Kitabı oku: «Los mayas», sayfa 3
Las otras culturas preclásicas
“En aquel tiempo vino sobre ellos un gran ejército de gente que se decían olmecas. Estos, dicen que vinieron de hacia México y que antiguamente habían sido capitales enemigos de aquellos que estaban poblados en el despoblado que ahora es entre Xoconochco y Tecuantepec. Estos olmecas dieron guerra, vencieron y sujetaron a los naturales…”.
Juan de Torquemada, Monarquía Indiana
La expansión
Los olmecas dejan fuertes cimientos de una civilización en Mesoamérica: estelas, altares, Cuenta Larga, el cero, la cultura monumental, tallas de jade, atlantes, cabezas colosales, sarcófagos, tumbas, pisos de mosaico enterrados, cráneos de cristal de roca, espejos cóncavos, ofrendas bajo las estelas, plataformas de terrazas, grandes pirámides de tierra, ciudades alineadas astronómicamente, el comercio, el Ejército, el Estado, el imperialismo, las clases sociales y la religión ceremonial. Enorme bagaje cultural que sirve de plataforma para uno de los periodos más impresionantes del mundo mesoamericano, el Periodo Clásico (200 d.C. a 650/900 d.C.) que reúne, a su vez, diversas facetas de desarrollo.
El mundo Preclásico no se agota con la desaparición de los olmecas como cultura. Existen asimismo otras áreas que se superan y tejen, a nivel regional, otros entramados culturales. Es en esta fase en la que se desarrolla la cultura maya. Debemos observar lo que se mueve en el entorno desde que los olmecas –en su lenta decadencia, quizá como producto de la presión de otras áreas más desarrolladas o una revolución que despoja de su poder al sacerdocio, “ya convertido –como lo sugiere Robert Heizer– en un grupo opresor”: hay una expresión cultural periférica, en favor del Valle de México, Oaxaca, Occidente y, por supuesto, el sudeste, el sugerente mundo maya.
Estos antiguos mexicanos carecen de animales para el transporte y no conocen aún los metales ni la rueda. Pero levantan pirámides como la de Cholula o el Templo de los Guerreros de Chichén Itzá. El esfuerzo es extraordinario, porque no se limitan sólo “con amontonar bloques ciclópeos de piedra, o al contrario, con ir puliendo pacientemente estatuillas de jade, sino que se empeñaron en aliar la búsqueda de la perfección en el modo de seleccionar y tratar la materia, la firmeza del trazo y la fuerza del estilo a las concepciones arquitectónicas y al vigor del pensamiento simbólico”, escribe Jacques Soustelle.
Por otro lado, la influencia y el estilo olmeca en otras zonas de Mesoamérica son patentes gracias al comercio y la religión. Sus redes comerciales alcanzan 2.500 kilómetros de extensión desde el centro de México a Costa Rica. Su interacción dentro de una vasta región heterogénea, es muy diversa. Se difunde su cultura a partir del año 900 a.C. por Tlapacoya, Cuicuilco, Cahlcatzingo, Monte Albán, Dainzú, Izapa, Chiapa de Corzo, Kaminaljuyú, Tikal, Dzibilchaltún o Edzná.
Miguel Covarrubias demuestra la evolución estilística que va del jaguar al dios de la lluvia –Tláloc, Chac o Tajín– en culturas posteriores. Pero el Tláloc azteca ya no es un felino; fundamentalmente su nahual es la serpiente. “Es la creencia mágica de que la vida individual está unida a la suerte de un animal que es el nahual de ese individuo”. Las implicaciones religiosas vienen después.
En el centro (Valle de México, Toluca, Puebla-Tlaxcala, el norte del Eje Volcánico, por encima de los 2.000 metros de altitud, y Morelos, la única zona cálida) los pobladores evolucionan hasta el inicio de la gran transformación de Teotihuacán. Sus personajes “humanos o divinos”, los felinos rampantes, los animales fantásticos y los motivos fitomorfos de calabazas y bromelias, “todo relacionado directamente con la agricultura, revelan un culto complejo a la tierra y a la lluvia, y una rica mitología”, basada en la relación jaguar-ave-serpiente, antecedente de una deidad del agua.
