Kitabı oku: «El mediterráneo medieval y Valencia», sayfa 3

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PRESENTACIÓN

Un autor no reedita sus trabajos del pasado sin una cierta sensación de decepción y de mala conciencia, a la par que de fuerte dosis de indecisión y de riesgo. No sería honesto eliminar las afirmaciones que uno ha hecho o pensado hace diez o veinte años y sustituirlas o argumentarlas con reflexiones de 2016. Las bibliografías pueden ser actualizadas, puestas al día, pero las interpretaciones de cada momento también tienen su historia, y las intenciones que las inspiraron necesitan ser mantenidas para ver si las ocasiones fueron bien elegidas y si los objetivos propuestos han sido realizados. Siempre he pensado que la historia, o mejor la cultura histórica, es, en buena parte, historiografía más o menos renovada del pasado.

Esta recopilación de trabajos es manifestación parcial –y elección subjetiva– de una trayectoria de actividad investigadora desarrollada en Valencia desde mi llegada a la cátedra de Historia Medieval en 1981 hasta la actualidad. Pero también es un testimonio crítico de un discurso historiográfico intuido y progresivamente definido respecto al desarrollo general de la práctica de la historia medieval y de la cultura académica tal como se ha desarrollado y configurado, sobre todo en la España mediterránea, durante las últimas décadas. Si Valencia era el ámbito historiable –y conscientemente elegido– de implicación obligada, el Mediterráneo medieval fue descubriéndose poco a poco hasta alcanzar su propia consistencia y autonomía de estudio. Tanta como para determinar, al menos, la ambición de horizontes geográficos amplios y de metodologías nuevas, de intuiciones prometedoras, de planteamientos originales que han animado –y espero que continúen animando– una revisión historiográfica iniciada en los años ochenta y, ciertamente, no acabada todavía como seña de identidad de nuestra cultura histórica. El subtítulo de este libro (economía, sociedad, historia) quizá recoge mejor las tensiones generales –no carentes de angustiosos y desconcertantes vaivenes– que han afectado a nuestro oficio de historiadores en las últimas décadas, desde que el subtítulo de una famosa revista (économie, société, civilisation) ha ido cambiando en tormentosas mutaciones que llamamos tournants critiques, y que no han sido resueltas todavía. Cambios y mutaciones no se sabe muy bien de a qué cosa: ciertamente, no de comprensión (ni del pasado ni de nuestras realidades actuales), de reflexión o de actualización del trabajo del historiador. Manifestaciones de crisis de la historia, dirán algunos. Es verdad. Y asumir la crisis es una de las vías maestras para recuperar el sentido de nuestro trabajo, para lo que no valen esquematizaciones, caminos erráticos ni imponentes monumentos de microanálisis descriptivo.

Fruto de estas incertidumbres, la investigación medieval sobre el Mediterráneo se ha convertido últimamente en un correcalles, donde nadie parece querer estar ausente y que lo mismo sirve para proclamar relaciones interculturales algo ficticias, identidades territoriales o étnicas «imaginadas» que para destacar un esencialismo de pertenencia unitaria indiferenciada, especialmente con respecto al norte europeo. Pero tampoco es cuestión de abrumar al lector con una sobredosis –muy al uso– de identidades mediterráneas o con permanentes crisis de la historia. Sobre todo porque los trabajos que aquí se recogen, circunstanciales e intencionales al momento que los inspiraron, tampoco ofrecen una solución definitiva a problemas tan complejos como la integración regional (económica, técnica, cultural) en una entidad euromediterránea superior. Frente a interpretaciones pasajeras es necesario rescatar otras perspectivas que susciten una actitud crítica y únicamente el trabajo histórico es capaz de prepararnos para ello: ni las economías, ni las sociedades, ni los modelos pueden situarse fuera del estudio de los hombres en sus precisas coordenadas de espacio y tiempo.

