Kitabı oku: «El Criterio», sayfa 11
§ II
Genios ignorados de los demas, y de sí mismos
¡Cuán pocos son los profesores dotados de esta preciosa habilidad! Y ¿cómo es posible que los haya en el lastimoso abandono en que yace este ramo? ¿Quién cuida de aficionar á la enseñanza á los hombres de capacidad elevada? ¿Quién procura fijarlos en esta ocupacion, si se deciden alguna vez á emprenderla? Las cátedras son miradas á lo mas como un hincapié para subir mas arriba, con las arduas tareas que ellas imponen, se unen mil y mil de un órden diferente; y se desempeña corriendo y á manera de distraccion lo que deberia obsorber al hombre entero.
Así, cuando entre los jóvenes se encuentra alguno en cuya frente chispea la llama del genio, nadie la advierte, nadie se la avisa, nadie se lo hace sentir: y encajonado entre los buenos talentos, prosigue su carrera sin que se le haya hecho experimentar el alcance de sus fuerzas. Porque es preciso saber que estas fuerzas no siempre las conoce el mismo que las posee, aun cuando sean con respecto á lo mismo que le ocupa. Podrá muy bien suceder que el fuego del genio permanezca toda la vida entre cenizas, por no haber habido una mano que las sacudiera. ¿No vemos á cada paso que una lijereza extraordinaria, una singular flexibilidad de ciertos miembros, una gran fuerza muscular y otras calidades corporales, estan ocultas hasta que un ensayo casual viene á revelárselas al que las posee? Si Hércules no manejara mas que un bastoncito, nunca creyera ser capaz de blandir la pesada clava.
§ III
Medios para descubrir los talentos ocultos, y apreciarlos en su valor
Un profesor de matemáticas que explique á sus alumnos la teoría de las secciones cónicas les dará una idea clara y exacta de dichas curvas, presentándoles las ecuaciones que expresan su naturaleza, y deduciendo las propiedades que de esta se originan. Hasta aquí el discípulo aprende bien los elementos, pero no se ejercita en el desarrollo de sus fuerzas intelectuales; nada se le ofrece que pueda hacerle sentir el talento de invencion, si es que en realidad le posea. Pero si el profesor le hace notar que aquella ecuacion fundamental, al parecer de mera convencion, no es probable que se le haya establecido sin motivo, desde luego el jóven se halla mal seguro sobre la basa que reputaba sólida, y busca el medio de darle algun apoyo. Si el alumno no acierta en el principio generador de dichas curvas, se le puede hacer notar el nombre que llevan, y recordarle que la seccion paralela á la base del cono es un círculo. Entónces naturalmente el alumno corta el cono con planos en diferentes posiciones, y á la primera ojeada advierte que si la seccion es cerrada, y no paralela á la base, resultan curvas cuya figura se parece á la que se ha llamado elipse. Ya imagina la seccion mas cercana al paralelismo, ya mas distante, y siempre nota que la figura es una elipse, con la única diferencia de su mayor aplanacion por los lados, ó bien de la mayor diferencia de los ejes. ¿Será posible expresar por una ecuacion la naturaleza de esta curva? ¿Hay algunos datos conocidos? ¿Tienen alguna relacion con las propiedades del cono, y de la seccion paralela? ¿La mayor ó menor inclinacion del plano cambia la naturaleza de la seccion? Dando al plano otras posiciones, de suerte que no salga cerrada la seccion, ¿qué curvas resultan? ¿Hay alguna semejanza entre ellas, y las parábolas é hipérboles? Estas y otras cuestiones se ofrecen al discípulo dotado de capacidad; y si es de muy felices disposiciones, veréisle al instante tirar líneas dentro del cono, compararlas unas con otras, concebir triángulos, calcular sus relaciones, y tantear mil caminos para llegar á la ecuacion deseada. Entónces no aprende simplemente las primeras nociones de la teoría; se ha convertido ya en inventor; su talento encuentra pábulo en que cebarse; y cuando aislado en los procedimientos de primera enseñanza contaba muchos iguales en la inteligencia de la doctrina explicada, ahora echaréis de ver que deja á sus compañeros muy atras, que ellos no han dado un paso, miéntras él, ó ha obtenido el resultado que se buscaba, ó adelantado en el verdadero camino. Entónces da á conocer sus fuerzas, y las conoce él mismo; entónces se palpa que su capacidad es superior á la rutina, y que quizas andando el tiempo podrá ensanchar el dominio de la ciencia.