De Cuicuilco y Tlapacoyan se desprenden categorías sociales con funciones diversificadas y actividades rituales alrededor de dos deidades cuyos rasgos esenciales hacen pensar que más tarde son conocidos como el Dios Viejo o Huehuetéotl y el dios de la Lluvia, o Tláloc. La clase sacerdotal aún asume las funciones religiosas y políticas, apunta Martha Carmona Macías. Cuicuilco, al sur del valle de México, es uno de los centros principales de la cuenca de México; emergen plataformas escalonadas de base circular; desaparece tras la explosión del volcán Xitle, en el año 100 a.C. Después se levanta Teotihuacán, al norte del valle. Sus habitantes proceden de los que escapan de las ruinas de Cuicuilco, en las inmediaciones del lago de Texcoco. Aquí se construyen pirámides de piedra de estructura cuadrada entre el año 200 y el 300 d.C. Es relevante la importancia de Cuicuilco y Tlapacoyán y sobre este último centro, sus edificios parecen el primer ensayo de lo que fue más tarde Teotihuacán, una ciudad que es la culminación de un proceso evolutivo de los hombres del Altiplano mexicano; su poder será suprarregional.
Oaxaca evoluciona al sur de la superárea. Es una de las zonas más desarrolladas a partir del año 1150 hasta el 500 antes de la era. La región, montañosa, tiene un clima árido templado y de gran potencial agrícola por el aluvión de los ríos Atoyac y Salado. En este entorno aparece Monte Albán. Por el año 900 surge San José Mogote, junto al río Atoyac. Aquí se esculpen los llamados “danzantes”. Parecen representar “un cautivo sacrificado, lo que robustece la idea de un clima bélico en la época”. El Glifo 1 Temblor en dicho monumento, “constituye el más antiguo testimonio del calendario adivinatorio de 260 días”. Cuando San José Mogote pierde influencia entre los años 500 al 250 antes de la era, surge Monte Albán, la capital zapoteca: se construye sobre un monte de 400 metros de altura –de difícil acceso a fuentes de aprovisionamiento de agua– que centraliza el poder económico, político y religioso de la región, en las tres fases que le atribuyen los arqueólogos. Alfonso Caso descubre aquí el tesoro de la tumba 7 que contiene más de quinientos objetos de oro, plata, turquesa, jade, perlas o cristal de roca, entre otros objetos.
Los estados de Nayarit, Jalisco, Colima, Guanajuato, Michoacán, Guerrero y la parte sur de Sinaloa, forman la cultura de Occidente. Región de mesetas, cuencas, sierras, llanura costera estrecha cercana a la sierra, carece de una clara unidad cultural y de una historia común, como ocurre con el altiplano de México, el golfo, Oaxaca o el Sudeste. En el Preclásico Tardío sobresalen los tarascos de Michoacán y forman una nación fuerte, nunca dominada por los aztecas. Como potencia militarista somete y controla una gran parte de Jalisco, Guanajuato, parte del estado de México y Guerrero.
En el norte de Mesoamérica predomina la cultura “del desierto”: se distinguen aún los cazadores-recolectores. El área se delimita con las sierras occidental y oriental y forman un enorme escudo apenas interrumpido por algunas estribaciones montañosas de poca altura. Algunos grupos del desierto evolucionan cuando encuentran áreas más favorecidas. Entre ellos, los grupos de Casas Grandes o Paquimé; posteriormente, los de La Quemada. La irrigación y el comercio caracterizan estas culturas pero Brian Hamnett dice que el derrumbe de Teotihuacán a mediados del siglo VIII “aisló esta zona del centro y la dejó expuesta a las tribus nómadas conocidas genéricamente como las chichimecas”. Hacia el siglo X, esta zona marginal se recupera con el ascenso de los toltecas y se debilita con la caída de Tula, en el siglo XII, época que empiezan a controlar los chichimecas a partir del norte del río Lerma. Como ocurre con los tarascos, los aztecas fracasan en sus intentos de controlarlos y tras la caída de México-Tenochtitlán, los conquistadores españoles tienen muchas dificultades para someterlos.
