Kitabı oku: «Los hijos del caos», sayfa 8

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—¿Por? ¿De qué habéis hablado? —quiso saber ella, que seguramente ya intuía algo de todo aquello de lo que me había dicho Hércules.

—No, nada. Sobre mis poderes y esas cosas —respondí con dificultad, ya que a pesar de que pudiera tener mucha facilidad para mentir, a ella nunca se lo había hecho. La respetaba demasiado como para mentirle, así que al responderle di a entender que no era toda la verdad.

—No me mientas, Percy. Desde fuera he podido escucharlo casi todo. —Al escuchar eso volví a agachar la cabeza cuando vi que me lo dijo con una lágrima en la cara, que le resbalaba por la mejilla—. Es igual, Percy. Lloro no por lo que habéis dicho, sino porque, por mucho que me duela, tenéis razón. Hemos pasado por muchas cosas, pero si queremos devolver el mundo a lo que era es lo que tenemos que hacer. Y como sé que no te ibas a perdonar por hacerme daño, seré yo la que termine esto. Por el bien de todos es mejor que esto se acabe, al menos hasta que arreglemos el mundo —me dijo ella.

Cuando escuché eso me quedé sin habla, sin saber qué decir ni qué hacer, así que me limité a asentir con la cabeza con tristeza. Cada uno se metió en su saco de dormir y, mirando en direcciones opuestas, nos dormimos los dos, ambos con varias lágrimas cubriéndonos la cara.

*****

«¡Dios! ¡Menudo ruido!», pensé cuando me desperté por el sonido metálico que había fuera y que se repetía una y otra vez. Me levanté, me desperecé y, cuando vi que Natalie no estaba, me tomé mi tiempo para vestirme y colocar mis cosas. Cuando salí de la tienda vi que las chicas ya estaban entrenando entre ellas. Kika trataba de afinar su puntería con los rayos y parecía estar mejorando enormemente. Mientras, Natalie y Cristina entrenaban esquivando e intercambiando golpes cuerpo a cuerpo e iban cambiando entre la práctica de esas técnicas de combate y el uso de armas, pero Cristina seguía siendo demasiado lenta con su tridente como para poder parar las rápidas arremetidas de Natalie con la antigua espada de Kika.

Entre tanto, Hércules estaba sentado en el tronco partido que yo había roto el día anterior. Le observé durante un buen rato y después caí en la cuenta.

—¡Hércules! ¡Viejo hijo de perra! ¿Lo de ayer lo puedes hacer cuando quieras? —le grité cuando me acerqué lo suficiente a él como para que pudiera escucharme.

—Los insultos no son necesarios, hijo de Hades. Y sí, claro, pero por un tiempo limitado y siempre que no esté demasiado cansado. ¿Por qué lo preguntas? —me respondió el viejo, que acababa de levantarse del árbol partido.

—Porque, si puedes hacer eso siempre que quieras, ¿por qué no te transformas de nuevo en dragón y nos llevas volando hasta Sesenya? ¿O esperas que lleguemos andando en solo unas semanas? ¿Por qué no lo has hecho antes? —seguí gritándole a Hércules, el cual sonreía y me miraba con admiración.

—¿Te cuento un secreto? Es lo que pensaba hacer en cuanto completarais el entrenamiento y estos días repletos de pruebas —aseguró sonriendo con su típica picardía.

—¿Pruebas? ¿Estás diciendo que todo lo que hemos pasado desde que te encontramos aquella noche solo han sido pruebas de los dioses para entrenar? —pregunté incrédulo y enfadado, a lo que el viejo respondió encogiéndose de hombros y sonriendo mientras miraba cómo las chicas terminaban de entrenar. Todos parecíamos haber mejorado mucho en solo unos días—. ¡Estoy harto de los dioses y de sus putas pruebas! Por cierto, lo de Natalie ya está hecho. No sé si era tu intención, pero nos escuchó hablar anoche y decidió terminarlo ella —le anuncié para terminar con la conversación mientras me alejaba de él y me iba acercando de nuevo a mi tienda hecho una furia, pues acababa de pensar que los dioses no se tomarían muy bien que matara a su emisario.