La distribución de los capítulos de este libro no sigue una secuencia cronológica conforme a su redacción originaria. La primera parte agrupa una serie de reflexiones metodológicas y de historiografía que, sean todavía necesarias o parezcan ya lejanas y superadas, no dejan nunca de ser útiles. Esta parte se abre con dos capítulos, inéditos, que inician la recopilación. El primero, «Definir y medir el crecimiento económico» medieval viene a ser, en cierta manera, el resultado final de este primer apartado que entiende la historia como problema, más que como agregación de resultados parciales, y la actividad historiográfica como plataforma de discusión más que como narración que describe mucho pero explica poco. Al mismo tiempo, el capítulo retoma implícitamente viejas discusiones entre historiadores y economistas a propósito de la cuantificación a largo plazo de los factores productivos o de la aplicación de conceptos y modelos actuales a las sociedades preindustriales –tan diferentes a las nuestras en sus estructuras y en sus mecanismos– o del manejo de las fuentes antiguas y su cotejo con las realidades actuales por parte de los historiadores de la economía. Pero también expresa claramente el convencimiento de que, para medir el crecimiento o comparar las crisis del pasado con las actuales –tan de moda hoy en día sin que logremos comprender muy bien ni las actuales ni las pasadas–, es necesario que las ideas, los conceptos y las interpretaciones –los paradigmas se dice actualmente– sean actualizados tanto o más que las bibliografías al uso. El siguiente capítulo inédito –las identidades– sigue la misma línea crítica sobre un tema que en las dos últimas décadas abruma por su excesiva proliferación programática y variadas habilidades investigadoras. Bajo influencia de Marc Bloch, nos creíamos historiadores de los sistemas sociales y pensábamos que la historia social englobaba la totalidad orgánica de relaciones (económicas, políticas, institucionales, culturales) y que la disciplina funcionaba eficazmente como anillo de conjunción entre economía y política. Ahora se nos dice –con un extraño lenguaje de política actual– que esto es «la vieja historia social» y que la nueva, las identidades, se ofrece «como remedio a la crisis de las categorías sociales clásicas». Con la mirada puesta en esta típica manifestación de «historia líquida» –a mi juicio y parafraseando a Zygmunt Bauman–, este capítulo propone, en el fondo, una pausa en la sobredosis identitaria y un inicio de reflexión sobre una práctica historiográfica tan omnipresente como desconcertante por su evidente dispersión temática y metodológica.

Los capítulos 2, 4 y 5 son fundamentalmente discusiones críticas sobre algunos de los desarrollos recientes (en su época) del medievalismo peninsular, planteados con ocasión de balances en congresos y seminarios, sea a propósito de los debates sobre «La transición» (1986) o sobre la naturaleza feudal y señorial de la sociedad medieval (1993). Desentrañar las relaciones de la práctica histórica con la precedente tradición de estudios, destacar las líneas de tendencia y metodologías dominantes o descubrir las implicaciones y los condicionamientos ideológicos constituyen elementos tan necesarios para el conocimiento de los diversos temas afrontados como las aportaciones de las investigaciones documentales. Diez años más tarde, en el capítulo «Medievalismo histórico e historiográfico» (2003), los interlocutores cambian y el foco del problema se actualiza conforme a las reorientaciones de la investigación, pero permanece la reflexión y la crítica que mira a descifrar el planteamiento mental y los presupuestos teóricos más o menos implícitos que condicionan el concepto y la práctica de un medievalismo «feudal» y «feudalizador» de todo lo que encuentra. La distinción entre «histórico» e «historiográfico» nace de la exigencia de verificar la pertinencia conceptual de esta tendencia historiográfica, de confrontarla con la eficacia heurística de la práctica, y de la necesidad de reconducir cualquier investigación de tema o de ámbito geográfico y cronológico particular a una comprensión global del Medievo histórico. Para conseguir este objetivo, no hace falta señalar el uso prioritario que, personalmente y como grupo de investigación, hemos realizado de los protocolos notariales (capítulo 6). Además de constituir un método indispensable para la historia social, de las técnicas y de los factores de producción, las aportaciones prosopográficas que proporcionan los protocolos como fuente histórica han demostrado su eficacia como instrumento de análisis que hace posible construir racionalmente todo estudio particular. Por encima de los debates –y ha habido muchos y variados– sobre la naturaleza del método o su solidez teórica, lo que cuenta para el progreso de la ciencia histórica es la aplicación del instrumento al caso, no el instrumento en sí mismo.