El Sudeste
Es una gran extensión que abarca varios estados de México (Tabasco, Chiapas, Campeche, Yucatán y Quintana Roo), las repúblicas de Guatemala, Honduras, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Belice. En total, un territorio de más de 400.000 kilómetros cuadrados de planicies costeras meridionales, tierras altas, valles, selva y llanuras. En el Preclásico Tardío (400 a.C a 250 a.C), se desenvuelven aquí dos complejos culturales de lengua mixe-zoque y maya. En esta tierra de “artistas y de astrónomos” como los llama Amalia Cardós, vive el hombre maya, cuya característica física comprende en promedio una estatura baja; sus cabezas son redondas y anchas, salvo en la zona tzeltal o tzotzil, que es alargada; su cabello es lacio y oscuro, tienen pómulos salientes, nariz aguileña.
Austin y Luján admiten hacia el final de esa época “un clima de violencia y de competencia entre los principales centros de poder”: lo atestiguan los enterramientos masivos de víctimas sacrificiales en Cuello y Chalchuapa. La arquitectura ocupa a miles de hombres con la necesaria coordinación de especialistas. Ejemplos notables de esa evolución son El Tigre, en el Mirador, la estructura II de Calakmul (ambas de 55 metros de altura), la acrópolis de Tikal, la pirámide de 33 metros de Lamanai, el foso defensivo de dos kilómetros que encierra a Becán y el muelle y el canal de Cerros.
Los dos autores recogen que la temática mitológica y las anotaciones de Cuenta Larga plasmadas en los monumentos de Izapa y Abaj Takalik “son una suerte de eslabón entre la tradición olmeca y la maya”. En efecto, Izapa es un yacimiento clave en el primer desarrollo de la civilización maya; se encuentra en la llanura de Chiapas abierta al pacífico, cerca de Guatemala. Lo forma un gran número de montículos de tierra revestidos con guijarros de río, ocupado durante un largo tiempo, desde los comienzos del periodo formativo. En su apogeo, se esculpen monumentos de piedra, entre ellos, el complejo estela-altar, que se convierte en el monumento típico de los mayas clásicos en las Tierras Bajas. Desde esta perspectiva, “las concepciones ideológicas del mundo maya habrían tenido su origen en las costas del Pacífico próximas a la frontera actual entre México y Guatemala”.
A diferencia de la frontera septentrional mesoamericana, que se distingue por su movilidad e inseguridad, la meridional se caracteriza por todo lo contrario, su inmovilidad, en términos generales, de acuerdo con Kirchhoff.
La evidencia más temprana del hombre en Centroamérica la ofrece la punta de proyectil tipo Clovis y las puntas “cola de pescado”, en Guatemala, Costa Rica y Panamá. Es la etapa del cazador-recolector, asociada con los mamíferos del Pleistoceno Superior, como el mamut. Las dos clases de proyectiles unen dos tradiciones tecnológicas, la del Norte y la sudamericana, respectivamente. En periodos más tardíos, estima Ernesto Vargas Pacheco, las relaciones son más claras con los olmecas, teotihuacanos, toltecas y mexica. Finalmente la región se asocia con la cultura mexicana y maya. En Centroamérica, por tanto, se produce una amalgama entre las culturas que proceden del sur del continente y norte de América, en este caso, de México. Los grupos representados en la región tienen varios parentescos genéticos: el pipil proveniente del náhuatl, el caribe, que llega tardíamente de las Antillas, el xinca y el lenca, el jicaque, el paya, el chorotega-mangue y la familia misumalpa, que puede tener filiación chibcha; el sumu y el matagalpacacaopera. Lingüísticamente, la región puede dividirse en dos grupos: unos se agrupan con el área mesoamericana y otros con los idiomas chibchas del sur.
