Kitabı oku: «Historia nacional de la infamia», sayfa 8

Yazı tipi:

EL NEGOCIO DE LAS PÁGINAS POLICIACAS

Para poder entender la dimensión comercial de las noticias policiacas es necesario situarlas dentro de la historia del periodismo mexicano. El modelo del diario lucrativo dirigido a un amplio número de lectores (y no sólo al público educado de los antiguos periódicos liberales, centrados en la opinión) era El Imparcial, creado en 1896. Era un periódico con maquinaria moderna, asequible a los lectores, razonable para los anunciantes, informativo y atractivo visualmente. También satisfacía los propósitos políticos del gobierno y, a cambio, recibía un subsidio estable. En la víspera de la Revolución, la competencia política llevó a una diversificación ideológica de los periódicos, aunque la mayoría trataba de seguir el modelo de El Imparcial. Los grandes diarios que emergieron durante las fases posteriores de la guerra civil, en particular El Universal (1916) y Excélsior (1917), combinaban ciertas motivaciones políticas con el objetivo de ganar dinero. Sus directores eran muy cercanos a la élite gobernante y tenían todo para hacerse de una considerable cantidad de dinero y de capital político. El mercado hacía posible su crecimiento: los periódicos satisfacían las necesidades de propaganda de un Estado que se estaba consolidando pero también respondían a los gustos de un público de lectores cada vez más numeroso.15 Así, tras un periodo inicial de inestabilidad en cuanto a sus propietarios y de vulnerabilidad a los ataques de los actores políticos (como los que sufrió Excélsior en 1928), los años treinta se caracterizaron por la consolidación financiera y una relación más íntima con el gobierno federal. A pesar de que los académicos hoy sospechan que la protección política y los subsidios oficiales eran la clave del éxito de los periódicos nacionales, hace falta seguir investigando para determinar hasta qué punto estos periódicos podían sostenerse con sus propios ingresos de ventas y publicidad. Sabemos que la incesante competencia por los lectores era una prioridad en las salas de redacción. Las cifras de circulación diaria y los recibos por anuncios no mienten y estimularon una constante innovación tecnológica y periodística.16

Es bien sabido que, tristemente, el número de ejemplares que se imprimían y vendían es muy difícil de establecer. Hasta la Secretaría de Gobernación, a cargo de las relaciones con los medios, obtenía cifras muy divergentes sobre los principales periódicos: 120 mil al día en el caso de Excélsior según un cálculo de 1961; 20 mil en otro de 1966.17 Los editores solían exagerar las cifras y la poderosa Unión de Voceadores, que monopolizaba la distribución en las calles, también manipulaba las ventas. Información dispersa sugiere que las ventas de periódicos y revistas de nota roja eran altas, al igual que la de la edición vespertina de los periódicos más populares. En 1966, La Prensa, que dedicaba sus primeras y últimas páginas —y la mayoría de su contenido— a las noticias policiacas, vendía entre 35 mil y 70 mil ejemplares al día, aproximadamente la misma circulación que en los años cuarenta. En 1923, El Universal Gráfico vendía 20 mil ejemplares en la tarde, mientras que las ediciones matutinas de El Universal y Excélsior vendían 60 mil.18 El bajo costo de cada ejemplar era un factor clave: en 1939, cuando los administradores de La Prensa elevaron el precio en un intento por compensar las ganancias perdidas debido al aumento en los costos de producción, las ventas diarias cayeron de 70 mil a 50 mil.19 Detectives, una revista de tema policiaco fundada en 1931, aseguraba que vendía 42 720 ejemplares.20 En los años sesenta, se decía que Alarma!, la revista más popular del género, había vendido medio millón de ejemplares durante un caso famoso de homicidio múltiple en un burdel en Guanajuato.21 Puede que estas cifras no parezcan particularmente altas para una ciudad con una población de 3 137 600 de habitantes y un índice de alfabetismo de más de 80 por ciento en 1950. Sin embargo, dado el gran número de publicaciones y su rápida circulación por toda la ciudad, no debemos subestimar el efecto de los ejemplares disponibles. Un hecho era muy conocido: en palabras del escritor revolucionario y editor Martín Luis Guzmán, en “los crímenes […] estriba la circulación”.22