La segunda parte comprende estudios con un orden cronológico y temático más preciso: cuatro artículos escritos entre 2000 y 2004 donde la ciudad y la economía urbana ocupan un lugar central. La euforia conmemorativa –y la bonanza económica, financiadora, todo hay que decirlo– de los primeros años del siglo propiciaron una serie de celebraciones en las que el Mediterráneo alcanzó, tras los escarceos anteriores, auténtica carta de naturaleza y la valoración positiva de los mercaderes, de la empresa, de los hombres de negocios y del mercado –reflejo quizá del entusiasmo «desarrollista» del momento y de la necesidad de buscar actores/ejemplo del pasado para el momento presente– los convirtió en presencia historiográfica dominante. Que todo ello fuera, en parte, una reacción (o compensación) al asfixiante «agrarismo» historiográfico anterior, me parece evidente. Pero también era clara la intención de desdramatizar la pretendida particularidad rural de la historia peninsular y de contextualizar mejor su economía con sorprendentes paralelismos de escala europea. A ello responde el capítulo «La idea de Europa» y la práctica económica de las élites mercantiles, que se afianza como un verdadero proceso, no ideal o «simbólico» sino real, de construcción integradora supranacional por parte de una «república internacional del dinero» y que acaba constituyéndose en un auténtico topos identitario mediante la fides al mercado y la pertenencia, de mil maneras, al bien común de la civitas. Un modelo plural de integración vigente, al menos, hasta la uniformización cultural, política e identitaria de los estados-nación. Es probable que de ahí derive, en parte, la formación de un imaginario europeo de unidad y de coherencia de acción todavía inacabado en la actualidad y constantemente proclamado por el argumentario historiográfico y por una contundente propaganda política europeísta.

En esta dirección de connotaciones económico-identitarias plurales se inscriben los restantes capítulos 9 y 10 (2004), que tratan de poner a prueba, en el contexto mediterráneo y de los territorios ibéricos e italianos de la Corona de Aragón, las interrelaciones entre la coyuntura y las políticas económicas activadas durante el siglo XV con atención particular al mercado interno, a la localización de las producciones manufactureras, al papel de los mercaderes internacionales y a la singular elaboración de una particular concepción de lo político al servicio de la economía. A finales del siglo pasado, la relación entre economía e instituciones había recibido ya una renovada atención, sobre todo en lo concerniente a los estados regionales italianos de la Corona de Aragón, por parte de los historiadores de la economía. En «Nápoles en el mercado mediterráneo de la Corona de Aragón» se indaga cómo esta ciudad consolidó su posición hegemónica gracias a la presencia masiva de mercaderes, oficiales y banqueros de corte y a costa de un drenaje de recursos fiscales y financieros provenientes de los otros territorios de la monarquía, mientras que en el conjunto de la economía de la Corona se agudizaba el persistente policentrismo económico y político y una tendencial división y especialización productiva entre las ciudades. El resultado sería la imposible bisectorialidad económica que propugnaba el programa político del Magnánimo y la formación de un «mercado entre regiones» más que un «mercado común catalano-aragonés» (como denominó en su día Mario Del Treppo al monárquico proyecto económico), a pesar de la resistencia y de las protestas de las ciudades ibéricas y de la polarización productiva en que se iban articulando los distintos territorios de la Corona.

Ya en la tercera parte, los cinco capítulos finales exploran un escenario distinto y concreto y representan etapas de una reflexión que recorre desde sus inicios, como no podía ser menos, toda la trayectoria investigadora. «Valencia en el Mediterráneo medieval» es el referente indiscutible de estos capítulos y de este proceso a través del estudio de la producción manufacturera, de las redes de comercio, de las catástrofes demográficas y de los mercaderes en el contexto de las corporaciones urbanas de oficios y de la organización política municipal. El análisis del comercio y de la función de los mercaderes no constituye una novedad desde el punto de vista historiográfico –ni ahora ni siquiera en la segunda mitad del siglo pasado–, tratándose de uno de los focos temáticos tradicionales de la historiografía urbana valenciana. Pero lo que aquí se pretendía poner de relieve era la evolución de las producciones mercantiles (las mercancías) y las connotaciones político-institucionales con respecto a la producción y organización artesanal, sobre todo textil, y en general la eficacia de las intervenciones de las políticas económicas implementadas, aspectos que están lejos de haber recibido un tratamiento completo en lo que respecta al área valenciana bajomedieval. «Ciudad mercantil», «burguesía», «mercaderes-empresarios» y, últimamente, «artesanos emprendedores» son conceptos clásicos o que han irrumpido con fuerza en este proceso. En torno a ellos se concreta también una auténtica pugna de definiciones e interpretaciones que provocan incertidumbres debido a la pluralidad de elementos manejados. En este sentido, organización del trabajo dentro y fuera de las corporaciones, movilidad social o profesional y movimientos demográficos medidos a través de epidemias y crisis catastróficas son realidades que van de la mano, pero que también producen diversidad de alineamientos coyunturales que contrastan con la unidireccionalidad –sea de crisis o de «edad de oro» de la economía– con la que habitualmente viene interpretándose este período. En la valoración comparativa de la fisonomía de las ciudades, la consideración del ordenamiento corporativo y de la consistencia demográfica presenta una función ambigua. Si, por una parte, predomina el trabajo libre no corporativo y con poca sujeción a normas y a competencias técnicas reguladas, por otra, los historiadores de la economía tienden actualmente a considerar el factor demográfico como una variable que no está ligada a procesos económicos, necesariamente causales, de crecimiento o de crisis.

