Kitabı oku: «El mediterráneo medieval y Valencia», sayfa 4
I.
HISTORIOGRAFÍA, METODOLOGÍA Y FUENTES
1. DEFINIR Y MEDIR EL CRECIMIENTO ECONÓMICO MEDIEVAL
Creo ser objetivo si afirmo que resulta demasiado optimista y ambicioso proponer el desarrollo de un argumento tan complejo como este. En el estudio de las economías preindustriales, definir y medir un proceso de media o larga duración nunca es fácil, y mucho menos el crecimiento económico medieval. Guiado más por la voluntad que por las posibilidades racionales, he adoptado un enfoque interpretativo que, sin olvidar las aportaciones de las diversas historiografías, esté más atento a los problemas de método, de causalidad, de léxico y de teoría económica que a la simple descripción de los fenómenos particulares. Lo que pretendo es ofrecer una perspectiva general de lo que considero nuevas orientaciones en el análisis del crecimiento económico medieval y de la primera edad moderna, un intento de síntesis de los aspectos más actuales y novedosos de la práctica histórica, con atención tanto a los elementos estructurales como a los movimientos y temporalidades propias de cada realidad de la economía medieval. La perspectiva es fundamentalmente anglosajona pero la argumentación es general para muchos historiadores de la época preindustrial y refleja ya desarrollos comunes de la historiografía europea.
Durante la segunda mitad del siglo pasado, la economía y la sociedad preindustrial han sido observadas y analizadas bajo el prisma de la longue durée braudeliana, un término acuñado en los años cincuenta, que sintetizaba una visión particular de la historia y de la economía precapitalista «casi inmóvil, lenta a transformarse, hecha no pocas veces de insistentes reiteraciones y de ciclos incesantemente reiniciados».1 El concepto, elevado a categoría de paradigma y escala de análisis por varias generaciones de historiadores del momento y posteriores (entre otros muchos, Michael Postan, Wilhelm Abel, Ernest Labrousse y en cierto sentido Emmanuel Le Roy Ladurie y hasta el propio Jacques Le Goff), nacía en un contexto de crisis de las relaciones entre la historia y las ciencias sociales y trataba de defender, frente al estructuralismo y la antropología, la función articuladora de la historia y, frente al marxismo, la historicidad esencial de los hechos sociales. Se trataba también de una definición en negativo (la no industrialización) y de una visión que subrayaba una cierta estaticidad de las estructuras económicas y destacados elementos de homogeneidad y de continuidad de estas estructuras en Europa desde la Edad Media hasta el inicio de la industrialización moderna.
En el curso de los últimos años, y en una situación de «crisis de la historia» muy similar a la de los años cincuenta del siglo pasado, una nueva concepción más optimista (un enésimo tournant historiográfico) de la longue durée ha reaparecido inesperadamente en el panorama de la investigación histórica tras el olvido de toda una generación de historiadores.2 Las razones y el contexto de este retorno, muy diferentes a las de su primera formulación braudeliana, obedecen a una serie de motivaciones técnicas, instrumentos de investigación y enfoques metodológicos que guían, o deberían guiar, la práctica de una disciplina cada vez más rica y compleja, si queremos recuperar la relevancia social de la profesión que practicamos.3 De este «retorno» conviene destacar tres grandes innovaciones metodológicas:
En primer lugar, se mantiene la atención a los marcos temporales largos que reafirman el carácter estructuralmente unitario de una fase histórica plurisecular que va del año 1200 al 1800, pero se tiende a destacar los aspectos económicamente más dinámicos del período y una flexibilidad de factores culturales, institucionales, normativos o el carácter contingente del mercado que el anterior modelo no tenía. La imagen que emerge ahora es una concepción positiva de transformación y evolución de complejos procesos histórico-económicos de las sociedades preindustriales, que las describen, en su conjunto, como un período de desarrollo económico cíclico o, al menos, que permiten la identificación de factores y reconversiones de crecimiento.4 Al mismo tiempo, se tiende a superar la tradicional separación entre Edad Media y Moderna, a unificar el análisis en un único período y a salir de los límites de las historias nacionales para estudiar la formación de conjuntos más amplios con temporalidades seculares e incluso milenarias.5 Es evidente que la escala supranacional requiere la utilización del método comparativo basado en una confrontación sistemática entre regiones, países y sistemas económicos nacionales, lo que obliga a formalizar claramente los presupuestos teóricos y analíticos que conforman la investigación.