Imprecisa y fluctuante, la frontera suriana se perfila como “eslabón continental”, en palabras de José Luis Melgarejo. Aun siendo conscientes de las imprecisiones relativas a las fronteras lingüísticas, un rápido delimitador lingüístico marca los grupos cakchiquel, pokomán, chorti, aproximadamente por la frontera con El Salvador y Honduras; desde el punto de vista arqueológico, las dos grandes urbes de Quirigua y Copán “se miran en las posibles marcas del mundo maya”. Para Otto Stoll, son indígenas chol los que ocupan por un tiempo la cuenca interior del río Motagua y siguen hacia el Pacífico, los chorti, pokomán, pipiles, popolocas y tzincas, en el río de La Paz. Franz Terner observa a su vez el fenómeno “tan común en México”, de pueblos fuertes empujando a los vencidos hacia las partes montañosas, menos propicias para la vida con aquellas tecnologías, y en el caso de la cercanía del grupo mayense con lencas, “bien podría decirse que esos nombres se remontan a un tiempo en el cual el elemento maya estaba allí ya en decadencia, y por ello, en lugar de los antiguos nombres mayas aparecían denominaciones de una población extraña a los mismos mayas, que habían penetrado en el territorio, o que estando ya allí, volvió a tener preponderancia”.
La influencia olmeca en sus distintas fases de desarrollo queda patente en el sur de Chiapas y Guatemala, el Pacífico y El Salvador. En el Preclásico Tardío, al parecer lo que ocurre en el sur de Chiapas “es un endurecimiento de sus características regionales, en una serie de culturas locales, que de ahí en adelante serán distintas entre sí casi para siempre”, explica Vargas Pacheco. Al final la región centroamericana queda bajo la sombra de la cultura maya.
El origen de la civilización maya
“Si los progenitores prehumanos del género humano no se hubieran convertido ya en animales sociales, es difícil imaginar de qué manera podrían haberse convertido en seres humanos. Una vez que el hombre se hubo convertido en ser humano, continuó en sociedades primitivas durante centenares de millones de años antes de que aparecieran las primeras civilizaciones”.
Arnold J. Toynbee
Historia del territorio
Medio ambiente
En días prehistóricos, el grupo maya estaría unido en un territorio; habrían iniciado la vida sedentaria, las actividades agrícolas fundamentales, cuando la diáspora huasteca; el descubrimiento de la cerámica ya los encontró separados. Pero la circunstancia de haber islotes “de vivencias etnográficas huasteco-mayas”, a lo largo de la costa de Veracruz, hace pensar también en otra posibilidad, puntualiza José Luis Melgarejo: una primitiva ocupación del territorio por tales pueblos, interrumpida posteriormente por totonacas y popolocas. De todos modos, el conocido territorio maya “conservó la unidad por siglos” y sus alteraciones no han dejado de ser simples variaciones, “tal vez al contacto con otros pueblos y culturas operando marginalmente, toda vez que las incrustaciones en el interior del cuerpo maya, le fueron absorbidas”.
En el análisis sobre la causa productora de la cultura maya, en el supuesto del clima, Melgarejo expone dos corrientes, la de Ellsworth Huntington, que cree que la civilización maya surge cuando la oleada climática sustrajo humedad y la selva fue sustituida por la sabana, o la de Arnold J. Toynbee, que sin desechar los fundamentos ni las relaciones entre clima y civilización, dentro de su marco de incitación y respuesta, estima que la tremenda selva maya acuna los elementos de una civilización adecuada para domarla.