La presión del gobierno a los periódicos tenía lugar por medio del dinero, más que de la censura abierta. Así, tras el juicio de José de León Toral, a pesar de los llamados a recurrir a la violencia directa en contra de Excélsior, el gobierno estableció el control obligando a su dueña, Consuelo Thomalen, a vender el periódico.23 En 1935, la disputa entre el presidente Cárdenas y el “jefe máximo” Calles se desenvolvía en los periódicos y en la radio. En lugar de silenciar a los críticos, Cárdenas ofrecía entre-vistas y aprovechaba el apoyo de los sindicatos en las calles para dominar la cobertura. Consciente del nuevo peso de los medios, sentó las bases para una relación más estable entre el gobierno federal y los editores de periódicos con la creación del Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad (DAPP), encargado de optimizar la comunicación de información oficial a los medios. Cárdenas también reemplazó a la poderosa proveedora de papel periódico, la Papelera San Rafael, con la Productora e Importadora de Papel, SA (PIPSA), una entidad estatal que monopolizó las importaciones de papel de Canadá y estableció cuotas para cada publicación.24 PIPSA le permitió al gobierno apoyarse en los periódicos concediendo préstamos o reduciendo el suministro de papel de manera selectiva. Al mismo tiempo, la compra de espacios publicitarios por parte del gobierno federal se convirtió en una importante (aunque no exclusiva) fuente de ingresos para la industria. La Unión de Voceadores fue otra herramienta del gobierno para limitar la circulación de contenido disidente; podía simplemente detener la venta de cualquier publicación cuyo contenido se considerara inapropiado. Después de que la segunda Guerra Mundial y la adopción del anticomunismo durante la Guerra Fría redujeran el espacio para el desacuerdo ideológico, la relación entre los funcionarios federales y los directores se volvió más armoniosa, a menudo gracias a los regalos y otro tipo de beneficios para estos últimos.25

Las historias de la prensa que se enfocan únicamente en el Estado tienden a poner atención en un solo tipo de lector: un hombre politizado capaz de descifrar los editoriales crípticos, las columnas firmadas y las entrevistas en la primera sección del periódico. Esta clase de historia sugiere que al gobierno sólo podía interesarle la prensa para comunicarse con un lector de ese tipo. Sin embargo, enfocarse en ese lector ideal no explica el aspecto comercial de esa historia. Los editores sabían que la clave para aumentar las ventas y los anuncios era publicar un periódico “para todos los gustos y para todas las posibilidades económicas”.26 Esto significaba adoptar múltiples estilos y temas. Las secciones plegadas por separado invitaban a diferentes tipos de lectores a leer simultáneamente el periódico. Estas secciones se ocupaban de política nacional e internacional, chismes sociales, cultura, deportes y actividad económica. Anuncios de sorteos, concursos (el recién nacido más lindo, el mejor adorno navideño, el mejor orador, la mujer más hermosa) y nuevas celebraciones (el Día de las Madres, inventado por Alducín, de Excélsior) aumentaban el número de suscriptores y las ventas en la calle. Los anuncios de marcas y clasificados se dirigían a una cultura de consumo que presentaba marcas comerciales pero también incorporaba a individuos particulares a los intercambios diarios del mercado. La diversidad de lectores y el contenido variado hacían posible que nuevas formas de compromiso crítico crecieran fuera del radar de la política convencional. La opinión del público se volvió central para las noticias y las crónicas sobre las corridas de toros y los deportes, por ejemplo.27 Pero las noticias policiacas eran las que ofrecían el terreno más vasto para abordar de manera crítica el desempeño del Estado. A pesar de los prejuicios de Palavicini acerca de los lectores de la nota roja, los buenos editores de la sección policiaca sabían que sus numerosos lectores no eran exclusivamente hombres ni de la clase trabajadora.28