En segundo lugar, la nueva longue durée se caracteriza también por la recuperación de la economía (o de lo económico) en la historia –aspecto que ha sido olvidado durante mucho tiempo debido a las mutaciones de las ciencias sociales– y por la convicción de que toda investigación de naturaleza histórico-económica debe mantener un estrecho diálogo interdisciplinar y hacer un uso preciso de las metodologías, conceptos y categorías de análisis propios de la teoría económica moderna. Otra cosa es que, para ello, y con un cierto retraso respecto a la aplicación de algunos temas de la sociología y de la antropología cultural en la historia económica preindustrial, se hayan tomado en préstamo de otras ciencias sociales modelos indiscriminados: la teoría de los juegos (game theory), la teoría de la opción racional (rational choice theory), el conocido «dilema del prisionero» o modelos matemáticos que, con frecuencia, y a pesar de usar técnicas analíticas muy refinadas, producen resultados de absoluta banalidad y reducen la capacidad explicativa a lo individual o a lo simple en detrimento de lo colectivo y de lo complejo. Mayor capacidad explicativa proporcionan, sin embargo, otros métodos y modelos, como la aplicación de la «teoría de la regulación», que centra su interés en las negociaciones, consensos e intermediaciones que rigen el mundo económico; la teoría de redes; la economía del conocimiento (la teoría de los sistemas de conocimiento); la historia del consumo o los estudios de género. En muchos de estos cambios ocurridos en el ámbito de la historia económica no son ajenas interpretaciones marxistas (un marxismo analítico de matriz anglófona que recupera el enfoque, perdido en los grandes debates marxistas del siglo pasado, del desarrollo tendencial de las fuerzas productivas y de los factores de producción)6 ni una perspectiva que propone la reconstrucción de las dinámicas de crecimiento a través del cálculo del rédito nacional.
En tercer lugar, los estudios comparativos, basados en la confrontación sistemática entre regiones, países y sistemas económicos, han provocado un retorno espectacular de la cuantificación y de la mensuración de algunos factores que aclaran el crecimiento económico –o la recesión– y las mutaciones estructurales que se derivan. De esta manera se han introducido perspectivas temporales de muy larga duración, pluriseculares, en temas como el movimiento de los salarios y de los precios, el estudio de las rentas familiares, las pautas de consumo y los niveles de vida e incluso los análisis relativos a las desigualdades sociales.7 Estas tendencias cuantitativas están relacionadas con la disponibilidad de una masa impresionante de datos archivísticos y de técnicas de análisis muy refinadas que permiten analizarlos, pero también plantean importantes problemas en cuanto a la posibilidad de utilizarlos en la corta o en la larga duración y en cuanto a la pertinencia de aplicar los métodos a otros campos de investigación, como las condiciones y motivaciones que determinan las decisiones de los actores económicos y que obedecen, con frecuencia, a factores de tipo político y cultural. Recordando los dos enfoques que caracterizan la teoría económica clásica (el macro y el microanálisis) podemos decir que, en los trabajos recientes de los historiadores de la economía, coexisten dos perspectivas diferentes: una, dominante y más atenta a la medición del crecimiento económico de las sociedades preindustriales, y otra más débil y más preocupada por analizar los mecanismos internos del crecimiento mediante el estudio del funcionamiento específico de los distintos sistemas sociales e institucionales.8
DEFINIR