Melgarejo recuerda que, en tono menor, pero más concreto, los mayistas plantean el problema de las Tierras Altas y las Tierras Bajas. Con otras palabras, Sylvanus Morley divide el principio de la civilización maya según los orígenes del cultivo del maíz. Sitúa la clave del origen en las tierras altas de Guatemala, y la acompaña con los viejos testimonios de la cultura material. Pero no descarta la consideración de las Tierras Bajas, a partir del eje Uaxactún-Tikal. El maíz, recordemos, se adapta a todos los climas y para los pueblos prehistóricos es una planta divina. “El maíz moriría irremisiblemente si no tuviera los cuidados constantes del hombre que cava la tierra, que lo cosecha y que lo siembra. A diferencia del trigo y de los demás seres vivos que sirven de alimento, el maíz no existe en estado silvestre y nunca ha podido evadir la mano del hombre para crecer libre. No puede vivir libre. El viento no puede esparcir la semilla, sembrándola en el suelo”, escribe Paul de Kruif en Los vencedores del hambre.
Morley considera definitivo el encuentro de “una escritura jeroglífica y una cronología únicas en su género” y la “bóveda de piedra salediza”. José Luis Melgarejo añade que para lo primero así es, considerado el ejemplo de la inscripción de la Cuenta Larga; “pero ahora es obligado el cotejo con inscripciones de indudable filiación olmeca y aunque parezca temerario, todavía no podrá echársele siete candados a la posibilidad tolteca de haber contribuido, en parte, aun cuando fuese mínima”.
La influencia olmeca parece evidente, pero lo anterior “no rebaja los brillantes méritos” del maya en el Preclásico, ni después, con otras influencias externas, que absorben más “como acicate” para respuestas espléndidas, que como inhibidores de potencias creadoras. Melgarejo resume las notables características de su capacidad mental, de su lengua melódica, de su esfuerzo perseverante y de su fina sensibilidad, estaban en marcha. Y Eric Thompson, a su vez, puntualiza que las tres características que señalan el nacimiento de la cultura maya en las tierras abajeñas del área llegan a Uaxactún “casi simultáneamente”: la escultura de estelas con jeroglíficos, la erección de templos con techo de piedras saledizas, y la introducción de cerámica polícroma.
La división territorial
“Cada cual cree lo que le acomode; yo pienso que la naturaleza puede hacer cosas grandes”.
Pedro Mártir de Anglería
El pueblo maya se instala en un entorno de unos 400.000 kilómetros cuadrados que, en la actualidad, ocupa el sudeste de México, Guatemala y Belice, el occidente de Honduras y El Salvador. El paisaje, a pesar de situarse por debajo del Trópico de Cáncer, lo condiciona la altitud y en este sentido, se establecen tres regiones que coinciden con otras tantas fronteras culturales: la costa Pacífica y Bocacosta, que se levanta hasta los 800 metros de altitud. Esta llanura costera –que se utiliza desde los primeros momentos de ocupación Mesoamericana como “zona de migraciones”, es muy ambicionada desde el punto de vista comercial– enlaza el istmo de Tehuantepec con El Salvador. Entre los esteros y lagunas se mueven reptiles, tortugas, caimanes, aves de vistosos plumajes, serpientes, jaguares, ocelotes, pumas o venados. Las Tierras Altas –consideradas marginales–, con alturas de hasta 3.000 metros y las Tierras Bajas (Norte, Centro y Sur), son el centro donde crece y se desarrolla la cultura maya.
En términos generales, el mapa arqueológico de la zona maya comprende tres regiones: al Norte, la península de Yucatán, área septentrional. Es una meseta calcárea ondulada, con tierras un tanto áridas, donde sólo las colinas puuc –que no pasan de los cien metros sobre el nivel del mar– señalan una ligera elevación, que parte el ancho paisaje, entre el contraste de sus blancas y rojizas calizas, con el verde del monte un poco más alto. Carece de lagos, y de ríos, salvo el Lagartos, Champotón y Xelhá, algunas aguadas y lagos principalmente en la parte oriental costera de la península, como Bacalar y las lagunas de Chichankanab y Cobá; las únicas fuentes acuíferas son subterráneas. Los pozos que se descubren por el hundimiento del terreno se denominan ‘cenotes’ (dz’onot, en maya). La tierra porosa permite una rápida filtración del agua. La vegetación es densa y poco elevada. Entre los animales de la zona, destacan monos, tapires, loros, aves trepadoras como los quetzales, de hermosas plumas, guacamayas, venados, jaguares, temibles garrapatas, la amenazante mosca “chiclera”, hormigas “arrieras”, cucarachas “voladoras”, arañas “viuda negra”, mosquitos, o serpientes venenosas como el coralillo o la víbora sorda, así como abundantes abejas.