Esa mañana salí yo solo cazar. Casi se había agotado la carne del ciervo que nos trajimos del bosque y cuando volví con los demás traje unas cuantas liebres y un par de ardillas, las cuales nos comimos en silencio para después guardar las sobras en bolsas herméticas dentro de nuestras mochilas.

Cuando hubimos terminado de comer, Hércules les contó la verdad a las chicas sobre lo que habían sido todos aquellos días: las experiencias con los inferis, las caminatas interminables y los entrenamientos. Que solo habían sido una prueba de los dioses para prepararnos de cara a lo que estaba por venir. Al enterarse, a las chicas les hizo la misma gracia que a mí. Después de eso les propuso la posibilidad de ir volando a Sesenya. La idea tampoco les hizo demasiada ilusión, en especial a Natalie por su miedo a las alturas. Para ser sincero, a mí tampoco me gustaba eso de volar, pero así llegaríamos mucho más rápido.

Empezamos a recoger las cosas, a apagar del todo las brasas de las hogueras y a desmontar las tiendas. Cuando terminamos y ya lo tuvimos todo preparado Hércules adoptó la forma de un dragón blanco, algo más pequeño que el del día anterior, pero igualmente muy grande. Seguía teniendo unas dimensiones gigantescas y tenía unos ojos rojos que le daban un aspecto bastante peligroso e imponente, igual que el dragón con el que me enfrenté. Por detrás de la cabeza del reptil asomaban varios cuernos, cuatro a cada lado, y aprovechamos los cuernos que también le sobresalían de la columna, en la espalda, para atar ahí el equipaje y para sujetarnos. Kika y yo nos pusimos juntos a un lado y a un par de metros de nosotros se colocaron Natalie y Cris.

Cuando ya nos hubimos colocado en la escamosa e incómoda espalda del dragón, este hizo un movimiento brusco con la espalda y sacudió la cabeza violentamente para despejarse. Acto seguido cogió carrerilla para, forzosamente, conseguir elevarse en el aire y alzar el vuelo. Al empezar a volar, según íbamos tomando altura, se me iba difuminando la vista, pero cuando dejamos de subir y nos estabilizamos a una buena altura no tardé demasiado en poder enfocar bien para ver los paisajes que había debajo de nosotros. Sobrevolábamos bosques inmensos a una velocidad de vértigo, atravesábamos cordilleras y montañas altísimas y cruzábamos ríos sin necesidad de mojarnos.

Llevábamos a lomos de un dragón gigantesco unas tres horas y aún no podía creérmelo. Si hacía unos años alguien me hubiera dicho que volaría en dragón lo hubiera tomado por lunático y habría hecho lo mismo con quien me hubiera hablado de dioses, semidioses o titánides.

Cuando casi llegamos a las cuatro horas de vuelo notamos cómo Hércules comenzó a perder fuerzas y a debilitarse y poco a poco fuimos descendiendo hasta llegar a un antiguo campo de cultivo. El aterrizaje fue algo forzoso, pero por suerte ninguno de nosotros sufrió ningún daño, ni siquiera Hércules.

Pasamos ese día entrenando, cazando lo que pudimos y paseando por el campo. Al llegar la noche montamos las tiendas al raso y encendimos nuestra rutinaria hoguera con la madera que pudimos recoger. En mitad del campo corría más el viento que en los bosques, ya que no había árboles para cubrirnos, pero a pesar del frío y del viento nos las apañamos para que al menos uno se quedara despierto afuera para hacer guardia mientras el resto descansaba. Muy a mi pesar, a mí me tocó hacer el segundo turno de guardia e inmediatamente Natalie se pidió hacer el tercero, así que no dormimos juntos esa noche.

Al darme cuenta de que ella se intentaba distanciar poco a poco me vi obligado a pensar en si realmente había sido la mejor decisión el apartarla de mí de esa forma cuando aún la quería.