Todos los historiadores están de acuerdo: la economía europea medieval experimenta un movimiento de crecimiento de una extensión y de una duración excepcional que se inicia en los años 800-900 y que se acelera después del año 1000. Solo comparable al momento expansivo del siglo XVIII, este movimiento estableció los caracteres distintivos de la Europa moderna y los fundamentos de su hegemonía y de la primera «gran divergencia» sobre el resto del mundo. Más allá de las discusiones sobre su inicio y cronología, ciclos, comportamientos específicos de los diversos sectores y de las distintas regiones económicas, las definiciones son similares: revolución económica (Bloch), recuperación (Pirenne o Sabatino Lopez), expansión (Cipolla), crecimiento (Fourquin), revolución (Fossier), despegue (Duby), primera expansión (Palermo-Cortonesi), transformación multiforme (Feller), etc.9 El crecimiento económico medieval, admite Guy Bois, ha sido descrito muchas veces, pero no ha encontrado ninguna explicación satisfactoria.10 Continúa siendo un enigma, un misterio o, como decía Alain Guerreau, una aporía de la historia.11 Ante la imposibilidad de definir el misterio, concluía Guy Bois, «es preferible una aproximación analítica, ligada al examen sucesivo de las diferentes facetas del crecimiento y de sus influencias recíprocas».12
Si las causas constituyen un enigma, las manifestaciones son, en cambio, universalmente descritas y aceptadas: aumento demográfico, ampliación de la cantidad de tierra puesta en cultivo, incremento de la producción y de los niveles de consumo, compleja reformulación de los intercambios comerciales e incluso de la acumulación y de la inversión de capitales monetarios, mercantiles e industriales junto a la paralela expansión de los mercados locales y de las ferias regionales. Todo ello con una concepción fundamentalmente dinámica de los equilibrios económicos lentamente construidos: oferta y demanda, crecimiento e inversión, progreso técnico y de la productividad y aumento de los capitales disponibles. Guy Fourquin interpretaba este proceso como una especie de «carrera de velocidad» entre crecimiento demográfico y progreso técnico, donde la tasa de crecimiento de una economía y la oferta de bienes a disposición de cada individuo era resultado del incremento del volumen de inversiones en función, a su vez, de los sacrificios sobre el consumo.13 Ante el dilema eterno (¿consumir o invertir?), concluía Guy Fourquin, la vía del crecimiento habría sido el aumento de la inversión y la acumulación de capital (inmuebles, instrumentos, energía) que favorecería el progreso técnico y, al mismo tiempo, haría crecer el poder adquisitivo de los salarios y las rentas de la población, dinámica que sería aplicable, al menos en parte, al período después del año 1000.
En suma, y con terminología de la teoría económica clásica, el crecimiento era entendido como un proceso constante e ininterrumpido –movimiento de larga duración ritmado por ciclos y coyunturas de breve o medio término– de incremento cuantitativo en la cantidad de factores que intervienen en el proceso productivo (en particular, la cantidad de bienes capitales disponibles per capita o por unidad productiva) y de los niveles de productividad del sistema observada por el grado de división del trabajo.14 Dejando aparte el aumento de la población –quizá el más fuerte de toda la historia europea– y la coyuntura demográfica, que no sabemos dónde colocar si antes, durante o después del crecimiento, se trata de una concepción puramente cuantitativa del desarrollo –extensivo y no autosostenido según repiten constantemente los estudios dedicados a los siglos XI-XIII–condicionado por la intensidad de utilización de los factores productivos, especialmente tierra, y por la variación cuantitativa de la fuerza trabajo que era, en última instancia, el elemento decisivo. A todo esto se suele añadir, como explicación más o menos causal, los modos en que se estructuran e integran las relaciones sociales de producción y de distribución, es decir, los criterios de distribución de los bienes producidos y de la riqueza bajo la forma de renta, beneficio y salario.