Un profesor de derecho natural explicará cumplidamente los derechos y deberes de la patria potestad, y las obligaciones de los hijos con respecto á los padres, aduciendo las definiciones y razones que en tales casos se acostumbran. Hasta aquí llegan los elementos; pero nada se encuentra para desenvolver el genio filosófico de un alumno privilegiado, ni que pueda hacerle sobresalir entre el comun de sus compañeros, dotados de una capacidad regular. El hábil profesor desea tomar la medida de los talentos que hay en la cátedra, y el tiempo que le sobra despues de la explicacion le emplea en hacer un experimento.
– ¿Sobre estos deberes le parece á V. si nos dicen algo los sentimientos del corazon? Las luces de la filosofía ¿estan de acuerdo con las inspiraciones de la naturaleza? A esta pregunta responderán hasta los medianos, observando que los padres naturalmente quieren á los hijos, y estos á los padres, y que así estan enlazados nuestros deberes con nuestros afectos, instigándonos estos al cumplimiento de aquellos. Hasta aquí no hay diferencia entre los alumnos que se llaman de buen talento. Pero prosigue el profesor analizando la materia y pregunta.
– ¿Qué le parece á V. de los hijos que se portan mal con los padres, y no corresponden con la debida gratitud al amor que estos les prodigaron?
– Que faltan á un deber sagrado y desoyen la voz de la naturaleza.
– Pero ¿cómo es que vemos tan á menudo á los hijos no cumplir como deben con sus padres, miéntras estos si en algo faltan, suele ser por sobreabundancia de amor y ternura?
– En esto hacen muy mal los hijos, dirá el uno.
– Los hombres se olvidan fácilmente de los beneficios recibidos, dirá el otro; quien alegará que los hijos á medida que adelantan en edad se hallan distraidos por mil atenciones diferentes; quien recordará que los nuevos afectos engendrados en sus ánimos á causa de la familia de que se hacen cabezas, disminuyen el que deben á sus padres: y cada cual andará señalando razones mas ó ménos adaptadas, mas ó ménos sólidas, pero ninguna que satisfaga del todo. Si entre vuestros alumnos se encuentra alguno que haya de adquirir con el tiempo esclarecida nombradía, dirigidle la misma pregunta, á ver si acierta á decir algo que la desentrañe y la ilustre.
– Es demasiado cierto, os responderá, que los hijos faltan con mucha frecuencia á sus deberes para con sus padres; pero, si no me engaño, la razon de esto se halla en la misma naturaleza de las cosas. Cuanto mas necesario es para la conservacion y buen órden de los seres el cumplimiento de un deber, el Criador ha procurado asegurar mas dicho cumplimiento. El mundo se conserva, mas ó ménos bien, á pesar del mal comportamiento de los hijos; pero el dia que los padres se portasen mal, y olvidasen el cuidar de sus hijos, el linaje humano caminaria á su ruina. Así es de notar que los hijos, ni aun los mejores, no profesan á sus padres un afecto tan vivo y ardiente como los padres á los hijos. El Criador podia sin duda comunicar á los hijos un amor tan apasionado y tierno como lo es el de los padres, pero esto no era necesario, y por lo mismo no lo ha hecho. Y es de notar que las madres, que han menester mayor grado de este amor y ternura, lo tienen llevado hasta los limites del frenesí, habiéndolas pertrechado el Criador contra el cansancio que pudieran producirles los primeros cuidados de la infancia. Resulta pues que la falta del cumplimiento de los deberes en los hijos, no procede precisamente de que estos sean peores, pues ellos si llegan á ser padres, se portan como lo hicieron los suyos; sino de que el amor filial es de suyo ménos intenso que el paternal, ejerce mucho ménos ascendiente y predominio sobre el corazon, y por lo mismo se amortigua con mas facilidad; es ménos fuerte para superar obstáculos, y ejerce menor influencia sobre la totalidad de nuestras acciones.
En las primeras respuestas encontrabais discípulos aprovechados, en esta descubrís al jóven filósofo que empieza á descollar, como entre raquíticos arbustos se levanta la tierna encina, que andando los años se hará notar en el bosque por su corpulento tronco y soberbia copa.