El recorrido que acabo de exponer permite entrever hasta qué punto los temas tratados han logrado imponerse como trayectoria de investigación coherente pese a la diversidad de argumentos y de enfoques. Prioritariamente, la historia «razonada» del Mediterráneo y el diálogo con la producción historiográfica local se imponían per se como objetivo, pero también el esfuerzo debía dirigirse hacia la consideración de lo que los autores representativos de la disciplina habían producido. La aportación crítica, en definitiva, consistía en destacar algunos elementos relevantes que pudieran dar cuenta de una visión de conjunto indicando tendencias y sugiriendo posibles desarrollos futuros. Soy consciente de que, en nuestra profesión de historiadores, las posibilidades de éxito en este intento son reducidas debido a la existencia de algunos peligros, sobre todo evidentes cuando se trata de la intersección entre economía e historia. Por una parte, hay que evitar un recetario de explicaciones demasiado generales aplicables solo a lugares «imaginarios» o a situaciones teóricas. Por otra, hay que evitar igualmente que la historia económica pueda aparecer como una simple yuxtaposición de descripciones empíricas donde cada historiador procura contraponer, frente a cualquier esquema teórico, su verdad, su experiencia de investigaciones concretas y, por tanto, limitadas. Ni modelos únicos, ni simple «expresión geográfica» local, ni barra libre para que cada uno pueda «decir la suya». En realidad, habría que proporcionar a los estudios de esta materia que llamamos «historia social y económica del Mediterráneo medieval» una curiosidad y una sensibilidad que son condiciones de una buena elección de temas, de fuentes y de métodos con respecto a tres aspectos fundamentales de la común materia de estudio: 1) el factor tiempo, o mejor los hombres en el tiempo, según la conocida expresión de Marc Bloch, como salvaguarda de todo inmovilismo, de presentismos infundados o de modelos demasiado teóricos para situaciones «imaginarias»; 2) la desigualdad de desarrollos que, a través de los desequilibrios que se establecen entre los diversos grupos sociales, se combina con coyunturas, ciclos y divergencias («gran divergencia» o «pequeña divergencia») entre países y ciudades; 3) la interacción continua entre todos los factores que determinan el funcionamiento de las sociedades y sus transformaciones lentas o brutales, factores que no son solo de orden económico sino también culturales, políticos, técnicos e institucionales.

Este libro no habría sido posible sin los diálogos esporádicos, fructíferos intercambios de ideas y encuentros constantes –no necesariamente siempre físicos– con Mario Del Treppo, Marco Tangheroni, Stephan Epstein, Giampiero Nigro, Alberto Grohmann, Giovanni Cherubini, Gabriella Piccinni, Giuliano Pinto, Rinaldo Comba, David Abulafia y Giacomo Todeschini. Nadie como ellos para surcar estelas mediterráneas, aprender en seminarios de estudio, sentir el estímulo para descifrar los comportamientos económicos medievales sin esquemas preconcebidos. Otros acompañantes de debates y andaduras profesionales también deben ser recordados, en especial los que algunos han llamado «la generación de Estella»: José Ángel García de Cortázar, Juan Carrasco, Ángel Sesma, Nacho Ruiz de la Peña, Toni Riera, Manolo González, López de Coca, Ruiz Domènec y tantos otros de los que renuncio a citar nombres porque son muchos, españoles y extranjeros, con quienes hemos compartido durante décadas mesa (de ponencias, primero, se entiende) y mantel. Los compañeros del Departamento de Historia Medieval de Valencia y los alumnos de «historia económica» me han aguantado durante treinta y cinco años y me enseñaron mucho más de lo que yo les haya podido proporcionar. Los primeros «doctorandos» tras mi llegada a Valencia, Enric Guinot, firme apoyo como director en la actualidad del departamento, y Toni Furió, excelente continuador de trayectorias económicas y mediterráneas, me animaron, más de lo que creen, a la realización de esta publicación. Quiero agradecer especialmente la colaboración de Germán Navarro y David Igual por el entusiasmo que siempre han demostrado en la programación de seminarios y homenajes y en la selección y discusión –probablemente con un criterio mejor que el mío– de esta recopilación. Toñi, Miguel y Javier son completamente ajenos a los contenidos y a la «materia» de estos trabajos, pero me ayudaron y me acompañaron siempre, desde las proximidades del Cabo de la Nao en Jávea, a descubrir el horizonte mediterráneo –en este caso físico y material, además de mental–, me enseñaron las cosas importantes que no siempre coinciden con el trabajo habitual y a ellos va dedicado este libro.