En consonancia con esta perspectiva, Mathieu Arnoux ha propuesto recientemente la hipótesis de un aumento masivo y duradero de la oferta de trabajo campesino como motor de un crecimiento medieval sin cambios en las condiciones técnicas de producción. Observado desde este punto de vista, el problema se traslada a la comprensión de las motivaciones de los actores económicos y obliga a reconstruir el contexto que hace que los campesinos tengan que intensificar sus esfuerzos y aumentar la cantidad de trabajo.15 Frente a la visión tradicional que hace hincapié en incitaciones externas, como la violencia señorial y la presión fiscal, Arnoux entiende que el aumento de la oferta de trabajo es una decisión voluntaria y colectiva de los propios actores tal como, bajo la fórmula de «revolución industriosa», la describe Jan de Vries para explicar el crecimiento económico de los Países Bajos antes de la Revolución Industrial.16 Esta interpretación, sin embargo, tendría que integrarse con una explicación de los procesos de constitución del trabajo libre en la sociedad feudal y con otros factores como la retribución del trabajo, aspectos que permiten un alza duradera del nivel de vida en términos de consumo, lo que coloca las transformaciones del señorío, del consumo y del mercado como puntos centrales del debate.
Lo expuesto hasta ahora ha abierto una serie de nuevas perspectivas de gran interés y de estrecha colaboración entre economistas e historiadores que trabajan en historia económica. Una de las más importantes se refiere a la posibilidad de analizar el crecimiento en todas las economías preindustriales y comprender los cambios, emergencias, transformaciones y «divergencias» en una escala temporal amplia de larga duración. Este objetivo exige la revisión del concepto pesimista de histoire inmobile del período premoderno y del proceso de discontinuidad, que desde el punto de vista económico era descrito como la transición de un mundo de rendimientos decrecientes (Ricardo) y de aumentos incontrolados de la población (Malthus) a un mundo diverso inaugurado por la Revolución Industrial.17 Este modelo remarcaba también el comportamiento tradicional del campesino que no produce para el mercado porque tiene una mentalidad conservadora distinta, que no es capaz de controlar el aumento de la población y que no puede superar el estancamiento secular de la tecnología. Como resultado, el modelo preindustrial así concebido era incapaz de generar procesos de crecimiento económico duradero y autosostenido porque sus estructuras premodernas obedecían a leyes diversas a las de la economía moderna y, por tanto, no podían ser analizadas con los instrumentos de los economistas modernos.
Desde hace algunas décadas, esta idea tradicional está en fuerte crisis teórica y metodológica y la interpretación del sistema económico europeo está cambiando. Análisis micro y macroeconómicos muy detallados y metodologías más refinadas han puesto en duda el modelo y han permitido la identificación de factores y procesos de crecimiento respecto a la productividad de la tierra y del trabajo y a otros muchos aspectos de la vida económica preindustrial, especialmente los sectores guía de la especialización productiva, los niveles de consumo e inversión o la eficacia institucional de los estados nacientes en los procesos de integración de los intercambios y del mercado. Un «retorno» positivo de los estudios de historia económica se está reorientando, de manera creciente, al análisis del funcionamiento específico de los distintos sistemas sociales e institucionales y al modo en que estos influencian las decisiones personales de los agentes económicos.18 El redescubrimiento de las instituciones y del mercado y la aplicación de la economía política al análisis histórico-económico es el campo donde actualmente se están produciendo algunos de los avances más importantes. Se trata de un enfoque que no aísla el mercado como algo distinto de lo político sino que lo considera como integración de formas institucionales, de estructuras de poder, de «economía moral» y de organización de las transacciones. Al mismo tiempo está emergiendo una teoría de los poderes (estatales, señoriales, eclesiásticos, de mercado) como instrumentos de coerción económica, pero también de emancipación de los individuos, basada en el análisis de los procesos histórico-económicos de larga duración.19 De todo ello se ha derivado la necesidad de separar el estudio de los mercados y el estudio de la idea general de los principios «del mercado» y, al mismo tiempo, cuestionar la aplicación mecanicista de los postulados neoclásicos a las realidades de la economía premoderna.20