El centro ocupa parte de Tabasco, Campeche, Yucatán, Quintana Roo, Belice y occidente de Honduras, territorio que ya anuncia, con una selva abigarrada de grandes árboles y bosques tropicales, ríos caudalosos y lagos alrededor de la antigua Cobá y de Chetumal, en la costa oriental de la península yucateca, las características geográficas y climatológicas de el Petén. Sólo en la desembocadura del Grijalva, el río se expande un kilómetro y medio de anchura. El centro forma parte de las Tierras Bajas, una ancha franja que va del golfo de México al mar Caribe y el golfo de Honduras. Las Tierras Bajas engloban un clima lluvioso, pantanos, lagos como el Petén-Itzá o de las Flores, el lago Izabal y el valle del río Motagua, con ríos muy caudalosos. En el Petén guatemalteco hay pequeñas elevaciones con alturas hasta de 600 metros sobre el nivel del mar, entre sabanas y tierras bajas que en la época de lluvias se convierten en pantanos y ciénagas. El clima es muy cálido y húmedo, por sus lluvias torrenciales.
Jacques Soustelle dice que “en mitad de las inmensas selvas del Petén nació la civilización maya, bajo un cielo tórrido y lluvias torrenciales, de tres a cuatro metros de precipitación por año”. Abundan los árboles de maderas preciosas, caobas, cedros, ceibas, palmeras, árboles de caucho, o palo de tinte. Viven multitud de roedores, iguanas, armadillos, venados, ocelotes, arañas, tucanes, chachalacas y una gran variedad de reptiles venenosos, abejas y muchos insectos, muchos de ellos perjudiciales. La tierra cultivable es delgada y frágil y cubre un suelo de piedra calcárea sembrada de núcleos de sílex, que hace difícil la preparación de los campos para el cultivo del maíz. En territorio hondureño, se levanta Copán. El centro por la parte occidental mexicana adquiere condiciones más o menos parecidas a las del Petén Guatemalteco, en la cuenca del gran río Usumacinta, con sus poderosos afluentes tributarios: la Pasión, Jataté, Lacanhá o Lacantún y sus lagos Miramar o Metsaboc; la zona es más accidentada y ondulada y se eleva ligeramente en la zona de Palenque. En la meseta de Chiapas destacan las pirámides de Toniná. En los Altos de Chiapas abundan ricos yacimientos de minerales de jadita y serpentina, ambicionada por los mayas.
La tercera región maya, meridional, pertenece a los Altos de Chiapas, Guatemala y El Salvador, con sus bosques de pinos, volcanes muy activos, y yacimientos de obsidiana; hay alturas que sobrepasan los 4.000 metros de altitud y altiplanicies de clima templado y vegetación de sabana. Es un área muy escarpada con fértiles valles de mayor o menor amplitud, con ríos que bajan hacia el Pacífico. El otro altiplano por donde descienden el Grijalva, en Chiapas –hacia el golfo de México– y el Motagua, Polochic y el Sarstum, en Guatemala –en dirección al Caribe– tiene la misma dialéctica montañas-valles, con una amplia hidrografía. Y entre conos volcánicos, el lago Atitlán y Amatitlán. Su diversidad orográfica permite que se hable de tierra fría, caliente y templada. Según se avance hacia el Norte, sus precipitaciones fluviales se incrementan, en mayor cantidad de las que asoman en la vertiente que desemboca en el Pacífico. Destacan el jaguar, el ocelote, el puma, el venado, el conejo, numerosas aves (quetzal). La montaña proporciona lava, toba, obsidiana y ceniza.