§ IX
Necesidad de los estudios elementales
No se crea por lo dicho, que juzgue conveniente emancipar á la juventud de la enseñanza de los elementos; muy al contrario, opino que quien ha de aprender una ciencia, por grandes que sean las fuerzas de que se sienta dotado, es preciso se sujete á esta mortificacion que es como el noviciado de las letras. De esto procuran muchos eximirse apelando á artículos de diccionario que contiene lo bastante para hablar de todo sin entender de nada; pero la razon y la experiencia manifiestan que semejante método no puede servir sino á formar lo que llamamos eruditos á la violeta.
En efecto: hay en toda ciencia y profesion un conjunto de nociones primordiales, voces y locuciones que le son propias, las cuales no se aprenden bien sino estudiando una obra elemental: de suerte que cuando no mediaran otras consideraciones, la presente bastaria á demostrar los inconvenientes de tomar otro camino. Estas nociones primordiales, y esas voces y locuciones, deben ser miradas con algun respeto por quien entra de nuevo en la carrera, pues ha de suponer que no en vano han trabajado hasta aquí los que á ella se dedicaron. Si el recien venido tiene desconfianza de sus predecesores, si espera poder reformar la ciencia ó profesion, y hasta variarla radicalmente, al ménos ha de reflexionar, que es prudente enterarse de lo que han dicho los otros, que es temerario el empeño de crearlo todo por sí solo, y es exponerse á perder mucho tiempo, el no quererse aprovechar en nada de las fatigas ajenas. El maquinista mas extraordinario empieza quizas á dedicarse á su profesion en la tienda de un modesto artesano; y por grandes esperanzas que puedan fundarse en sus brillantes disposiciones, no deja por esto de aprender los nombres y el manejo de los instrumentos y enseres del trabajo. Con el tiempo hará en ellos muchas variaciones, los tendrá de otra materia mas adaptada, cambiará su forma y tal vez su nombre; mas por ahora es preciso que los tome tales como los encuentra, que se ejercite con ellos, hasta que la reflexion y la experiencia le hayan mostrado los inconvenientes de que adolecen y las mejoras de que son susceptibles.
Puede aplicarse á todas las ciencias el consejo que se da á los que quieren aprender la historia: ántes de comenzar su estudio, es necesario leer un compendio. A este propósito son notables las palabras de Bossuet en la dedicatoria que precede á su Discurso sobre la historia universal. Asienta la necesidad de estudiar la historia en compendio, para evitar confusion y ahorrar fatiga, y luego añade: «Esta manera de exponer la historia universal la compararemos á la descripcion de los mapas geográficos: la historia universal es el mapa general comparado con las historias particulares de cada pais y de cada pueblo. En los mapas particulares veis menudamente lo que es un reino, ó una provincia en si misma; en los universales aprendeis á fijar estas partes del mundo en su todo; en una palabra, veis la parte que ocupa Paris ó la isla de Francia en el reino, la que el reino ocupa en la Europa, y la que la Europa ocupa en el universo.» Pues bien: la oportuna y luminosa comparacion entre el Mapa mundi y los particulares, se aplica á todos los ramos de conocimientos. En todos hay un conjunto de que es preciso hacerse cargo, para comprender mejor las partes, y no andar confuso y perdido en la manera de ordenarlas. Aun las ideas que se adquieren por este método, son casi siempre incompletas, á menudo inexactas, y algunas veces falsas; pero todos estos inconvenientes aun no pesan tanto como los que resultan de acometer á tientas, sin antecedentes ni guia, el estudio de una ciencia.
Las obras elementales, se nos dirá, no son mas que un esqueleto; es verdad, pero tal como es, ahorra muchísimo trabajo; hallándole formado ya, os será mas fácil corregir sus defectos, cubrirle de nervios, músculos y carne; darle calor, movimiento y vida.
Entre los que han estudiado por principios una ciencia, y los que, por decirlo así, han cogido sus nociones al vuelo, en enciclopedias y diccionarios, hay siempre una diferencia que no se escapa á un ojo ejercitado. Los primeros se distinguen por la precision de ideas y propiedad de lenguaje; los otros se lucen tal vez con abundantes y selectas noticias, pero á la mejor ocasion dan un solemne tropiezo que manifiesta su ignorante superficialidad17.
