó por decir ella cuando nos separamos el uno del otro.
—Está bien, pero no quiero que hagas ninguna tontería —le advertí sabiendo las cosas que era capaz de hacer con tal de estar conmigo.
—No las haré, te lo prometo.
Me dio un abrazo. A mí, antes de conocerla, nunca me habían gustado demasiado ese tipo de muestras de afecto, pero sentir que se resguardaba en mi pecho por las noches me gustaba. Sentir su calor corporal me ayudaba a conciliar el sueño. Era una sensación agradable.
Cuando conocí a Natalie ella era como yo, callada, algo tímida, pero cuando ya tuvimos cierta confianza era genial. Constantemente me iba a dormir a su casa para pasarnos las noches enteras viendo películas o tocando la guitarra o el piano juntos. Hasta llegamos a componer un par de canciones. Era una de esas amistades en las que nunca pensarías en tener algo más con tal de no estropearlas. Y la verdad es que estábamos genial. Hasta que todo cambió el día del estallido.
*****
Esa mañana hacía frío; acababa de rociar y los pájaros adornaban el hermoso paisaje con sus cantos y su piar. Era increíble cómo a pesar de estar viendo que acabábamos de salir de un bosque enfermo y destrozado me seguía pareciendo que todo eso era precioso. Me sentía libre y a gusto viendo aquel paisaje mientras el viento me daba en la cara. Aunque en el fondo sabía perfectamente que no era libre por los dioses, por la misión, por mis propios instintos, incluso por Natalie, pero trataba de no pensarlo e intentaba autoengañarme diciéndome que yo era dueño de mis acciones y de mi destino.
—¡Eh, muchacho! ¡Ven aquí! —me gritó Hércules desde lejos. Estaba en un lugar donde había una extensión de hierba enorme, casi sin árboles ni vegetación. Comencé a caminar hacia él para ver lo que quería mientras el anciano me hacía gestos con las manos. Ese hombre me ponía muy nervioso con demasiada facilidad. Cuando estuve a menos de veinte metros de él dejó de gritar y también de hacer gestos para adoptar una posición imponente y muy seria—. Hoy el entrenamiento empieza pronto. Veamos lo que puedes hacer, hijo de Hades.
Unos instantes después el viejo empezó a palidecer de una manera asombrosamente rápida. Su cuello se estiró y creció junto con sus brazos y piernas, entre las cuales parecía empezar a asomar una puntiaguda y escamosa cola de reptil.
Pegó un grito atronador, un grito largo que a medida que pasaban los segundos se fue convirtiendo más bien en un rugido una vez que hubo completado su transformación. Yo me quedé inmóvil y alucinado cuando vi que el que antes era un viejo con una ligera joroba se había convertido en un majestuoso dragón. Su piel rojiza y escamosa era increíble, las enormes escamas de su cuerpo parecía que hacían el efecto de miles de espejos minúsculos.
Pero poco duraron mis pensamientos de asombro, porque unos instantes después me vi esquivando un pisotón de un dragón de unos siete u ocho metros de altura.
—¿Pero qué haces? —le chillé al dragón tras rodar varias veces por el suelo esquivando sus pisotones, los cuales dejaban levantada la tierra debajo de él.
El animal me respondió con un golpe en el pecho por cortesía de su enorme y larga cola escamosa. El golpe me dejó en el suelo y sin respiración durante varios segundos.
Cuando me levanté del suelo y miré fijamente a los ojos al monstruo, vi mi reflejo en sus ojos rojos de reptil. Tenía mis músculos hinchados y más grandes de lo normal, pero no me dejé llevar por la rabia. Era consciente de que todo eso era solo una prueba.