PAULINO IRADIEL

Valencia, octubre de 2016

Referencias bibliográficas de los capítulos

1. «Definir y medir el crecimiento económico medieval». Inédito. Ponencia presentada en La crescita economica dell’occidente medievale. Un tema storico non ancora esaurito. XXV Convegno Internazionale di Studi (Pistoia, mayo 2015). Aparecerá, en versión italiana, en las Actas del Congreso.

2. «La transición y los aspectos del desarrollo comercial y manufacturero en la Europa bajomedieval y moderna», en R. Reyes (ed.), Cien años después de Marx, Madrid, Akal, 1986, pp. 420-425.

3. «Antes de la identidad, las identidades. Reflexiones desde la periferia». Inédito. Aparecerá en el Homenaje a Pablo Fernández Albadalejo que preparan los compañeros de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid.

4. «Economía y sociedad feudo-señorial: cuestiones de método y de historiografía», en E. Sarasa y E. Serrano (eds.), Señorío y feudalismo en la Península Ibérica (ss. XII-XIX), Zaragoza, 1993, vol. I, pp. 17-50.

5. «Medievalismo histórico e historiográfico», en F. Sabaté y J. Farré (coords.), Medievalisme: noves perspectives, Lleida, Pagès Editors, pp. 19-31.

6. «Fuentes de derecho privado: protocolos notariales e historia económica», en F. Ammannati (ed.), Dove va la storia economica? Metodi e prospettive. Secc. XIII-XVIII, Florencia, Firenze University Press, 2011, pp. 225-248.

7. «La idea de Europa y la cultura de las elites mercantiles», en Sociedad, cultura e Ideologías en la España bajomedieval, Zaragoza, 2000, pp. 115-132.

8. «Metrópolis y hombres de negocios», en Las sociedades urbanas en la España Medieval, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2003, pp. 277-310.

9. «Nápoles en el mercado mediterráneo de la Corona de Aragón», en El reino de Nápoles y la monarquía de España entre agregación y conquista (1485-1535), Madrid-Roma, Academia de España, 2004, pp. 265-289.

10. «La economía de la Corona de Aragón a finales de la Edad Media», en Los Reyes Católicos y la monarquía de España, Madrid, 2004, pp. 125-136.

11. «En el Mediterráneo occidental peninsular», en Áreas. Revista de ciencias sociales, Murcia, 1986, pp. 64-77.

12. «Corporaciones de oficio, acción política y sociedad civil en Valencia», en Cofradías, gremios y solidaridades en la Europa medieval, Pamplona, Gobierno de Navarra, 1993, pp. 253-284.

13. «Consecuencias económicas y demográficas de las epidemias del siglo XV», en A. Leone y G. Sangermano (eds.), Le epidemie nei secoli XIV-XVII, Salerno, 2006, pp. 159-188.

14. «El siglo de oro del comercio valenciano», en I. Aguilar (coord.), El comercio y el Mediterráneo. Valencia y la cultura del mar, Valencia, Generalitat Valenciana, 2006, pp. 111-133.

15. «El comercio en el Mediterráneo entre 1490 y 1530», en E. Belenguer (coord.), De la unión de las Coronas al imperio de Carlos V, Madrid, 2001, I, pp. 85-116.