Las primeras publicaciones de noticias policiacas en la forma contemporánea de la nota roja aparecieron en los años veinte. La edición vespertina de El Universal, llamada El Universal Gráfico, fue la primera de ellas, en 1922. Una edición vespertina similar, Últimas Noticias, de Excélsior, apareció en 1936. Se trataba de versiones más cortas de las ediciones matutinas, con un mayor porcentaje de noticias policiacas y deportivas, anuncios más pequeños y menos artículos políticos. Las compañías veían estas ediciones como una forma no muy costosa de aumentar sus ventas y, al mismo tiempo, aprovechar al máximo la capacidad de sus carísimas máquinas importadas. Pero también eran una oportunidad de experimentar con un tono populista, imprimir más imágenes y ofrecer cobertura de temas pedestres que resultaban inadecuados para los periódicos más respetables de la mañana. Una edición típica de El Gráfico comenzaba con la muerte de un general en la portada, seguida de artículos sobre la organización de la Inspección General de Policía, falsificadores de dinero y una pieza satírica sobre una disputa entre dos mujeres. Las ediciones vespertinas también contenían artículos de opinión y cuestionamientos al gobierno. Uno de ellos, por ejemplo, respaldaba el lado falangista de la Guerra Civil española aun si la edición matutina mantenía la postura oficial de apoyo a los republicanos.29

La publicación más exitosa del género era La Prensa, el primer periódico en enfocarse en las noticias policiacas, fundado en 1928, poco después del asesinato de Obregón. Como otros periódicos de la época, tras un primer periodo de consolidación, consiguió la estabilidad en los años cuarenta. La Prensa era innovador en su forma de reportear y en el uso de la fotografía; se imprimía en huecograbado, lo cual hacía posible tirar un gran número de ejemplares y utilizar un gran número de imágenes. La mayoría de sus páginas, incluidas la portada y la contraportada, estaba dedicada a las noticias policiacas y se incluía lo mínimo indispensable de noticias internacionales, si bien había cierta flexibilidad de acuerdo con los sucesos del día.30 La Prensa con frecuencia aseguraba tener la más alta circulación en el país, así como un público diverso de lectores.

Bajo su primer director, José E. Campos, La Prensa comenzó como una compañía privada, consiguiendo fondos mediante la emisión de pagarés canjeables por espacio publicitario. No tenía, por así decirlo, problemas de autoestima: en 1929, el periódico cambió su lema a “El periódico que conquistó México en un mes”. Las ventas fueron altas desde el inicio y el diario pronto pudo reducir su precio de diez a cinco centavos.31 El éxito se debió en gran medida al jefe de redacción, Miguel Ordorica, quien le dio a La Prensa un estilo distintivo, agresivo en su reporteo y en su crítica al gobierno. Ordorica tenía fuertes filiaciones conservadoras: había trabajado para El Imparcial y era un contumaz partidario de Victoriano Huerta, el general que derrocó a Madero y lo mandó matar. Después de dejar La Prensa en 1935, se pasó a Últimas Noticias, una plataforma más estridente para sus puntos de vista. Después de que lo removieran de este periódico debido a que sus opiniones resultaban demasiado problemáticas en el contexto de la segunda Guerra Mundial, terminó consiguiendo un puesto prominente en la Cadena García Valseca, una red nacional de periódicos, primero como fundador de El Sol de Guadalajara y luego, en 1948, como director de la organización. En todos sus emprendimientos, Ordorica adoptaba posturas de derecha, las cuales le trajeron problemas a La Prensa durante la presidencia de Cárdenas, pero ya no lo afectaron políticamente ni con Manuel Ávila Camacho (1940-1946) ni con Miguel Alemán (1946-1952).32