El dragón me miró y no sé si esbozó una sonrisita, aquella sonrisita pícara de Hércules, la cual me indicaba que iba en serio. Aunque podría haber sido perfectamente que me hubiera enseñado los dientes. Antes de que pudiera hacer nada volvió a intentar lanzarme por los aires de un coletazo, el cual conseguí esquivar a duras penas tirándome de nuevo al suelo. Entre tanto, el reptil hinchó su pecho, se le iluminó la garganta al abrir la boca y yo, temiéndome lo que aquello significaba, volví a rodar por el suelo, clavándome piedrecitas en la espalda, para resguardarme tras una roca muy grande. Cuando noté cómo un calor abrasador pasaba a mi lado, casi rozando mi pierna, me asusté bastante.
«No lo subestimes, Percy, que este va en serio», me dije a mí mismo. «No tengo mis armas y no sé cómo hacer que aparezcan en mis manos, pero no me hacen falta las espadas para poder defenderme», pensé al tiempo que cerraba los ojos y trataba de visualizar ese fuego negro rodeándome los brazos. Cuando abrí los ojos ahí lo tenía de nuevo, ardiendo, pero sin quemarme lo más mínimo. Instantáneamente me noté con más fuerza, así que salí de detrás de la roca quemada y me puse en posición, esperando al próximo movimiento de Hércules, pero este no hacía nada por el momento. Se limitaba a mirar a lo lejos para ver como tres impresionadas chicas se sentaban alrededor de la ya apagada hoguera para observar el desenlace de la situación.
«Vamos, venga, muévete», me dije, pero el dragón seguía inmóvil y yo, impaciente, levanté mi brazo derecho e hice estallar una de las dos alas del reptil. Muchos huesos y gran cantidad de sangre salieron volando en todas direcciones a causa de la explosión y el dragón se retorcía de dolor para después levantar su cornuda cabeza hacia mí. Acto seguido empezó a lanzarme golpes, que acababan impactando en el suelo y levantando la tierra.
En uno de esos pequeños espacios de tiempo en los que lanzaba un golpe y cargaba el siguiente vi mi oportunidad y mis instintos me empujaron a saltar, aunque no sabía exactamente el porqué. Al elevar mi cuerpo varios metros de altura conseguí encaramarme en la espalda del dragón para empezar a correr entre las enormes escamas que tenía sobre su columna vertebral. El monstruo, molesto, se movió violentamente, intentando alzar el vuelo usando su única ala, ya que la otra estaba en un estado inservible. Esa situación me recordaba mucho a la sensación de estar subido a un toro mecánico, aunque esto era un poco más peligroso. En una de esas violentas y aleatorias sacudidas estuve a punto de caerme al suelo desde una altura ya bastante considerable, así que intenté agarrarme, pero, para mi sorpresa, hundí mis brazos casi hasta el codo dentro de la piel del dragón. Había conseguido atravesar sus durísimas escamas con mi propio brazo. Pero no a cualquier precio. Había conseguido atravesarlas para sujetarme y no caerme, pero esas escamas rotas me cortaron la piel de los brazos con suma facilidad.
En un principio, cuando vi que brotaba mi sangre junto con la del dragón me dolió bastante, pero después me concentré y traté de ignorar el dolor para no sucumbir por completo a mis instintos de licántropo. Cuando conseguí subirme de nuevo a la espalda del reptil vi que los tremendos cortes de mis brazos habían empezado a cerrarse y a curarse sin necesidad de medicamentos ni suturas. Lo hacían solos.
El asombro al ver mi rapidísima curación hizo que me desconcentrase y caí del lomo del dragón debido a una de sus sacudidas. Era una altura bastante alta como para romperme varios huesos en la caída y cuando sentí que estaba cayendo cerré los ojos, esperando a impactar de lleno en el suelo, ya que no podía hacer nada al respecto. Pero cuando pasaron varios segundos y no tuve la sensación de haberme golpeado contra nada abrí los ojos. Estaba tumbado en la hierba sin un solo rasguño por la caída.