El análisis de los mecanismos internos del funcionamiento del mercado mediante instrumentos estadísticos y la valoración de la importancia que tuvo en las economías del pasado supone una reorientación importante en la metodología y en la investigación histórica de los últimos años, centrada en estudiar, por primera vez y de forma sistemática, la formación y el uso institucional de los mercados y los consecuentes procesos de comercialización. En todas partes se va descubriendo que estos campesinos medievales «autárquicos» producían en realidad, y de modo habitual, para el mercado, intercambiaban y acumulaban. Aunque no todo estaba organizado sobre bases competitivas, eran capaces de hacerse una idea del cálculo del valor de la producción y trataban de proteger y de estabilizar el sistema del rédito familiar ligado a la comercialización de las cosechas a través del precio de mercado.21 En vez de contraponer economías sin mercado y economías de mercado, la interpretación generalizada actualmente es que, tanto en el pasado como en épocas más cercanas, el mercado y los intercambios experimentan progresos y recesiones parecidas y que sus fluctuaciones responden a motivaciones más complejas de tipo social, cultural y político. Probablemente ha sido Stephan Epstein el autor que más ha insistido sobre el papel de las estructuras institucionales para generar incentivos de participación de los individuos en el mercado,22 superando tanto la interpretación clásica de Pirenne como la más reciente teoría anglosajona de la «comercialización» de la economía medieval que tanta difusión ha tenido en nuestra historiografía actual y que Epstein critica, correctamente, por tautológica.23
Estas tesis, recogidas más adelante en la propuesta comparativa sobre las instituciones del comercio medieval por Avner Greif,24 manifiestan el fuerte impacto del cuestionario neoinstitucionalista y de sus derivados entre los historiadores de la economía premoderna. Cuando vinculamos el desarrollo del mercado a una dinámica que tiene su origen en el plano social y político, entendemos mejor cómo los productores aumentaron efectivamente la cuota comercial de la producción y tendieron a mejorar la especialización productiva, única vía posible para el desarrollo económico preindustrial. No hay que sorprenderse si la multiplicación de los mercados en los siglos de expansión económica medieval comienza a ser vista como un aspecto esencial de la estructura señorial.25 Y no es extraño que el campesino aparezca ahora como representación positiva del sistema económico y tecnológico o que una lectura nueva del señorío lo presente más bien como una estructura proveedora de servicios en beneficio de la comunidad rural, lo que hace del señorío y del consumo familiar campesino habilitado por esta estructura el gozne sobre el que pivota la extraordinaria difusión de los mercados en época medieval.26 Esto favorece la idea de que la relación entre poder señorial y derechos de mercado constituya, al mismo tiempo, un elemento económico fuertemente liberador pero también cargado de consecuencias sociales conflictivas en las que predominan los «enfrentamientos de clase» (los famosos «movimientos antiseñoriales» de la historiografía bipolar tradicional) aunque estos aparecen ahora subordinados a los conflictos individuales o locales y a una «lógica situacional».27
Además de la reafirmación del Estado y del papel de los poderes públicos y de las instituciones en el funcionamiento de los mercados, temas importantes del actual debate historiográfico sobre la definición del crecimiento económico son los relativos al enfoque multidimensional de los comportamientos humanos y a los cambios del pensamiento económico medieval. Ambas perspectivas están construyendo ya un nuevo marco de reflexión sobre las nociones de tiempo y de trabajo, las actividades productivas, las opciones personales y las transacciones de mercado. Sobre las opciones productivas y económicas de un campesino, artesano o mercader, influían factores complejos (institucionales, jurídicos, fiscales, sicológicos, redes familiares o sociales, etc.) conforme a comportamientos y trayectorias regionales distintas en los países europeos.28 En realidad, para poder intercambiar es necesario superar problemas de información y de seguridad en los contratos, considerar el riesgo como factor clave para explicar los procesos decisionales de los agentes económicos, conocer el modo en que los individuos son capaces de crear circuitos de confianza y prácticas de intercambio informal fuera del control de las instituciones públicas y la importancia decisiva de los altos costes de información y de transacción.29
Por otra parte, y para completar la definición de crecimiento y para entender mejor el funcionamiento del mercado y los comportamientos económicos efectivos, una nueva reflexión sobre el pensamiento económico medieval, particularmente la teología económica mendicante, ha introducido la centralidad de las nociones de ética-moralidad, pobreza y desigualdad social, fenómenos que acompañan el crecimiento económico general.30 No es posible definir el desarrollo de la economía medieval y del mercado sin comprender cómo fueron determinados por el sistema social, cultural, teológico y ético. El punto clave es que los mercados de época preindustrial son complejos e imperfectos y que la integración jurisdiccional de los mercados y de los intercambios no es lineal y los beneficios son limitados. Esto implica la necesidad de profundizar en los conceptos de «utilidad» y «capacidad» económica –tan propios del pensamiento económico medieval como ha puesto de relieve tantas veces Giacomo Todeschini– sustrayéndolos a la clásica visión neoliberal que ha impuesto durante años una lectura de la historia económica anacrónicamente funcionalista.