CAPÍTULO 7

Vuelo a lomos de un dragón

PERCY

Pasaron varios días en los que repetimos la misma rutina: amanecíamos temprano, antes de que saliera el sol, recogíamos el campamento y volábamos a lomos de Hércules hasta que este se cansaba y no podía continuar, algo que solía pasar cada vez antes.

Así pasamos casi una semana de rutina, silencios incómodos y autodescubrimiento, ya que en los entrenamientos poco a poco íbamos conociéndonos mejor a nosotros mismos y a nuestros poderes. Si seguíamos al paso que íbamos llegaríamos a Sesenya en tres o cuatro días.

—¿Podéis pasarme un poco de caldo, por favor? —pidió Cristina cuando, después de otro día agotador, nos sentamos todos alrededor de la hoguera para cenar y calentarnos. Pero el tiempo no favorecía que se pudiera hacer un buen fuego.

—Claro, ten —le respondí y le ofrecí lo que me quedaba del mío.

—Gracias —dijo ella mientras se lo tomaba todo de golpe a la vez que intentaba dejar de tiritar cubriéndose con varias mantas y acercándose aún más al fuego.

Desde el primer día en que volamos con Hércules las conversaciones dejaron de ser fluidas y eran solo de este tipo. Nadie decía más de una frase al hablar. Eso los que hablábamos, porque Natalie rara vez pronunciaba alguna palabra, y si lo hacía solo usaba monosílabos, los cuales, combinados con su mirada triste y perdida, daban una imagen muy deprimente.

Cuando todos decidieron que ya era hora de irse a dormir y Kika se quedó haciendo la primera guardia, se me ocurrió ir y darme un paseo por el bosquecito en el que habíamos acampado esa noche. Sin duda, ya estábamos en España, ya que la tierra era mucho más seca y el ambiente era algo más cálido aunque siguiera haciendo un frío horrible.

Advertí a Kika de que volvería antes de que relevara el turno y después me puse mi abrigo de pieles para deambular sin rumbo por entre los árboles, pensando en cosas que no tenían demasiado sentido, pero que me ayudaban a evadirme de la realidad y de la actual situación entre todos nosotros.

Tras unos veinte minutos de caminar dando vueltas a una zona del bosque decidí pararme y sentarme a los pies de un árbol muy grande y robusto. Yo nunca entendí mucho sobre botánica, pero a simple vista hubiera dicho que era un roble, y uno bastante viejo. Una vez sentado y apoyado en el tronco del centenario árbol cerré los ojos y empecé a sentir todo lo que estaba a mi alrededor, a notar cada movimiento, cada crujido, el revolotear de los búhos y el sutil chismorreo de las ardillas, que saltaban de árbol en árbol tratando de dar esquinazo a las aves rapaces que las perseguían.

Muchas veces pensé que viviendo en los bosques, solo, o en una casita en el campo, acompañado por solo un par de perros, sería feliz, y ahora que podía disfrutar de la naturaleza de esa manera me daban todavía más ganas de cumplir mi fantasía aunque supiera perfectamente que eso no podía ser.

Pero al escuchar el sonido de una respiración y de varias pisadas que se acercaban a mí dejé de fantasear y me centré en la esbelta figura de una mujer que se acababa de materializar a unos cuantos metros de mí.

—Tranquilo, hijo de Hades, no quiero hacerte daño. Si fuera así ya estarías muerto —afirmó la mujer desde la penumbra, con un tono de voz casi angelical, al ver que yo me ponía en pie e involuntariamente le enseñaba los colmillos mientras ella se acercaba poco a poco a mí, con el paso decidido y sin dudar.

—¿Quién eres? ¿Qué quieres? —le pregunté mientras seguía mostrando los colmillos—. ¡No te acerques más! —grité cuando conseguí distinguir su rostro, el cual parecía estar casi esculpido por un artista. Aquella mujer desprendía belleza, pero tenía algo en su mirada que me decía que no era precisamente inofensiva.