Me levanté tambaleándome y miré en dirección a las chicas, las cuales estaban en pie, gritándome cosas que no llegaba a entender y haciéndome señas que tampoco podía interpretar. Cuando me giré en dirección al dragón me llevé un golpe en el pecho que no sé de dónde vino y acabé estampado contra uno de los pocos árboles que había por allí, partiendo su tronco en dos por la fuerza del golpe.
Me quedé sin poder moverme por el golpe durante bastante tiempo, el cual Hércules aprovechó para ir acercándose lentamente hacia mí. No lo supe porque lo estuviera viendo, sino porque el suelo temblaba con cada paso que daba y cada vez sentía que todo temblaba más a mi alrededor.
—Tal vez me haya equivocado contigo, chico —dijo el dragón sin necesidad de abrir la boca para poder hablar, aunque seguramente esa voz tan profunda solo la habría escuchado dentro de mi cabeza.
Entonces se me pasaron por la mente todos los momentos que había vivido desde el día del estallido: la salida de Sesenya con mis amigos y familiares que no se habían vacunado, cómo los perdimos en Praga a manos de Gerges, cuando Natalie y yo descubrimos quiénes éramos en realidad…
En ese momento volví a sentir ese calor sofocante, pero esta vez no era la llamarada del dragón, el cual estaba mirándome a menos de un metro. Ese calor lo sentía por mi ira, pero no era una ira descontrolada. Era extraño e impulsivamente levanté mis brazos y golpeé lateralmente la cabeza del monstruo, que se desplomó en el suelo por el golpe a pesar de sus tremendas dimensiones.
Aprovechando esa situación de debilidad de Hércules, salté para caer junto a su cabeza para golpearla repetidamente contra la tierra y las piedras y así no dejarle que se levantase ni que pudiera reaccionar. Cuando me cansé de golpear con los brazos agarré con fuerza uno de los dos cuernos que el dragón tenía en la parte posterior de su cabeza y, tras varios tirones, conseguí arrancárselo de cuajo, partiendo el hueso que lo unía al cráneo. Una vez que tuve el cuerno, lo sujeté con ambas manos y lo clavé con fuerza en la testa del reptil, atravesando su cráneo con mucha facilidad mientras borbotones de sangre manchaban la cabeza del dragón. Este se retorció y gimió durante unos segundos y después dejó de moverse.
Parecía que el combate ya estaba ganado, pero como había estado ocupado golpeando su cabeza y clavándole uno de sus cuernos se me olvidó completamente fijarme en el resto de su cuerpo. El dragón utilizó la punta afilada y escamosa de su cola para atravesarme el hombro izquierdo con su extremo.
Yo no me había dado cuenta de ello, no sé si fue por la adrenalina o por mis poderes. El caso era que a pesar de tener el hombro descolocado y sangrando seguía sin sentir nada de dolor, solo notaba el calor de mi sangre mezclada con la fría del dragón. Ignoré el nauseabundo olor que esa mezcla producía y prendí de nuevo mi brazo. Con solo hacer un gesto de muñeca corté el cuello del enorme dragón en un tajo perfecto. Cuando la cabeza del reptil se separó de su cuerpo, una neblina negra rodeó al monstruo y me obligó a alejarme, ya que no podía ver nada mientras estaba metido en ella.
—Impresionante, muchacho… Muy impresionante… —Volví a escuchar como la voz de Hércules me hablaba en tono irónico—. Ahora me gustaría ver cómo te las apañas contra esto —me dijo entre risas la voz del viejo.
Yo estaba exhausto, me costaba respirar de otra manera que no fuera entrecortadamente. Cuando la niebla negra se disipó y vi cuál era la nueva transformación de Hércules me quedé inmóvil y atónito al ver que había adoptado la forma de Natalie. En ese momento los lejanos gritos de las chicas cesaron y nos quedamos todos en silencio para observar como la falsa Natalie se paraba frente a mí, a varios metros, y me miraba fijamente.
—Adelante —me indicó Hércules, pero con la inconfundible voz de Natalie.