Durante el Periodo Preclásico (1500 a.C. a 200 d.C.), los mayas desarrollan la agricultura y construyen poblados. Los lechos de los pantanos y los ríos de las tierras bajas selváticas proporcionan el material fértil para productos de elevada producción como maíz, cacao, chile, tomate, chayote, henequén, tabaco, mamey, papaya, aguacate y algodón. Los ríos Hondo (Belice), Usumacinta –nace en Guatemala– y Grijalva –emana en la meseta central de Chiapas– proporcionan el acceso al mar mediante canoas. Esta cuenca de los ríos Usumacinta Grijalva tiene una superficie de 32.760 kilómetros cuadrados y recibe la mayor cantidad de agua de México.
Los primeros mayas
El área maya fue poblada hacia el 11000 a.C. por pequeñas bandas de cazadores-recolectores. Tras un proceso evolutivo, en el que interviene un cambio climático, los hombres alteran su tecnología y organizan su sociedad. Se convierten en agricultores y domestican plantas; otros grupos se adaptan a las costas y recolectan alimentos en los esteros y el mar. Desde tiempos remotos, por este territorio se asientan numerosos grupos, cuyos restos materiales provienen entre otros de Chiapa de Corzo, Tonalá, Izapa, Mazatán, Padre Piedra, Santa Rosa, en Chiapas; Kaminaljuyú, El Baúl, La Victoria, Zacualpa, Uaxactún, Champerico, en Guatemala; playa de Los Muertos, Yojoa y Cobán, en Honduras; Barton Ramic, Benque Viejo y Mountain Cow, en Belice; Santa Rosa Xtampac, Edzná, Xicalango y Tixchel, en Campeche. Cenote Maní, Yaxuná, Dzibilnocac, Holactún, Dzibalchaltún, y otros, en Yucatán; Cobá, en Quintana Roo, y Balancán, en Tabasco.
La evidencia lingüística de que estos hombres son mayas, proviene de los inicios del Preclásico. Se establecen los patrones básicos de la civilización, con sistemas agrícolas, poblados sedentarios e introducción de la cerámica. Según lingüistas como Campbell y Kaufman, citados por Soustelle, los antiguos olmecas habrían hablado la lengua zoque, confinada en la actualidad a ciertas zonas montañosas de Oaxaca. Ese pueblo zoque se habría incrustado como una cuña en la masa premaya, empujando a dos fracciones, una hacia el norte de Yucatán y otra hacia el sudeste por Guatemala. Según Alfonso Toro, la lengua maya “es aglutinante”: los monosílabos, que son muy abundantes, no se alteran al reunirse para formar nuevas palabras, sino que se modifican por medio de afijos y sufijos. La lengua “es gutural, abundante en vocales y onomatopeyas” y se expresan en ella “toda clase de ideas, debido tanto a su riqueza cuanto a su facilidad para formar nuevos vocablos”. El maya tiene verbos y palabras para expresar acciones y cosas “que no tienen correspondencia en español”. Su diccionario contiene más de treinta mil voces.
Desde el punto de vista lingüístico, el territorio maya parece un bloque homogéneo. Jacques Soustelle compara las semejanzas en Europa entre el italiano, el francés o el español, con el tronco del latín, y los dialectos del chol, el tzeltal y el tzotzil de Chiapas, el quiché, el mame, el cachiquel de Guatemala o el chorti de Honduras, con el maya de Yucatán. A excepción de la lejana rama huasteca desligada del tronco maya hace tal vez unos tres mil quinientos años y establecida en el noreste de México, todos los indios que hablan maya se concentran en la parte de la América Media.
Sobre la naturaleza de la lengua maya, Tozzer admira la “unidad geográfica” de los pueblos mayas: “parecen haberse contentado con permanecer largo tiempo en un mismo lugar y es evidente que no tenían por costumbre establecer colonias en regiones distantes del país”.