La mujer se detuvo a varios pasos de mí y me miró de arriba abajo con sus ojos verdes cristalinos, como examinándome, así que yo hice lo mismo. Tenía el cabello corto y castaño, demasiado bien cuidado como para vivir como nosotros vivíamos.

—A lo largo de los siglos me han dado muchos nombres, pero tú, sobrino, puedes llamarme Hera —respondió la mujer sin dejar de mirarme fijamente con sus penetrantes ojos, los cuales me resultaban muy difíciles de mirar directamente, ya que al clavar mi mirada en ellos se me levantaba un tremendo dolor de cabeza.

—¿Hera? ¿A qué has venido? Pensaba que no podíais presentaros físicamente ante nosotros sin los colgantes —repliqué rápidamente.

—Solo he venido a hablar contigo, sobrino, para avisarte de lo que está por venir y para ayudar en lo que pueda —explicó ella, omitiendo la respuesta a mi última pregunta. Pero al escuchar esas palabras yo me relajé y dejé de estar en tensión, escondí mis colmillos y volví a ponerme mi abrigo, el cual había arrojado al suelo.

—Háblame pues —le pedí cuando relajé mi postura y apoyé la espalda en el roble, pero sin llegar a sentarme para evitar que lo interpretara como una falta de respeto.

—Bien, no voy a andarme con rodeos. Como ya sabrás, en unos días tendrá lugar una gran reunión a la que asistirán todos los semidioses de vuestra generación con sus correspondientes séquitos.

—Sí, lo sé. Al menos eso es lo que nos ha dicho tu hijastro —contesté sin titubear.

—Hércules ya está viejo. Tuvo su época, pero ahora os toca a vosotros hacer lo que él ya no puede. Yo tampoco le aguanto, pero hazle caso, fue un gran guerrero en sus tiempos. Bueno, a lo que íbamos. En esa reunión no podéis fiaros de nadie. Tenéis todos los mismos propósitos, cada cual tiene sus propios métodos y, según el oráculo del Olimpo, es inevitable que haya confrontaciones entre vosotros. Y tú eres uno de los más susceptibles a los enfrentamientos directos. Y si tú pierdes los papeles en la reunión, el plan para devolverlo todo a la normalidad se irá al garete, os separaréis y los titánides os cazarán uno a uno —me comentó con la arrogancia típica de los dioses—. Por eso estoy aquí, para evitar que eso ocurra. Así que ten, tómate esto cuando sientas que vas a perder los papeles. —Sacó un pequeño frasco con un líquido amarillento de su túnica. Yo lo cogí y lo examiné. Olía fatal y seguramente sabría peor.

—Gracias, supongo —respondí guardándome el frasco en uno de los bolsillos del pantalón—. Aunque esto no sería necesario si mi padre me quitara de encima la maldición que él mismo creó —dije imitando la arrogancia con la que ella me acababa de hablar.

—Sabes que eso no puede ser. Solo él puede anular la maldición. Y, según él, no es una maldición, sino un don. Así que imagínate el entusiasmo que le causó saber que su hijo era licántropo —contestó ella comprensiva.

—Ya. Digamos que no estoy muy al día de los sentimientos de mi padre para conmigo. Gracias de todas formas —repliqué y después hice una extravagante reverencia para despedir a la diosa, la cual se había dado la vuelta para marcharse.

Me quedé mirando su figura fijamente hasta que la vista se me empezó a difuminar y un destello de luz azul me empujó hacia atrás, haciendo que me tropezase con las raíces del roble, las cuales sobresalían por todas partes en un radio de tres metros alrededor del árbol. Cuando recuperé la vista Hera ya no estaba frente a mí y me encontraba tumbado en el suelo sin poder moverme, completamente indefenso. Pasé así un buen rato hasta que alguien me agarró del hombro y pegó un fuerte tirón, el cual hizo que me pusiera en pie de golpe.

—¡Percy! ¡Percy! —me gritó Kika cuando estábamos frente a frente y yo dejé de tambalearme—. ¿Estás bien? —preguntó preocupada.