Ordorica tuvo que dejar La Prensa en 1935 después de que las críticas del periódico a las políticas laboral y exterior de Cárdenas, así como la muerte de su fundador, Pablo Langarica, acarrearan una crisis en la compañía. La Papelera San Rafael intentó cobrar la deuda en la que había incurrido el periódico y el gobierno se rehusó a otorgarle más crédito. Los sindicatos y las organizaciones campesinas denunciaron las tendencias reaccionarias de los editores y fomentaron disputas laborales internas.33 Mientras estuvo bajo el mando temporal de la compañía papelera, le llovieron a La Prensa reclamaciones de trabajadores despedidos; la publicación se interrumpió durante cinco meses y, en ese punto, el presidente Cárdenas respaldó la creación de una cooperativa controlada por los trabajadores, para que asumieran la propiedad de la empresa en bancarrota, y autorizó una nueva línea de crédito. El arreglo, sin embargo, excluía a algunos de los periodistas que habían trabajado en La Prensa desde el principio, entre ellos Ordorica.34 La cooperativa todavía afrontaba demandas de acreedores y litigios de antiguos empleados. Algunos de estos empleados incluso trataron de publicar otro periódico con el mismo nombre.35 La dirección de la cooperativa logró aumentar su control sobre las revoltosas asambleas generales, pero no acabó con su agitada política interna. El periódico se puso del lado de Cárdenas cuando éste rompió con Calles, pero también expresó apoyo a Mussolini, Franco y la Alemania nazi antes de que México entrara a la segunda Guerra Mundial. Una columna de 1936, por ejemplo, defendía las políticas raciales de Hitler abogando por la necesidad de preservar la “civilización occidental” del “pueblo judío [que] es por todas sus cualidades un parásito”.36

A pesar de las discrepancias ideológicas, Cárdenas reconocía que el periódico llegaba a un público popular. Durante un viaje a Yucatán en 1937, le dijo a George W. Glass, el director y presidente de la cooperativa: “A mí me interesa lo que dice La Prensa, no me interesa lo que digan otros periódicos.”37 Vicente Lombardo Toledano, partidario incondicional del régimen en los años treinta y prominente antifascista, comentó preocupado que La Prensa llegaba “al hogar del obrero y del campesino”, mientras que otros periódicos no lo lograban.38 Los editores capitalizaron esta fama. En 1938, el director Luis Novaro le ofreció a Cárdenas los servicios de La Prensa como un medio para defender los logros del gobierno. Su “enorme circulación entre las clases populares”, sostenía Novaro, garantizaba que la propaganda en La Prensa rindiera mayores beneficios que aquella que se diseminaba por los canales oficiales, aludiendo quizás al diario oficial, El Nacional, fundado en 1929, que era de buena calidad pero tenía una circulación limitada.39

Sin embargo, La Prensa no necesitaba de Cárdenas para expandir su circulación ni aumentar las ventas de anuncios. El diario añadió nuevas secciones y un departamento de fotografía dirigido por Miguel V. Casasola. En 1942, Novaro explicó el éxito del periódico y el lugar único que ocupaba en la industria: “somos el principal periódico de México, pues en realidad somos el periódico genuinamente popular del país y así nos vamos sosteniendo sin mayores contratiempos”.40 A pesar de que la circulación oscilaba debido a la competencia y otros factores, el periódico pudo sortear las ocasionales malas rachas sin recurrir demasiado al apoyo del gobierno. Por ejemplo, en el mismo año en que las ventas alcanzaron niveles gravemente bajos (32 mil ejemplares), los directivos de la cooperativa aumentaron su circulación al doble, estableciendo una lotería. Pero las bases eran sólidas. En 1938, el periódico recibió 64 842 pesos de ventas directas y 44 041 de anuncios. En 1943, el ingreso total alcanzó 2 246 859, de los cuales sólo 25 por ciento provenía de la venta de anuncios. De todas estas ventas, alrededor de 17 por ciento provenía de entidades gubernamentales, incluidos los ministerios y los gobiernos estatales.41 Alrededor de la mitad de los ejemplares se vendían en la Ciudad de México y el resto en otras ciudades del país, gracias a más de mil representantes de ventas establecidos desde Texas hasta Guatemala. No obstante la salida de Novaro en 1950, el periódico continuó siendo rentable. En los años noventa fue adquirido por un grupo empresarial español y luego por la Organización Editorial Mexicana (OEM) de Mario Vázquez Raña. La Prensa mantuvo la circulación más alta después de Esto, periódico especializado en deportes.42