CAPÍTULO XVIII
LA INVENCION
§ I
Lo que debe hacer quien carezca del talento de invencion
Creo haber dicho lo suficiente con respecto á los métodos de enseñar y aprender; paso á tratar del método de invencion.
Conocidos los elementos de una ciencia, y llegado el hombre á edad y posicion en que puede dedicarse á estudios de mayor extension y profundidad, está en el caso de seguir senderos ménos trillados, y acometer empresas mas osadas. Si la naturaleza no le ha dotado del talento de invencion, preciso le será contentarse por toda su vida con el método elemental, bien que tomado en mayor escala. Necesita guias, y este servicio le prestarán las obras magistrales. Mas no se crea que deba entenderse condenado á ciego servilismo, y no haya de atreverse á discordar nunca de la autoridad de sus maestros; en la milicia científica y literaria, no es tan severa la disciplina que no sea lícito al soldado dirigir algunas observaciones á su jefe.
§ II
La autoridad científica
Los hombres capaces de alzar y llevar adelante una bandera, son muy pocos; y mejor es alistarse en las filas de un general acreditado, que no andar á manera de miserable guerrillero, afectando la importancia de insigne caudillo.
Diciendo esto, no es mi ánimo predicar la autoridad en materias puramente científicas y literarias; en todo el decurso de la obra he dado bastante á entender que no adolezco de tal achaque; solo me propongo indicar una necesidad de nuestro entendimiento, que siendo por lo comun muy flaco, ha menester un apoyo. La hiedra entrelazándose con un árbol, se levanta á grande altura; si creciese sin arrimo, yaceria tendida por el suelo pisoteada por todos los transeuntes. Ademas, que no por haber hecho esta observacion, se ha de cambiar el órden regular de las cosas: pues con ella mas bien he consignado un hecho que ofrecido un consejo. Sí un hecho, porque á pesar de tanto como se blasona de independencia, es mas claro que la luz del medio dia que esta independencia no existe, que gran parte de la humanidad anda guiada por algunos caudillos, y que estos á su talante la llevan por el camino de la verdad ó del error.
Este es un hecho de todos los paises y de todos los siglos; hecho indestructible porque está fundado en la misma naturaleza del hombre. El débil siente la superioridad del fuerte, y se humilla en su presencia; el genio no es el patrimonio del linaje humano, es un privilegio á pocos concedido: quien le posee ejerce sobre los demas un ascendiente irresistible. Se ha observado con mucha verdad que las masas tienen una tendencia al despotismo; esto dimana de que sienten su incapacidad para dirigirse, y naturalmente buscan un jefe: la que se experimenta en la guerra y la política, se nota tambien en las ciencias. La generalidad de los que las profesan son tambien masas, son verdadero vulgo que entregado á si mismo no sabria qué hacerse; por lo mismo se arremolina á manera de grupos populares en torno de los que le hablan algo mejor de lo que él sabe, y manifiestan conocimientos que él no posee. El entusiasmo penetra tambien en la plebe sabia, y lo mismo que la otra en sus asonadas, aplaude y grita: «muy bien, muy bien!.. tú lo entiendes mejor que nosotros; tú serás nuestro jefe…»
§ III
Modificaciones que ha sufrido en nuestra época la autoridad científica
A medida que se han generalizado los conocimientos con el inmenso desarrollo de la prensa, se ha podido creer que el indicado fenómeno habia desaparecido; pero no es así; lo que ha hecho, ha sido modificarse. Cuando los caudillos eran pocos, cuando el mando estaba entre pocas escuelas, andaban los entendimientos á manera de ejércitos disciplinados, siendo tan patente la dependencia que no era posible equivocarse. Ahora sucede de otra manera: los caudillos y las escuelas son en mayor número; la disciplina se ha relajado: pasan los soldados de uno á otro campo; estos se adelantan un poco, aquellos se quedan rezagados; algunos se separan y se empeñan en escaramuzas sin instrucciones ni órdenes de sus jefes; diríase que los grandes ejércitos han dejado de existir y que cada cual marcha por su lado: pero no os hagais ilusiones, los ejércitos existen á pesar de ese desórden, todos saben bien á cuál pertenecen; si desertan del uno se unirán al otro; y cuando se vean en aprieto, todos se replegarán en la direccion donde saben que está el cuerpo principal para cubrir su retirada.