—Sí, gracias. ¿Qué haces tú aquí? ¿No estabas de guardia? —respondí confundido, aunque algo indiferente con su posible respuesta.

—Sí, estaba. Pero has estado fuera varias horas, Percy. Natalie se ha levantado para hacer tu guardia y que yo pudiera ir a buscarte. Nos tenías preocupadas —explicó ella, aún agitada.

—Ya, bueno, necesitaba despejarme un poco. Se me ha ido el tiempo, lo siento mucho —contesté para tranquilizarla mientras me llevaba la mano al bolsillo del pantalón para asegurarme de que el frasquito seguía allí. Y así era.

—Entiendo. Bueno, solo he venido para ver si estabas bien. Si quieres te dejo solo —dijo ella entrecortadamente cuando se le pasó el sofoco que llevaba encima.

—Bueno, si quieres podemos dar un paseo antes de irnos a dormir —le respondí al ver que estaba cabizbaja.

Al decirlo vi que se le iluminó la cara y asintió con la cabeza, así que los dos nos abrochamos los abrigos y fuimos caminando en silencio siempre en la misma dirección, alejándonos del campamento. Nos limitábamos a mirar las estrellas en el cielo, como hacíamos en los campamentos, y respirando el frío aire de esa noche mientras escuchábamos cómo el viento agitaba las copas de los árboles con suma violencia.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo ella cuando pasó un buen rato.

—¿Si te dijera que no se te quitaría de la cabeza el hacérmela? — respondí irónicamente, procurando poner una pequeña sonrisa en mi cara para que mi respuesta no pareciera tan dura.

—Pues no —reconoció ella, sonriendo también—. ¿Qué sientes con todo este tema de ser licántropo? —La pregunta me dejó algo descolocado, ya que yo esperaba que fuese una cuestión relacionada con Natalie. Aparte, hasta el momento todo el mundo había hecho suposiciones sobre el tema, pero nadie me había preguntado directamente qué era lo que sentía yo al respecto. Ni siquiera Natalie cuando no estaba tan distante—. ¿Y bien? Puedes responder a eso, ¿no? ¿Cómo te sientes? —volvió a decir, poniendo especial énfasis en la última de sus tres preguntas. Kika siempre había sabido cómo acercarse debidamente a la gente, aunque a mí me gustaba pensar que conmigo le costaba algo más que con los demás.

—Pues la verdad es que es una sensación contradictoria. Es complicado, creo que no lo entiendo ni yo. Pero bueno, supongo que por una parte te sientes libre, más fuerte, más ágil y mejor en todo lo que tenga que ver con la salud física. Ser así te da «habilidades», si se pueden llamar así, que están bien. Pero todo eso es solo la punta del iceberg. En cuanto al resto, te dejas llevar por tus instintos más primitivos muy fácilmente y es una lucha mental continua y constante entre lo que te dice tu instinto y lo que te dice tu cerebro. En cuanto a eso, supongo que Hércules tiene razón: soy más parecido a un animal salvaje que a una persona. Y eso es bueno para el combate, pero solo para eso. A medida que veo que la luna se va llenando más en el cielo me voy sintiendo peor y me cuesta más resistirme para no hacer cosas de las que me pueda arrepentir. ¿Y quieres saber cómo me siento? Me siento atrapado, atrapado por una misión que yo no elegí; controlado y vigilado por unos dioses arrogantes a los que, al parecer, no les caigo demasiado bien simplemente por ser hijo de mi padre. Él ya me lo advirtió, que nunca me considerarían como un aliado, sino como una amenaza potencial que hay que contener y encerrar, ya sea de manera física, en una cárcel como es el inframundo, o en vida con misiones de las que no puedes escapar. Y todo este tema de ser licántropo siento que sirve solo para rematar la faena. Digamos que tener que alejarme de Natalie por el bien de la misión hace que me sienta solo, y eso que ahora mismo estoy en un grupo. Pero sin ella me siento extremadamente solo. Así me siento —le expliqué con tanta fuerza en la voz que ella se asustó un par de veces.