La cooperativa garantizaba estabilidad para los trabajadores y una buena salud financiera, pero el proceso editorial estaba estrechamente controlado por unos cuantos directores y editores que también se ocupaban de las relaciones con la clase política, como sucedía en otros periódicos privados. Así, mientras que La Prensa apoyó a Manuel Ávila Camacho durante su campaña de 1940, las tensiones surgieron cuando el hermano del nuevo presidente, Maximino, se enteró de que los editores se habían rehusado a publicar cobertura favorable de su trabajo como gobernador de Puebla y que uno de ellos en privado lo había llamado “fantoche”. El propio jefe de redacción tuvo que dar explicaciones al irascible político para evitar un daño mayor.43 Cuando el general revolucionario e historiador Vito Alessio Robles preguntó enojado por qué su última respuesta al ex secretario de Estado y magnate del azúcar Aarón Sáenz no iba a publicarse, el director George W. Glass fue franco: “Ingeniero, no podemos aceptarle sus artículos, porque el Lic. Sáenz nos ha pagado una serie de anuncios, y podría retirárnoslos.”44 Durante la presidencia de Miguel Alemán, La Prensa adoptó una actitud adulatoria hacia el mandatario, publicó una sección titulada El Mundo Católico y reprobó las protestas de los sindicatos contra el gobierno.

Sin embargo, las disputas ideológicas o personales en los más altos niveles del gobierno no bastan para explicar la diversidad de motivaciones que encontraron una salida en La Prensa. Si bien la sección editorial podía ser conservadora y progubernamental, las noticias más cortas transmitían una indignación populista que sólo podía interpretarse como crítica al gobierno. Las fuertes ventas impulsadas por las historias policiacas blindaban la sala de redacción de cualquier interferencia de la dirección y hacían posible reportear con agudeza la corrupción y la brutalidad de la policía y las autoridades locales. El periódico publicaba todos los días cartas de lectores y columnas que de manera persistente se quejaban de la forma de gobernar y de la falta de seguridad en la ciudad.45

La estructura cooperativa le otorgaba una autonomía particular a los trabajadores en su producción diaria de las “páginas de notas de sangre”. Los reporteros y los fotógrafos reunían el material en las calles y en las estaciones de policía, volvían a las oficinas del periódico, escribían sus notas y revelaban las fotografías con apenas tiempo suficiente para que los editores corrigieran el texto y escribieran los encabezados antes de cerrar la edición. La dirección intentó separar la recopilación de noticias de la escritura en 1942. Le pidió a los reporteros que pasaran la información por teléfono para que los artículos se armaran en la redacción. Pero la costumbre se impuso y los reporteros siguieron escribiendo sus propios textos, manteniendo un tono de intimidad que los lectores apreciaban. Este modo descentralizado de trabajar derivó en que hasta el artículo más pequeño reflejara el tono activista que había definido al reporteo de La Prensa desde sus comienzos. Por ejemplo, cuando una mujer fue apuñalada en 1929, el reportero concluyó su nota con escepticismo acerca de las posibilidades de que las autoridades llegaran a una resolución clara: “Este drama del hampa como muchos otros, aparece envuelto en denso velo de misterio, fracasando todas las investigaciones que se han iniciado.”46 La Prensa criticaba a la policía incansablemente, al tiempo que señalaba sus propias intervenciones decisivas en casos famosos, así como en quejas más pequeñas por parte de los lectores en contra del gobierno. El estilo agresivo del periódico definió su predominio durante la época dorada de la nota roja, de los años treinta a los sesenta.47

Ahora bien, si La Prensa era el periódico más prominente y exitoso, había otras publicaciones de nota roja en circulación que reflejaban la heterogeneidad del género. Muchas revistas, impresas principalmente en la Ciudad de México después de los años treinta, tenían un gran número de lectores. En contraste con los periódicos, sus artículos eran narraciones completas que incluían la resolución de cada caso e información de contexto acerca de los distintos actores. Alarma!, publicada en distintas versiones desde los años cincuenta, vendía cientos de miles de ejemplares.48 Era el modelo del estilo directo y dramático que muchos asocian con el género. Una historia típica podía titularse así: “¡Santa, hazte a un lado porque voy a matar a tu madrina… quítate te digo!” El zapatero Manuel Tapia Pérez le disparó a su esposa, se emborrachó y, cuando estaba entrando a la cárcel, gritó: “¡Me arrepiento porque la adoraba!”49 Las revistas integraban las imágenes en una secuencia que se hacía eco de la narración escrita. Las fotografías abarcaban desde la carnicería de la escena del crimen hasta desnudos femeninos (o “desnudos artísticos”), o alguna combinación de ambas cosas. Las portadas mostraban a mujeres voluptuosas sufriendo o instigando el crimen, al lado de pistolas humeantes y hombres de acción, aun si las imágenes no tenían conexión alguna con las historias del interior. Los contenidos de la revista no se decidían necesariamente en función del valor noticioso de un hecho. Además del crimen local, incluían artículos sobre casos famosos en el extranjero o historias gráficas acerca de la violencia durante la Revolución, en las que explotaban el abundante archivo fotográfico de cadáveres y ejecuciones capturados durante la guerra de los cristeros y las múltiples rebeliones militares de los años veinte.50 Aportaban una mirada sospechosa lo mismo sobre los crímenes comunes que sobre la historia nacional. Desde esa perspectiva, el pasado reciente no era tan distinto del presente, ya que en ambos momentos la política estaba fundada en la violencia.