Y si entrar quisiésemos en minuciosas cuentas, hallaríamos que no es tan exacto que los caudillos de ahora sean en mucho mayor número que los de tiempos anteriores. Formando un cuadro de clasificaciones científicas y literarias encontraríamos fácilmente que en cada género son muy pocos los que llevan la bandera, y que sobre sus pasos se precipita la multitud ahora como siempre.
El teatro y la novela ¿no tienen un pequeño número de notabilidades, cuyas obras se imitan hasta el fastidio? La política, la filosofía, la historia, ¿no cuentan tambien unos pocos adalides, cuyos nombres se pronuncian sin cesar, y cuyas opiniones y lenguaje se adoptan sin discernimiento? La independiente Alemania, ¿no tiene sus escuelas filosóficas, tan marcadas y caracterizadas como serlo pudieron las de santo Tomas, Escoto y Suarez? ¿Qué son en Francia la turba de los filósofos universitarios, sino humildes discípulos de Cousin? ¿y qué ha sido Cousin á su vez sino un vicario de Hegel, y de Schelling? y su filosofía, que tambien forceja por introducirse entre nosotros, ¿no comienza con tono magistral, exigiendo respeto y deferencia, á manera de ministerio sagrado que se dirige á la conversion de las gentes sencillas? La mayor parte de los que profesan la filosofía de la historia, ¿hacen mas que recitar trozos de las obras de Guizot, ó de otros escritores muy contados? Los que se complacen en declamaciones sobre elevados principios de legislacion, ¿no son con frecuencia plagiarios de Becaria y Filangieri? Los utilitarios ¿nos dicen por ventura otra cosa que lo que acaban de leer en Bentham? Los escritores sobre derecho constitucional, ¿no tienen siempre en la boca á Benjamin Constant?
Reconozcamos pues un hecho que tan de bulto se presenta, y no nos lisonjeemos de haber destruido lo que es mas fuerte que nosotros, pero guardémonos de sus malos efectos, en cuanto nos sea posible. Si á causa de la debilidad de nuestras luces, estamos precisados á valernos de las ajenas, no las recibamos tampoco con ignoble sumision, no abdiquemos el derecho de examinar las cosas por nosotros mismos, no consintamos que nuestro entusiasmo por ningun hombre llegue á tan alto punto, que sin advertirlo le reconozcamos como oráculo infalible. No atribuyamos á la criatura lo que es propio del Criador.
§ IV
El talento de invencion. Carrera del ingenio
Si el entendimiento es tal que pueda conducirse á sí mismo, si al examinar las obras de los grandes escritores, se siente con fuerza para imitarlos, y se encuentra entre ellos, no como pigmeo entre gigantes, sino como entre sus iguales, entónces el método de invencion le conviene de una manera particular, entónces no debe limitarse á saber los libros, es preciso que conozca las cosas; no ha de contentarse con seguir el camino trillado, sino que ha de buscar veredas que le lleven mejor, mas recto, y si es posible á puntos mas elevados. No admita idea sin analizar, ni proposicion sin discutir, ni raciocinio sin examinar, ni regla sin comprobar; fórmese una ciencia propia, que le pertenezca como su sangre, que no sea una simple recitacion de lo que ha leido, sino el fruto de lo que ha observado y pensado.
¿Qué reglas deberá tener presentes? Las que se han señalado mas arriba para todo pensador. El entrar en pormenores seria inútil y tal vez imposible; que el empeño de trazar al genio una marcha fija, es no ménos temerario que el de sujetar las expresiones de animada fisonomía al mezquino círculo de compasados gestos. Cuando le veis abalanzarse brioso á su gigantesca carrera, no le dirijais palabras insulsas, ni consejos estériles, ni reglas que no ha de observar; decidle tan solo: «Imágen de la divinidad, marcha á cumplir los destinos que te ha señalado el Criador; no te olvides de tu principio y de tu fin; tú levantas el vuelo y no sabes adónde vas: alza los ojos al cielo, y pregúntaselo á tu Hacedor. Él te mostrará su voluntad; cúmplela fielmente; que en cumplirla estan cifrados tu grandor y tu gloria18.»