Cuando terminé de hablar Kika hizo un gesto raro con sus cejas y me miró apenada. Pero también pude distinguir una pizca de compasión y comprensión en su mirada. Yo sabía que contarle mis sentimientos a alguien como Kika era mala idea, ya que era de ese tipo de personas que sabían cómo manipularte fácilmente con ese tipo de información, pero en ese momento me dio igual. Necesitaba desfogarme y hablar de eso con alguien.

Seguimos caminando en silencio, partiendo a nuestro paso todo tipo de ramas secas que crujían tal vez demasiado. Pero aquel silencio incómodo lo usamos para seguir observando el lugar en el que estábamos, el cual estaba bañado por la débil luz de la luna. Era un lugar precioso. Si la situación actual no hubiera sido esa, seguramente me habría pensado el quedarme a vivir en ese bosque, hacerme una casita y vivir tranquilo y casi sin sobresaltos hasta que me llegara la hora. Pero, tristemente, eso ni se me pasaba por la cabeza en ese momento.

—Lo siento, Percy —se disculpó Kika mientras partía en trocitos minúsculos una rama seca que había recogido del suelo.

—No te preocupes. Todo sea por la misión, ¿no? —respondí sarcásticamente.

—No estás solo. Lo sabes, ¿no? Nos tienes a nosotros. A pesar de todo, te queremos. Tal vez cada una por razones distintas, pero es la verdad —me dijo agarrándome el brazo con fuerza pero con cierto cariño, lo cual no me hizo ninguna gracia.

Yo me quedé mirándola, clavé mi mirada en sus ojos, los cuales reflejaban a la propia luna. Y al ver la luna a través de sus ojos me fui acercando poco a poco a ella, empujado por una fuerza invisible que no podía ni entender ni controlar. Pero al estar frente a frente con ella, con nuestros rostros a escasos centímetros el uno del otro, me detuve y seguí mirándola fijamente, ahora tratando de psicoanalizarla, pero era algo que no me hacía demasiada falta con ella. La conocía bastante bien.

—Gracias, Kika. —Le di un beso en la mejilla, muy rápido pero con sentido, o al menos para ella pareció tenerlo, ya que se sonrojó bastante y se le escapó una sonrisita tonta, la cual yo ya tenía muy vista. Ya sabía que esa fachada de soldado seria e incorruptible con la que se presentó cuando nos encontró no era de verdad—. Muchas gracias.

—Deberíamos volver ya, ¿no? Estamos muy lejos del campamento — sugirió ella cuando se dejó de ver en horizonte la débil luz de la hoguera.

—Sí, volvamos, que estoy cansado —respondí. Y acto seguido dimos la vuelta y pusimos rumbo al campamento.

Mientras volvíamos yo andaba cabizbajo, aunque inevitablemente algo más a gusto por haberme desahogado con alguien al fin. También noté que Kika no paraba de mirarme de reojo mientras caminábamos al mismo paso los dos.

Cuando llegamos al campamento Natalie aún seguía de guardia, sentada, con la mirada fija en la fogata recién avivada por madera seca y un montón de ramitas del suelo. Esos últimos días se parecía más a los inferis de lo que a mí me hubiera gustado; con la mirada perdida siempre, sin hablar, solo balbuceando consigo misma y sin mirar a nadie directamente, a menos que tuviera que entrenar con los demás, lo cual había pasado pocas veces hasta ese momento.

—Buenas noches, Natalie —la saludó Kika cuando pasamos a su lado, pero Nat ni siquiera movió los ojos. Seguía con la mirada clavada en las llamas, impasible, inexpresiva, no hacía ni un solo gesto. Seguía ahí, quieta, y ver eso me daba más miedo que todos los inferis del mundo juntos. Era horrible tener que verla así—. Como quieras, bonita —añadió Kika al ver que Natalie la ignoraba y pasaba olímpicamente de su saludo. Entonces Natalie se dio la vuelta y la miró con unos ojos que desprendían rabia e ira, pero también algo de indiferencia. Al ver cómo la miraba, Kika se volvió pequeña y pasó a su lado cuanto antes para perderla de vista.