Las revistas de nota roja eran más diversas a nivel ideológico que los grandes periódicos. A partir de los años cincuenta, publicaciones como Alarma y Por Qué? combinaban hechos sangrientos, desnudos femeninos y críticas implacables al gobierno. En sus páginas, los agentes de policía eran poco más que ladrones con uniforme. Las quejas en contra de los “hampones con placa” se imprimían porque, como prometían los editores de Alarma, “esta revista no tiene pelos en la lengua”.51 Sin embargo, al igual que con los periódicos, denunciar a algunos funcionarios no le impedía a las revistas ensalzar a otros. Alarma!, por ejemplo, cubrió la inepta investigación de una serie de crímenes contra homosexuales (sin reproducir el lenguaje homofóbico que generalmente primaba en la prensa, incluyendo a la propia Alarma!), en la misma edición en la cual publicaba una gran cantidad de propaganda a favor del candidato oficial para la presidencia, Luis Echeverría (1970-1976).52 A fines de los años sesenta y principios de los setenta, Por Qué? fue un ejemplo más crudo de la oposición por medio de la nota roja. Esta revista de corta vida siguió todas las convenciones visuales y periodísticas del género, pero las combinó con ataques cada vez más abiertos en contra de las tendencias autoritarias del presidente Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970). A pesar de haber llegado a un acuerdo inicial, la Unión de Voceadores boicoteó la revista y su editor y sus reporteros fueron objeto de ataques del gobierno. Con todo, las ventas se mantuvieron altas, sin duda gracias a las imágenes de mujeres desnudas, cadáveres y, a diferencia de otras publicaciones del género, soldados disparando a manifestantes.53 En efecto, Por Qué? fue quizás el único medio que publicó fotografías de las víctimas de la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco.

Un grupo de revistas policiacas, algunas de ellas en circulación desde los años treinta, como Detective, Detectives, Guerra al Crimen, Policía Internacional, Gaceta de Policía y Argos, adoptaron la perspectiva de las fuerzas de la ley, poniendo énfasis en su conocimiento técnico e histórico acerca del crimen y ofreciendo consejos prácticos a los detectives.54 Según los periodistas más cercanos a esta tradición, como Eduardo Téllez Vargas, para los años sesenta del siglo pasado, el resto de la nota roja había degenerado debido a la proliferación de “cuadernillos insulsos y procaces […] Hojas de papel atestadas de relatos estúpidos en los que siempre triunfa un delincuente perverso.” La distinción, según Arellano Martínez, reflejaba la diferencia entre los estilos francés y estadounidense de noticias policiacas: mientras que el primero elogiaba a los criminales con narraciones biográficas, el segundo hacía una concisa “síntesis de los sucesos de la delincuencia” con base en los archivos de la investigación policiaca.55