Yo no sabía qué era lo que pretendía exactamente con eso. ¿Obligarme a matar a Natalie? ¿Jugar con mis sentimientos tal vez? Fueran cuales fueran las intenciones de Hércules, decidí no pensar en ello y lentamente me fui acercando a Natalie. Conforme me iba aproximando, ella me lanzó un cuchillo que iba hacia mi cabeza, el cual esquivé fácilmente.
«No te lo pienses, Percy. Sabes que no es ella», me repetía una y otra vez mientras seguía avanzando hacia ella, así que decidí correr antes de cambiar de opinión, prendí mis brazos y cuando llegué hasta ella intenté asestarle varias cadenas de golpes sucesivos, pero por muy rápido que yo me moviera ella lo hacía más y me los esquivaba todos sin despeinarse.
Cuando vi que intentar golpearla era inútil alcé mi brazo y le apunté directamente con la palma de mi mano. Ella se quedó quieta, sin hacer ni decir nada. Solo me miraba a los ojos. Cuando comprendió que eso no podría esquivarlo abrió sus brazos de par en par y cerró los ojos, esperando su final. Pero a la hora de actuar… no pude. Era consciente de que ella no era real, pero me bloqueé. No podía matarla; era exactamente igual que ella, con los mismos ojos, la misma expresión en la cara, la misma manera de moverse y de hablar.
Sabía que, si la mataba, esa imagen no se me iría de la mente nunca, así que poco a poco bajé el brazo e hice que las llamas que lo envolvían desaparecieran con un simple movimiento de muñeca. Cuando Natalie se percató de ello se acercó hacia mí lentamente y, antes de que pudiera decirle nada a Hércules, me asestó un golpe en la cabeza y me dejó sin conocimiento, noqueándome al instante.
*****
Me desperté dentro de mi tienda. Ya era de noche, porque no se veía ninguna luz afuera. Abrí los ojos y vi a todas las chicas a mi alrededor. Me empezó a dar un dolor muy fuerte en la parte de la cabeza en la que la falsa Natalie me había golpeado.
—¿Percy? ¿Estás bien? Oh, Dios mío. Dime que te encuentras bien —me decía Natalie mientras me sujetaba la cabeza desde atrás con mucha delicadeza. Yo no pude evitar apartarme, dudando de si era ella o Hércules.
Las chicas parecían preocupadas por mí y hablaron conmigo durante unos minutos, hasta que escuchamos cómo se abría el cierre de la tienda y, seguidamente, Hércules asomaba la cabeza por la cremallera semiabierta.
—Gracias, chicas. Ya podéis iros a dormir. Natalie, ¿nos dejas a solas unos minutos? —le solicitó el anciano, así que ellas se fueron tras darme las buenas noches, pero antes dejaron a mi lado un tazón con caldo de carne caliente. Yo les di las gracias y empecé a comer mientras Hércules cerraba la cremallera de la tienda tras de sí y se sentaba frente a mí, mirándome con cara de admiración, pero también de lástima—. ¿Y bien? —preguntó él después de un rato.
—¿Y bien qué? —contesté enfadado mientras me terminaba el caldo de carne a una velocidad de competición—. ¿Qué coño pretendías? —le grité indignado.
—Esperaba que pudieras decírmelo tú —respondió el viejo con su típico tono sarcástico envuelto de misterio. Yo lo miré de la forma más intimidante y agresiva que pude, pero él continuó hablando—. Relájate, muchacho. Yo solo te he querido enseñar lo que te niegas a ver: que eres el semidiós más fuerte que he conocido a lo largo de los siglos, no te lo voy a negar. —Al oír esto esbocé una falsa sonrisa a modo de agradecimiento por el supuesto cumplido—. Sin embargo, también eres el más débil —agregó con cierta tristeza.
—¿Por qué? No lo entiendo; explícame eso —respondí yo, aunque ya me estaba oliendo por dónde iban los tiros y no me gustaba nada.