—Buenas noches, Kika —le dije rápidamente para que cada uno nos fuéramos a nuestras tiendas lo más rápido posible.

—Buenas noches, Percy —me respondió ella después de darme un beso en la mejilla y sonreír pícaramente con la intención de que Natalie escuchara su risa desde la fogata. Lo hacía para ponerla rabiosa, aunque no creí que Nat pudiera sucumbir a provocaciones de tan bajo nivel.

Kika finalmente se metió en su tienda y afuera nos quedamos solos Natalie y yo. Apagué los farolillos de mi tienda y después me senté junto al fuego, justo enfrente de Natalie, pero ella parecía ignorar mi presencia. Continuaba con la mirada fija y clavada en las llamas, las cuales de vez en cuando formaban figuras. Si le echabas imaginación, podías ver muchas cosas perturbadoras en el fuego.

—¿Vas a seguir así siempre? ¿No piensas hablarnos a ninguno nunca más o cómo va esto? ¿Has hecho voto de silencio o qué? —le pregunté algo indignado ante su comportamiento para con los demás. Podía entender que estuviera enfadada conmigo, pero no con los demás. Pero ella seguía sin responder, no hacía ni un solo gesto ni con la mirada—. Bien, vale. Como quieras, Natalie. Pero yo te aviso: si sigues con esta actitud va a llegar un momento en el que los demás ya no lo aguantemos y eso no traerá nada bueno, ni para ti ni para nadie —la avisé subiendo poco a poco mi tono de voz hasta el punto de llegar a gritarle.

Cuando le grité ella al fin miró hacia otra parte que no fuese el fuego, clavando sus ojos en los míos. Su mirada era parecida a la que le había puesto a Kika hacía un rato, pero esta vez se notaba que sentía rencor hacia mí. Sinceramente, no la reconocía. No parecía ella. Y jamás lo reconocería ante nadie, pero esa mirada hizo que me asustara bastante. Parecía la de una psicópata y no la de mi amiga.

—Vete a la mierda, Percy —me dijo muy lentamente y con mucho desprecio en cada palabra que salía de su boca. Tanto que en cinco palabras me hizo sentir como si una serpiente me hubiera infectado con el peor veneno existente. La que antes era mi callada y dulce amiga ahora tenía una lengua bífida, cual reptil, y guardaba demasiada rabia y rencor dentro de sí.

—Bien, como tú quieras. Buenas noches —contesté rápida y secamente, me levanté y me dirigí a la tienda. Ella volvió a dirigir su mirada a las llamas.

Cuando me metí en la tienda me introduje en mi saco y me cubrí con las mantas. Inevitablemente, mi mente me jugaba una mala pasada y no me dejaba dormir hasta que le di quinientas vueltas a todo el asunto de Natalie. Su reacción era totalmente desproporcionada al daño que yo le había podido hacer. O eso pensaba yo.

*****

Al día siguiente, mientras volábamos a lomos del dragón Hércules, surgió una conversación interesante con Cristina, a la que Kika tardó poco en querer unirse, gritándonos desde el otro lado del dragón cada vez que quería decir algo.

Según Hércules, nos quedaba tan solo un día de vuelo para llegar a Sesenya. El paisaje ya se iba transformando en una gran extensión de secarrales con algún que otro olivo y pequeños pinares a cada par de kilómetros. Eso hasta que llegó el punto en que supe exactamente dónde estábamos. Me sonaban las tierras que sobrevolábamos y era cierto, nos quedaba muy poco para llegar.

Ya hacía mucho tiempo que no pisaba Sesenya, desde el día del estallido, y me daba miedo cómo nos la íbamos a encontrar. Me puse a pensar en ello y no me creía lo que estaba pensando, pero echaba de menos a toda esa gente, esas mañanas con niebla alrededor del río e incluso echaba de menos a mi familia. Extrañaba esa época de mi vida en general. Fue una época dura, pero ni por asomo tan dura como la actual.