Siempre en perspectiva política y de los poderes públicos, Douglass North puso de relieve hace tiempo el papel decisivo de las instituciones y del Estado en el desarrollo económico medieval y moderno en términos de la diversa «capacidad» para establecer y proteger los derechos de propiedad: sin derechos de propiedad bien definidos faltarían los incentivos reales para la producción, el intercambio y la innovación.31 Es posible que en este punto se hayan exagerado las consecuencias de las estructuras jurídicas y legales europeas sobre la economía y que se magnifique la confrontación explicativa entre los dos modelos de crecimiento económico (inglés y francés) de la época premoderna. Stephan Epstein ha demostrado que la seguridad de los derechos de propiedad era sustancialmente uniforme en toda Europa pese a sus diversos regímenes constitucionales (città-stato, monarquía territorial fragmentada, regímenes absolutistas o republicanos y parlamentarios), que la teoría que hace depender los incentivos económicos positivos de la libertad política y del sistema parlamentario es probablemente incorrecta y que la fuente más importante de la ineficacia institucional premoderna era la parcelación prácticamente universal de la soberanía.32 Estudios recientes de especialistas como Bruce Campbell, Robert Allen, George Grantham o Philip Hoffman no solo confirman que los derechos de propiedad no eran fundamentales para el desarrollo agrícola sino que descartan también la contraposición de los dos modelos de crecimiento, Inglaterra frente a Francia, cuando en ambos existían por igual propietarios urbanos o campesinos propietarios innovadores y conservadores.33 Parece más bien que los niveles más altos de innovación, de inversión y de intercambios comerciales eran consecuencia de la reducción creciente de los costes de transacción y de los riesgos que determinaban los costes de oportunidad y la «utilidad» de la inversión y de la especialización productiva.
Por otro lado, este enfoque, además de considerar el Estado y la soberanía indivisa como precondición indispensable de la integración de los mercados y del crecimiento, interpreta la sucesión de los diversos tipos de ordenamiento institucional (città-stato, federación urbana, monarquía absoluta o compuesta...) como sistemas complejos de coordinación territorial sin subscribir ninguna opción teleológica como forma «óptima» de organización política. Basta con pensar en los problemas que encuentra la «globalización» (la Global History) aplicada a la época premoderna, en la «divergencia» (pequeña, media o grande) entre países o sistemas económicos europeos, en las emergencias o desapariciones de liderazgos urbanos en el Mediterráneo occidental, en el cambio de escalas historiográficas que representan las denominadas «historias conectadas»34 o en la sucesión de regiones económicas «guía» de la historia europea entre 1200 y 1800, con diversos equilibrios económicos más o menos «eficientes» respecto al nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, o en el porqué ciertas regiones no se han desarrollado como las otras. Un análisis convincente de lo que significa «desarrollo» entre los siglos XIII-XV y de los mecanismos que han puesto en vigor el «crecimiento» en Europa a finales de la Edad Media obliga a pensar y medir el proceso de una manera diferente. Confrontar espacios geográficos más amplios y una mayor escala historiográfica obliga a una «globalización» de los objetos de estudio que integre los niveles macro y microeconómicos con nuevas cuestiones y otros modos de interpretación.