—En el fondo lo entiendes, pero te niegas a admitirlo por tus sentimientos. No te preocupes, yo te lo aclaro. Sí, eres el semidiós más fuerte que he conocido. Tus habilidades son impresionantes, puedes hacer cosas con las que otros solo han podido soñar y sumándole eso a tu… condición eres el soldado perfecto, como lo fueron muchos otros antes que tú. Pero tú no sirves para ser soldado, no aguantas a la gente que te dice lo que tienes que hacer. No obstante, como líder tal vez ejerzas un papel determinante en la guerra que va a comenzar —aseguró con ilusión—. Pero si algo tenéis en común esos soldados perfectos y tú es que todos tenéis un punto débil. Y como en Aquiles fue su talón o en mí lo fue mi arrogancia, en ti es Natalie. Dependes completamente de sus sentimientos para no venirte abajo. Y nunca serás el líder perfecto ni serás completamente libre para actuar si dependes de otro que no seas tú mismo. Todo esto te lo digo desde mi punto de vista y el de los dioses. No sé si tú pensarás lo mismo al respecto —dijo para terminar.
—Eh… ¿Qué? —repliqué confuso pero pensativo, ya que sabía que no le faltaba razón. El caso es que yo estaba a gusto con ella ahora. ¿Por qué iba a estropearlo? ¿Por un consejo de los dioses? Ya me habían fastidiado demasiadas cosas. ¿Por qué querían hacerlo con Natalie? ¿No me habían arrebatado ya lo suficiente?
—Tómate tu tiempo para asimilarlo, pero yo tenía que hacértelo ver, porque solo siendo un líder que no dependa de nadie podrás tener un papel determinante en la guerra. Y es bueno que cortes este problema de raíz si de verdad quieres ayudar a cambiar el mundo y a vencer a los titánides —afirmó mirándome como si esperara una respuesta. Cuando yo, tristemente, asentí involuntariamente con la cabeza se le iluminó la cara—. Sabía que lo entenderías. Quieres ser libre, pero así no puedes y lo sabes —añadió con cierto tono paternal.
—Entonces con todo esto me estás diciendo que los dioses consideran que debería terminar las cosas con ella, ¿no? —manifesté para resumir.
—En cierta manera, sí. Imagínate que la perdiéramos en combate, que es algo que os podría pasar a cualquiera. Tú caerías rendido aun pudiendo seguir luchando para ganar la batalla. Lo digo por la seguridad de todos. Eres y serás el más fuerte de tu generación y Natalie es una de las más débiles. No es ningún secreto, se puede ver a simple vista. Tú reflexiona sobre ello. Sé que no te gusta nada de lo que te he dicho, pero es lo que hay que hacer por el bien del mundo.
—Sí, si ya lo sé. ¿Pero qué quieres que haga exactamente? No puedo decirle así, de repente, que se terminó. No sé si aguantará un golpe así. Y más a sabiendas de que yo la seguiré queriendo ——apunté, todavía cabizbajo.
—Pues piénsatelo. Es por el bien de nuestra misión. Además, créeme, hay personas como tú. Tal vez una loba te vendría bien, pero entiendo que no quieras convertirla. Yo tampoco lo haría —reconoció el viejo—. Tú solo piensa en ello —reiteró Hércules mientras ponía su mano sobre mi hombro—. Confío en que harás lo correcto.
Dicho eso, se puso en pie y abrió la cremallera interior para salir de la tienda. Nada más salir él por la puerta entró Natalie, la cual estaba ya dispuesta a meterse en su saco para dormir.
—¿Estás bien, Percy? —me preguntó ella cuando me vio con mala cara. Cuando levanté la mirada para responderle, vi que ella la tenía peor que yo.
—No, la verdad es que no. Este hombre tiene la habilidad de dejarme jodido después de cada charla. Y esta me ha dejado con mal cuerpo, pero supongo que ya se me pasará. No te preocupes, Nat. ¿A ti qué te ocurre?