Desde el día oficial del estallido todo cambió. De aquel día solo recuerdo el caos, a la gente corriendo en todas direcciones. Los que no morían atrapados por inferis lo hacían aplastados por las multitudes, que corrían atemorizadas en cualquier dirección.

A mí la hora cero me pilló en el instituto, en el que solía pasar muy poco tiempo. Sinceramente, nunca supe cómo pude salir de allí con vida. Fui uno de los pocos que pudieron escapar y de los que se libraron de la masacre que ocurrió allí. Ese día fue un completo caos. Tuvimos muchísima suerte de sobrevivir los pocos que lo conseguimos.

—¿Qué pasa, Percy? ¿En qué piensas? —me preguntó Cristina, que ese día estaba a mi lado durante el vuelo—. ¿Es sobre Natalie? —siguió diciendo ella, intentando alzar la voz lo suficiente como para que pudiera escucharla a pesar del viento, pero cuidándose de que no pudieran escucharla ni Kika ni Natalie al otro lado del dragón.

—¿Qué? Ah, no. Procuro pensar en ella lo mínimo posible desde que está así —respondí tratando de que tampoco me escucharan las demás.

—¿Entonces en qué pensabas? —insistió Cristina.

Ella siempre había sido muy comprensiva conmigo desde que nos conocimos, pero había pasado demasiado tiempo con Kika y no sabía si podía hablar con ella de mi pasado. No obstante, al ver que me miraba con la misma cara dulce e inocente que siempre me ponía cuando hablábamos, decidí contarle algo sobre lo que pasó el día del estallido a pesar de que hice una promesa con Nat de que ninguno hablaría de ello con nadie. Pero justo cuando iba a empezar a hablarle a Cris de ello, antes de que dijera la primera frase, un giro brusco de Hércules hizo que casi cayésemos al vacío y nos vimos obligados a agarrarnos a los cuernos que le sobresalían de la espalda para no caernos.

—¿Pero qué haces? —le conseguí gritar a Hércules cuando volvimos a estabilizarnos, aunque aún estábamos aterrados.

Un segundo después noté una sombra que pasó rápidamente a nuestro lado a una velocidad de vértigo. Volaba tan rápido que ninguno pudo reconocer qué era lo que estaba tratando de derribarnos. La sombra dio media vuelta cuando nos adelantó y voló acercándose de frente a nosotros. Cuando se encontraba a una distancia próxima a nosotros vi lo que parecía ser el abdomen de una gran bestia, que se estaba hinchando y poco a poco iba cambiando de color, de un negro borroso a un rojo anaranjado muy nítido, a medida que se acercaba a nosotros.

—Oh, mierda —dije para mí mismo, a pesar de que era consciente de que ni Cristina podría escuchar mi comentario, al darme cuenta de que lo que nos acechaba era otro dragón, mucho más pequeño pero infinitamente más rápido.

Hércules hizo una maniobra muy rápida para esquivar la llamarada del otro dragón, la cual nos pasó muy de cerca, tanto que sentí cómo el calor nos pasaba rozando por encima, muy cerca de nuestras cabezas. En lo que tardó Hércules en esquivar otra embestida del otro dragón, nosotros sacamos con dificultad nuestras armas de las mochilas.

—¡Hércules! ¡Intenta acercarnos a él! —Escuché gritar a Kika desde el otro lado de la espalda de Hércules mientras se ponía en cuclillas, tambaleándose por el viento, empuñando en una mano su espada de oro y en la otra uno de sus rayos.

Nuestro dragón resopló fuertemente mientras giraba bruscamente hacia el dragón negro, el cual se nos acercaba de nuevo por detrás. Mientras giramos les dijimos a Cris y a Natalie que nos agarrasen fuerte mientras Kika y yo nos poníamos en pie para poder apuntar en condiciones.

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