MEDIR Y CUANTIFICAR
La pasión por medir no es propia de los hombres del Medioevo pero comienza a ser una práctica habitual de los historiadores medievalistas.35 Cuando se trata de cuantificar los factores de crecimiento, o declive, de la economía premoderna o contemporánea, la pasión por utilizar sofisticadas técnicas matemáticas puede convertirse en obsesión y en afirmación de una especie de imperialismo metodológico de la nueva historia económica.36 Por el contrario, no son pocos los medievalistas que, como John Hatcher y Mark Bailey, cuando analizan la historia económica de la Inglaterra medieval, privilegian el trabajo descriptivo más que la formulación de hipótesis interpretativas basadas en la evidencia ambigua de las cifras y de las series estadísticas, o sostienen abiertamente que el enfoque empírico y cuantitativo está condenado al fracaso.37 A pesar de estas reticencias, medir y cuantificar el crecimiento de las economías preindustriales es quizá el campo donde se han registrado más progresos en los últimos años. Una larga serie de historiadores de la economía (Herman van der Wee, Paolo Malanima, Bruce Campbell, Bas van Bavel, Robert Allen, Philip Hofman, Jan Luiten van Zanden y otros muchos) han comenzado a plantearse el problema de las dimensiones y de los métodos de cuantificación del crecimiento económico y de sus transformaciones estructurales mediante la difícil tarea de calcular la renta nacional, o al menos el PIB (producto interior bruto) por habitante, de las economías preindustriales durante un período largo que va del 1000-1200 al 1800. Con este propósito, Bruce Campbell, Jan L. van Zanden y Robert Allen han elaborado un método que utiliza la evolución de los salarios reales para cuantificar el PIB de algunos países europeos,38 combinando este factor –como también hace Paolo Malanima para el caso del desarrollo económico italiano–39 con otros indicadores de la vida económica, como el movimiento de los precios, las estimaciones sobre la estructura de la población activa y del empleo, las tasas de urbanización, el volumen de la producción agraria y el producto total y combinando estas estimaciones con hipótesis más o menos verificadas de la productividad sectorial.
Aplicado el modelo al período medieval desde 1300 en adelante40 e incorporando, para la etapa anterior, las estimaciones del PIB por habitante de Bruce Campbell para el caso inglés entre 1086 y 1300, con incrementos entre el 10 y el 20% en dicho período,41 Van Zanden realiza una serie de «adivinoestimaciones» (la expresión es suya) para la Europa del año 1000 con estos resultados: en esta fecha, el porcentaje de la fuerza de trabajo dedicada a la agricultura representaba entre el 85-95% del total –con tendencia a bajar hasta el 70% en 1300–, los salarios reales no eran muy distintos –entre el 25% por encima y el 25% por debajo– a los de principios del siglo XIV, y el PIB por habitante en Europa rondaba el 40% del nivel inglés de 1800.42 Paolo Malanima obtiene resultados aún más sorprendentes para el centro y norte de Italia: en estas regiones, el PIB por habitante aumentó un 61% y su población casi se triplicó durante el período 1000-1300.43 Muy significativos resultan los cálculos sobre el crecimiento de la producción agrícola (obtenido a través del consumo de alimentos per capita) y de la productividad del trabajo agrícola (resultado de la división del índice de producción agraria por el número de población agrícola). Las series de Italia y de Inglaterra, que comienzan en 1300, muestran que la producción global italiana cayó un 40% entre 1300 y 1400, mientras que la inglesa disminuyó un 44%, datos que se invierten si los convertimos en producción per capita (agricultural product per caput) que aumentó un 12% en Inglaterra y un 16% en Italia.44 Crecimiento por habitante que se explica por un aumento de la productividad de la tierra –en función principalmente de las cantidades relativas del factor trabajo– y por las pequeñas inversiones técnicas en los sistemas de cultivo y en la ganadería.45