Los grupos que finalmente ocupan el territorio maya, puntualiza Piña Chan, se parecen por cultura y lengua a los primeros pobladores de la Costa del golfo, los cuales desde 1800 antes de la era, comienzan a extenderse de Pánuco hasta Centroamérica, “desarrollando variantes regionales e interrelacionándose e influyendo algunas sobre otras, como sucedió con los olmecas en tiempos tempranos”. Esto explica la relación lingüística de huastecos y olmecas.
Es una época de influencia olmeca que deja por el Sur, rastros de vida compleja, una ideología y una organización a base de centros (montículos, estelas y altares grabados, sistema de escritura y calendario). En las Tierras Bajas, en una evolución autóctona, aparecen los primeros centros jerarquizados, aunque existe menor complejidad. Antes de nuestra era, allá por el año 400, los antiguos mexicanos estratifican la población de manera que hubiera especialistas económicos y políticos de tiempo completo y que tales hombres “tuvieran acceso preferente a las riquezas que el grupo producía u obtenía por cualquier medio”, escribe Miguel Rivera Dorado en Luces y sombras de la civilización maya.
¿Eran premayas los que poblaron Tikal y Uaxactún que cultivan maíz y usan cerámica monocroma en la época Preclásica, entre los años 800 y 600 antes de nuestra era? Es imposible asegurarlo pero Eric Thompson lo cree así, por las figuras de barro cocido que muestran formas de cabeza y nariz “típicamente mayas”, y por el único cráneo más o menos conservado y descubierto en Uaxactún, que “es extremadamente branquicéfalo”.
En el Preclásico Temprano (2000-1000 a.C.) los pequeños poblados más importantes son los de Cuello (Belice), Maní y Cueva de Loltún (Yucatán), Altamira (Chiapas), Ocós y Salinas La Blanca (Costa del Pacífico de Guatemala). Al final del periodo hay asentamientos en Ceibal y Altar de Sacrificios, en la selva del Petén. En el Preclásico Medio (1000-400 a.C.), como producto de transacciones comerciales en la zona del Pacífico, entre las que destaca la jadeita, aparece la escultura monumental y la escritura, en Padre Piedra (Chiapas), Abaj Takalik (Guatemala) y Chalchuapa (El Salvador). En el Preclásico Tardío, que María Josefa Iglesias sitúa entre el año 400 a.C. y el 100 d.C., se perfilan “con mayor claridad” los rasgos que definen el Periodo Clásico, reflejados en Tikal y el Mirador, en Guatemala, o en Cerros y Lamanai, Belice, donde surgen ya grandes plataformas sustentando templos –que indican una marcada tendencia religiosa–, enterramientos de élite –síntoma de jerarquización social– y calzadas entre los edificios.
Si se modifica levemente el periodo del Preclásico tardío (300 a.C. a 300 d.C.), se observa que mientras se potencia la cultura de élite en el Sur, surge en las Tierras Bajas una iconografía a base de grandes mascarones de estuco colocados en los basamentos de los templos, que son fiel reflejo del poder de los reyes, que se sitúan en el centro del universo interfiriendo en la órbita del Sol y de Venus; se inicia una arquitectura pública monumental en torno a la cual se organizan los centros. Hacia el final del Preclásico algunos sitios del sur como Abaj Takalik o Chalchuapa, decaen en beneficio de la región de Petén, donde ciertos núcleos inician un período de poder sin precedentes: El Mirador, Tikal, Cerros, Lamanai y Uaxactún. Algunos de ellos, sin embargo, decaen. María Josefa Iglesias cree que entre el año 100 y el 250 d.C., hay una etapa de “indefinición” en la historia maya. La decadencia y el cambio habrían nacido de la catastrófica erupción del volcán Ilopango, en El Salvador, que despuebla una amplia zona en su entorno, y causa la emigración de grupos supervivientes “con sus variaciones culturales correspondientes”.