Sin embargo, incluso las revistas enfocadas en la policía apelaban a los intereses menos respetables de sus lectores y los resultados eran contradictorios. Por ejemplo, en una misma edición de 1959, Detectives elogiaba al regente del Distrito Federal, Ernesto P. Uruchurtu, por cerrar los sórdidos centros nocturnos, al tiempo que publicaba anuncios de cabarets como Arena, Las Cavernas, Bombay o La Perla, entre otros.56 Revista de Policía publicaba “desnudos artísticos” en la portada, mientras que en el interior criticaba a la actriz María Félix y a las películas francesas por su exhibición de desnudez y actos sexuales.57 Sin embargo, no había contradicción si el lector era un hombre experimentado capaz de lidiar con el vicio y la pornografía sin perder su brújula moral. Las revistas de nota roja, menos preocupadas que los periódicos por llegar a un grupo diverso de lectores, asumían una complicidad informada con un lector ideal que disfrutaba la vida pero a la vez estaba listo para enfrentar los peligros de la ciudad. Los anuncios de cabarets, eventos deportivos y unos cuantos artículos políticos se combinaban con la promesa de respetar “estrictas normas de la ética y el profesionalismo”, en palabras de los editores de Argos. Ellos sostenían que el conocimiento que difundían tenía objetivos prácticos: era necesario conocer el crimen para poder evitarlo, por lo que ponían “a la sociedad en constante alerta por lo que hace a las actividades delictuosas de quienes operan al margen de la ley”.58 El alfabetismo criminal, en estas revistas, era un privilegio masculino en el que el realismo trascendía el moralismo recalcitrante.

Además de las revistas, el estilo de la nota roja podía encontrarse también en las secciones policiacas de los periódicos en todo el país. Casi todos los días, la sección de noticias locales tenía poco espacio para las notas policiacas y quizá ninguna afición por ellas. Los artículos debían ser más cortos por falta de espacio, pero también porque el abasto de hechos delictivos o accidentes era más limitado. Las investigaciones eran un lujo que la especulación intentaba reemplazar: un cuerpo anónimo fue encontrado en Culiacán y El Sol de esa ciudad supuso con base en sus manos que la víctima era un recolector de tomates. Con todo, las noticias policiacas podían tener efectos políticos y consolidar nuevas publicaciones. En localidades como Apizaco, Tlaxcala, la política local alcanzaba tales niveles de antagonismo y publicidad, que los periódicos partidistas utilizaban los recursos gráficos de las noticias policiacas para atacar a sus adversarios.59 Otros medios reflejaban mejor el peso de la nota roja en la vida cotidiana. El programa de radio Cuidado con el Hampa transmitió más de 115 episodios en los años cincuenta, proveyendo una especie de enciclopedia de las costumbres criminales. Cada episodio describía el modus operandi de un tipo específico de criminal en términos que aspiraban a ayudar al público a evitar el peligro. Las películas utilizaban el fervor de la nota roja y su habilidad para condensar dramáticamente la información. En una escena de Nosotros los pobres (1947), una de las películas mexicanas más populares de la época, Pedro Infante, en el papel de Pepe el Toro, sostiene un ejemplar de La Prensa que dice: “¡Yo no la maté!” Como se verá en los capítulos 6 y 7, autores como Juan Bustillo Oro y Antonio Helú escribieron historias y guiones inspirados en los periódicos. Los directores también se basaban en la nota roja para la realización de películas con temas noir y alusiones a casos famosos. Las cintas ambientadas en el submundo urbano aumentaron de tres en 1946 a cincuenta en 1950.60

Los esfuerzos del gobierno tanto por censurar como por explotar la nota roja confirman la influencia de este género. Los funcionarios utilizaron mecanismos informales para imponer una censura previa a las películas y las obras de teatro, pero ningún mecanismo de ese tipo podía usarse en contra de la prensa. El secretario de Gobernación de Cárdenas, Silvano Barba González, declaró en 1936 que los artículos sobre el crimen socavaban los objetivos de desarrollo moral descritos en el plan sexenal del presidente. Otros funcionarios abogaban por medidas generalizadas para detener la inundación de sexo, sangre y degradación.61 Barba González propuso cambios en la legislación penal para impedir por completo la publicación de la nota roja. Definió el género como

la publicación escandalosa de crímenes y delitos con toda clase de detalles respecto a circunstancias y procedimientos, así como la apología o exaltación de la personalidad del delincuente que ponga de relieve sus características físicas o mentales y que le haga aparecer ante personas sugestionables y con tendencias antisociales como sujeto digno de ser imitado o emulado.62

₺550,11

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
684 s. 25 illüstrasyon
ISBN:
9786079876265
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre